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martes, 8 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 223: Fin de semana (parte 9): No me odia


CAPÍTULO 223: Fin de semana (parte 9): No me odia

Papá había dicho que Blaine estaba con Kurt y Dylan y decidí ir a echarle una mano.

“Dy no siempre reacciona bien con los extraños” me dije.

“Blaine no es un extraño”.

“Aun así, igual no sabe cómo tratar con el enano”.

“Aham. Porque papá les habría dejado solos de haber visto que tenía algún problema. ¿Por qué no eres sincero contigo mismo y te admites la verdad?”

“¿Cuál verdad?” protesté.

“Estás celoso”.

“Tonterías. Solo quiero comprobar que están bien…”

Discutir conmigo mismo no podía ser sano. Pero yo no estaba celoso. ¿Y qué si Kurt se había encariñado con Blaine? Era lógico, tenía carisma y era bastante simpático. Además, el peque era rápido para coger afecto, si prácticamente era una bolita de mimos buscando alguien de quien engancharse. ¿Y qué si Dylan se encariñaba también? A pesar de que Dylan no se encariñara nunca con nadie, al menos no fácilmente…

“O sea, es rarísimo que haya querido estar con él. ¿Es que acaso Blaine tiene algo especial?”.

“¿Lo ves? Estás celoso”.

Tuve que reconocer que tal vez lo estaba. Un poquito. También tenía cierta envidia de la conexión que Blaine parecía tener con papá, pero no por miedo de que me robase a Aidan, sino porque me hacía plantearme qué tenía que hacer yo para lograr lo mismo con Holly. Había sentido algo en el hospital, eso no podía negarlo, y quizá había llegado el momento de soltar algunos de mis miedos y explorar aquello que experimenté nada más despertar de la operación…

Me dejé guiar hasta el garaje por el sonido de la batería, intuyendo que Blaine debía de seguir allí, pero me quedé en la puerta en lugar de entrar. Sabiendo que lo que estaba haciendo no era lo correcto, pero sin poderlo evitar, me quedé escuchando sin hacerme notar. Fue mucho más fácil entender lo que decía cuando hubo una pausa en el golpeteo de los tambores y los platillos:

-         ¿Has visto lo bien que lo hace? Y todo porque le has enseñado tú – le escuché a Blaine.

 

-         ¿Yo? – preguntó Kurt. - ¿Yo le enseñé?

Dylan debía ser el que estaba tocando la batería. Vaya. Eso sí que no me lo esperaba.

-         Claro. Me has ayudado a explicarle cómo se hace. Sin tu ayuda no habría podido.

A pesar de que no podía verles la cara, casi podía imaginar la sonrisa de Kurt. Decidí arriesgarme y asomarme un poquito más, para poder observarles además de oírlos. Dylan estaba sentado frente a la batería y Blaine sobre el baúl donde papá guardaba sus herramientas, con Kurt trepando en ese momento para sentarse encima de él.

-         ¿A dónde ha ido papá? – le preguntó. - Está tardando mucho.

 

-         Mm. Tenía que hablar con tus hermanos.

 

-         Ah. ¿Están en líos? Creo que están en líos – afirmó Kurt, respondiéndose a sí mismo. – Es que ayer los mayores se portaron mal. ¿Tú te metiste en líos también?

Blaine tardó en responder, seguramente sorprendido por lo directo que había sido mi hermanito, pero Kurt no siempre necesitaba un interlocutor partícipe. Cuando le daba por hablar, el enano tenía cuerda de sobra:

-         Oye, ¿mi padre te puede regañar a ti? ¿Y tu madre a mí?

 

-         Ehm…

 

-         Cole dice que no debo hacer esa clase de preguntas. Es que a mis hermanos les da vergüenza que los demás sepan cuando les dan en el culito.

 

-         ¿Y a ti no? – preguntó Blaine, con escepticismo.

 

Kurt se encogió de hombros.

 

-         Con mis hermanos no.

 

-         Pero… yo… yo no soy tu hermano…

 

-         Todavía – respondió Kurt, demasiado seguro de que aquel era un inconveniente temporal. – A Dylan no le hacen pampam nunca – le informó, cambiando de tema, como si fuera la secuencia más lógica del mundo. Sonreí ante la inocencia y la naturalidad del peque.

 

-         Mmm. ¿Y a ti? ¿Te metes en muchos líos?

 

Kurt soltó una risita tímida y escondió la cara en el brazo de Blaine.

 

-         Ah, con que sí te da vergüenza, después de todo – le chinchó y le hizo cosquillas.

 

La imagen me resultó muy tierna. Fue como ver un pedacito robado de una película. Una película con final feliz.

 

Me di cuenta de que no necesitaba entrar. Kurt estaba bien y Dylan también. Estaban… estaban en familia.

 

-         AIDAN’S POV –

Salí de mi cuarto para hablar con Holly sin preocuparme por oídos curiosos ni por despertar a los bellos durmientes.

-         Hola – saludé, al descolgar. Me sudaban las manos. ¿Se arrepentiría de haberme permitido tratar con su muchacho? ¿Pensaría que había sido muy duro? ¿Me odiaría?

 

-         Hola, mi amor – respondió, cálidamente. Solté el aire que había estado reteniendo.  - ¿Una mañana movida?

 

-         Eso es quedarse corto – resoplé.

 

-         ¿Blaine te dio muchos problemas?

 

-         Para nada. Tienes un chico muy especial. Yo… no sé si el te habrá contado… cómo fue. Ni si crees que me excedí… - murmuré. El silencio me hizo hablar más para llenar el espacio. - No me pareció que tuviera miedo, de corazón te lo digo, pero sé que para él tuvo que ser muy raro y…

 

-         Blaine me ha pedido que le prometa que algún día serás su padre – me cortó.

 

Me quedé sin habla y sin respiración. ¿De verdad? ¿De verdad Blaine quería que yo…?

 

-         Y no debería decírtelo, pero creo que es necesario para que entiendas lo mucho que significas para él – continuó. – La verdad es que asusta un poco. Si me paro a pensarlo, no te conoce tanto. Te ha idealizado por completo. Pero, por lo que me ha contado, la realidad no se aleja mucho de sus expectativas. Gracias por cuidar de mi pequeño, Aidan. Gracias por tratarle con tanto cariño.

 

Tenía un nudo en la garganta y ni siquiera era capaz de tragar saliva para intentar deshacerlo.

 

-         No… no tienes nada que agradecer. No es ningún esfuerzo. Desde que le conocí, su calidez fue abriendo agujeritos en mi pecho y ahora se ha instalado ahí con contrato de robo y todo.

 

Su risa me golpeó como un rayo de sol incluso a través del teléfono.

 

-         Todo un ladrón de corazones, mi bebé. Y mi novio es adorablemente cursi.

 

Todavía me sorprendía al escuchar expresiones como “mi novio”.

 

-         No soy cursi – me indigné.

 

-         Sí eres – replicó, de buen humor. – Y así te quiero, con azúcar y todo. Cada vez entiendo más por qué tus hijos son tan comestibles.

 

Me ruboricé un poco y me alegré de que ella no pudiera verlo. Holly despertaba un lado de mí que no conocía: el del adolescente enamoradizo y vergonzoso.

 

-         Comestibles y desobedientes. Harry, Jandro y Michael sabían de sobra que no podían beber.

 

-         Típica travesura de la edad – me dijo Holly.  -  … ¿Qué tal estás?

 

Me sorprendió la pregunta y la intensidad con la que la hizo.

-         Bien… Aliviado de haber terminado con el papel de ogro.

 

-         La próxima vez, revisaré la mochila de Blaine – bromeó. Yo sonreí ante la idea de que hubiera “próxima vez”. – Aunque creo que, de no haber podido llevar la botella, habría buscado otra forma. Cuando se le mete una idea en la cabeza, no hay quien se la saque.

 

-         Me recuerda a ciertos chicos que conozco – me reí. Especialmente a Ted y a Michael. Ellos eran quizá los más cabezotas, aunque en diferentes formas.

 

-         Tienen un peligro… Te das cuenta de que estamos en clara minoría, ¿no? Nos superan en número por más de diez veces.

 

-         Estamos perdidos – me reí. – Mejor que no se den cuenta.

 

-         Oh, ya se dieron cuenta. Siempre van un paso por delante.

 

Hablamos un rato más sobre lo fácil que lo tenían siendo ellos tantos y nosotros tan pocos y después le conté que Barie se había fisurado el dedo y que Harry estaba incubando algo. Quedamos en que le devolvería a Blaine después de comer y nos despedimos.

 

“No me odia. No me odia y Blaine… Blaine me quiere”.

 

“Holly también te quiere”.

 

Me dejé flotar en una nube durante un rato y luego entré de nuevo a mi cuarto para visitar al enfermito. Harry seguía durmiendo plácidamente. Me acerqué a colocar sus sábanas y me pareció que su piel estaba algo caliente al tacto. Quería ponerle el termómetro, pero me dio pena despertarle así que lo pospuse y me limité a darle un beso. 

 

Zach, Michael y Alejandro dormían también, ocupando mi cama entera, estirándose todo lo que el espacio les permitía. Observé sus rostros pacíficos y tranquilos y sentí una repentina oleada de calor naciendo de mi pecho, como un instinto de protección y un cariño inmenso hacia esos cuatro niños y niños grandes.

 

“Vale, tal vez sí soy un cursi” admití.

 

Me fui a hacer la comida, pero primero eché un vistazo a mis demás hijos, para ver en qué andaban. Alice y Hannah estaban jugando con varios muñecos. Cole, por supuesto, estaba leyendo. Madie estaba con el móvil y Barie escribiendo algo.

 

-         Princesa, se supone que esa mano tiene que descansar, no hacer esfuerzos. ¿Son deberes? Puedo hacerte una nota. Te has aplastado los dedos, tus profesores entenderán que no puedas escribir.

 

-         Mmm – respondió, no muy segura. – No son deberes. Es la redacción que nos mandaste ayer…

 

Tardé un segundo en recordar a qué se refería. Barie y Madie se habían grabado en Facebook haciendo un baile sensual y yo les había mandado un trabajo sobre lo que eso implicaba y los riesgos que tenía. Les había dicho que les daría unos artículos con información al respecto, pero con la fiesta de los trillizos, la acogida de Blaine y el follón de noche que habíamos tenido, no había habido ocasión.

 

-         Cariño… Ya lo harás. Qué obediente es mi princesa – susurré, y me acerqué para acariciarle el pelo. - No quiero que te hagas daño.

 

-         Es que… me gustaría quedar con Mark mañana, papi…

 

-         Y podrás hacerlo, hija. No te castigué sin salir y no lo haré porque no me entregues la redacción. Tienes excusa.

 

-         Yo me solidarizo con ella, papá – me dijo Madie.

 

-         Buen intento, mocosita, pero no cuela. Tú sí que tienes que hacerla, hoy mejor que mañana.

 

-         ¡Jo! – protestó.

 

Me acerqué a darle un beso y a hacerle cosquillas.

 

-         Vamos, princesa.

 

-         Buh.

 

-         Buh – respondí, intentando contener una sonrisa por su protesta infantil.

 

Me fui a la cocina y me concentré en preparar la ensalada de patata mientras escuchaba el sonido de la batería de fondo. Kurt, Dylan y Blaine estaban dando todo un concierto y, según creía, Ted también estaba con ellos.

 

Por lo que Holly me había contado, casi todos sus hijos tocaban instrumentos. Mi mente fantaseó con una casa llena de pianos, guitarras, violines y baterías. Los tapones para los oídos serían sin duda una buena inversión. Por el momento no sentía nada más que alegría ante la perspectiva de un hogar lleno de música, niños y risas, pero estaba bastante seguro de que tras solo diez minutos de concierto empezaría a verle el lado negativo.

 

“No solo son los instrumentos. Entre Holly y tú tenéis diez niños menores de diez años. Juntarlos a todos en una sola casa sería una locura. Habría muchos conflictos, muchos problemas de espacio e intimidad y…”

 

“Dejé de escuchar en ‘juntarlos a todos’. Shh. Calla, cerebro. No me arruines esto”.

 

Mi parte racional rezumaba exasperación, pero yo sonreía a medida que una serie de imágenes de futuros posibles se me pasaban por la cabeza.

 

Terminé la comida y fui a llamar a mis hijos. Empecé por los instrumentistas del garaje.

 

-         ¡Papi! – me saludó Kurt, y vino corriendo hacia mí.

 

“Que nunca se canse de hacer eso” deseé.

 

-         Hola, campeón.

 

-         ¡Papi, ya sé tocar!

 

-         Ya te he escuchado, peque. Suena muy bien – le alabé.

 

-         ¡Pero no sabes si era Dylan o era yo! ¡Mira, mira, ven!

 

Me arrastró hasta la batería y se subió en el taburete. Le escuché tocar durante un par de minutos y luego, por justicia, tuve que hacer lo mismo con Dylan. Ver a mi enano especial tan metido en una actividad nueva me emocionó. Dylan no había mostrado interés hacia la música antes, más bien parecía que le molestaba.

 

Les felicité y miré a Blaine lleno de agradecimiento, por haber estado entreteniendo a mis peques.

 

-         ¿Quién tiene hambre? – pregunté y Dylan levantó la mano. Kurt fue más cauteloso, pues su hambre solía depender de la comida que hubiera y si le gustaba. – Pues venga, a la mesa. Papá va enseguida. Voy a buscar a vuestros hermanos. Pensé que Ted estaba aquí también.

 

-         No le hemos visto – me informó Blaine.

 

-         Estará en el jardín. A veces va allí cuando quiere estar solo.

Dejé a Ted para el final y fui avisando a los demás. Desperté a mis bellos durmientes y Harry estaba ultra mimoso, lo que me indicó que aún se encontraba mal, descartando cualquier posible malestar tardío por la bebida.

-         Pobrecito mi enano. Te voy a traer un poco de manzanilla, ¿sí? No creo que debas comer, mi amor, te puede sentar mal y vomitar otra vez.

 

Harry asintió y se acurrucó entre las mantas.

 

-         ¿Ya no estás enfadado? – me preguntó.

 

-         Uy, eso se me pasó hace mucho. Ni me acuerdo ya – le aseguré y le di un beso.

 

 

-         Pues yo sí me acuerdo – protestó Alejandro.

 

Le di un golpecito con la almohada para que se levantara, porque además le tocaba en el turno de poner la mesa.

 

-         Venga, gruñoncito. Preparé una de tus comidas favoritas.

 

-         ¿Sí? ¿El qué? – se interesó.

 

-         Ensalada de patatas. Y de segundo hay albóndigas.

 

-         ¡Genial!

 

Jandro, Michael y Zach bajaron al comedor y Harry quiso bajar también, aunque no fuera a comer. Solo me quedaba localizar a Ted.

 

Fui al jardín, pero no le encontré. Capté algo por encima de la valla y le descubrí en la calle, limpiando su coche y de paso el mío, lo que era genial, porque yo nunca tenía tiempo.

 

-         Muchas gracias, canijo. No tenías por qué hacerlo.

 

-         No me importa.

 

-         ¿Terminaste? Ya está la comida.

 

-         ¡Genial! ¡Me muero de hambre! – exclamó.

 

-         Cuándo no – me reí y le acompañé dentro de casa. – Lávate las manos – le dije, y el rodó los ojos, como siempre que le recordaba algo que él consideraba que no era necesario recordar. Me podía la costumbre, estaba habituado a dar cientos de instrucciones al día, con tantos peques.

 

Minutos después, estábamos sentados en la mesa y me alegró comprobar que el menú fue un éxito rotundo, pues todos mis hijos comían con apetito. Blaine, sin embargo, apenas lo había probado.

 

-         ¿No te gusta? – pregunté y él se puso tenso, visiblemente avergonzado.

 

-         No, no, ¡está muy rico! Es que no tengo hambre.

 

Fruncí el ceño. Le había escuchado algunos comentarios a Holly y había podido comprobar en nuestras salidas a los restaurantes que Blaine siempre tenía poco apetito. Scarlett también. Sabía que eso le preocupaba bastante a Holly, pues siempre era una pelea conseguir que comieran lo suficiente.

 

-         No comes nada desde ayer por la tarde. Al menos la ensalada te la tienes que terminar – decreté.

 

-         Pero no me entra…

 

-         Puedes tardar todo lo que necesites, pero de aquí no te levantas hasta que vea que has comido.

 

“Epa. ¿Estás seguro de que puedes hablarle así?” me dije.

 

“Bueno, ya lo hice. Considero que después de lo de hoy quedó claro que le puedo regañar”.

 

Blaine puso un mohín muy gracioso, que en su cara aniñada le hizo parecerse mucho a Barie cuando se enfadaba. De pronto empecé a encontrar ciertas similitudes físicas entre los dos, como el color y la forma de los ojos, y esa dulzura que ambos desprendían.

 

-         Sí, señor – murmuró.

 

-         Aidan – le corregí.

 

Me sonrió tímidamente y se llevó el tenedor a la boca con un suspiro, como si le supusiera un esfuerzo titánico. Todavía estaba batallando con la ensalada cuando le serví las albóndigas a los demás. Alice me pidió ayuda para partirlas y fue mientras me concentraba en eso cuando la locura se desató. Una albóndiga pasó volando a mi derecha para aterrizar en el plato de Hannah. Después, otra cruzó en sentido contrario, e impactó contra la camiseta de Kurt.

 

-         ¡Eh! ¡Pero bueno! ¿Qué es eso de tirarse comida? – regañé, sonando más enfadado de lo que pretendía, por la sorpresa.

 

Mis dos peques se quedaron congelados y ninguno me respondió. Sostuvieron mi mirada con labios temblorosos y respiré hondo.

 

-         No se juega en la mesa y no se juega con la comida.

 

-         Perdón, papi – susurró Kurt.

 

-         Última vez, ¿eh?

 

Los dos asintieron con pucheros idénticos y ya no hubo más percances hasta el momento en el que me levanté para servir el postre. Aprovecharon ese momento para comenzar otra guerra de comida, una en la que también participaron Alice y, por asombroso que parezca, Zach.

 

-         ¡Será posible! ¿Qué os he dicho hace un rato?

 

-         ¡Esta vez empezó Alice, papá! – me dijo Kurt.

 

-         Me da igual quién empezara, dije que nada de jugar con la comida. Os habéis quedado sin postre, los cuatro.

 

Los ojos de Kurt se aguaron y rebosaron en cuestión de segundos, pero no me iba a dejar camelar. Habían ensuciado todo y en verdad eso era lo de menos. Tenía que enseñarles modales básicos y a no tirar los alimentos.

 

-         Papiiii – protestó Hannah.

 

-         La próxima vez hazme caso, princesa.

 

Kurt estiró los bracitos hacia mí y me acerqué para darle un abrazo. No le bastó con eso y se colgó de mi cuello, quedando flácido para que le levantara. Mocosito mimado. Le complací y besé su mejilla, pero después le volví a sentar y fui a hacer lo mismo con Hannah, para que no se sintiera desplazada. Ella correspondió mi abrazo con un puchero.

 

-         Pampam no – murmuró.

 

-         No, pampam no, aunque podría, ¿eh? Os acababa de regañar por lo mismo.

 

-         Perdón…

 

-         Perdonada, cariño.

 

La senté en su sillita y fui con Alice, pero ella no aceptó mi abrazo y me apartó. Lo acepté, aunque doliera, porque no era cuestión de forzar las muestras de cariño y menos cuando estaba así de enfadada. Serví las natillas para los demás y entonces Alice empezó a llorar.

 

-         ¡Yo quiero!

 

-         Lo siento, pitufa. No se juega en la mesa ni se tira la comida, por eso no hay postre.

 

-         Snif…. ¡Malo! ¡Yo quiero! ¡BWAAAAA!

Esperé a que se le pasara el berrinche, pero lejos de pasarse, fue a más. Se bajó de su silla y se tiró al suelo, gritando y revolviéndose. Seguí con la táctica de ignorarla, hasta que empezó a dar patadas a la silla de Cole, haciendo que este se retirara un poco para que no le diera en las piernas.

-         Alice, basta.

 

-         ¡YO QUIERO, YO QUIERO, YO QUIERO! – pataleó.

La levanté del suelo, coloqué su silla de cara a la pared y la senté de espaldas a nosotros. Alice siguió llorando, pero no se movió de allí. Tiempo atrás había comprendido que eso no servía de nada y que no debía levantarse cuando estaba en el rincón.

Fue difícil desatender sus berridos, pero me puse a hablar con los demás como si no pasara nada. Blaine resultó muy colaborativo con eso, seguramente tenía experiencia por sus hermanos pequeños.

-         ¿Las hiciste tú? – preguntó, señalando las natillas.

 

-         Sí, las hice el otro día. Siempre hago de más porque nos encantan. ¿Terminaste tu ensalada?

Asintió, y me fijé en su plato vacío, así que le serví un vaso con las natillas. No había tomado albóndigas, pero había tomado un plato completo. Algo es algo.

Al parecer, a él también le gustaron mucho y me apunté un tanto, porque aunque no me consideraba un pésimo cocinero, ese era un campo en el que siempre había querido mejorar.

Alice se cansó de llorar tras un par de minutos y, cuando su llanto se transformó en hipidos, la saqué de la esquina.

-         Papá te dejó sin natillas porque te portaste mal. Pórtate bien en la cena y tendrás fresitas.

 

-         Snif…

Alice se frotó los ojos y me agarró de la cintura. Entendí el mensaje y la alcé, dejando que apoyara la cabeza en mi hombro. No me pasó inadvertida la forma en la que Blaine nos miraba. Me sentí estudiado, como si cada interacción con mis hijos estuviera siendo sometida a un intenso escrutinio, pero su expresión me indicaba que de momento no había suspendido el examen.

Cuando terminamos de comer hubo estampida general hacia el salón y me mató ser el aguafiestas, pero Blaine tenía que volver a su casa. Las protestas fueron inmediatas, pero la de Kurt fue la más audible.

-         Vendrá otro día, campeón. O iremos nosotros. Pero tiene que volver con su familia.

 

-         ¿Y por qué no te casas ya y su familia somos nosotros? – me exigió.

 

Caramba, lo tenía claro el enano.

 

-         Apoyo la moción – secundó Blaine.

Le miré y le sonreí.

-         Todo a su debido tiempo – respondí. Barie, Blaine y Kurt emitieron idénticos grititos emocionados. Cuando les veía así de emocionados, no parecía una decisión tan complicada.

Mi intención era llevar a Blaine a su casa yo solo, pero varios de mis hijos se empeñaron en venir con nosotros. Nos despedimos con un abrazo y todavía le notaba tenso al contacto, como si estuviera esperando que en cualquier momento le separara.

-         Adiós, soldadito. Pórtate bien.

Me sonrió.

-         Lo intentaré, pero no prometo nada – replicó. Los gemelos y él compartían ancestros, alguien tendría que hacer un estudio genético. La misma caradura adorable. El mismo poder para derretirme.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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