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martes, 27 de julio de 2021

CAPÍTULO 137: Soy como ellos

 

CAPÍTULO 137: Soy como ellos

Me quedé con mis hermanitos pequeños mientras papá hablaba con los mayores. Tenían mucho sueño, así que me di prisa en partir unas manzanas como había dicho Aidan y se las llevé en un cuenquito al sofá.

-         Ahuuum. Tete, quiero dormiiiir – protestó Hannah.

 

-         Ya, enana, en seguida vamos a la cama. Toma un poquito de manzana, ¿sí?

 

Le gustaba la fruta, así que cogió un pedacito y lo masticó, mientras se frotaba los ojos con la mano libre. Kurt hizo lo mismo con movimientos casi idénticos, sacándose las gafas, que se le cayeron al suelo. Las recogí y las dejé sobre la mesita.

Me senté cerca de ellos y Alice gateó sobre el sofá hasta alcanzarme y subirse encima de mis piernas. Me ofreció un trocito de manzana y se lo acepté con una risita. Estar con los peques me ponía el corazón blandito. Eran dulces, inocentes e indefensos y activaban mis instintos protectores.

-         Ted – me llamó Kurt. No me estaba mirando, sino que jugueteaba con los cordones de su zapato como si estuviera pensando en quitárselos.

 

-         Dime – respondí, al ver que no decía nada más.

 

-         A papá no le va a pasar nada malo, ¿verdad?

 

Parpadeé, confundido.

 

-         ¿A qué viene esa pregunta? – me extrañé, pero después lo comprendí: el protagonista del musical que habíamos visto aquella tarde se quedaba huérfano. Tal vez había soñado con eso en el coche. – A papá no va a pasare nada, peque.

 

-         No me quiero quedar solito – susurró, con un puchero.

Au. Cosita vulnerable.

-         Tú nunca te vas a quedar solito, Kurt. Papá no se va a ir a ningún lado. Y me tienes a mí. A Michael. A Jandro. A todos. Jamás te dejaremos solo – le prometí.

 

Estiré los brazos para agarrarle y le senté al lado de Alice, cada uno en una de mis piernas. Kurt me abrazó y apoyó la cabeza en mi hombro.

 

-         No quiero que le pase nada a papá.

 

-         No le va a pasar nada – le prometí. Acaricié su espalda, pero Kurt no pacía tranquilizarse.

 

-         Algún día sí – murmuró. – Algún día se irá al cielo como tu mamá.

 

Doble au.

 

-         Pero para eso queda mucho, mucho tiempo, enano. No pienses en eso ahora – le dije y le estampé varios besos en la coronilla, haciéndole reír un poquito. – Ah, eso está mejor. ¿Qué es eso de estar tristes después de un día tan bonito como el de hoy? Venga, peques. Terminaros eso y vamos a lavarnos los dientes.

 

Mientras mis hermanitos se acababan su cena improvisada, me quedé pensando en lo que había dicho Kurt y una vez más constaté lo mucho que él y yo nos parecíamos. Cuando tenía su edad y empecé a reparar en lo que realmente significaba que mi madre “estuviera en el cielo”, me pregunté qué pasaría si Aidan se iba también. No tenía ninguna “familia de repuesto” con la que quedarme y de todos modos no había nadie con quien quisiera estar si no era con papá. 

 

Afortunadamente, nunca había tenido que preocuparme seriamente por verme separado de papá. Mi vida, pese a todos los altibajos sufridos por culpa de Andrew y de Greyson y de otros factores sin culpables, había sido bastante sencilla.

 

No pude ahondar en ese pensamiento porque en ese momento vi a Michael bajando las escaleras con una bolsa en apariencia muy llena.

 

-         ¿Qué pasa? – pregunté, pero me ignoró, terminó de bajar y caminó hacia la salida. - ¡Eh! ¡Michael, espera! ¿Qué haces?

 

-         ¿A dónde vas? – le preguntó entonces Hannah.

 

Michael la miró por un segundo y después apartó la vista. Estiró el brazo hacia el picaporte de la puerta y yo me puse de pie tan rápido que casi tiro a Kurt y a Alice que seguían encima de mí.

 

-         ¿Estás huyendo? – me horroricé. ¿Se iba? ¿Se… estaba escapando?

 

-         No seas dramático, Ted. Solo voy a dormir fuera esta noche – replicó.

 

-         ¿Lo sabe papá? –  inquirí y no hizo falta que contestara porque ya sabía que la respuesta era no. – Entonces estás huyendo – afirmé. - ¿De verdad crees que eso te va a funcionar?

 

-         No sé de qué me hablas. Voy a dormir con un amigo.

 

-         ¿Ah, sí? ¿Con cuál? – dije, con sarcasmo, lo cual admito que fue algo cruel, pero era cierto: Michael no tenía amigos todavía.

 

-         Con una tía, ¿vale? – bufó, claramente de farol.

 

-         ¿Michael tiene una tía? – se extrañó Hannah. - ¿Es nuestra tía también? ¿Es la hermana de papá?

 

-         No, enana, no es eso, solo está buscando la manera de meterse aún en más líos – declaré, fulminando a Michael con la mirada. ¿En serio estaba planeando irse para librarse de la bronca? ¿Es que no se daba cuenta de que con eso empeoraba las cosas como mil veces?

 

Puse los ojos en blancos y me adelanté para quitarle la mochila.

 

-         ¡Eh! ¿Qué haces? ¡Suelta eso!

 

-         Sí, lo voy a soltar, encima de tu cama – repliqué, mientras me dirigía hacia las escaleras.

 

-         ¡Tú no lo entiendes!

 

-         Uf, ¿qué llevas aquí? ¿Plomo? – resoplé, porque pesaba bastante. – Claro que lo entiendo, la cagaste en el teatro, papá no está contento, y por un segundo desaparecer te pareció buena idea, todos hemos estado ahí, pero llegar a preparar una mochila y todo, francamente, Michael, no…

 

-         ¡Tú no lo entiendes! – repitió, más fuerte esta vez, y más desesperado, así que pensé que tal vez me estaba perdiendo de algo. ¿Papá ya había hablado con él? ¿Habían discutido?

 

-         ¿El qué no entiendo? – pregunté, ya en el último escalón y escondiendo la mochila tras mi espalda por si acaso intentaba quitármela.

 

-         ¡Me he convertido en ellos!

 

-         ¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? ¿En quién se supone que te has convertido?

 

“Vale, ahora sí que no entiendo nada”

 

Michael no me respondió, pero se le veía de veras alterado.

 

- Escucha, sea lo que sea, salir así no es la solución. Y aquí llevas demasiadas cosas para irte solo una noche. ¿A dónde pensabas ir?

 

Mi hermano apartó la mirada.

 

-         Estáis mejor sin mí.

 

La realidad de que aquello era más que un intento de salvarse de una bronca me golpeó de repente. Michael quería escaparse. Quería escaparse de verdad.

 

-         ¿PERO QUÉ CHORRADAS DICES? ¿MEJOR SIN TI? ¡NADIE AQUÍ ESTARÍA MEJOR SIN TI! ¿Es que quieres matar a papá? ¿Es eso? ¿Primero le sacas una úlcera en el teatro y ahora le quieres matar de un disgusto?

 

-         No, yo… Escucha…

 

-         ¡No, escucha tú! ¡Papá no estaría mejor sin ti! ¡Hannah no estaría mejor sin ti, ninguno de nuestros hermanos lo estaría! Rayos, incluso el gato te echaría de menos – le increpé, ansioso y alterado de pronto, porque después de vivir varios meses con nosotros Michael aún no supiera el lugar que ocupaba en mi familia.

 

-         Es evidente que esto no se me da bien y que yo… yo solo soy diferente, ¿vale, Ted? No encajo y…

 

-         ¿¡Que no encajas!?  Encaja esto, gilipollas – le grité, solté la mochila, y le agarré de la camiseta, para que no tuviera escapatoria y me mirase directamente a los ojos. - ¡YO NO ESTARÍA MEJOR SIN TI!

 

Hubo un segundo de silencio mientras Michael me miraba fijamente y entonces…

 

-         ¿Qué ocurre? ¿Os estáis peleando? – preguntó papá, desde el pasillo.

 

Por puro instinto, solté a Michael y me separé de él. Mi hermano, por su parte, le dio una patada a la mochila intentando esconderla, pero no había dónde y con ese movimiento más bien logró hacer aún más evidente su presencia.

 

 

-         AIDAN’S POV –

 

“Más peleas no, por favor” pensé, con el corazón en un puño al ver a mis dos hijos mayores al borde de las escaleras en una actitud que indicaba algún tipo de enfrentamiento. La idea de que Michael pudiera dar un mal paso y caerse de espaldas por los escalones me aterraba...

Entonces reparé en la mochila. Estaba tan desubicado y falto de contexto que al principio pensé que habían escondido algo ahí. Me acerqué a ver qué había dentro y la reacción de Michael me preocupó, pues se puso muy nervioso.

“Una mochila. A estas horas…”

Empecé a tener más claro lo que estaba pasando y me apresuré en abrir la bolsa. Había ropa, y zapatos, y la serpiente de goma que le regaló Kurt, y la talla de madera que le hice por Navidad, y el peluche del acuario que teóricamente era de Ted, Kurt y Michael, y un dibujo que le había hecho Hannah…

“En otras circunstancias, me enternecería que su equipaje esté formado por estas cosas” pensé, pero no había tiempo para enternecerse. El pánico no dejaba cabida a ninguna otra emoción.

Me obligué a respirar hondo y entonces me invadió una fría y peligrosa calma.

- ¿Ibas a algún lado? – susurré. Se rascó el brazo sin decirme nada. – Respóndeme. ¿Pensabas salir?

- Yo… esto… esto…

Michael no fue capaz de articular nada más.

-         Porque, hasta donde yo sé, tú tenías que estar esperándome en tu cuarto – continué. Después, suspiré. – No importa cómo de grande sea el lío en el que te metas, Michael, saldremos de él juntos, pero no puedes irte. Bajo ningún concepto. Eso no te ayudará en nada, solo complica las cosas – le dije. Esperé alguna clase de respuesta o signo de aceptación, pero no obtuve nada, así que proseguí: - Ve a mi cuarto, hijo. Yo voy ahora.

 

“En cuanto mi corazón recuerde cómo latir a un ritmo normal”.

 

 Por suerte, Michael me hizo caso. Con un último vistazo hacia la mochila, se retiró rumbo a mi habitación.

 

-         Estaba diciendo muchas tonterías, papá. No se iba solo para librarse, le pasa algo más – me informó Ted.

 

Con una falsa pose de seguridad, me agaché a recoger la mochila, pero las piernas me temblaban y no logré engañar a Ted, que me agarró del brazo.

 

-         Está bien, papá. No se ha ido – me tranquilizó.

 

Asentí, pero en ese momento fui consciente de que Michael sabía cómo desaparecer. Si había huido de la policía, realmente podía esconderse de mí si así lo deseaba. No pensé que pudiera llegar a desearlo. Creí que éramos una familia consolidada… Pero, si me paraba a pensar, Michael ni siquiera llevaba un año con nosotros todavía.

 

Había sido un día muy largo y estaba haciendo gala de todo mi autocontrol para no perder los nervios.

 

-         ¿Podrías llevar esto a vuestro cuarto? – le pedí a Ted, señalándole la mochila. - ¿Comieron algo los enanos?

 

-         Sí, manzana. Ahora les acuesto – me dijo y pareció dudar antes de añadir algo más. – Kurt está un poco sensible, así que igual quiere dormir contigo.

 

-         ¿Qué le pasó? – pregunté, preocupado.

 

-         Nada, solo se quedó pensativo por el argumento del musical… Quería que le asegurase que no va a pasarte nada malo.

 

-         Iré a hablar con él – decidí. Cosita tierna. Ojalá tener el don de multiplicarme…

 

-         Mejor ve con Michael, pa. Los enanos están bien. No puedes dividirte, y él te necesita más ahora. Cuando Kurt acabe de cenar, le ayudo con el pijama y te lo dejo listo para que lo llenes de mimos.

Una vez más, me sorprendió la facilidad con la que Ted podía leerme la mente. Le hice una caricia en el brazo y luché por desprenderme de la culpabilidad de necesitar tanto su ayuda.

Pese a todo, no fui directamente a mi cuarto, sino que primero pasé por el de Dylan, para ayudarle con la ducha. Valoré el riesgo de hacerlo, me preocupaba que Michael intentara marcharse de nuevo, pero tenía mucho en qué pensar, sentía que algo se me estaba escapando y además era verdad que Dylan tenía que ducharse. Con él no podía hacer como con los más pequeños y posponerlo por un día, porque no reaccionaba bien a los cambios de horario no previstos.

-         ¿Ya lo tienes todo listo? – le pregunté a mi peque.

Dylan asintió. Había organizado meticulosamente su pijama -mejor doblado que el de alguno de sus hermanos mayores-, sus chanclas y un elemento nuevo: un patito de goma que a veces utilizaba con Alice. Dylan me miró mordiéndose el labio, en lo que me pareció un gesto de inseguridad, aunque con él nunca se sabía.

-         ¿Quieres jugar con el patito? – dije, para cerciorarme. – Para eso hay que darse un baño en lugar de una ducha – le advertí, aunque ya imaginé su respuesta:

 

-         ¡No! ¡Ducha!

 

A Dylan no le gustaba bañarse. Curiosamente, no tenía problema con las piscinas. El conflicto parecía estar en el hecho de sumergirse en agua templada o caliente pero no iba a bañarle en agua fría para que cogiera un catarro.

-         Se juega mejor en un baño, campeón. No pasa nada, te lleno la bañera y…

Dylan me interrumpió al tirar el patito violentamente contra el suelo. El juguete rebotó, pero no se fue muy lejos.

-         ¡Ducha!

Suspiré. Me agaché a su lado y evité el movimiento natural de agarrarle las manos como hacía con mis demás hijos, porque sabía que con él solo serviría para alterarle.

-         Está bien, puedes darte un baño o una ducha, lo que tu prefieras, Dylan. Pero no se tiran las cosas.

 

-         Ducha – insistió.

 

-         Sí, ya entendí. Vamos al baño, campeón.

 

-         ¿Y el patito?

 

Lo medité durante apenas unos segundos. En verdad no era un gran problema si se lo llevaba a la ducha, pero aquel me pareció un buen momento para afianzar patrones de conducta y ayudarle a mejorar el manejo de emociones.

 

-         No, el patito se queda, porque lo tiraste al suelo y ahora está triste.

Dylan me miró con un rostro inexpresivo y después se agacho a darle un toquecito al juguete, casi como si fuera un pato de verdad y quisiera hacerle una caricia.

-         Lo siento – susurró y dejó el patito sobre la cama.

Le sonreí y le acompañé al baño. Le di algo de intimidad para que se desvistiera y me quedé cerca por si necesitaba mi ayuda. Con él no tenía que estar tan pendiente como con sus hermanos más pequeños, así que mi mente enseguida vagó hacia Michael y a su extraño comportamiento de hacía un rato. Ted decía que no había sido solo un intento de librarse de una bronca, sino que había algo más bajo la superficie y yo pensaba lo mismo, porque no era la primera vez que Michael se metía en problemas y nunca había reaccionado así. Una vez logré convencerme de que mi hijo no me temía, intenté buscar posibles explicaciones, pero sin demasiado éxito. Se me estaba escapando algo, estaba claro.

Una repentina salpicadura de agua tibia me sacó de mis pensamientos. Dylan se llevó una mano a la boca para tapar una carcajada, con un aire travieso que no era propio de él. Me alegró tanto verle reír, verle jugar como cualquier niño de su edad…

-         ¡Oye! ¿Qué es eso de mojar al papá? – me indigné falsamente y su sonrisa desapareció. No se le daba bien interpretar los estados de ánimo, así que no captó que estaba de broma. Evaluando la situación y consciente de qué juegos toleraba y cuáles no, le quité la alcachofa de la ducha para apuntarle con ella como si fuera una pistola. Dylan rio con fuerza mientras el agua le caía en el cuello y el pecho.

Jugué con él un rato más, disfrutando de aquel momento robado. No eran muchas las ocasiones que tenía de conectar con Dylan, de pasar el rato con él sin medir cada palabra o cada movimiento.

Para cuando acabó de ducharse el baño estaba hecho un desastre, pero había merecido la pena. Le envolví en una toalla y usé otra para secarle el pelo, ya que el secador era un gran “no” para él. Le alteraba mucho el ruido del aparato tan cerca de sus oídos.

Le dejé en su cuarto para que se vistiera y le pregunté si necesitaba mi ayuda para algo.

-         Necesito ayuda p-para llegar al estante de a-arriba – me informó.

 

-         Oh. ¿Qué quieres coger? Yo te lo bajo, campeón.

 

-         No q-quiero nada.

 

-         ¿Entonces? – me extrañé.

 

-         Me has p-preguntado si necesito ayuda p-para algo, y necesito ayuda p-para llegar – insistió. – También p-para abrir los r-refrescos y p-para atarme los c-cordones.

Me mordí el labio para no sonreír ante su literariedad.

-         Me refería a ahora mismo, campeón. Si te surge algo pídeselo a Ted, ¿bueno? Yo tengo que hablar con Michael.

Dylan no me respondió, ni verbal ni gestualmente, pero se sentó en su cama y cogió los pantalones del pijama, así que lo interpreté como que podía apañárselas. Cuando me dijeron que mi hijo estaba dentro del espectro autista, tuve mucho miedo y muchas preguntas, pero conforme pasaba el tiempo me daba cuenta de que había tenido mucha suerte, porque Dylan era bastante funcional. Yo le habría querido en toda circunstancia y con todos los grados de autismo, pero su vida sería mucho más complicada si fuera por completo incapaz de comunicarse.

Sin más excusas para seguir retrasándolo, por fin caminé hasta mi cuarto, en donde me esperaba Michael. Alejandro se había ido al otro baño y todavía se estaba duchando.

Por mi habitación debía de haber pasado un huracán, que había deshecho mi cama, tirado la colcha y las sábanas al suelo. Michael estaba recogiéndolas justo cuando entré. Se me quedó mirando fijamente con las manos todavía cargadas con la ropa, la vida imagen de la expresión “pillado con las manos en la masa”.

-         Se me cayó – susurró, como torpe explicación.

 

-         Sí, estoy seguro – respondí con sarcasmo. Más bien lo había tirado en un pequeño acto de furia.

 

Por lo menos ahora se le ve tranquilo”.

 

-         Siéntate – le pedí. – Tenemos mucho de qué hablar.

Michael me complació y me observó, expectante. Creo que trataba de averiguar cómo de enfadado estaba.

-         Empecemos por la escena de hace un rato. ¿Quieres contarme qué pretendías? ¿A dónde pensabas ir? ¿Dónde ibas a pasar la noche? – interrogué, pero Michael se limitó a encogerse de hombros. – Voy a necesitar una respuesta mejor que esa.

 

-         No sé qué quieres que diga.

 

No me pasó inadvertida la forma en la que se encogía sobre sí mismo. Michael no estaba siendo desafiante, tan solo estaba angustiado. Me acerqué a él y levanté su barbilla.

 

-         ¿Por qué intentaste irte? ¿Tenías miedo de hablar conmigo sobre lo que pasó hoy en el musical? – le pregunté, directo al grano.

 

-         Sí – susurró. Cerré los ojos e intenté sobreponerme. Una de mis peores pesadillas se había hecho realidad. – Pero no por lo que tú crees.

 

“¿Oh?”

 

-         No tengo miedo de ti – aclaró y eso me permitió respirar un poco.

 

-         Me alegro, campeón. Sé que no te gustan mis decisiones cuando me toca ser el malo, pero…

 

-         Tampoco le tengo miedo a “tus decisiones” – me interrumpió, utilizando mis palabras de forma eufemística. De nuevo, su tono no me indicaba que estuviera siendo desafiante o altanero, tan solo me estaba hablando con sinceridad. – No es la primera vez que me meto en líos y ya sé qué esperar.

 

Aquello sonaba lógico y por eso no entendía qué estaba pasando. Si no era miedo a mi posible enfado, ¿cuál era el problema?

 

-         ¿Entonces? – le animé.

 

Michael se removió, incómodo.

 

-         ¿No podemos simplemente dejarlo estar? – murmuró.

 

-         ¿Dejarlo estar? ¿Te refieres a ignorar que preparaste un equipaje, el cual llenaste de recuerdos de esta familia como si no fueras a volver? No, no podemos – le aseguré. – Tenías miedo de algo y al parecer no era de mí, así que necesito saber de qué se trata para poder solucionarlo.

 

-         No puedes solucionarlo.

 

-         ¿Por qué estás tan seguro?

 

-         ¡Porque sí! ¡Porque yo no tengo arreglo! – exclamó, frustrado, y después respiró hondo. – Cinco personas en un baño… Me he convertido en ellos.

 

Era tan obvio que no entendía cómo no había visto antes el paralelismo. Los animales que le hicieron daño… que le violaron, Aidan, llámalo por su nombre… los animales que lastimaron a mi hijo en formas que recién empezaba a comprender, también habían sido cinco en un baño cerrado, del que Michael no había tenido escapatoria. La similitud era evidente, pero aún así no terminaba de entenderlo. ¿Se estaba comparando con ellos?

 

Mi confusión debió de reflejarse en mi cara, porque Michael decidió explayarse y una vez comenzó no se detuvo hasta terminar de sacarse sus inquietudes del pecho.

 

-         Cuando Blaine dijo que ese chico abusó de Leah, lo vi todo rojo. No pensé en nada, solo… quería venganza. Y después llegaste tú y lo noté en tu mirada: la sorpresa y el horror, como si hubiéramos hecho algo imperdonable. Me enfureció que te pusieras de su parte, pero entonces, mientras te esperaba vi tu estúpido libro – bufó. Intuí que se refería al que le había regalado por Navidad. – Y eso me hizo pensar que… ellos también eran cinco. Y ahora yo soy como ellos. Eso sí que no puedo soportarlo y vosotros no tenéis por qué soportarlo tampoco.

 

-         Escúchame bien, Michael. No eres ni remotamente parecido a esos desgraciados. Quítate eso de la cabeza, porque no es cierto. Sí, erais cinco contra uno en un baño y lo que hicisteis no estuvo bien, ya hablaremos sobre eso, pero son situaciones completamente diferentes.

 

-         ¿Y en qué se diferencian exactamente?  - replicó. - No le hicimos nada sexual, pero le golpeamos y le humillamos de otras maneras.

Abrí la boca para responderle y después la cerré. No sabía cómo hacerle ver que se equivocaba sin restarle importancia a lo que habían hecho. Ese niño podía haber muerto y lo que hicieron tipificaba como delito, por más que fuera uno corriente. Hay muchas peleas todos los días, pero solo unas pocas llegan a la televisión y a las redes sociales. A esos agresores, los televisados, les llamamos de todo y les calificamos como monstruos, pero si el que participa en una pelea es amigo nuestro, entonces encontramos todo tipo de explicaciones y circunstancias atenuantes. Toda moneda tiene dos caras y toda historia dos versiones, pero yo era un firme defensor de que lo que estaba mal, estaba mal, aunque a veces nos empeñemos en buscar justificaciones.

-         Creíais que estabais haciendo lo correcto – dije al final. – Os movían intenciones nobles, aunque un equivocado sentido de la justicia. Y, en cualquier caso, hay una diferencia entre lastimar a alguien por dejarse llevar por la ira y lastimar a alguien porque sientes placer al hacerlo.

 

-         No estoy seguro de que no sintiera placer – me confesó. – Eso es lo peor de todo, que no se sintió como algo malo. No me siento culpable.

Sus ojos brillantes me demostraron lo mucho que le costó decir aquello.

-         Eso no es cierto, o no estaríamos teniendo esta conversación - respondí. - Te sientes culpable, pero por los motivos incorrectos. Y voy a intentar cambiar eso. El primer paso es que admitas que no estabas vengando a Leah, sino a ti mismo.

Michael hizo circulitos con el pie.

-         Tal vez había algo de eso… - susurró.

 

-         No he pasado por lo mismo que tú y haría cualquier cosa por haber podido protegerte…

 

-         No fue tu culpa… - me interrumpió. – Ni siquiera me conocías.

 

-         … pero el sentimiento de impotencia sí lo entiendo. El sentimiento de que eres demasiado débil para defenderte, para sobreponerte a alguien que se aprovecha de que es más fuerte que tú. Sé que no quieres volver a sentirte así nunca más y que te costó mucho recuperar el poder sobre tu propia vida, que aún lo estás recuperando… - le dije, y Michael me miró con mucha atención. Fue esa mirada la que me mantuvo en el presente e impidió que mi mente se retrotrajera al pasado, a aquel rancho con mi abuelo. Coloqué mi mano en la mejilla de Michael, para que supiera que le entendía. – Sé por qué lo hiciste, Michael, y no, no eres como los tipos que te hicieron daño. Pero tampoco estuvo bien. Tienes que aprender a reprimir los impulsos. A escuchar a la voz de tu conciencia y a no dejarte llevar…. A poner sentido común en situaciones donde tus hermanos pequeños no lo hagan…

 

-         Bastante frito estoy ya como para que me cargues el muerto de Alejandro – protestó.

 

-         No lo hago. Él tiene voluntad propia y nadie le obligó a participar. Pero tú eres mayor de edad, Michael. Tienes dieciocho años y espero de ti más sensatez que de tu hermano pequeño. Golpeaste a un niño de catorce. Cuatro años menor que tú, hijo.

 

-         Estaba grandecito ya – refunfuñó. – No era un bebé…

 

Aquel argumento me pareció tan absurdo que ni me molesté en rebatírselo.

-         Necesito que entiendas las posibles consecuencias de lo que hicisteis. Pudisteis matarle, Michael. Un mal golpe, una caída…

 

-         Sí, y también puede haber un terremoto ahora y que muramos todos – replicó, con sarcasmo.

 

-         No hagas eso – le regañé. – No te pongas a la defensiva. No estoy siendo un exagerado, los accidentes ocurren, las peleas se descontrolan, los golpes tienen consecuencias inesperadas y tú entre todas las personas deberías saberlo. Tu hermano tuvo un hematoma subdural a consecuencia de uno.

 

Entreabrió los labios, pero no dijo nada y lo tomé como que me daba la razón.

 

-         El miedo que ese chico debió sentir ni siquiera tengo que explicártelo – murmuré. Michael lo había experimentado en carne propia. – Pero no solo podría haber habido consecuencias para él.  Para vosotros también. Su familia podría haber denunciado. Aún no sé cómo conseguí que no lo hicieran.

 

“Aun tengo miedo de que lo hagan”

 

-         Pues que lo hagan, no…

 

-         ¡Eres mayor de edad! – le insistí. – Y tu situación legal es muy delicada. Estás en un punto de inflexión en tu vida Michael. Podemos conseguir que tu expediente quede limpio… o que te vean como un criminal para siempre. ¿Eso es lo que quieres? Esto no tendría ni que preguntarlo, pero, ¿quieres volver a la cárcel?

 

-         Claro que no.

 

-         Entonces esto no puede volver a suceder nunca – declaré, y me senté a su lado. - No les des motivos para creerse lo que Greyson dice de ti. No te lo creas tú tampoco. Eres mi hijo, y mis hijos no son delincuentes. Ni siquiera son problemáticos.

 

-         Cof, cof. Revísate el árbol familiar, estoy bastante seguro de que un par de esos sí que tienes…

 

-         No. Se meten en problemas, que es diferente.

 

-         Sí tú lo dices… - respondió, sin ningún convencimiento.

 

-         Lo digo. Y digo además que muy pronto todos vosotros vais a ser mis hijos también sobre un papel y ese proceso puede resultar complicado, especialmente ahora que las cámaras van a seguirnos, así que realmente necesito que no hagáis nada que pueda ponerlo en peligro. Si el día de hoy hubiera acabado en la comisaría hubiera sido malo a muchos niveles.

 

Michael se estremeció ante esa situación hipotética.

-         La cagamos mucho, ¿no? – me preguntó, resignado.

 

-         Un poco. Bastante. Un poco bastante.

 

-         ¿Alejandro está vivo?

 

-         No, escondí su cadáver debajo de la cama – repliqué.

 

-         Qué gracioso, no sé qué haces que no te haces cómico.

 

-         Tú preguntaste. Yo solo dije la verdad.

 

-         En ese caso, mejor hago testamento, ¿no? – respondió, con algo demasiado parecido a un puchero.

 

Le atraje hacia mí y besé su frente.

 

-         Ya sabes que no va a ser tan malo. Pero los actos tienen consecuencias y por esta vez te libraste de las peores, las de la vida, pero te queda enfrentar las de tu padre.

 

-         Eso es porque tengo un padre demasiado estricto – se quejó, con aire infantil.

 

-         Tal vez, pero creo que lo que pasó hoy te habría metido en líos con cualquiera, canijo. Ya sabes lo que toca, ¿no?

 

Resopló, pero se puso de pie, lo que interpreté como que estaba preparado.

 

-         Pantalón fuera – le pedí.

 

Cerró los ojos con fuerza, respiró hondo y se los desabrochó. Dio un paso hacia mí y yo me eché hacia atrás para dejarle espacio.

 

-         ¿Por qué tiene que ser así? – protestó.

 

-         ¿Así cómo? – me extrañé.

 

-         Encima de tus piernas. ¿Por qué no puede ser sobre la mesa o… sobre la cama?

 

-         ¿De verdad querrías eso? – le pregunté. No estaba a discusión, pero quería entender su razonamiento. Michael pareció pensárselo durante unos segundos y después suspiró.

 

-         En realidad, no – reconoció. – Pero es estúpido.

 

Me abstuve de hacer comentarios y le ayudé a tumbarse.

 

-         Nunca más dejarás que tus puños hablen por ti. No amenazarás ni agredirás a nadie, ni harás nada que te haga sentir que no mereces estar aquí. Esta es tu familia y lo será para siempre. Jamás tienes que huir de nosotros – declaré y tiré de sus pantalones para bajárselos más.

 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS… Au… PLAS PLAS PLAS… Lo siento… PLAS PLAS PLAS… De verdad lo siento… PLAS PLAS

 

-         Ya lo sé, Michael. Pero necesito que empieces a pensar antes de actuar, para no tener que sentirlo después.

 

PLAS PLAS PLAS… uf…  PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

Me fijé en que tenía los puños apretados alrededor del burruño que eran mis sábanas, signo del esfuerzo que estaba haciendo por no llorar.

 

-         Estás perdonado, ya lo sabes. Siempre estarás perdonado.

 

-         Snif… ¿siempre?

 

-         Siempre, campeón.

 

-         Snif… No sé cómo me aguantas.

Me agaché para susurrarle la respuesta en el oído:

-         No te aguanto: te quiero.

Su espalda vibró con un sollozo mudo así que decidí apropiarme de la técnica de Harry y tomé a Michael de la mano.

-         Voy a continuar, campeón. Aprieta mi mano si te hace sentir mejor, pero llora si necesitas hacerlo. No tienes que hacerte el fuerte.

 

PLAS PLAS PLAS… mmm… PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS… snif... podría… snif… haberle matado PLAS PLAS PLAS PLAS

 

-         Y por eso mismo no puedes permitir que la venganza tome el control de nuevo.

 

PLAS PLAS…snif…  PLAS PLAS… no lo haré… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

Michael guardó silencio a partir de ese momento, llorando discreta pero profundamente. Me rompía el alma escucharle sollozar, pero tenía que ser capaz de terminar lo que había empezado.

 

PLAS PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS… mmm… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

-         Michael, quieto – le pedí, porque había empezado a revolverse.

 

-         Snif… Perdón…

 

-         Ya falta poco.

 

PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… mmm… PLAS

 

PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS… oww… PLAS PLAS PLAS PLAS

 

Dejé la mano quieta sobre su espalda y respiré hondo, aliviado de quitarme el papel de malo por fin. Le ayudé a levantarse y Michael se limpió la cara con la manga de su camiseta.

 

-         Snif… Esto debería ser más fácil cada vez, no más difícil – gimoteó.

 

A pesar de sus palabras crípticas, entendí a lo que se refería.

 

-         Me temo que no funciona así. Siempre será difícil. Pero también habrá uno de estos – le dije y abrí los brazos para que se metiera en ellos si quería.

 

Michael lo hizo, pero segundos después adoptó su posición favorita, utilizándome de almohada.

 

-         Esta parte sí se hace más fácil. La de dejar que me quieras – susurró.

 

Me incliné para darle un beso en la mejilla.

 

-         Aún sin que me dejaras, seguiría queriéndote.

 

-         KURT’S POV –

 

Desperté en los brazos de papá. Aunque no podía verle la cara, distinguía su pelo y reconocía la forma en la que me apretaba suavemente, y su perfume, y su altura… Ted estaba detrás, y llevaba a Hannah. No supe qué había pasado con Alice hasta que llegamos a la habitación de papá y la vi acurrucada junto a Michael.

 

-         Enano, voy a bajar a cenar con tus hermanitos y después subo, ¿vale?

 

-         Eno… ahuuum.

 

-         Tenemos que hacerle hueco a tus hermanas y a Michael y a Alejandro.

 

-         Ni hablar – protestó Michael.

 

-         No era una pregunta – le dijo papá.

 

No sé por qué Michael no quería dormir allí, si era lo mejor del mundo. Tal vez pensaba que ya era muy mayor, pero si papá todavía le podía regañar, entonces también le podía mimar. Al menos eso me había dicho Ted una vez.

 

Papá me acostó y me dio un besito de mariposa, frotando su nariz con la mía. Sonreí. Tete me había ayudado a ponerme el pijama, pero el besito de buenas noches quería que me lo diera papá.

 

Tenía mucho sueño y me estaba quedando dormido otra vez, pero Alice en cambio se despertó cuando Michael se levantó para irse a cenar con papá.

 

-         Uhm – mi hermanita miró hacia todos lados, confundida.

 

-          ¿Qué ocurre, princesa? – preguntó papá.

 

-         Ha vuelto a pasar. Me dormí en el sofá y desperté aquí. ¿Será que tengo poderes?

 

Papá soltó una risita.

 

-         Sí, el de ser superadorable.

Papá lo decía de broma, pero ese poder en verdad era muy útil. Servía para que te mimaran mucho y lo sabía porque yo también lo tenía. O quizás tenía un papá “supermimosón”. O las dos cosas.

-         Ahuum.

 

-         ¿Lo ves, papá? Bebé, chico de dieciocho años. ¡Bebé, chico de dieciocho años! – le oí decir a Michael, ya con los ojos cerrados, pero estaba casi seguro de que me estaba señalando. – Aprende la diferencia.

 

-         Lo tengo claro, campeón: tú ocupas más espacio en la cama ^^

 

Se fueron discutiendo, pero no era una discusión en serio. Esa era la forma en la que Michael y papá se decían que se querían.

                                       

 

 

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Que bom que atualizou. Amo Michael e espero que ele continue sendo esse garoto rebelde porém amoroso, adoro ele se metendo em problemas com Aidan que é um super pai.Não deixe de atualizar por favor!

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