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viernes, 24 de diciembre de 2021

La magia de la Navidad

La magia de la Navidad

 

Era Nochebuena, faltaban pocas horas para que fuera Navidad. Martín estaba sentado en un banco del parque, temblando, muerto de frío. Estaba luchando para aguantar las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos de un momento a otro.

Había estado deambulando por la ciudad desde poco antes de que empezara a anochecer, viendo cómo se iban encendiendo las luces que llenaban las calles, las plazas y los jardines de las casas. Las calles se habían ido vaciando, eran pocos los que paseaban, la mayoría de las personas que veía tenían prisa por llegar a casa, algunos llevaban bolsas con regalos, otros lo que parecían botellas o los dulces típicos de esta época del año. A través de las ventanas distinguía a las familias que se iban reuniendo alrededor de una mesa o en el salón delante del fuego de la chimenea, percibiendo allá donde fuera la magia de estas fechas tan especiales. A él también le hubiera gustado ir a su casa y disfrutar junto a sus padres y sus hermanos pequeños de una cena especial, del calor del hogar, la música, las risas y el cariño de los suyos, pero no podía, su orgullo se lo impedía.

Dos días antes había discutido con su padre, últimamente discutían mucho, pero nunca como esta vez. Martín había amenazado con irse de casa, su padre no había dado crédito a sus palabras y él se había marchado dando un portazo y diciéndole que no lo volverían a ver en la vida. Se arrepentía mucho del encontronazo, ahora se daba cuenta de que todo fue por una chiquillada. Pero también estaba dolido, a sus padres no parecía importarles que él se hubiera marchado, no habían ido a su encuentro.

Lo que Martín no sabía es que sus padres estaban desesperados removiendo cielo y tierra para encontrarlo. Cuando marchó pensaron que regresaría en un par de horas, pero al darse cuenta de que no era así empezaron a preocuparse. Fueron a las casas de sus amigos pero no consiguieron dar con él pues últimamente había cambiado su círculo de amistades. Martín había pasado las dos últimas noches en casa de un amigo que sus padres no conocían, pero no podía quedarse allí en Nochebuena. Los padres de Martín habían dado parte a la policía pero les dijeron que, aunque fuera menor de edad, había marchado voluntariamente por lo que debían esperar, así que habían pasado los dos últimos días dando vueltas por el barrio buscándolo.

Cuando Martín empezó a sentirse cansado se sentó en un banco del parque, y allí estaba en ese instante. Hacía mucho frío y, aunque en su ciudad no era habitual y en otro momento le hubiera causado una gran alegría, estaba empezando a nevar.

Ho, ho, ho, Papá Noel tiene regalos para todos – Martín levantó la cabeza y vio en una esquina de la plaza a un señor disfrazado de Papá Noel, con un gran trineo rojo con ruedas tirado por caballos, que les daba unas bolas de nieve de cristal con motivos navideños a una niña y a un niño que debían tener entre seis y ocho años.

No me gusta – dijo la niña – y tú sólo eres una imitación de Papá Noel.

En ese momento el niño le tiró de la barba riéndose.

¡Eh! Cuidado con la barba, eso ha dolido – dijo el falso Papá Noel.

Ja, ja, ja – se rió el niño – pero si no eres el auténtico.

A Martín le enfadó ver como esos niños estaban tratando al falso Papá Noel, ¡pues claro que era falso! Martín tenía ya dieciséis años, hacía tiempo que sabía que Papá Noel no existe. Pero era una bonita tradición que los padres dejaran regalos junto al árbol de Navidad para los niños, haciendo de ésa una noche mágica. Él disfrutaba viendo la ilusión en los ojos de sus hermanos pequeños cuando por la mañana veían y abrían los regalos.

¿Qué estáis haciendo? Aunque no sea Papá Noel, ¿qué pensaría el verdadero si os viera ahora? – les dijo Martín levantándose y acercándose a ellos.

Este chico tiene razón – un hombre se acercó a los niños – disculpaos ahora mismo.

Era el padre de los niños, que rápidamente le hicieron caso, se disculparon y se marcharon.

¿Está bien señor? – Le dijo Martín al falso Papá Noel.

El falso Papá Noel le sonrío y cogió una manta de su trineo.

Yo sí, ¿y tú? ¿Te has perdido? – le dijo mientras le ponía la manta por encima de los hombros.

Martín negó con la cabeza.

Parece que tienes frío, ¿te apetece un chocolate caliente? – dijo el falso Papá Noel ofreciéndole una taza humeante que Martín aceptó.

Peleé con mi padre, le dije que le odiaba, y me fui de casa – explicó Martín bajando la voz y mostrando una expresión muy triste.

Él sabe que le quieres, pero no hiciste bien escapándote – le dijo el falso Papá Noel, con una sonrisa afectuosa. – Sube al carro Martín, te acompañaré a casa, tus padres y hermanos deben de estar muy preocupados por ti.

Martín hizo una mueca, sorprendido – ¿Cómo sabe usted mi nombre?

Soy Papá Noel, lo sé todo – le respondió.

Claro – dijo Martín riéndose – seguro que bajo el disfraz hay alguien a quien conozco.

El falso Papá Noel dirigió sus caballos hacia la casa de Martín y paró frente a ella.

Vamos, ahora ve con tu familia y disfruta con ellos de la Nochebuena – le dijo el falso Papá Noel. Mañana te disculparás y aceptarás el castigo que tengas que recibir por preocupar a tus padres como lo has hecho – añadió, en un tono tan serio que no admitía réplica.

Martín bajó del trineo un poco contrariado, ¿con qué derecho ese hombre le decía que debía disculparse y ser castigado? ¡Él no sabía qué había pasado! El falso Papá Noel lo acompañó a la puerta y llamó al timbre.

Enseguida se abrió la puerta, el padre de Martín se abalanzó sobre él y le dio un fuerte abrazo.

¡Martín! ¡Has vuelto! ¿Estás bien? ¿Dónde has estado? – Le dijo con la voz entrecortada.

Este señor me ha acompañado – le respondió.

¿Señor? ¿Qué señor? – dijo sorprendido su padre.

Martín se giró y vio al falso Papá Noel guiñándole el ojo, justo antes de desvanecerse. Se frotó los ojos, incrédulo, y volvió a mirar. Allí no había nadie, y donde unos segundos antes estaba el trineo con los caballos ahora había unos coches aparcados, ¿se lo había imaginado todo? ¿Era posible?

En ese momento su madre lo rodeó con los brazos y sus hermanos saltaron encima de él. Martín estaba desconcertado, no entendía lo que había sucedido unos momentos antes. Todos estaban muy contentos, no cabían en sí de alegría, nadie le reclamó y cuando intentó disculparse no se lo permitieron. Lo condujeron al salón, donde habían prendido la chimenea, para que se calentara, estaba helado. Sus hermanos acabaron de poner la mesa y su madre sacó de la cocina los platos que había preparado para la cena. Su padre no se despegaba de su lado y no paraba de decirle lo mucho que le quería. Después de una perfecta velada con canciones, risas y muchas muestras de afecto fueron a dormir.

Por la mañana, cuando despertaron, había un montón de regalos bajo el árbol, todos estaban muy emocionados, sobre todo el pequeño de la familia que, con sólo seis años, aún creía en Papá Noel. Buscaron sus regalos y los fueron abriendo, con mucha emoción, hasta que ya no quedó ninguno.

Entonces Andrés, el benjamín, gritó – ¡Queda un regalo!

Todos miraron hacia donde señalaba y se dieron cuenta de que, medio escondido detrás del árbol, asomaba un paquete. Martín miró a sus padres que se cruzaron una mirada que denotaba sorpresa y extrañeza, parecía que ellos no sabían nada de ese regalo, ¿cómo era posible? ¿De dónde habría salido? Andrés cogió el paquete y leyó la tarjeta.

Martín, es para ti. – Exclamó. Y se lo alcanzó. Martín lo examinó, la letra de la tarjeta no le resultaba familiar. Abrió el paquete mientras todos lo miraban con expectación.

Dentro del paquete había un cinturón con una nota: “Ha llegado el momento. Papá Noel”. Martín miró a su padre que, después de un asentimiento cómplice con su esposa, lo cogió por los hombros en un medio abrazo.

Martín, tenemos que hablar de lo que hiciste estos dos últimos días, vamos a tu habitación – le dijo.

Martín suspiró, bajó la mirada y comenzó a caminar hacia su habitación, dispuesto a disculparse con su padre y a aceptar el que, preveía, iba a ser el castigo más duro de su vida.

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