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sábado, 26 de febrero de 2022

CAPÍTULO 144: DIECISÉIS AÑOS (parte 1): PREPARATIVOS

 CAPÍTULO 144: DIECISÉIS AÑOS (parte 1): PREPARATIVOS

Alejandro se había enamorado de su nuevo coche, como era de esperar. Era un coche que pocos chicos de dieciséis años se podían permitir. Esa fue una de las primeras veces en las que tomé verdadera consciencia de lo mucho que habíamos ascendido en la pirámide social y de la forma tan extraña en que lo habíamos hecho. Cuando yo era pequeño, papá se había matado a trabajar, pluriempleado, y a duras penas nos daba para llegar a fin de mes. Después empezó a vender libros y las cosas mejoraron, pero nunca habíamos tenido dinero para grandes viajes o caprichos fuera de presupuesto. Y de pronto éramos… éramos millonarios. Papá no había hecho grandes cambios en nuestro estilo de vida, excepto que ahora si le apetecía pedir comida o ir a un restaurante, podíamos hacerlo sin hacer cálculos primero. 

Me pregunté si tenía algún plan de inversión, o de ahorro, aunque intentaba no preocuparme mucho por esas cosas. Desde hacía tiempo ayudaba a papá con las tareas domésticas y con mis hermanos, pero nunca me había dejado involucrarme en los asuntos económicos. Así que había aprendido a confiar en él, porque sabía que papá lo tenía todo controlado.

  • ¿A dónde han ido papá y Jandro? – me preguntó Hannah


  • Solo están dando una vuelta, princesa. Probando el coche. 


  • ¿Ale nos va a llevar al cole ahora? – se interesó Kurt.


  • Mmm. No lo sé. Supongo que nos turnaremos. ¿Por qué? ¿Ya no quieres que te lleve yo? – le dije, y le atrapé para hacerle cosquillas. Kurt respondió con esa risa suya tan contagiosa y tan pura. Jugué con él un poco más y después le dejé tranquilo. – Quien no esté vestido, que suba a cambiarse y los demás a ordenar el cuarto. Dentro de poco esta casa va a estar llena de gente y tenemos que dar la impresión de que aquí no vive una jauría de animales salvajes.

Fui con los enanos para hacer sus camas. Ese era un hábito que a papá le había costado mucho que yo adquiriera. No le veía mucho sentido a hacer la cama para después deshacerla por la noche, pero tampoco me gustaba la idea de que Aidan tuviera que hacerla por mí por ser demasiado vago.

Mientras estaba en el cuarto de Kurt y Dylan extendiendo las sábanas, escuché que papá y Jandro regresaban; sin embargo, algo debió de salir mal, porque escuché un portazo. Suspiré. Quise creer que no se había metido en líos el día de su cumpleaños…

Cuando me pareció seguro, salí a investigar, y encontré a Barie en el salón, con aspecto triste, acariciado a Leo que estaba recostado sobre sus piernas. 

  • Del uno al diez, ¿qué tan grande es el drama? – le pregunté.


  • Dos – suspiró.


  • ¿Seguro? Esa no es la cara de un dos. ¿Qué pasó?


  • Alejandro quedó como suplente en el musical, intenté consolarle y se molestó. 

Me senté a su lado y automáticamente se recostó sobre mi hombro. Intenté no sonreír, pero es que me parecía totalmente adorable cuando hacía eso.

  • ¿Habéis peleado? – tanteé. Barie asintió, pero no me dio más detalles. Agaché la cabeza y besé su frente. – No tiene importancia. Los hermanos discuten y se perdonan todo el tiempo. 


Volvió a asentir, se descalzó y subió los pies sobre el sofá, quedando en una posición un tanto contorsionada, pero que a ella debía de resultarle cómoda. Leo ni siquiera se inmutó porque su sillón humano se moviera. Quisiera tener la capacidad de dormitar de ese gato. 


  • ¿Fue malo contigo? ¿Le tengo que torturar? – planteé. – Porque lo haré encantado, ¿eh? Aunque mejor mañana, que hoy es su cumple. ¿Fue tan malo como para que le torture en su cumple?


Mi patético intento de hacerla sonreír funcionó.


  • ¿Cómo le torturarías?


  • No sé, con cosquillas o… Oh. Tengo la idea perfecta: pondré “Dora la exploradora” a todo volumen. 


La sonrisa de Barie se ensanchó. Jandro no soportaba esos dibujos, a los que Alice estaba enganchada. 


  • Ya en serio, ese musical era muy importante para él. Cualquier cosa que te haya dicho, no la piensa de verdad, ¿mm? Solo estaba decepcionado porque sus expectativas no se cumplieron.


  • Lo sé… - suspiró. 


  • ¿Te pasa algo más? – pregunté, porque sus ojos seguían tristes. 


Barie se encogió de hombros y pensé que no me iba a responder, pero después la escuché respirar hondo.


  • Si te dijera que uno de tus hermanos tiene que morir, ¿a quién elegirías?


“WTF?”


  • ¿Qué clase de pregunta es esa? – me indigné.  


  • Respóndeme – insistió.


  • ¡No elegiría a nadie, Barie, por Dios! – exclamé. 


  • Si nos apuntaran con una pistola y dijeran que o matan a uno o nos matan a todos, ¿a quién elegirías? – continuó presionando.


“A mí. Diría que me disparasen a mí”


  • ¡A nadie! ¿A qué viene esto?


  • Alejandro me elegiría a mí – respondió. – Sin dudarlo. 


“Cosita. Dora la exploradora se va a quedar corta…”


  • Eso no es cierto, Barie. Jandro te quiere mucho.


  • ¿Cómo lo sabes?


  • Simplemente lo sé.


  • Eso no me sirve. 


  • Eres su hermanita. Su hermanita pequeña. Literalmente no hay nada que él no haría por ti. 


Barie era demasiado sensible. Los hermanos pelean de vez en cuando -algunos, de hecho, parece que solo saben pelear- pero con tantos en casa ya debería estar acostumbrada. ¿Tan seria había sido su discusión? 


  • ¿Y sabes por qué lo sé? – continué, viendo que mi discurso no estaba teniendo efecto. – Porque yo haría lo mismo, princesa. Aunque a veces tengamos roces, o diga cosas crueles, yo…


  • Tú nunca eres cruel – me interrumpió. – Y tú y yo nunca peleamos. 


  • Mmm. A veces sí, ¿eh? Cuando papá me deja a cargo y no te gusta que te de instrucciones, por ejemplo. 


  • Eso no es pelear – replicó. – Además, en esos casos no es personal, solo formo equipo con Madie. 


  • Ya veo. ¿Y tú dirías que Madie me quiere? Ya sabes, que no me elegiría el primero si alguien nos amenaza con una pistola – dije, para continuar con su analogía.


  • ¡Madie te adora!


  • ¿Sí? Es bueno saberlo, ya que a veces discutimos. No hace mucho me dijo que era una mosquita muerta y que iba a repetir.


Barie abrió y cerró la boca, momentáneamente aplacada por aquel razonamiento, pero luego suspiró.


  • Yo solo quiero llevarme con él como Cole contigo – murmuró.


Esa declaración me sorprendió, por lo imprevista. 


“Si eso es lo que quiere, lo va a tener difícil. Cole y yo nos llevamos siete años, no tres. Además nos gustan las mismas cosas y…. Oh. Ya entiendo. Ahora que ha descubierto que a Alejandro le gusta bailar, esperaba que eso les uniera de forma especial”.


A Barie le gustaba la música en general, en todas sus formas. Canto, baile… Ella simplemente disfrutaba dejándose llevar con las canciones. 


Estaba buscando las palabras adecuadas para responderla cuando escuchamos que alguien bajaba las escaleras, justo antes de ver aparecer a Alejandro. 


  • Ey, enana – saludó, pero después no añadió nada más. Tomé aquello como mi señal para dejarles hablar a solas. 

Me levanté del sofá y me crucé con Jandro al pie de las escaleras. Le di un golpecito en el brazo, aunque no sé si él lo habría llamado de la misma forma, utilizando el diminutivo.

  • ¡Auch! ¿Y eso por qué?

Le señalé a Barie sin decir nada y él suspiró. Asintió, como indicándome que ya se disponía a solucionarlo. 


  • AIDAN’S POV –

Fui al cuarto de Alice buscando el origen del llanto. Allí encontré también a Hannah y a Kurt y una silla volcada, por lo que no me costó reconstruir la escena de lo que había pasado: se habían subido a la silla y Alice se había caído. 

Me acerqué a mí bebé, preocupado por si se había hecho un daño serio. Se abrazó a mí en cuanto me tuvo cerca y me lloró al oído con toda la fuerza de sus pulmones.

  • Shh, pitufita, tranquila, papi está aquí. ¿Te diste en la cabeza, mi amor?


  • Cayó sobre las manos y las rodillas – me informó Kurt.

Más tranquilo con esa información, tomé las manitas de mi pequeña y le di varios besitos. Después inspeccioné sus rodillas y no vi nada serio; quizás le saldría un moretón más adelante. Respiré hondo, y mi pulso volvió a su ritmo normal. Froté la espalda de Alice hasta que dejó de llorar y después la separé y puse mi mejor pose de enfadado, lo cual no me costó mucho trabajo porque un poquito si lo estaba.

  • ¿Qué te dice papá siempre de subirte a los muebles?


  • Snif… que no se hace. 


  • No te enfades, papi. Era la princesa encerrada en la torre – me explicó Hannah. – Y Kurt era el dragón y yo la iba a salvar.

“Son tan ado…”

“No, nada de babear por ellos ahora”

  • Y eso está muy bien, Hannah, pero os tengo dicho que a los muebles no os podéis subir. Eso no puede ser parte del juego.

Mis tres bebés agacharon la cabeza al mismo tiempo. Estaba reuniendo valor para ser el malo del cuento cuando Hannah zapateó con fuerza, como si el suelo fuera el culpable de todos sus problemas. 

  • ¡Se cayó sin querer, fue un accidente! – chilló, enfadada.


  • No me grites, Hannah. No estoy enfadado porque se cayera, estoy enfadado porque se subió cuando os lo tengo prohibido.


  • ¿Estás enfadado? – susurró Kurt, siendo esa la parte que más le importaba.

Cada día me quedaba más patente que no estaba hecho para resistir esa clase de preguntas. 

  • Ey, enanos, ¿habéis visto a…? Oh. Hola, papá – me saludó Harry, entrando en ese momento.


  • ¡Harry! – gritó Hannah, y corrió a refugiarse a los brazos de su hermano. - ¡Papá es malo!


  • ¿No lo es siempre? – respondió, el muy…


  • No soy malo, pero habéis roto una regla muy importante, así que me parece que os habéis ganado un castigo.


Esa declaración ocasionó varias reacciones diferentes. Hannah se hundió más entre los brazos de Harry, para que este la defendiera. Kurt comenzó a lagrimear y me miró con un puchero y Alice se subió de un salto sobre su cama, como si ese fuera un lugar seguro frente a padres malvados. 


  • Ya te vale, papá. ¿Qué han podido hacer tan malo? – me increpó Harry.


“Genial, cuatro contra uno”.


  • Snif… Yo no me subí, papi – dijo Kurt. 


  • ¡Yo sí, pero no me caí, porque no soy tonta y torpe como Alice! – chilló Hannah.


  • Eh, eso no se dice, ¿eh? Pídele perdón a tu hermanita.


Hannah me miró con furia un rato más, pero luego su expresión se transformó poco a poco en un puchero.


  • Snif… lo siento. 


  • No soy tonta – protestó Alice.


  • Claro que no, cariño. Eres muy muy lista – le aseguré, y la cogí en brazos. – Y por eso sabes que hay que hacer caso a papá, ¿mm?


  • Shi… Lo shento. 


Le di un beso en la mejilla y la dejé en el suelo, junto a una esquina. 


  • Quina no, papi… - protestó, pero no se movió. 


  • No se sube a los muebles, Alice – respondí, solamente, y me acerqué a Hannah. – Ven, princesa.


Dudó unos segundos, pero al final se soltó de Harry y me dio la mano. A ella la llevé hasta la mesita de su escritorio. Cogí un papel de su cajonera y un lápiz. 


  • Vas a copiar esta frase quince veces – le indiqué, y escribí, en letra grande y clara, “No me subiré a los muebles”. 

Alice recién estaba aprendiendo a escribir, por eso le puse un castigo diferente. Hannah me miró como si fuera el ser más malvado del planeta, pero se sentó y comenzó a copiar. Apreté su hombro cariñosamente y noté un tirón suave de mi pantalón. Kurt me observaba con carita triste. 

  • Tú no te has subido, así que no hay copias, bebé.


  • Bfff. Pero estaba jugando igual que ellas, madre mía cómo se notan tus favoritos – bufó Harry. Casi me había olvidado de su presencia.


Mis dos princesas se giraron para mirarme, con ojos brillantes y toda su atención.


  • Yo tengo doce favoritos. Si no he castigado a Kurt es porque él se acordó de hacerme caso y no se subió a la silla. Pero os quiero mucho, mucho a todos vosotros, ¿entendido?


  • Si, papi.


  • Shi.


  • Kurt, vete a jugar, campeón – le indiqué. 

Observó a sus hermanas durante un par de segundos más, inseguro, pero finalmente se fue. Yo me acerqué a Harry.

  • Gracias por tu inestimable colaboración – susurré, con sarcasmo. 


  • Siempre es mi placer ayudar – replicó, con una sonrisa socarrona.


  • ¿Sí? En ese caso te encantará ayudarme con la comida. En dos horas habrá treinta personas en esta casa.



  • Joo. ¿En serio tengo que hacerlo? – se quejó.


  • La verdad es que cuantas más manos mejor, así que esperaba que tú y tus hermanos mayores, sin contar a Jandro, pudierais echarme una mano.


  • ¿Y por qué sin contarle a él? – se indignó. ¿Cuántos hijos de seis años tenía? ¿Seguro que solo dos?


  • Porque es la comida de su fiesta de cumpleaños 


  • Vaya excusa más barata.


  • Anda, quejica. Si me ayudas te podrás comer las chipas de chocolate que sobren de la tarta – ofrecí, y con eso capté su interés. 


  • Trato hecho.


  • Genial. Ve a reclutar a los demás, yo enseguida voy.

Harry se marchó y yo me concentré en mis enanas. Alice se había apoyado sobre la pared, de tal manera que su frente tocaba la pintura. Era la pose del aburrimiento extremo y también una postura algo dramática, así como mi princesa. Me mordí una sonrisa y me fijé en Hannah. No la veía escribir.

  • ¿Ya está, corazón?

No me respondió, así que me acerqué a ver, pero ella intentó tapar los papeles. Sin mucho esfuerzo conseguí arrebatárselos, y entonces vi que, en lugar de lo que le había mandado, había escrito varias líneas en las que ponía “Papá es tonto”. Suspiré. 

  • ¿Por qué has hecho eso? – pregunté. Ella se limitó a encogerse de hombros. - ¿Estás enfadada? Puedo entenderlo, pero si te pongo un castigo tienes que cumplirlo. ¿Y desde cuándo está bien insultar a papá?

Hannah se quedó en silencio, mirándose los pies. Creo que estaba algo arrepentida de su “arrebato poético”. La escena en sí no tenía mucha importancia, pero no podía permitir que hiciera esas cosas impunemente o en un par de años subiría la intensidad de los insultos, y me encontraría algo así como “Papá es gilipollas”.

  • Alice, ya puedes salir de la esquina, mi amor – murmuré y mi princesa no perdió el tiempo para alejarse de la pared y acercarse a mí, estirando los brazos. La alcé y le di un beso. - ¿Por qué te regañó papá?


  • Porque me subí a la silla.


  • Muy bien, tesoro. Las sillas son solo para sentarse – reforcé. – Especialmente si no está papá para sostenerte. 

En realidad, era tan cuidadoso únicamente con ella, porque era muy pequeña, y por extensión también con Hannah y Kurt. Si Cole se subía a una silla para alcanzar algo, mientras lo hiciera con cuidado, no me preocupaba tanto. Y Dylan jamás se expondría a un sitio alto por propia voluntad. 

  • ¿Ya puedo ir a jugar?


  • Si, pitufita. 

En cuanto la dejé en el suelo, Alice correteó para salir del cuarto, dejándonos solos a Hannah y a mí. 

Tras quince segundos de incómodo silencio, me arrodillé en el suelo al lado de mi hija, para hablarle desde su misma altura. 

  • ¿Por qué estás enfadada conmigo? – le pregunté.


  • No sé – susurró.


  • ¿No sabes? 


  • No me gusta que me regañes – puchereó.


  • Ni a mi regañarte, princesa, pero a veces tengo que hacerlo. Tampoco fue un regaño muy grande, ¿mm? Más bien fue uno chiquitito, y te mandé hacer copias porque no quería darte en el culete, pero ahora sí lo haré, porque has vuelto a desobedecerme y me has insultado. Soy tu padre, no puedes decirme esas cosas. 


  • No lo dije… snif… Lo escribí – respondió, pero no con actitud desafiante, sino intentando poner una excusa válida. 


  • Lo mismo da. Sabes que estuvo mal, ¿verdad?


Hannah asintió y se frotó los ojos, que empezaron a aguarse. Tiré de ella suavemente para levantarla y después la apoyé sobre la rodilla que tenía doblada, para no alargar aquello innecesariamente. Empezó a llorar con fuerza entonces y a patalear ligeramente.


  • ¡No, papiii!


PLAS PLAS PLAS PLAS


  • BWAAAAA


Apenas fue un momento, al instante siguiente la incorporé y la estreché entre mis brazos. Hannah apoyó la barbilla en mi hombro y lloró hasta desahogarse. Froté su espalda y me levanté con ella en brazos.


  • Snif… snif… lo siento… snif


  • Lo sé, princesita. Estás más que perdonada. Shhh, ya pasó.


Limpié sus lágrimas con los dedos y besé su frente. Ahora venía la parte que me iba a hacer sentir un monstruo…


  • Aún tienes que hacer las copias, cariño. Puedes hacerlas aquí y venir a buscarme cuando termines, o hacerlas conmigo en la cocina.


  • Snif… Contigo.


  • Muy bien. Pues vamos. Coge tu lápiz, peque.


Bajé con ella al salón, donde estaban todos mis hijos de doce o más años. Barie estaba recostada sobre Alejandro, así que deduje que ya habían hecho las paces y sonreí. 


  • A ver, el cumpleañero que se vaya a ver una película. Los demás, a la cocina conmigo. 


  • Yo quiero ir también – dijo Alejandro. 


  • Pero, campeón, es tu cumple.


  • Alguien tiene que vigilar que le echas suficiente azúcar a la tarta – respondió, con una sonrisa.


Si quería ayudar, yo no iba a oponerme, aunque la cocina se iba aquedar pequeña para tantos.


  • ALEJANDRO’S POV -


Cuando Ted me señaló a Bárbara reparé en lo triste que se veía. Papá ya me había dicho que había herido sus sentimientos, que, dicho sea de paso, no eran muy difíciles de herir… pero esa no era excusa. Había hablado de más y lo sabía. Ella solo había querido consolarme, por más desafortunadas que me sonaran sus palabras. 


Me senté en el sofá a su lado, buscando una forma de iniciar la conversación.


  • Papá me ha regalado algo mejor que el coche – empecé y con eso llamé su atención. – Es un pase de cumpleaños, y creo que os voy a pedir uno a cada uno para el año que viene.


Pensé que me iba a preguntar que qué era eso, pero Barie continuó callada y desvió la vista.


  • Vale, mejor que el coche no es, pero sí que parece el regalo ideal para mí, ¿no? – continué. 


Nada, ni una reacción.


  • Vamos, enana… Antes solo pagué contigo las malas noticias, ¿bueno? No iba en serio eso que dije.


  • Siento que no te hayan cogido – murmuró.


  • Es una mierda, pero qué le vamos a hacer. Oye, ¿puedo usar un pase también contigo? ¿Y te olvidas de lo que te dije?


Barie asintió, pero algo en su expresión me indicó que todavía no estábamos bien. A decir verdad, no parecía enfadada, sino tan solo triste. 


  • De verdad que no iba en serio, Bar. Venga, perdóname, ¿sí?


  • Ya lo hice.


  • Pero aún estás rara. ¿Qué más quieres que diga? -  me frustré un poco.


Barbara guardó silencio durante un instante interminable, hasta que…


  • Ale… ¿tú me quieres?


“¿Y esto?” 


  • Pues claro – bufé, sintiendo que me ardían las mejillas. 


  • ¿De verdad?


  • ¡Claro que sí!


  • ¿Y por qué siempre te estás metiendo conmigo?


  • Oye, soy tu hermano mayor, ese es prácticamente mi trabajo – me defendí. – Además, tampoco siempre, no exageres.


“No es como si pasáramos todo el día discutiendo…”


  • Anda, ven aquí – le pedí, y tiré de ella para que se acercara más. Aunque algo reticente al principio, acabó por apoyarse en mi hombro. – No todo el mundo es capaz de expresar su cariño con tanta facilidad como tú, Barie, pero que no te lo diga a menudo no significa que sea menos cierto. Te quiero mucho, ¿vale?


Ella sonrió, y la verdad era que el mundo parecía un poco mejor cuando ella sonreía. 


Poco a poco el salón se fue llenando de gente y después llegó papá, llevando a Hannah en brazos. La enana estaba algo pucherosa así que pensé que tal vez se había metido en algún lío.


Papá necesitaba gente que ayudara con la comida y yo una distracción para no pensar en el musical, así que quise ir con ellos. Estábamos algo apretados en la cocina, pero cada uno encontró su espacio. Barie y Madie preparaban el relleno para los sándwiches, Harry y Zach ayudaban a papá con la tarta, Michael y yo nos encargábamos de los aperitivos, y la misión principal de Ted era supervisar a los enanos y mantenerles alejados de la cocina. 


Papá sentó a Hannah en un taburete cerca de la encimera y la enana empezó a escribir de mala gana sobre un papel. Me acerqué a cotillear y vi que le había mandado hacer copias, uno de los castigos que yo más odiaba a su edad, porque era superaburrido. 

Cogí un frasco de uno de los armarios más altos y se lo acerqué a la enana.

  • Cuando termines te daré chispitas de chocolate – la ofrecí y con la carita de mi hermana se iluminó por completo.


  • ¡Ey, papá había dicho que eran para mí! – protestó Harry.


  • Son para la tarta, de hecho, pero hay de sobra para ti y para que Alejandro consienta a Hannah – intervino papá.

Trabajamos en armonía por un rato. La enana terminó, le di las chispitas, y Ted se la llevó a jugar con los más pequeños. Tardó mucho en regresar, pero no le di importancia, seguramente se había entretenido con ellos. 

Papá metió la masa del pastel en el horno y preparamos en cuenquitos los adornos que le íbamos a poner. Michael y yo terminamos con nuestra parte, así que, de forma distraída y mientras hablábamos de un videojuego, él pico galletitas saladas y yo las chispitas de chocolate. No lo hice con ninguna intención, solo me aburría y las tenía a mi alcance, pero entonces…

  • ¿Y las chispitas? ¡Te las has comido todas! – me gritó Harry. Ay, mierda.


  • No, ahí están las que van a ir en la tarta – dijo Michael.


  • ¡Pero las otras me las había pedido yo!  


  • No me di cuenta… - intenté aplacarle.


  • ¡Sí, claro! 


  • Venga, Harry. Que es su cumpleaños – intercedió Zach.


  • … ¡Como si es su aniversario de bodas, lo ha hecho solo por joderme!


  • Eh. Sin palabrotas – dijo papá. – No es para tanto, Harry. 

Mi hermano bufó, y le dio un manotazo al bol que tenía más cerca, con tan mala suerte que contenía los restos de la harina que habían usado en el pastel y esta se desparramó por el suelo.

  • ¡Harry! – le regañó papá.


  • ¿¡Qué!? – gruñó el aludido, sin ningún instinto de autopreservación.


Visto desde fuera, reparé en varias cosas. La primera, que esa escena bien la podría haber protagonizado yo en otro momento, y la segunda, que era absurda y estúpida la forma en la que Harry estaba a punto de cargársela por una tontería.


  • Recoge eso ahora mismo – le ordenó papá, hablando entre dientes, haciendo un claro esfuerzo por contener su enfado, lo que mi hermano no estaba en condiciones de hacer.


  • ¡No me da la gana!


  • Ven, vamos a recogerlo… Creo que queda chocolate en tableta, coges de ese y ya – sugirió Barie, intentando calmar las aguas. Se estiró para buscar el chocolate, pero ya no quedaba nada, porque en una casa con tantas personas cualquier snack dura poco. – Bueno… Galletas sí hay…


  • ¡No quiero una puñetera galleta, quiero que la gente sea capaz de respetar un maldito turno en esta casa! ¡Me lo había pedido yo! – bramó Harry, echando dagas por los ojos en mi dirección.


  • Suficiente berrinche. Recoge lo que has tirado y vete a tu cuarto – dijo papá. 


  • ¡HE DICHO QUE NO!


Pasaron varias cosas al mismo tiempo. Papá frunció el ceño ante el grito de mi hermano. Barie ya había sacado una galleta y se la ofrecía a Harry en son de paz, aunque realmente parecía como quien le da un chupete a un bebé para que deje de llorar. Y Harry… Harry le apartó la mano de un golpe.


Al segundo siguiente Harry estaba en el suelo y solo después reparé en que había sido yo quien le había empujado. 


Esta es la cuestión: todos sabíamos que Bárbara era muy sensible y todos, especialmente los más mayores, habíamos crecido con la necesidad de controlar nuestra brutalidad con las niñas. Cuando Barie y Madie llegaron a casa, era una casa habitada solo por chicos, que jugaban a lo bestia y sin ninguna delicadeza. Tuvimos que aprender nuevas formas de relacionarnos, y en general todos tendimos a la sobreprotección. Con el paso de los años, Madie demostró que le gustaba revolcarse por el suelo y pelear por el sillón como la que más, pero Barie era menos agresiva y normalmente evitaba los juegos de contacto, quitando las cosquillas. Así que, casi de forma natural, se había vuelto intocable. Y aquí viene la hipocresía, porque mi reciente conversación con mi hermana me había recordado que no siempre me había portado bien con ella, como cuando la golpeé por aceptar los regalos de Andrew… Quizá por eso tuve el instinto de defenderla. De demostrarle lo que le había dicho antes con palabras. 


  • HARRY’S POV –


Después de darle sus regalos a Alejandro y mientras él probaba su coche nuevo, pensé en echar una partida rápida con el Wii Sports, pero Cole estaba viendo la tele. Me propuse entonces darme una ducha rápida, pero me interrumpieron tres veces en cinco minutos porque querían pasar al baño, así que desistí. Intenté entonces coger el ordenador portátil por un rato, pero lo tenía Zach.


  • Me tocaba a mí ahora – le dije, porque cuando no era pasa cosas del colegio, teníamos turnos para usarlo. 


  • Yo lo cogí primero – me rebatió.


  • Pero me tocaba a mí – insistí. 


  • Aquí no pone tu nombre.


Resoplé y fui a buscar a papá para que se pusiera de mi parte, pero estaba ocupado con los enanos. Al final me enredó para que le ayudara con la comida, pero me prometió chispas de chocolate. Me las prometió A MÍ y Alejandro se encargó de que no me quedara ninguna. ¡En aquella casa era imposible hacer nada porque siempre había alguien que se adelantaba y lo hacía antes que tú!


Me frustré muchísimo y… bueno, monté una escena. En el fondo sabía que no valía la pena, pero me molestaba que Alejandro se las hubiera comido solo para fastidiarme, y encima papá le defendió. Y Barie quería callarme con una estúpida galleta como si yo fuera el loro de Jafar en Aladdin. La aparté, rabioso, y entonces Alejandro me empujó, y caí encima de la harina que yo mismo había tirado. 


  • ¿Estás bien? – preguntó papá. Intentó darme la mano, pero yo le aparté de malos modos.  - ¡Suficiente! – exclamó. -  Michael, campeón, te dejo a cargo un momento, ¿vale?


Papá me ayudó a levantarme, pero aprovechó el agarre para no soltarme el brazo. 

Sin más, tiró para que le acompañara y una parte de mí pensó que tenía que dar gracias con que no me castigara delante de todos, pero otra…


  • ¿Y a él no le dices nada? ¡Me ha tirado al suelo!


- Papá… No quería empujarle tan fuerte… - empezó mi hermano. 


  • ¡ME IMPORTA UN PITO, TE COMISTE LAS CHISPAS Y LUEGO ME TIRASTE! – protesté, ultrajado. 


Papá me giró y yo cerré los ojos, esperando los fuegos artificiales, pero se limitó a limpiarme la harina, aunque con algo más de fuerza de la necesaria, a modo de advertencia. 


  • Tú estás en la cuerda floja. En la cuerda flojísima – le advirtió a Alejandro. – Y tú… mejor camina y calla, que ya estás en bastantes problemas – me recomendó. 


Aunque no era extraño para mí que los demás supieran cuándo estaba en líos, aquella vez sí me importó, quizá porque toda mi pataleta venía siendo bastante vergonzosa. La forma en la que Madie apartó la mirada, como si la abochornara verme así, hizo que me ardieran las mejillas. Y como buen adolescente, no podía permitir que ellos me vieran reaccionar con sumisión. No… mi último gran recurso fue ponerme gallito. 


  • ¿Y si no quiero? 


  • El castigo te lo vas a llevar igual, pero tú decides: sin público o con él. 


Me mordí el labio. ¿Sería capaz?


  • Sin él… - murmuré.


  • Buen chico – dijo papá, y después suspiró. – Ve a tu cuarto, Harry.


Me marché, con ganas de desaparecer, en realidad, pero todavía les escuché hablar cuando me iba.


  • No puedes empujarle así.


  • Ya, papá, perdona…


  • Con quien te tienes que disculpar es con él, cuando baje.


“Cuando baje. Eso significa que igual no me mata”


Llegué a mi cuarto y apenas tuve que esperar un minuto hasta que llegó papá. Esperaba que no me hiciera muchas preguntas, porque tampoco tenía nada que decir. Ninguna justificación real…


  • Siéntate – me instruyó, señalándome la cama. Lo hice, algo intranquilo porque eso significaba que se avecinaba un discurso. – Una de mis mayores preocupaciones cuando esta familia comenzó a aumentar fue la de no poder atenderos como corresponde. Me angustiaba la idea de que pudierais tener algún problema y yo no fuera capaz de verlo, porque vosotros erais muchos y yo solo uno. No quería que os sintierais desatendidos.


  • No es así, papá… si a ti es imposible esconderte nada… - le aseguré, y eso le hizo sonreír un poquito.


  • Me esfuerzo por ver lo que necesita cada uno en cada momento. Pero a ti hoy te pasa algo, y yo no me di cuenta.


Abrí la boca y después la cerré. Esa no estaba siendo la bronca que me esperaba…


  • No es nada importante… solo… Tuve uno de esos momentos de “ojalá vivir solo por una semana”…. Pero solo por una semana… Después os echaría de menos – murmuré.  


Papá volvió a sonreír, más ampliamente aquella vez. 


  • Yo te echaría de menos desde el minuto uno. ¿Qué pasó?


  • ¡Es que no he podido hacer nada! ¡Ni ver la tele, ni ducharme, ni usar el portátil, porque siempre había alguien primero! ¡Pero tú dijiste que las chispas eran para mí! 


Fui consciente de lo infantil que sonó aquel reclamo, pero creo que papá supo entenderme. Supo ver que a veces solo quieres algo “tuyo”, que no sea de un porrón de hermanos más….


  • Y lamento que Alejandro se las comiera, pero realmente creo que lo hizo sin querer, Harry. Y aunque no hubiera sido así, no puedes tirar las cosas por un arrebato. Ni Alice se pone así. 


Agaché la mirada. No había nada que pudiera responder ante eso. Papá se sentó a mi lado y respiró hondo.


  • Sabes lo que toca ahora, ¿no?


  • ¿Qué vayas a comprar más chocolate? – probé. 


  • No precisamente – replicó, sin enfadarse por mi torpe intento de humor. – No puedo tolerar esas malcriadeces, Harry. Ponte de pie. 


No quería seguir discutiendo y además sabía que él tenía razón, pero no quería admitirlo y aceptar el castigo, así que me alejé todo lo que pude e intenté correr hacia la puerta, pero papá fue más rápido y me atrapó del brazo.


  • ¡Eh! No, nada de eso. No vas a salir huyendo – me advirtió. 


Me miró fijamente durante unos segundos. Creo que quería comprobar si estaba asustado y debió de darse cuenta de que no, porque su expresión pasó de desconcertada a decidida. Se sentó en mi cama y me llevó con él, tumbándome sobre sus piernas con insultante facilidad. 


PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS 


  • ¡Ay!

  • Entiendo lo que es tener un mal día, pero eso no te da derecho a tirar las cosas y a pagarlo con los demás.


 PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS


Dejé de contener el aire y suspiré. 


  • Lo siento… 


Papá dejó de sujetarme y frotó mi espalda como toda respuesta a mi disculpa. 


  • No quiero que vuelvas a armar una pataleta semejante, ¿entendido?


  • Sí, papá…


PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS


Se detuvo un segundo, así que pensé que había terminado, pero entonces me dio una palmada más fuerte que las anteriores, que me pilló por sorpresa


PLAS


  • ¡Ay!


  • Y no vuelvas a salir corriendo a menos que haya un motivo para ello.


  • ¿Me ibas a castigar, te parece poco motivo? -  protesté. 


Papá me levantó y me estrechó entre sus brazos. 


  • Huir de las consecuencias solo empeora las cosas – me susurró, y me acarició el pelo. 


Me apoyé sobre su pecho e intenté controlar mi labio, que temblaba solo. No tenía ganas de llorar, no del todo, pero al mismo tiempo estaba cerca. Papá me besó en la frente y mi cuerpo se relajó automáticamente, ya que involuntariamente lo tenía en tensión. 


  • Te quiero, mocosito goloso y berrinchudo – me dijo.


Froté la mejilla contra su jersey y sonreí. Tenia la respuesta perfecta para eso.


  • Y yo a ti, anciano cascarrabias.


Papá me picó el costado por ese comentario e hizo como si fuera a darme otra palmada, pero dejó que le esquivara. 


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