Amanecer en mi cama era uno de los mayores placeres
que podía experimentar. Disfrutaba de esos valiosos minutos en los que estaba
despierto pero seguía tumbado, observando la expresión de paz en el rostro de
Piper mientras dormía. Mi trabajo (aunque era difícil pensar en mi condición
como un "trabajo") me impedía hacer eso con la frecuencia que yo
deseaba hacerlo.
Además de regalarme la vista con la presencia de la
mujer a la que amaba, usaba esos instantes para pensar. A veces subía a lo alto
del puente de San Francisco para meditar, pero solía reservar aquello para
problemas y cuestiones mágicas. Lo que ocupaba mi mente aquella mañana era algo
"mundano" de "gente normal", así que le di vueltas sobre la
almohada como hubiera hecho cualquier otro en mi lugar. El día anterior, me
había puesto serio con mi hijo. Pensé que no iba a ser capaz de castigar a mi
bebé de esa forma, o más bien que una vez lo hiciera algo se rompería entre
nosotros. Pero nada se había roto, salvo alguno de mis temores. Mi hijo había
entendido, según su capacidad limitada por la edad, que yo seguía siendo
"papá". Que papá le quería, pero iba a poner límites en su
comportamiento de la forma que fuera necesaria. Sonreí al recordar cómo había
actuado mi pequeño el resto de la tarde: no se había despegado de mí ni un
segundo. Se aferró a mi pierna como una pequeña lapa. La lapa más encantadora
del mundo entero. Creo que se esperaba que yo siguiera enfadado, pero no volví
a mencionar el motivo por el que le había castigado. Consideré que era lo mejor
que podía hacer: normalidad. Pareció dar buen resultado.
El problema venía entonces: al final Wyatt no se había
vacunado. Era domingo: los hospitales abrían únicamente para urgencias. Así que
habría que esperar hasta el lunes. Y yo me preguntaba cómo se lo tomaría mi
niño. Fatal, seguro. Era decir "vacuna" y amargarle el día. En mi
otra vida, yo había pinchado a infinidad de gente. Era de las cosas más fáciles
que me tocaban hacer como médico. Tal vez podía encargarme yo de tratar a mi
hijo. En casa no pisábamos muchos hospitales, puesto que yo podía curarlo casi
todo. No iba muy desencaminado al decir que era "el médico personal de la
familia Haliwell". Mis milagros curaban hasta las heridas más graves; por
desgracia no servían para poner vacunas. Y no las tenía todas conmigo al
respecto de medicar yo mismo a mi hijo. Después de todo, dada mi juventud en el
momento de mi muerte, yo no llegué a acumular mucha experiencia. Era médico del
ejército, y allí cuando pinchabas a alguien era para inyectarle adrenalina o
alguna especie de sedante. Decidí que le consultaría a Piper. Si ella creía que
iba a ser más "fácil" para mi hijo si le pinchaba yo, lo haría.
Al cabo del rato me levanté de la cama, con cuidado de
no despertar a mi mujer. Me di una ducha rápida y fui a ver a mis hijos, que
dormían como los semiangelitos que eran. Sonreí cuando Chris orbitó su chupete
en sueños: estábamos intentando que dejara de utilizarlo, ahora que había
empezado el colegio y eso, pero todo era inútil para un niño con el que no
servían las encimeras altas ni los lugares inalcanzables. En la habitación de
al lado, Wyatt dormía con un peluche que corría peligro de convertirse en una
parte extensible de su cuerpo. "Bobby" era indispensable para él, y
lo dejaba claro con la forma en la que lo abrazaba. Imágenes como esa daban
sentido a mi vida.
En el piso de abajo me encontré con mis cuñadas, que
tomaban café y hablaban en voz baja.
- Buenos días – saludé, y me sonrieron en respuesta.
Creo que estaban hablando de temas femeninos, porque la conversación murió
cuando yo entré. A veces se hacía raro vivir con tres mujeres. Aunque
técnicamente ya no vivían allí, seguían teniendo su habitación y se quedaban a
dormir muchas veces. Esa había sido su casa durante muchos años, y las tres la
habían compartido incluso después de que Piper y yo nos casáramos. Su poder
residía en su unión, y si estaban separadas eran más vulnerables al ataque de
un demonio. Pero decidieron tiempo atrás que tenían una vida que vivir, si no
querían acabar por perderla. Compartían muchas cosas, pero cada una tenía una
historia. Todas estaban empezando su propia familia.
- Leo, ¿se te ocurre algo que pueda regalarle a mi
sobrino? – preguntó Phoebe.
Se acercaba el cumpleaños de Chris. Parecía increíble
que mi bebé fuera a tener tres años. Yo sabía que Piper le estaba organizando
una fiesta, dentro de nuestras limitaciones: al fingir su muerte, habían
perdido sus identidades. Pasaban por sus propias primas, con un hechizo de ocultamiento
que engañaba a todo el mundo, demonios incluidos. Así que habían empezado de
cero. Nuevas amistades, nuevas presentaciones…Una vida de magia no daba mucha
ocasión para tener amigos. No cuando no podían saber el secreto sobre el que se
cimentaba nuestras vidas. Por suerte, algo habíamos conseguido, alejando alguno
de los peligros y ocupaciones de aquél mundo, y por eso Piper podía dedicar su
tiempo de aquellos días a la fiesta de nuestro hijo.
- Ves el futuro, Phoebe. Sólo tienes que esperar una premonición
que te muestre lo que vas a regalarle.
- No puedo esperar, o me quedaré sin tiempo.
Sonreí, divertido por su tono quejumbroso.
- Cualquier cosa que le regales estará bien. La
romperá en unos cinco minutos aproximadamente.
- Entonces le regalaré algo que no se rompa.
No pude ocultar mi escepticismo. ¿Habían inventado
algo que un inquieto y curioso niño con poderes no pudiera romper? Sabía que,
de existir tal cosa, Phoebe la encontraría. Era afortunado por tener unas
cuñadas que quisieran tanto a sus sobrinos. De alguna forma, al carecer de
familia, había adoptado la familia de Piper como la mía propia.
- Será mejor que yo me vaya ya – dijo Paige, que había
acabado de desayunar. – Se me hace tarde.
- Corre, vete. No querrás hacer esperar a tu cita –
bromeó Phoebe, con algo de malicia bienintencionada. Paige rodó los ojos, y
orbitó.
- ¿Tiene una cita? – pregunté, confundido. Hasta donde
yo sabía Paige estaba prometida con Henry. Ellos ya no tenían
"citas", sino que más bien estaban tardando demasiado en casarse. Yo
en esas cosas no me metía: a lo mejor nunca se casaban, y compartían su vida
sin los lazos del matrimonio. Paige era muy liberal. Pero en cualquier caso,
parecía evidente que iban a compartir su vida para siempre. Se querían.
- No preguntes. Cosas de mujeres – respondió Phoebe, y
yo callé. A ver qué otra cosa iba a hacer. No sé si era por ser de otra época,
por ser hombre, o por ser luz blanca, pero a veces no entendía a esas mujeres
ni un poquito.
Unos pasitos ligeros llamaron mi atención, y Wyatt
apareció con cara de estar aún medio dormido. Era raro que se levantara sin que
Piper o yo fuéramos a despertarle. Me pregunté si habría tenido una pesadilla,
pero de ser así estaría en la cama con su madre y no ahí abajo, frotándose los
ojitos mientras sostenía a Bobby bajo un brazo.
- Buenos días – le saludé, y fui a darle un beso. Le
alcé y le senté sobre la encimera. - ¿Has dormido bien?
- Yo sí. Pero Bobby no. – me dijo, con voz seria. Yo
intenté sonar serio también al responderle.
- ¿Ah, no? ¿Y por qué?
- Se asustó por el demonio que nos atacó ayer. –
explicó. Aquella era una forma de hablar de su propio miedo tratando de no
aparentar estar asustado. Era muy tierno, y me hacía cierta gracia, pero fingí
que me lo creía.
- Pues dile a Bobby que cuando tenga miedo puede venir
a dormir con mamá y conmigo.
Wyatt balanceó las piernas y me miró con algo de
inseguridad.
- ¿Y yo? ¿Yo también puedo ir a dormir con mamá y
contigo?
- Claro que sí, bebé. Ya lo has hecho muchas veces.
Mi niño sonrió ampliamente. Yo amaba esa sonrisa
infantil, y deseaba que no la perdiera nunca.
- Buenos días, Wyatt – saludó Phoebe, y se acercó a
darle un beso. – Leo, yo también me voy. Coop se estará preguntando por qué
tardo tanto.
- Dile que se pase más por aquí – respondí. Así vería
a otro hombre por ahí, aunque más que un hombre fuera un cupido.
- Lo haré – prometió, y cogió su bolso.
- ¿Te acerco a algún lado? – pregunté. Phoebe no podía
orbitar por sí misma, y aunque aún podía moverse bien, sentí que era mi deber
preocuparme por ella y el bebé de siete meses que alojaba en su vientre.
- No te preocupes. Me hará bien andar. Dile a Piper
que luego la llamo.
Le dio otro beso a Wyatt y agudizó la voz para hablar
con él.
- Adiós, Wyatt. – dijo, dedicándole una gran sonrisa.
- Adiós, tía Phoebe.
Mi niño y yo nos quedamos solos cuando escuchamos cómo
se cerraba la puerta principal. Yo me serví un café, aprovechando que había una
cafetera hecha, y puse a calentar la leche para Wyatt.
- Papi.
- Dime cielo.
- La tía Phoebe tiene mucha tripa. ¿Cuándo va a nacer
el bebé que se ha tragado?
Por poco escupo el trago de café que acababa de beber.
Me entró la risa por la inocencia de mi pequeño. Él sabía que Phoebe estaba
esperando un hijo, y recordaba también como su madre había tenido la misma
tripa antes de que naciera su hermano.
- No se ha tragado ningún bebé, Wyatt.
- Entonces ¿cómo se ha metido ahí dentro?
Esa era, definitivamente, una conversación que aún no
iba a tener con mi bebé.
- Aún faltan unos dos meses para que nazca – dije,
respondiendo a su primera pregunta e intentando salirme por la tangente. Wyatt
frunció el ceño al ver que no le respondía. Le puse el desayuno en la mesa y le
senté para que se lo tomara, y supe por su expresión que no iba a dejarlo
estar.
- No puede ser por la magia, porque la gente sin
poderes también tiene bebés – razonó mi pequeño, inteligentemente.
- No, no es cosa de magia. – confirmé yo, en un tono
que pretendía ser tajante – Y ahora vamos, bébete la leche, mientras voy a
despertar a tu hermano.
- ¡Ah! ¡Ya sé! – dijo Wyatt – Es por algo que ha
comido. Algo que ha hecho que crezca un bebé dentro de ella.
Yo no le respondí, dejando que pensara eso. No estaba
bien mentirle, pero eso tampoco era una mentira ¿no? Si no decía nada, en
realidad no le estaba mintiendo… Bueno, una mentira pequeñita. Hasta que fuera
el momento.
Iba a subir a despertar a Chris cuando escuché el
sonido de un cristal haciéndose añicos. Giré la cabeza y vi el vaso de leche en
el suelo y a Wyatt que me miraba con una carita de pena muy grande. Le tembló
el labio y empezó a llorar. Me acerqué a él y le tomé en brazos.
- Shhh, no llores, cariño.
Wyatt se calmó en un tiempo record, pero me siguió
mirando como si pretendiera derretirme con sus ojitos brillantes.
- Papi, no me des en el culito – me suplicó, mientras
se apretaba contra mí.
- Claro que no, bebé. Ha sido un accidente. No hay
castigo por un accidente. Sólo ten más cuidado ¿vale? Si se rompen los vasos,
al final tendremos que desayunar todos con el biberón de Chris – concluí con
una broma, y Wyatt sonrió. Le di un beso en la cabeza y le dejé en el suelo. Me
preocupé un poco por su reacción: ni Piper ni yo le regañábamos nunca por cosas
como esa. Supe ver que Wyatt se había dado cuenta de que había habido un cambio
en la forma de castigarle cuando cruzara un límite y estaba intentando ver qué
otras cosas habían cambiado. Por eso había preguntado si podía venir a mi cama
cuando tuviera miedo, y no había sabido cómo iba a reaccionar yo por el
accidente con el vaso. Quería que mi niño entendiera que todo seguía siendo
igual, y por eso me esforcé en ser muy dulce con él.
- ¿Me ayudas a recoger? – le pregunté, como si fuera
un juego. - ¿Qué te parece si orbitamos los cristales?
La idea le encantó, pues todo lo que implicara magia
sonaba como un buen plan para él. Orbitó los cristales a la basura como si
fuera tan sencillo como respirar. Mi pequeño era un ser mágico muy poderoso, y
yo no podía ocultar lo orgulloso que estaba de él. ¿Se sentirían todos los
padres como si sus hijos fueran los más especiales, o era sólo yo porque mis
hijos eran mitad brujos y mitad luces blancas?
Con los cristales fuera, fui a por una fregona para
limpiar la leche que se había derramado. Miré a Wyatt para ver si se había
ensuciado, y vi que los pantalones de su pijama estaban un poco manchados. De
todos modos tenía que cambiarse para quitarse la ropa de dormir, así que no era
un gran problema.
- Vamos a vestirnos – le dije – Luego sacamos de la
cama al dormilón de tu hermano y a mamá y bajamos todos a desayunar.
Wyatt extendió su manita para que le agarrara y vino
conmigo al piso de arriba. Aunque estaba aprendiendo a vestirse sólo, le
llevaba mucho tiempo, así que entré con él a su cuarto para ayudarle. Wyatt
seguía agarrando a Bobby con el brazo, y yo se lo quité para poder vestirle y
lo puse sobre la cama. Mi hijo protestó enseguida y volvió a cogerlo. Yo se lo
volví a quitar, y así provoqué una rabieta. Distinguía cuando mi niño hacía un
berrinche de cuando no porque la forma de llorar era muy diferente. Era mucho
más molesta y chillona, y a veces hasta tosía del daño que él mismo se hacía en
la garganta. Lo mejor para que se le pasara era ignorarle. No me gustaba
ignorar el llanto de mi hijo, y cuando lloraba "de verdad" nunca lo
hacía, pero en aquellos casos era un método muy efectivo para que se calmara.
Aparté a Bobby de su alcance pero él lo orbitó en sus manos. A ese juego podían
jugar dos: lo orbité lejos de allí, a un armario de mi cuarto, y como él no
sabía dónde estaba no lo pudo orbitar de nuevo. Lloró entonces con más fuerza
diciendo cosas como "dámelo", "es mío", y "lo
quiero". Sólo reaccioné cuando me llamó tonto. Entonces le di una
palmadita en el trasero.
- Eso no se dice. – regañé, y luego procedí a
cambiarle de ropa. Sin su colaboración fue un poco más complicado, pero
finalmente me las arreglé para quitarle la camiseta del pijama y ponerle otra
que previamente saqué de un cajón. Le quité también los pantalones y cuando le
puse los nuevos casi había dejado de llorar por completo, notando que no
conseguía nada y aburrido de su propia pataleta. Le senté en la cama para
ponerle los calcetines mientras Wyatt se chupaba el dedo, en un gesto que
siempre me había parecido de lo más tierno.
- Bobby – protestó muy molesto conmigo. Como ya no estaba
llorando me permití contestarle, saliendo de la sordera que había estado
fingiendo.
- Te daré a Bobby en cuanto terminemos de vestirte.
- Ah – dijo Wyatt, mucho más conforme, y se siguió
chupando el dedo. Yo rodé los ojos por lo fácil que había sido que mi niño
olvidara su tremendo enfado. Cogí uno de sus zapatos pero Wyatt puso sus
manitas en mi brazo. – Yo lo hago – me dijo, y le di el zapato, dispuesto a
observarle. Wyatt tiró un poco de los cordones y luego intentó meter el pie. –
No entra - se quejó.
- Es que ese es el del otro pie – expliqué. - Dame el
piececito. ¿Lo ves? Este zapato y éste pie tienen la misma forma.
Wyatt se miró el pie con mucha atención, como si de
pronto le hubiera crecido otro dedo. Luego miró el zapato, y pareció entender lo
que le quería decir. Dejó que se lo pusiera y luego estiró el otro pie.
- ¿Qué pie es éste? – le pregunté, haciéndole
cosquillas. Quería afianzar sus conocimientos de "derecho" e
"izquierdo". Wyatt apartó el pie y se rió un poquito.
- El derecho.
- Muy bien. Y ¿éste dedo como se llama? – seguí
preguntando, atrapando su dedo meñique a través del calcetín.
- El pequeño – dijo muy convencido. Yo le hice
cosquillas otra vez.
- ¿Estás seguro?
- Es el más pequeño. – explicó, como si fuera
evidente.
No pude hacer otra cosa que reírme.
- Sin duda tienes razón. Es el más pequeño y se llama
me…- empecé y lo dejé sin concluir para que él lo terminara.
- ¡Meñique! – recordó.
- Muy bien, Wyatt. Eso es – alabé, y terminé de
ponerle el zapato. Luego le até los cordones. – Ya estás listo.
- No. Me falta Bobby. Él también tiene que ir a
desayunar.
- Por supuesto – coincidí, y orbité el dichoso
peluche. Se lo di y él lo abrazó como si llevase días sin verle. Luego lo
agarró con el brazo izquierdo y me dio la mano derecha, indicando que ahora sí
estaba listo.
Fuimos al cuarto que compartíamos Piper y yo, y Wyatt
se puso el dedo índice en los labios para decirme que no hiciera ruido.
Después, como un pequeño gatito sigiloso, caminó hasta la cama y de pronto
saltó, despertando a Piper con una carcajada. En realidad, yo sabía que ella ya
estaba despierta, y se estaba haciendo la dormida.
- ¡Mami!
- ¡Ow! ¡Hola bebé! ¡Qué susto me has dado! – dijo
ella, y le sonrió. Aún tumbada le alzó por encima de su cuerpo y le sostuvo en
el aire. Luego le bajó, y le dio varios besos muy sonoros. Se levantó de la
cama y me dedicó una sonrisa de "buenos días". - ¿Chris está
despierto? – me preguntó.
- Dormido como un tronco. Voy a por él.
Dejé a mi niño con su madre, y fui a por mi otro bebé.
Chris dormía en una cama que en realidad era una especie de híbrido entre una
cama y una cuna. Tenía barrotes muy altos que no servían de nada porque si
Chris quería salir de ahí se limitaba a orbitar fuera. Me apoyé en las barras y
le observé dormir durante un rato. Luego le di un suave toquecito para
despertarle.
- Buenos días, campeón.
- ¡Papi! – saludó y se sentó sobre el colchón. Cogí
una camiseta y un pantalón con tirantes y los dejé en la silla para vestirle.
Le tomé en brazos y le saqué de la cama. – Tengo "hambe" – me dijo,
mientras pasaba los brazos por mi cuello.
- Pues en seguida bajamos a desayunar.
Le quité el body con el que dormía y revisé el pañal
nocturno para comprobar que se había hecho pis. Chris ya iba al baño
perfectamente, pero por la noche aún tenía algún "accidente". Bajé
las barras de la cama y le tumbé para quitárselo. Chris se dejó hacer, aún un
poco dormido. Yo me di cuenta de que se iba a volver a dormir, y me agaché para
mordisquear suavemente el dedito gordo de su pie, para hacerle reír y que se
distrajera.
- ¡Es mío! – protestó - ¡Es mi dedito!
- ¿Seguro? Yo creo que es mío.
- No. Mío.
- Pues te lo quito.
- No puedes – respondió mi niño con rotundidad.
- ¿Ah no? – pregunté, y le volví a morder, con cuidado
de no hacerle ningún daño. Chris se rió, porque le hacía cosquillas.
- ¿De quién es, entonces?
- ¡Mío! – volvió a repetir, todavía riéndose. Cómo
quería a ese renacuajo.
Tras quitarle el pañal y limpiarle un poco le vestí y
bajamos a desayunar.
Piper y Wyatt ya estaban abajo. La di un beso y noté
que estaba de buen humor. Me gustaba pensar que era porque yo estaba en casa.
Sonreí, y me senté con ellos, poniendo a Chris sobre mis piernas.
- ¿Qué te apetece? – me preguntó Piper sosteniendo la
cafetera.
- Ya he tomado café. Además, creo que voy a
desayunarme a éste niño – dije, zarandeando a Chris cariñosamente. Él se rió, y
yo sonreí. Era muy fácil hacerle reír. Era de esos niños que se reían por todo.
Piper me pasó el biberón de Chris. Él comía alimentos sólidos, por supuesto, pero
la única manera de conseguir que tomara algo de fruta era batiéndola y
haciéndosela papilla. Hacíamos un batido de pera, plátano, manzana, galleta y
uvas. Le dábamos uno de esos en el desayuno. Se lo di a Chris que se lo fue
bebiendo poco a poco.
- Mamá, ten cuidado con lo que comes – dijo Wyatt
cuando ella se sirvió una tostada – No vayas a tener otro bebé.
Piper se atragantó y me miró para ver si yo sabía lo
que Wyatt quería decir. Yo sonreí, y me encogí de hombros. Luego se lo
contaría. Me puse serio de nuevo al recordar algo en lo que había estado
pensando.
- Phoebe debería estar un tiempo alejada de problemas
– le comenté a mi esposa – Puede ser peligroso para el bebé. Imagínate que la
atacan y la tiran al suelo…Deberías decirle que no haga esfuerzos.
Me había casado con una de las hermanas, pero todas
eran importantes para mí. Eran mis amigas, mi familia, y mis protegidas. No
quería que ninguna sufriera ningún daño…
- Como si decírselo sirviera de algo - replicó Piper –
Soy de la misma opinión que tú, pero no sé por qué piensas que va a hacerme
caso. Además, muchas veces los demonios vienen a nosotras, y no nosotras a los
demonios.
- Para eso tenéis una nueva identidad.
Piper asintió y me dijo que hablaría con Coop, el
esposo de Phoebe, para que la mantuviera alejada de cualquier peligro, incluso
de ella misma. Disfrutamos de un maravilloso desayuno en familia y luego Wyatt
y Chris salieron disparados, a enredar por ahí con alguno de sus juegos con la
rapidez de quien piensa que el tiempo se paga en oro. Yo sonreía mientras les
oía jugar, y observé que Bobby había quedado olvidado en el asiento de Wyatt.
Qué pronto se olvidaba del peluche por el que tanto me había llorado ¬¬
- Bendito Domingo – suspiró Piper – No sé si me
encanta que estén aquí en vez de en la escuela… o si es una tortura insufrible.
- Un poco de las dos cosas – respondí, con una
sonrisa. – Pero míralo de ésta forma: qué silencioso estaría todo si no
estuvieran por ahí gritando y riendo.
Ella me dio la razón con otro suspiro. Recordé
entonces otra cosa que quería hablar con ella. Le comenté la posibilidad de que
fuera yo el que vacunara a Wyatt, y le pareció una gran idea. En mi fuero
interno, yo me hundí. Si mi niño había tenido una rabieta porque había apartado
un momento su juguete, ¿qué haría al enterarse de que quería hacer algo tan
"malvado" como pincharle su bracito?
Orbité a un hospital y me hice con la vacuna que Wyatt
necesitaba. No es que robar en hospitales me pareciera de lo más ético, pero no
podía comprar la vacuna porque
a) Se supone que los luces blanca no tienen ni usan
dinero (aunque yo hacía un poco de trampa en eso, como muchos otros)
b) Mi licencia médica era de hacía ochenta años. Como
que iba a ser un poco sospechoso.
Regresé a casa con la ampolla que contenía la vacuna,
y una jeringuilla que a mí ciertamente me parecía muy pequeña, pero que a Wyatt
le iba a parecer la aguja más grande del universo. Le llamé un momento y mi
niño vino corriendo, acalorado por una mañana de jugo intenso.
- ¿A dónde fuiste papi? – me preguntó, contento de
verme.
- A…por una medicina.
- ¿Medicina? ¿Quién está malo?
- Nadie, cariño. Es una medicina para evitar ponerse
malo. – expliqué – Una vacuna.
- ¡No! – protestó Wyatt, al entender que era para él.
- ¡No quiero, papi!
- Ya sé que no, cielo, pero es necesario.
- ¡No quiero!
Suspiré. Me senté en el sofá, y le senté a él encima.
- No va a dolerte.
- ¡Mentira!
- ¿No me crees?
- ¡No! ¡Las vacunas duelen!
- Esta no. Porque te la va a poner papá.
- ¿De verdad?
- De verdad.
Wyatt pareció un poco más tranquilo con esta idea,
pero aún no las tenía todas consigo. Vi que ponía un puchero, y traté de evitar
que empezara a llorar.
- ¿A que eres un niño valiente?
Wyatt asintió, muy despacito.
- ¿Prefieres que lo haga un doctor?
- ¡No! Quiero que lo hagas tú.
Le di un beso en la cabeza.
- Ese es mi niño. Vamos a poner la tele ¿vale? Tú ves
los dibujos mientras papá te vacuna. Ni siquiera te enterarás, va a ser un
pinchacito de nada.
Wyatt volvió a asentir, con una carita que daba mucha
ternura. Llamé a Piper, para que estuviera con él, y tal como había dicho puse
la tele. Wyatt normalmente quedaba absorbido por la pantalla pero me dio la
sensación de que aquella vez no le estaba prestando atención. Preparé la aguja
donde él no pudiera verme, inserté la dosis de la vacuna, y remangué su brazo.
Wyatt empezó a llorar silenciosamente, pero se estuvo quieto. Pasé un algodón
humedecido en alcohol por el sitio donde le iba a pinchar, y luego acerqué la
aguja y se la clavé. Wyatt lloró un poquito más y Piper le dio un beso. Le
sujetó mientras introducía la dosis, porque había empezado a moverse un poco. Y
en apenas un par de segundos terminé. Le di un beso a mi niño y dejé la aguja y
todo lo demás.
- Ya está, cielito – le dijo Piper.
- Lo siento – lloriqueó él.
- ¿Por qué?
- Por haber llorado.
- No pasa nada por llorar, mi amor – susurró Piper,
abrazándole.
- Pero papá quería que fuera valiente.
- Y lo has sido – le aseguré – Hacer algo que nos da
miedo significa ser valiente.
Le sonreí y él, poco a poco, me sonrió de vuelta.
Cambió los brazos de Piper por los míos.
- No ha dolido – me confesó.
- ¿Lo ves? Papá no miente, corazón.
Wyatt se apoyó en mí como si fuera su almohada.
- He oído que los niños valientes tienen un premio –
comentó Piper, en tono casual, pero mirándome con picardía.
- Eso he oído yo también – respondí en el mismo tono,
y Wyatt levantó la cabeza, muy interesado. Yo me quedé callado y Wyatt se
mordió el labio. Luego tiró de la manga de mi camisa.
- ¿Qué premio? – preguntó.
- Definitivamente, no es ir al circo – dije yo – Eso
es muy aburrido.
- Si, aburrido del todo – asintió Piper.
Wyatt abrió mucho los ojos y casi me dio lástima
hacerle de rabiar así. Pero valía la pena por ver esa carita ilusionada.
- ¡El circo no es aburrido! – casi gritó, brillándole
los ojos. El circo era algo así como su paraíso terrenal.
- ¿No? – pregunté con falsa incredulidad. - ¿Entonces
quieres ir al circo?
- ¡Siiiiiiiiii!
- Pues al circo iremos – sentenció Piper, y Wyatt botó
en mis brazos. Empezó a saltar en el sofá gritando "circo, circo,
circo" como si acabara de tocarle la lotería. Yo me reí a carcajadas,
disfrutando de lo fácil que es hacer feliz a un niño. Tocaba tarde de circo,
pues. A Chris también le haría ilusión.
…
Nunca entenderé la fascinación que parecen sentir
algunas personas por los animales encerrados. No me gustaban los animales en
cautividad. No me gustaba el concepto "mascota". Tenía muy claro que
nunca iba a tener una. No es cosa de luz blanca, esta opinión ya la tenía de
antes. Pero siempre me habían gustado los animales. Si lograba olvidarme de que
el lugar natural de los elefantes es en África y no bajo una carpa, el circo
era un lugar entretenido para mí también.
Wyatt llevaba todo el día muy excitado, como si
tuviera una sobredosis de azúcar. Saltaba de acá para allá, no se estaba
quieto, y su nerviosismo había contagiado a su hermano. La espera en la cola
para comprar las entradas fue un momento realmente difícil para Piper y para mí
que teníamos que controlar a dos inquietos niños hiperactivos. Tratamos de
tener paciencia. Al principio, su entusiasmo nos resultaba divertido. Luego, se
hizo algo pesado. Y cuando Wyatt se alejó demasiado de nosotros, Piper se
enfadó un poco. Le agarró de la mano y no le dejó correr más.
- Será mejor que te portes bien, caballerete, si no
quieres que nos volvamos a casa.
- ¡No!
- Pues no te separes de mamá.
A partir de ese momento todo fue más tranquilo, aunque
Wyatt y Chris se empezaron a aburrir de estar en la cola. Chris en concreto,
que estaba en mis brazos, se durmió. Wyatt jugueteaba con la mano de Piper y
con sus pulseras, pero también se aburrió de eso y empezó a mostrarse inquieto
otra vez. Trató de soltarse de la mano de Piper y al final lo consiguió. No
logró dar ni dos pasos antes de que Piper le atrapara de nuevo. Yo la miré con
compresión. Intenté enviarla dosis de paciencia con la mente.
En un determinado momento, llamaron a Piper por
teléfono y soltó a Wyatt para rebuscar en su bolso y cogerlo. Wyatt aprovechó
su oportunidad para alejarse un poco. Yo puse a Chris en los brazos de Piper y
fui tras él. Por suerte, no se le ocurrió orbitar. Ya parecía entender que no
podía hacer eso en público, lo cual me ahorraba muchos problemas con los
limpiadores, que ya en una ocasión quisieron tomar medidas contra él por
desvelar la magia delante de alguna personas. Los limpiadores borraron la
memoria de todos los testigos… y pretendieron llevarse a Wyatt y borrarle de la
memoria de todos. Piper y sus hermanas no lo permitieron, pero yo no quería
arriesgarme a que tal cosa sucediera de nuevo. Así que me alegraba de que mi
bebé fuera siendo cada vez más "responsable" en todo aquél asunto.
Sólo por eso contuve mi enfado cuando di con él.
- Wyatt, ya vale. Sé que te aburre esperar, pero ya
falta poco. No puedes separarte de mamá. Vamos, ven.
- ¡No!
- ¿Quieres que te caliente el culete?
- No, papi – protestó, negando también con la cabeza y
poniendo las manitas en la espalda, como para protegerse.
- Pues entonces sé bueno y obedece a papá.
Me dio la mano y regresó conmigo a nuestro lugar en la
cola. Estaba serio y algo triste. Yo sabía que era porque le había regañado,
pero también sabía que se le pasaría enseguida. La verdad es que la maldita
cola iba muy lenta. Cinco minutos después, Wyatt tiró de mi mano un poquito.
- Aúpa, papi. – me pidió. Decidí complacerle, y le
cogí en brazos. Le balanceé un poco y empecé a hablar con él para distraerle.
- ¿Quieres ver a los leones? – le pregunté.
- ¡Sí!
- ¿Y a los elefantes?
- ¡Siiii!
- ¿Y a los payasos?
- ¡No!
- ¿No?
- ¡No me gustan! – declaró, haciendo un mohín. – Son
feos, y dan miedo.
Yo me reí un poco. Mi niño tenía muy claras las ideas.
El sonido de mi risa despertó a Chris, que dormitaba en los brazos de Piper.
- "Quero" ir con papá. – dijo.
- Hola, campeón. - le dije con una sonrisa.
- "Quero" ir con papá – repitió. – Wyatt,
quita.
- Estoy yo – protestó Wyatt, y se apretó más contra
mí, como diciendo "mío". Me sentí halagado porque se pelearan por mí,
pero no quería que aquello fuera a más. Miré a Piper, que parecía un tanto
ofendida porque yo tuviera más éxito que ella. La sonreí. A mí, al fin y al
cabo, me veían menos.
- Campeón, enseguida llegamos al final de la cola y
podrás sentarte conmigo si quieres ¿vale? – le dije a Chris, tratando de
contentarlos a los dos.
- ¡No, papá, no es justo! ¡Yo me quiero sentar
contigo! – protestó Wyatt.
- No, yo – gritó Chris, y de pronto le dio un manotazo
a Wyatt. Piper se separó para que no llegaran a tocarse, y le dio un golpecito
a Chris en la mano.
- Eso no se hace. Pídele perdón a tu hermano.
Chris arrugó la carita y empezó a llorar. Piper
suspiró, y le meció para calmarle.
- Sh. No llores, bebé. – susurró, y luego le dio un
besito en la mano en la que le había pegado. Chris sorbió por la nariz, dejando
de llorar.
- Perdona, Wy. – dijo, restregándose el ojo derecho.
Trató de acercarse a su hermano para darle un beso. Me pareció un gesto muy
tierno y a Piper también, que dio un paso para que el niño le alcanzara. Pero
entonces Wyatt, sin previo aviso, le arreó un golpe a Chris, como en venganza.
Chris reanudó su llanto con fuertes berridos. Su hermano le había dado bastante
fuerte.
- ¡Wyatt! ¡Eso ha estado muy feo!
- ¡Él es tonto! ¡Aquí estoy yo y además me voy a
sentar contigo!
- No, no vas a hacerlo – le dije, con enfado, y le
dejé en el suelo. Traté de darle un golpecito en la mano, como había hecho
Piper con Chris, pero Wyatt escondió ambas manos tras la espalda. Mi niño
siempre había sido muy listo, pero yo no iba a dejar que se saliera con la
suya. Le di un azote suave.
Wyatt entonces se sentó en el suelo, y empezó a
llorar, muy bajito. Me llamó la atención esa forma de llorar. No era un
berrinche, y tampoco era la forma en la que lloraba cuando le regañaba o
castigaba. Me agaché junto a él.
- Tu hermano te estaba pidiendo perdón, y tú le has
pegado – le dije, para que entendiera por qué me había enfadado. – Anda, dale
un beso y haced las paces.
Wyatt asintió, y lo hizo. Chris dejó de llorar pero
Wyatt no. Volví a cogerle en brazos y traté de consolarle, pero no tuve éxito.
Le hablé del circo otra vez, pero tampoco conseguí nada. Al final, Piper lo
cogió y me dio a Chris en su lugar y trató de consolarle ella.
- ¿Qué pasa, cielito? ¿Papá te ha pegado?
Wyatt asintió.
- Pero ya no te duele ¿a que no? Y él ya te ha
perdonado y Chris también.
Wyatt siguió llorando. Me daba mucha pena ver a mi
bebé tan triste. Se suponía que esa tarde era para que lo pasaran bien.
- Ya, bebé, ya. – dijo Piper, y le dio un beso. –
Vamos a portarnos bien y así papá no se enfada más ¿vale?
- Ha dicho que no me voy a sentar con él – lloriqueó
Wyatt. – Papá no quiere que esté a su lado.
Piper me miró y pude ver cómo se moría de ternura al
igual que yo.
- Qué malo que es papá. Mira que mentirte de esa
manera.
- ¿Mentirme?
- Claro. A papá le encanta estar contigo. Si te ha
dicho otra cosa te ha mentido.
Wyatt miró a su madre con mucha atención y luego me
miró a mí.
- Malo, papá – me dijo. - ¡Mentiroso!
- ¡Eh! – protesté, buscando defenderme. A uno le
condenaban demasiado rápido en aquél juzgado familiar. – Yo no he dicho que no
quiera estar contigo.
- Has dicho que no te vas a sentar conmigo – protestó
Wyatt.
- Exacto. He dicho que no voy a hacerlo, no que no
quiera hacerlo. Tú te has portado mal con tu hermanito, así que yo te he
castigado y ahora voy a sentarme con él.
Wyatt volvió a llorar otra vez, y yo le di un beso en
la frente. De nuevo esos ojitos ilegales. Otra vez ese llanto que venía del
pensamiento de que yo estaba muy enfadado con él…Iba a ceder en tres….dos…
uno….
- No me voy a sentar a tu lado, porque tú vas a estar
en mis piernas, y Chris en las de mamá. Y luego nos cambiamos.
A Wyatt esa solución pareció encantarle. Yo suspiré,
resignado a ser un blando con mis dos bebés. Piper me miró alzando una ceja, y
luego sonrió. Por fin, llegamos al final de la dichosa cola. Compramos las
entradas, y pasamos.
Antes de entrar a la carpa central, donde iba a ser el
espectáculo, estuvimos en un pasillo donde aguardaban los elefantes que iban a
participar. Chris escondió la cabecita en mi pecho.
- ¿Qué pasa, campeón? ¿Te dan miedo?
- ¡Son muy "gandes"! – dijo mi pequeñín,
mirando de reojo con una mezcla de susto y curiosidad.
- Sí, sí que lo son. Pero no van a hacerte nada.
Chris pareció calmarse, pero se asustó de nuevo al ver
la foto de un león. Jesús, pues cómo iba a ponerse al ver a los de verdad…Le di
un beso en la cabeza.
- Papá te protege, campeón. No tienes nada que temer.
Chris, mucho más tranquilo, extendió la mano para
tocar la foto. Luego volvió a mirar a donde estaban los elefantes. Vi en sus
ojos una expresión que conocía muy bien, como de planear una travesura.
- Chris, no puedes orbitar – susurré en su oído,
vigilando que nadie nos oyera. Chris me miró con un puchero, pero me hizo caso
y no orbitó. – Esto va para los dos – les dije – Nada de orbitar en público, y
no podéis, repito, NO podéis entrar donde están los animales. Ni alejaros de
mamá y papá.
Les miré fijamente hasta asegurarme de que me
entendían. Más relajado, entramos por fin a la carpa central y nos sentamos.
Tal como había dicho, primero yo fui el asiento de Wyatt, y luego el de Chris.
Total, que los niños se pasaron aquella tarde en los brazos de su madre y en
los míos. ¿Para qué tenían piernas, si no las usaban?
- Mira Chris. ¿Ves al señor de las cadenas? Se va a
soltar, pero sin magia. – le dije, en un determinado momento, inclinándome para
hablar con él.
- ¿Sin magia?
- Sólo con sus manos.
Chris miró muy atentamente, y se agarró con fuerza a
mi brazo cuando el escapista se soltó con un fuerte "clong". La gente
empezó a aplaudir, y el aplaudió también con sus manitas.
Mis niños disfrutaron como los enanos que eran. Wyatt
ya había estado en el circo una vez, y se acordaba más o menos. Para Chris era
la primera vez, y quedó muy impresionado. Cuando acabó el show y salimos
lentamente de la carpa, Chris iba parloteando con los ojos muy abiertos.
- …los "efantes" estaban todos encima de una
pelota – decía, como si yo no hubiera estado con él, viéndolo. – Y los leones
hacían un ruido muy fuerte.
- ¿Cómo hacían los leones? – le pregunté.
- Grrr – imitó mi pequeño. Yo me reí, porque sonó más
como un gatito que como un león.
Era gratificante verle tan contento. Realmente, yo era
feliz si ellos lo eran.
- Wyatt, ¿lo has pasado bien? – le pregunté.
- ¡Síiiiiiiiiii! – gritó, y por si el "síiiiiiiiiiii"
no fue lo suficientemente expresivo, lo acompañó con un saltito. Y fue dando
botes a partir de entonces.
- Mira, lo que nos ha faltado ver hoy: un canguro –
dijo Piper y los dos nos reímos.
Ocurrió muy deprisa. Yo aún me estaba riendo. Piper
también, y llevaba a Chris en brazos. Y Wyatt seguía saltando…y saltando…Piper
se dio cuenta de hacia dónde se dirigía, y le llamó, pero mi niño no la
escuchó, y siguió saltando…y de pronto se metió debajo de un cordel, en la zona
de los elefantes. Wyatt se detuvo, y observó, lleno de curiosidad. Había una
mampara protectora…pero él la traspasó, sin saber cómo, usando uno de los
tantos poderes que tenía, de querer algo y conseguirlo al instante, sin
necesidad de conjuros. Desde bebé podía hacer cosas como esas, como cuando hizo
aparecer un dragón que aterrorizó a media ciudad.
Vi al elefante levantar sus patas delanteras, y me
imaginé esas mismas patas, de a saber cuántos kilos cada una, cayendo sobre mi
pequeño. No lo dudé un segundo. Orbité dentro de aquella jaula, junto a Wyatt.
Le envolví con mis brazos, y volví a orbitar con él.
La gente se quedó mirando, asustada. Habían visto
magia. Los limpiadores tardaron exactamente tres segundos en aparecer. Les
borraron la memoria. Me miraron. Les miré. Ellos eran neutrales. No pertenecían
al bando del bien, ni al del mal. En teoría que yo fuera un Anciano no les
impresionaba…En teoría, porque se fueron, sin decirme nada. Sin tomar medidas.
Yo respiré aliviado.
- Ya pasó, mi niño. Papá te tiene – susurré, y no supe
si con esas palabras pretendía consolarle a él, o consolarme a mí. Le notaba
temblar contra mi pecho como un cervatillo asustado.
Piper llegó junto a mí, con Christopher en brazos.
Estaba llorando.
- ¡Wyatt! – gritó, haciendo que sonara como un
sollozo. Yo desenvolví a la bolita que protegía con mis brazos. Wyatt se había
asustado mucho. Piper apoyó su cabeza contra él. Yo no le solté ni un segundo.
Poco a poco, mi corazón empezó a latir otra vez. – Vámonos a casa – imploró
Piper, y yo no podía estar más de acuerdo. Caminamos hasta un lugar apartado,
donde nadie pudiera vernos, y orbité a la seguridad de nuestro hogar.
Una vez allí, Piper se dejó caer en el sofá. Juro que
pocas veces la he visto llorar así. Abrazaba a Chris porque ese gesto le daba
fortaleza, sin importarle que él la viera llorar. Chris empezó a llorar
también, al vernos tan nerviosos. Wyatt lloraba también, y yo no sabía si
matarle o comerle a besos. Hice un poco de las dos cosas. Estuve
tranquilizándole hasta que se le pasó el susto, y entonces comencé a regañarle.
- Wyatt, ¡te dije que no te separaras de mamá y de mí!
¡Te dije que no podías entrar donde estaban los animales!
- No orbité… - dijo mi niño, y se alejó de mí, algo
asustado porque le había gritado. Corrió a por su madre. – Mami, no orbité.
- ¡Eso no importa, Wyatt! – regañó Piper también -
¡Nos has desobedecido! ¡Usaste tu magia y entraste! ¡El elefante podía haberte
aplastado!
- Pero… pero… yo…
Mi niño nos miraba impotentes. El susto que se había
llevado era importante. Sabía, aunque sólo fuera por eso, que hubiera hecho
mejor en no entrar a la jaula. Pero se sentía perdido al vernos tan enfadados.
No sabía qué podía hacer o decir para que dejáramos de estarlo…y es que en
realidad no podía hacer nada. Nos miraba a uno y a otro sin saber en cuál de
los dos refugiarse. Debió decidir que en ninguno, y se quedó en medio. De
pronto orbitó a Bobby, y le abrazó.
Yo respiré hondo. Estaba bien. Milagrosamente,
mágicamente, mi niño estaba ileso.
- Piper, ¿por qué no vas a bañar a Chris?
Mi esposa hizo por calmarse, y asintió. Le dio un beso
a Chris y se lo llevó. Wyatt se me quedó mirando, a una distancia prudencial.
- ¿Yo no me voy a bañar? – preguntó.
- Después – le respondí. No iba a hacerle esperar.
Consideraba que merecía un castigo, y me parecía cruel prolongar su espera. No
estaba dispuesto a ser cruel. No cuando yo también había sido un niño que se
preguntaba cuándo iban a castigarle. No cuando me había propuesto recientemente
no ser como mi padre en aquello.
Mis hijos siempre habían sido muy inteligentes. Yo no
sabía si era por la magia, o por qué, pero lo cierto es que cuando Wyatt tenía
sólo diez meses, y Piper y yo estábamos separados y a las puertas del divorcio,
él espantaba a todos sus pretendientes, para que ella no saliera con otro que
no fuera yo. Esa época fue una de las más duras de mi vida, y no dejaba de
asombrarme la inteligencia que demostró mi niño. Demostró seguir teniéndola al
entender lo que iba a suceder:
- Papi. ¿Me vas a pegar?
"Pero no me lo preguntes así" supliqué en mi
interior. "No me lo preguntes así, que vas a matarme."
Adopté una política de total sinceridad.
- Sí.
- ¿Cómo ayer?
- Sí. – respondí, y gemí. Hacía sólo un día que le
había dado una azotaina. La primera. Me parecía demasiado pronto para la segunda.
En realidad, cualquier día me parecía demasiado pronto. Además sabía que esa
vez tenía que ser aún más duro, porque aquella travesura podía haberle costado
la vida.
Pensé que Wyatt saldría corriendo. Que orbitaría, y le
tendría que perseguir. Pero en vez de eso caminó hacia mí, y se quedó a mi
lado, esperando. Yo no dije nada. Me quedé mirándole, preguntándome si algún
día mi niño llegaría a entender el miedo que me había hecho pasar. Me senté en
el sofá y Wyatt me seguía mirando. Abrazaba a su peluche y de pronto se empezó
a chupar el dedo.
En ese momento, mi carácter pacifista, mi afición por
la meditación, resultó ser muy útil. Fue muy útil para no hacer nada de lo que
pudiera arrepentirme con ese niño, poco más que un bebé, que no se hubiera defendido.
Fue muy útil para no hablarle de una forma que, en vez de hacerle entender, le
hiciera asustarse. Fue muy útil para cumplir mi promesa de no volver a
gritarle. Respiré hondo, y por fin hablé:
- Vamos a dejar a Bobby aquí – le dije, y cogí al
peluche para ponerlo sobre la mesa. Wyatt lo miró, pero no hizo nada por
impedírmelo o por volver a cogerlo. Luego tiré del propio Wyatt para
acercármelo y apoye mi frente en la suya. Estuve ahí un par de segundos, y
luego me separé. De un tironcito, bajé su pantalón. De otro tironcito, su ropa
interior. – Esto no va a volver a pasar, hijo. No voy a volver a temer por tu
vida.
En ese momento yo no sabía lo equivocado que estaba.
Con una vida de magia, temes por la vida de tus seres queridos todas las
semanas. Pero mi determinación era fuerte y mi voluntad también. Alcé a mi niño
para colocarlo sobre mis rodillas. Podía sentir su tripa sobre mis piernas y su
respiración pausada. Sabía que en unos segundos se aceleraría. Me agaché un
momento, para susurrarle algo.
- Te quiero – musité sin apenas mover los labios, pero
sabía que me había oído.
Levanté la mano, y dejé caer la primera palmada.
SWAT
- No te alejarás de mi lado o del de mamá.
SWAT
- Tampoco irás o entrarás a un lugar al que te hemos
dicho que no vayas.
SWAT
- Y no usarás tu magia delante de otra gente.
SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT
- Aiii.
Sentí como Wyatt luchaba contra un sollozo. Agarró con
mucha fuerza mi pierna, y sentía cómo temblaba con cada palmada.
SWAT SWAT
Empezó a patalear mucho, seguramente de forma
involuntaria, y paré un momento para sujetarle bien. No quería que se cayera.
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
Wyatt lloró de forma sonora. Probablemente hubiera
estado llorando desde antes, pero fue entonces cuando prácticamente empezó a
berrear, y a llorar de esa forma en la que sólo pueden hacerlo los pulmones de
los niños pequeños. En ese momento entró Piper, sin decir nada, y se quedó en
la puerta. No me atreví a mirarla a los ojos, porque con que reflejaran sólo la
mínima parte de la angustia que sentía yo, sería incapaz de continuar.
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
Me detuve, proponiéndome firmemente no volver a ser
tan duro con mi pequeño. Esperaba que nunca me diera motivos para hacerlo,
porque si le escuchaba llorar así otra vez me moría, juro que me moría. Había
sido un castigo fuerte para sus cinco años, pero es de estas cosas que esperas
que se recuerden para toda la vida.
Le levanté, le puse de pie en el sofá, entre mis
piernas, y le coloqué la ropa. Wyatt no me miraba a la cara. Wyatt, de hecho,
no hacía nada, salvo llorar. De forma instintiva, le alcancé su osito, pero no
quiso cogerlo. Bobby no le servía de consuelo en ese instante. Volví a dejar el
peluche en la mesa, y reparé en las toallitas perfumadas para bebés que había a
poca distancia. Cogí una, y limpié con ella la carita de Wyatt. Hice también
que se sonara la nariz.
Me pregunté por qué no me abrazaba. Tal vez esperaba
que lo hiciera yo. Le di un beso en la frente y le atrapé entre mis brazos, y
lo sentí como un peso muerto. No me devolvía el gesto. No decía nada. Sólo
lloraba.
- Te quiero – volví a decir, esta vez fuerte,
haciéndome oír por encima de su llanto. – Si te hubiera pasado algo, mi vida
habría dejado de tener sentido. Sh. Ya pasó, bebé. Ya está. Sshh.
Entonces Wyatt hizo fuerza contra mis brazos. Yo lo
noté, y decidí ayudarle en su propósito, o no hubiera logrado moverme ni con
todas sus ganas. Le solté, ya que es lo que él intentaba que yo hiciera y
cuando se vio libre se bajó del sofá, se alejó de mí, y corrió hacia su madre.
Piper abrió sus brazos para él y luego los cerró, protegiéndole. Protegiéndole
de mí.
- Mami – lloró Wyatt.
- Ya, mi bebé. Me has asustado mucho. Te quiero tanto,
Wyatt.
De repente Wyatt orbitó de los brazos de su madre.
Tras unos segundos le sentí en el piso de arriba. Había orbitado a su cuarto.
Se lo dije a Piper, y los dos subimos. Wyatt estaba tumbado sobre la cama,
escondiendo la cara en la almohada, llorando. Me acerqué a él y le levanté, y
me senté con él sosteniéndolo contra mi pecho.
- Esto no funciona así – le dije – No te marchas a
llorar sólo después de un castigo. Papá te consuela y está contigo hasta que te
sientas mejor.
Aunque la verdad, en ese momento no sabía quién tenía
que sentirse mejor: si él, yo, o los dos. Le apreté contra mí con energía e
intensidad. Wyatt me devolvió el abrazo entonces, y fue un abrazo realmente
fuerte. Se me ocurrió algo y decidí decirlo, con la intención de sacarle una
sonrisa a mi bebé.
- Con estos abrazos tan fuertes que das, Bobby tiene
que estar medio ahogado. – le dije, pero no conseguí ni una triste media
sonrisa. – Ya, mi amor. Ya no llores – le pedí. Wyatt se restregó contra mi
camisa, y entonces empecé a llorar yo también, con lágrimas de impotencia. -
¿Qué tengo que hacer para que dejes de llorar?
Wyatt no me respondió, pero siguió apoyado en mí, y
poco a poco, igual que el día anterior, se fue calmando. Esta vez no se durmió,
sin embargo, y pude ver sus ojitos abiertos mientras su pecho bajaba y subía
rítmicamente con cada respiración. Cuando se calmó él, me tranquilicé yo. Piper
le dio un beso y luego se fue con Chris, al que había dejado en su cuarto, para
bañarle. Yo me quedé con Wyatt.
- Te quiero mucho. – le susurré, como si fuera un
arrullo. Le di un beso en la naricita, y así conseguí el primer atisbo de
sonrisa. - ¿Vamos a bañarnos? – le pregunté. A Wyatt le encantaba bañarse, en
especial cuando le llenaba la bañera con burbujas. Asintió, muy despacito, y se
dejó llevar, al baño que Piper y Chris no ocupaban.
Abrí el grifo y me senté en la tapa del váter a
esperar a que se llenara. Puse a Wyatt de pie entre mis piernas y le miré a la
cara.
- ¿Te asustó el elefante? - le pregunté, y mi niño
asintió. – Papá quiere evitar que pases miedo. Quiero evitar que te ocurra nada
malo. Quiero evitar que te hagas daño. Por eso me tienes que obedecer, a mí y a
mamá, y hacer lo que te decimos. Si lo hubieras hecho, no habrías pasado miedo.
¿Lo entiendes?
- Sí – respondió Wyatt, su primera palabra en muchos
minutos.
- ¿Lo vas a recordar?
- Sí.
- ¿Me quieres?
Wyatt me miró a los ojos, con mucha intensidad.
- Sí.
- Entonces, por favor, nunca lo olvides. Recuérdalo
siempre, lo que has sentido, y lo que te he dicho, y ten presente que papá
quiere lo mejor para ti. – le pedí, y le besé en la frente.
Metí la mano en el agua y vi que estaba algo fría, así
que abrí un poco más el grifo del agua caliente.
- Mm. Me parece que aquí hay muy pocas burbujas – comenté,
y eché más jabón, tras echar una mirada furtiva a Wyatt que pareció conforme
con el aumento de espuma. Le iba notando más animado. Empecé a desvestirle y
luego le metí en el agua, y él se enterró en espuma. - ¿Dónde se habrá
escondido Wyatt? – pregunté, teatralmente. - ¿Estará buceando?
Escuché una risita. Quité un poco de espuma, y
descubrí su carita, y entonces se rió más.
- Ah, pero si está aquí.
- No, no estoy.
- ¿No estás? – pregunté, y le salpiqué. Él se rió otra
vez. Yo le sonreí, y seguí jugando con él. Estábamos en un buen momento cuando
escuché la llamada de los Ancianos. Ya era sospechoso que me hubieran dejado
tranquilo todo el día. Demasiado bonito para ser cierto.
Le pedí a Piper, que ya había terminado con Chris, que
se ocupara de Wyatt, y yo orbité y aparecí ante el Consejo.
- Hemos oído lo de tu hijo – dijeron, sin rodeos. –
Has desvelado el secreto.
- Los limpiadores ya lo han arreglado.
- Ellos han limpiado el desastre. Tú tendrías que
haberlo evitado.
- Si Wyatt corre peligro, orbitaré las veces que sean
necesarias. Es conmovedor lo mucho que os preocupa la vida de mi hijo. – les
recriminé, con sarcasmo.
- Sabemos que no dejarás que le suceda nada. La
cuestión es, lo que estás dispuesto a hacer por protegerle. Hoy te dio igual
desvelar tu magia.
- Por él, estoy dispuesto a hacerlo todo – respondí,
con la más completa sinceridad. Si alguno de ellos esperaba otra respuesta, es
que aún no me conocían bien.
Hooolaaaaa!!!
ResponderBorrarEncantador capítulo DreamGirl!!!! Estuvo súper lindo y más que nada tierno!! Son adorables esos dos pequeños y me encanta tu Leo!!!
Un besote!! y gracias por éste sensacional capítulo. Lo disfruté muchísimo!!!
Camila