CAPÍTULO 22: Cabeza de turco
Arturo se pasó toda la noche dando vueltas en su confortable lecho, sin poder conciliar el sueño. No dejaba de pensar en las palabras de Aronit y su ridícula idea de que ni sus súbditos ni los monarcas vecinos consideraban a sus hijos como dignos herederos. Era cierto que había recibido muchas ofertas de matrimonio, pero no les había prestado ninguna atención porque no pensaba aceptarlas. Ahora bien, si esas propuestas significaban que Merlín no iba a ser aceptado como rey en un futuro, tenía que hacer algo al respecto. Su reino podía verse sumido en una guerra interminable si no.
Pero eso no era todo lo que Aronit había querido decirle. Con un atrevimiento impropio de un simple druida, había insinuado que si quería que sus hijos fueran príncipes tendría que empezar a tratarlos como tales. ¿Acaso no les había vestido con las mejores sedas? ¿Es que no les había presentado públicamente como sus hijos y herederos? ¿Por qué tenía que importar lo que ocurriera en la intimidad de sus aposentos?
“Un rey no tiene intimidad” maldijo Arturo, para sí mismo.
Decidió seguir uno de los consejos del druida y hacer más vida social, propia de la realeza. Organizaría banquetes donde se esforzaría por dejar muy claro la posición de los príncipes y acudiría a todos los estúpidos eventos a los que le invitaran. Respecto a su forma de tratar con Mordred y Merlín… ni siquiera sabía por qué había empezado a hacerlo así en primer lugar. Era como un término medio. Se le hacía muy horrible golpearles con una vara y personalmente siempre había considerado muy absurdo el sistema del cabeza de turco que empleaban algunas monarquías… Pero tal vez esa fuera la mejor solución a su problema.
Se durmió meditando sobre esa idea, pero despertó apenas un par de horas después, aún de noche, cuando escuchó ruidos en los corredores. Rápidamente salió de la cama, alerta ante un posible ataque, pero nadie había dado la voz de alarma. Escuchó un tímido golpeteo en su puerta y, tomando su espada con una mano, se apresuró a abrir con la otra.
Se trataba solo de uno de sus sirvientes, asustado ante las posibles represalias de despertar al rey en medio de la noche.
- ¿Qué sucede?
- Majestad, disculpadme, pero el príncipe…
El sirviente hizo una angustiante pausa que puso a prueba la escasa paciencia de Arturo.
- ¿Le ha pasado algo a alguno de los niños?
- El príncipe Merlín está despierto y no quiere ir a sus aposentos…
Arturo parpadeó en silencio durante unos segundos, mirando al sirviente con incredulidad. ¿Nadie en todo el castillo podía apañárselas para meter a un niño de siete años en su cama? ¿No tenía gente a la que pagaba precisamente para eso?
- ¿Dónde está Ogo?
- Fue él quien me hizo llamaros, sire.
Gruñendo, Arturo se colocó una túnica sobre su ropa de dormir y siguió al sirviente, que le guió por el castillo con la luz de una antorcha.
Merlín estaba en las cocinas, rodeado de sirvientes que buscaban mil formas de atenderle y sentado sobre las piernas de Ogo.
- Alteza, ¿os apetecen unas uvas?
- ¿Queréis unos dulces?
- ¿Puedo ofreceros…
- ¿Cuántos hombres se necesitan para llevar a un niño a la cama? – rechinó Arturo, frustrado porque estaba seguro de que después de aquél paseo nocturno le iba a ser imposible volver a dormirse.
- Sire, llevo toda la noche entrando y saliendo de sus habitaciones. Le dejo en la cama, salgo al pasillo y él viene detrás de mí - explicó Ogo.
Arturo iba a cuestionar a Merlín sobre ese comportamiento, pero se fijó en la forma en la que el niño se acurrucaba sobre su guardián y algo dentro de él supo que esa no era la clase de cosas que se solucionaban con un regaño. Se agachó para ponerse a la altura del niño y lo primero que hizo fue observarle bien, para ver si estaba enfermo. No lo parecía, y de ser ese el problema los sirvientes ya le habrían informado a él y a un galeno.
- ¿Qué pasa, Merlín? ¿No tienes sueño?
El niño negó con la cabeza, pero Arturo notó sus ojos entrecerrados y cubiertos de legañas. Merlín estaba medio dormido sobre las piernas de Ogo, así que no engañaba a nadie al decir que no tenía sueño.
- Majestad… si me permite… creo que lo que sucede es que el príncipe… puede haber tenido un mal sueño – le explicó Ogo. Arturo le miró sin saber qué le quería decir con eso. No le parecía excusa para que Merlín no se fuera a la cama. Todo el mundo tenía pesadillas… pero no todo el mundo era un niño de siete años.
Siendo él mismo una persona que a menudo sufría insomnio, sabía lo horrible que podía ser verse atrapado en la cama, atacado por la soledad y los malos pensamientos. Cogió al niño del regazo de Ogo y lo tomó entre sus brazos. Merlín reaccionó ante ese gesto con una especie de ronroneo, y paso ambos brazos alrededor de su cuello.
- Llevad una infusión a sus aposentos – ordenó Merlín a sus sirvientes.
- ¿Un té, Majestad?
- Intentamos que se duerma, necio. Ya me encargo yo – gruñó Ogo.
Arturo les dejó discutiendo mientras él llevaba a Merlín a su cama, escoltado por el sirviente que tenía la antorcha. Creyó verle sonreír mientras recorrían los largos pasillos del castillo y supo que lo que el niño había querido desde el principio era estar ahí entre sus brazos.
- No te acostumbres – le susurró. – No puedes despertar a medio castillo solo porque no te apetezca dormir.
- Había un monstruo – se defendió el niño. – Tenía tres cabezas.
- Solo era un sueño.
Entraron a la estancia en la que dormía Merlín y el rey le depositó suavemente sobre su cama. Le dijo que se quedaría con él hasta que los sirvientes le trajeran la infusión. Despidió al transportador de la antorcha y encendió una vela para no estar a oscuras.
- ¿Estás enfadado? – preguntó Merlín.
- No. No has hecho nada malo. – respondió Arturo, tras meditarlo unos segundos. Estuvo a punto de decir que un príncipe no debía tener miedo a la noche ni a los monstruos, pero decidió no hacerlo. A él le habían criado para que no tuviera miedo e incluso repudiara el solo pensamiento de tenerlo. Eso le había hecho un hombre fuerte e independiente, pero al mismo tiempo había sido una de las muchas cosas que le habían alejado de su padre: el sentir que, de niño pero también de adulto, no podía recurrir a él para que aliviara sus temores.
Más tranquilo por esa respuesta, Merlín se arrebujó entre sus sábanas ocupando muy poco espacio, como si estuviera invitando a Arturo a que se sentara con él. El rey se preguntó si el niño era consciente de la ternura que desprendía en esos momentos. Se sentó a su lado en el lecho y le instó a cerrar los ojos. Tal vez no necesitaran la infusión después de todo. Merlín ya parecía a punto de dejarse vencer por el sueño.
- Mañana haré traer a un niño al castillo. Un campesino o, tal vez, algún huérfano – le informó Arturo. No supo que le llevó a hacer ese comentario en voz alta. Tal vez una parte de él estaba buscando la aprobación de su pupilo, como años atrás había buscado la de su amigo.
- ¿Un niño? – preguntó Merlín, entre bostezos. – Será… divertido… tener… un amigo nuevo… ahuumm.
Arturo le observó y supo que ya no iba a levantarse más veces aquella noche. Por si acaso, dejó la vela encendida y mandó que un sirviente se quedara, con la infusión sobre la mesa, por si el niño volvía a despertar. Él volvió a sus aposentos y se dejó caer sobre la cama, durmiéndose casi al instante.
A la mañana siguiente se encontró con sus dos hijos –aún le asombraba aquella palabra- esperándole ansiosamente a la puerta de sus habitaciones. Arturo ya había desayunado, tenía mucho que hacer aquella mañana y un sirviente le había llevado la comida a su aposento. Los niños deberían estar desayunando en ese momento, para después ir a entrenar con Aronit.
- Merlín, Mordred… Buenos días.
- ¡Buenos días, padre! – saludaron los niños. Ambos tenían cara de expectación, como si estuvieran esperando el anuncio de una gran noticia.
- ¿Sucede algo?
- Merlín dice que vas a traernos un amigo. ¿Es verdad? – le preguntó Mordred.
Arturo guardó silencio. Había esperado que a Merlín se le hubiera olvidado, medio dormido como estaba.
- No. Voy a traer a un niño, pero no va a ser vuestro amigo.
- ¿Por qué no? – se extrañó Merlín, perdiendo la sonrisa.
- Porque su misión será otra. Ya tenéis muchos amigos, de todas formas. Tenéis a Ogo…y a Aronit…
Los niños le miraron con evidente desaprobación. Ellos eran mayores. Echaban de menos tener a alguien de su edad con quien jugar, como los hijos del rey Eoned. Arturo se vio atrapado por esas miradas y carraspeó sin saber qué decir.
- Será mejor que ahora vayáis a desayunar. Yo tengo asuntos de los que ocuparme.
- Sí, padre… - respondieron los niños, manifiestamente decepcionados. Arturo también se sintió un poco así, pensaba que les había dado todo cuanto necesitaban.
Después de ocuparse de un par de asuntos que requerían su atención y su firma, el rey mandó llamar a Ogo y le hizo saber sus planes acerca de traer un niño al castillo para que actuara como cabeza de turco de los príncipes. Quería que Ogo buscara al muchacho indicado y al mismo tiempo quería saber qué opinaba de aquella idea.
- Cuando convertisteis en príncipes a los dos niños, os dije que debíais tratarlos como tales. Sé que Aronit os ha dicho algo parecido. Esto, sin duda, se acerca más a lo que acostumbra la realeza, pero no sé si es la decisión correcta. Vuestros hijos tienen un buen corazón y no querrán ver sufrir a…
- Ese es el objetivo de todo esto – replicó Arturo. – Si la idea les agradara carecería de sentido.
Ogo había aprendido a distinguir cuando le convenía discutir y cuando aceptar la tozudez del monarca, así que se limitó a hacer una reverencia y al salir del salón y del castillo para cumplir sus órdenes. Recorrió las calles de Camelot en busca de un muchacho que pudiera satisfacer las exigencias del rey, pero no encontró más que ladronzuelos y muchachas. No pensaba meter criminales en el castillo y las niñas no servían para lo que pretendían. Finalmente, cuando ya casi se estaba rindiendo, se topó con un niño que mendigaba en un callejón, vestido con harapos. Hizo una serie de preguntas y averiguaciones en las casas cercanas y así descubrió que el niño era un huérfano de diez años, aunque no aparentaba más de ocho. Se acercó a él y le ofreció unas monedas, porque sabía que así se ganaría toda su atención.
- Tengo una oferta que hacerte – le dijo.
- Lo siento, pero yo no hago esas cosas. A pocos kilómetros fuera de la muralla hay un burdel.
El hombre parpadeó, preguntándose en primer lugar qué extrañas ideas se había formado el niño sobre él y en segundo qué horribles propuestas le tendrían que haber hecho con anterioridad como para que fuera tan desconfiado.
- No es esa clase de oferta. Se trata de un trabajo en el castillo.
El niño le escuchó entonces con mejor disposición y ladeó la cabeza con curiosidad. Ogo le explicó cómo pudo bajo qué términos viviría en el castillo y casi esperó que el niño dijera que no. Estaba seguro de que más de la mitad de los plebeyos del reino estaban dispuestos a vender a sus hijos, pero esa era su segunda opción.
- Está bien – aceptó el niño, finalmente. Ogo le miró con incredulidad, ya que el niño apenas había dudado. – No es diferente a lo que hacen ahora algunos hombres al salir de la taberna, pero nadie me paga por ello. – explicó el niño, encogiéndose de hombros.
Ogo experimentó una nueva oleada de lástima por el muchacho.
- El rey no es un hombre cruel – le aseguró.
- Y si lo es, no será nada que no haya conocido.
Qué es exactamente el trabajo que le están ofreciendo al niño???
ResponderBorrarmm tengo una idea pero no quiero que sea realidad uuff
jajajaja ese principito despertando a todo el castillo porque no podía dormir jajaja
Se a lo que se refiere y me da pena por el chico...u.u... y espero que aqui no se vea tanto la diferencia entre merlin y moldred por el asunto de que uno sentira mas que el otro...
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