CAPÍTULO 118: Fin de semana (parte
4). Una idea estúpida
Sabía que Kurt no se había enfrentado a ese policía
porque sí, tenía que haber un motivo y estaba bastante seguro de cuál era. Papá
debió averiguarlo también, porque todo indicaba que no había sido muy duro con
el enano: no habían tardado demasiado y el peque ya no lloraba cuando bajaron.
-
¿Estás bien, mico? – le pregunté a Kurt y él asintió y estiró
los brazos como respuesta. Creo que no había en todo el planeta un niño al que
cogieran en brazos más que a él, mocosito mimado e irresistible.
-
Bien consentido – murmuró papá, siguiendo mi línea de
pensamiento, pero le hizo una caricia al peque mientras me lo pasaba. - Como
debe ser – añadió después, sonriendo. Si alguien me preguntara cómo definiría
el amor, la primera respuesta que me vendría a la cabeza es “la forma en la que
papá nos mira a mí y a mis hermanos”.
-
Perdón, Tete – susurró Kurt.
-
¿Perdón por qué? – me extrañé.
-
Por salir corriendo.
Guardé silencio durante unos
segundos. Kurt se disculpaba conmigo como si yo fuera papá, quizá porque
aquella misma tarde yo le había hecho prometer que no se acercaría a la
carretera.
-
Está bien, enano. Solo no lo hagas más, ¿sí?
Kurt volvió a asentir.
-
¿Dónde está Blaine? – preguntó papá.
-
Fue al baño – respondí, aunque la verdad era que estaba
tardando mucho.
-
Ya estoy – anunció, apareciendo por la puerta en ese momento.
Papá le sonrió y le ofreció una silla
para que se sentara.
-
¿Qué te apetece hacer, Blaine? ¿Queréis empezar ya la
maratón? – ofreció papá.
Habíamos quedado en ver tantas
películas de Star Wars como nos fuera posible. Aún era pronto, apenas las ocho
de la tarde, así que nos iba a dar tiempo a ver varias hasta el momento en el
que Blaine tuviera que irse al día siguiente. Probablemente no pudiéramos
terminar la saga, pero Michael quedaría aceptablemente introducido en el mundo
de los jedi y así con suerte podría entender algunas de mis referencias frikis.
-
Como digas… - murmuró, totalmente cohibido y mirando al
suelo. Blaine no me parecía una persona excesivamente tímida, pero aquella
situación pondría nervioso a cualquiera: estaba en casa del novio de su madre,
en clara minoría de números.
-
Como digas tú, campeón – replicó papá. Puso una mano sobre su
hombro en un gesto que expresaba afecto y protección. – Estás en tu casa.
Era una frase hecha, pero dado el
contexto podía implicar más cosas. A esas alturas, estaba bastante convencido
de que a Blaine le encantaría que aquella se convirtiera en su casa en algún
futuro próximo. Quizá pensando en esto mismo, le vi ruborizarse.
Se hizo evidente que Blaine se había
quedado momentáneamente sin capacidad de decisión, así que entre Alejandro y
papá lo hicieron por él.
-
Vamos a bajar los colchones – pidió Jandro.
-
Está bien, primero quitemos el sofá. Michael, ayúdame, anda.
Mike y papá corrieron el sofá y luego
colocaron varias mantas en el suelo, sobre las cuales pondríamos los colchones.
Después, bajamos el mío, el de Michael, el de Alejandro, y el que sobraba del
cuarto de los peques para Blaine.
-
¿Y nosotros? – protestó Harry.
-
Vosotros subiréis a dormir a las doce a vuestro cuarto. Solo
los mayores se quedarán aquí – dijo papá.
-
¡No es justo! ¿Quién decide quiénes son “los mayores”? ¡Tengo
trece años!
-
Lo decido yo – replicó papá, conteniendo una sonrisa,
probablemente por la voz aniñada de Harry mientras paradójicamente declaraba
que era “mayor”. - Y las doce ya supone saltarte tu hora de acostarte.
-
¡Pero es viernes! ¡Mañana no hay que madrugar!
Eso era cierto, pero a papá no le
gustaba que desajustáramos demasiado los horarios de sueño. Era una de las
pocas cosas en las que no predicaba con el ejemplo, aunque no sé si todos mis
hermanos sabían lo poco que dormía a veces cuando se sentaba a escribir.
-
Es verdad, papá. Mañana es sábado. Anda, porfa… - apoyó Zach.
Aidan respiró hondo y supe que ya le habían comprado.
En realidad, nunca nos negaba nada que no fuera peligroso o perjudicial y
supongo que trasnochar por un día no entraba dentro de esa clasificación.
-
Bajad los vuestros también – cedió, con un suspiro.
-
Pero…
-
Si, Madie, y los vuestros – interrumpió papá, antes de que mi
hermana pudiera elaborar su reclamo. - ¿Has visto cómo me manejan? – le
preguntó a Blaine. – Consiguen de mí lo que quieren.
Blaine sonrió con timidez y a la vez con picardía, si
es que esa combinación es posible.
-
Porque te dejas – respondió.
-
Culpable - admitió papá. – Venga, que los mayores se duchen antes
y luego venís aquí ya con el pijama. Si tenéis hambre, que lo dudo después de
todo lo que hemos comido hoy, podéis pedir unas pizzas.
-
¿Y nosotros qué vamos a hacer, papi? – preguntó Hannah.
-
Nosotros vamos a tener nuestra propia fiesta, por supuesto – respondió
papá, cogiéndola en brazos. - ¿Qué peli quieres ver?
-
¡Frozen!
-
Nooo. Siempre vemos una peli – protestó Kurt. Al enano le
gustaban mucho las películas, especialmente si eran de dibujos, pero también le
encantaba que le entretuvieran y que jugaran con él, porque papá no le había
acostumbrado a que se distrajera solo con una pantalla.
-
Mmm. Mientras los demás se duchan podemos jugar con los cubos
de hacer historias y después vemos la peli, ¿qué dices?
-
¡Síii!
Los “cubos de hacer historias” eran
unos dados con imágenes con las que uno o más jugadores tenían que contar un
cuento. Consistía en lanzar los dados y continuar la historia incluyendo la
imagen que te hubiera salido. Era un juego muy sencillo que mantenía
entretenidos a los enanos y además estimulaba su imaginación, aunque, la
verdad, ninguno de mis hermanos iba corto en eso.
Papá se acercó al armario del salón
donde guardábamos los juegos de mesa y esas cosas y sacó los cubos.
-
¿Veremos la peli en tu cuarto? – preguntó Cole.
-
Ahá.
-
¿Mimiremos en tu camita? – exclamó Alice, ilusionada, como si
no durmiera ahí uno de cada dos días. Papá se rio y asintió.
Se quedó con los enanos y los demás subimos hacia los
baños.
-
Ven, te enseño dónde están las cosas. Pasa tú primero,
tenemos solo dos duchas – le dije a Blaine. - ¿Qué ocurre? – pregunté, al ver
que de pronto se había puesto pálido.
-
No traje gel, ni toalla.
-
¡No te preocupes! Puedes usar una mía. Y gel y champú, por
supuesto. Están en este armario de aquí – le indiqué, pasando al baño.
-
Gracias.
-
No hay de qué – respondí. Quería decirle algo más, algo que
le hiciera sentir cómodo, pero tampoco quería pasarme de intenso. – Ehm… Lo que
ha dicho mi padre es verdad, estás en tu casa. Pide lo que necesites.
Blaine me sonrió y se agachó para
abrir su mochila, para sacar el pijama. Era un pijama de Harry Potter, con los
colores de Gryffindor.
-
¡Tengo uno igual! – exclamé, y me di cuenta demasiado tarde
de que había sonado demasiado entusiasmado.
-
¿Sí? A ti te pega más Hufflepuff – me respondió.
-
¿Te gusta Harry Potter?
-
Claro.
-
Por fin encuentro a alguien genuinamente friki. Con Cole y
Kurt voy haciendo un buen trabajo, pero con Michael aún me falta mucho por
hacer. Qué bueno que ahora tengo ayuda.
Blaine me miró con sorpresa y después
soltó una risita.
-
Encantado de aportar mis servicios.
-
BLAINE’S POV –
Me quedé un rato bajo el agua caliente de la ducha,
pensando en todo y en nada a la vez. Me venían pequeños flashes a la cabeza y,
aunque intentaba bloquearlos, al final se reproducían de igual forma.
Había más diferencias entre la familia de Aidan y la mía
de las que había pensado, y no todas tenían que ver con Aidan en sí mismo, sino
también con sus hijos. A ver, que yo a mis hermanos les adoraba y West, por
ejemplo, sabía hacerse querer, pero también sabía soltarte una retahíla de
tacos y patadas como si estuviera poseído por el mismo diablo. La forma en la
que Kurt había saltado sobre ese policía se parecía mucho e incluso se quedaba
corta frente a cómo West saltaba sobre mí a veces. Y eso era lo de menos,
imaginaba que Kurt también tenía sus momentos, pero, cuando le regañaban, West
tenía dos reacciones posibles: llorar emberrenchinado hasta que literalmente se
agotaba o pagarlo contigo y gritarte y golpearte para que le dejaras solo. En
cambio, Kurt era una bolita adorable de amor y mimos. No era solo que las cosas
entre él y Aidan estuvieran bien, sino que se colgó del cuello de Ted, sin
ninguna vergüenza y sin ningún pudor, como en las familias de las películas.
Ted. Un Hufflepuff como no había otro. Tan Hufflepuff
que casi lo tenía tatuado en la frente. Aunque también podía verle como un
Gryffindor. Al fin y al cabo, había salvado a Sean en la piscina. Era un
Gryfflepuf, estaba claro. Y ahí había otra diferencia con mi familia: mis
hermanos no solían ser tan amables conmigo, salvo Sam. Tampoco es que nos
lleváramos mal, pero las peleas y las pequeñas discusiones eran nuestra forma
de decirnos que nos queríamos. Había dos excepciones: nadie podía ser borde con
Scarlett y los chistes de cojos y ciegos estaban prohibidos delante de Max y Jeremiah,
a no ser que ellos los hicieran primero, que en el caso de Jemy era frecuente,
porque llevaba su ceguera con bastante naturalidad. En cualquier caso, me
costaba imaginarme a Leah y a Sean hablándome con la suavidad con la que lo
hacía Ted. Su amabilidad no parecía extenderse solo a sus hermanos más
pequeños, sino con los mayores también. Y con los extraños, como yo.
No quería pensar que era un extraño, pero tampoco me
convenía dejarme llevar demasiado por mis fantasías. En los últimos tiempos mis
sueños y mi cordura mantenían una furiosa batalla.
Aunque estaba muy a gusto en la ducha, sabía que tenía
que salir porque había gente esperando. Me envolví en la toalla, me sequé un
poco el pelo y me puse el pijama. Sonreí al recordar cómo el día anterior me
había preocupado sobre cuál debía llevar. Tenía tres opciones: ese, una
camiseta vieja con un pantalón más viejo todavía, o la modalidad que escogía
cuando hacía calor (dormir en calzoncillos). Mamá me obligó a descartar la
última, diciendo que aún no hacía tiempo para eso y me dijo que si quería
llevar el de Harry Potter que lo llevara, que no era infantil y que no tenía
que cambiar mis gustos para caerle bien a nadie. Había aceptado no muy seguro y
resulta que Ted tenía uno igual.
Salí del baño y me asomé al pasillo. Se escuchaban
voces y risas y el barullo habitual de cuanto había tanta gente en una sola
casa. La puerta del fondo estaba abierta y pude ver a Aidan sentado en su cama
rodeado de sus hijos más pequeños. Sentí una punzada en el corazón.
“Papá pocas veces estuvo así
conmigo”.
“Basta. Deja de autocompadecerte. No
tuviste el padre más amoroso del mundo, ¿y qué? Le pasa a mucha gente y no van
por ahí lloriqueando”.
-
¿Ya estás? – me preguntó Ted.
Asentí y le acompañé al piso de
abajo. Esperamos al resto y después pusimos la primera peli. Al principio,
estaba sentado en uno de los colchones con la espalda sobre el sofá intentando
ocupar muy poquito espacio. Después, noté que mi cuerpo se iba relajando.
-
Sigo diciendo que deberíamos haberlas puesto en orden
cronológico – dijo Alejandro.
-
Pero este es el orden en el que salieron – replicó Ted.
-
¡Shhh! – siseó Michael.
Ted me guiñó un ojo, como diciendo
“ya está enganchado”.
Mi móvil vibró con un mensaje de Sam,
que me preguntaba qué tal estaba yendo todo. Podía haberme escrito tanto por
iniciativa propia como empujado por mamá. Le respondí y después guardé el
teléfono. Ahuequé la almohada y me recosté. Seguía planeando sacar la botella
que llevaba en la mochila, pero aún era pronto. Tenía que esperar a que Aidan
se durmiera. Además, no me sentía cómodo sacándola con Madie y Barie allí, me
parecían demasiado pequeñas para estar rodeadas de alcohol. Las observé
discretamente. Barie se había apoyado sobre Ted y Madie sobre Alejandro.
Unos pasitos anunciaron a alguien
bajando por las escaleras y la pequeña Alice, recién duchada y con un pijamita
de conejos, se asomó a ver qué hacíamos. Aidan vino detrás de ella y la pequeña
lo vio como un juego, porque emitió una risita y se acercó corriendo hasta mí,
como para que la escondiera.
-
Hola, enana – saludé. - ¿Te has escapado?
-
¡Ño secador!
Ah, conque de eso se trataba. Tuve un
flashback de cuando Scarlett era pequeña, antes de que nos la robaran. Ella
también huía de mamá para que no la secara el pelo, se le hacía muy aburrido
estar sentada mientras la máquina soplaba aire caliente.
-
Mmm. ¿Y qué opina tu papá de eso? – pregunté. Alice se rio
más y prácticamente se tumbó encima de mí. Cosita confianzuda.
-
Pitufa, no molestes a tus hermanos, que están viendo una
peli. Ven que te seque, pillina – pidió Aidan.
-
¡Ño!
-
¿No quieres que sigamos contando el cuento?
-
¡Shi!
-
Pues ven, anda.
-
¡Ño!
La pequeña se volvió a reír. Al
parecer, encontraba muy divertido llevarle la contraria a su padre. No me la
quería imaginar cuando tuviera algunos años más, me daba la sensación de que
iba a sacarle canas a Aidan.
-
Enana, será mejor que hagas caso, no te vayan a regañar –
aconsejé.
Alice miró a su padre con la boquita
entreabierta, como para comprobar si estaba enfadado y la verdad es que Aidan
daba la impresión de estar muy tranquilo, así que la niña se acomodó en el
hueco que se había hecho junto a mí.
-
Ño me regañan, yo buenita – me aseguró.
-
Sí, pero a papá hay que hacerle caso, bebé – dijo Aidan. – Y
hay que secarte ese pelo.
-
Aichs. Enana, ve con papá, no seas plasta – protestó
Alejandro.
Aidan se aceró y cogió a la enana,
colándose del hombro de manera juguetona y haciéndole cosquillas en los pies.
Nos hizo una mueca divertida al resto y la subió al piso de arriba.
-
Ted, quita el puchero, ¿quieres? No me digas que estás celoso
de Blaine – se burló Michael.
Me fijé entonces en el mohín que
tenía Ted en la cara y le miré preocupado, pero él me sonrió.
-
Es mi hermanita – me acusó, de broma.
-
Alice le considera de su propiedad y Hannah a Michael – me
explicó Barie.
-
Oh.
-
¿Tú tienes algún hermano favorito? – me preguntó.
-
Barie, uno quiere a todos sus hermanos por igual, aunque se
lleve mejor con alguno – se apresuró a decir Ted.
Estuve de acuerdo con esa afirmación,
aunque en el fondo mi corazoncito tenía debilidad por Scarlett. Cuando crees
que has perdido a alguien y luego le recuperas, aprendes a cuidarlo como el
tesoro más preciado.
Seguimos viendo la peli por un rato y
Barie y Madie empezaron a cuchichear. Por lo que entendí, Barie quería subir a
ver la película de los pequeños, pero Madie se quería quedar. Finalmente,
Bárbara subió sola.
Acabamos la primera película y pusimos la segunda. Alejandro sugirió que pidiéramos pizza, pero Michael dijo que habíamos comido suficientes calorías para una semana en la fiesta de los peques. Al final, Ted se levantó a hacer sándwiches para quiénes quisieran: Alejandro, él mismo, y Madie. Tras dudar unos segundos, decidí ir con él a la cocina. Era con el que me sentía más cómodo.
-
Te ayudo – me ofrecí.
-
No hace falta.
-
No me importa.
-
Bueno. Gracias. ¿Me pasas esa sartén? A Aljeandro le gustan
lo sándwiches con queso fundido – me dijo.
-
No sé cómo podéis tener hambre. No hemos hecho más que comer
toda la tarde – le hice notar y él sonrió.
-
Soy un pozo sin fondo. Mi padre dice que cuando tenga treinta
el metabolismo hará justicia divina conmigo. Pero tengo la esperanza de que no,
él también come mucho y solo crece hacia arriba.
-
Sí, ¿cuánto mide? ¿Dos metros? – pregunté. La persona más
alta que conocía era Sam y Aidan todavía le superaba por un poquito, apenas uno
o dos dedos.
-
1,98 – respondió Ted.
-
Es un gigante.
Se rio en voz baja y montó los
sándwiches en un santiamén, con mucha práctica. Después los calentó en la
sartén.
-
Creo que los peques ya se fueron a dormir – anunció,
agudizando el oído e, involuntariamente, me puse rígido.
“Show time”.
Ted cogió un plátano y volvió con los demás. Le tiró
el plátano a Michael, que lo cogió por puro reflejo.
-
Pero…
-
Había muchas cosas que no podías comer en el cumpleaños. Si
no vas a cenar, al menos tómate eso. Sino luego te dará un bajón de azúcar – le
dijo.
-
¿Eres diabético o algo? – pregunté y Michael asintió con un
resoplido, mientras abría la fruta y le daba un mordisco.
Yo me senté en mi sitio y abracé mi mochila, inseguro
de cómo proceder con lo que me proponía.
-
Tío, te pegas a esa mochila como un asmático a su inhalador –
declaró Alejandro. – Puedes soltarla, ¿eh?
-
No eres asmático, ¿no? – inquirió Ted.
-
No, yo no. Sean sí – les informé. – No llevo ningún
inhalador, solo… mmm…
-
Nadie te la va a quitar – gruñó Michael.
Abrí mucho los ojos, notando que le
había ofendido. Sabía a grandes rasgos sus problemas con la ley, pero mamá nos
había dicho que era una víctima y no un criminal.
-
¡No! ¡Ya lo sé! No es eso… Es que… - miré a Madie, inseguro.
Doce años, joder. Y Harry y Zach, trece.
Mientras me debatía internamente sobre hasta dónde
estaba dispuesto a llegar para descubrir qué podía esperar de un Aidan
cabreado, Alejandro se levantó y me arrebató la mochila rápidamente. Michael
paró la película.
-
¡Ey! ¡Devuélvemela!
-
Veamos qué tienes aquí…
Alejandro la abrió y sacó la botella de whisky que
había cogido del armario de Aaron. Emitió un silbido.
-
Vaya. Yo que te tenía
por una mosquita muerta – exclamó Michael, admirativamente, mientras se
acercaba. Palmeó mi espalda. – Estás lleno de sorpresas.
-
¿Es alcohol? – preguntó Madie.
-
¿Qué haces con eso? – inquirió Ted. - ¿Estás loco? Papá te
mata.
“Papá te mata”. Esa frase fue como una descarga
directa a mi cerebro. ¿Cuántos “papá te mata” me había dicho Leah a lo largo de
mi vida? Había perdido la cuenta. Por suerte, mi padre pasaba mucho tiempo
fuera cuando le llamaban a alguna misión, y cuando volvía no se enteraba ni de
la mitad de las cosas que habían pasado, mamá se encargaba de eso. Pero aún
así, esa frase siempre me provocaba un hormigueo en el estómago, igual que
cuando la dijo Ted. La expresión “lo que no te mata te hace más fuerte” es una basura
new-age totalmente absurda. Yo no me había hecho más fuerte, seguía
teniendo el mismo miedo que la primera vez. Solo que…. ¿cómo lo había dicho Sam
en una ocasión?... “el miedo es un mecanismo de defensa que te aleja del
peligro, pero el tuyo claramente está averiado”.
Aunque la advertencia era explícita en la voz de Ted,
hubo otra cosa que también llamó mi atención. Había dicho “papá” y no “mi
padre”. Y había dicho “papá te mata”. Eso era precisamente lo que yo quería
comprobar, si Aidan me regañaría ante una de las cosas que, según tenía
entendido, más le molestaban. Si en su escala de cagadas aquella era de las más
grandes, era una buena forma de saber qué esperar. Tenía que asegurar el
terreno, para mí y para mis hermanos.
“Para que luego digas que no hago
nada por ti, Sean”.
-
¿Cómo la has conseguido? – me preguntó Michael. – Aunque
tengas un carnet falso, no das el pego como mayor de veintiuno ni de coña.
-
No tengo un carnet falso. Mi tío guarda estas botellas bajo
llave. No sé para qué las tiene, si casi nunca bebe, pero algunos clientes se
las regalan. No notará que falta una.
-
No, no lo va a notar, porque mañana mismo la vas a volver a
dejar donde la cogiste – dijo Ted.
-
¿Quién murió y te nombró general? – replicó Michael.
-
Sí, Ted, no seas aguafiestas – secundó Alejandro.
-
¿Te recuerdo cómo te fue la última vez?
-
¡Cállate!
-
Bueno, vale, no discutamos. Ted, nadie te obliga a beber si
no quieres, pero no puedes decidir por los demás – repuso Michael. – La verdad es que echo de menos hacer cosas
normales de vez en cuando.
-
¿A esto le llamas hacer cosas normales?
-
Sí, Ted. Me he pasado el día en un puto cumpleaños para bebés
– bufó. – No te ofendas – añadió, mirándome. – Tus hermanos son muy monos y
todo eso, pero como siga así el próximo en usar chupete voy a ser yo.
-
Blaine, ¿para qué la has traído? – me increpó Ted.
-
Pensé… pensé que podía estar bien – murmuré, algo achantado
por la forma en la que me miraba.
Alejandro abrió la botella y la olió.
-
Uf, esto es fuerte.
-
Lo que es es una mala idea – dijo Ted.
Michael fue a la cocina a por vasos.
Trajo cinco. Cogió uno para él y le dio uno a Alejandro, otro a mí, y los dos
últimos los retuvo por un segundo delante de Harry y de Zach.
-
Vosotros solo daréis un sorbo, ¿entendido? – les advirtió.
-
¿Podemos? – preguntó Harry, con una sonrisa incipiente. –
Casi me matas porque bebí en aquella fiesta…
-
Eso fue diferente: te escapaste, te emborrachaste y era un
mal día. Soy tu hermano mayor, es casi mi deber enseñarte a beber.
-
Bueno, se acabó – gruñó Ted, recogiendo los vasos. – No va a
beber nadie, ¿estamos? Esto no es un bar. Es una casa con niños pequeños.
-
Sí y están todos arriba durmiendo. Lo que significa que no se
van a enterar – replicó Alejandro.
-
¡Está Madie! ¡Y Zach! ¡Y Harry!
-
Yo no soy pequeña – gruñó Madie. – Es más, quiero probarlo
también.
-
No, tú no – dijo Michael.
Madie entrecerró los ojos y con un movimiento rápido
agarró la botella y se la llevó a los labios. Puso una mueca porque el sabor no
tuvo que resultarle muy agradable.
-
A ver si nos metemos el paternalismo machista por algún
orificio donde no dé el sol – nos espetó. - ¿Es que ahora las mujeres no pueden
beber?
-
Las “mujeres” de doce años no – masculló Ted. Miró a Michael
con rabia y a mí… a mí quiso asesinarme con los ojos. - ¿Por eso querías venir
hoy? ¿Para beber y emborrachar a mis hermanos?
No me tomé demasiado bien aquella acusación. Me
enfureció que se las diera de moralista o eso me dije a mí mismo. En realidad,
no soportaba la idea de que su opinión sobre mí pudiera cambiar.
-
¿Se te metió un palo en el culo y no te diste cuenta? – le
solté.
-
Lo tiene dentro desde que nació – me aclaró Alejandro.
-
Sí, y es imposible sacárselo – apuntó Michael.
Todos pudimos notar que Ted se sintió
herido ante aquellos ataques gratuitos. Instantes después, se puso rígido.
-
Por mí podéis beber hasta desmayaros, pero no pienso dejar
que Madie ni los gemelos os acompañen.
-
Tú no tienes que dejarme nada, no eres mi padre – bufó Harry.
Alejandro recuperó los vasos y
Michael la botella y empezaron a servir la bebida. Casi juraría que Ted comenzó
a echar chispas. No me hubiera sorprendido si la habitación hubiera olido a
quemado a los pocos segundos.
-
… Prefiero que me odiéis a odiarme yo después – susurró y
salió corriendo hacia las escaleras.
-
¡Se va a chivar! – gritó Harry.
-
Ah, no, de eso nada – gruñó Michael y le agarró antes de que
pudiera subir. – Nadie te puso el título de salvador del mundo, Ted. No puedes
ser tan lameculos. Te vas a quedar solísimo si eres incapaz de saltarte alguna
norma de vez en cuando. No es como si fuéramos a drogarnos. Solo es alcohol.
-
El alcohol es una droga.
-
Pfff. ¿Cuántas charlas de concienciación te has tragado en el
colegio? Debes de ser la única persona que presta atención en esas cosas – dijo
Alejandro.
-
¡Pues con más razón deberíais escucharme!
-
¡No grites, imbécil, que vas a despertar a papá! – le dijo
Michael.
-
¡Eso pretendo!
-
Como se lo digas, le cuento lo que escondes en el ordenador –
le amenazó Michael. No supe a qué se refería, pero era evidente que Ted sí,
porque se congeló. – Ah, no somos tan santitos ahora, ¿no?
-
Me da igual – respondió Ted, aunque no parecía que se lo
diera. – Cuéntaselo si quieres. No voy a dejar que mi hermana de doce años se
emborrache. Sería un hermano de mierda si lo hiciera.
-
Ya eres un hermano de mierda, Ted – le dijo Alejandro.
Auch. La cara de Ted reveló cuánto le
había dolido aquel juicio.
-
¡Eso no es cierto! – le defendió Zach. – No la toméis con él.
– Le importa más lo que piense papá que lo que
pensemos nosotros – contestó Harry. - Lo que sea con tal de que papi no se
enfade – se burló.
-
Eres capaz de vendernos con tal de quedar bien – continuó
Alejandro.
-
¿Eso crees? – bufó Ted. Apretó los puños y se dirigió a la
puerta principal. La abrió y salió de la casa.
Me preocupó que se marchara así y me pregunté a dónde
habría ido, pero los demás se pusieron a beber, como si estuviesen convencidos
de que volvería en cualquier momento. Zach bebió un sorbo, tosió, y después ya
no quiso más, alegando que era como meterse un trago de gasolina. Vació el
resto de su vaso en el de Michael. Yo probé el mío y la verdad era que sí que
estaba fuerte. Jamás había tomado whisky.
-
¿Ted estará bien? – murmuró Madie. Parecía sentirse culpable.
-
Déjale con su pataleta. No le gusta que le lleven la
contraria, se tiene muy creído lo de ser el hermano mayor – dijo Alejandro.
-
No es el hermano mayor – apuntó Michael.
-
Habéis sido muy injustos con él – intervino Zach. – Solo se
preocupa por nosotros.
-
Pues que se preocupe de que le crezcan un par de pelotas,
mejor – respondió Michael y se bebió su vaso en una sola tacada. Algo me decía
que después se arrepentiría de habérselo tomado tan rápido y no precisamente
porque le entrase sed.
-
Eso mismo – asintió Alejandro, pero él pareció dudar un
segundo antes de beber. Sacudió la cabeza y dio un trago.
En ese momento, la puerta volvió a abrirse y Ted
regresó. En completo silencio, un silencio que no auguraba nada bueno, caminó
hacia nosotros. Sin que ninguno se lo pudiera esperar, cogió la botella y se
acercó con ella a la cocina. Vació lo que quedaba en el fregadero.
-
¡Eh! – protestó Michael.
– Listo – jadeó Ted, cuando acabó. Sus ojos estaban
encendidos, como si ardieran con un fuego invisible. Se giró hacia Alejandro. -
Llámame lo que quieras, pero no te atrevas a insinuar que soy un traidor. Esto
no va de vender a nadie, no habría amenazado con decírselo a papá si me
hubierais escuchado. Estoy harto de que digáis que soy un santurrón, un
lameculos o cualquier cosa del estilo. No meterse en problemas no es algo malo
y deberías probarlo de vez en cuando.
Durante unos segundos, nadie dijo nada. Después,
Alejandro se abalanzó sobre él. En un acto reflejo, le sujeté, de la misma
manera que habría sujetado a quien pretendiera abalanzarse sobre Max. Recordaba
cómo había regresado mamá del hospital el día en el que operaron a Ted. Estaba
destrozada y muy preocupada porque le quedaran secuelas permanentes. Ese fue el
momento en el que me di cuenta de que mi familia podía aumentar, porque mamá ya
había empezado a encariñarse con los hijos de Aidan.
-
¿Me vas a pegar porque vacié la botella? – inquirió Ted.
-
¡No era tuya!
-
No, tienes razón. Era de Blaine – dijo, y por primera vez
desde que había vuelto se fijó en mí. – No necesito que me defiendas. Si llego
a saber que ibas a traer eso aquí no le hubiera dicho a mi padre que te dejara
venir. Pero tranquilo, que después de esto no creo que vengas más. Ni a él ni a
mí nos gustan los alcohólicos.
Por un instante lo vi todo rojo. Solté a Alejandro y
fui yo quien se tiró sobre Ted. Le di un puñetazo en la mejilla y me sentí bien
cuando su rostro se giró por la fuerza del impacto. Pero al mismo tiempo, yo
recibí un golpe de realidad. Estaba convencido de que tenía razón: Aidan no me
dejaría volver nunca a su casa. Lo había jodido todo. Para mí, para mis
hermanos, para mi madre. Noté un nudo en mi pecho y se me cortó la respiración.
- ¿Qué está pasando aquí? – la voz potente de Aidan
resonó desde las escaleras. El shock me impidió reaccionar a tiempo de esquivar
el empujón de Ted. Pensé que quería continuar la pelea, pero en seguida entendí
que yo era solo un obstáculo con el que se había chocado en su trayectoria: le
vi correr desesperadamente hacia su padre. Y mi momento más bajo de la noche
llegó justo entonces:
- ¿Qué eres, un hombre o una niña? – le grité.
“¿Qué eres, un hombre o una niña?”.
“Ven aquí, no seas cobarde”.
“No te escondas en las faldas de tu
madre”.
De todas las cosas por las que odiaba a mi padre, el
segundo lugar en la lista lo ocupaba el hecho de darme cuenta de la cantidad de
cosas suyas que había heredado.
El nudo en el pecho se hizo más grande. Mis pulmones
empezaron a contraerse muy deprisa, pero no les llegaba oxígeno. Luché contra
mi garganta para que se abriera y dejara pasar el aire, pero no había caso.
-
AIDAN’S POV –
Tenía un calor horrible con Alice, Hannah y Kurt
encima de mis piernas, pero no pensaba pedirles que se quitaran. Estaba disfrutando
de unos minutos muy dulces con mis hijos más pequeños. Incluso Dylan estaba
participando en aquella sesión de contar historias. Normalmente, las
actividades imaginativas le costaban, pero el hecho de tener un dado como guía
le ayudaba, aunque no siempre interpretara correctamente las imágenes. Lo bueno
de ese juego es que no había opciones correctas ni incorrectas, pero sin duda
Dylan encontraba siempre las perspectivas más extrañas.
-
Érase una vez una tortuguita… - empezó Kurt, cuando en su
dado le salió el dibujo de una tortuga.
-
… q-que fue la c-comida de un niño con mucha hambre –
continuó Dylan, tras tirar el suyo.
-
¡Dylan! – protestó Kurt.
-
El niño no se está comiendo a la tortuga, es una galleta –
explicó Cole.
-
Es mi d-dado y p-pasa lo que yo d-digo que p-pase – declaró
Dylan.
Esas eran las normas, así que nadie
pudo objetar nada. Me divertí durante un buen rato mientras mis enanos contaban
historias imposibles.
-
Papá, ya me duché. ¿Te ayudo con los peques? – me preguntó
Ted.
-
No, campeón, no hace falta. Id a ver la peli.
Cuando los mayores dejaron libres los
baños, me metí con los más pequeños, por orden de edad. Cole se duchaba solo y
Dylan solo necesitaba un poco de ayuda puntual. Me entretuve con Kurt, porque
prefería que él se bañara, para que estuviera sentado y no se pudiera caer y él
se puso a jugar con los patitos. Se veía tan adorable y tan contento que le
dejé hasta que se le empezó a arrugar la piel. Lo mismo pasó con Alice y con
Hannah. Después intenté secar el pelo de las niñas con el secador, pero Alice
salió corriendo, con ánimo travieso. Se me hizo muy natural verla encima de
Blaine, como si llevaran años viviendo juntos. Las confianzas que se tomaba la
pitufa sin duda ayudaban.
Cuando ya todos estuvieron listos,
volvimos a mi cama a continuar con las historias, hasta que subió Barie,
diciendo que ella también quería ver Frozen. Sonreí, porque una parte de mí la
había estado esperando, como adivinando que pasaría eso. Guardamos los dados y
pusimos la película y mis bebés se tumbaron a mi alrededor.
-
¿Me cepillas el pelo? – me pidió Barie.
Me dio su peine y se sentó delante de
mí. Le desenredé la melena y juraría que tuvo un efecto sedante en ella, como
cuando le acariciaba la tripita a Leo, que se quedaba medio en trance. No pude
resistir la tentación de darla un beso.
-
Ha sido un gran día, ¿verdad? – pregunté y ella asintió.
-
Cuando vivamos todos juntos, Scarlett, Madie y yo haremos
nuestra propia maratón de pelis – me anunció. – Quizá invitemos a Leah – añadió
después.
Me la iba a comer. Sentí que me
derretía, pero también me preocupé un poco. Bárbara estaba realmente ilusionada
con Holly y su familia.
-
Cariño, tú sabes que lo último que quiero es haceros daño a
ninguno de vosotros, ¿verdad?
-
¿Uh?
-
A ti no te puedo engañar, mi princesa con oficio de Cupido.
Tú sabes que quiero a Holly, quizá lo supiste antes de que lo supiera yo. Pero
una familia con veintitrés hijos es algo muy complicado. Tenemos que pensarlo
bien. Así que no me planees la boda todavía, ¿bueno? – bromeé.
Barie sonrió y asintió. Se
contorsionó para darme un abrazo.
-
Mira, los peques ya casi se han dormido – me susurró.
Nos recostamos y vimos la película
por un rato, hasta que noté que también Barie se empezaba a adormilar. Mi cama
de tres metros de ancho se quedaba pequeña para todos los que éramos, así que
me vi aplastado por la cabeza de Kurt y la pierna de Hannah. Me quedé muy
quieto para no despertarles y el sueño se adueñó de mí también. Quería bajar a
echarles un vistazo a los mayores antes de dormir, pero las garras de Morfeo
tiraron de mí y cerré los ojos, escuchando la tele de fondo hasta que alcancé
la inconsciencia.
Me desperté intranquilo, después de
lo que me parecieron tan solo unos segundos, pero en realidad fue casi una
hora. La tele se había quedado puesta, pero la película ya había terminado. Por
eso pude apreciar claramente el sonido de varias voces desde el piso de abajo.
Aún era pronto para que durmieran, sabía que iban a trasnochar hasta que no
pudieran aguantar, pero me dije que era un buen momento para pasarme a ver cómo
estaban. Me levanté con mucho cuidado para no despertar a los polizontes que se
habían adueñado de mi colchón y conforme pasaban los segundo me invadió una
sensación de tensión. Las voces que escuchaba se escuchaban alteradas. ¿Estaban
discutiendo?
Creí oír también la puerta principal
y eso terminó de alarmarme. ¿Quién se había ido? ¿O quién había vuelto?
Me puse las zapatillas y salí al
pasillo. Bajé las escaleras justo a tiempo de ver que Blaine le pegaba un
puñetazo a Ted. Mi instinto sobreprotector se disparó hasta la estratosfera.
-
¿Qué está pasando aquí? – pregunté. Cuando Ted reparó en mí
prácticamente voló hacia donde yo estaba, y me abrazó como cuando tenía diez
años menos y una pesadilla le asustaba. Mi pequeño.
-
¿Qué eres, un hombre o una niña? – gritó Blaine.
A duras penas pude contener un
gruñido y solo porque los brazos de Ted alrededor de mi cuerpo me recordaron
mis prioridades. Consolar primero, asesinar después.
-
Shh. Tranquilo, Teddy.
-
Papá… snif… ¿por qué todo el mundo me pega? ¿Tan calzonazos
soy? ¿Oficialmente soy el rarito con el que todos se meten?
-
Claro que no. Escúchame bien, Ted, no eres nada de eso. Ojalá
más gente fuera como tú, y nunca te he hablado más en serio. El mundo necesita
más personas buenas y cariñosas e inteligentes y carismáticas.
-
Es que… snif… tú no eres objetivo – protestó. – Siempre vas a
pensar bien de mí, pero nadie me soporta.
Quería estrangular a todos y cada uno
de los responsables de que Ted se sintiera así, aunque quizá tuviera que
empezar conmigo, porque yo tenía parte de culpa de que su autoestima estuviera
tan mermada.
Y tal vez debiera terminar por
Blaine.
“Respira hondo, Aidan.
Respira hondo” me dije.
Respirar. Eso era lo que no estaba
haciendo Blaine. Se había puesto blanco, de una tonalidad poco sana y parecía
que se estuviera ahogando. Con cada célula de mi cuerpo oponiéndose al
movimiento, solté a Ted y me acerqué al chico que acababa de golpearle. Todo
indicaba que Blaine estaba sufriendo algo parecido a un ataque de ansiedad o de
pánico. Coloqué mis manos sobre sus hombros.
-
Respira, Blaine. Cierra los ojos. Tranquilízate. Coge aire en
cinco. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Exhala en cinco. Uno, dos, tres, cuatro
cinco. Inhala. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Exhala. Uno, dos, tres, cuatro,
cinco.
Casi pude escuchar cómo se abrían sus
vías respiratorias, en cuanto se relajó lo suficiente como para permitir que su
cuerpo hiciera lo que mejor sabía. Tomó aire un par de veces, con fuerza, y
después rompió a llorar y a mí me rompió en pedazos. Le abracé y froté su
espalda tratando de calmarle.
-
Shhh. Todo tiene solución, ¿bueno? Nada es nunca tan grave
como nos lo imaginamos. Shhh.
Me pareció percibir un olor a
alcohol. ¿Sería posible? ¿Pero qué habían estado haciendo?
Blaine recuperó ligeramente el
dominio de sí mismo.
-
Eso es. Ahora cuéntame qué pasó, campeón.
-
Snif… no me quiero ir…. Snif.
-
Claro que no te vas a ir – respondí, confundido. - ¿Fuiste tú
quién abrió la puerta? – pregunté, pero él negó con la cabeza.
Esperé un rato, pero se hizo evidente
que no me iba a decir nada más. Suspiré.
-
Vale. Todo el mundo al sofá – les indiqué. – Ted, tú no,
espera. ¿Te duele? ¿Te mareas?
“¿¡Por qué rayos no para de
recibir golpes en la cabeza!?” pensé.
-
Estoy bien… - murmuró, totalmente alicaído.
Observé cómo se sentaban y me estaba
preparando para preguntarles de nuevo qué había pasado cuando un reflejo captó
mi atención desde la cocina. Había algo sobre la encimera. Me acerqué a ver y
me topé con una botella.
-
¿HABÉIS ESTADO BEBIENDO WHISKY? – bramé.
Nadie me respondió, pero sus miradas y sus posturas lo
decían todo. Me llevé una mano a la cabeza y enredé los dedos en mis rizos. Eso
no podía estar pasando.
-
Quiero que me lo contéis todo. ¿De dónde ha salido esto? ¿Os
la habéis bebido?
“Madie no. Madie seguro que
no. Ni Zach, ni Harry. Son niños todavía”.
-
No me encuentro bien – gimoteó Madie en ese momento.
-
Solo tomaste un sorbo, es imposible que te haya subido -
replicó Michael.
-
¿¡QUÉ!? ¿LE HABÉIS DADO WHISKY A VUESTRA HERMANA?
-
Oye, nadie le ha dado nada. Lo ha tomado ella solita porque
no se qué del machismo y el patriarcado – replicó Harry.
-
Paternalismo – corrigió Zach.
Andaba tan corto de paciencia y
autocontrol, que estuve a punto de darles una palmada, solo por el mero hecho
de contradecirme aunque fuera mínimamente.
-
¡No me encuentro bien! – repitió Madie, antes de que pudiera estallar
y soltar todo el enfado que estaba acumulando. Me acerqué a ella y reparé en
que estaba llena de sudor.
-
Apenas dio un trago – me aseguró Michael.
Examiné los ojos de mi pequeña y le
toqué la cara.
-
Ted, ve a por la botella – le pedí. Me la trajo enseguida y
leí la etiqueta. - ¡Sesenta y dos grados! ¡HABÉIS BEBIDO UN WHISKY DE SESENTA Y
DOS GRADOS! Lo habréis reducido con agua… - supuse, y sus expresiones me
indicaron que no. - ¡CON FANTA, CON GASEOSA, CON ALGO! ¡NO PODÍES SER TAN
ESTÚPIDOS DE TOMAROS UNA BOTELLA DE WHISKY DE SESENTA Y DOS GRADOS A PALO SECO!
-
Ted tiró parte… - murmuró Alejandro. – Apenas tomamos un vaso
cada uno. Zach y Madie, menos que eso…
-
¿Apenas un vaso? ¿APENAS UN VASO? ¡Uno se toma un chupito de
esto, Alejandro! ¡Un chupito reducido con agua!
-
No lo sabíamos…
-
¡NO, CLARO QUE NO, PORQUE NINGUNO TIENE EDAD PARA BEBER!
¡MADIE TIENE DOCE AÑOS Y NO PESA NI CINCUENTA KILOS! ¡UN VASO DE ESTO PODRÍA
TUMBARLA! ¡Y LO MISMO A ZACH Y A HARRY! Y a ti te puede poner tan borracho como
varias copas de vino.
-
Papá, no grites, por favor – lloriqueó Madie.
Tuve grandes impulsos de hacer algo
más que gritar, pero sabía que no era lo más correcto. Estaba demasiado furioso
en ese momento y ellos empezarían a sentirse ebrios en los próximos minutos.
Con suerte, si era verdad que solo habían bebido un sorbo, Madie y Zach apenas
experimentarían un pequeño mareo.
“Sesenta y dos grados. ¿Pero
de dónde han sacado esto? Tiene que valer medio riñón, es una marca buena”.
Que fuera alcohol “del bueno” era
otro punto positivo. Las peores resacas las daban las bebidas “de garrafón”, de
poca calidad.
“Eres todo un experto, Aidan” pensé, con acritud.
Sin decir nada, fui a la cocina y mojé varios trapos
de agua. Le di uno a cada uno.
-
Lavaros la cara. Si alguno se nota muy ebrio, le meto en la
ducha, ¿estamos?
-
A mí no me hace falta – murmuró Ted, cuando le tendí uno. –
No bebí.
Sentí una punzadita de orgullo. Nadie
más rechazó el trapo, lo que me sirvió para ver a cuánta gente me tendría que
cargar al día siguiente.
“Ya pensarás en eso” me recriminé.
Recogí los vasos del suelo, recién reparando en ellos
y los llevé a la cocina. Los enjuagué y llené una jarra de agua. Volví con una
bandeja, los vasos y la jarra.
-
Bebed – les ordené. – Hará que se os suba menos.
Era evidente que no tenían sed o tal vez simplemente
tenían los estómagos cerrados, pero me hicieron caso y bebieron. Creo que
ninguno quería llevarme la contraria en aquel momento.
-
¿Te encuentras mejor?
- le pregunté a Madie, y ella asintió.
-
Papi… - empezó, pero la silencié con un gesto.
-
Es muy tarde ya para llevar los colchones a los cuartos, pero
os vais a acostar y no se va a escuchar una mosca, no se va a mover ni el
viento, no se va a levantar ni un alma – decreté. – Mañana discutiremos vuestro
castigo, porque cualquier cosa que diga ahora mismo tendré que retirarla
después. No puedo creer… ¡SIMPLEMENTE NO PUEDO CREERLO! – bramé. Me obligué a
respirar hondo. – Si os encontráis mal quiero que vengáis a decírmelo. Ahora a
dormir. Vamos.
Se levantaron del sofá y se tumbaron
sobre los colchones con movimientos lentos y poco orgánicos. Se miraban entre
sí, preocupados y temerosos. Ninguno se atrevía a decirme nada y era mejor así.
Mis ojos se encontraron con los de Ted, sin embargo, y fue como un recordatorio
de que aún no sabía bien qué había pasado. Él no había bebido, así que podía
ser la persona adecuada para contármelo. Les observé desde arriba, agachándome
para tapar mejor a Madie con las sábanas que habíamos bajado.
-
¿Cuándo la comprasteis? – pregunté.
-
No la compramos… - susurró Alejandro.
-
La traje yo. De mi casa – dijo Blaine, con un hilo de voz.
“Madre mía, este chico está
aterrado”.
-
¿De tu casa?
-
La cogí del armario de mi tío. Lo cierra con llave, pero sé
dónde la guarda.
“Encima eso. Robarle a Aaron, Blaine,
¿en serio? ¿Tantas ganas tienes de morir?“ pensé para mí.
Poco a poco, haciendo preguntas como si aquello fuera
un interrogatorio, conseguí que contaran todo lo que me había perdido. No
lograba entender por qué Blaine había traído la botella en primer lugar. ¿Para
“ganar popularidad” entre mis hijos?
No pude evitar sentirme algo decepcionado por la
rapidez con la que se lanzaron a beber. ¿Tan mal lo había hecho durante
aquellos años como para no inculcarles los peligros del alcohol? Todos conocían
a Andrew. Sabían de su problema con la bebida.
“Ya bueno, y tú viviste con él y
seguiste sus pasos” me recordé.
-
Le debéis una disculpa tan grande a Ted que con solo una
disculpa no vale – declaré. – Ya podéis ir pensando la forma en la que le vais
a compensar por cómo le habéis tratado hoy, cuando solo quería ayudaros. Sé que
no me habéis contado ni la mitad de lo que le dijisteis, pero algo fuerte tuvo
que ser como para que saliera de casa.
-
Me quedé en la puerta – barbotó Ted, repentinamente nervioso.
-
Tranquilo, hijo. El único que no está en problemas aquí eres
tú.
-
Snif… Papi, quiero dormir hoy contigo – murmuró Madie. Se
levantó del colchón y se acercó a mí, pidiéndome sin palabras un abrazo. La
envolví y la apreté contra mi pecho. – Snif… Quiero dormir contigo, papi. Así a
lo mejor se te pasa un poquito el enfado.
“Ay”.
-
No sé si cabe alguien más en mi cama. Por otro lado, si eres
lo bastante mayor como para beber, eres lo bastante mayor como para aguantarte
la bronca y lo que venga. Tengo que ser justo con los demás.
Los ojos de Madie se aguaron. Besé su
frente y, lejos de calmarse, sus lágrimas incipientes se derramaron.
Los hombros comenzaron a pesarme
demasiado. Tenía que castigar a seis de mis hijos y aún tenía que decidir qué
iba a hacer con Blaine. Aaron le iba a matar. Diablos, yo mismo quería matarle.
¿Qué narices le iba a decir a Holly?
“Hola, soy incapaz de cuidar de tu hijo por una noche. Seguro que es justo lo
que buscas en un compañero de vida”.
Me dio la sensación de que ninguno de los presentes en
aquella habitación iba a dormir demasiado esa noche. Normalmente, no me gustaba
dejar asuntos pendientes de un día para otro, pero había varios factores a
tener en cuenta: era demasiado tarde, estaba demasiado alterado, ellos podían
no estar en las mejores condiciones y no descartara que alguno vomitara
todavía… La espera se les iba a hacer eterna, pero con un poco de suerte
serviría para que pensaran en la tontería que habían hecho.
Le di un beso a cada uno y, cuando llegué a Blaine, me
quedé atrapado en su mirada de niño asustado.
“¿Qué voy a hacer con él?” me pregunté.
Le acaricié el pelo y él pareció sorprenderse.
- Buenas
noches, muchachito – susurré.
“Dale un beso” dijo una voz en mi cabeza. “Trátale
como a un hijo. Lo necesita”.
Me arrodillé al lado de su colchón y le besé la
frente.
Y entonces, por segunda vez aquella noche, Blaine
comenzó a llorar.
N.A.: No me odiéis por dejarlo así.
Bueno, odiadme solo un poquito, me lo merezco.
Gracias por vuestra paciencia. Aquí
las clases han empezado ya presencialmente (me guardo mi opinión al respecto,
pues cada vez hay más casos de COVID) y, para quien no lo sepa, soy profe. Este
año pinta intenso y probablemente sea uno de los que más voy a trabajar en toda
mi vida (pues también tengo que preparar cosas virtualmente, para unos cursos,
sin dejar de ir presencialmente para otros). Una locura. Con esto quiero decir
que mi tiempo para escribir se ha visto reducido drásticamente, así que lo
siento si sentís que tardo demasiado u.u
Entre semana estoy al borde del colapso, realmente y mi fin de semana se
ha esfumado en un parpadeo. Pretendía que este capítulo llegase hasta más
adelante, pero también quería publicarlo hoy, así que me dije que era mejor que
hubiera una “parte 5” que alargar más la espera.
Estuvo muy, pero que muy bueno...
ResponderBorrarQue hará Aydan con ellos, muero por saber y sobre todo que le díran ellos a Teddy se pasaron!!!
Espero tengas tiempo de actualizar pronto, con todas las actividades que tienes...
ResponderBorrarMe encanto no me aguanto por leer más, saludos cuídate mucho, y mucho ánimo en tu trabajo
ResponderBorrarP.d Aidan tiene que ser el que castigue a Blain y ojalá hoy no sea blando con ningún chico porque hoy si se portaron muy mal
Apoyo a Kar77, Aydan debe castigar a Blaine y debe ser duro con todos.
ResponderBorrarQué bueno que seas profe, lo mismo que yo. Estoy desbordada con las clases virtuales. Es una locura
Grace