Páginas Amigas

martes, 3 de septiembre de 2013

Capítulo 4.



Cuando regresé a la escuela después de las fiestas de Navidad me había quedado claro unas cuantas cosas de la familia de mi padre.
Una de ellas es que los Hofner eran muchos y otra fue que mi abuelo podía ser el mejor abuelo del mundo pero también tenía una mano terrible. Después de recuperarme del todo y tuve la tan temida y no suficientemente aplazada charla con mi abuelo. 
Cuando el abuelo entró en mi habitación aquella noche, lo sabía, era como si todo su cuerpo emanará un mensaje subliminal: “No vengo en son de paz”. No es que fuera rudo conmigo o seco o más serio de lo normal. Pero no sé, como decirlo, pero des del momento que entró en mi cuarto para decirme buenas noches, que lo supe. Aquella era la noche.
También sabía que el abuelo lo estaba pasando mal, no era necesario que me dijera eso de “esto no es plato de buen comer para mí pero es lo que debo hacer”. Cosa que agradezco, si me hubiera dicho cualquier de los clichés típicos de ese tipo de situaciones, lo hubiera mirado con descrédito. Yo sabía que el abuelo iba  a zurrarme por haberme metido en líos en la escuela, lo sabía, no lo había olvidado, ni pensaba que el abuelo lo olvidaría. Esta mayor pero la memoria aún no le falla. Y el abuelo, supongo que al ver que no sonreía (yo sí que me puse tenso y serio, pero no era para menos, era yo el que iba a recibir una zurra) se percató que también sabía y recordaba que tenía esa zurra pendiente.
Así que cuando entró en la habitación, y agarró la silla del escritorio, en vez de sentarse en la cama como hacía siempre ni me sorprendí solo respiré hondo e hice un esfuerzo titánico para no ponerme a llorar y suplicar clemencia como una nenaza.
-         Hans, tenemos que hablar de tu última noche en la escuela (dijo después de mirarme fijamente durante unos segundos).
-         ¿Ahora? Ya me acostaba  (He dicho que intenté no llorar no que no intentará aplazar un poquito más mi condena).
-         Sí, ahora. Tus tíos y primos están fuera, que mejor momento que ahora ¿No? (dijo sin sonar sarcástico ni nada. Pero el abuelo era definitivamente un viejo zorro. Sabía que diciéndome eso no me quedaría otra. Nada más faltaba tener testigos, sobre todo con la vergüenza que ya tenía por todo el asunto de las vacaciones).
-         Supongo (dije no con mucha valentía por mi parte).
-         Hans, quiero que sepas una cosa, eres mi nieto. Sé que apenas me conoces, pero quiero que sepas que no estás aquí por obligación, siempre te quise aquí (ahí me di cuenta una vez más que el abuelo cuando hablaba sobre mí, solo hablaba en primera persona del singular. Pero a esas alturas ya me había dado cuenta que la abuela ni me hablaba directamente y mis tíos la mayoría me trataban como si fuera un estudiante de intercambio que pasaba con ellos unas navidades, era correctos, amables pero no transmitían nada de amor). Eres un Hofner de pies a cabeza. Esté es tu lugar, y aunque no fuese así, me agradas, tienes principios y eres sincero y apasionado. Te pareces tanto a tu padre (y el abuelo se puso triste y me sentí horrible por parecerme algo a mi padre, yo no quería que el abuelo estuviera triste. Porque él era el único que me hacía sentir un poco bien en esa casa).
-         Tía Ofelia decía que era toda la cara de mi madre (dije intentando que mi abuelo no viera en mi al fantasma de su hijo).
-         Sí, vi una foto suya. Realmente sí que sois físicamente muy parecidos (me sonrió dulcemente pero esa sonrisa fue efímera). Hans, en esta casa ha habido toda la vida una regla. Una regla que afecta a tus primos, afectó en su día a tus tíos y a tu padre, incluso nos afectó a mis hermanos y a mí. Es la siguiente regla, seguro que te suena “el niño que en escuela molesta, con el culo al aire se acuesta” (lo cierto es que era un dicho muy viejo como eso de “la letra con sangre entra” y hasta aquel día pensé que se refería a la edad media o algo así. Pero lo cierto es que tanto Theo como Howie me lo habían mencionado, pero no pensé que se refiriesen al abuelo. No fue hasta que el abuelo me dijo lo de “vamos a tener una charla muy interesante sobre meterse en líos en la escuela” que no caí que esa advertencia podía ser muy real.) ¿Te suena verdad?
-         Pero…el director ya me castigó (sí había entendido bien el dicho, no soy imbécil, solo que intentaba no recibir una zurra. Y si tenía que hacerme un poco el idiota para ello, estaba dispuesto a ser muy pero que muy cortito).
-         Hans, el director te castigó porque es su deber que se cumplan las normas de la escuela, y es su deber sancionar a los alumnos cuando estos no las cumplen. Y yo te voy a castigar porque te comportaste mal fuera de casa ¿Ves la diferencia? (me dijo mi abuelo, sabiendo perfectamente que veía la diferencia).
-         Pero abuelo, cometí un error, es cierto, y ya fui castigado por ello. No está bien castigar dos veces por el mismo delito. ¿Dónde queda el perdón?
-         Jajaja (empezó a reír) me parece que tenemos un futuro abogado en casa.
-         Seré cocinero (dije muy serio. A día de hoy no he logrado convencerlo).
-         Hans (dijo con ese tono que utilizan los adultos cuando creen que estás diciendo bobadas), a parte de tu abuelo, ahora soy tu tutor, es decir, que debo educarte como si fuera tu padre, y ten por seguro que si tu padre estuviera vivo y te hubieras metido en líos en la escuela haría lo mismo que voy a hacer yo ahora mismo.
-         Pero, abuelo (intenté apelar a sus sentimientos con mi mejor mirada de pena, pero no coló, lo cierto es que en cuestión de zurras nunca me ha funcionado).
-         No Hans, esto es serio, no estoy nada contento contigo. Lo que hiciste aparte de estar mal fue peligroso. Salir de noche del recinto escolar y sin ningún adulto que os escoltase…simplemente inaceptable. Y que tuvieran que llamarme de la escuela porque no fuiste capaz de comportarte como se espera que se comporte un buen alumno es intolerable (el abuelo no gritaba, ni siquiera hablaba con rabia, cosa que hizo que me sintiera aun peor. Porque de haberse puesto como el tío Senta podría haberle odiado un poco por ser tan cabrón. Pero no, ni eso).
-         Lo siento (solo pude contestar eso, me había quedado sin argumentos sólidos).
-           Hans, acabemos con esto.
-         ¿Qué vas a hacerme? (le pregunté  y estoy seguro que soné como un gallina)
-         ¿tú tía nunca te pegó?
-         No, ella no creía en la violencia de ningún tipo (vale, mentí un poquito. Sí que me había dado alguna palmadita, pero creo que el abuelo no se iba a limitar a darme un par de palmadas en la mano o en el trasero).
-         No pienso usar la violencia Hans, es solo un correctivo, es cierto que te dolerá pero será solo pasajero y nunca desproporcionado a la falta cometida.
-         ¿Y no hay posibilidad de castigarme de otra forma? Fuiste educador, seguro que conoces un montón de otras formas de castigar.
-         Sí, las conozco, pero ésta es muy efectiva y es la que se utiliza en esta casa. Hans, por ser la primera vez que te tengo que castigas seré indulgente y solo te daré con la mano, pero si vuelvo a recibir una llamada de la escuela a parte de mi mano te la verás con la vara, como cualquier otro miembro de la familia que se haya metido en problemas en la escuela (en ese momento creo que se me cortó la respiración y todo. ¿Mi abuelo acababa de decirme que me pegaría con una vara? No podía ser cierto, los abuelos no hacen eso. pensé aún con la romántica noción de abuelo que me había creado en mi cabecita).
-         ¿Una vara? (dije horrorizado).
-         Sí una dolorosísima vara de ratán que hay abajo en mi despacho, mañana te la mostraré (yo negué como un loco con la cabeza). Hans solo te la enseñaré, no voy a pegarte con ella. Pero haces bien en asustarte, te aseguro que jamás he tenido que dar más de 20 varazos con ella, uno solo ya te hace saltar las lágrimas. Así que acepta mi consejo, que sea la primera y la última vez que me llaman de la escuela quejándose de ti (y yo asentí también muy enérgicamente. No es que supiera el dolor que se sentía al recibir un varazo. Pero estaba seguro que no quería averiguarlo nunca). Muy bien Hans, pijama abajo y sobre mis rodillas.
-         ¿Qué? ¡Con el culo al aire!
-         Sí, Hans, con el culo al aire (dijo aún sin sarcasmo ni rabia).
-         ¡Pero…me verás el culo! (si lo sé, pero en ese momento aquello me daba mucha vergüenza).
-         Hans, voy a darte una buena zurra, de que te vea o no te vea el trasero es de lo menos que deberías de preocuparte ahora. Así que deja de retrasarlo, porque esto va a pasar quieras o no, y solo haces que aumentar tu ansiedad y disminuir mi paciencia. Y ninguna de las dos cosas son buenas.
-         ¿Cuántas…cuantos…cuántas veces me vas a pegar?
-         No lo sé, esto no es una ciencia exacta, Hans. Las que crea necesarias. Ahora, por favor, no me hagas volvértelo a repetir Hans.
Y con eso mi abuelo daba por zanjada nuestra conversación, que no nuestra charla. Como un reo que camina hacía el patíbulo, caminé hacia la silla donde estaba sentado mi abuelo, y cuando ya estuve a su lado, me bajé rápidamente el pantalón del pijama y me coloqué como un rayo sobre sus rodillas. Nunca he llevado bien lo de la desnudez. Mi abuelo me acomodó a su gusto, supongo que no se puede zurrar de cualquier manera. Aunque visto, lo visto en casa de los Hofner, juraría que sí. Y empezó con el castigo. Las primeras palmadas no fueron especialmente duras, pero cuando llevaba unas 20 el abuelo incrementó la fuerza y empezó a darlas de dos en dos. Vaya que pasó del Plass-Plass al PLASSPLASS-PLASSPLASS, el abuelo equivocó la carrera, en vez de profesor debió hacerse batería de Heavy. Cuando debía de lleva unas 100, no exagero, estuvo mucho rato a ese ritmo, entonces alzo su rodilla, me volvió a reacomodar y entonces sentí el dolor más agudo, punzante, horrible y horripilante que había sentido hasta ahora, en una zona donde jamás uno debería sentir dolor. Una zona que solo está pensada para una cosa, para sentarse. Justo donde las nalgas se acaban y empiezan los muslos. Imposible sentarse sin apoyar esa parte, lo he intentado y quedas demasiado recostado y acabas cayéndote de culo en el suelo. Y un golpe más en el culo es lo último que quieres cuando has recibido una zurra. El abuelo se recreó a base de bien en esa zona, volvió al ritmo inicial, pero la fuerza era considerable, sobre todo cuando llevaba un rato dándome de lo lindo. Cuando el abuelo dio por acabado el castigo, yo era un mar de lágrimas y  había perdido toda compostura y dignidad que alguna vez tuve. Y había prometido ser tan bueno que aún me hago cruces que no apareciera el papa de Roma en ese mismo instante y me canonizara ahí mismo.
Mi abuelo me ayudó a subirme los pantalones, esa fue la única vez, lo juro. Y si fue igual que cuando las mamás visten a sus hijos pequeñitos. Realmente bochornoso si lo pienso ahora, pero en aquel momento ni me di cuenta, estaba aún tan convulsionado por haber recibido la segunda zurra de mi vida (y nada más ni menos que de mano de mi abuelo, él que creía que era el único que me quería en esa casa) que ni me di cuenta de la maniobra. También me ayudó a meterme en la cama y me arropó, me dio un beso en la frente y me deseó “dulces sueños.
En cuanto mi abuelo apagó la luz y salió de mi habitación, salí de la cama y corrí a mirar “la magnitud de la tragedia” en el espejo. Me bajé el pantalón del pijama y mi trasero estaba rojo como un tomate, me pasé con cuidado las manos y es cierto irradiaba tanta calor que se podría haber hecho unas tortitas en él. Cuando aún estaba ahí de píe, contemplando mi trasero carmesí, escuché los coches de tío Senta y tío Sigmund llegar a casa. Y como si fuera un mocoso que acabara de meter la mano en el frasco de galletas y que escucha la puerta de la cocina abrirse, corrí a esconderme. Vale corría  la cama e hice como si dormía. No sé aún porque hice esa estupidez, nadie subía nunca a ver cómo estaba o lo que hacía, solo el abuelo y alguna que otra vez Howie cuando había venido de visita. Pero hice bien, porque cuando ya me estaba quedando dormido de verdad entró mi tío Sigmund, con un vaso de agua y una pomada para las rozaduras. Y las dejó encima de mi mesita de noche, me apartó el pelo de la cara y se me quedó mirando unos segundos, después salió tan silenciosamente como había entrado. Cuando salió encendí la lamparita de la mesita de noche y vi lo que había dejado. Primero no entendí porque iba a necesitar yo una crema para las rozaduras, si a mí los zapatos no me habían hecho daño, pero después al cabo de un rato y tras recostarme por enésima vez sobre el trasero viniéndome de nuevo el dolor de posaderas, pensé que quizás, quizás esa crema…y volvía  levantarme, tomé la maravillosa pomada y me la apliqué con cuidado por todo el trasero, en especial donde las nalgas y muslos se juntan. Y estaba tan fresquita que casi lloro de alegría. Aquello me supo a gloria bendita, no exagero. Después de aplicarme la crema, me lavé las manos y me bebí la mitad del vaso de agua, tanta llorera y angustia me habían dejado con la garganta totalmente seca. Entonces caí, mi castigo aunque había sido en la más total y absoluta privacidad de una casa vacía, era vox populi. En ese momento decidí que no saldría de esa habitación hasta el día 8 de enero en que se retomaban las clases.
Pero la mañana siguiente llegó, y como siempre la casa se llenó de ruido y barullo, demasiada gente viviendo en esa casa para mi gusto. Yo estaba acostumbrado a una pequeña casita donde solo vivíamos mi tía Ofelia y yo. Y aquella era una gran casa donde vivían tres familias y el servicio. La única intimidad que había era la de tu propia habitación  y solo cuando cerrabas la puerta. Así que me levanté y me quedé en pijama, no iba a bajar a desayunar con toda aquella gente, no después de que todos supieran que el abuelo me había castigado esa noche y no después de mi tonto ataque de ansiedad/angustia por ser las primeras Navidades sin Ofelia.
Eran casi las ocho y media cuando el abuelo picó a mi puerta, yo corrí como un galgo a la cama, eso es estúpido, porque mi abuelo escuchó perfectamente la corrediza, pero en ese momento no pensaba con claridad. Una vez en la cama, le di permiso para entrar. Mi abuelo, me dijo que la familia ya estaba toda en la mesa esperándome para desayunar. Si ya no tenía la intención de bajar, después de oír eso, mucho menos. Así que le dije al abuelo que me dolía mucho la cabeza y que hasta la luz me molestaba. A tía Ofelia alguna vez le habían dado ese tipo de jaquecas, y sabía que la luz, el movimiento e incluso el menor ruidito molestaban mucho cuando se tenía jaqueca.  Mi abuelo me puso la mano en la frente para ver si tenía lago de fiebre, debía estar algo caliente, porque asintió y me arropó en la cama, y me dijo que mandaría a alguien del servicio a subirme un poco de leche caliente y unas galletas de jengibre. Y cuando terminaran de desayunar él volvería a subir. Me gozo en un pozo, tendría al abuelo solo para mí, sin tener todo ese atajo de “desconocidos” alrededor juzgándome.
 No hacía ni dos minutos que el abuelo se había ido cuando entró tía Camille, llevaba su botiquín. Cuando la vi, esperé, recé, rogué y supliqué a todo el santoral que no me amenazara con lo de ponerme una inyección muy grande y dolorosa sino dejaba de fingir y bajaba de inmediato al salón a desayunar con todos. Pero no lo hizo, ella me tomó la temperatura con el termómetro (lo hizo debajo la axila, ¡No os lo flipéis que yo ya tenía 11 años!).  Y resultó que sí que tenía algo de fiebre, nada decimitas, pero lo suficiente para que no me obligaran a bajar a desayunar. Mi tía me hizo un reconocimiento rápido y después me obligó a tomarme la leche y las galletas que Reena justo acababa de traer. Una vez me las tomé me dio un jarabe que estaba asqueroso, cuando empecé a hacer meucas y quejarme, mi tía me dijo que era peor que mi tío Sigmund para tomar jarabes y que si tan malo estaba me lo bebiera de un tirón y que después tomara otra galleta. Las mujeres y los medicamentos, son como un sargento y un regimiento de novatos. Implacables e inflexibles, con mi tía Ofelia ya me había dado cuenta, pero con tía Camille era un millón de veces peor ya que ella era de los malos, me refiero que mi tía es doctora, así que le encanta eso de hacerte tomar medicamentos, sobre todo jarabes asquerosos. Tía Camille se quedó un ratito más, hasta asegurarse que no vomitaba el brebaje ese asqueroso, después le pidió a Reena que se quedara haciéndome compañía hasta que el abuelo subiera. Así que lo de quedarme solo jugando en mi habitación se me fue al garete.
El abuelo subió pasada una hora, y estuvo dándome conversación, durante aquella mañana todos mis familiares (para mi horror) fueron desfilando por mi habitación. La mayoría no se estaban ni un minuto, pero igualmente no me ahorré la vergüenza de verles las caras sabiendo que me habían castigado. Pero nadie hizo ningún comentario, pensé que era porque realmente les importaba una mierda lo que a mí me pasara. Pero después supe que no era eso, sino que todos habían pasado alguna vez por eso y que sabían que no debían hacer mofa de algo como tener que ser castigado por no portarse como se es de esperar.
Al medio día, yo ya estaba harto de tanta cama, así que tras el beneplácito de tía Camille, me levanté y fui a dar un paseo con el abuelo. Después de comer, todos decidieron bajar al pueblo a hacer unas últimas compras antes de fin de año. Nunca me ha gustado ir de compras, así que decidí quedarme en casa. Además pensé que si todos iban, al fin podría quedarme solo, y recuperar un poco de paz y tranquilidad. Al abuelo le costó mucho dejarme solo en casa, pero le había prometido a Rosa y a Charlie llevarlas al teatro y él abuelo nunca rompía su palabra. Así que tras dejarle dicho a Reena que subiera cada 30 minutos a ver como estaba, se fueron por fin todos. Yo en seguida le aclaré a Reena que me encontraba perfectamente y que ni se le ocurriera venirme a tomar la temperatura cada 30 minutos. Ella se rio y me guiñó el ojo, entonces me llevó a un cuartucho que había en el desván, era donde mis primos solían esconderse de sus padres, y era como una especie de santuario para un adolescente. Es la habitación de los niños, todos la llaman así, porque es donde todos acabamos. Y es el único lugar de la casa donde uno se lo puede pasar bien, tenemos un viejo sofá unos viejos sillones y una vieja mesa de café. Bueno ya os hacéis la idea todos los muebles viejos que no se quieren tirar pasan allí, pero lo mejor no es eso, sino la colección de libros, tebeos, comics y mangas que hay allí. Son la pequeña colección que han ido haciendo todos los Hofner cuando tenían nuestra edad, más la colección de mis primos ya hora algunos míos. También hay una tele y un video con un montón de películas de todo tipo. Mis favoritas son las de serie B de mi primo Dani. Pero esto mejor no lo digo mucho, porque es muy histérico con sus cosas. Y yo no soy como Klaus que lo trata todo fatal, y tengo cuidado. Pero bueno, que Reena me llevó a la mejor parte de la casa y que hasta entonces había sido un secreto para mí. Eso me demostraba que para mis primos tampoco formaba parte de la familia, después del coraje inicial, decidí que era estúpido quedarse allí de pie ofendido y empecé a echar un vistazo a todos los tesoros que allí había. Llevaba más de tres horas allí arriba cuando mis tripas empezaron a  rugir, dejé todo como lo había encontrado y bajé corriendo a merendar.
Pensé que estaba solo, así que, como si aún estuviera en mi casa, abrí la nevera y empecé a prepararme un bocadillo de ternera  y mayonesa. Lo hice como lo preparaba mi tía: corte la carne en trocitos pequeños, le puse pepinillos en vinagre, tomate, lechuga, un poco de beicon que había sobrado del desayuno y mayonesa con mostaza. Mientras lo iba haciendo me iba relamiendo, hacía un montón que no comía ese bocadillo, des de…hacía mucho tiempo. No quise pensar des de cuando, así que dejé el bocadillo en el plato y fui a ver si había algún refresco “interesante” para acompañar mi súper merienda. Estaba aún mirando decidiéndome entre una Coca-Cola o un sprite cuando oí un ruido justo detrás de mí. Di un bote como un conejo y me caí de culo. Menos mal que ya no me dolía el trasero, sino hubiera aullado como un animal herido. Allí de píe estaba mi abuela, me asustó porque pensé que había salido con toda la familia, pero no, ahí estaba ella mirándome con la misma cara de molestia de siempre. Entonces llamó a Reena, pero Reena estaba a bajo haciendo la colada y no la pudo oír, después llamó a Frida, Frida como la lame culos que es, corrió al segundo. La abuela empezó a darle una bronca monumental, que como dejaba que “ese niño” (no tengo nombre para ella) anduviera solo en la cocina. Después le enseñó mi súper obra maestra culinaria y mi lata de coca cola (que aún sujetaba como un idiota) y le ordenó que me preparar una macedonia de frutas y un sándwich de huevo y le ordenó tirar “esa monstruosidad” (se refería a mi bocadillo) y llevarme al salón a merendar, que es donde se come. Vi con mis propios ojos como Frida tiraba mi bocadillo a la basura, entonces pasó algo que nunca me había pasado, me puse furioso. Pero furioso de verdad, estoy seguro que aparte de rojo como un tomate, también sacaba humo por las orejas y fuego por la boca. Esa forma de tratarme, aunque ya estaba acostumbrado, me dolió especialmente, ya que aquel bocadillo, representaba más que una simple merienda para mí, y ver como lo tiraban a la basura…simplemente me dolió y no reaccioné muy bien. Ahora lo confieso, pero también sé que de volver atrás, volvería a reaccionar igual.
Las miré con odio a las ojos, les dije que “no se molestaran, que podían quedarse su cochina comida”  y con lágrimas en los ojos salí corriendo de  la cocina. Quería irme a casa, quería que Ofelia me abrazara y me consolara y que me diera un súper bocata de ternera y mayonesa y galletas de nata. Allí no era bienvenido, nadie me quería realmente ahí, la abuela me detestaba con todo su ser y el abuelo aunque me quería me había pegado, así que decidí que lo mejor para todos sería que me quitara de en medio. Agarré una mochila metí cuatro cosas y agarré el dinero que mi tía Ofelia me había dado para las emergencias y me dispuse a irme de vuelta a mi pueblo. Seguro que mis amigos me recibirían un millón de veces mejor que lo habían hecho los Hofner.
Mi plan cojeaba por un montón de sitios, el principal, por aquel entonces no sabía cómo llegar al pueblo, tampoco sabía cómo llegar a la estación de tren, ni cuando salían los trenes hacía la costa. Pero estaba tan furioso y dolido que ni pensaba en eso, hubiera ido caminando perfectamente hasta mi propio pueblo con mis propios pies, con tal de alejarme de allí.
Fue cuando salía por la puerta que me tropecé de lleno con mi tío Sigmund. Mi tío Sigmund odia las compras casi tanto como yo, y siempre hace lo mismo, se deja la billetera en casa y así tiene una excusa para regresar y saltarse unas cuantas horas de horribles entradas y salidas de tiendas. Cuando me vio con la estúpida maletita en la mano y la mochila en la espalda y todo lloroso, mi tío no tuvo que hacer complicados cálculos matemáticos para hallar la respuesta (lo digo porque es profe de mates en la escuela).
-         ¿Hans? ¿A dónde crees que vas, jovencito? (lo de jovencito me hizo cambiar la cara de enfado y dolor por la de “¿En serio, me estás tomando el pelo, no?”).
-         Yo, yo, yo… (me quedé totalmente en blanco).
-         Grrrr (gruñó y negó con la cabeza. En ese momento pensé que él también me iba a atizar) anda trae eso (dijo quitándome la mano la maletita). Si ya estás buenos para emprender viajes también lo estás para venir de compras (y me quitó la mochila de las espaldas y la colocó en el suelo. Entonces hizo algo horrible. ¡Me agarró de la mano! No solo eso sino sin soltarme la mano fue hasta su habitación agarró su billetera, bajó de nuevo las escaleras, salimos del coche y me subió a su coche, “ME PUSO EL MISMO EL CINTURÓN DE SEGURIDAD”, cerró la puerta del coche, se subió él y condujo hasta el pueblo, donde había quedado con el resto de la familia que se encontrarían. Durante todo el trayecto yo solo hice que insultarlo y decirle que me dejara bajar, pero mi tío Sigmund parecía no oírme. Porque ni se inmutaba, seguía conduciendo como si fuera solo en el coche. Harto de que todos hicieran como que no existía o como si fuera una carga, le agarré el volante y tiré de él hacia mí. Fue entonces cuando mi tío dio un frenazo y paró el coche). ¡NO VUELVAS A HACER ALGO ASÍ EN TU VIDA! (me gritó furioso, su cara daba más miedo que al de tío Senta enfadado. Juro que casi me meo encima del miedo).
-         ¡Quiero irme a casa! (grité con todas mis fuerzas. Nadie me oía, nadie me escuchaba, a nadie le importaba).
-         Acabamos de salir de casa, Hans, ahora iremos al pueblo, tranquilo, la parte de las compras te la has ahorrado así que…
-         ¡No, quiero irme a MI casa, quiero irme YA! Si no quieres llevarme, déjame en la estación, ya puedo apañármelas solo.
-         Mira Hans, tú ahora solo tienes una casa, solo tienes una familia, te podemos gustar más o menos, pero es lo que hay.
-         Pues déjame en un orfanato, al fin y al cabo es lo que soy, soy un puto huérfano ¿no?
-         ¡Hans Dieter Hofner! (dijo transformándosele la cara) ¡Que sea la última vez que te oigo hablar así! El estar enfadado no es una excusa para perder los modales. No sé qué ha pasado en casa mientras estábamos de compras, pero sea lo que sea, seguro que ha sido un mal entendido.
-         No hay ningún mal entendido. Lo que pasa es precisamente que lo he entendido todo muy bien. Vosotros no me queréis aquí, “ella” me odia igual que odiaba a mi padre y hasta el abuelo… (entonces me mordí al lengua, en mi vida iba a decir que me había zurrado).
-         ¿Esto es Porque papá te ha zurrado? (no hizo falta, mi tío lo hizo por mí. Tío Sigmund de repente dejó de estar enojado para estar alucinando. Es que como lo dijo parecía una niñería, pero no fue así).
-         ¡NO! (aunque no me había gustado anda que el abuelo hubiera decidido que dejaría de ser el abuelo cariñoso conmigo para convertirse en el tipo que et zurra si te portas mal).
-         Entonces dime porqué. No pienso llevar a mi sobrino de 11 años a un orfanato sin saber al menos por qué lo estoy haciendo (dijo poniendo de nuevo esa cara de ogro, pero me quedé un poco parado con eso de “mi sobrino”. Vale, era cierto, soy su sobrino, pero todos se referían a mí como “el niño” o “ese niño” o “Hans” los que eran más amables).
-         Como si te importará (dije cruzándome de brazos)
-         Si no me importara no preguntaría, Hans. Dime ¿Qué ha pasado?
-         ¿Qué qué ha pasado? (dije con todo el sarcasmo de los Hofner) lo que ha pasado es que mis padre murieron cuando yo era un bebé, que la única persona en este mundo que me ha querido y a la que le importado lo más mínimo también está muerta. Que vivo en una casa llena de gente que me elude, ignora o menosprecia (puede que estuviera llorando un poquito). Que mi propia abuela me odia tanto que ni me dirige la palabra ni me mira a los ojos. Que la única persona que creía que tenía a mi lado y que podría protegerme si algo malo me pasaba, me ha hecho daño (debí omitir eso pero mi boca hablaba sola). Que habéis perdió tiempo en meterme en un maldito reformatorio, ¿Qué más da un internado o un orfanato? ¡Qué más da! Además sentiría más afecto y calor de una piedra que de un Hofner. No sois mi familia, yo tuve una familia, y sé lo que es. Puede que solo éramos Ofelia y yo, pero ella solo os daba mil vueltas a todos.
-         Hans, sé que tu tía Ofelia era una gran mujer y que te quería con locura y que trató siempre muy bien y te dio mucho cariño. Pero nosotros también somos tu familia, y te queremos, aunque tú no quieras creerlo.
-         ¡JA! Dime, dime, júrame por Dani y por Rosa que la abuela me quiere (dije con todo el odio y veneno que era capaz de generar. Y mi tío se calló de golpe).
-         No puedo hablar por mi madre, pero si puedo hablar en mi propio nombre, Hans eres mi sobrino, el único hijo de mi hermano Walter, eres lo único que nos queda de él. Por supuesto que te quiero, pero ya te habrás dado cuenta que mi familia no somos mucho de dar muestras de afecto. Quizás Tristán, pero Tristán siempre ha sido muy afectado (dijo negando con la cabeza y dando un largo suspiro, eso me hizo reír, estúpido por mi parte,  porque la situación no era para reír).
-         Solo lo dices para convencerme que me quede (dije un poco más calmado).
-         Oh, no. Tú te vas a quedar, diga lo que diga, aunque te tenga que amarrar. ¡Tienes 11 años! ¿Pero qué demonios te crees que eres?  ¿Crees que puedes ir donde te salga de las narices y hacer lo que te venga en gana? Pues no jovencito, no. Tienes 11, harás, dirás y te comportarás como nosotros te digamos, que para algo somos mayores y somos tú familia. Hans, te digo esto porque es la verdad. Eres mi sobrino y te quiero y no vuelvas a dudar de eso, jamás. Porque sino, sí que me enfadaré contigo, y tú no quieres enfadar a tu tío favorito ¿verdad?
-         ¿Tío favorito?
-         Mi tío favorito es…(iba a decir mi tío Henry pero me puso el dedo en la boca como para mandarme a callar)
-         Soy yo, créeme lo soy (dijo alzando una ceja) y te diré porque, porque lo de este “intento de fuga” va a quedar entre nosotros dos. Porque el último que hizo un “intento de fuga” en esta casa acabó recibiendo 12 varazos en el trasero y 4 en las manos. Lo sé muy bien, porque fuimos tu padre y yo.
-         ¿Mi padre y tú os fugasteis de casa? (no sabía nada de mi padre y lo poco que había oído hablar de él era siempre halagos y buenas palabras).
-         Sí, yo acababa de cumplir los 16 así que Walter tenía14 años, papá y mamá nos habían castigado sin poder ir a una fiesta porque llevábamos semanas sin ordenar la habitación y descuidando la mayoría de tareas. Además se nos pasó ir a recoger  a Tristán a casa de los tío y papá nos lio una que hizo temblar los cimientos de la casa (la cara de tío Sigmund se transformaba a medida que iba contando). El resultado fue que nos íbamos a pasar la mitad de las vacaciones encerrados en casa, en aquella época, dos meses nos parecía una eternidad, y nos pareció la mayor injusticia del mundo. Así que decidimos fugarnos para darles una lección a nuestros padres.
-         ¿Y os fugasteis? ¿A dónde?
-         Bueno…nos fugamos durante 3 horas, después el guardia de la estación llamó a casa y le dijo a papá donde estábamos. Papá ni se había percatado que habíamos salido de casa, así que tras cerciorarse que no estábamos en nuestras camas, agarró el coche y a toda velocidad se plantó en la estación de tren. Cuando lo vimos aparecer sabíamos que estábamos muertos, la cara de papá era aterradora pero aún más lo era la vara que llevaba en la mano. Allá mismo en la estación nos dio los 12 varazos en el trasero y nos metió de la oreja en el coche de vuelta a casa. solo agradezco que fueran las dos de la madrugada y que en la estación solo hubiera el guardia de seguridad, el revisor y un vendedor en la taquilla. (yo abrí mucho los ojos, menuda vergüenza y menudo dolor. Y después miré mi reloj eran las siete de la tarde, seguro que habría un montón de gente en la estación. Tío Sigmund debió adivinar lo que pensaba porque sonrió levemente). Al llegar a casa papá nos dio tal paliza con la zapatilla que estuvimos durmiendo sobre nuestros estómagos ¡4 días! Y lo peor fueron los 4 varazos en las palmas de las manos, te aseguro Hans, que eso sí que cuece (dijo mirándose las manos pero allí no había ninguna marca).
-         ¡Y yo que pensaba que Senta era un bestia!
-         Jajaja bueno Senta tiene poca cuerda, eso es cierto, pero créeme es mejor un millón de Sentas enfadados que un solo Daland enfadado.
-         No sé si Klaus y Richard estarían de acuerdo con eso, tío Sigmund (dije y vi como tío Sigmund relajaba la cara cuando oyó eso de “tío”).
-         Puedes preguntárselo tú mismo, Klaus al menos, sabe de primera mano que es cabrear a papá.
-         ¿Klaus es tremendo, verdad?
-         Sí, ha salido tan terco como su madre, el pobre (y respiró hondo). Mira Hans, no te voy a prometer que a partir de ahora seremos más afectuosos pero si te prometo que si nos das una oportunidad verás que no somos tan malos.
-         ¿No se lo dirás al abuelo, verdad?
-         No. Tienes mi palabra (y me estrechó la mano).
-         De acuerdo, pero antes quiero saber porque nos odia a papá ya  mi tanto al abuela.
-         Hans, eres aún muy pequeño para entender ciertas cosas. Pero un padre no puede odiar a un hijo, puede llegar a pretender que no existe, como hace tu abuela con Walter, pero odiarlo, eso jamás.
-         Pero a un nieto si ¿verdad?
-         Hans aún no soy abuelo, y espero tardar mucho en serlo (no es ningún secreto que a mi tío le aterra la idea que alguno de mis primos le haga abuelo, supongo que con los años se le pasará). Pero no creo que tampoco se pueda.
-         ¿Fue porque mi padre se fue con mi madre? ¿Por eso me odia?
-         Walter era el favorito de mamá, siempre lo fue, aunque ella lo negara, al igual que el favorito de papá es Brunilda (de eso ya me había dado cuenta, el abuelo siempre estaba disculpando a tía Brunilda con sus hermanos, con la abuela y con Senta por todo y siempre que había una discusión entre los hermanos él se ponía del lado de Brunilda). Yo soy el mayor por lo que gozo de unos privilegios y Tristán es el peque, por lo que vive mejor que en brazos (yo volvía a reír y el tío Sigmund también). Tu padre cuando aún era un crio empezó a salir con la sobrina favorita de mamá, es incluso su madrina. Mamá se lo prohibió rotundamente, porque era de la familia y no era para hacer el tonto. Pero ambos estaban muy enamorados y continuaron viéndose a escondidas. Yo más de una vez fui cómplice de sus locuras. Con el tiempo su amor se fue afianzando, hasta al punto que ya no podían seguir escondiéndose y les plantaron cara a todos. En casa se formó una tremenda, mamá se peló con toda su familia y Elsa y tu padre se vinieron a vivir a casa. después se fueron a acabar sus estudios y cuando regresaron al cabo de unos años, algo había cambiado. Supongo que eran muy jóvenes y se precipitaron. No lo sé, pero tu padre aguantó aún unos años más, pero era un matrimonio de pura apariencia. Después le salió la oportunidad, le salió porque la buscó, debo decir, de ir a dar clases en la universidad. Y aquello fue la excusa perfecta para dejar de vivir con una persona que hacía años a la que había dejado de amar. Cuando aceptó el trabajo y dijo que se iba “solo” mamá y él tuvieron una discusión horrible, en aquella discusión se dijeron cosas realmente horribles Hans. Cosas que fueron las últimas palabras que tu padre escuchó de su madre y créeme las últimas que escuchó de su padre tampoco fueron mejores. Tus abuelos se habían dejado de hablar con toda la familia por culpa del matrimonio de Elsa y de tu padre. Ellos tampoco querían que se casasen, querían que acabasen sus estudios y después ya habría tiempo para casarse y formar una familia. Pero bueno…las cosas fueron como fueron y todo salió muy mal.
-         ¿Tú también dejaste de hablar a papá?
-         No estoy orgulloso de ello, pero sí, quería mucho a mi primita Elsa, y vi todo el sufrimiento que pasó cuando Walter se fue. Solo tu tío Tristán se mantuvo en contacto con tu padre ya  escondidas. Él fue el único de nuestra familia que fue a verte al Hospital cuando naciste. Yo hice las paces con tu padre justo por entonces, fue Tristán, ese mocoso con más pájaros que sesos en la mollera, él único con dos dedos de frente para darse cuenta que éramos hermanos y era estúpido seguir enfadados. Así que unos meses antes de la muerte de tus padres, nos reunimos los hermanos e hicimos las paces Mira esta foto (y sacó su billetera  y de ella una foto donde salían los 4 hermanos mi madre y un bebé muy pequeño que debía de ser yo en un restaurante comiendo) nos la tomamos aquel día, es la última foto donde salimos todos los hermanos juntos.
-         ¿Y el abuelo? ¿el abuelo también hizo las paces con mis padres?
-         No (dijo muy seco). Hasta el día que recibimos la llamada de tu tía, el nombre de tu padre era tabú en esta casa. Cuando tu primo Dani iba a verlo a la ciudad siempre decíamos que iba de acampada con un amigo. El pobre tenía que acarrear una mochila como si fuera realmente de acampada jajaja
-         ¿Entonces el abuelo también odiaba a papá?
-         No, el abuelo estaba dolido, se sentía traicionado por Walter, pero nunca lo odió, no lo entendía que era distinto y pensaba que se había equivocado. Pero siempre lo ha querido mucho, Walter era su hijo, Hans.
-         ¿Y aún se siente culpable y por eso me ha acogido en su casa?
-         No, Hans. No te ha acogido, está es tu casa, y si mi padre se siente muy culpable, pero eso no tiene anda que ver contigo, a ti realmente te quiere por quien eres. No hay nada más que oírlo hablar de ti para darse cuenta de ello.
-         ¿Habla de mí?
-         Jajaja des de que te conoció que apenas habla de otra cosa. Le tienes comido el cerebro, Hans. Y si tus primos Richard, Klaus y Theo te tratan tan fríamente debe ser porque se sienten algo celosos. Piensa que antes ellos eran los reyes de la casa.
-         Howie no me tiene celos.
-         Jajaja Howie es exactamente como su padre ¿Y Dani y Rosa te tratan mal?
-         No te ofendas tío, pero Dani es idiota.
-         No me ofendo pero ¿Me puedes decir porque?
-         Porque delató a Howie en la escuela.
-         Aaaaaaaaaaaaah ya veo (dijo con ese mismo tono que utilizan todos los adultos cuando quieren quitarle importancia a nuestros problemas).
-         ¿Y Rosa?
-         Rosa es maja, pero no hablaba mucho ¿Verdad?
-         Eso es porque no has pasado mucho rato aún con ella, jajaja Pero si es bastante más reservada que los demás. Aunque no te fíes tiene un carácter terrible, mejor no le intentes tomar el pelo que no se diga que tu tío no te da buenos consejos ¿y Charlotte?
-         ¿Quién? (en serio que no había oído a nadie llamarla así)
-         Tu prima Charlie
-         Es muy guapa y está muy loca.
-         Sí, me parece que todos opináis lo mismo de ella.
-         ¿Y no lo está?
-         Jajaja no mucho más que sus padres.
-         Y ahora que ya te he contestado ¿Puedo volver a poner en marcha el coche sin miedo a que nos mates de un volantazo?
-         Sí, puedes (dije muerto de vergüenza).
-         Gracias (y puso de nuevo en marcha el coche).
-         Y yo que pensaba que eras un hueso duro de roer (dije alegremente)
-         Y lo soy y pobre de ti que te pases un pelo conmigo, jovencito (yo me puse blanco como la nieve). Pero Hans, también soy tu tío y no quiero perder a nadie más de mi familia.
Cuando llegamos al pueblo efectivamente, todos había hecho ya sus compras y el abuelo y las chicas estaban a punto de salir de la función. Así que Howie y yo aprovechamos y fuimos a jugar un poco a la pelota en un parque con unos chicos que había por allí, mientras nuestros tíos y los demás hablaban de lo que habían hecho por la tarde. Cuando al fin llegaron el abuelo, Rosa y Charlie, era casi la hora de cenar. El abuelo se alegró mucho de verme allí y nos compró a Howie a Theo y a mí unas camisetas de nuestro esquipo de futbol favorito. No despedimos de tío Tristán y su familia y nos fuimos para casa. La cena fue tranquila, todos parecíamos muy cansados, así que nada más acabar de cenar hubo una especia de debandada general.
A eso de media noche, me desperté había tenido una pesadillo, no recuerdo ahora sobre que, alguna tontería. Pero me levanté a mear y después bajé a tomarme un vaso de elche fría, nunca he soportado al leche caliente. Estaba bajando las escaleritas que dan a la cocina cuando escuché a mis abuelos discutir. Jamás había oído al abuelo discutir con la abuela, aquello hizo que me quisiera quedar. Solo esperaba que el abuelo le dijera cuatro de frescas a la abuela. Pero la discusión no parecía ser del todo amigable. Aunque los os hablaban de una forma muy tranquila y sin gritar, estaba muy claro que allá se había desatado una pequeña guerra fría. Sin hacer ruido me acerqué un poco más al salón para poder oír mejor, me quedé sentado en el suelo justo detrás del mueble bar.
Los abuelos efectivamente estaban discutiendo y era sobre mí. La abuela decía que no me quería en la fiesta de final de año, porque como todos los años iba a estar  Elsa (la primera esposa de mi padre) y no quería hacerle pasar el mal trago de tener que verme. Si, por lo visto, así de feo soy. Mi abuelo decía que aquellas eran mis primeras Navidades en casa y ni modo de que me enviara encerrado a la habitación a pasar el in de año. Que Elsa era mayorcita y que entendería que “el niño” (me dolió que el abuelo se refiriera a mí como lo hacía todos, aunque sé que lo hizo porque hablaba con la abuela, aun así dolía) formaba parte de la familia y que tenía tanto derecho como los demás de festejar el año nuevo abajo con todos. Entonces la abuela dijo, que si lo quería así, entonces ella llamaría a todos sus familiares y amistades y diría que la fiesta se había anulado. Por lo visto la fiesta de fin de año en casa de los Hofner era el acontecimiento de las Navidades. Yo sinceramente la viví el año pasado y me pareció soporífera. El abuelo, le dijo que hiciera lo que creyese mejor, pero que no me iba a mandar a pasar la fiesta en mi habitación, como si se avergonzara de mí. Y la abuela se enfadó tanto que le lanzó un plato a la cabeza, por suerte el abuelo lo esquivó, después la oí subir por la escalera principal y dar un portazo. El abuelo se quedó en el sofá sentado un buen rato, mucho rato. A mí se me había dormido un pie por estar tanto rato sentado en esa posición. Cuando al fin oí como subía hacía el piso de arriba, corrí como alma que lleva al demonio hacía la cocina y subí las escalerillas que llevaban al piso de arriba y como si fuera una gacela, logré regresar a mi habitación antes que el abuelo acabara de subir la escalera. Se me iban a salir los pulmones por la boca. Así que cuando el abuelo abrió la puerta imposible lo de fingir estar dormido.
-         ¿Estás bien, Hans? ¿Llamo a tu tía? (me preguntó muy preocupado tocándome la frente)
-         Estoy bien, abuelo. Solo fue una pesadilla.
-         Toma un poco de leche caliente, llamaré a Reena para que te traiga…
-         No abuelo, la leche caliente de noche (y siempre) me sienta mal, mejor, vuelvo a intentar dormir, solo fue una pesadilla.
-         Ok, ¿Quieres que te deje la luz de la mesita encendida? (yo asentí, mi abuelo me dio un beso de buenas noches y salió de la habitación).
Entonces decidí vengarme un poquito de mi abuela. Ella iba a anular la fiesta sí, pero yo tampoco iba a bajar a la maldita cena de noche vieja. Así que iba a cancelar la fiesta para nada. Esperé un buen rato hasta asegurarme que todo el mundo estaba dormido y entonces bajé de nuevo a la planta baja. Sabía que Gus (el chofer de la abuela) tenía problemas intestinales y siempre se quejaba de ir estreñido, así que sabía que en el botiquín del baño del garaje guardaba unas pastillas que le ayudaban a…bueno que le ayudaban con su estreñimiento crónico.  Lo tenía bien planeado, no iba a ser agradable, pero efectivo 100x100, mi amigo Víctor ya lo había hecho una vez, para ahorrarse tener que ir a la primera comunión de su hermana y había funcionado. Después de merendar me tomé 4 pastillas. Ahora sé que con 2 habrían bastado ya que pesaba 33 kilos y con eso habría sido más que suficiente. Pero no he estudiado medicina, discúlpenme, además fue mi ojete el que acabó más irritado que un coronel el día de desfile. Es cierto que la fastidié bien fastidiada y que verle la cara valió la pena, pero no lo he vuelto a repetir ni lo repetiré en mi vida. ¡Madre mía, que malito me puse!
Sobre las nueve y media ya tenía a mi tía alerta y estaban ya preparándome una infusión de arroz. Y yo ya había descargado todo mi ser en el retrete. Pero aquello no se detenía y además me dieron unos calambrazos en la barriga que me hicieron también vomitar. Temblaba, lloraba, pataleaba y hacía de todo. Finalmente a las diez y media ya desesperada mi tía me inyectó algo, ni idea de lo que fue pero me dejó cao. Sea lo que sea fue milagroso. Cortó la diarrea, las náuseas y los calambres en el acto. Eso sí a mi ms dejó hecho una piltrafilla, estaba más agotado que si hubiera corrido una maratón. Así que el traspaso del año lo pasé profundamente dormido. Sé que mis primos y mis tíos lo pasaron a bajo en “familia” solo ellos. Sin amigos, conocido, ni primos lejanos y Richard me reconoció que aquella había sido una gran Noche Vieja. Porque no habían tenido que estar tan pendientes de no meter la pata o de comportarse como los perfectos anfitriones.
Pero lo mejor fue la cara de la abuela, la mañana siguiente en el desayuno. Estaba tan furiosa que no la vimos el resto del día, solo bajó en el desayuno, las demás comidas las mandó que se las subieran a su habitación. Además el abuelo, se pasó todo el día jugando conmigo y contándome batallitas de cuando él y sus hermanos eran pequeños.
Después de eso las vacaciones de Navidad, pasaron rápidamente y tocó regresar  a la escuela. Cuando salí del cole no pensaba que se me haría tan cuesta arriba regresar después. Pero me gusta estar con el abuelo todos los días, ojala, pudiera ir a la escuela pero regresar a las tardes a casa. Pero estamos muy lejos y esto es un maldito internado. Así que me resigné a la vuelta a clase. Olvidando por completo todo lo que había pasado mi última noche en la escuela. Pero nada más poner los pies en la escuela lo recordé, vaya si lo recordé.


6 comentarios:

  1. ¡¡Soberbio capitulo,realmente bueno,gracias!!!!

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  2. esta historia me encanta tanto, hay tantas emociones y sentimientos,aparte como me hace enojar esa abuela.... gracias!!!

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  3. Como siempre Little tus historias son excelentes y a este muchacho ya lo extrañaba.

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  4. Tengo 4 cosas que decirle a la abuela ¬¬

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  5. con este cap pase de la sonrisa al puchero :( pobre chiquito, y esa vieja loca que tiene de abuela... grrr. quiero que sea feliiiizzz!! no me lo hagas sufrir si?

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  6. Oye Little o me das la direccion de la abuela esa o rompemos amistad ahora mismo, que tengo cuatro frescas para esa dizque dulce viejecita, jjjjj
    Y a toda la familia un puntapie tambien, qeu vale tengas sus rollos pero el crio nada tiene que hacer en ese mal drama jjjj
    Pero sin ese pciante no hay hostoria verdad? adoro a HAns y a Daland

    un beso linda

    Marambra

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