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miércoles, 23 de octubre de 2013

CAPÍTULO 8: Un atisbo del pasado, y otro del futuro



CAPÍTULO 8: Un atisbo del pasado, y otro del futuro

Viernes. La cuenta atrás avanzaba, lentamente. Demasiado lentamente. Ya llevaba cuatro días en ese hospital. No quería ni pensar en que a lo mejor me quedaban otros cuatro… Aunque yo me encontraba mucho mejor. Esa mañana estuve paseando, eufórico por haber dejado atrás los días de reposo absoluto. Tal vez pudiera irme antes, como había dicho el doctor. En cualquier caso, hasta el domingo nada….Y el domingo parecía tan lejos…
Yo no podía saber que aquél día era el principio de algo nuevo. Que mi vida, irremediablemente, iba a cambiar a partir de entonces.
Parecía un día más, y lo fue. Después del paseo volví a mi habitación, y estuve haciendo deberes. Luego vino Aidan, contento porque su último libro saldría definitivamente en quince días: llevaba dos meses de absurdos trámites, esperando que su libro número nueve viera la luz. Esas épocas de espera eran las mejores del año para mi familia: papá tenía poco trabajo, y podía estar con nosotros. Luego empezarían las promociones, las firmas, un libro nuevo…y sutilmente Aidan nos sugeriría que nos apuntáramos a varias actividades extraescolares, para tenernos controlados mientras él trabajaba. Nos quedaban sólo quince días de tenerle en casa. Aun así, me alegré por él, porque sabía que había trabajado mucho en ese libro.
Estuvo conmigo gran parte de la mañana y fue al irse cuando todo cambio para siempre. El doctor entró en mi habitación bastante preocupado, y le acompañaba un agente de policía. Lo primero que pensé es que se habían equivocado de cuarto. Luego, me inquieté un poco, porque traían cara de malas noticias.
- Ted, ¿a dónde ha ido tu hermano? – preguntó el doctor.
- Papá ha tenido que irse a la editorial, y luego irá a casa con los enanos. Creo que volverá ésta tarde. Como en una hora, o cosa así.
- ¿No me ha dicho que no tenía padre, y que su tutor legal era su hermano? – preguntó el oficial.
- Y así es, agente, pero el chico se refiere a él como "papá". – explicó el doctor, que después de cuatro días había ido pillando las particularidades de mi familia. Como toda respuesta el policía gruñó. El uniforme le sentaba bien. Era de mediana edad, y tenía un aspecto serio, pero no seco.
- ¿Sucede algo? – pregunté, preocupado. ¿Para qué quería ese hombre hablar con mi padre?
- ¿Eres Theodore Whitemore? – preguntó el policía, aunque ya debía saberlo. Creo que lo hacía por cuestión de formalidad legal, o algo de eso.
- Sí, señor.
- Muy bien, Theodore, eres menor de edad y tu tutor no está presente. Quiero que sepas que esto no es un interrogatorio ¿entendido? Lo que digas no tendrá ninguna validez legal, y aunque puedes ejercer tu derecho de no responder, no te tomaré declaración hasta que tu hermano mayor esté presente.
Caray. La cosa parecía seria. Tragué saliva y me erguí un poco sobre la cama.
- ¿Qué quiere saber?
- Pocos días antes que tú, tu hermano ingresó en éste hospital bajo custodia policial, pero se dio a la fuga.
- ¿Qué? – pregunté, incrédulo, pero luego suspiré y me relajé: era evidente que se habían equivocado – Se confunde usted. Mi hermano no ha ingresado recientemente en ningún hospital, y que yo sepa tampoco ha estado bajo custodia policial. Aidan está perfectamente sano.
- No me refiero al señor Whitemore – aclaró el oficial – Si no al señor Donahow.
- ¿Y quién es el señor Donahow? – respondí, sin entender nada. El policía pareció casi más sorprendido que yo.
- Su hermano Michael.
– Señor, tengo bastantes hermanos, pero ninguno de ellos se llama Michael.
- ¿Está seguro de eso?
- ¿Qué si estoy seguro del nombre de mis hermanos? Pues sí, mire usted, que alguno de ellos los he elegido yo. Papá me dejó ponerle el nombre a Kurt. Luego están Alice, Hannah, Dylan, Cole, Bárbara, Madeline, Harry, Zachary, Alejandro, y yo mismo. Y Aidan, claro. ¿Lo ve? Ningún Michael.
El hombre abrió mucho los ojos, y luego miró al doctor, que se limitó a encogerse de hombros.
- Michael no mencionó tantos hermanos. Sólo le mencionó a usted, y dijo que estaba al cuidado del señor Whitemore.
- No sé quién es ese tal Michael, pero yo no le conozco.
- Creo que tengo que sentarme – dijo el policía.
- Es usted libre – ofrecí señalando un huequecito en mi cama, pero él, todo formal, se sentó en la silla.
- Así que Michael no estaba mintiendo…- susurró.
El desconcierto del hombre era casi divertido, aunque yo estaba igual que él. ¡Ya me querían adjudicar otro hermano! ¡Como si tuviera pocos!
- Es obvio que ha habido un error. De ser mi hermano, ¿no cree usted que tendríamos el mismo apellido?
- Medio hermano. Por parte de madre.
En ese punto me tensé, y me recordé a mí mismo que no debía hablarle mal a la policía…
- Eso es imposible, señor. Mi madre murió al darme a luz.
Apreté los puños con fuerza contra la sábana, pero mi rostro permaneció impasible.
- Lo sé, Teodhore. Michael es un año y un mes mayor que tú. Adele Jones era su madre.
- ¡Eso no es cierto! – grité. Ya no quería seguir la conversación. Había dejado de ser interesante.
- Escucha, muchacho, hay muy pocas cosas claras aquí. Lo que está comprobado es que Michael Donahow es hijo de John Donahow y Adele Jones. Tiene dieciocho años y se ha pasado media vida entrando y saliendo de los correccionales. Hace tres meses ingresó en una prisión para adultos por un delito de agresión, y hace una semana ingresó en éste hospital a causa de un mal seguimiento de la diabetes que padece. Mientras duraba su tratamiento se dio a la fuga, y no hemos sabido nada de él desde entonces. Sin embargo, saldrá a la luz tarde o temprano por un hecho muy simple: necesita insulina, porque sólo se llevó reservas para unos pocos días. Así que estamos informando a todos los hospitales, por si se presentara en alguno. También estamos contactado con todos sus familiares y conocidos, y da la casualidad de que tú, chico, eres su única familia. Cuando buscamos tus datos, nos enteramos de que estabas en el mismo hospital donde estuvo él y nos pareció una casualidad lo suficientemente importante como para estudiarla. Pero todo indica que tú no sabías nada. Michael mencionó varias veces que tenía un hermano pequeño, pero que no mantenía ningún contacto con él. Que no os conocíais, y que vivías con tu hermanastro Aidan. Parece que decía la verdad.
No le escuché. No quería escucharle. ¿Por qué venía a decirme todas aquellas mentiras dolorosas? Me dolió el pecho, como si estuviera sufriendo un infarto. Me faltaba el aire.
- Quiero que se vaya – mascullé.
- Ted, el policía sólo…- intervino el médico, pero no le dejé terminar.
- ¡Fuera! ¡Y usted también!
Sorprendentemente, decidieron respetar mis deseos, pero antes de irse el policía me confesó algo:
- No creo que Michael sea un mal tipo. Sólo le han tocado malas cartas. Le quedaban apenas dos meses de prisión, y por esta tontería no sólo lo está complicando todo, sino que además puede… puede ponerse en peligro. Necesita la insulina, y sólo espero que haya sido lo bastante listo como para conseguirla en algún sitio, o si no podría llevar días muerto. Y eso sería una lástima, porque, como te digo, no es un mal tipo. La mitad de los trabajadores del centro penitenciario están preocupados por él y casi todos le compadecen. Así que, si le ves, te agradecería que me llamaras. – concluyó, y dejó una tarjeta en la mesita. – Volveré en los próximos días, cuando tu tutor esté presente.
Yo giré la cabeza y me limité a escuchar cómo cerraba la puerta. Cuando estuve sólo, no pude contenerme más.
- Aidan´s POV –
Tenía siete años, y había tirado por el lavabo una de las botellas de papá. De esas botellas malas, que olían raro, y tenían un nombre más raro todavía. Yo sabía lo que era: era alcohol, y era malo para la salud, así que aproveché que papá salió para deshacerme de él. Estaba vaciando una segunda botella cuando le oí llegar, y me asusté tanto que se me cayó de las manos, rompiéndose contra el suelo y llenándolo todo de cristales y un líquido parduzco que olía fuerte y agrio. Me puse a recogerlo como un loco, pero aún no había conseguido gran cosa cuando papá entró en el baño. Él también olía raro, así que había estado bebiendo fuera.
- ¡AIDAN! ¿QUÉ HAS HECHO, DEMONIOS? ¿TIENES IDEA DE LO QUE CUESTA CONSEGUIR UN WHISKY COMO ESE? ¡ES DE IMPORTACIÓN!
Me puse a temblar, porque papá parecía bastante sobrio aquella vez: lo suficiente como para no quedarse dormido, y olvidar aquello. Estaba muy despejado y muy enojado conmigo. Se acercó a mí, y alzó la mano, y yo cerré los ojos, seguro de que me iba a pegar, pero no llegó a hacerlo. Papá nunca me pegaba. Para eso tendría que estar en casa, y casi nunca estaba. Me agarró de la solapa y pude oler su aliento, apestando a alcohol. Me miró bien.
- ¿Te has cortado? – gruñó, y yo negué con la cabeza. Entonces me arrastró fuera del baño. Quería gritarle que lo sentía, que me perdonara, pero estaba tan asustado que no podía hablar.
Iba a hacerlo. Sabía que iba a hacerlo.
Cuando llegamos al armario encontré mi voz por fin.
- ¡No, papá! ¡No, por favor! ¡No! ¡Por favor, por favor, por favor!
- ¡Silencio! Entra ahí – ordenó, pero no esperó a que lo hiciera y me metió él mismo. Luego cerró la puerta, y el reducido espacio se sumió en una profunda oscuridad. Aporreé la madera, desesperado por salir, pero no sirvió de nada. Escuché cómo echaba la llave desde el otro lado. – Cuatro días. – dijo, y fue su despedida.
Ese armario siempre había estado vacío de ropa: casi siempre estaba lleno de mí. Me apoyé en la madera y me deslicé hasta sentarme en el suelo. Me abracé las piernas y empecé a llorar.
El tiempo era algo difuso para mí, porque no tenía reloj, apenas sabía leer la hora, y aunque hubiera tenido un reloj estaba tan oscuro que no hubiera podido ver nada. Tuvo que pasar un buen rato, porque dejé de llorar. Levanté la cabeza, y mis ojos se habían acostumbrado un poco a la falta de luz. Lo suficiente para ver que allí no había nada, que aquello era muy pequeño y yo estaba asustado.
- ¡Papá, déjame salir! ¡Tengo miedo! ¡Papáaaa! ¡Papáaaaa! - empecé a llorar otra vez, cuando vi que no respondía a mi llamada. - ¡Papáaaaaaa!
Golpeé la madera hasta que me hice daño. Grité hasta que me quedé afónico. Y, cuando me estaba quedando dormido, la puerta del armario se abrió: papá me traía un vaso de agua. Cuando estabas en el armario no podías comer. Los niños que eran malos y estaban en el armario no podían comer. Yo tenía mucha hambre, pero eso me dejó de importar. Cogí el vaso y bebí con ganas.
- Papá, por favor, me portaré bien, seré bueno, de verdad, de verdad…
Él no dijo nada. Se limitó a coger el vaso y volvió a cerrar la puerta. Me dormí llorando en silencio, porque ya no tenía fuerzas ni ganas de sollozar.
De forma similar trascurrieron los siguientes cuatro días, y por fin la puerta del armario de abrió para mí. Estaba entumecido, y me costó un poco que los músculos me respondieran. La luz también me molestaba.
- ¡Papi! – grité, e intenté abrazarle, pero no me dejó. – Papá, lo siento mucho. Yo sólo quería que no te pusieras malito por beber alcohol. Pero no lo haré nunca más, de verdad, de verdad. ¡Perdón!
Intenté abrazarle de nuevo, pero me apartó de un empujón. Los ojos se me inundaron de lágrimas, a pesar de que creía que ya había llorado demasiado.
- Lo siento… - volví a repetir. Lo sentía de verdad…pero él no me perdonó.
Desperté entre sudores, perfectamente consciente de cada detalle de aquél sueño, porque lo tenía grabado en mis recuerdos. Me costó un rato calmar mi respiración. Debía de haberme quedado dormido sobre los papeles…efectivamente, tenía pegada en la frente una de las cartas que estaba leyendo cuando me dormí. Todas eran peticiones de entrevistas, invitaciones a programas y lugares de promoción con motivo de mi nueva novela. Me esperaban unos días algo agitados.
Me despejé un poco, me eché agua por encima, dejé la mente en blanco, y salí de mi habitación. Mis hijos estaban medianamente tranquilos, cada uno en su habitación haciendo deberes o pretendiendo que los hacían. Entré en el cuarto de Alejandro. Al oírme entrar, apagó el monitor de su ordenador, pero no fue lo bastante rápido.
- Ya veo cómo estudias – reproché.
- Sólo estaba descansando…
- Ya. Dos horas de descanso y diez minutos de estudiar. Que nos conocemos, Alejandro.
- Ahora me pongo…
- Eso espero. Voy al hospital, a ver a tu hermano. Cuando vuelva te preguntaré y más vale que te lo sepas, o lo primero que te quitaré será el ordenador.
Alejandro suspiró, pero no dijo nada.
- Hay chocolate en la nevera. Estoy seguro de que tus hermanos te adorarán si se lo pones de merienda. Échales un ojo ¿vale? A Kurt, dos. No tardaré.
- De acuerdo.
No quería despedirme de él de esa forma, así que le sonreí.
- Queda un trozo de pastel… sólo uno… así que ya sabes, tal vez deberías comértelo tú para que no haya peleas.
Alejandro me devolvió la sonrisa y con eso me aseguré de que le dejaba de buen humor. Media hora después salí de casa y me dirigí al hospital. Volvía antes de lo que había planeado, y creo que fue lo mejor…. Cuando llegué, vi algo inusual: Ted estaba llorando. Él… en fin, no lloraba casi nunca. La última vez que le había visto llorar había sido hacía seis meses, en un castigo particularmente fuerte que esperaba no tener que repetir. E incluso eso era una excepción, ya que no solía llorar tampoco cuando le castigaba.
¿Le dolería algo?
- ¡Ted! – exclamé, y en dos segundo estaba junto a él. – Ey, ¿qué pasa?
Otra cosa insólita, aunque no tanto como el llanto: Ted se tiró a mi cuello, y me abrazó. Tuve cuidado de no apretarle mucho, por miedo a dañar su costado cicatrizante.
- ¿Qué ocurre, hijo? ¿Qué ha pasado?
Me mataba verle así. Los sollozos le salían del pecho y le hacían estremecer. Se separó de mí únicamente para sonarse la nariz, pero seguía llorando. Intenté todo para que dejara de llorar, pero nada parecía resultar. Me estaba desesperando.
- Si no dejas de llorar me vas a hacer llorar a mí también – le dije, acariciándole la cara, húmeda y caliente.
Al final, vino una enfermera y le dio un sedante, aunque a esas alturas el que lo necesitaba era yo. ¿Quién era el hijo de perra que le había hecho sufrir así? Una voz en mi cabeza me decía que a lo mejor había sido yo, por dejarlo sólo, pero aquello me parecía algo más serio…
Cuando el sedante hizo efecto Ted se durmió. Me quedé junto a él, aferrando su mano entre las mías y llevándomela a los labios. Verle así para mí fue peor que verle enfermar, porque no sabía dónde estaba el problema y nadie lo podría diagnosticar. ¿Qué era lo que estaba mal?
La televisión – que Ted había tenido puesta, a volumen bajo – retransmitía un programa de música en el que cantaba Lana del Rey. Al ritmo de su "Born to Die", me llevé una mano al pelo y entrelacé los dedos en mis rizos. Influenciado por la pesadilla que había tenido, pensé que yo había aprendido a ser padre a base de hacer justo lo contrario a lo que habían hecho conmigo. Pero había una cosa que Andrew hacía bastante bien y eso tenía que reconocérselo: él siempre sabía lo que me pasaba. Que luego no hacía una mierda, pero siempre adivinaba lo que me preocupaba con sólo mirarme. Yo era incapaz de saber qué había hecho que mi hijo sufriera un ataque de llanto, a falta de una palabra mejor para describirlo.
Noté que se despertaba cuando me apretó la mano. Le acaricié la cara, pasando los dedos por su corto pelo. Y él empezó a llorar otra vez, aunque ya no de esa forma casi desquiciada que tanto me había asustado.
- Háblame, Ted. ¿Cuál es el problema?
- Tiene que ser mentira – gimió. – Tiene que serlo.
- ¿El qué, mi amor? ¿Qué tiene que ser mentira?
No solía llamar "mi amor" a Ted. Rompía un poco de la ambigüedad que me traía con él, de hablarle como si fuéramos hermanos y sólo hermanos. No era exactamente eso, pero sí es cierto que con él usaba menos motes cariñosos, porque no parecían gustarle demasiado. Él no era mi "campeón", porque tampoco parecía natural llamárselo con diecisiete años…
- Ha venido un policía – empezó, y prosiguió relatando una historia inverosímil que parecía más propia de una de mis novelas que de la vida real. – Dice que están buscando a mi hermanastro. A mi hermano mayor Michael Donahow, hijo de mi madre. La misma madre a la que yo maté. Ahora sé que no sólo acabé con su vida, sino que además arruiné la de un hermano que no sabía que tenía.
- ¡Eh! – exclamé, algo enfadado. – Ni te ocurra repetir algo como eso nunca ¿me oyes? Su muerte no fue culpa tuya. Ni el destino de…de…¿has dicho un hermano? Pero ¿cómo…? ¿Cuándo…?
- Por lo visto él sabe que existo, y que vivo contigo. Estaba en la cárcel y le ingresaron aquí, pero se escapó. Ahora le están buscando porque es un fugitivo y necesita insulina, y han acudido a mí por si sabía algo, al ser el único familiar. Les habrán avisado del hospital, o habrán rastreado mis datos, o qué se yo.
Parpadeé, medio en shock.
- Parece cosa de película.
- Tiene que serlo. Todo esto no puede ser más que el absurdo guión de una película. No puede ser verdad.
- Tranquilo, Ted. Lo averiguaremos ¿vale? Y, si resulta cierto, no es tan malo. Es horrible que no le hayas conocido antes, pero si es tu hermano podrá…
- ¿Qué? ¿Podrá venirse a vivir con nosotros como en una comuna hippie, todos en hermandad?
- Precisamente. Hace tiempo me hice la promesa de que TODOS mis hermanos estarían juntos.
- Él no es nada tuyo. – respondió, casi con ira. Con rabia. Con dolor.
Yo no sabía si abrazarle o pegarle.
- Para ser tan listo, a veces eres un poco idiota. Tu familia es mi familia.
- No todo es tan fácil como tú lo pintas – me respondió. No, no lo era. Ted ya no era un niño, y no se iba a dejar convencer tan fácil.
- Lo iremos viendo ¿de acuerdo? Ha sido algo muy… impactante… y lo tenemos que asimilar.
Ted se quedó en silencio unos segundos.
- Es un maldito delincuente, joder. Y, si sabía que yo existía, ¿por qué no me buscó?
- No lo sé, Ted. Tal vez algún día puedas preguntárselo.
Resopló como toda respuesta. Se le veía más tranquilo.
- ¿Estás mejor? – le pregunté, observándole con ojo crítico.
- Sí. Perdón por… la escenita.
- Nunca te disculpes por llorar, hijo. Ha sido una noticia muy gorda que ha removido cosas del pasado. Necesitabas desahogarte. Ahora no pensemos más en ello ¿de acuerdo?
Ted agarró el borde de sus sábanas y lo observó como si el hilo fuera de oro y estuviera intentando descubrir cómo sacarlo.
- Yo tengo que pensar en ello. Dicen que es mi hermano. Tengo que saber si es cierto y… tengo que encontrarle.
- Y lo haremos, Ted. Te juro por Dios que lo haremos. Juntos.
Me miró algo impactado. Yo no solía decir cosas como "lo juro por Dios", por aquello de no tomar Su palabra en vano pero consideré que la ocasión lo merecía, porque era una promesa solemne que tenía toda la intención de cumplir. Pareció más relajado, como si confiara totalmente en mi promesa. Adquirió una expresión pensativa.
- Ya es casualidad que los dos acabáramos en el mismo hospital. Y pensar que podríamos haber coincidido… que fue cuestión de días…Joder, el destino tiene un sentido del humor muy puñetero.
- Ted, esa boca. Me ha costado mucho que habléis bien y no vas a empezar a decir tacos ahora.
- Ni en un momento así dejas de sermonearme ¿verdad?
- Eso no era un sermón, era un comentario, nada más. Pero no, ni en un momento así puedes decir palabrotas.
Rodó los ojos, pero me sonrió. Eché un rápido vistazo a la habitación. Vi un cuaderno sin cerrar en la mesilla.
- ¿Has estado haciendo deberes? – le pregunté.
- Para que veas. Aquí me tienes, convaleciente y estudiando. Luego te quejarás…
- Si yo nunca me quejo. Ese es tu papel, no voy a quitártelo – le chiché y los dos nos reímos. - ¿Vas a perderte algún examen?
- Sí…de Lengua.
- Pediré el justificante médico.
Estuvimos hablando de su colegio un poco más, y le noté algo estresado. Hay gente que vale para los estudios, y gente que no. Ted era de los que no, pero sus notas eran buenas porque estudiaba mucho. Pero se ponía nervioso en los exámenes, y era incapaz de memorizar datos concretos como fechas y cosas así. Era un poco el caso opuesto de Alejandro, que no hacía nada pero en dos minutos se podía memorizar una página entera.
No quería presionarle más hablando de eso, pero tampoco quería que siguiera dándole vueltas a la visita del policía. Había conseguido distraerle, así que seguí por ahí, mientras pensaba en lo que me había dicho…
Ted tenía otro hermano mayor. Era difícil de asimilar. Cuando su madre murió Andrew abandonó a Ted en un orfanato. Pocas veces he estado tan furioso como entonces, y supe que yo no podía dejar que creciera sin una familia. Peleé por él, pero no estaba seguro de ser el adecuado para cuidar de un bebé… yo era poco más que un crío. Busqué a su familia por parte de madre, por si había alguien que pudiera hacerse cargo de él, y nadie me dijo nada de que Adele hubiera tenido otro hijo. Es más, no encontré a nadie que estuviera emparentado con ella, pero eso tal vez fuera porque Andrew no me dio muchos datos.
Me pregunté cómo habría sido la vida de ese supuesto hermano. ¿Con quién habría crecido? ¿Cómo había acabado en prisión? Cuando salí del hospital seguía buscando posibles respuestas a éstas preguntas. Ted me pidió que no dijera nada a los demás, y yo estaba dispuesto a respetar su deseo, al menos hasta que supiéramos algo más.
Intenté despejar mi cabeza. Tenía muchas cosas que hacer, y necesitaba estar concentrado. Miré el reloj: ocho de la tarde. Mis hermanos salieron a recibirme.
- ¡Ey! ¿Qué tal?
- ¡Tengo hambre! – protestó Hannah.
- ¿No habéis merendado?
- ¡Siiii! ¡Pero eso fue hace mucho!
Me reí, y les dije que no faltaba mucho para la cena. En realidad faltaba algo más de una hora, pero si le decía eso iba a verlo como algo horrible: una hora para ella era muchísimo tiempo…
No estaban todos mis hermanos: Alejandro, Harry y Zach no habían bajado, y Kurt estaba en el otro extremo de la habitación.
- Kurt, ven a darme un beso ¿no?
- ¡No! - me gritó, con el máximo enfado que era capaz de expresar.
- ¿Por qué?
- ¡Ya no te quiero!
Caray. Daba gusto volver a casa, hombre. ¿Por qué estaba tan enfadado mi pequeño? Dejé las llaves en el cestito de la entrada y fui hacia él. Me agaché a su lado y vi cómo me miraba, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
- A ver, ¿por qué le dices eso tan feo a papá? ¿Qué hice?
- ¡No me llevaste al parque!
- Creo recordar que cierto niñito rubio estaba castigado por portarse mal en el colegio. Te dije que hoy no habría parque, campeón.
Kurt me sacó la lengua y luego me dio la espalda. Le hice cosquillas en el costado, y se empezó a reír.
- ¡Que no! Jajaja ¡Que estoy enfadado!
- Si te ríes no puedes estar enfadado – contraataqué, y le di la vuelta para darle un abrazo y un beso. – Es una pena que ya no me quieras. Tendremos que buscar otro papá, entonces. Uno que te deje portarte mal ¿no? Yo me voy, y buscamos a otro.
Kurt me miró con los ojos muy abiertos, sin saber si estaba hablando en serio. Yo me puse de pie e hice como que me iba, pero me agarró de la pierna.
- ¡No!
- ¿No qué? ¿No quieres que me vaya?
- ¡No!
- Entonces ¿si me quieres? – pregunté. Kurt se mordió el labio. – Dime que me quieres, o me voy, para que venga otro papá al que sí quieras…
- ¡No! – chilló, como con miedo, y me abrazó. Tal vez me estaba pasando, en mi pequeño chantaje…- ¡Sí te quiero, aunque seas malo!
- Vaya, qué consuelo. – dije, con sarcasmo, ante la gratuita acusación de que era malo - Yo también te quiero, campeón. Te quiero mucho. Y si te portas bien el Viernes que viene iremos al parque, como siempre.
Kurt no parecía del todo conforme, pero ya no estaba tan enfadado. Le limpié las gafas, que las llevaba tan sucias que no sé cómo podía ver con ellas. Kurt tenía los ojos azules de Andrew. Varios de mis hermanos los tenían azules también, pero ninguno de ese tono exacto. Aquellos eran los ojos de Andrew, que hasta habían heredado su miopía, aunque él usaba lentillas. Andrew era físicamente muy parecido a Alejandro, quitando alguna característica racial, como el color de piel. Pero era Kurt quien tenía sus ojos y a decir verdad eso era lo único que tenía de él, y yo no podía alegrarme más porque fueran tan distintos. Le miré fijamente, marrón contra azul, y todo lo que vi en ese niño fue inocencia e ideas traviesas, revoloteando en sus brillantes pupilas.
- ¿Qué trastadas has hecho hoy? – le pregunté, con cariño.
- ¿Yo? ¡Ninguna!
- ¿Ni una pequeñita? Pues eso no puede ser. Habrá sido una tarde muy aburrida…
- ¡Mucho! ¡Alejandro no quería jugar conmigo! – acusó, muy indignado.
- ¿Por qué no?
- Porque estaba estudiando. ¡Pero si él no estudia nunca!
- Déjale que lo haga alguna vez, que no le vendrá mal. – dije, divertido porque Kurt estuviera tan pendiente de los hábitos de sus hermanos mayores. – Yo jugaré contigo en un rato ¿de acuerdo? Voy a ver a tus hermanos y a terminar unas cosas y luego haremos algo divertido.
Mucho más feliz con esa noticia, Kurt se olvidó por completo de lo malo que yo era por castigarle. Subí al piso de arriba y fui a ver a Harry y a Zach, que estaban en su cuarto haciendo deberes.
- Hola – saludé. Zach apenas levantó la cabeza. Parecía agobiado. - ¿Tenéis mucha tarea?
- Ni te puedes imaginar.
Me acerqué a él y le di un beso en la cabeza. Luego fui a la mesa de enfrente, donde estaba Harry, e hice lo mismo. Leí por encima de su hombro.
- ¡Ey! ¡Esta es la letra de Zach! – dije, levantando un cuaderno que Harry había intentado ocultarme. - ¿Le estás copiando los deberes?
- Él me ha dejado…
- Pues muy mal los dos. ¿A que os hago repetirlos?
- ¡No! – exclamó Zach, horrorizado como si hubiera sugerido ahogar algún cachorro. Me compadecí un poco de él y le di su cuaderno.
- Desde mañana uno de los dos estudiará en mi cuarto.- les dije. Los gemelos iban no sólo al mismo curso, sino a la misma clase, así que eran un peligro. Me fijé en su cara de "¿no te fías de mí?" y me ablandé otra vez – Durante una semana. – añadí, sabiendo que estaban acostumbrados a hacer la tarea juntos, desde pequeños. – Y "mesohilo" va con h intercalada. – informé, subrayando con el lápiz la falta de ortografía. Zach se apresuró a corregirlo.
- Ciencias Naturales o cómo torturar mentes en crecimiento – protestó, y yo tuve que reírme, internamente de acuerdo. Le acaricié el pelo. - ¿Para qué quiero saber yo la anatomía de una esponja marina? ¿De qué me va a servir, en serio?
Petardista y reivindicador: ese iba para revolucionario o sindicalista o algo de eso.
- Para empezar, para aprobar el curso. Así que te sugiero que encuentres la forma de que te guste.
- Me motivaría pensar que si saco más de un ocho me comprarás por fin el monopatín… - dejó caer, como quien no quiere la cosa. ¿Con que negociando, eh?
- Ya veremos. También puedo decirte que si sacas menos de un ocho te castigaré. Seguro que eso también te motiva.
Zach abrió la boca, con sorpresa, derrota e indignación, todo ello a la vez. Fue un gesto muy gracioso, que hizo que me volviera a reír.
- Es broma. Mejor me voy, y os dejo terminar. Y Zach, la anatomía de una esponja le servirá a un biólogo marino, sirve para fabricar muchos medicamentos, y mucha gente las usa para bañarse, en vez de las sintéticas. Ahí tienes tres motivos.
- ¿Sabes? Ted tiene razón: siempre tienes que tener la última palabra. ¿Qué tal está, por cierto?
- ¿Ted? Mucho mejor. – respondí, evasivo, sin querer dar detalles para no hablar de lo que había pasado. Salí para dejarles estudiar, y fui a la habitación de Alejandro.
Alejandro estaba encorvado sobre un libro, con aspecto de estar concentrado. Sonreí un poco, orgulloso de él, pensando que íbamos por buen camino, hasta que me fijé que sobre el libro había una revista, que era lo que en verdad estaba leyendo. Me acerqué sin hacer ruido, y se la quité. Me bastó sólo un vistazo…
- ¿Revistas guarras? ¿En serio?
Pero…pero…si era muy joven ¿no? Se me cayó el alma los pies al entender hasta qué punto había crecido "mi niño".
- P-pa-papá…
- Sí, papá, A-A-Alejandro. ¿Te volviste tartamudo? ¿Qué haces con esto?
- Yo… ¿colaría si digo que es puro interés por la fotografía?
Me mordí el labio para no sonreír. Mis hijos sabían que esa clase de comentarios tentaban mi buen humor y se aprovechaban de eso, pero tenía que mantenerme serio.
- No es momento de hacerse el gracioso. Esto va a la basura, y si tienes alguna más la tiras hoy mismo ¿entendido?
Alejandro asintió, avergonzado porque le hubiera pillado leyéndolo pero para nada arrepentido. Suspiré. No tenía remedio…
- Veo que has estudiado mucho – dije con sarcasmo.
- ¡Sí lo he hecho! ¡Toda la tarde!
- ¿Toda la tarde? Menos cuando estabas con el ordenador ¿no? Y con ésta maravilla de la literatura… - reproché, alzando la revista. Mira que me costaba que se pusiera a leer (¡ni siquiera mis libros, el muy…!). Por lo visto sólo leía si el texto iba acompañado de mujeres desnudas o semidesnudas. – Por Cristo, Alejandro que compartes cuarto con tu hermano pequeño.
- ¡No se la he enseñado a Cole!
- ¡Sólo faltaba! En fin, dame el libro. Vamos a ver si encontraste tiempo para aprenderte la lección de hoy.
Alejandro se puso rígido sobre la silla.
- Papá, me diste muy poco tiempo…
- El mismo que ayer, y fue suficiente. Claro que ayer estudiaste de verdad, sin perder tiempo en "otras actividades". El libro – insistí, extendiendo la mano, y él suspiró. Me lo dio sin mucho entusiasmo - ¿Cuál es el eje de abscisas? – pregunté y Alejandro me miró como si le hubiera hablado en chino.
- Eso no nos lo han explicado – me dijo. Yo lo dudaba, pero no iba a ponerme a discutir con él, que es lo que él pretendía.
- Pero lo pone aquí ¿no? Y tú tenías que estudiarlo.
- Pero no lo hemos dado.
- Está bien. Te lo preguntaré de otra manera: en una gráfica, ¿qué eje es la x, el horizontal o el vertical?
Alejandro se quedó en silencio.
- ¿Tampoco has dado eso? Qué curioso, porque éste ejercicio de aquí lo tienes marcado. Y sé que en el examen te entraron las gráficas. ¿Cómo se supone que vas a saber resolver un ejercicio si no sabes cuál es la x? Estoy seguro de que se lo pregunto a Zachary y es capaz de decírmelo.
- ¡Bueno pues entonces pregúntaselo a él o a algún otro de tus hijos listos! – me espetó, gritando un poco.
- Cuidado con el tono. – le advertí - Todos mis hijos son listos, Alejandro. No te pongas a la defensiva y reconoce que hoy no estudiaste nada.
- ¡Sí que estudié!
- Pero no lo suficiente.
- ¡Para ti nunca es suficiente, joder! Has estado fuera toda la tarde y ya das por supuesto que no hice nada. ¡Cuidé de tus hijos, para que te enteres!
- Y te lo agradezco mucho. Te lo agradecería más si me hablaras adecuadamente, y es la segunda advertencia.
- ¡No estabas aquí! – insistió - ¡No sabes lo que hice o dejé de hacer!
- No, pero me lo imagino. Has estado en tu cuarto todo el rato "estudiando" – dije, entrecomillando en el aire la última palabra – Seguro que si te pregunto sobre ésta revista te lo sabes todo.
- ¡No se puede hablar contigo! ¡No me escuchas! – gritó.
- Es imposible no escucharte con ese volumen, y el berrinche se acaba aquí y ahora. Hoy no estudiaste, así que fuera ordenador hasta que termine tu castigo. Es decir, hasta que recuperes la nota. Te lo advertí.
- ¡Pero el siguiente examen es en dos semanas!
- Pues entonces serán dos semanas sin ordenador, y con todas las demás cláusulas de tu castigo.
- ¿Cláusulas? ¿Ahora eres un puto banco?
- Vale, Alejandro. Te he avisado dos veces de tu forma de hablar. Sabes que no puedes decir palabrotas, así que vamos, cinco euros al tarro. Y agradece que lo deje ahí, porque estás rozando la falta de respeto.
- Y tú me estás rozando los cojones – me espetó.
Mis ojos se abrieron casi tanto como los suyos. Los míos, con furiosa sorpresa. Los suyos, con algo de miedo, consciente de lo inaceptable de las palabras que había pronunciado. Di un paso hacia él e instintivamente retrocedió, pero a su espalda estaba la mesa, así que no tenía mucho margen de movimiento. Le agarré del brazo e intenté tirar de él, pero hizo fuerza para impedirlo, así que le giré.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Se movía, y tiraba de mí para intentar soltarse, pero le tenía buen sujeto. Sin soltarle del brazo, le aparté la mano con la que se cubría.
PLAS PLAS PLAS
- ¡Au!
PLAS PLAS
- Lo siento, papá, lo siento. No me pegues más…
- Considéralo tu última advertencia.
- Sí, señor. – respondió, y cuando le solté se sobó.
- Tampoco me respondas así, como si me tuvieras miedo. Te lo ganaste a pulso, y lo sabes.
Él no dijo nada, pero parecía a punto de llorar, así que le abracé. Le acaricié la espalda.
- Sé sincero, anda. No estudiaste nada ¿verdad?
Él negó con la cabeza, con aspecto miserable.
- No tienes que enfadarte porque te regañe. Si haces las cosas bien sabes que no te digo nada. Sí que se puede hablar conmigo, pero esta vez no hay nada que hablar: pasaste de estudiar, a pesar de que quedamos en que lo haría todos los días, para que no vuelva a pasar lo del último examen.
- Lo siento.
- Lo sé. – suspiré, y le di un beso en la frente.
- Me da vergüenza que la vieras – musitó, refiriéndose a la revista.
- ¿Que la viera? ¿Y no te da vergüenza tenerla?
- No es mía… Me la pasó un colega…
- Pues ese "colega" podría recomendarte otro tipo de lecturas más apropiadas.
Alejandro agachó la cabeza, y yo se la subí.
- Ya está. Ahora a hacer las cosas bien y nos olvidamos de esto. Es más, yo ya lo he olvidado. ¿De qué revista hablas? – le dije, y la escondí tras la espalda. Alejandro sonrió un poco.
- Pensé que te ibas a enfadar más. Como eres tan…- empezó, pero no terminó la frase.
- ¿Tan qué, hijo?
- Anticuado.
- Vaya, gracias.
- No te lo tomes a mal pero… eres de ir a misa y…
- Prefiero que tengas una revista de chicas desnudas a que estés con una. Tienes quince años. Tan sólo desearía que hubieras tardado un poco más en tenerlos – respondí, y le acaricié la cara. Él se apartó, avergonzado por ser un gesto más bien para niños pequeños.
- Siempre puedo borrarme diez años del carnet.
- ¿Puedes? – pregunté, como si estuviera tentado, y le sonreí.
No, claro que no quería que tuviera esas revistas. Me parecía algo denigrante para el sexo femenino, pero sabía que él no lo hacía con ninguna intención machista. Aun así, esas revistas distorsionan la realidad. Las mujeres no suelen ser como las que aparecen ahí. Estas imágenes podían hacerle pensar que el sexo no es realmente una expresión de amor...y podían acercarle a la forma de ser y de pensar de Andrew, algo que me asustaba mucho. Esos no eran los valores que yo le había enseñado. Yo le había enseñado a respetarse a sí mismo, y a los demás, y que las mujeres no son objetos….Por eso, estaba tranquilo. Conocía a mi hijo y sabía que aquello era sólo curiosidad. Algo muy lógico a su edad. Pero, por si acaso… Le miré bien. ¿Tenía edad para saberlo?
- Alejandro, vamos a sentarnos un momento ¿vale?
Me miró con desconfianza, pero creo que pensó que no podía hacer otra cosa que asentir, así que se sentó en su cama y yo a su lado.
- ¿Esperabas que te castigara por tener esas revistas? – le pregunté, y él asintió, tímidamente. - ¿Te das cuenta de que eso significa que no estabas seguro de que debieras tenerlas? – continué, pero ésta vez no esperé respuesta. – Papá me contó una vez que cuando tenía dieciséis años le pillaron con una de esas revistas. – le dije, y vi como sus ojos se abrían. Sí, yo acababa de llamar a Andrew "papá". Alejandro abrió la boca para decir algo, y luego la cerró. – Nunca os hablo de él, pero es…nuestro padre…el de todos nosotros…Así que si tienes preguntas sólo hazlas…El caso es que me dijo que su padre le dio una paliza…Mientras le decía cosas que me da vergüenza hasta repetir. Te lo puedes imaginar: cierto fanatismo religioso, y demás. Esta será la primera y única vez que te diga esto, y quiero que se quede entre nosotros: Andrew era un hijo de puta sin moral… pero tenía cosas buenas. Y sí, he dicho lo que he dicho, y luego si quieres vacío mi cartera en el tarro para dar ejemplo.
- ¿A qué te refieres con cosas buenas?
Que me preguntara eso en primer lugar me hizo ver que una parte de él estaba desesperada por saber cosas de Andrew. Cosas positivas, a poder ser, porque ya sabía demasiadas negativas. Lamentablemente, yo no formaba parte del club de fans e Andrew, así que no podía decirle demasiadas cosas buenas.
- Era un padre de mierda, pero se cortaría un brazo antes de golpearme. Que sea una mala persona no quiere decir que no tenga límites. Mi integridad física le preocupaba. Me maltrató de otras maneras, pero nunca me golpeó, porque a él sí le golpeaban.
- ¿Te maltrató? – me preguntó, sorprendido y horrorizado.
- No quiero hablar de eso. Lo que quería decirte es que el padre de Andrew lo intentó todo para que él dejara de tener esas revistas… pero lo intentó mal. Le reprimía tanto que creo que puede ser una explicación de por qué ha terminado siendo… un adicto al sexo. Se castigan las malas intenciones, los actos irresponsables, y las cosas peligrosas. No la curiosidad y la satisfacción de…ciertas necesidades. Así que hijo, si te veo con otra revista, te la quitaré, porque no quiero que las tengas ni las considero buenas para ti, pero no te castigaré. No quiero que lo tomes como una invitación a tenerlas, porque sepas que no habrá consecuencias, sino que entiendas que se trata de un acto de confianza hacia ti…de la certeza de que harás lo correcto. Si quieres saber algo sobre sexo, puedes y debes preguntarme a mí, antes que acudir a una revista.
- ¿Y tú qué vas a saber?
Seis palabras que hundirían en la miseria a cualquier hombre. Me sentaron mal por dos motivos: uno porque yo le estaba hablando con el corazón, abriéndome a él sobre temas muy difíciles para hacer que entendiera y él a cambio me respondía así. Y dos, porque manifestaban que mi hijo me consideraba un inútil en esos temas. Algo así como un virgen de treinta y siete años. Y el jodido tenía más razón que un santo.
- Si miro esas fotos es…para otras cosas… no porque necesite saber nada – siguió diciendo, como ofendido.
- No pretendía atacar tu hombría. Sólo intentaba ser amable. Ya supongo que lo de la cigüeña te quedó muy atrás. Pero si la amabilidad no te va, te lo digo de otra manera: fuera revistas. Eres muy joven aún. Fin. – dije, y me levanté. Los cambios de humor de Alejandro, de enfadado a asustado, de asustado a curioso, y de curioso a ofendido, eran mortales para mi propio estado de ánimo, que no estaba preparado para el veneno de un adolescente que se creía atacado en su sexualidad.
- Papá – me llamó, cuando ya salía. Por un segundo sentí que iba a decirme algo al respecto de lo que habíamos hablado, pero me equivoqué - ¿Quién duerme hoy con Ted?
- Tú, si no te importa. Lo hiciste muy bien ayer, pero creo que tus hermanos son demasiado pequeños para quedarse solos.
- Todos somos pequeños para todo, por lo visto – susurró Alejandro, mientras me iba.
Rodé los ojos. Razonar con un adolescente solía llevarle a la conclusión de que uno era un maniático puntilloso con caprichos incomprensibles. Y daba igual lo mucho que intentaras explicárselo.
Fui a mi cuarto, para organizar los papeles que tenía que firmar y llevar a la editorial.
- Kurt´s POV –
Papá estaba tardando mucho y yo llevaba aburriéndome toda la tarde. Había dicho que vendría a jugar conmigo, pero seguro que se había olvidado. Seguro. Le fui a buscar a su cuarto, pero no estaba. Alice vino conmigo, y Hannah también.
- No está aquí – se quejó Hannah. Ella también se aburría. Por extraño que pudiera parecer, nos habíamos quedado sin ideas. Es decir, había un montón de cosas que podríamos hacer, pero casi todas ellas acababan con papá enfadado, y nosotros en la esquina o…o…sobre sus rodillas. Estábamos intentando portarnos bien, pero ¡era tan aburrido!
Alice caminó hacia la mesa de papá y tocó unos papeles que tenía ahí encima.
- Si recogemos eso papá no tendrá que hacerlo y podrá venir a jugar a las princesas – dijo Hannah.
- No vamos a jugar a las princesas – me negué – Pero es una buena idea.
Hannah y yo empezamos a coger esos papeles y los tiramos a la basura. Alice se quedó uno porque quería pintar en él. La dimos un lápiz y se puso a hacer dibujos, mientras Hannah y yo limpiábamos aquello. Y en dos minutos quedó limpio. Íbamos a ir a buscar a papá para que lo viera, pero no hizo falta porque vino él….Pero no parecía contento con nuestra sorpresa.
- Pero…¿qué…? ¿Qué habéis hecho?
- Lo hemos "limpado", papi – respondió Alice.
- ¡Esos papeles eran muy importantes!
Oh. Oh. Algo me decía que, de alguna forma, habíamos terminado haciendo una de esas cosas que acababan con papá enfadado.
- Aidan´s POV –
En el lugar donde tenía que estar mi firma había un monigote dibujado por mi hija más pequeña. Las cartas que había redactado para una agencia publicitaria estaban en la basura. Las cartas que la editorial me había enviado a mí no habían seguido un destino mejor. Arreglar aquello iba a llevarme mucho tiempo, algo de dinero, y varios quebraderos de cabeza.
Miré a mis tres hijos haciendo un gran esfuerzo por contener mi enfado.
- Os he dicho muchas veces que no podéis jugar aquí.
- No estábamos jugando, papi – dijo Kurt, con aspecto triste.
- Sabéis que no podéis tocar las cosas de papá.
- Pero…
- Sin peros, Hannah. – dije, y me acerqué a ella. – Sabes que no hay que desobedecer a papá.
La cogí del brazo y la giré un poquito. Dejé caer mi mano un par de veces sobre su faldita, si mucha fuerza, pero tampoco con suavidad.
PLAS PLAS
Se quedó clavada en su sitio, sin hacer ni decir nada. La observé mirando su reacción, mientras agarraba a Alice y hacía exactamente lo mismo.
PLAS PLAS
Ella se puso a llorar en el acto, y se alejó de mí. Yo suspiré.
- Kurt, ven aquí – le llamé, y para mi sorpresa lo hizo. Le sujeté del brazo e hice lo mismo que con sus hermanas.
PLAS PLAS
Y entonces, de pronto, los tres se sincronizaron y empezaron a llorar en un coro casi perfecto, como si fueran una sola voz. Hannah lloraba también, como si hubiera tardado unos segundos en decidirse a hacerlo. Me agaché y abrí los brazos para abrazar a los tres a la vez y los tres se apoyaron en mí para llorar con verdadera pena.
- En el cuarto de papá no se juega, peques.
- No estábamos jugando… -lloriqueó Hannah. La di un beso, pensando que a lo mejor había sido un poco duro: que la pérdida de esos papeles me causara un gran perjuicio no cambiaba el hecho de que ellos seguramente no habían pretendido hacerlo con esa intención. Pero lo que sí sabían es que no debían tocar los papeles…
- … creíamos que si lo recogíamos todo te pondrías contento y querrías jugar con nosotros. – me dijo Kurt, con la carita escondida en mi pecho.
Y así es como se estruja el corazón de un padre. No sólo no tenían intención de causarme problemas, sino que habían pretendido hacerme un favor. Les estreché con fuerza contra mí.
- Yo siempre voy a querer jugar con vosotros, pero esos papeles no había que tirarlos. A papá le servían.
- No lo sabía – dijo Hannah.
- Fue sin querer – añadió Kurt.
Alice se limpió los ojitos con la mano.
- Yo te hice un dibujito…
¿Quién necesita pistolas? A mí podían matarme con frases como esa.
- Ya, bebés, sin llorar. Muchas gracias por querer ayudarme. Otra vez preguntad primero ¿vale?
Los tres asintieron a la vez y pusieron un puchero. Le di un beso a cada uno. Miré el montón de papeles rotos y pintados. Que les dieran…ya me ocuparía de noche, cuando todos estuvieran durmiendo. En ese momento lo que debía hacer era estar con mis enanos.
- ¿Quién quiere jugar al escondite? – pregunté.
- ¡Yo! – dijeron tres voces a la vez, y salieron corriendo. Supuse que eso significaba que la ligaba yo.


7 comentarios:

  1. ya estoy deseando saber del hermanito de Ted....

    Y Allejandro, tiene todo el derecho de estar enfadado por su sexualidad, jo, ni que Aidan nunca hubiera visto una foto desnuda, demasiado PUNTILLOSO jajajaja

    Un besote guapa, y NO TE OLVIDES DEL ARTURO, POR FAVOOOR, NI DE MIS GEMELOS DEMONIOS, HJACE MUCHO QUE NO SE NADA DE ELLOS

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    1. El "hermanito" v a dar muchos quebraderos de cabeza y se va a hacer de rogar antes de aparecer.
      Jajaja sí que es puntilloso [y véte tú a saber lo que ha visto Aidan ;) ] pero también hay que entenderle, no quiere que le salga como el padre! xD

      Y no me olvido, pero tampoco me viene la inspiración...xDDDDDDDD

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    2. Yo no creo que Aidan sea puntilloso. Más bien creo que fue demasiado blando.... un niño de 15 años no debe tener esas revistas...

      Ni hablarle así a su padre!!!

      Pero en serio, una mihita de sentido común... ¿un niño viendo fotos guarras? Mi padre a mi hermano lo mataba se le ve haciendo eso.

      Dream, tu historia me gusta mucho. Síguela Porfa!!
      Kurt Y los peques son para comérselos

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  2. un hermano perdido... estoy en completo shock aaaa que pasara y como sera el encuentro....

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  3. Otro hermano para TED, como dice el refran eran muchos y de paso pario la ABUELA. Me encanta esta historia ...Saludos

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  4. uhmm ... Otro hermanito!! Wow la famila sigue creciendo. Andrea

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  5. ushhh otro chico, ahora son 13, me compadezco de Adían. Espero la actualización pronto ;)
    Thror

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