CAPÍTULO 8: Un atisbo del
pasado, y otro del futuro
Viernes. La cuenta atrás avanzaba,
lentamente. Demasiado lentamente. Ya llevaba cuatro días en ese hospital. No
quería ni pensar en que a lo mejor me quedaban otros cuatro… Aunque yo me
encontraba mucho mejor. Esa mañana estuve paseando, eufórico por haber dejado
atrás los días de reposo absoluto. Tal vez pudiera irme antes, como había dicho
el doctor. En cualquier caso, hasta el domingo nada….Y el domingo parecía tan
lejos…
Yo no podía saber que aquél día era el
principio de algo nuevo. Que mi vida, irremediablemente, iba a cambiar a partir
de entonces.
Parecía un día más, y lo fue. Después del
paseo volví a mi habitación, y estuve haciendo deberes. Luego vino Aidan,
contento porque su último libro saldría definitivamente en quince días: llevaba
dos meses de absurdos trámites, esperando que su libro número nueve viera la
luz. Esas épocas de espera eran las mejores del año para mi familia: papá tenía
poco trabajo, y podía estar con nosotros. Luego empezarían las promociones, las
firmas, un libro nuevo…y sutilmente Aidan nos sugeriría que nos apuntáramos a
varias actividades extraescolares, para tenernos controlados mientras él
trabajaba. Nos quedaban sólo quince días de tenerle en casa. Aun así, me alegré
por él, porque sabía que había trabajado mucho en ese libro.
Estuvo conmigo gran parte de la mañana y
fue al irse cuando todo cambio para siempre. El doctor entró en mi habitación
bastante preocupado, y le acompañaba un agente de policía. Lo primero que pensé
es que se habían equivocado de cuarto. Luego, me inquieté un poco, porque
traían cara de malas noticias.
- Ted, ¿a dónde ha ido tu hermano? –
preguntó el doctor.
- Papá ha tenido que irse a la editorial, y
luego irá a casa con los enanos. Creo que volverá ésta tarde. Como en una hora,
o cosa así.
- ¿No me ha dicho que no tenía padre, y que
su tutor legal era su hermano? – preguntó el oficial.
- Y así es, agente, pero el chico se
refiere a él como "papá". – explicó el doctor, que después de cuatro
días había ido pillando las particularidades de mi familia. Como toda respuesta
el policía gruñó. El uniforme le sentaba bien. Era de mediana edad, y tenía un
aspecto serio, pero no seco.
- ¿Sucede algo? – pregunté, preocupado.
¿Para qué quería ese hombre hablar con mi padre?
- ¿Eres Theodore Whitemore? – preguntó el
policía, aunque ya debía saberlo. Creo que lo hacía por cuestión de formalidad
legal, o algo de eso.
- Sí, señor.
- Muy bien, Theodore, eres menor de edad y
tu tutor no está presente. Quiero que sepas que esto no es un interrogatorio
¿entendido? Lo que digas no tendrá ninguna validez legal, y aunque puedes
ejercer tu derecho de no responder, no te tomaré declaración hasta que tu
hermano mayor esté presente.
Caray. La cosa parecía seria. Tragué saliva
y me erguí un poco sobre la cama.
- ¿Qué quiere saber?
- Pocos días antes que tú, tu hermano
ingresó en éste hospital bajo custodia policial, pero se dio a la fuga.
- ¿Qué? – pregunté, incrédulo, pero luego
suspiré y me relajé: era evidente que se habían equivocado – Se confunde usted.
Mi hermano no ha ingresado recientemente en ningún hospital, y que yo sepa
tampoco ha estado bajo custodia policial. Aidan está perfectamente sano.
- No me refiero al señor Whitemore – aclaró
el oficial – Si no al señor Donahow.
- ¿Y quién es el señor Donahow? – respondí,
sin entender nada. El policía pareció casi más sorprendido que yo.
- Su hermano Michael.
– Señor, tengo bastantes hermanos, pero
ninguno de ellos se llama Michael.
- ¿Está seguro de eso?
- ¿Qué si estoy seguro del nombre de mis
hermanos? Pues sí, mire usted, que alguno de ellos los he elegido yo. Papá me
dejó ponerle el nombre a Kurt. Luego están Alice, Hannah, Dylan, Cole, Bárbara,
Madeline, Harry, Zachary, Alejandro, y yo mismo. Y Aidan, claro. ¿Lo ve? Ningún
Michael.
El hombre abrió mucho los ojos, y luego
miró al doctor, que se limitó a encogerse de hombros.
- Michael no mencionó tantos hermanos. Sólo
le mencionó a usted, y dijo que estaba al cuidado del señor Whitemore.
- No sé quién es ese tal Michael, pero yo
no le conozco.
- Creo que tengo que sentarme – dijo el
policía.
- Es usted libre – ofrecí señalando un
huequecito en mi cama, pero él, todo formal, se sentó en la silla.
- Así que Michael no estaba mintiendo…-
susurró.
El desconcierto del hombre era casi
divertido, aunque yo estaba igual que él. ¡Ya me querían adjudicar otro
hermano! ¡Como si tuviera pocos!
- Es obvio que ha habido un error. De ser
mi hermano, ¿no cree usted que tendríamos el mismo apellido?
- Medio hermano. Por parte de madre.
En ese punto me tensé, y me recordé a mí
mismo que no debía hablarle mal a la policía…
- Eso es imposible, señor. Mi madre murió
al darme a luz.
Apreté los puños con fuerza contra la
sábana, pero mi rostro permaneció impasible.
- Lo sé, Teodhore. Michael es un año y un
mes mayor que tú. Adele Jones era su madre.
- ¡Eso no es cierto! – grité. Ya no quería
seguir la conversación. Había dejado de ser interesante.
- Escucha, muchacho, hay muy pocas cosas
claras aquí. Lo que está comprobado es que Michael Donahow es hijo de John
Donahow y Adele Jones. Tiene dieciocho años y se ha pasado media vida entrando
y saliendo de los correccionales. Hace tres meses ingresó en una prisión para
adultos por un delito de agresión, y hace una semana ingresó en éste hospital a
causa de un mal seguimiento de la diabetes que padece. Mientras duraba su
tratamiento se dio a la fuga, y no hemos sabido nada de él desde entonces. Sin
embargo, saldrá a la luz tarde o temprano por un hecho muy simple: necesita
insulina, porque sólo se llevó reservas para unos pocos días. Así que estamos
informando a todos los hospitales, por si se presentara en alguno. También
estamos contactado con todos sus familiares y conocidos, y da la casualidad de
que tú, chico, eres su única familia. Cuando buscamos tus datos, nos enteramos
de que estabas en el mismo hospital donde estuvo él y nos pareció una
casualidad lo suficientemente importante como para estudiarla. Pero todo indica
que tú no sabías nada. Michael mencionó varias veces que tenía un hermano
pequeño, pero que no mantenía ningún contacto con él. Que no os conocíais, y
que vivías con tu hermanastro Aidan. Parece que decía la verdad.
No le escuché. No quería escucharle. ¿Por
qué venía a decirme todas aquellas mentiras dolorosas? Me dolió el pecho, como
si estuviera sufriendo un infarto. Me faltaba el aire.
- Quiero que se vaya – mascullé.
- Ted, el policía sólo…- intervino el
médico, pero no le dejé terminar.
- ¡Fuera! ¡Y usted también!
Sorprendentemente, decidieron respetar mis
deseos, pero antes de irse el policía me confesó algo:
- No creo que Michael sea un mal tipo. Sólo
le han tocado malas cartas. Le quedaban apenas dos meses de prisión, y por esta
tontería no sólo lo está complicando todo, sino que además puede… puede ponerse
en peligro. Necesita la insulina, y sólo espero que haya sido lo bastante listo
como para conseguirla en algún sitio, o si no podría llevar días muerto. Y eso
sería una lástima, porque, como te digo, no es un mal tipo. La mitad de los
trabajadores del centro penitenciario están preocupados por él y casi todos le
compadecen. Así que, si le ves, te agradecería que me llamaras. – concluyó, y
dejó una tarjeta en la mesita. – Volveré en los próximos días, cuando tu tutor
esté presente.
Yo giré la cabeza y me limité a escuchar
cómo cerraba la puerta. Cuando estuve sólo, no pude contenerme más.
- Aidan´s POV –
Tenía siete años, y había tirado por el
lavabo una de las botellas de papá. De esas botellas malas, que olían raro, y
tenían un nombre más raro todavía. Yo sabía lo que era: era alcohol, y era malo
para la salud, así que aproveché que papá salió para deshacerme de él. Estaba
vaciando una segunda botella cuando le oí llegar, y me asusté tanto que se me
cayó de las manos, rompiéndose contra el suelo y llenándolo todo de cristales y
un líquido parduzco que olía fuerte y agrio. Me puse a recogerlo como un loco,
pero aún no había conseguido gran cosa cuando papá entró en el baño. Él también
olía raro, así que había estado bebiendo fuera.
- ¡AIDAN! ¿QUÉ HAS HECHO, DEMONIOS? ¿TIENES
IDEA DE LO QUE CUESTA CONSEGUIR UN WHISKY COMO ESE? ¡ES DE IMPORTACIÓN!
Me puse a temblar, porque papá parecía
bastante sobrio aquella vez: lo suficiente como para no quedarse dormido, y
olvidar aquello. Estaba muy despejado y muy enojado conmigo. Se acercó a mí, y
alzó la mano, y yo cerré los ojos, seguro de que me iba a pegar, pero no llegó
a hacerlo. Papá nunca me pegaba. Para eso tendría que estar en casa, y casi
nunca estaba. Me agarró de la solapa y pude oler su aliento, apestando a
alcohol. Me miró bien.
- ¿Te has cortado? – gruñó, y yo negué con
la cabeza. Entonces me arrastró fuera del baño. Quería gritarle que lo sentía,
que me perdonara, pero estaba tan asustado que no podía hablar.
Iba a hacerlo. Sabía que iba a hacerlo.
Cuando llegamos al armario encontré mi voz
por fin.
- ¡No, papá! ¡No, por favor! ¡No! ¡Por
favor, por favor, por favor!
- ¡Silencio! Entra ahí – ordenó, pero no
esperó a que lo hiciera y me metió él mismo. Luego cerró la puerta, y el
reducido espacio se sumió en una profunda oscuridad. Aporreé la madera,
desesperado por salir, pero no sirvió de nada. Escuché cómo echaba la llave
desde el otro lado. – Cuatro días. – dijo, y fue su despedida.
Ese armario siempre había estado vacío de
ropa: casi siempre estaba lleno de mí. Me apoyé en la madera y me deslicé hasta
sentarme en el suelo. Me abracé las piernas y empecé a llorar.
El tiempo era algo difuso para mí, porque
no tenía reloj, apenas sabía leer la hora, y aunque hubiera tenido un reloj
estaba tan oscuro que no hubiera podido ver nada. Tuvo que pasar un buen rato,
porque dejé de llorar. Levanté la cabeza, y mis ojos se habían acostumbrado un
poco a la falta de luz. Lo suficiente para ver que allí no había nada, que
aquello era muy pequeño y yo estaba asustado.
- ¡Papá, déjame salir! ¡Tengo miedo!
¡Papáaaa! ¡Papáaaaa! - empecé a llorar otra vez, cuando vi que no respondía a
mi llamada. - ¡Papáaaaaaa!
Golpeé la madera hasta que me hice daño.
Grité hasta que me quedé afónico. Y, cuando me estaba quedando dormido, la
puerta del armario se abrió: papá me traía un vaso de agua. Cuando estabas en
el armario no podías comer. Los niños que eran malos y estaban en el armario no
podían comer. Yo tenía mucha hambre, pero eso me dejó de importar. Cogí el vaso
y bebí con ganas.
- Papá, por favor, me portaré bien, seré
bueno, de verdad, de verdad…
Él no dijo nada. Se limitó a coger el vaso
y volvió a cerrar la puerta. Me dormí llorando en silencio, porque ya no tenía
fuerzas ni ganas de sollozar.
De forma similar trascurrieron los
siguientes cuatro días, y por fin la puerta del armario de abrió para mí.
Estaba entumecido, y me costó un poco que los músculos me respondieran. La luz
también me molestaba.
- ¡Papi! – grité, e intenté abrazarle, pero
no me dejó. – Papá, lo siento mucho. Yo sólo quería que no te pusieras malito
por beber alcohol. Pero no lo haré nunca más, de verdad, de verdad. ¡Perdón!
Intenté abrazarle de nuevo, pero me apartó
de un empujón. Los ojos se me inundaron de lágrimas, a pesar de que creía que
ya había llorado demasiado.
- Lo siento… - volví a repetir. Lo sentía
de verdad…pero él no me perdonó.
Desperté entre sudores, perfectamente
consciente de cada detalle de aquél sueño, porque lo tenía grabado en mis
recuerdos. Me costó un rato calmar mi respiración. Debía de haberme quedado
dormido sobre los papeles…efectivamente, tenía pegada en la frente una de las
cartas que estaba leyendo cuando me dormí. Todas eran peticiones de
entrevistas, invitaciones a programas y lugares de promoción con motivo de mi
nueva novela. Me esperaban unos días algo agitados.
Me despejé un poco, me eché agua por
encima, dejé la mente en blanco, y salí de mi habitación. Mis hijos estaban
medianamente tranquilos, cada uno en su habitación haciendo deberes o
pretendiendo que los hacían. Entré en el cuarto de Alejandro. Al oírme entrar,
apagó el monitor de su ordenador, pero no fue lo bastante rápido.
- Ya veo cómo estudias – reproché.
- Sólo estaba descansando…
- Ya. Dos horas de descanso y diez minutos
de estudiar. Que nos conocemos, Alejandro.
- Ahora me pongo…
- Eso espero. Voy al hospital, a ver a tu
hermano. Cuando vuelva te preguntaré y más vale que te lo sepas, o lo primero
que te quitaré será el ordenador.
Alejandro suspiró, pero no dijo nada.
- Hay chocolate en la nevera. Estoy seguro
de que tus hermanos te adorarán si se lo pones de merienda. Échales un ojo
¿vale? A Kurt, dos. No tardaré.
- De acuerdo.
No quería despedirme de él de esa forma,
así que le sonreí.
- Queda un trozo de pastel… sólo uno… así
que ya sabes, tal vez deberías comértelo tú para que no haya peleas.
Alejandro me devolvió la sonrisa y con eso
me aseguré de que le dejaba de buen humor. Media hora después salí de casa y me
dirigí al hospital. Volvía antes de lo que había planeado, y creo que fue lo
mejor…. Cuando llegué, vi algo inusual: Ted estaba llorando. Él… en fin, no
lloraba casi nunca. La última vez que le había visto llorar había sido hacía
seis meses, en un castigo particularmente fuerte que esperaba no tener que
repetir. E incluso eso era una excepción, ya que no solía llorar tampoco cuando
le castigaba.
¿Le dolería algo?
- ¡Ted! – exclamé, y en dos segundo estaba
junto a él. – Ey, ¿qué pasa?
Otra cosa insólita, aunque no tanto como el
llanto: Ted se tiró a mi cuello, y me abrazó. Tuve cuidado de no apretarle
mucho, por miedo a dañar su costado cicatrizante.
- ¿Qué ocurre, hijo? ¿Qué ha pasado?
Me mataba verle así. Los sollozos le salían
del pecho y le hacían estremecer. Se separó de mí únicamente para sonarse la
nariz, pero seguía llorando. Intenté todo para que dejara de llorar, pero nada
parecía resultar. Me estaba desesperando.
- Si no dejas de llorar me vas a hacer
llorar a mí también – le dije, acariciándole la cara, húmeda y caliente.
Al final, vino una enfermera y le dio un
sedante, aunque a esas alturas el que lo necesitaba era yo. ¿Quién era el hijo
de perra que le había hecho sufrir así? Una voz en mi cabeza me decía que a lo
mejor había sido yo, por dejarlo sólo, pero aquello me parecía algo más serio…
Cuando el sedante hizo efecto Ted se
durmió. Me quedé junto a él, aferrando su mano entre las mías y llevándomela a
los labios. Verle así para mí fue peor que verle enfermar, porque no sabía
dónde estaba el problema y nadie lo podría diagnosticar. ¿Qué era lo que estaba
mal?
La televisión – que Ted había tenido
puesta, a volumen bajo – retransmitía un programa de música en el que cantaba
Lana del Rey. Al ritmo de su "Born to Die", me llevé una mano al pelo
y entrelacé los dedos en mis rizos. Influenciado por la pesadilla que había
tenido, pensé que yo había aprendido a ser padre a base de hacer justo lo
contrario a lo que habían hecho conmigo. Pero había una cosa que Andrew hacía
bastante bien y eso tenía que reconocérselo: él siempre sabía lo que me pasaba.
Que luego no hacía una mierda, pero siempre adivinaba lo que me preocupaba con
sólo mirarme. Yo era incapaz de saber qué había hecho que mi hijo sufriera un
ataque de llanto, a falta de una palabra mejor para describirlo.
Noté que se despertaba cuando me apretó la
mano. Le acaricié la cara, pasando los dedos por su corto pelo. Y él empezó a
llorar otra vez, aunque ya no de esa forma casi desquiciada que tanto me había
asustado.
- Háblame, Ted. ¿Cuál es el problema?
- Tiene que ser mentira – gimió. – Tiene
que serlo.
- ¿El qué, mi amor? ¿Qué tiene que ser
mentira?
No solía llamar "mi amor" a Ted.
Rompía un poco de la ambigüedad que me traía con él, de hablarle como si
fuéramos hermanos y sólo hermanos. No era exactamente eso, pero sí es cierto
que con él usaba menos motes cariñosos, porque no parecían gustarle demasiado.
Él no era mi "campeón", porque tampoco parecía natural llamárselo con
diecisiete años…
- Ha venido un policía – empezó, y
prosiguió relatando una historia inverosímil que parecía más propia de una de
mis novelas que de la vida real. – Dice que están buscando a mi hermanastro. A
mi hermano mayor Michael Donahow, hijo de mi madre. La misma madre a la que yo
maté. Ahora sé que no sólo acabé con su vida, sino que además arruiné la de un
hermano que no sabía que tenía.
- ¡Eh! – exclamé, algo enfadado. – Ni te
ocurra repetir algo como eso nunca ¿me oyes? Su muerte no fue culpa tuya. Ni el
destino de…de…¿has dicho un hermano? Pero ¿cómo…? ¿Cuándo…?
- Por lo visto él sabe que existo, y que
vivo contigo. Estaba en la cárcel y le ingresaron aquí, pero se escapó. Ahora
le están buscando porque es un fugitivo y necesita insulina, y han acudido a mí
por si sabía algo, al ser el único familiar. Les habrán avisado del hospital, o
habrán rastreado mis datos, o qué se yo.
Parpadeé, medio en shock.
- Parece cosa de película.
- Tiene que serlo. Todo esto no puede ser
más que el absurdo guión de una película. No puede ser verdad.
- Tranquilo, Ted. Lo averiguaremos ¿vale?
Y, si resulta cierto, no es tan malo. Es horrible que no le hayas conocido
antes, pero si es tu hermano podrá…
- ¿Qué? ¿Podrá venirse a vivir con nosotros
como en una comuna hippie, todos en hermandad?
- Precisamente. Hace tiempo me hice la
promesa de que TODOS mis hermanos estarían juntos.
- Él no es nada tuyo. – respondió, casi con
ira. Con rabia. Con dolor.
Yo no sabía si abrazarle o pegarle.
- Para ser tan listo, a veces eres un poco
idiota. Tu familia es mi familia.
- No todo es tan fácil como tú lo pintas –
me respondió. No, no lo era. Ted ya no era un niño, y no se iba a dejar
convencer tan fácil.
- Lo iremos viendo ¿de acuerdo? Ha sido
algo muy… impactante… y lo tenemos que asimilar.
Ted se quedó en silencio unos segundos.
- Es un maldito delincuente, joder. Y, si
sabía que yo existía, ¿por qué no me buscó?
- No lo sé, Ted. Tal vez algún día puedas
preguntárselo.
Resopló como toda respuesta. Se le veía más
tranquilo.
- ¿Estás mejor? – le pregunté, observándole
con ojo crítico.
- Sí. Perdón por… la escenita.
- Nunca te disculpes por llorar, hijo. Ha
sido una noticia muy gorda que ha removido cosas del pasado. Necesitabas desahogarte.
Ahora no pensemos más en ello ¿de acuerdo?
Ted agarró el borde de sus sábanas y lo
observó como si el hilo fuera de oro y estuviera intentando descubrir cómo
sacarlo.
- Yo tengo que pensar en ello. Dicen que es
mi hermano. Tengo que saber si es cierto y… tengo que encontrarle.
- Y lo haremos, Ted. Te juro por Dios que
lo haremos. Juntos.
Me miró algo impactado. Yo no solía decir
cosas como "lo juro por Dios", por aquello de no tomar Su palabra en
vano pero consideré que la ocasión lo merecía, porque era una promesa solemne
que tenía toda la intención de cumplir. Pareció más relajado, como si confiara
totalmente en mi promesa. Adquirió una expresión pensativa.
- Ya es casualidad que los dos acabáramos
en el mismo hospital. Y pensar que podríamos haber coincidido… que fue cuestión
de días…Joder, el destino tiene un sentido del humor muy puñetero.
- Ted, esa boca. Me ha costado mucho que
habléis bien y no vas a empezar a decir tacos ahora.
- Ni en un momento así dejas de sermonearme
¿verdad?
- Eso no era un sermón, era un comentario,
nada más. Pero no, ni en un momento así puedes decir palabrotas.
Rodó los ojos, pero me sonrió. Eché un
rápido vistazo a la habitación. Vi un cuaderno sin cerrar en la mesilla.
- ¿Has estado haciendo deberes? – le
pregunté.
- Para que veas. Aquí me tienes,
convaleciente y estudiando. Luego te quejarás…
- Si yo nunca me quejo. Ese es tu papel, no
voy a quitártelo – le chiché y los dos nos reímos. - ¿Vas a perderte algún
examen?
- Sí…de Lengua.
- Pediré el justificante médico.
Estuvimos hablando de su colegio un poco
más, y le noté algo estresado. Hay gente que vale para los estudios, y gente
que no. Ted era de los que no, pero sus notas eran buenas porque estudiaba
mucho. Pero se ponía nervioso en los exámenes, y era incapaz de memorizar datos
concretos como fechas y cosas así. Era un poco el caso opuesto de Alejandro,
que no hacía nada pero en dos minutos se podía memorizar una página entera.
No quería presionarle más hablando de eso,
pero tampoco quería que siguiera dándole vueltas a la visita del policía. Había
conseguido distraerle, así que seguí por ahí, mientras pensaba en lo que me
había dicho…
Ted tenía otro hermano mayor. Era difícil
de asimilar. Cuando su madre murió Andrew abandonó a Ted en un orfanato. Pocas
veces he estado tan furioso como entonces, y supe que yo no podía dejar que
creciera sin una familia. Peleé por él, pero no estaba seguro de ser el
adecuado para cuidar de un bebé… yo era poco más que un crío. Busqué a su
familia por parte de madre, por si había alguien que pudiera hacerse cargo de
él, y nadie me dijo nada de que Adele hubiera tenido otro hijo. Es más, no
encontré a nadie que estuviera emparentado con ella, pero eso tal vez fuera
porque Andrew no me dio muchos datos.
Me pregunté cómo habría sido la vida de ese
supuesto hermano. ¿Con quién habría crecido? ¿Cómo había acabado en prisión?
Cuando salí del hospital seguía buscando posibles respuestas a éstas preguntas.
Ted me pidió que no dijera nada a los demás, y yo estaba dispuesto a respetar
su deseo, al menos hasta que supiéramos algo más.
Intenté despejar mi cabeza. Tenía muchas
cosas que hacer, y necesitaba estar concentrado. Miré el reloj: ocho de la
tarde. Mis hermanos salieron a recibirme.
- ¡Ey! ¿Qué tal?
- ¡Tengo hambre! – protestó Hannah.
- ¿No habéis merendado?
- ¡Siiii! ¡Pero eso fue hace mucho!
Me reí, y les dije que no faltaba mucho
para la cena. En realidad faltaba algo más de una hora, pero si le decía eso
iba a verlo como algo horrible: una hora para ella era muchísimo tiempo…
No estaban todos mis hermanos: Alejandro,
Harry y Zach no habían bajado, y Kurt estaba en el otro extremo de la
habitación.
- Kurt, ven a darme un beso ¿no?
- ¡No! - me gritó, con el máximo enfado que
era capaz de expresar.
- ¿Por qué?
- ¡Ya no te quiero!
Caray. Daba gusto volver a casa, hombre.
¿Por qué estaba tan enfadado mi pequeño? Dejé las llaves en el cestito de la
entrada y fui hacia él. Me agaché a su lado y vi cómo me miraba, con el ceño
fruncido y los brazos cruzados.
- A ver, ¿por qué le dices eso tan feo a papá?
¿Qué hice?
- ¡No me llevaste al parque!
- Creo recordar que cierto niñito rubio
estaba castigado por portarse mal en el colegio. Te dije que hoy no habría
parque, campeón.
Kurt me sacó la lengua y luego me dio la
espalda. Le hice cosquillas en el costado, y se empezó a reír.
- ¡Que no! Jajaja ¡Que estoy enfadado!
- Si te ríes no puedes estar enfadado –
contraataqué, y le di la vuelta para darle un abrazo y un beso. – Es una pena
que ya no me quieras. Tendremos que buscar otro papá, entonces. Uno que te deje
portarte mal ¿no? Yo me voy, y buscamos a otro.
Kurt me miró con los ojos muy abiertos, sin
saber si estaba hablando en serio. Yo me puse de pie e hice como que me iba,
pero me agarró de la pierna.
- ¡No!
- ¿No qué? ¿No quieres que me vaya?
- ¡No!
- Entonces ¿si me quieres? – pregunté. Kurt
se mordió el labio. – Dime que me quieres, o me voy, para que venga otro papá
al que sí quieras…
- ¡No! – chilló, como con miedo, y me
abrazó. Tal vez me estaba pasando, en mi pequeño chantaje…- ¡Sí te quiero, aunque
seas malo!
- Vaya, qué consuelo. – dije, con sarcasmo,
ante la gratuita acusación de que era malo - Yo también te quiero, campeón. Te
quiero mucho. Y si te portas bien el Viernes que viene iremos al parque, como
siempre.
Kurt no parecía del todo conforme, pero ya
no estaba tan enfadado. Le limpié las gafas, que las llevaba tan sucias que no
sé cómo podía ver con ellas. Kurt tenía los ojos azules de Andrew. Varios de
mis hermanos los tenían azules también, pero ninguno de ese tono exacto.
Aquellos eran los ojos de Andrew, que hasta habían heredado su miopía, aunque
él usaba lentillas. Andrew era físicamente muy parecido a Alejandro, quitando
alguna característica racial, como el color de piel. Pero era Kurt quien tenía
sus ojos y a decir verdad eso era lo único que tenía de él, y yo no podía
alegrarme más porque fueran tan distintos. Le miré fijamente, marrón contra
azul, y todo lo que vi en ese niño fue inocencia e ideas traviesas,
revoloteando en sus brillantes pupilas.
- ¿Qué trastadas has hecho hoy? – le
pregunté, con cariño.
- ¿Yo? ¡Ninguna!
- ¿Ni una pequeñita? Pues eso no puede ser.
Habrá sido una tarde muy aburrida…
- ¡Mucho! ¡Alejandro no quería jugar
conmigo! – acusó, muy indignado.
- ¿Por qué no?
- Porque estaba estudiando. ¡Pero si él no
estudia nunca!
- Déjale que lo haga alguna vez, que no le
vendrá mal. – dije, divertido porque Kurt estuviera tan pendiente de los
hábitos de sus hermanos mayores. – Yo jugaré contigo en un rato ¿de acuerdo?
Voy a ver a tus hermanos y a terminar unas cosas y luego haremos algo
divertido.
Mucho más feliz con esa noticia, Kurt se
olvidó por completo de lo malo que yo era por castigarle. Subí al piso de
arriba y fui a ver a Harry y a Zach, que estaban en su cuarto haciendo deberes.
- Hola – saludé. Zach apenas levantó la
cabeza. Parecía agobiado. - ¿Tenéis mucha tarea?
- Ni te puedes imaginar.
Me acerqué a él y le di un beso en la
cabeza. Luego fui a la mesa de enfrente, donde estaba Harry, e hice lo mismo.
Leí por encima de su hombro.
- ¡Ey! ¡Esta es la letra de Zach! – dije,
levantando un cuaderno que Harry había intentado ocultarme. - ¿Le estás
copiando los deberes?
- Él me ha dejado…
- Pues muy mal los dos. ¿A que os hago
repetirlos?
- ¡No! – exclamó Zach, horrorizado como si
hubiera sugerido ahogar algún cachorro. Me compadecí un poco de él y le di su
cuaderno.
- Desde mañana uno de los dos estudiará en
mi cuarto.- les dije. Los gemelos iban no sólo al mismo curso, sino a la misma
clase, así que eran un peligro. Me fijé en su cara de "¿no te fías de
mí?" y me ablandé otra vez – Durante una semana. – añadí, sabiendo que
estaban acostumbrados a hacer la tarea juntos, desde pequeños. – Y
"mesohilo" va con h intercalada. – informé, subrayando con el lápiz
la falta de ortografía. Zach se apresuró a corregirlo.
- Ciencias Naturales o cómo torturar mentes
en crecimiento – protestó, y yo tuve que reírme, internamente de acuerdo. Le
acaricié el pelo. - ¿Para qué quiero saber yo la anatomía de una esponja
marina? ¿De qué me va a servir, en serio?
Petardista y reivindicador: ese iba para
revolucionario o sindicalista o algo de eso.
- Para empezar, para aprobar el curso. Así
que te sugiero que encuentres la forma de que te guste.
- Me motivaría pensar que si saco más de un
ocho me comprarás por fin el monopatín… - dejó caer, como quien no quiere la
cosa. ¿Con que negociando, eh?
- Ya veremos. También puedo decirte que si
sacas menos de un ocho te castigaré. Seguro que eso también te motiva.
Zach abrió la boca, con sorpresa, derrota e
indignación, todo ello a la vez. Fue un gesto muy gracioso, que hizo que me
volviera a reír.
- Es broma. Mejor me voy, y os dejo
terminar. Y Zach, la anatomía de una esponja le servirá a un biólogo marino,
sirve para fabricar muchos medicamentos, y mucha gente las usa para bañarse, en
vez de las sintéticas. Ahí tienes tres motivos.
- ¿Sabes? Ted tiene razón: siempre tienes
que tener la última palabra. ¿Qué tal está, por cierto?
- ¿Ted? Mucho mejor. – respondí, evasivo,
sin querer dar detalles para no hablar de lo que había pasado. Salí para
dejarles estudiar, y fui a la habitación de Alejandro.
Alejandro estaba encorvado sobre un libro,
con aspecto de estar concentrado. Sonreí un poco, orgulloso de él, pensando que
íbamos por buen camino, hasta que me fijé que sobre el libro había una revista,
que era lo que en verdad estaba leyendo. Me acerqué sin hacer ruido, y se la
quité. Me bastó sólo un vistazo…
- ¿Revistas guarras? ¿En serio?
Pero…pero…si era muy joven ¿no? Se me cayó
el alma los pies al entender hasta qué punto había crecido "mi niño".
- P-pa-papá…
- Sí, papá, A-A-Alejandro. ¿Te volviste
tartamudo? ¿Qué haces con esto?
- Yo… ¿colaría si digo que es puro interés
por la fotografía?
Me mordí el labio para no sonreír. Mis
hijos sabían que esa clase de comentarios tentaban mi buen humor y se
aprovechaban de eso, pero tenía que mantenerme serio.
- No es momento de hacerse el gracioso.
Esto va a la basura, y si tienes alguna más la tiras hoy mismo ¿entendido?
Alejandro asintió, avergonzado porque le
hubiera pillado leyéndolo pero para nada arrepentido. Suspiré. No tenía
remedio…
- Veo que has estudiado mucho – dije con
sarcasmo.
- ¡Sí lo he hecho! ¡Toda la tarde!
- ¿Toda la tarde? Menos cuando estabas con
el ordenador ¿no? Y con ésta maravilla de la literatura… - reproché, alzando la
revista. Mira que me costaba que se pusiera a leer (¡ni siquiera mis libros, el
muy…!). Por lo visto sólo leía si el texto iba acompañado de mujeres desnudas o
semidesnudas. – Por Cristo, Alejandro que compartes cuarto con tu hermano
pequeño.
- ¡No se la he enseñado a Cole!
- ¡Sólo faltaba! En fin, dame el libro.
Vamos a ver si encontraste tiempo para aprenderte la lección de hoy.
Alejandro se puso rígido sobre la silla.
- Papá, me diste muy poco tiempo…
- El mismo que ayer, y fue suficiente.
Claro que ayer estudiaste de verdad, sin perder tiempo en "otras
actividades". El libro – insistí, extendiendo la mano, y él suspiró. Me lo
dio sin mucho entusiasmo - ¿Cuál es el eje de abscisas? – pregunté y Alejandro
me miró como si le hubiera hablado en chino.
- Eso no nos lo han explicado – me dijo. Yo
lo dudaba, pero no iba a ponerme a discutir con él, que es lo que él pretendía.
- Pero lo pone aquí ¿no? Y tú tenías que
estudiarlo.
- Pero no lo hemos dado.
- Está bien. Te lo preguntaré de otra
manera: en una gráfica, ¿qué eje es la x, el horizontal o el vertical?
Alejandro se quedó en silencio.
- ¿Tampoco has dado eso? Qué curioso,
porque éste ejercicio de aquí lo tienes marcado. Y sé que en el examen te
entraron las gráficas. ¿Cómo se supone que vas a saber resolver un ejercicio si
no sabes cuál es la x? Estoy seguro de que se lo pregunto a Zachary y es capaz
de decírmelo.
- ¡Bueno pues entonces pregúntaselo a él o
a algún otro de tus hijos listos! – me espetó, gritando un poco.
- Cuidado con el tono. – le advertí - Todos
mis hijos son listos, Alejandro. No te pongas a la defensiva y reconoce que hoy
no estudiaste nada.
- ¡Sí que estudié!
- Pero no lo suficiente.
- ¡Para ti nunca es suficiente, joder! Has
estado fuera toda la tarde y ya das por supuesto que no hice nada. ¡Cuidé de
tus hijos, para que te enteres!
- Y te lo agradezco mucho. Te lo
agradecería más si me hablaras adecuadamente, y es la segunda advertencia.
- ¡No estabas aquí! – insistió - ¡No sabes
lo que hice o dejé de hacer!
- No, pero me lo imagino. Has estado en tu
cuarto todo el rato "estudiando" – dije, entrecomillando en el aire
la última palabra – Seguro que si te pregunto sobre ésta revista te lo sabes
todo.
- ¡No se puede hablar contigo! ¡No me
escuchas! – gritó.
- Es imposible no escucharte con ese
volumen, y el berrinche se acaba aquí y ahora. Hoy no estudiaste, así que fuera
ordenador hasta que termine tu castigo. Es decir, hasta que recuperes la nota.
Te lo advertí.
- ¡Pero el siguiente examen es en dos
semanas!
- Pues entonces serán dos semanas sin
ordenador, y con todas las demás cláusulas de tu castigo.
- ¿Cláusulas? ¿Ahora eres un puto banco?
- Vale, Alejandro. Te he avisado dos veces
de tu forma de hablar. Sabes que no puedes decir palabrotas, así que vamos,
cinco euros al tarro. Y agradece que lo deje ahí, porque estás rozando la falta
de respeto.
- Y tú me estás rozando los cojones – me
espetó.
Mis ojos se abrieron casi tanto como los
suyos. Los míos, con furiosa sorpresa. Los suyos, con algo de miedo, consciente
de lo inaceptable de las palabras que había pronunciado. Di un paso hacia él e
instintivamente retrocedió, pero a su espalda estaba la mesa, así que no tenía
mucho margen de movimiento. Le agarré del brazo e intenté tirar de él, pero
hizo fuerza para impedirlo, así que le giré.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Se movía, y tiraba de mí para intentar
soltarse, pero le tenía buen sujeto. Sin soltarle del brazo, le aparté la mano
con la que se cubría.
PLAS PLAS PLAS
- ¡Au!
PLAS PLAS
- Lo siento, papá, lo siento. No me pegues
más…
- Considéralo tu última advertencia.
- Sí, señor. – respondió, y cuando le solté
se sobó.
- Tampoco me respondas así, como si me
tuvieras miedo. Te lo ganaste a pulso, y lo sabes.
Él no dijo nada, pero parecía a punto de
llorar, así que le abracé. Le acaricié la espalda.
- Sé sincero, anda. No estudiaste nada
¿verdad?
Él negó con la cabeza, con aspecto
miserable.
- No tienes que enfadarte porque te regañe.
Si haces las cosas bien sabes que no te digo nada. Sí que se puede hablar
conmigo, pero esta vez no hay nada que hablar: pasaste de estudiar, a pesar de
que quedamos en que lo haría todos los días, para que no vuelva a pasar lo del
último examen.
- Lo siento.
- Lo sé. – suspiré, y le di un beso en la
frente.
- Me da vergüenza que la vieras – musitó,
refiriéndose a la revista.
- ¿Que la viera? ¿Y no te da vergüenza
tenerla?
- No es mía… Me la pasó un colega…
- Pues ese "colega" podría
recomendarte otro tipo de lecturas más apropiadas.
Alejandro agachó la cabeza, y yo se la
subí.
- Ya está. Ahora a hacer las cosas bien y
nos olvidamos de esto. Es más, yo ya lo he olvidado. ¿De qué revista hablas? –
le dije, y la escondí tras la espalda. Alejandro sonrió un poco.
- Pensé que te ibas a enfadar más. Como
eres tan…- empezó, pero no terminó la frase.
- ¿Tan qué, hijo?
- Anticuado.
- Vaya, gracias.
- No te lo tomes a mal pero… eres de ir a
misa y…
- Prefiero que tengas una revista de chicas
desnudas a que estés con una. Tienes quince años. Tan sólo desearía que
hubieras tardado un poco más en tenerlos – respondí, y le acaricié la cara. Él
se apartó, avergonzado por ser un gesto más bien para niños pequeños.
- Siempre puedo borrarme diez años del
carnet.
- ¿Puedes? – pregunté, como si estuviera
tentado, y le sonreí.
No, claro que no quería que tuviera esas
revistas. Me parecía algo denigrante para el sexo femenino, pero sabía que él
no lo hacía con ninguna intención machista. Aun así, esas revistas distorsionan
la realidad. Las mujeres no suelen ser como las que aparecen ahí. Estas
imágenes podían hacerle pensar que el sexo no es realmente una expresión de amor...y
podían acercarle a la forma de ser y de pensar de Andrew, algo que me asustaba
mucho. Esos no eran los valores que yo le había enseñado. Yo le había enseñado
a respetarse a sí mismo, y a los demás, y que las mujeres no son objetos….Por
eso, estaba tranquilo. Conocía a mi hijo y sabía que aquello era sólo
curiosidad. Algo muy lógico a su edad. Pero, por si acaso… Le miré bien. ¿Tenía
edad para saberlo?
- Alejandro, vamos a sentarnos un momento
¿vale?
Me miró con desconfianza, pero creo que
pensó que no podía hacer otra cosa que asentir, así que se sentó en su cama y
yo a su lado.
- ¿Esperabas que te castigara por tener
esas revistas? – le pregunté, y él asintió, tímidamente. - ¿Te das cuenta de
que eso significa que no estabas seguro de que debieras tenerlas? – continué,
pero ésta vez no esperé respuesta. – Papá me contó una vez que cuando tenía
dieciséis años le pillaron con una de esas revistas. – le dije, y vi como sus
ojos se abrían. Sí, yo acababa de llamar a Andrew "papá". Alejandro abrió
la boca para decir algo, y luego la cerró. – Nunca os hablo de él, pero
es…nuestro padre…el de todos nosotros…Así que si tienes preguntas sólo
hazlas…El caso es que me dijo que su padre le dio una paliza…Mientras le decía
cosas que me da vergüenza hasta repetir. Te lo puedes imaginar: cierto
fanatismo religioso, y demás. Esta será la primera y única vez que te diga
esto, y quiero que se quede entre nosotros: Andrew era un hijo de puta sin
moral… pero tenía cosas buenas. Y sí, he dicho lo que he dicho, y luego si quieres
vacío mi cartera en el tarro para dar ejemplo.
- ¿A qué te refieres con cosas buenas?
Que me preguntara eso en primer lugar me
hizo ver que una parte de él estaba desesperada por saber cosas de Andrew.
Cosas positivas, a poder ser, porque ya sabía demasiadas negativas.
Lamentablemente, yo no formaba parte del club de fans e Andrew, así que no
podía decirle demasiadas cosas buenas.
- Era un padre de mierda, pero se cortaría
un brazo antes de golpearme. Que sea una mala persona no quiere decir que no tenga
límites. Mi integridad física le preocupaba. Me maltrató de otras maneras, pero
nunca me golpeó, porque a él sí le golpeaban.
- ¿Te maltrató? – me preguntó, sorprendido
y horrorizado.
- No quiero hablar de eso. Lo que quería
decirte es que el padre de Andrew lo intentó todo para que él dejara de tener
esas revistas… pero lo intentó mal. Le reprimía tanto que creo que puede ser
una explicación de por qué ha terminado siendo… un adicto al sexo. Se castigan
las malas intenciones, los actos irresponsables, y las cosas peligrosas. No la
curiosidad y la satisfacción de…ciertas necesidades. Así que hijo, si te veo
con otra revista, te la quitaré, porque no quiero que las tengas ni las
considero buenas para ti, pero no te castigaré. No quiero que lo tomes como una
invitación a tenerlas, porque sepas que no habrá consecuencias, sino que
entiendas que se trata de un acto de confianza hacia ti…de la certeza de que
harás lo correcto. Si quieres saber algo sobre sexo, puedes y debes preguntarme
a mí, antes que acudir a una revista.
- ¿Y tú qué vas a saber?
Seis palabras que hundirían en la miseria a
cualquier hombre. Me sentaron mal por dos motivos: uno porque yo le estaba
hablando con el corazón, abriéndome a él sobre temas muy difíciles para hacer
que entendiera y él a cambio me respondía así. Y dos, porque manifestaban que
mi hijo me consideraba un inútil en esos temas. Algo así como un virgen de
treinta y siete años. Y el jodido tenía más razón que un santo.
- Si miro esas fotos es…para otras cosas…
no porque necesite saber nada – siguió diciendo, como ofendido.
- No pretendía atacar tu hombría. Sólo
intentaba ser amable. Ya supongo que lo de la cigüeña te quedó muy atrás. Pero
si la amabilidad no te va, te lo digo de otra manera: fuera revistas. Eres muy
joven aún. Fin. – dije, y me levanté. Los cambios de humor de Alejandro, de
enfadado a asustado, de asustado a curioso, y de curioso a ofendido, eran
mortales para mi propio estado de ánimo, que no estaba preparado para el veneno
de un adolescente que se creía atacado en su sexualidad.
- Papá – me llamó, cuando ya salía. Por un
segundo sentí que iba a decirme algo al respecto de lo que habíamos hablado,
pero me equivoqué - ¿Quién duerme hoy con Ted?
- Tú, si no te importa. Lo hiciste muy bien
ayer, pero creo que tus hermanos son demasiado pequeños para quedarse solos.
- Todos somos pequeños para todo, por lo
visto – susurró Alejandro, mientras me iba.
Rodé los ojos. Razonar con un adolescente
solía llevarle a la conclusión de que uno era un maniático puntilloso con caprichos
incomprensibles. Y daba igual lo mucho que intentaras explicárselo.
Fui a mi cuarto, para organizar los papeles
que tenía que firmar y llevar a la editorial.
- Kurt´s POV –
Papá estaba tardando mucho y yo llevaba
aburriéndome toda la tarde. Había dicho que vendría a jugar conmigo, pero
seguro que se había olvidado. Seguro. Le fui a buscar a su cuarto, pero no
estaba. Alice vino conmigo, y Hannah también.
- No está aquí – se quejó Hannah. Ella
también se aburría. Por extraño que pudiera parecer, nos habíamos quedado sin
ideas. Es decir, había un montón de cosas que podríamos hacer, pero casi todas
ellas acababan con papá enfadado, y nosotros en la esquina o…o…sobre sus
rodillas. Estábamos intentando portarnos bien, pero ¡era tan aburrido!
Alice caminó hacia la mesa de papá y tocó
unos papeles que tenía ahí encima.
- Si recogemos eso papá no tendrá que
hacerlo y podrá venir a jugar a las princesas – dijo Hannah.
- No vamos a jugar a las princesas – me
negué – Pero es una buena idea.
Hannah y yo empezamos a coger esos papeles
y los tiramos a la basura. Alice se quedó uno porque quería pintar en él. La
dimos un lápiz y se puso a hacer dibujos, mientras Hannah y yo limpiábamos
aquello. Y en dos minutos quedó limpio. Íbamos a ir a buscar a papá para que lo
viera, pero no hizo falta porque vino él….Pero no parecía contento con nuestra
sorpresa.
- Pero…¿qué…? ¿Qué habéis hecho?
- Lo hemos "limpado", papi –
respondió Alice.
- ¡Esos papeles eran muy importantes!
Oh. Oh. Algo me decía que, de alguna forma,
habíamos terminado haciendo una de esas cosas que acababan con papá enfadado.
- Aidan´s POV –
En el lugar donde tenía que estar mi firma
había un monigote dibujado por mi hija más pequeña. Las cartas que había
redactado para una agencia publicitaria estaban en la basura. Las cartas que la
editorial me había enviado a mí no habían seguido un destino mejor. Arreglar
aquello iba a llevarme mucho tiempo, algo de dinero, y varios quebraderos de
cabeza.
Miré a mis tres hijos haciendo un gran
esfuerzo por contener mi enfado.
- Os he dicho muchas veces que no podéis
jugar aquí.
- No estábamos jugando, papi – dijo Kurt,
con aspecto triste.
- Sabéis que no podéis tocar las cosas de
papá.
- Pero…
- Sin peros, Hannah. – dije, y me acerqué a
ella. – Sabes que no hay que desobedecer a papá.
La cogí del brazo y la giré un poquito.
Dejé caer mi mano un par de veces sobre su faldita, si mucha fuerza, pero
tampoco con suavidad.
PLAS PLAS
Se quedó clavada en su sitio, sin hacer ni
decir nada. La observé mirando su reacción, mientras agarraba a Alice y hacía
exactamente lo mismo.
PLAS PLAS
Ella se puso a llorar en el acto, y se
alejó de mí. Yo suspiré.
- Kurt, ven aquí – le llamé, y para mi
sorpresa lo hizo. Le sujeté del brazo e hice lo mismo que con sus hermanas.
PLAS PLAS
Y entonces, de pronto, los tres se
sincronizaron y empezaron a llorar en un coro casi perfecto, como si fueran una
sola voz. Hannah lloraba también, como si hubiera tardado unos segundos en
decidirse a hacerlo. Me agaché y abrí los brazos para abrazar a los tres a la
vez y los tres se apoyaron en mí para llorar con verdadera pena.
- En el cuarto de papá no se juega, peques.
- No estábamos jugando… -lloriqueó Hannah.
La di un beso, pensando que a lo mejor había sido un poco duro: que la pérdida
de esos papeles me causara un gran perjuicio no cambiaba el hecho de que ellos
seguramente no habían pretendido hacerlo con esa intención. Pero lo que sí
sabían es que no debían tocar los papeles…
- … creíamos que si lo recogíamos todo te
pondrías contento y querrías jugar con nosotros. – me dijo Kurt, con la carita
escondida en mi pecho.
Y así es como se estruja el corazón de un
padre. No sólo no tenían intención de causarme problemas, sino que habían
pretendido hacerme un favor. Les estreché con fuerza contra mí.
- Yo siempre voy a querer jugar con
vosotros, pero esos papeles no había que tirarlos. A papá le servían.
- No lo sabía – dijo Hannah.
- Fue sin querer – añadió Kurt.
Alice se limpió los ojitos con la mano.
- Yo te hice un dibujito…
¿Quién necesita pistolas? A mí podían
matarme con frases como esa.
- Ya, bebés, sin llorar. Muchas gracias por
querer ayudarme. Otra vez preguntad primero ¿vale?
Los tres asintieron a la vez y pusieron un
puchero. Le di un beso a cada uno. Miré el montón de papeles rotos y pintados.
Que les dieran…ya me ocuparía de noche, cuando todos estuvieran durmiendo. En
ese momento lo que debía hacer era estar con mis enanos.
- ¿Quién quiere jugar al escondite? –
pregunté.
- ¡Yo! – dijeron tres voces a la vez, y
salieron corriendo. Supuse que eso significaba que la ligaba yo.
ya estoy deseando saber del hermanito de Ted....
ResponderBorrarY Allejandro, tiene todo el derecho de estar enfadado por su sexualidad, jo, ni que Aidan nunca hubiera visto una foto desnuda, demasiado PUNTILLOSO jajajaja
Un besote guapa, y NO TE OLVIDES DEL ARTURO, POR FAVOOOR, NI DE MIS GEMELOS DEMONIOS, HJACE MUCHO QUE NO SE NADA DE ELLOS
El "hermanito" v a dar muchos quebraderos de cabeza y se va a hacer de rogar antes de aparecer.
BorrarJajaja sí que es puntilloso [y véte tú a saber lo que ha visto Aidan ;) ] pero también hay que entenderle, no quiere que le salga como el padre! xD
Y no me olvido, pero tampoco me viene la inspiración...xDDDDDDDD
Yo no creo que Aidan sea puntilloso. Más bien creo que fue demasiado blando.... un niño de 15 años no debe tener esas revistas...
BorrarNi hablarle así a su padre!!!
Pero en serio, una mihita de sentido común... ¿un niño viendo fotos guarras? Mi padre a mi hermano lo mataba se le ve haciendo eso.
Dream, tu historia me gusta mucho. Síguela Porfa!!
Kurt Y los peques son para comérselos
un hermano perdido... estoy en completo shock aaaa que pasara y como sera el encuentro....
ResponderBorrarOtro hermano para TED, como dice el refran eran muchos y de paso pario la ABUELA. Me encanta esta historia ...Saludos
ResponderBorraruhmm ... Otro hermanito!! Wow la famila sigue creciendo. Andrea
ResponderBorrarushhh otro chico, ahora son 13, me compadezco de Adían. Espero la actualización pronto ;)
ResponderBorrarThror