CAPÍTULO 79: PROBLEMAS ECONÓMICOS
Michael no iba a ir a
la cárcel, pero a lo mejor terminaba en el cementerio porque yo le lanzaba por
la ventana. Mi hermano mayor estaba insoportable. La cosa empezó cuando se picó
con papá por ir a casa de Holly. No sé si se sintió celoso, desplazado o
simplemente le apetecía pasar todo su primer día tras el juicio monopolizando a
papá y le enfadó no poder hacerlo. Eso lo entendía, entendía que estuviese
mimoso, aunque él me daría un puñetazo si utilizaba esa palabra delante de él.
Pero era lo que tenía: mimos y papitis, como Hannah después de una pesadilla.
Solo que la pesadilla de Michael había sido real.
Hasta ahí, podía
aguantarlo. A decir verdad, era hasta tierno verle con los brazos cruzados y el
ceño fruncido, aunque fuera una actitud más propia de los enanos. Pero no fue
cosa de solo una noche. Al día siguiente seguía molesto y me parecía que lo
estaba llevando demasiado lejos. Aidan no se había ido a una fiesta, había ido
a buscar al hijo invidente de su novia. Había sido algo incómodo para mí
acompañarle, me había dado mucha vergüenza conocer a parte de la familia de
Holly, pero me alegraba de que todo hubiera salido bien. No sabía por qué se
había escapado ese chico, pero tampoco quise preguntar. A mí no me gustaría que
fueran por ahí contando mis problemas.
Con la llegada del
nuevo día, el enfado de Michael escaló de los refunfuños y los pucheros a las
respuestas cortantes y la huelga de brazos caídos. Era sábado y papá tenía que
hacer la compra de la semana, porque el día anterior había estado ocupado con
el del juicio. Hizo el pedido más grande por internet y luego salió un momento
a comprar fruta y verdura. Cuando nos trajeron la compra, fue el caos de
siempre: decenas de paquetes por el suelo de la cocina, esperando a ser
guardados. Podéis imaginar lo que come una familia de trece por una semana:
cerca de treinta litros de leche, cinco litros de aceite, tres docenas de
huevos (mínimo), etc. Se suponía que mis hermanos y yo teníamos que ayudar a
guardarlo todo. Era tarea expresa de todos los mayores de diez, pero incluso
Kurt y Hannah trataban de ayudar llevando un paquetito de arroz o colocando el
champú en el baño. Pese a su corta
edad, sabían que una familia tan grande solo puede funcionar si todos colaboran
un poco. Pero Michael no estaba por la labor de colaborar ese día. No movió un
solo músculo y lo más frustrante es que papá solo se lo pidió un par de veces y
luego lo dejó estar. Quería evitar
conflictos y además creo que tenía planeado algo para el “día en familia” y no
quería que nada le aguara la fiesta. Y mi hermano se aprovechó de eso para
seguir estirando la cuerda más y más.
- Bueno, ya está
todo, ¿no? - dijo papá, colocando el último paquete en la despensa. - Qué buen
equipo formamos.
- Sí, sobre todo
cuando el lastre se queda en el banquillo – replicó Alejandro, mirando a
Michael con los ojos entrecerrados por si acaso no se había dado por aludido.
- Nadie es un lastre
– apaciguó papá.
- No, solo es un vago
– protestó Harry. - Se supone que todos tenemos que ayudar.
- Que venga “esa” a
guardar la compra – repuso Michael en tono burlón. - ¿No que os ayudáis en
todo?
- “Esa” tiene nombre.
Y no tiene por qué guardar nuestra compra, ya que no vive aquí, ¿no?
- ¡De momento!
- ¿Ese es el problema?
¿No te gusta que esté saliendo con Holly y que las cosas vayan bien? - preguntó
papá. - No va a venir a vivir aquí, Michael. Ni siquiera hay planes de nada
parecido todavía.
- ¡Todavía! - bufó.
- ¡No! Quiero decir
que... - de pronto papá se puso nervioso como un quinceañero que acaba de
admitir lo mucho que le gusta una chica. - Con Holly vamos paso a paso....
- Sí, y se ve que ya
estáis en el paso de abandonar a tus hijos para ir a verla.
- Eh, alto ahí -
frenó papá, por fin serio. - Eso no ha sido nada justo, ¿me oyes? No he
abandonado a nadie. Ayer salí solo un rato porque Holly tenía un problema
urgente. Pero tampoco tengo que pedirte permiso a ti para ir a verla. Sé que
fue un día muy difícil y por eso paso por alto los celos y un poco de rebeldía;
mi único objetivo ahora es consentirte y celebrar contigo que todo ha salido
bien. Pero no voy a dejar que hagas el juego de la culpabilidad conmigo, porque
no hice nada malo.
Mis hermanos
observaron la discusión con mucha atención y yo mismo no podía apartar la vista
y el oído. Me estaba dando cuenta de que Holly se había convertido en alguien
importante para papá. Lo bastante importante como para que “peleara” por ella,
defendiendo su relación de aquellos que se opusieran.
“Me estoy haciendo
ilusiones y están quedando preciosas” pensé. La noche anterior no había
sido la indicada para hablar con ella, pero aún así me reproché el no haberle
dicho algo. Un “cómo estás”, “cómo va todo”, “por favor cásate con mi padre,
hazle feliz y sé la madre que mis hermanitos necesitan”.
- Entonces, ¿qué?
¿Vas a pasar tiempo con ella a costa de robárselo a tus hijos? - continuó
Michael y en ese momento le habría puesto cinta adhesiva en la boca para que se
callara.
- Michael, ni
siquiera tengo un trabajo de oficina. Tengo la suerte de pasarme todo el día en
casa. Tú aún no has presenciado cómo es cuando empiezo un libro nuevo, pero
intento escribir por las noches para seguir teniendo el día libre. Me dedico
total y exclusivamente a mis hijos y me siento feliz de poder hacerlo y
afortunado, porque otros padres no pueden pasar tanto tiempo con los suyos –
dijo papá. - Así que, cariño, tus reclamos son absurdos. Tan solo estoy tomando
un poquititito de tiempo para mí, y me cuesta hacerlo, pero creo que es algo a
lo que tengo derecho.
- Claro que sí – intervine yo. - Es más, deberíais veros más a menudo. Queda hoy con ella – sugerí.
Papá me sonrió.
- Claro que sí – intervine yo. - Es más, deberíais veros más a menudo. Queda hoy con ella – sugerí.
Papá me sonrió.
- Holly también tiene
una vida complicada, canijo. Pero gracias por tu apoyo.
- Ella te hace feliz,
¿no? - preguntó Harry.
Papá le miró,
sorprendido.
- Sí, campeón. Mucho.
- Bueno. Entonces con
eso vale.
No fue la forma más
entusiasta de respaldar la decisión de papá, pero a él pareció bastarle, porque
sonrió plenamente. El resto de mis hermanos manifestó su acuerdo con
asentimientos o frases cortas y así comprobé que ellos también se habían fijado
en cómo sonreía papá cuando hablaba de ella o recibía una llamada suya. Algunos
de ellos seguían algo reticentes ante la idea, pero nadie se oponía
abiertamente... salvo Michael.
- ¿Qué bicho os ha
picado a todos? Ha estado toda su vida sin novia, no sé a qué viene...
- También hemos
estado toda la vida sin ti, por esa regla de tres – replicó Alejandro.
Auch.
Michael guardó
silencio, dolido por aquel golpe bajo.
- Mike siempre ha
formado parte de esta familia, solo que no lo sabíamos – declaró papá. - Tú
viniste para completarnos, campeón. Y tienes razón, nunca he tenido novia y no
esperaba tenerla. Pero las cosas se dieron así. ¿Por qué te molesta tanto?
Mi hermano no
respondió y apartó la mirada. Empecé a intuir que había algo más que celos ahí
y papá tuvo esa impresión también.
- AIDAN'S POV -
No esperaba que una
tarea sencilla como guardar la compra terminase con mis hijos exteriorizando su
aprobación de mi relación con Holly, pero fue un momento muy bonito, eclipsado
únicamente porque Michael no participaba del estado de ánimo general. Algo le
pasaba a mi chico, algo más que el enfado de un adolescente celoso. Me las
apañé para quedarme a solas con él, dispuesto a llegar al fondo del asunto.
- A ver, canijo. ¿Me
explicas cuál es el verdadero problema? Holly no te cae demasiado bien, lo he
pillado. Pero tampoco la odias, ¿no?
- No, no la odio – admitió. - No me ha hecho nada.
- ¿Y sí entiendes que quiera tener una relación con una persona que me gusta y que creo que puede ser buena para mí y para vosotros? Si no creyera esta última parte, ni me molestaría en intentarlo – le aseguré.
- No, no la odio – admitió. - No me ha hecho nada.
- ¿Y sí entiendes que quiera tener una relación con una persona que me gusta y que creo que puede ser buena para mí y para vosotros? Si no creyera esta última parte, ni me molestaría en intentarlo – le aseguré.
- Lo entiendo... -
susurró.
- Entonces, ¿qué es?
Vamos, campeón. Puedes decírmelo.
Michael se miró las
manos como si hubiera algo muy interesante en ellas y luego suspiró.
- Ahora ya soy libre.
Soy un chico de dieciocho años, libre y, si Eliah tiene razón, puede que hasta
me paguen algún tipo de compensación económica tras el juicio de Greyson. Y tú
puedes adoptar a tus hermanos, o primos, me da igual: puedes adoptar a tus
hijos. Y no solo eso, sino que te estás enamorando de Holly. Yo diría que estás
hasta las trancas ya. Una cosa llevará a la otra, e igual os casáis y terminas
adoptando a sus hijos también – dijo Michael. Todo lo que decía sonaba
estupendamente, pero sabía que su punto no era ese. - Sería lógico si te lo
replanteas y ya no me quieres adoptar a mí.
- A ver si lo he entendido. ¿Estás de morros porque crees que como ya no vas a ir a la cárcel voy a cambiar de idea con lo de adoptarte? - planteé, a ver si al escucharlo en boca de alguien más se daba cuenta de los absurdo que era.
- A ver si lo he entendido. ¿Estás de morros porque crees que como ya no vas a ir a la cárcel voy a cambiar de idea con lo de adoptarte? - planteé, a ver si al escucharlo en boca de alguien más se daba cuenta de los absurdo que era.
- No tienes por qué
hacerlo. No hay ninguna necesidad y ya tienes tu propia familia. Escucha, no es
como al principio, ya sé que no me vas a echar de aquí y que siempre voy a ser
el hermano de Ted y eso nos va a unir...
- Eres más que el
hermano de Ted. Eres el de Alejandro, el de Harry, el de Zach, el de Barie, el
de Madie, el de Cole, el de Dylan, el de Kurt, el de Hannah y el de Alice. Eres
mi hijo. Empezaste a llamarme papá. Eso no es reversible.
- Sé que... Estoy
casi seguro de que seguirás preocupándote por mí, pero no tienes por qué verme
como a un hijo, realmente no. Soy algo así como tu primo segundo... Tu primo
segundo sin familia al que has decidido acoger. Y encima he sido yo el que ha
estado retrasando lo de la adopción, quiero hablar con mi padre primero,
pero... sí que quiero que me adoptes... si quiero ser tu hijo – confesó.
Mi niño. Le abracé y
acaricié su cabeza.
- Ya lo eres. Para mí
siempre lo has sido y nunca ha habido ninguna duda – le aseguré. - No se trata
de que tenga o no tenga que verte como a un hijo, campeón, se trata de que lo
hago. Aunque no tuvieras relación sanguínea con Ted, llevo tres meses
conociéndote, enamorándome de ti. Ya podría adoptar a cien personas, que eso no
cambiaría, ¿me escuchas? Y no sé qué
cambiar exactamente que seas libre y te vayan a pagar.
- Pues... que podré
valerme por mí mismo. Creo. La verdad, no tengo muy claro que me vayan a dar ni
un dólar...
- Michael, ser padre
es mucho más que mantener a los hijos. ¿Acaso crees que Ted dejará de ser mi
hijo cuando tenga una familia propia?
- No...
- Pues tú lo mismo,
¿comprendes? No hay ninguna diferencia. Solo años que recuperar.
Alcé su barbilla para que me mirara a los ojos y se diera cuenta de que estaba hablando totalmente en serio y siendo completamente sincero.
- Siempre serás mi niño – insistí. - En días como hoy, mi niño berrinchudo e inseguro al que a veces no sé si darle un abrazo o un azote.
- Ante la duda, siempre el abrazo – susurró y me tuve que reír.
- Te quiero mucho, Michael. Y esta es la cosa: no te quiero como a un primo segundo ni como al hermano de mi hermano. Te quiero como a mi hijo. Y tampoco te dejo estar en casa porque no tengas otro sitio a donde ir. Estás aquí porque esta es tu casa y siempre será tu casa mientras en ella viva tu familia.
Lentamente, Michael me dedicó una de sus sonrisas irresistibles. Algún día alguna mujer caería rendida a esos ojos azules y a esa sonrisa arrebatadora. Le sonreí de vuelta y le apreté el brazo cariñosamente.
Alcé su barbilla para que me mirara a los ojos y se diera cuenta de que estaba hablando totalmente en serio y siendo completamente sincero.
- Siempre serás mi niño – insistí. - En días como hoy, mi niño berrinchudo e inseguro al que a veces no sé si darle un abrazo o un azote.
- Ante la duda, siempre el abrazo – susurró y me tuve que reír.
- Te quiero mucho, Michael. Y esta es la cosa: no te quiero como a un primo segundo ni como al hermano de mi hermano. Te quiero como a mi hijo. Y tampoco te dejo estar en casa porque no tengas otro sitio a donde ir. Estás aquí porque esta es tu casa y siempre será tu casa mientras en ella viva tu familia.
Lentamente, Michael me dedicó una de sus sonrisas irresistibles. Algún día alguna mujer caería rendida a esos ojos azules y a esa sonrisa arrebatadora. Le sonreí de vuelta y le apreté el brazo cariñosamente.
- Ahora, tus
vacaciones han terminado, señorito. Ya te has escaqueado de la compra, pero
tenemos que limpiar esta casa antes de que parezca un estercolero. Cuando antes
terminemos, antes podremos ir a... - me
callé.
- ¿Ir a dónde? ¿Qué planeas para hoy? - preguntó. Me derretí con ese pequeño brillo de ilusión infantil que no pudo contener. Alguien le había robado la infancia a ese chico, pero aún podía hacer feliz a su niño interior.
- Ah, es una sorpresa.
- No seas así, dímelo.
- Solo diré que ayer os pateé con los videojuegos y hoy os voy a patear en otras cosas.
- ¡Ja! ¡Que te lo has creído! - replicó. - El problema fue que hice equipo con Ted. Me juntaré con Alejandro y verás cómo te ganamos.
- ¿Ir a dónde? ¿Qué planeas para hoy? - preguntó. Me derretí con ese pequeño brillo de ilusión infantil que no pudo contener. Alguien le había robado la infancia a ese chico, pero aún podía hacer feliz a su niño interior.
- Ah, es una sorpresa.
- No seas así, dímelo.
- Solo diré que ayer os pateé con los videojuegos y hoy os voy a patear en otras cosas.
- ¡Ja! ¡Que te lo has creído! - replicó. - El problema fue que hice equipo con Ted. Me juntaré con Alejandro y verás cómo te ganamos.
- Ahora que le
mencionas, no te tomes en serio lo que te dijo, ¿vale?
- ¿La parte del
lastre o la de que habéis estado toda una vida sin mí, así que soy
prescindible? - preguntó, como si nada.
- No pretendía decir
eso – le garanticé.
- Ya lo sé. Alejandro
es como yo, piensa después de hablar. Lo puedes ver por la forma en la que abre
los ojos justo después, como si sus propias palabras le sorprendieran – me
dijo.
- Eres muy observador, ¿sabías?
- Soy falsificador. Va en el trabajo.
- Eras – le corregí.
Pensaba ocuparme personalmente de que encontrara una nueva vocación, pero eso sería después del fin de semana, cuando empezara a prepararle para incorporarse al colegio al próximo año.
Le pedí a Michael que fuera a recoger su cuarto. Mientras ellos hacían sus habitaciones, yo limpiaría los baños y pasaría la aspiradora por el salón, pero primero, y dado que Michael había entrado un momento al servicio, subí a hablar con Alejandro. Le encontré metiendo su ropa en el armario, a toda prisa y arrebujada en lugar de doblada. Alcé una ceja y saqué una camiseta con más arrugas que un octogenario.
- Eres muy observador, ¿sabías?
- Soy falsificador. Va en el trabajo.
- Eras – le corregí.
Pensaba ocuparme personalmente de que encontrara una nueva vocación, pero eso sería después del fin de semana, cuando empezara a prepararle para incorporarse al colegio al próximo año.
Le pedí a Michael que fuera a recoger su cuarto. Mientras ellos hacían sus habitaciones, yo limpiaría los baños y pasaría la aspiradora por el salón, pero primero, y dado que Michael había entrado un momento al servicio, subí a hablar con Alejandro. Le encontré metiendo su ropa en el armario, a toda prisa y arrebujada en lugar de doblada. Alcé una ceja y saqué una camiseta con más arrugas que un octogenario.
- Vale que no me
guste planchar, pero estoy seguro de que tampoco te dejo la ropa así después de
lavarla – le dije.
Él gruñó y sacó la ropa para doblarla decentemente. Le eché una mano y así de paso hice inventario de lo que tenía y lo que le faltaba. Le vendrían bien otro par de pantalones. Mucha de la ropa que tenían mis hijos era heredada, pero en algún punto, cuando pude permitírmelo, me esforcé por comprarles sus propias cosas. Eran muy diferentes y con gustos distintos a la hora de vestir. Ted usaba básicamente camisetas estampadas y vaqueros, en colores azules y claros. A Alejandro le gustaba más el color negro, sobre todo en los pantalones y las camisetas lisas o incluso la típica camisa de estilo leñador. Harry y Zach sí que solían intercambiar su ropa, y tenían cosas que habían sido de Ted y Alejandro, pero también las suyas propias. Barie y Madie aún no tenían un estilo muy definido. Había veces que vestían muy parecido y otras en las que eran radicalmente opuestas. La ropa les ayudaba a definir su personalidad y además yo no sé cómo hacían las empresas textiles que las prendas cada vez duraban menos y se rompían con suma facilidad o se formaban pelusas en los jerseys y otras cosas de lana. Alejandro prácticamente saltó de felicidad cuando, a los nueve años, le llevé a un centro comercial y le dije que iba a comprarle ropa nueva, solo para él, que no había pertenecido previamente a su hermano. Los primeros días quitaba cada arruga y ponía mucho cuidado de no manchársela al comer. Sabía apreciar las cosas materiales, porque no siempre las había podido tener. Había sido muy tierno verle tratar con tanto mimo algo que otras personas dan por sentado.
Él gruñó y sacó la ropa para doblarla decentemente. Le eché una mano y así de paso hice inventario de lo que tenía y lo que le faltaba. Le vendrían bien otro par de pantalones. Mucha de la ropa que tenían mis hijos era heredada, pero en algún punto, cuando pude permitírmelo, me esforcé por comprarles sus propias cosas. Eran muy diferentes y con gustos distintos a la hora de vestir. Ted usaba básicamente camisetas estampadas y vaqueros, en colores azules y claros. A Alejandro le gustaba más el color negro, sobre todo en los pantalones y las camisetas lisas o incluso la típica camisa de estilo leñador. Harry y Zach sí que solían intercambiar su ropa, y tenían cosas que habían sido de Ted y Alejandro, pero también las suyas propias. Barie y Madie aún no tenían un estilo muy definido. Había veces que vestían muy parecido y otras en las que eran radicalmente opuestas. La ropa les ayudaba a definir su personalidad y además yo no sé cómo hacían las empresas textiles que las prendas cada vez duraban menos y se rompían con suma facilidad o se formaban pelusas en los jerseys y otras cosas de lana. Alejandro prácticamente saltó de felicidad cuando, a los nueve años, le llevé a un centro comercial y le dije que iba a comprarle ropa nueva, solo para él, que no había pertenecido previamente a su hermano. Los primeros días quitaba cada arruga y ponía mucho cuidado de no manchársela al comer. Sabía apreciar las cosas materiales, porque no siempre las había podido tener. Había sido muy tierno verle tratar con tanto mimo algo que otras personas dan por sentado.
Pensé en compartir el
recuerdo con él, pero ya me había dado cuenta de que a Alejandro no le gustaba
mucho que le contara cosas que había hecho de pequeño. Creo que sentía que le
comparaba con su versión infantil, como si al crecer se hubiera llenado de
defectos. Mi hijo podía ser difícil a veces, pero no era un mal muchacho. Solo
un poquito impulsivo y bocazas... Ese era, en realidad, el motivo por el que
había subido a verle.
- Jandro, tienes que
medir más lo que dices. La mayoría de las veces no buscas hacer daño y solo
eres sarcástico, creéme que te entiendo: en eso te pareces a mí. Pero en
ocasiones dices cosas que son innecesariamente crueles. Está bien que seas un
poco respondón... - le dije y su mirada
escéptica me obligó a añadir: - Sí, me has oído bien. Va en tu carácter,
campeón. Tienes que ver con quién y cómo lo usas, pero no está mal que tengas
una mente rápida y aguda, es un signo de inteligencia – le expliqué. - Sin
embargo, a veces puedes ser ofensivo y no me refiero a cuando te pasas de listo
conmigo, sino a ciertos comentarios con tus hermanos que pueden dar en puntos
sensibles. Como hace un rato con Michael.
- ¿Se molestó?
- No, porque sabe que no tenías mala intención. Pero ten más cuidado, ¿vale?
- Está bien – respondió, terminando de colgar una camisa en una percha.
- Ese es mi campéon. ¿Dónde están tus hermanos? - le pregunté, refiriéndome a Ted y a Cole. - ¿Escaqueándose?
- Ted escaqueándose, buena esa. El enano no encuentra un libro. No sabe dónde lo dejó y lo están buscando.
- Creo que está en mi cuarto.
- Oye, como le sigas comprando libros no vamos a caber en la habitación – me dijo.
- Le diré que guarde algunos en mi estantería – respondí, sonriendo. Me alegré no solo porque mi enano leyera mucho y eso fuera algo bueno, sino porque podía permitirme comprarle cuantos libros quisiera. Para una persona que se había visto obligada a recurrir a la caridad, tener el dinero que yo había ganado gracias a mis novelas y en especial a la última, que prácticamente me había hecho rico, era un regalo inesperado. No había hecho cambios significativos en mi forma de administrar el dinero porque todavía no lo había asimilado y porque aún no había cobrado la totalidad de lo que me correspondía.
Cuando la casa estuvo aceptablemente recogida –todo lo limpio y ordenado que podía estar cualquier hogar con doce hijos– les reuní a todos en el salón. Llevábamos una racha de dos semanas en la que, por la necesidad de preparar el juicio de Michael o los nervios de su cercanía, los “sábados en familia” se reducían a ver una película juntos por la noche. Pero la idea inicial cuando instauré esa tradición era pasar más tiempo juntos, medio día o incluso el día entero. Se trataba de hacer algo especial, desde ir al zoo a hacer una gymkana en el jardín, en función del dinero disponible.
- ¿Se molestó?
- No, porque sabe que no tenías mala intención. Pero ten más cuidado, ¿vale?
- Está bien – respondió, terminando de colgar una camisa en una percha.
- Ese es mi campéon. ¿Dónde están tus hermanos? - le pregunté, refiriéndome a Ted y a Cole. - ¿Escaqueándose?
- Ted escaqueándose, buena esa. El enano no encuentra un libro. No sabe dónde lo dejó y lo están buscando.
- Creo que está en mi cuarto.
- Oye, como le sigas comprando libros no vamos a caber en la habitación – me dijo.
- Le diré que guarde algunos en mi estantería – respondí, sonriendo. Me alegré no solo porque mi enano leyera mucho y eso fuera algo bueno, sino porque podía permitirme comprarle cuantos libros quisiera. Para una persona que se había visto obligada a recurrir a la caridad, tener el dinero que yo había ganado gracias a mis novelas y en especial a la última, que prácticamente me había hecho rico, era un regalo inesperado. No había hecho cambios significativos en mi forma de administrar el dinero porque todavía no lo había asimilado y porque aún no había cobrado la totalidad de lo que me correspondía.
Cuando la casa estuvo aceptablemente recogida –todo lo limpio y ordenado que podía estar cualquier hogar con doce hijos– les reuní a todos en el salón. Llevábamos una racha de dos semanas en la que, por la necesidad de preparar el juicio de Michael o los nervios de su cercanía, los “sábados en familia” se reducían a ver una película juntos por la noche. Pero la idea inicial cuando instauré esa tradición era pasar más tiempo juntos, medio día o incluso el día entero. Se trataba de hacer algo especial, desde ir al zoo a hacer una gymkana en el jardín, en función del dinero disponible.
Mis niños sospechaban
acertadamente que aquel sábado iba a ser un día en familia en condiciones,
porque además teníamos que celebrar la absolución de Michael. Así que el
ambiente general era de excitación.
- Venga, pa, suéltalo ya. ¿Qué haremos hoy? - me preguntó Ted, aniñando la voz. Me quedaron dudas de si ese tono fue una broma o le salió sin querer, pero sonó adorable.
- Vamos a ir a los recreativos – anuncié al final y Zach dio un pequeño saltito. Se enamoró de ese lugar cuando fue con sus amigos y estaba deseando que fuéramos todos juntos. - Estas son las reglas. Comeremos allí y después de comer jugaremos con las máquinas. Los mayores de once, tendrán diez dólares cada uno y los menores tendrán veinte. A las seis, propongo que hagamos un torneo de bolos y sobre las ocho nos volvemos a casa.
- Eh, un momento, ¿por qué los peques tendrán más? - protestó Alejandro.
- Porque ellos no tienen paga, canijo.
- Con diez te sobra, Jandro – le apaciguó Zach. - Cada juego vale de dos a cinco dólares, así que tienes para dos juegos mínimo y cinco máximo, pero se juega en grupo y solo tiene que pagar uno, así que podemos echar muchas partidas entre todos.
- El enano lo tiene todo calculado – se rió Michael.
- Papi, yo no he entendido a donde vamos – dijo Hannah.
- Vamos a un sitio que tiene muchos juegos diferentes, cariño, y una bolera y una piscina de bolas.
Mis tres hijos se miraron entre sí con caritas de asombro y luego aplaudieron. Pero qué fácil era hacerles felices.
- Venga, pa, suéltalo ya. ¿Qué haremos hoy? - me preguntó Ted, aniñando la voz. Me quedaron dudas de si ese tono fue una broma o le salió sin querer, pero sonó adorable.
- Vamos a ir a los recreativos – anuncié al final y Zach dio un pequeño saltito. Se enamoró de ese lugar cuando fue con sus amigos y estaba deseando que fuéramos todos juntos. - Estas son las reglas. Comeremos allí y después de comer jugaremos con las máquinas. Los mayores de once, tendrán diez dólares cada uno y los menores tendrán veinte. A las seis, propongo que hagamos un torneo de bolos y sobre las ocho nos volvemos a casa.
- Eh, un momento, ¿por qué los peques tendrán más? - protestó Alejandro.
- Porque ellos no tienen paga, canijo.
- Con diez te sobra, Jandro – le apaciguó Zach. - Cada juego vale de dos a cinco dólares, así que tienes para dos juegos mínimo y cinco máximo, pero se juega en grupo y solo tiene que pagar uno, así que podemos echar muchas partidas entre todos.
- El enano lo tiene todo calculado – se rió Michael.
- Papi, yo no he entendido a donde vamos – dijo Hannah.
- Vamos a un sitio que tiene muchos juegos diferentes, cariño, y una bolera y una piscina de bolas.
Mis tres hijos se miraron entre sí con caritas de asombro y luego aplaudieron. Pero qué fácil era hacerles felices.
Ted se me acercó
mientras los demás se preparaban para irnos.
- Siete por diez, setenta. Cinco por veinte, cien. Ciento setenta, más el dinero de la comida, más alguna bebida si nos da sed por la tarde, más lo que cueste la bolera - enumeró. - Yo calculo entre trescientos y trescientos cincuenta dólares.
- Me alegra que tantos años de escolarización hayan servido para que sepas sumar y multiplicar – respondí, pero él no se dejó distraer por mi sarcasmo y me lanzó una mirada asesina. - Vamos, Ted. Salir a cualquier sitio los trece es caro. Pero está presupuestado.
- Todavía no ha pasado un mes desde Navidad.
- ¡Vaya, sabes leer el calendario también! - exclamé, haciéndome el sorprendido y el soltó un bufido. - Venga, no te piques. Hace años que eso dejó de ser un problema. Gastamos mucho, sí, pero gano mucho también. Deja que de estas cosas me preocupe yo, ¿mm? Tú solo disfruta de tener un padre consentidor. Aunque esto no es un capricho. Es tiempo con mis hijos, que luego van diciendo por ahí que les abandono por mi novia.
- Algún día podríamos quedar todos. Ya sabes, en un sitio así – me sugirió. Me pilló desprevenido, pero la idea no me sonó mal del todo. Sería una locura, desde luego. Pero también era tentador... Ted dejó que la idea se fuera introduciendo en mi mente y luego volvió a la carga con su batalla inicial. - Sé que ahora tienes dinero suficiente, pero me sigue resultando extraño – confesó. - Antes de que naciera Cole, con lo que te vas a gastar hoy teníamos que vivir los siete durante dos semanas.
- Siete por diez, setenta. Cinco por veinte, cien. Ciento setenta, más el dinero de la comida, más alguna bebida si nos da sed por la tarde, más lo que cueste la bolera - enumeró. - Yo calculo entre trescientos y trescientos cincuenta dólares.
- Me alegra que tantos años de escolarización hayan servido para que sepas sumar y multiplicar – respondí, pero él no se dejó distraer por mi sarcasmo y me lanzó una mirada asesina. - Vamos, Ted. Salir a cualquier sitio los trece es caro. Pero está presupuestado.
- Todavía no ha pasado un mes desde Navidad.
- ¡Vaya, sabes leer el calendario también! - exclamé, haciéndome el sorprendido y el soltó un bufido. - Venga, no te piques. Hace años que eso dejó de ser un problema. Gastamos mucho, sí, pero gano mucho también. Deja que de estas cosas me preocupe yo, ¿mm? Tú solo disfruta de tener un padre consentidor. Aunque esto no es un capricho. Es tiempo con mis hijos, que luego van diciendo por ahí que les abandono por mi novia.
- Algún día podríamos quedar todos. Ya sabes, en un sitio así – me sugirió. Me pilló desprevenido, pero la idea no me sonó mal del todo. Sería una locura, desde luego. Pero también era tentador... Ted dejó que la idea se fuera introduciendo en mi mente y luego volvió a la carga con su batalla inicial. - Sé que ahora tienes dinero suficiente, pero me sigue resultando extraño – confesó. - Antes de que naciera Cole, con lo que te vas a gastar hoy teníamos que vivir los siete durante dos semanas.
Le acaricié el pelo.
- ¿Cómo sabes eso? Eras muy pequeño.
- Lo dijiste en una entrevista una vez.
- Voy a tener que empezar a repasar todas las entrevistas, porque Holly se lo sabe todo y puede haber cosas muy embarazosas ahí.
Ted se rió enérgicamente y se fue a meterle prisa a los enanos.
No quería comer en
ningún sitio de comida rápida porque el día anterior habíamos tomado pizza y
sabía que mis hijos necesitaban algo más sano y nutritivo, pero realmente las
cadenas de comida rápida son los únicos restaurantes en los que más o menos
puedes comer con niños pequeños. Digo más o menos porque siempre hay algún
accidente. Ese día, Hannah se tiró su refresco encima y eso la tuvo llorando
unos dos minutos, hasta que Ted llegó con un vaso nuevo.
Harry le robó una
patata a Madie y ella le lanzó una servilleta arrugada. Harry manchó la suya en
kétchup para devolverle un proyectil “con premio”, pero no llegó a arrojarla.
Bastó una mirada para que cortaran la pelea antes de que escalara a nada serio.
Era como un superpoder que no era consciente de haber adquirido, el hacer que
dejaran de hacer el cafre con solo mirar en su dirección.
Cuando terminamos de
comer, los mayores salieron corriendo en estampida, ya que la sala de los
recreativos estaba anexa al lugar en el que habíamos comido. Los gemelos
salieron corriendo hacia la mesa de aire, Michael y Ted hacia un juego de
canastas, pero Alejandro me sorprendió cuando fue con Madie a la máquina de
baile. Me pareció un gran gesto hacia su hermanita, pero luego le vi sonreír y
ya no tuve tan claro de quién había sido la idea. Kurt y Cole tiraron de mí
para que me diera prisa y apenas me dejaron recoger la bandeja.
Sonreí. Todos estaban
sobrexcitados e hiperactivos. Alice, Hannah y Kurt quisieron ir a la piscina de
bolas y Cole y Dylan jugaron a “dale al topo”. Yo me quedé cerca de los peques,
pero también podía ver a los mayores. Barie vino a buscarme para que la ayudara
a atrapar un peluche de la máquina que tenía una grúa con un gancho al final.
- Ah, princesa, pero lo divertido está en que trates de atraparlo tú.
- Pero a mí se me da muy mal. Quiero el perrito de ojos azules, anda papi, ¿sí? Porfa.
Me reí. Si me lo pedía así no me podía negar.
- Mira que estas cosas son difíciles. Lo voy a intentar, pero no sé si podré... - le advertí.
La dichosa maquinita te daba dos minutos para conseguirlo. Cuando estábamos en los últimos diez segundos, conseguí atrapar el peluche que quería mi hija. Dio un saltito, un aplauso y se colgó de mi cuello.
- Papi, ¿puedo venir aquí con Mark otro día?
- Sí, cariño. Pero solo yo puedo atraparte peluches, ¿eh? - bromeé.
- Celosón – me acusó, me dio un beso y se fue a enseñarle a Madie lo que había atrapado.
Todo estaba saliendo a la perfección. Todos parecían estar pasando un buen rato. Kurt quiso jugar conmigo al futbolín y me ganó las tres veces; dos porque me dejé y la tercera porque Ted vino a ayudarle. Jugué entonces contra él y no mostré ninguna piedad. Quedamos empatados.
En un determinado momento, acompañé a Cole a cambiar los tickets que había conseguido por un premio y fue entonces cuando se desató el conflicto.
- Ah, princesa, pero lo divertido está en que trates de atraparlo tú.
- Pero a mí se me da muy mal. Quiero el perrito de ojos azules, anda papi, ¿sí? Porfa.
Me reí. Si me lo pedía así no me podía negar.
- Mira que estas cosas son difíciles. Lo voy a intentar, pero no sé si podré... - le advertí.
La dichosa maquinita te daba dos minutos para conseguirlo. Cuando estábamos en los últimos diez segundos, conseguí atrapar el peluche que quería mi hija. Dio un saltito, un aplauso y se colgó de mi cuello.
- Papi, ¿puedo venir aquí con Mark otro día?
- Sí, cariño. Pero solo yo puedo atraparte peluches, ¿eh? - bromeé.
- Celosón – me acusó, me dio un beso y se fue a enseñarle a Madie lo que había atrapado.
Todo estaba saliendo a la perfección. Todos parecían estar pasando un buen rato. Kurt quiso jugar conmigo al futbolín y me ganó las tres veces; dos porque me dejé y la tercera porque Ted vino a ayudarle. Jugué entonces contra él y no mostré ninguna piedad. Quedamos empatados.
En un determinado momento, acompañé a Cole a cambiar los tickets que había conseguido por un premio y fue entonces cuando se desató el conflicto.
- ZACHARY'S POV -
Michael nos estaba enseñando a jugar al billar. Quisimos saber dónde había aprendido y al principio no quería contárnoslo, pero luego nos dijo que en uno de los primeros reformatorios en los que había estado había una sala común con una mesa de billar. Era bastante bueno, pero entre Alejandro, Harry y yo decidimos que al menos uno de los tres tenía que vencerle. Yo estuve cerca, pero era imposible. De todas formas, no era un juego muy entretenido, se me hacía muy repetitivo. Prefería probar suerte con la máquina de los aros: tenías que meterlos por unos conos electrónicos que estaban a distintas distancias.
Metí la mano en el
bolsillo para sacar parte del dinero que me había dado papá, pero no lo
encontré. Rebusqué bien, pero en mis pantalones no había más que un chicle.
Empecé a preguntar a mis hermanos, pero nadie sabía nada. Ted me dijo que
debería haberlo guardado en la cartera, que ahí estaba más seguro. Yo sabía que
tenía razón, pero no me apetecía escucharlo en ese momento.
- ¿Qué pasa, chicos? ¿Ya habéis jugado a todo? - preguntó papá, desde el mostrador. Estaba con Cole, canejando sus tickets.
- ¡No encuentro mi dinero! - me quejé. - ¡Me sobraban cinco dólares!
- ¿Has mirado bien?
- Sí, no están.
- Se te habrán caído – sugirió Harry.
Una repentina sospecha se instaló en mi cerebro.
- O los has cogido tú. No sería la primera vez que haces algo así – repuse, recordando cuando, meses atrás, cogió el dinero de papá y encima me acusó a mí de haberlo hecho.
Harry puso tal expresión de dolor que me quedó claro que él no había sido, pero ya era tarde.
Papá, que nos había escuchado, se acercó a mí y me miró muy serio, demasiado serio.
- No está bien echar en cara los errores del pasado – me dijo. - Le debes una disculpa a tu hermano.
- Perdona, Harry...
- No, no te perdono. Yo no he sido, idiota. Todavía tengo el mío. Pero Alejandro se quejó de que diez dólares le parecían pocos.
- ¿Qué estás insinuando, imbécil? - exclamó Jandro. - ¿Que yo lo cogí? El que tiene antecedentes de ladrón es Michael.
- ¿Y a mí por qué me metes? Créeme que si te cojo algo del bolsillo ni siquiera te enterarías.
- ¡Eso estoy diciendo precisamente! - replicó Alejandro. - ¡Para mí que habéis sido Harry o tú!
- ¡QUE YO NO HE SIDO! - gritó Harry.
Le dio un empujón a Jandro, Jandro se lo devolvió y Michael salió en defensa de Harry o de sí mismo, no lo tuve claro:
- ¡Idiota!
- ¡Imbécil!
- ¡Capullo!
Empezaron a gritarse insultos a tres bandas y de pronto Harry se volvió contra mí, empujándome también.
- ¡Todo esto es culpa tuya!
- ¡Alguien cogió mi dinero! - repliqué.
Los demás clientes del lugar nos estaban mirando. Papá nos gritó que paráramos, pero ninguno estaba en un estado adecuado para escucharle. Los cuatro estábamos muy tensos y en cualquier momento la situación iba a estallar.
- ¡Mira, Zach! ¡Están aquí! - gritó Kurt, desde debajo de la mesa de billar.
Observé a mi hermanito horrorizado. Tenía un billete de cinco dólares en la mano. Debía de habérseme caído antes. Mis ojos fueron desde el billete hacia Harry. Le había acusado en falso y yo sabía cuánto dolía eso. Antes de poder decirle nada, Harry me dio un puñetazo.
- ¡Te dije que no fui yo, estúpido!
Me enfadé y le devolví el golpe, pero Alejandro me interceptó y me zarandeó.
- Te lo merecías, así que ni le toques. No se llama ladrón a la gente.
- ¿Pero te acabas de escuchar? - le increpó Michael. - ¡Tú has hecho lo mismo conmigo, pedazo de hipócrita!
Alejandro y Michael empezaron a tener su propia pelea paralela, mientras que Harry volvió a lanzarse a por mí y yo a por él. Noté las manos de papá intentando separarnos, pero entonces Michael terminó empotrado contra la mesa de billar y una de las bolas se cayó al suelo... justo encima del piececito de Alice. El llanto de mi hermana fue lo que nos hizo parar a los cuatro. Papá fue corriendo a consolarla y a comprobar que no se hubiera hecho nada importante.
- ¿Qué pasa, chicos? ¿Ya habéis jugado a todo? - preguntó papá, desde el mostrador. Estaba con Cole, canejando sus tickets.
- ¡No encuentro mi dinero! - me quejé. - ¡Me sobraban cinco dólares!
- ¿Has mirado bien?
- Sí, no están.
- Se te habrán caído – sugirió Harry.
Una repentina sospecha se instaló en mi cerebro.
- O los has cogido tú. No sería la primera vez que haces algo así – repuse, recordando cuando, meses atrás, cogió el dinero de papá y encima me acusó a mí de haberlo hecho.
Harry puso tal expresión de dolor que me quedó claro que él no había sido, pero ya era tarde.
Papá, que nos había escuchado, se acercó a mí y me miró muy serio, demasiado serio.
- No está bien echar en cara los errores del pasado – me dijo. - Le debes una disculpa a tu hermano.
- Perdona, Harry...
- No, no te perdono. Yo no he sido, idiota. Todavía tengo el mío. Pero Alejandro se quejó de que diez dólares le parecían pocos.
- ¿Qué estás insinuando, imbécil? - exclamó Jandro. - ¿Que yo lo cogí? El que tiene antecedentes de ladrón es Michael.
- ¿Y a mí por qué me metes? Créeme que si te cojo algo del bolsillo ni siquiera te enterarías.
- ¡Eso estoy diciendo precisamente! - replicó Alejandro. - ¡Para mí que habéis sido Harry o tú!
- ¡QUE YO NO HE SIDO! - gritó Harry.
Le dio un empujón a Jandro, Jandro se lo devolvió y Michael salió en defensa de Harry o de sí mismo, no lo tuve claro:
- ¡Idiota!
- ¡Imbécil!
- ¡Capullo!
Empezaron a gritarse insultos a tres bandas y de pronto Harry se volvió contra mí, empujándome también.
- ¡Todo esto es culpa tuya!
- ¡Alguien cogió mi dinero! - repliqué.
Los demás clientes del lugar nos estaban mirando. Papá nos gritó que paráramos, pero ninguno estaba en un estado adecuado para escucharle. Los cuatro estábamos muy tensos y en cualquier momento la situación iba a estallar.
- ¡Mira, Zach! ¡Están aquí! - gritó Kurt, desde debajo de la mesa de billar.
Observé a mi hermanito horrorizado. Tenía un billete de cinco dólares en la mano. Debía de habérseme caído antes. Mis ojos fueron desde el billete hacia Harry. Le había acusado en falso y yo sabía cuánto dolía eso. Antes de poder decirle nada, Harry me dio un puñetazo.
- ¡Te dije que no fui yo, estúpido!
Me enfadé y le devolví el golpe, pero Alejandro me interceptó y me zarandeó.
- Te lo merecías, así que ni le toques. No se llama ladrón a la gente.
- ¿Pero te acabas de escuchar? - le increpó Michael. - ¡Tú has hecho lo mismo conmigo, pedazo de hipócrita!
Alejandro y Michael empezaron a tener su propia pelea paralela, mientras que Harry volvió a lanzarse a por mí y yo a por él. Noté las manos de papá intentando separarnos, pero entonces Michael terminó empotrado contra la mesa de billar y una de las bolas se cayó al suelo... justo encima del piececito de Alice. El llanto de mi hermana fue lo que nos hizo parar a los cuatro. Papá fue corriendo a consolarla y a comprobar que no se hubiera hecho nada importante.
Nadie movió un
músculo hasta que papá concluyó que el pie de la enana estaba esencialmente
bien. El zapato la había protegido y no había nada roto. Le dio un vesito sobre
el pie descalzo y se paseó con ella en brazos hasta que se calmó. Barie le dejó
coger su nuevo peluche y Alice se abrazó a él con un pucherito.
- Shhh, ya pasó, pitufa. Ya está.
- Nena pupa – gimoteó.
- Pobrecita nena. Seguro que otro besito cura esa pupa – dijo papá, y siguió mimoseando con ella un rato más. - Bebé, ¿quieres ir con Tete a la piscinita de bolas?
Alice asintió, así que cambió de los brazos de papá a los de mi hermano mayor y tuve ganas de pedirle que no se fuera, que si se iba papá nos iba a matar, pero ninguna palabra salió de mi garganta.
Ted abrió la boca, creo que para interceder por nosotros, pero papá le silenció con un gesto de la mano. Él no insistió, pensando seguramente que estábamos más allá de toda salvación. Se llevó a la enana y también a Hannah y a Kurt. Bueno, al menos habría menos testigos...
Se hizo un silencio incómodo. Cuando los ojos de papá encontraron los míos, sentí ganas de llorar. ¿Estaba tan enfadado como parecía o yo estaba imaginando cosas?
- Una explicación. Ahora – exigió.
- Pensé... pensé que me habían quitado el dinero... - respondí, nervioso.
- ¡Lo primero que hizo fue acusarme a mí, eso dolió! - protestó Harry.
- ¡Y tú a mí y yo nunca he robado nada! Excepto el Iphone de Jamie, pero lo devolví – musitó, repentinamente culpable. Aunque yo no sabía de qué estaba hablando, papá si pareció entenderle.
- Ninguno de mis hijos es un ladrón – declaró. Solté un bufido y me arrepentí inmediatamente cuando papá frunció el ceño. - ¿Algo que decir, Zach?
- N-no, perdona – murmuré, mordiéndome el labio.
- Yo sí que lo soy – respondió Michael, con calma, como si ya lo tuviera aceptado.
- No, no lo eres. Lo fuiste y no por propia voluntad – replicó papá. - Todos vosotros sois honrados y por eso no podéis reaccionar así cuando pasa algo como esto. Echándoos las culpas unos a otros... Tocando puntos bajos... Y, en vez de hablar como personas, os ponéis a empujaros, como ciervos en celo dando topetazos. ¡Os habéis comportado como salvajes y vuestra hermanita casi se lleva la peor parte! ¡Intenté que pararáis, pero no me hacíais caso!
Los cuatro miramos al suelo en perfecta sincronización. A papá realmente le molestaban las peleas.
- No vamos a volver a casa aún porque vuestros hermanos no tienen culpa, pero espero que sepáis que os la habéis cargado.
- Sí, papá.
- Perdón.
- Sentaros ahí, donde pueda veros – nos ordenó, señalando un banco.
- ¿Qué? ¡Pero yo quería jugar a los bolos! - protestó Michael. En estas salidas se volvía muy infantil, creo que porque tenía ocasión de hacer cosas que no había podido hacer nunca antes.
- No he dicho que no vayáis a jugar, he dicho que os sentéis ahí mientras vuestros hermanos terminan, pido la pista y recojo los zapatos.
Aunque papá estaba muy enfadado, no quería hacernos sentir desplazados ni ser cruel, y dejar a Michael sin jugar en la bolera después de esa carita que había puesto hubiera sido cruel.
Él fue el único de los cuatro que realmente disfrutó el torneo de bolos. Papá pidió tres pistas. Los más pequeños jugaban en una que tenía barras en los laterales para que la bola no se les fuera por los raíles. Los demás nos dividimos en otras dos, pero yo no tenía muchos ánimos para jugar.
Papá le enseñó a Michael algunos trucos. Le escogió una bola del tamaño adecuado y le dijo en qué posición colocarse. O ya no estaba enfadado, o lo había aparcado por el momento.
- ¿Seguro que nunca habías jugado antes? - preguntó papá, después de que Michael hiciera pleno.
- Shhh, ya pasó, pitufa. Ya está.
- Nena pupa – gimoteó.
- Pobrecita nena. Seguro que otro besito cura esa pupa – dijo papá, y siguió mimoseando con ella un rato más. - Bebé, ¿quieres ir con Tete a la piscinita de bolas?
Alice asintió, así que cambió de los brazos de papá a los de mi hermano mayor y tuve ganas de pedirle que no se fuera, que si se iba papá nos iba a matar, pero ninguna palabra salió de mi garganta.
Ted abrió la boca, creo que para interceder por nosotros, pero papá le silenció con un gesto de la mano. Él no insistió, pensando seguramente que estábamos más allá de toda salvación. Se llevó a la enana y también a Hannah y a Kurt. Bueno, al menos habría menos testigos...
Se hizo un silencio incómodo. Cuando los ojos de papá encontraron los míos, sentí ganas de llorar. ¿Estaba tan enfadado como parecía o yo estaba imaginando cosas?
- Una explicación. Ahora – exigió.
- Pensé... pensé que me habían quitado el dinero... - respondí, nervioso.
- ¡Lo primero que hizo fue acusarme a mí, eso dolió! - protestó Harry.
- ¡Y tú a mí y yo nunca he robado nada! Excepto el Iphone de Jamie, pero lo devolví – musitó, repentinamente culpable. Aunque yo no sabía de qué estaba hablando, papá si pareció entenderle.
- Ninguno de mis hijos es un ladrón – declaró. Solté un bufido y me arrepentí inmediatamente cuando papá frunció el ceño. - ¿Algo que decir, Zach?
- N-no, perdona – murmuré, mordiéndome el labio.
- Yo sí que lo soy – respondió Michael, con calma, como si ya lo tuviera aceptado.
- No, no lo eres. Lo fuiste y no por propia voluntad – replicó papá. - Todos vosotros sois honrados y por eso no podéis reaccionar así cuando pasa algo como esto. Echándoos las culpas unos a otros... Tocando puntos bajos... Y, en vez de hablar como personas, os ponéis a empujaros, como ciervos en celo dando topetazos. ¡Os habéis comportado como salvajes y vuestra hermanita casi se lleva la peor parte! ¡Intenté que pararáis, pero no me hacíais caso!
Los cuatro miramos al suelo en perfecta sincronización. A papá realmente le molestaban las peleas.
- No vamos a volver a casa aún porque vuestros hermanos no tienen culpa, pero espero que sepáis que os la habéis cargado.
- Sí, papá.
- Perdón.
- Sentaros ahí, donde pueda veros – nos ordenó, señalando un banco.
- ¿Qué? ¡Pero yo quería jugar a los bolos! - protestó Michael. En estas salidas se volvía muy infantil, creo que porque tenía ocasión de hacer cosas que no había podido hacer nunca antes.
- No he dicho que no vayáis a jugar, he dicho que os sentéis ahí mientras vuestros hermanos terminan, pido la pista y recojo los zapatos.
Aunque papá estaba muy enfadado, no quería hacernos sentir desplazados ni ser cruel, y dejar a Michael sin jugar en la bolera después de esa carita que había puesto hubiera sido cruel.
Él fue el único de los cuatro que realmente disfrutó el torneo de bolos. Papá pidió tres pistas. Los más pequeños jugaban en una que tenía barras en los laterales para que la bola no se les fuera por los raíles. Los demás nos dividimos en otras dos, pero yo no tenía muchos ánimos para jugar.
Papá le enseñó a Michael algunos trucos. Le escogió una bola del tamaño adecuado y le dijo en qué posición colocarse. O ya no estaba enfadado, o lo había aparcado por el momento.
- ¿Seguro que nunca habías jugado antes? - preguntó papá, después de que Michael hiciera pleno.
Mi hermano mayor
sonrió, orgulloso de su proeza. Seguimos jugando y quedó segundo detrás de Ted,
pero no estoy del todo seguro de que papá no hubiera fallado a propósito su
último lanzamiento. Normalmente no tenía problemas en masacrar a mis hermanos
mayores pero creo que, por ser su primera vez, quería darle una pequeña
victoria a Michael.
Empezaron otra
partida y yo en verdad no quería jugar. Se me había puesto un nudo en el
estómago y creo que Alejandro y Harry estaban más o menos igual. Papá se dio
cuenta y por eso no esperó hasta las ocho para volver. De todas formas los
enanos parecían cansados, así que después de aquella segunda partida nos
volvimos.
Harry, Alejandro, Michael y yo queríamos ir en el coche de Ted, pero eso supondría cambiar las sillitas infantiles y era mucho lío, así que a Alejandro y a mí nos tocó ir con papá. Pensé que iba a ser un viaje silencioso, pero él puso algo de música y Kurt se pasó todo el viaje canturreando. Al menos me distrajo un poco.
Ya en casa, papá les dijo a todos que subieran a lavarse las manos y a guardar los premios que hubieran conseguido, pero ese “todos” no nos incluía a mí ni a mis tres hermanos en problemas. Nosotros nos quedamos en el salón con papá, que volvía a tener esa cara seria que no auguraba nada bueno.
- ¿Ya sabéis lo que os voy a decir, no?
- Vamos, papá, no fue para tanto – protestó Alejandro.
Mi hermano tenía que aprender que decirle a papá “no fue para tanto” cuando estaba enfadado, no era una buena idea.
- ¿Que no fue para tanto? ¡Os disteis de puñetazos! ¡El milagro es que ninguno tenga moratones! - le increpó. - Lo que más me molesta es que deis por sentado la relación que tenéis. “Bah, es mi hermano, puedo llamarle ladrón y darle un par de golpes, que luego me va a perdonar y tan amigos”. Claro que os vais a perdonar, sois familia, pero precisamente porque sois familia no podéis trataros así.
Me empezaron a escocer los ojos.
- No tendría que haber acusado a Harry – murmuré. - Pero de verdad pensé que había sido él.
- Cariño, no puedes desconfiar de él por un error por el que ya se disculpó y ya le perdonaste. No voy a meterme en lo que sientes, aunque me dé pena que le creas capaz de coger tu dinero, pero si de verdad piensas que tu hermano es culpable de algo, lo que tienes que hacer es decírmelo a mí y yo ya veré qué hacer. Habríamos buscado mejor tu billete y lo habríamos encontrado bajo la mesa como hizo Kurt – me explicó. - A mí me parece que solo necesitabas alguien a quien culpar, así que le cogiste a él. Estabas rabioso y por eso entraste en la rueda de los empujones y los puñetazos.
Agaché la cabeza, porque no quería que viera que se me habían caído un par de lágrimas.
- Lo siento – murmuré.
- Sé que lo sientes, campéon. Y no voy a ser muy duro contigo, pero te peleaste y sabes que eso tiene consecuencias – me dijo papá. Asentí, intentando no llorar, ya no era un bebé para berrear por un regaño, pero de verdad odiaba saber que estaba enfadado conmigo.
- Ya deja de hablar y pégale – intervino Harry. Papá le echó una mirada que a mí me habría congelado.
- Alguien tiene que enseñarle a este niño a pensar antes de abrir la boca – suspiró Alejandro, llevándose una mano a la cabeza.
- Pues sí, pero no creo que ni tú ni yo seamos los indicados, precisamente – respondió Michael, con una sonrisa. No sé cómo ellos podían estar así de calmados, si yo me quería morir.
- Tú no me dices qué hacer y no estás en situación de hacer según qué comentarios. También estás en problemas – le recordó papá. - Los cuatro estáis en problemas y vais a subir a mi habitación.
Asentí y me froté los ojos. Subí el primero, todo lo deprisa que pude. Mis hermanos me siguieron y cuando estuvimos en el cuarto de papá Alejandro y Michael se dejaron caer sobre la cama, como si no hubiera pasado nada. Como si no hubieran estado golpeándose dos horas antes. Como si papá no estuviera a punto de matarnos.
- ¿Cómo podéis estar tan tranquilos? - les pregunté.
- Papá no está muy enfadado, enano – me dijo Alejandro. - No va a ser tan malo.
- Sí que lo está – gimoteé.
- No, solo te lo parece porque te sientes culpable y porque aún eres pequeño – le apoyó Michael. - Apenas nos va a castigar. Te apuesto una galleta a que ni siquiera lloras.
- Si quiero una galleta solo tengo que bajar a cogerla – repliqué, pero no tuve tiempo de decir nada más porque papá entró en ese momento. Michael podía decir misa, sí que estaba enfadado y además había arruinado el plan del sábado - … snif
- Oye, si empiezas a llorar antes de que te castigue no vale – se quejó.
Papá ignoró a Michael y vino hasta mí para darme un abrazo.
- Bueno, Zach, shhh, no llores, campeón.
Harry, Alejandro, Michael y yo queríamos ir en el coche de Ted, pero eso supondría cambiar las sillitas infantiles y era mucho lío, así que a Alejandro y a mí nos tocó ir con papá. Pensé que iba a ser un viaje silencioso, pero él puso algo de música y Kurt se pasó todo el viaje canturreando. Al menos me distrajo un poco.
Ya en casa, papá les dijo a todos que subieran a lavarse las manos y a guardar los premios que hubieran conseguido, pero ese “todos” no nos incluía a mí ni a mis tres hermanos en problemas. Nosotros nos quedamos en el salón con papá, que volvía a tener esa cara seria que no auguraba nada bueno.
- ¿Ya sabéis lo que os voy a decir, no?
- Vamos, papá, no fue para tanto – protestó Alejandro.
Mi hermano tenía que aprender que decirle a papá “no fue para tanto” cuando estaba enfadado, no era una buena idea.
- ¿Que no fue para tanto? ¡Os disteis de puñetazos! ¡El milagro es que ninguno tenga moratones! - le increpó. - Lo que más me molesta es que deis por sentado la relación que tenéis. “Bah, es mi hermano, puedo llamarle ladrón y darle un par de golpes, que luego me va a perdonar y tan amigos”. Claro que os vais a perdonar, sois familia, pero precisamente porque sois familia no podéis trataros así.
Me empezaron a escocer los ojos.
- No tendría que haber acusado a Harry – murmuré. - Pero de verdad pensé que había sido él.
- Cariño, no puedes desconfiar de él por un error por el que ya se disculpó y ya le perdonaste. No voy a meterme en lo que sientes, aunque me dé pena que le creas capaz de coger tu dinero, pero si de verdad piensas que tu hermano es culpable de algo, lo que tienes que hacer es decírmelo a mí y yo ya veré qué hacer. Habríamos buscado mejor tu billete y lo habríamos encontrado bajo la mesa como hizo Kurt – me explicó. - A mí me parece que solo necesitabas alguien a quien culpar, así que le cogiste a él. Estabas rabioso y por eso entraste en la rueda de los empujones y los puñetazos.
Agaché la cabeza, porque no quería que viera que se me habían caído un par de lágrimas.
- Lo siento – murmuré.
- Sé que lo sientes, campéon. Y no voy a ser muy duro contigo, pero te peleaste y sabes que eso tiene consecuencias – me dijo papá. Asentí, intentando no llorar, ya no era un bebé para berrear por un regaño, pero de verdad odiaba saber que estaba enfadado conmigo.
- Ya deja de hablar y pégale – intervino Harry. Papá le echó una mirada que a mí me habría congelado.
- Alguien tiene que enseñarle a este niño a pensar antes de abrir la boca – suspiró Alejandro, llevándose una mano a la cabeza.
- Pues sí, pero no creo que ni tú ni yo seamos los indicados, precisamente – respondió Michael, con una sonrisa. No sé cómo ellos podían estar así de calmados, si yo me quería morir.
- Tú no me dices qué hacer y no estás en situación de hacer según qué comentarios. También estás en problemas – le recordó papá. - Los cuatro estáis en problemas y vais a subir a mi habitación.
Asentí y me froté los ojos. Subí el primero, todo lo deprisa que pude. Mis hermanos me siguieron y cuando estuvimos en el cuarto de papá Alejandro y Michael se dejaron caer sobre la cama, como si no hubiera pasado nada. Como si no hubieran estado golpeándose dos horas antes. Como si papá no estuviera a punto de matarnos.
- ¿Cómo podéis estar tan tranquilos? - les pregunté.
- Papá no está muy enfadado, enano – me dijo Alejandro. - No va a ser tan malo.
- Sí que lo está – gimoteé.
- No, solo te lo parece porque te sientes culpable y porque aún eres pequeño – le apoyó Michael. - Apenas nos va a castigar. Te apuesto una galleta a que ni siquiera lloras.
- Si quiero una galleta solo tengo que bajar a cogerla – repliqué, pero no tuve tiempo de decir nada más porque papá entró en ese momento. Michael podía decir misa, sí que estaba enfadado y además había arruinado el plan del sábado - … snif
- Oye, si empiezas a llorar antes de que te castigue no vale – se quejó.
Papá ignoró a Michael y vino hasta mí para darme un abrazo.
- Bueno, Zach, shhh, no llores, campeón.
- AIDAN'S POV -
Mi tarde perfecta con mis hijos no había terminado del todo bien. Tenía
que hacer de malo con cuatro de ellos, con mis cuatro reincidentes más
frecuentes. Había sido buena idea el no volver inmediatamente a casa, porque
eso me había dado tiempo para calmarme y había disfrutado con Michael y su
primera vez en la boleta. Me había perdido tantas primeras veces con él que
cada una que podía vivir era un tesoro. Pero odiaba tener que castigarle
después de eso.
Zach, sin duda, lo odiaba también. Mi pequeño trasto travieso y
sensible estaba muy triste porque me hubiera enfadado con él. Decidí que
hacerle esperar más no era bueno, así que le separé, le limpié las lágrimas de
debajo de los ojos y suspiré.
- Vosotros tres iros a la habitación de Harry. Hablaré primero con
Zach.
Michael y Alejandro le hicieron gestos de ánimo al pasar. Ellos ya
parecían haber olvidado la pelea, pero Harry seguía molesto. Me negaba a
tenerles enfadados durante días de nuevo.
- Zach, dale un abrazo a tu hermano. Si hacéis las paces ahora me
demostraréis que la pelea no ha sido importante y que habéis recapacitado y
llegado a la conclusión de que ha sido una tontería.
- Eso es chantaje – protestó Harry.
- Eso es chantaje – protestó Harry.
- En toda regla – respondí. - Pero abrazaros igual.
Zach espachurró a su hermano antes de que este pudiera poner más
objecciones.
- Perdona, Harry... Yo sé que tú nunca me harías algo así. Si quieres
mi dinero me lo pides y ya, porque sabes que no puedo decirte que no.
Eso pareció ablandar a su hermano un poquito.
- Bueno, está bien. Perdona por decirle a papá que te pegara.
- Si lo va a hacer igual – murmuro Zach.
Entonces, los dos se giraron hacia mí con idénticas miradas de
indignación. Que se aliaran en mi contra era preferible a que estuvieran
peleados.
- Vamos, a tu cuarto – le insté a Harry, inflexible.
Zach y yo nos quedamos a solas y él parecía a punto de romper a llorar
otra vez, así que me senté en la cama y le indiqué que se acercara.
- No voy a dejarlo pasar porque no quiero que os vayáis a los puños al
primer desacuerdo que tengáis y ya el otro día lo hicísteis. Pero iba en serio
cuando dije que no voy a ser muy duro, así que quita esa carita de pena,
microbio. Ven aquí.
Zach caminó hasta mí con pasitos cortos y dejó que le tumbara en mis
rodillas.
- Papi, porfa...
- ¿Porfa qué? ¿Que olvide los insultos tan bonitos que os dijísteis,
los empujones, los puñetazos y el hecho de que habéis pasado olímpicamente de
mí cuando intentaba separaros? - le pregunté y mi hijo, ante eso, no supo qué
responder. - Los hermanos siempre, siempre, son más valiosos que el dinero,
Zach.
PLAS PLAS PLAS PLAS... Au... PLAS
PLAS PLAS PLAS... Papáaa... PLAS
PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
- Que mano tan dura – se quejó, en cuanto intuyó que ya había
terminado. Sonreí y le levanté. No tardó ni un segundo en enroscarse a mi
cuello, así que me eché para atrás en la cama para poder sostenerle. Estaba
medio llorando, pero hacía grandes esfuerzos porque no se le notara.
- Desahógate si lo necesitas, peque – le dije, frotando su espalda. - Ya está todo perdonado, ¿mm?
- Todo no, yo no te perdono – replicó, en tono mimoso y claramente de broma.
- Desahógate si lo necesitas, peque – le dije, frotando su espalda. - Ya está todo perdonado, ¿mm?
- Todo no, yo no te perdono – replicó, en tono mimoso y claramente de broma.
- ¿Ah, no? ¿Y qué me tienes que perdonar tú a mí, a ver?
- Que a mí no me conseguiste un peluche como a Barie. Tendremos que
volver otro día para que arregles eso.
Me reí. Mocoso tierno y descarado.
- Desde luego – accedí y le di un beso en la frente. Por segunda vez
aquella tarde, pasé los dedos bajo sus párpados para limpiarle las lágrimas. -
¿Duele mucho?
- Siempre duele poco y mucho a la vez – respondió, con la cara
escondida en el hueco de mi cuello. Esas palabras me desconcertaron y me
dejaron sin saber qué decir, así que me limité a seguir frotando su espalda. -
Jandro tenía razón, no estabas muy enfadado.
- ¿Eso dice?
Jolín, mis hijos me tenían calado.
- ¿Quién es el siguiente condenado? - me preguntó, haciendo por
separarse.
- Aún no terminé con este – repliqué. - ¿Qué has querido decir con eso
de que duele poco y mucho?
Zach se ruborizó, soltó un ruidito de protesta y volvió a esconder la
cara.
- Siempre me duele que te enfades conmigo – murmuró.
- No hay nadie en este planeta que se pueda enfadar contigo, Zach. No
es físicamente posible. Igual por eso me saliste tan trasto – le chinché,
revolviéndole el pelo. Luego me puse serio por un segundo. - Yo te quiero
mucho, campeón, y parte de quererte es que a veces te tengo que regañar.
- Pues podrías quererme un poquito menos – puchereó.
- ¿Crees que eso te gustaría?
- No – admitió, y se restregó contra mi camisa. - ¿Puedo ser el primero
en ducharme?
- Si te das prisa. Aprovecha antes de que vayan todos. Y dile a Harry
que venga.
Zach se fue y esperé a que viniera su gemelo. Harry entró pisoteando
con fuerza y desgana a la vez, como si quisiera demostrarme con cada paso lo
injusto que yo era.
- ¡Dijiste que si nos abrazábamos lo tendrías en cuenta! - fue lo
primero que me dijo.
- Y eso hago.
- Sí, ya, claro, por eso Zach dice que le diste quince palmadas -
resopló.
- ¿Quieres veinte? Porque en verdad tendrían que ser treinta y sin
pantalón, que esta no es la segunda vez que os peleáis este mes.
- Quince está bien – musitó.
- Eso pensé. Anda, ven aquí, bocazas.
Se acercó y le ayudé a colocarse sobre mis piernas.
- Sé que te molestó que tu hermano te acusara. Pero eso no justifica
que te líes a golpes ni que le hagas lo mismo a Alejandro.
- Estaba furioso – se justificó.
- Lo sé. El problema no es como te sentiste, sino como actuaste. Tienes
que aprender a controlarte.
Levanté la mano y él lo debió de sentir, porque me agarró la otra, del brazo que estaba sujetando su cintura.
Levanté la mano y él lo debió de sentir, porque me agarró la otra, del brazo que estaba sujetando su cintura.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
- Uff... ¿Ya? - preguntó, inseguro. Debía de haber perdido la cuenta. -
Ha sido rápido.
- Ya ves, armáis todo un drama para nada.
- Pica bastante más que “nada” - me aseguró y se levantó para
marcharse.
- Alto, alto, alto. ¿Quién le dio a usted permiso para irse? - le
frené. - Primero mi beso, jovencito.
- Cuando hablas así pareces salido de una peli blanda del Oeste – me
dijo, pero se volvió a acercar y dejó que le abrazara.
- ¿Y cómo son las pelis blandas del Oeste?
- Ya sabes, esa donde el tipo duro intenta ser duro, pero en verdad no
engaña a nadie.
- Entiendo. ¿Y ese vendría a ser yo? - pregunté.
- Claro.
Sonreí y le di un beso.
- ¿Por qué te ibas tan rápido? ¿Enfadado, campeón?
- Un poco – admitió.
- Sabes que si te portas mal
tienes un castigo, canijo.
- Sí, pero yo no “armo drama” - replicó, indicando que había sido mi
comentario lo que le había molestado.
- Oh. Era una broma, campeón. No pretendía molestarte. Claro que no haces drama. De hecho, una de las cosas que me gustan de ti es cómo aceptas las consecuencias aún cuando no las entiendas y cómo las entiendes y las asumes cuando tienes un ratito para reflexionar.
- Oh. Era una broma, campeón. No pretendía molestarte. Claro que no haces drama. De hecho, una de las cosas que me gustan de ti es cómo aceptas las consecuencias aún cuando no las entiendas y cómo las entiendes y las asumes cuando tienes un ratito para reflexionar.
Mantuvo su mohín durante unos segundos, pero luego me sonrió.
- ¿También serán quince para Jandro y para Michael? Me van a preguntar.
- Si quieren saberlo, tendrán que venir ellos mismos a comprobarlo.
- Malo.
- Mi segundo nombre – respondí.
- ¿Dónde está Zach? - preguntó, dándose por vencido.
- Ha ido a ducharse, campeón. De verdad siente mucho haberte echado la
culpa.
- Ya lo sé. Además, es lo que hay. Yo solito me busqué que desconfiara
de mí.
- Eso no es verdad, Harry – le dije, conmovido por su resignación. - Lo
que pasó la otra vez ya está olvidado.
- Perdonado tal vez, pero olvidado no – me corrigió. - Todo eso del
vaso roto y que por más que lo pegues se seguirán viendo las fisuras.
- Campeón, tu hermano confía en ti. Y te quiere mucho.
- Ay, papá, no seas cursi.
- Es la verdad. Yo también te quiero.
Rodó los ojos, pero sus labios se estiraron involuntariamente en una sonrisa.
- Y yo – me dijo, muy bajito, con timidez.
Le di otro beso y un achuchón.
- Ve a buscar a Jandro, canijo.
- Uy, ¿no son los guardias los que tienen que ir a buscar a los
prisioneros? - replicó. Le di una palmadita cariñosa. - Vale, vale, ya voy.
Alejandro entró a los dos minutos.
- Así que no estoy enfadado, ¿no? - le pregunté, recordando lo que me
había dicho Zach.
- Conmigo a lo mejor... Esta mañana me dijiste que tuviera más cuidado
con lo que decía y lo primer que hago es atacar a Michael y llamarle ladrón.
- ¿Lo hiciste a propósito?
Alejandro negó con la cabeza.
- Entonces no estoy enfadado. Te has dado cuenta, ese es un buen primer
paso. La próxima vez intenta darte cuenta antes de decirlo.
Asintió y se mordió el labio.
- Eso que dijiste... Lo de dar por sentado a nuestros hermanos y que
siempre van a estar ahí... Creo que yo lo hago mucho... Pensé que lo hacía solo
con Ted, pero creo que lo hago con todos. También contigo. Hago las cosas sin pensar
porque sé que siempre me vas a perdonar – susurró.
Abrí la boca con sorpresa y le invité a sentarse a mi lado.
- Todo el mundo lo hace, Jandro. Tener familia es justo eso. Con ellos
muestras tus peores defectos, tu mayor carácter, porque son quienes más te
conocen y quienes siempre están ahí. No lo dije para haceros sentir culpables,
solo para que pensárais en el verdadero valor que tiene tener hermanos. Uno se
acostumbra a ellos, pero son como un regalo que se recibe todos los días.
Se quedó callado mirándose las manos, pensativo. Le dejé ensimismarse
por unos segundos y luego le acaricié la nuca para traerle poco a poco al
presente.
- ¿Ya estás bien con Michael y los enanos? - le pregunté.
- Sí, fue una pelea tonta.
- Una pelea que podías haber evitado fácilmente... Dime cómo.
- ¿Ignorando a Harry? - empezó, vacilante. Yo asentí, así que continuó.
- No haciendo caso a su acusación... Y... y podría haber hablado con Zach y
decirle que ninguno de nosotros cogió nada, que simplemente habría perdido el
dinero...
- Por ejemplo. Frenar a tus hermanos no es tu obligación, pero por lo
menos podías haberte mantenido al margen.
- Perdón...
Alejandro se había mostrado muy colaborador y reflexivo y si solo se
hubiera tratado de él tal vez lo habría dejado pasar, pero eso no hubiera sido
justo para los demás.
- Ven, campeón. Acabemos con esto - le dije, y me eché para atrás sobre
la cama para dejarle espacio. Alejandro entendió la indirecta, se puso de pie y
se tumbó sobre mis piernas, aunque en su caso apoyé la mayor parte de su peso
sobre la cama.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS... Au... PLAS
PLAS
- Espero que a Zach y a Harry no les dieras tan fuerte – protestó.
- Tengo en cuenta la edad de cada uno, pero tampoco fue fuerte contigo,
mocoso. Fui suave y lo sabes – me defení y le ayudé a levantarse.
- Grd – gruñó, como toda respuesta.
- “Grd” para ti también. Dame un abrazo, anda.
Alejandro accedió al abrazo, pero cuando le di un beso ya fue demasiado
para él y se separó.
- Soso – le reproché.
- Pegajoso – replicó. Le revolví el pelo. - Michael dice que ayer le
afeitaste tú.
- Ehm, sí... - respondí, desconcertado porque sacara ese tema de
pronto.
- Yo no tengo barba – se quejó.
- Ya te saldrá, campeón. Eres joven todavía. Y cuando te salga,
pensarás que es una molestia eso de tener que quitártela. A no ser que te la
quieras dejar larga.
- Agh, no. Eso es de viejos. Tú sí te la tendrías que dejar.
- ¿Me estás llamando viejo, mocoso atrevido? - le pregunté y le piqué
en el costado. Se retorció como una culebrilla y me dedicó una de sus risas que
me gustaban tanto.
- Viejo y cascarrabias, por lo visto – me dijo.
- Mira, piojo, no tientes tu suerte. Te daría una buena lección si no
estuviera tu hermano esperando.
- ¿Y no le puedes perdonar? Papá, hoy es algo así como su primer día en
libertad.
- Ya ves que no voy a ser muy duro, Jandro – respondí, secretamente
encantado de que le defendiera. - Él también peleó, así que tendrá las mismas
consecuencias que vosotros. Conociéndole, pensará que hago distinciones porque
no le veo como a un hijo o algo así. Además, ha llevado una vida muy
inconsistente y es un milagro que sea tan buen chico después de todo lo que ha
pasado. Necesito mostrarle que sus acciones tienen resultados, buenos o malos,
depende de él. Cuando recién llegó le di manga ancha y creo que eso fue un
error.
- Bueno, yo lo intenté – repuso, resignado.
- Y fue muy tierno de tu parte. Anda, ve a buscarle, canijo.
Alejandro se fue y Michael entró apenas un minuto después.
- ¿Se puede? - preguntó, tocando a la puerta.
- Qué formalito. ¿Quién eres tú y qué hiciste con mi hijo?
- Ja, ja. Qué gracioso – respondió con sarcasmo.
- Pasa, campeón. Siento haberte hecho esperar.
- No, oye, si no es como si tuviera prisa.
- ¿Sabes por qué estás en líos, ¿verdad? - le dije.
- Descartando la opción de “porque ese es mi estado natural”, diría que
porque me peleé.
- Estar en líos no es tu estado natural, Michael. Llevas días sin estar
en problemas.
- Un milagro que deberemos almancear como un hecho histórico – replicó,
con una media sonrisa.
- Pues yo estoy convencido de que cada vez estas charlas van a ser
menos frecuentes – le aseguré.
- Me gustan estas charlas. Sin la parte en la que es tu mano la que
habla.
Me reí.
- Puedes hablar conmigo siempre que quieras. ¿Te gustó la bolera?
- Mucho. ¿Qué otros sitios chulos me falta por conocer?
- Veamos... ¿has ido al teatro?
Negó con la cabeza.
- Bueno, pues eso hay que arreglarlo. Tus hermanos pequeños, de Cole
para abajo, tampoco. Han estado en espectáculos para niños, pero no en un
teatro teatro. Yo tampoco he ido mucho, en realidad. A veces los de la
editorial me regalan entradas, pero me suelen dar dos o cuatro y con eso no
hago nada. Oh, y ya sé a donde tenemos que ir: a ver un partido de baseball.
- ¿Te gusta el baseball? - preguntó, dudoso.
- No, pero es el pasatiempo americano por excelencia. Y la típica
actividad padre e hijo.
Michael sonrió, con los labios y también con los ojos.
- Hay muchas cosas qe podemos hacer, Mike, y toda la vida para eso. Ya
nada te va a separar nunca de mí. Sé que la primera cosa de tu lista, cuando se
aclare todo el papeleo, es ir a ver a tu padre.
Se tensó un poco.
- No sé... no sé si pueda hacerlo. Quiero hacerlo, pero... hace doce
años que no le veo. ¿Qué le dices a un hombre condenado a muerte?
Lo pensé por unos segundos, era una pregunta fuerte.
- Que le perdonas por no haber estado ahí. Que sabes que te quiere. Que
has encontrado tu felicidad y esperas que él encuentre la suya.
- ¿Tú vendrás conmigo? - sonó como una súplica.
- Por supuesto – le prometí. No tenía ni idea de cómo iba a hacerlo, de
cómo iba a viajar a otro estado y qué haría con el resto de mis hijos, pero
sabía que no podía dejarle solo en un momento así.
Michael asintió, más relajado.
- Y ahora, dejemos de desviar la conversación. Hoy ha sido un día
estupendo y podría haber tenido un remate perfecto de no haberos comportado
como bestias sin capacidad de razonar.
- ¡Hala, qué bruto! Bestias tampoco, jo.
- No dije que fuerais bestias, dije que os comportasteis como unas. Los
hermanos hablan, no se golpean.
- Ya sé... Perdón...
- Ya sé... Perdón...
- Estás perdonado, canijo, pero ya sabes lo que pasa si te peleas, ¿no?
Asintió y soltó un suspiro.
- Ven aquí – le llamé. Michael se acercó y se dejó caer. Llevaba
zapatillas de estar por casa, así que se las sacó y apoyó los pies sobre mi
cama.
- Nunca estoy listo para este momento... - susurró, tan bajito que
estoy seguro de que no quería que yo le escuchara.
- Ni yo tampoco – le confesé. - Pero cuanto antes empiece, antes acaba.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS... mm... PLAS PLAS
- ¿Lo ves? Ya acabó – le dije.
- Auch – se quejó y se puso de pie. Se frotó sin ninguna vergüenza.
Abrí los brazos en un claro ofrecimiento y él lo aceptó. Dejó que le
abrazara, pero luego se revolvió.
- ¿Qué ocurre, campeón?
- ¿Qué ocurre, campeón?
- Nada, hazme hueco – pidió y me obligó a correrme a la derecha para
tumbarse y usar mis piernas de almohada. Sonreí. Le gustaba mucho esa postura,
por lo que había podido comprobar. - Sé que acaba de pasar la Navidad, pero,
¿no sientes como que necesitas unas vacaciones?
- Sí, Mike. Han sido unos días muy intensos. Y los que nos quedan.
- ¿Qué quieres decir?
- Pasado mañana voy con Kurt al cardiólogo – le expliqué.
- No te preocupes, papá. Yo al enano le veo bien.
- Preocuparse va en el trabajo de padre, grandullón. Con doce hijos,
vives constantemente preocupado. Y constantemente feliz. Y constantemente
cansado.
Michael me miró, del revés como estaba.
- Y, de entre todas las mujeres del mundo, ¿tenías que fijarte en una
con once hijos? - me reprochó. - Parece que te guste vivir estresado.
- Touché.
Estaba de broma, así que no me esforcé en darle una respuesta más
elaborada. En realidad, Holly era lo contrario a estrés. Cuando estaba con
ella, todo se sentía en calma.
Aidan se está haciendo muy blando jejejjee pero bueno me encanta la actuación ojalá todo este bien con kurt
ResponderBorrarSigue dándome pena Harry ,que se crea que se merezca que su hermano lo trate así por el error que cometió , creo que zas se pasa con ese asunto y creo que el también tenía derecho en no haber perdonado a zas en unos días y que viera lo que se siente cuando alguien no lo perdona cómo hizo el por mucho tiempo y tratarlo como lo trato
ResponderBorrarBueno ya sabes que soy abogada de las injusticias jajaja
Un beso terry