domingo, 18 de agosto de 2019

CAPÍTULO 79: UN NUDO EN EL CORAZÓN




CAPÍTULO 79: UN NUDO EN EL CORAZÓN

“Esto no me puede estar pasando” repetía una y otra vez en mi cerebro.

Estaba en una silla frente al despacho del director justo el día de la cita de Kurt con el cardiólogo. Tenían hora después de comer, por lo que papá había sacado al enano antes del fin de las clases. Faltaban diez minutos para que terminara el último período y yo estaba nervioso. No, lo siguiente a nervioso: histérico.

Me acerqué a la secretaria una vez más.

- Perdone, pero es que de verdad tengo que estar en la puerta cuando salgan mis hermanos. Mi padre no puede venir hoy y se van a asustar.

- El director te recibirá enseguida – dijo la señora Norris. Era la cuarta vez que me decía lo mismo. El hecho de que su apellido coincidiera con el nombre de la malvada gata del celador del colegio de Harry Potter no ayudaba a que me cayera simpática. Era una mala bruja, pero de las que no tienen varita.

- ¿No puedo avisarles al menos? Luego vuelvo, no es como si me pudiera escapar. Tengo que venir aquí todos los días.

- El director te recibirá enseguida – insistió.

Cabía la posibilidad de que no supiera más palabras. Quizá era un robot programado para repetir aquella frase una y otra vez y para demostrar una empatía de menos diez puntos.

Me senté en la silla otra vez intentando imaginar cómo de lentamente iba a matarme papá.

Iba a odiarme. Se había esforzado por aparentar tranquilidad, pero estaba preocupado por Kurt. En realidad, yo también: un cardiólogo sonaba serio. Pero papá se había puesto una de mis camisetas aquella mañana y había tardado mucho en darse cuenta de que no era suya; así de distraído estaba o, mejor dicho, concentrado en el médico. Recibir una llamada del colegio mientras estaba con mi hermanito en la consulta le iba a poner furioso.

No iba a soportar la decepción en sus ojos.

Existía la posibilidad de que no le llamaran, no me habían dicho que fueran a hacerlo, pero entonces, ¿por qué estaban tardando tanto? Si no me encontraba con los demás en la salida el cabreo de papá iba a ser el mismo o incluso peor. Le llamarían mis hermanos, asustados al no verme, y entonces a Aidan le iba a dar algo. Y todo por mi culpa.

Sonó el timbre y todas las clases se abrieron, dejando salir una estampida de alumnos. Miré hacia el despacho del director. Evalué riesgos. ¿Qué era peor, moverme del sitio donde tenía que esperar o dejar tirada a mi familia? Evidentemene, lo segundo, así que me levanté y pasé junto a la secretaria, que ni siquiera me vio o si lo hizo pasó de decirme nada. Llegué al pasillo central, lleno de gente, y busqué a alguno de mis hermanos entre el mogollón. A la primera a la que encontré fue a Barie. Se estaba despidiendo de unas amigas, pero yo la intercepté.

- Bar, esperadme en la puerta, ¿está bien? Yo voy a tardar.

- ¿Pasa algo? - me preguntó, preocupada.

- No, nada. Luego te cuento. Vigila a los enanos – le pedí y regresé a la salita en la que llevaba la última media hora.

Por supuesto, como aquel claramente no era mi día de suerte, el director había salido a buscarme durante aquellos escasos dos minutos en los que yo había salido para hablar con Barie.

- Theodore, ¿dónde estabas? - me reprochó.

- Con mi hermana, señor. Les tengo que llevar a casa y tenía que decirles que me iba a retrasar.

El director sonó un gruñido a modo de aceptación y me hizo un gesto con la mano.

- Pasa. He tenido un día de locos.

Entré en el despacho y me senté en la silla que quedaba frente a la suya. El director ocupó su lugar segundos después.

- Sabes por qué estás aquí, ¿no? - me preguntó.

Asentí y suspiré. Mi mente retrocedió hasta la clase de Historia del Arte. El profesor no había  venido y por lo visto no iba a venir en una semana porque había cogido la gripe, así que teníamos un sustituto. El pobre tipo no consiguió pasar de la primera diapositiva. Era muy joven y nadie le hacía caso. Me dio algo de lástima y por eso al principio intenté atender, pero había tanto ruido que se hizo imposible. Mi nuevo iphone empezó a vibrar en mi bolsillo y pensé que podía ser un mensaje de Aidan con noticias sobre el enano, aunque según mis cálculos aún no habían tenido tiempo de llegar a la consulta. Saqué el teléfono y vi que era un Whatsapp de Fred. Giré la cabeza para mirarle. No nos sentábamos cerca en aquella clase, yo estaba en la segunda fila y él casi en la última.

Después de que Agustina me dijera que Fred sentía algo por mí, yo había intentado actuar con normalidad delante de mi amigo, pero no debí de hacer un buen trabajo, a juzgar por su mensaje:

FRED: ¿Te pasa algo conmigo, tío?

Suspiré. Oculté el móvil como pude bajo mi pupitre y le respondí.

TED: Qué va. ¿Por?

FRED: Estás raro.

TED: No es por ti, ya sabes que estos días están siendo una locura en casa.

FRED: Si necesitas hablar, cuenta conmigo...

Una mano sobre mi libro me hizo dar un respingo. El profesor me había visto con el móvil. Me lo quitó y me dijo que se lo iba a dar al director. Treinta minutos después me llamaron a su despacho y ahí estaba, contando la historia tal como había sucedido, pero omitiendo cuidadosamente a Fred, dado que a él no le habían pillado.

- ¿Me van a expulsar? - susurré, cuando terminé de hablar, retorciendo mi chaqueta con las manos.

El director soltó una risita.

- No, Ted. No expulsamos a nadie por utilizar el móvil en clase. Tendríamos que expulsar a medio colegio.

Respiré aliviado y me atreví a levantar la cabeza, solo para encontrarme al director mordiéndose una sonrisa. Al menos se divertía a mi costa.

- Tu padre tendrá que venir a recoger el teléfono – me explicó. - Ya sabes que no puedes utilizarlo en el colegio.

- Sí, señor.

- No te he llamado aquí solo para darte un tirón de orejas, Ted. Quería ver cómo estabas. Cómo te están yendo las cosas, después de tu accidente. He visto que vas a volver al equipo de natación.

- Sí, esta misma semana. El médico ya me ha dado el visto bueno.

- Bien, bien. ¿Estarás en forma para los campeonatos?

“Papá tiene razón, a este hombre solo le importa la estúpida copa que dará dinero y prestigio a su estúpido colegio”.

- Lo intentaré, señor.

Eso pareció complacerle. Adoptó una actitud más seria y me miró reprobatoriamente.

- Te conviene atender en las clases, Theodore, has faltado mucho.

- Sí, señor. Lo siento.

- Está bien, ve con tus hermanos.

Me di prisa en salir antes de que cambiara de opinión. Más de media hora esperando para cinco minutos de conversación.

Mis hermanos estaban en la puerta y fuimos juntos a por Dylan. Quería llegar pronto a casa para tener noticias de Kurt. Al final, mi pequeña cagada no había interferido para nada con la visita al médico, así que tal vez y solo tal vez no estuviera tan muerto.


- AIDAN'S POV -

Kurt no terminaba de entender por qué teníamos que ir al cardiólogo.

- Me encuentro bien, papi – me aseguró. Me lo había dicho varias veces en la tarde anterior, pero cuando fui a buscarle al colegio el día de la cita me lo repetió con algo de miedo, tomando conciencia de que era una realidad inminente.

- Lo sé, mi vida. Es solo una revisión.

- ¿Me va a doler?

- No, cariño.

No parecía muy convencido, pero no hizo ningún tipo de pataleta, cosa que agradecí enormemente.

En el consultorio del cardiólogo había una salita con un montón de juguetes y así Kurt estuvo entretenido hasta que nos llamaron. Me enseñó un par de muñecos y eso me distrajo un poco a mí también, impidiendo que el nudo de mi estómago se hiciera más grande.

El doctor nos atendió pronto y fue muy amable, sabía cómo hablar con niños pequeños. Me hizo unas cuantas preguntas y auscultó a Kurt. Después de eso sus preguntas se volvieron más concretas.
 
- ¿Alguna vez le nota cansado o fatigado?

- No – respondí, casi sin pensarlo, pero recordé una serie de momentos fragmentados de las semanas anteriores. -  A veces dice que está cansado, pero creo que mayoritariamente es para que le coja en brazos.

- Ah, así que eres mimoso, ¿eh, Kurt?

Mi bebé sonrió con timidez.

- ¿Te ha dolido el pecho alguna vez? - le preguntó, esa vez directamente a él. Kurt negó con la cabeza.

- El otro día se asustó y decía que sentía sus latidos muy fuertes – dije y me sentí un poco estúpido porque seguramente no tuviera nada que ver, pero quería darle toda la información posible.

El doctor apuntó una serie de cosas en sus papeles y al final cogió un volante de su cajón.

- Me gustaría que Kurt se hiciera estas pruebas, solo por precaución – indicó, en un tono relajado que no me creí.

- ¿Qué? Pero, ¿por qué? ¿Qué cree que tiene? A ningún niño le mandan pruebas del corazón sin un motivo, doctor – repliqué. Ya era el segundo médico que sospechaba que a mí hijo le pasaba algo.

- Se escucha una pequeña anomalía, pero por lo que sabemos podría no ser nada, señor Whitemore.

Miré a Kurt, entretenido dibujando sobre un folio.

- ¿Y entre lo que sí podría ser?

- No puedo decirle nada sin las pruebas. Le daré cita para la semana que viene.

Cerré los ojos. Una sensación de vértigo se adueñó de mi cuerpo. Los médicos nunca tardaban tan poco en dar una cita. Cuando querían volver a verte rápido, era porque se trataba de algo grave. El hecho de que no quisiera ponerle un nombre a sus sospechas me lo confirmaba. Aquel doctor ya tenía una idea muy clara de lo que le pasaba a Kurt y solo quería estar seguro antes de decírmelo. Mi niño estaba enfermo, enfermo del corazón.

No recuerdo cómo me despedí ni cómo salimos de la consulta. Sé que intenté mantener una pose de normalidad, pero apenas presté atención al parloteo de Kurt, que me habló sobre un cuento que habían leído en clase. Mi peque permanecía ajeno a lo que acababa de pasar, sin percatarse de mis conclusiones. Era mejor así por el momento.

Las manos me temblaban mientras agarraban el volante. Estaba aterrado y era consciente de mi propia inutilidad: no podía hacer nada para ayuar a mi hijo. Dependía totalmente del médico, de aquellas pruebas, de que me dijeran qué era lo que tenía y qué iban a hacer para solucionarlo.

Cuando llegamos a casa, me tomé unos segundos para respirar hondo. No podía entrar con esa cara de pánico. Tomé la decisión de no compartir con nadie mis sospechas, al menos hasta saber algo concreto. Si acaso lo hablaría con Holly, pero no quería preocupar a mis hijos.

A lo mejor les asustas en vano. Puede que a Kurt no le ocurra nada y todo esté en tu cabeza”.

La mentira sonaba tan bien que si me la repetía un poco más a lo mejor llegaba a creérmela.

Los demás ya habían vuelto del colegio. Michael había querido acompañarme a la consulta, pero le había pedido que se quedara por si acaso tardábamos, para que le echara una mano a Ted. Viendo la cara de mi segundo hijo más mayor, había hecho lo correcto, porque Ted parecía un soldado a punto de entrar en combate.

- ¿Pasa algo? - le pregunté.

- Tú primero – respondió. - ¿Qué le han dicho al enano?

- Nada, solo le han mandado pruebas.

- ¿Pruebas para qué? - replicó, suspicaz.

- Como punto de partida. Ya sabes cómo son los médicos, no te dicen nada hasta tener mil pruebas en la mano – dije, evasivo. No sé si se lo tragó del todo, Ted era bastante inteligente, pero no le di tiempo a pensar sobre ello. - ¿Tú por qué tienes esa cara?

Ted suspiró y juntó ambas manos en un gesto culpable que le quedó bastante tierno.

- Me quitaron el móvil porque estaba usándolo en clase – confesó.

- ¿El iphone nuevo? - dijo Alejandro. - Joder, tío, ¿pero cómo dejas que te pillen? Tienes que esconderte detrás del de delante.

- Solo fue un momento, estaba hablando con Fred... Fue una estupidez. El director dice que tienes que ir tú a por él – continuó Ted, mirando al suelo.

- Sí, sí que fue una estupidez – respondí, algo más duramente de lo que pretendía, pero sentí cierto alivio al hacerlo, como si estuviera descargando tensiones con una de esas pelotitas anti estrés. - Llamaré al director, Ted, pero no voy a ir a recoger el iphone hasta la semana que viene. Y durante esa semana, cero aparatos electrónicos para ti. Nada de televisión, ni de ordenador, videoconsola, nada. ¿Que era tan importante que no podías esperar a salir de clase, eh? ¿Hablar con Fred era más urgente que atender y estar a lo que tenías que estar?

Mi hijo abrió la boca un par de veces y luego la cerró. Se apretó las manos todavía más, con nerviosismo y vergüenza y una parte de mí entendió que había sobrerreaccionado. Todos los adolescentes, entre ellos mis hijos, utilizaban el móvil a escondidas. Si habían pillado a Ted era porque tenía una capacidad nula para disimular, poco acostumbrado a hacer cosas prohibidas. Sin embargo, también pensé que lo que le había dicho era cierto: podía haber esperado al final de las clases, caramba. Me aferré a eso para mantener mi enfado.

- Lo siento. Todo el mundo estaba hablando y...

- ¿Y como todo el mundo estaba hablando decidiste que tú tampoco tenías que atender? - le corté.

- ¡No! ¡No quería decir eso! Es solo que... no había nada a lo que atender, el profe era un sustituto y nadie le escuchaba...

- ¿Te has parado a pensar en cómo se habrá sentido el pobre hombre? ¿El mal rato que le habéis hecho pasar? - le increpé. Noté una punzadita en la conciencia, mi cerebro intentaba decirme que mis niveles de frustración eran demasiado altos para una tontería semejante y que lo que de verdad estaba expresando era la rabia que sentía por lo de Kurt.

- Yo no hablé, pa – protestó Ted, bajito, avergonzado porque sus hermanos nos estaban mirando. - Mañana le pediré perdón al profesor.

- Sí, ya lo creo que lo harás.

- Lo siento... No estés enfadado conmigo – pidió.

- ¿Acaso quieres que esté contento? - repliqué.

- Ya me has castigado, pa, ahora viene la parte en la que me perdonas. Lo siento...

- Y con un “pa” lo solucionas todo, ¿no?

- Vale, voy a hacer de Ted en esta situación y te voy a decir que te estás pasando un poco – intervino Michael. - En primer lugar, le estás regañando delante de nosotros. Podrías darle algo de privacidad, por lo menos. En segundo lugar, literalmente no puede disculparse más veces. Tampoco ha matado a nadie como para que le eches una bronca así. Una semana castigado ya es más que suficiente, es más de lo que merece, incluso, así que lo menos que puedes hacer es dejar de regañarle y darle el abrazo que te está pidiendo a gritos.

Michael tenía razón, por supuesto. Me quedé congelado al reconocer una secuencia que ya había tenido lugar más veces: yo pagando mi mal humor o mis temores con Ted. ¿Y por qué? Porque él se dejaba, porque tenía una autoestima tan baja que casi nunca se defendía. Porque hacer las paces con él era muy sencillo. ¿Cómo era lo que le había dicho a los chicos el sábado? Dar por sentado. Siempre daba por sentado a Ted.

- Que le des un abrazo, pesado – insistió Michael, sacándome de mis pensamientos.

- Por esto es que odio este tipo de castigos, eres muy frío conmigo después – se quejó Ted.

- No, campeón, no soy frío, solo estaba pensando... - empecé, pero la expresión triste y apocada de Ted se había transformado en una de dolor y rabia.

- ¿Sabes lo que creo? ¡Que esto no te hace sentir culpable como cuando me pegas así que no ves necesario darme un abrazo ni un beso! - me recriminó.

Me dejó a cuadros, pero esa vez me recuperé antes de la sorpresa y recorrí la distancia que nos separaba para darle el abrazo que venía necesitando.

- Pues si crees eso es culpa mía, canijo, por hacerte pensar así. No es verdad, enano. Yo siempre quiero darte un abrazo y hacerte mimos, no necesito ninguna excusa ni ningún sentimiento de culpabilidad para hacerlo.

- Perdona, papá… He sido yo el que se ha portado mal, encima no puedo hacerte un berrinche – susurró.

- Eso no fue un berrinche, fue hacer valer tu opinión y no solo puedes sino que debes hacerlo. Sobre todo cuando no estoy siendo justo contigo. Michael tiene razón, no hiciste nada tan malo para la bronca que te he echado. No hiciste bien en usar el móvil en clase, pero no he debido ponerme así tampoco.

Ted dejó que le hiciera un par de mimos en el pelo y luego se separó. Sus hermanos seguían observándonos, después de todo.

- ¿Estamos bien? - me preguntó, mordiéndose el labio.

- Estamos bien, campéon. ¿Quién quiere merendar? - les pregunté y obtuve un coro de “yos”. - Lo suponía.

Fui a la cocina para preparar un montón de sándwhiches, pero alcancé a escuchar una conversación muy interesante entre Harry y Zach.

- Te dije que no le iba a pegar. Dame mis quince pavos – pidió Zach.

- Ha estado a punto – replicó Harry, sacando su cartera de mala gana.

- No, qué va. No le iba a zurrar por una tontería como esa – respondió Zach. Ninguno de los dos se dio cuenta de que les estaba escuchando.

- Gracias por vuestro amable donativo para el plan del próximo sábado – les dije, cogiendo los billetes. - En esta casa no se apuesta y hay que tener muy mal gusto para apostar sobre si voy a o no a castigar a uno de vuestros hermanos – les regañé, dándole una palmada suave a cada uno.

PLAS PLAS

- Au... - se quejó Harry.

- Al final ganaste tú, porque alguien cobró – se rió Alejandro.

- No hacia falta hacer eso – protestó Zach, frotándose como si le hubiera dolido.

- Papá está de malas hoy – apoyó Harry.

- Ni diez minutos en casa y ya estás echando broncas – se sumó Barie.

- Oye, oye, ahora no os aliéis en mi contra – me quejé.

-  En tu contra no, aliados siempre – replicó Madie. Sonreí, me gustó cómo sonó aquello.

Ojalá la sonrisa hubiera podido llegar hasta mis ojos, pero al menos el nudo en mi estómago se había hecho más llevadero. Mis hijos eran el remedio más infalible para hacerme sentir mejor.

- ¿Queréis merendar o no?

- Sí, pero ahora nos tienes que dar chocolate. Por haber sido malo – me chantajeó Zach.

- ¿No me digas? Iba a hacer sándwhiches de atún, pero también puedo poneros alcachofas hervidas.

- Sándwhich de atún está bien – dijo Zach, con los labios tan arrugados en una especie de puchero que no pude resistirme a atrapárselos con los dedos. Fui a la cocina, hasta la nevera y saqué un batido de chocolate. - Toma. Pero el sándwhich te lo comes.

- ¡Wiiii!

Preparé la merienda y les observé engullir como si no hubieran comido en el colegio. Mis ojos se desviaban hacia Kurt. Mi bebé comía entre risas con el resto de su hermanos, pero, ¿no había perdido peso? Podía ser por los días que estuvo con el dolor de tripa... o podía ser una señal que me había perdido. ¿Cuántas más? ¿Qué cosas había pasado por alto? ¿Por qué era tan estúpido?

- ¡No, Barie! ¡No mires tu móvil, papá se ha “fadado” mucho con Tete por jugar con el suyo! - dijo Alice.

- No, enana, no se ha enfadado porque mire el móvil, sino porque lo hiciera en clase. No se puede usar el móvil en el cole – le explicó Ted.

Había avergonzado innecesariamente a mi hijo delante de sus hermanos pequeños. Sabía cuánto valoraba Ted su intimidad y su estatus de adolescente casi adulto y siempre que era posible prefería regañarle en privado. Aquella vez había sido posible, pero yo ni siquiera lo había contemplado. Estiré un brazo para frotar su nuca.

- Perdona por lo de antes, campéon. Lo de no recoger el teléfono hasta la semana que viene sigue en pie, pero puedes usar el ordenador si quieres.

- ¿De veras? ¡Genial! Tengo que hacer un trabajo para Filo y odio hacerlos a mano.

- Será mejor que vayas a hacerlo, entonces. Todo el mundo a hacer deberes, venga – les indiqué.

- ¿Yo también? - me preguntó Michael. Por un segundo le miré desconcertado, tenía la mente en otro sitio, pero después entendí lo que me quería decir. Me alegré de que me lo hubiera recordado, aunque creo que no era su intención hacerlo.

- Por supuesto que tú también – afirmé. - Quedamos en que cuando pasara el juicio empezarías a repasar para poder ir al colegio el año que viene. Te quedaste en tercero, eso significa que deberías pasar a cuarto, pero hace años de eso y habrás olvidado muchas cosas. Te harán un examen de evaluación al matricularte y decidirán en qué curso ponerte.

Michael resopló, pero no puso verdaderas objecciones. Si antes había tenido reparos en retomar los estudios era porque no creía en su propio futuro, o más exactamente no creía que fuera a disponer de un futuo con Greyson al acecho. Con ese problema resuelto, nada le impedía volver a la escuela, excepto tal vez la pereza, pero ya había notado que en realidad Michael se aburría bastante mientras sus hermanos estaban en el colegio. Necesitaba algo que hacer e ir a clases era su mejor opción por el momento. Era un chico curioso e inteligente, seguro que una parte de él veía el punto positivo de recibir una educación...

- ¿Y qué, me vas a poner ejercicios o algo así para que los resuelva? - se mofó.

- No, vamos a coger los libros de Alejandro del año pasado – le informé.

- Ey, si queréis os ayudo – se ofreció Jandro. - No tengo deberes hoy. En serio – insisitió, ante mi cara de incredulidad. - Que me caiga un rayo si miento.
 
- ¿Por qué ibas a pasar tu tarde libre ayudándome a estudiar cuando podrías emplearla en jugar con  la videoconsola? - replicó Michael.
 
Alejandro ignoró su pregunta.

- Hice tercero el año pasado. Lo tengo más fresco que papá, que lo hizo hace como mil años.

- Te saco solo veintitrés, mocoso. Aún recuerdo cómo resolver ecuaciones y analizar frases – le aclaré. Cuando tienes tantos hijos, a la fuerza vas refrescando tus viejas lecciones del colegio. Había ayudado a hacer deberes de todos los cursos y asignaturas posibles.
 
- Ya, pero Michael necesita algo más que eso. Definiciones absurdas, fechas sin sentido...  Y necesita saber qué cosas son importantes para los profes.
 
Ese era un punto válido. Además yo no iba a poder ayudar a Michael siempre y, aunque confiaba en que estudiara solo alguna vez, estaba bien que hubiera alguien más para echarle una mano. Por otro lado, seguramente se entendería mejor con sus hermanos. Le sería más fácil estudiar con ellos, le crearía un sentido de rutina. Para mis otros hijos podía ser positivo, también. A veces explicarle a otro las cosas hace que se te queden mejor.

- Gracias, campeón. Nos vendrá genial contar contigo – le dije.

- Si el objetivo es que pase un examen, ¿no debería ayudarme alguien que saque buenas notas? - le chinchó Michael.

- Tu empollón más próximo es Barie y ella aún no está en tercero – replicó Jandro. - Ted y yo podemos turnarnos. Pero pronto descubrirás que Ted como profe es un coñazo.

- Por qué será que me lo imagino.

- ¡Oye! - protestó el aludido.

- No es verdad que seas un coñazo, a mí me has ayudado mucho – dijo Zach.

- Gracias, enano. Coged mis apuntes si queréis – dijo Ted. - En cuanto termine con el trabajo os puedo ayudar.

- ¿Vais a estar todos encima de mí o qué? - protestó Michael.

- El objetivo es que el año que viene no estés en la misma clase que Zach y Harry – respondió Alejandro.

Michael miró a los gemelos con expresión horrorizada. Sabía lo que estaba pensando: les veía muy pequeños. No quería estar en clase con gente de su edad.

- Vale, convertidme en un cerebrito – aceptó Mike y desapareció escaleras arriba. Los demás se rieron y se dispusieron a seguirle.

Yo subí también, pero más despacio. No quería separarme de Kurt, como si mi presencia pudiera protegerle de su propio corazón.

- ALEJANDRO'S POV -


Mis libros de tercero estaban destinados a ser de los gemelos al año siguiente -siempre y cuando a los profesores no les diera por cambiarlos, cosa que parecía encantarles, para fastidiar a las familias numerosas-, así que no los habíamos tirado. Los guardaba en una caja y fui a por ellos para dárselos a Mike.

Nos pusimos en el cuarto de papá, su mesa era grande y nos dijo que allí estaríamos más tranquilos.

- Muy bien, primero lo primero: ¿qué asignaturas se te dan bien? - preguntó papá.

- Ninguna – respondió Michael.

- No me lo creo. Has falsificado a grandes escritores, te leíste el libro que te regalé en poco más de un día y, pese a que dijiste que no sabías escribir un cuento, hiciste uno bastante bueno para Cole. Yo creo que la Literatura se te da bastante bien.

- Imitas muy bien las voces – aporté yo. - Y eres... ya sabes, un estafador. Tienes que ser bueno en teatro.

- Pero eso no es una asignatura.

- Claro que lo es, Michael, pero en el bachillerato de artes escénicas. Para eso te quedan aún un par de cursos – le explicó papá. Le miré con interés, intentando que no se me notara. Nuestro colegio no ofertaba ese bachillerato. Muy pocos en la ciudad lo hacían.

- Debéis de ser las únicas personas que admiten estafador y falsificador como talentos – bromeó Michael.

- Esos no son tus talentos, es lo que te viste forzado a hacer con ellos – dijo papá.

- Bueno, pero tendré que dar más cosas a parte de Literatura...

- Sí, pero podemos empezar por ahí y por Historia. ¿Qué te parece?

- Está bien... Ufff, qué libro más gordo -  protestó, en cuando le acerqué el libro de Historia. Le entendía perfectamente.

Michael ojeó el libo y se detuvo unos segundos en el primer tema.

- Vale, pregúntame lo que quieras sobre Egipto – dijo.

- No, cariño, nada de preguntas, esto no es un examen – respondió papá. - No pretendo que sepas...

- Lo acabo de leer, pregúntamelo – le interrumpió.

- Solo lo has mirado diez segundos – le hice notar. - Es imposible que hayas retenido nada.

- Tengo memoria fotográfica. Es esencial cuando tienes que falsificar algo y solo puedes echarle un vistazo en una biblioteca hipercontrolada. Pregúntame – me retó.

Cogí el libro y me dispuse a buscar una pregunta complicada, para comprobar si decía la verdad.

- ¿En qué año se encontró la tumba de Tutankhamón? - le interrogué. Venía como curiosidad en un pie de foto, seguro que eso no lo había retenido.

- En 1923. Estaba intacta y llena de riquezas. Una de las piezas más excepcionales es una máscara de oro e incrustaciones de pasta vítrea y lapislázuli que cubría el rostro de la momia del faraón.

- Increíble – murmuré, asombrado.

- Hijo, es asombroso – corroboró papá.

- Es útil, pero no me dura mucho en el disco duro.

- Poco a poco, campeón.
 
Seguí poniendo a prueba su memoria fotográfica durante un rato. Era sorprendente. Papá fue a ayudar a los enanos con su tarea y nos dejó solos unos minutos.

- Qué calladito te lo tenías. Si yo tuviera tu cabeza, no suspendería nunca – le aseguré.

Michael se encogió de hombros.

- ¿Por qué me estás ayudando? - me preguntó.

Suspiré. Ya me lo había preguntado antes y algo me decía que no iba a dejar el tema. Me iba a obligar a ser cursi, ¿verdad?

- Porque eres mi hermano, estúpido. Los hermanos están para algo más que para pelear y hacerte escarificaciones a escondidas de papá.

Michael estiró los labios en una sonrisa burlona.

- Ahora me dirás que me quieres.

Le di un puñetazo en el brazo, que era una forma un tanto enrevesada de decirle que sí.

De pronto noté que algo me hacía cosquillas en las piernas y pegué un brinco que casi me sube hasta el techo.

- Solo es Leo – me dijo Michael, recogiendo al gatito de debajo de la mesa. - El cuarto de
Aidan es su lugar favorito.

- Porque es el único en el que puede escapar de tanto crío. Y deja de llamarle Aidan. Pensé que ya era papá.

- Lo es, pero a veces me cuesta.

- ¿Cuándo vas a firmar la adopción?

- Cuando hable con mi padre biológico – respondió, acariciando al gato, que soltó un ronroneo.

Me quedé en silencio. Sabía que su padre estaba en la cárcel y era un tema del que nunca habíamos hablado.

- ¿Le vas a pedir permiso? Pero él renunció a tu custodia cuando eras pequeño. Y ahora eres adulto, puedes hacer lo que te de la gana.

- No se trata de pedirle permiso, sino al menos de informarle – me aclaró. - Que sepa que estoy bien. He querido ir a verle durante años, pero jamás me habrían dejado pasar como visitante.

- ¿No le puedes enviar una carta?

- No las contesta. Además, no es algo que pueda decirle por carta. “Querido papá: Oye, mira, que me va a adoptar otro tipo, saludos”.

- Pues por teléfono – sugerí.

- Quiero verle, Jandro – dijo y después me miró a los ojos y sonrió. - Tranquilo, no voy a cambiar de opinión. No voy a cambiar de familia, y menos ahora que me has dicho que me quieres – se burló, lo que le costó otro puñetazo en el brazo. - Auch.

- No te lo he dicho.

- Pero me quieres – aseguró, pagado de sí mismo.


- AIDAN'S POV -

La memoria de Michael era fascinante, o mejor dicho su capacidad de observación. Podía retener muchos detalles en pocos segundos. Me hubiera gustado explorar más aquella capacidad, pero debía ayudar al resto de mis hijos, especialmente a los pequeños. Kurt y Hannah tenían que recortar varios dibujos que habían hecho en clase. Yo no les dejaba que usaran las tijeras solos y me pregunté si era uno de esos casos en los que era absurdamente sobreprotector. Después de todo eran tijeras sin punta... pero todavía cortaban. Estaba más tranquilo si lo hacían cerca de mí, no fuera a haber accidentes.

Mientras Kurt se concetraba en cortar algo que se intuía que podía ser un caballo, yo no dejaba de observarle, reviviendo nuestra visita con el médico. ¿Qué escuchaban los doctores que tanto les alarmaba al auscultarle?

- Mira, papá, es una mariposa – me enseñó Hannah.

- Ya lo veo, cariño. Muy bonita.

Estuve con ellos dos por un rato, hasta que vino Ted con un par de folios recién imprimidos.

- Papá, ¿te lo lees a ver si está bien?

Hacía mucho que Ted no me enseñaba su tarea. Siempre había sido bastante independiente en ese sentido, incluso antes de tener un batallón de hermanos pequeños. Si aquel día acudió a mí no fue porque se tratara de un trabajo muy complicado o muy importante... fue porque estaba mimoso e inseguro por lo que había pasado cuando llegué a casa.

- Claro que sí, campeón – le dije y le eché un vistazo. - Esto está muy bien redactado, Teddy. Confieso que de Heidegger no tengo mucha idea, pero suena complicado.

- Lo es – me aseguró. - ¿Entonces está bien?

- Sí, canijo. ¿Tienes más deberes?

- De mates – respondió, en un tono desganado.

- ¿Necesitas ayuda? - pregunté y él negó con la cabeza, pero luego lo pensó mejor y asintió. - Mmm. Necesitas mimos, me parece a mí. Siento cómo reaccioné antes, cariño. Siempre la pago contigo.

- ¿Pagar el qué? ¿Has tenido un mal día?

- No, no...

- ¿Le dijeron algo a Kurt? - me susurró, para que su hermano no nos escuchara.

- No – respondí. Técnicamente no era mentira. No me habían dicho nada concreto, era yo el que había leído entre líneas.

Ted iba a decirme algo, pero en ese momento me llamaron por teléfono. Era Andrew. No habíamos vuelto a hablar desde lo del juicio y pensé que a lo mejor tenía alguna novedad sobre Greyson. Descolgué, pero solo escuché ruidos confusos y muchas voces.

- ¿Andrew?

Música.

- ¿Papá? - insistí.

- Hola, Aidan.

Su voz sonaba extraña.

“Está borracho. Genial, soy su llamada de borracho. Me preguntó si antes solía llamar a su ligue de turno” pensé.

- ¿Estás en un bar? - aventuré.

- Siempre has sido muy perssss... perspi... muy inteligente – respondió. Su lengua ebria debía tener problemas con la palabra “perspicaz”.

- ¿Qué quieres? - pregunté, con poca paciencia para aguantarle en ese estado.

- Nada. Solo quería decirte que te he quitado de encima a todos los periodistas... menos a una.

- ¿Qué? ¿Qué quieres decir?

- Querían cubrir lo que pasó en el juzgado, el aviso de bomba y eso. Imaginé que no te apetecería que te preguntaran al respecto, ni acerca de si Roger es tu verdadero padre.

Ni siquiera había pensado en eso. Era cierto, no me habían perseguido cámaras ni micrófonos, cosa que sí había pasado con el accidente de Ted.

- ¿Cómo lo has hecho? - quise saber.

- Un mago nunca revela sus secretos – respondió, con una risita tonta. - Ningún periodista se acercará a ti... salvo una. No es por arruinarte la fiesta, pero tu nueva amiga tiene once hijos.

- ¿Qué? Ya lo sé, Andrew. La pregunta es cómo lo sabes tú.

- Yo siempre lo sé todo – replicó. Estaba demasiado borracho como para mantener una conversación en condiciones.

- No deberías beber más – le dije.

Se rió bien fuerte, como si le hubieran contado un chiste muy gracioso.

- Solo quería decirte eso. Nos vemos, Aidan.

- ¡Espera, no cuelgues! - le pedí y me aparté de mis hijos para hacerle una pregunta delicada. - ¿Qué sabes de la madre de Kurt? ¿Tenía alguna enfermedad?

- ¿Por qué lo preguntas?

- Tú respóndeme. Los médicos siempre me preguntan estas cosas y casi nunca les puedo decir nada concreto. Es más, si de verdad ibas en serio con lo de ser su abuelo y eso que les dijistes el otro día, deberías enviarme todo lo que sepas sobre cada una de sus madres. Por lo que veo guardas un registro bastante exhaustivo.

- De mis hijos, Aidan, no de sus madres – me corrigió. - Pero creo que puedo tener lo que buscas. Te lo pasaré.

- ¿También tienes una carpeta para mí? - le pregunté, sin poder resistirme. - ¿Cómo las de Dean y Sebastian?

- ¿Quiénes son Dean y Sebastian? - dijo Ted, a mis espaldas. No me había dado cuenta de que me había seguido. Mierda.

- Tengo que colgar – anuncié y le di al botón antes de que pudiera responderme. Miré a Ted sin atreverme a decirle nada.

- ¿Quiénes son Dean y Sebastian? - repitió con curiosidad.

- Es una larga historia.

- Sabía que no me lo habías contado todo – exclamó, triunfal. - Sabía que te guardabas algo. ¿Qué tienen que ver con Andrew?

Suspiré. Había sido un idiota imprudente.

- Ellos son... sus hijos. Jamás me había contado de su existencia, hasta el otro día – le expliqué.

Los ojos de Ted se abrieron y soltó el aire con sorpresa. Sonó el timbre de la puerta y por automatismo di un paso hacia las escaleras, pero Ted me cortó el paso.

- No, si es el cartero que vuelva otro día – me espetó. - ¿Cómo que sus hijos? ¿Mis hermanos? ¿Más hermanos?
- Son mayores que tú. Tienen treinta y dos y treinta años.
- ¡Aidan! - gritó alguien desde el piso de abajo. Reconocí la voz, era... ¿Blaine? ¿Qué hacía el hijo de Holly en mi casa?
Ted sostuvo mi mirada un rato más, pero al final me dejó pasar. Me asomé a la escalera. Harry le había abierto la puerta y Blaine parecía agitado. Sam estaba detrás de él y me dedicó un gesto de disculpa.
- ¡Aidan, tienes que esconderme!



1 comentario:

  1. Cada capítulo es más interesante que el otro. Qué capacidad admirable de mantener el suspenso. Eres una escritora genial, Pero mala, mala... No puedes dejarlo ahí. Me va a dar un infarto!!!!!
    Grace

    ResponderBorrar