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jueves, 30 de abril de 2020

CAPÍTULO 13: La empatía




CAPÍTULO 13: La empatía

Cuando en las películas la policía hace un placaje a algún criminal, el actor suele poner una breve mueca de dolor, que enseguida se transforma en un gesto de fastidio por haber sido detenido. Aunque había visto infinidad de escenas como esa en la pantalla, jamás hubiera podido adivinar que caer al suelo con dos personas encima pudiera doler tanto.
-         ¡Soltadle ahora mismo! ¡Soltadle! – gritó Koran, acudiendo a mi rescate y levantando a los soldados para que me liberaran. - Pero ¿qué os pasa?

-         Alteza, os atacó.

-         ¡Es empático al igual que yo! Aún no controla sus habilidades. Solo estaba canalizando las emociones de ese malnacido. No fue su culpa, pero, aunque lo hubiera sido… ¡Es solo un niño!  - exclamó. - ¿Acaso reaccionáis así con todos los críos que se salen de control o es solo porque es un mestizo? – les acusó.

-         Atacar al príncipe es traición…

-         ¡Tiene diecisiete años! ¡No ha empezado ni a ser un bebé todavía! – gritó. Mis mejillas se pusieron rojas, porque cientos de personas habían podido escucharle. - ¡Es mi hijo! ¡Es mi hijo, maldita sea!

Koran agarró a uno de ellos por la solapa y juraría que estuvo a punto de meterle un puñetazo, pero en lugar de eso se giró y acabó golpeando al prisionero. Solo entonces comprendí que tal vez no eran solo las emociones del hombre que había intentado matarme las que estaba canalizando, sino también las del hombre que quería protegerme. Su ira contra el prisionero y su rabia contra sí mismo eran abrumadoras. ¿Acaso se culpaba de lo que había pasado? Pero si él no había hecho nada…

…Hasta ese momento, en el que de un solo golpe prácticamente le había destrozado la cara al guardia esposado. Dediqué un segundo a admirar su fuerza y luego me espanté. Me parecía sucio golpear a una persona que está maniatada y no puede defenderse.

-         Tu juicio será mañana – gruñó. – Prepara tu defensa, aunque no te servirá de nada.
Con una última mirada de desprecio, dejó que los soldados se le llevaran y a mí me atrapó en un abrazo. Me daba algo de vergüenza que toda esa gente nos viera así, pero los habitantes de la nave fueron marchándose poco a poco.
-         ¿Te hicieron daño? Pagarán por esto – me aseguró.

-         Solo… solo hacían su trabajo.

-         No. Jamás deben tratar así a un niño y mucho menos al mío.

-         No soy un niño – repliqué y antes de que pudiera contradecirme, añadí: - Sé que para ti sí lo soy y siempre lo seré, hay tropecientos años de diferencia, pero tú me dijiste que los okranianos cuando alcanzan la mayoría de edad tienen el aspecto que yo tengo ahora, más o menos. La diferencia es que yo llegaré allí con dieciocho años y ellos con cincuenta.

Mi afán por defender a aquellos soldados me sorprendía hasta a mí. Nunca había sido fan de la brutalidad policial, pero también sabía que no a todo se le podía llamar brutalidad. A sus ojos, yo debía haber sido una amenaza muy peligrosa, a punto de eliminar a su heredero. Tal vez incluso creyeran que lo había hecho a propósito, para usurpar su posición. Siempre había tenido facilidad para ponerme en el lugar de otras personas. De alguna manera, parecía correcto que mi superpoder fuera la empatía.
-         Aún no eres mayor de edad ni en tu mundo ni en el mío – respondió Koran. - ¿Te sientes bien? ¿Te duele algo? ¿Estás más calmado?

-         Sí… Yo… siento mucho… siento... no pretendía…

-         Ya sé que no querías atacarme - me tranquilizó. – Fue tu telequinesis, te dije que se activaría en momentos de miedo o estrés y en ese momento tú eras un mero vehículo de emociones ajenas.

-         Si no llega a ser por esa niña… - murmuré.

-         Gracias por recordármelo. ¡Ari! Ven aquí, pequeña – llamó. La niña, que estaba a punto de entrar en su cubículo, nos miró desde los brazos de su padre. ¿Qué tendría, cinco, seis años? Claro que, ese era solo su aspecto. Según lo que Koran me había contado, debía tener…

“Cincuenta entre dieciocho, son aproximadamente 2,8. Los okranianos alcanzan la madurez casi el triple de despacio. Así que 2,8 multiplicado por unos seis años… Madre mía, esa enana tiene los mismos años que yo. Llevamos el mismo tiempo en el mundo”.

-         Tengo una deuda con vosotros – dijo Koran, cuando la familia se acercó.

-         No hay tal deuda – dijo la madre. – Solo nos alegramos de que ella reaccionara a tiempo.

-         Tu don es muy especial – comentó Koran, mirando a la niña. - ¿Sabes cómo funciona?

Ari negó con la cabeza.

-         Aún no estamos seguros. No es telequinesis – aclaró el padre. - Parece que es capaz de controlar los huesos de los seres vivos. Puede atraerlos, romperlos… y cosas más… desagradables.

Me estremecí. ¿Esa cosita tan mona podía romper los huesos de una persona solo con su mente?

-         Sea lo que sea, le debo mi vida. Pídeme lo que quieras – dijo Koran. – Si está en mi mano, te lo daré.

-         Alteza, no es necesario – objetaron los padres, pero él les silencio.

La niña se lo pensó durante unos segundos y después me miró fijamente.
-         A él – me señalo. – Le quiero a él.

Koran estalló en carcajadas que le ayudaron a liberar la tensión que había estado conteniendo.

-         ¡Ari! – regañó la madre. – Alteza, discúlpela.

-         ¿Quieres a mi hijo? – sonrió. - ¿Envuelto para regalo o como futuro marido?

Estuve tentado de reírme yo también, pero luego me pregunté si los matrimonios concertados serían una costumbre allí.

-         ¡Como amigo! – protestó la niña.

-         Ah, eso creo que podemos arreglarlo. ¿Qué dices, Rocco?

No estaba muy acostumbrado a tratar con niños, pero sabía lo básico sobre no herir sus sentimientos, así que asentí. Era bueno tener alguien en esa nave que no pensase que ese no era mi lugar.

-         Decidido entonces. Si algún día quieres venir a jugar no tienes más que llamar a la puerta, ¿vale? – le indicó Koran. Le lancé una mirada envenenada. ¡Yo no tenía citas de juegos! Aquello no sonó como una forma infantil de decirlo para ella, sino que más bien parecía que si le daba carta blanca me compraba un cubo de esos para hacer castillos de arena.
Ari y su familia se despidieron y volvieron a su casa. Nosotros nos acercamos a nuestra puerta, pero Koran me retuvo unos instantes antes de entrar.
-         Los soldados lo han revisado. Ya no hay gas, es seguro entrar – me garantizó.
Asentí. No quería sugestionarme y agarrarle miedo a esa habitación.
-         No voy a volver a dejarte solo. Te lo prometo.

-         Tendrás que hacerlo alguna vez. No pasa nada. No podías saberlo.

-         Debería haberlo sospechado, de hecho. Mis padres no se iban a rendir tan fácilmente. A estas alturas, alguien les habrá informado de que estás aquí.

-         ¿Crees que ese guardia cumplía sus órdenes? – pregunté.

-         No lo sé.

-         No creo que quisiera matarme en un principio. Solo espiarte.

Koran sacudió la cabeza y entramos en su cubículo. Todo estaba en perfectas condiciones. Nadie diría que había estado a punto de convertirse en mi tumba.

-         Oye… y… ¿yo dónde voy a dormir? – pregunté. Estaba tan cansado que la idea de tumbarme en la cama en ese momento era de lo más tentadora.

-         Aquí, de momento. Buscaremos un cuarto familiar, con más habitaciones, pero igual lleva unos días.

Seguía existiendo el problema de que solo había una cama, pero no le di más vueltas por el momento. Me acerqué al sofá y me dejé caer, sin saber si luego iba a tener fuerzas para levantarme.
-         ¿Te sientes bien? Estás muy pálido. ¿Te hicieron daño esos animales?

Estiré el labio en una media sonrisa. Era divertido escuchar ese exceso de preocupación. Creo que ni mi madre se excedía tanto, como si yo fuese una cosa delicada a la que hubiera que guardar en un plástico de burbujas.

-         Estoy bien – bostecé.

-         Su nivel de azúcar en sangre es muy bajo – avisó la voz del sistema.

-         ¿Y tú cómo puedes saber eso? ¡Ni que me hubieras hecho un análisis de sangre! – protesté.

-         Tendrías que haber comido algo – me reprochó Koran. - ¿Qué desayunaste hoy?

-         No desayuné.

-         ¿Que no des…? ¡Grrr! Chico, cuidar de ti se va a convertir en un trabajo de veinticuatro horas. Sistema: pide que nos traigan comida. Una pieza de fruta, tal vez. Quiero que cene después.

No tenía hambre, pero algo me decía que no iba a aceptar un no como respuesta. Me quedé calladito, porque Koran tenía esa mirada que indicaba que era mejor no llevarle la contraria.

-         ¿Qué le va a pasar a ese hombre? – pregunté, mientras esperábamos a que se cumpliera su orden.

-         ¿Al traidor? – bufó. – Con toda seguridad le condenarán a muerte.

-         ¿¡Qué!?

-         En Okran, hay tres delitos que se pagan con la pena capital: abuso sexual de un menor de edad, el asesinato premeditado, y el terrorismo.

-         ¡Pero no me mató! ¡No fue un asesinato!

-         Lo intentó y solo por eso merece cualquier cosa que le suceda. Además, si se prueba que pertenece a la organización de los Protectores, su sentencia está clara.

-         No parecía un terrorista.

-         Nadie lo parece – replicó Koran.

Sus ojos relampaguearon con una tonalidad naranja intensa y me dio algo de miedo. Por primera vez me planteé qué clase de hombre era cuando no estaba ejerciendo como padre sobreprotector. Recordé el puñetazo que le había metido al prisionero y repasé la frialdad con la que hablaba de su posible muerte.
-         ¿Cómo sería? – susurré.

-         ¿El qué?

-         Su… ejecución.

Koran me observó con atención.

-         No es una conversación para un niño.
Opté por no recordarle mi edad de nuevo, porque no serviría de nada.
-         Quiero saber – insistí.

-         Lo habitual es echarle de la nave sin oxígeno ni equipamiento de supervivencia. Morirá a los pocos segundos.

-         ¿Le dolerá?

-         No. Se desmayará enseguida. Todo lo que le ocurra a su cuerpo después, no lo sentirá.

-         ¿No morirá asfixiado? – dudé.

-         Perderá la consciencia – me aseguró. – Lo he visto antes.

Me mordí el labio, porque me estaba temblando un poco.
-         Me parece horrible. Es lo mismo que él me quería hacer a mí: matarme.
Koran guardó silencio y luego pasó una mano alrededor de mis hombros.
-         Eso es porque tienes un gran corazón. Acabo de conocerte y ya haces que me sienta orgulloso.
Sentí un puntito de calor en el pecho, aunque no se expandió porque su explicación, realmente, me había dejado helado. Había tanto que aún no sabía sobre ese mundo. Sus costumbres, su historia… sus leyes.


4 comentarios:

  1. Definitivamente eres muy especial, me ha encantado esta historia
    soy una fan tuya y aunque te sigo la pista desesde el 2015 hasta ahora me atrevo a hablarte, en verdad amo la forma en que haces que uno se conecte y reflexione.

    Muchas gracias por estas historias tan únicas y especiales. Muchas gracias por no dejarte vencer en estos tiempos tan difíciles y ademas dar alegría y esperanza a muchos con tus historias ;-)

    Posdata:No se como explicarlo pero en verdad te debo mucho, espero que tu y tus seres queridos estén bien.

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    1. Muchísimas gracias a ti por leer y por tus hermosas palabras :)

      Escribir me distrae (a veces, me distrae demasiado) así que ahora es el momento ideal para ponerme a ello

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  2. Me gusta mucho tus relatos, sigue así -)

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  3. Demasiado buena la historia como siempre

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