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jueves, 19 de agosto de 2021

CAPÍTULO 138: Gusanos en la tripa

 

CAPÍTULO 138: Gusanos en la tripa

 

Papá tiró la cafetera muy cerca de Alice, salpicando todo el suelo de la cocina. La enana se puso a llorar en el acto, por puro susto, pero Aidan temió que pudiera haberse quemado con el líquido aún caliente. La examinó hasta comprobar que no le había caído ni una sola gotita y la apretó en un abrazo.

-         Perdona, princesa. Papá está patoso esta mañana.

Patoso no era la palabra. Estaba histérico.

-         ¿Puedes hacer que deje de berrear? ¡Así no hay quien se concentre! – protestó Alejandro.

Él también estaba nervioso. Todos lo estábamos, pero él más. Aquel era un día muy importante, por un doble motivo: Alejandro tenía las audiciones para el musical después de clase, y Sebastian y su hijo llegaban al aeropuerto a media tarde. Habíamos quedado en ir a recogerles, pero yo empezaba a pensar que no era buena idea que papá cogiera el coche en aquel estado. Estaba pálido, tenía ojeras, señal de que no había dormido demasiado, e incluso creo que había ido al baño a vomitar de madrugada.

Alejandro no estaba mucho mejor. Se había pesado las últimas tres tardes aprendiéndose el diálogo para el casting, con ayuda de papá. Después de ver el musical el fin de semana, parecía más convencido de que realmente quería aquello.

-         No intentes repasar más, Jandro. Ya te lo sabes – le animó papá, mientras terminaba de limpiar el suelo.

 

-         ¿Por qué no me quieres decir si vas a tener que cantar o no? – preguntó Barie, por enésima vez en la mañana.

 

-         ¡Porque no es asunto tuyo! – gruñó mi hermano, de lo más irascible.

No es que no me importaran las audiciones de Alejandro, estaba feliz por él y con muchas ganas de verle sobre un escenario, pero a mí lo que me tenía en un sinvivir era la llegada de Sebastian. Y Dean se nos uniría al día siguiente. Y papá sufriría un desmayo en algún punto entre medias.

-         Vamos, no discutáis. Barie, esta tarde te enterarás, cariño.

Habíamos acordado que iríamos a ver a Alejandro durante la prueba y él no había tenido más remedio que acceder porque papá le había dicho que era un castigo extra por haberse peleado en el teatro. En realidad, Jandro quería nuestro apoyo, solo le daba demasiada vergüenza pedirlo.

-         Venga, desayunad rápido que llegamos tarde – nos apresuró papá.

Le miré mal: él no había tomado nada, ni siquiera un vaso de café. No fui el único que se dio cuenta.

-         Tienes que comer al menos una tostada, papá – declaró Hannah, con firmeza, imitando el tono que empleábamos con ella para que comiera.

Aidan no podía contradecir aquella orden sin quedar como un hipócrita absoluto y sin dar mal ejemplo, así que suspiró y cogió un pedazo de pan para untarlo de mantequilla.

 

-         Así me gusta, que seas un papi bueno – dijo Hannah.

En ese punto solté una pequeña carcajada, porque Aidan realmente parecía un niño regañado.

Después de desayunar, nos fuimos al colegio. Papá había insistido en que teníamos que ir pese a que fuera un día especial, y tal vez era lo mejor, porque así al menos estaríamos distraídos, aunque él tendría más tiempo para estar a solas con sus dudas y sus miedos. Le encomendé a Michael la tarea de mantenerle entretenido, pero luego me arrepentí, con cierto temor de cuáles serían sus “medios” para aquel “fin”. Mi hermano mayor tenía buen corazón, pero sus ideas no siempre eran las mejores. Estábamos hablando de la persona que había armado una maleta para fugarse de casa hacía solo cuatro días.

 

-         MICHAEL’S POV –

Nunca había visto a Aidan así. Cuando le conocí, me había parecido una persona muy segura de sí misma. Después me di cuenta de que eso era solo una fachada y de que estaba lleno de dudas y vulnerabilidades, pero nunca le había visto tan preocupado. Ni siquiera cuando empezó a quedar con Holly. Ella le producía nervios, pero eran nervios buenos. Los que sentía aquel día no lo eran.

¿Acaso temía que… esos hombres… le rechazaran?

“Dean y Sebastian. Los hermanos de mis hermanos”

Ya había hablado con ellos. Habían accedido a vernos, ¿no? Entonces, ¿por qué parecía al borde de un infarto?

-         No lo entiendo – le dije, cuando regresamos de dejar a los demás en el colegio y estuvo a punto de dejarse las llaves puestas en el coche. – Pensé que ya estarías acostumbrado a conocer hermanos.

 

-         No es lo mismo – murmuró.

 

-         ¿Por qué no? -  pregunté, pero me respondí yo mismo. – Es porque esta vez no eres tú el que decide, ¿verdad?

 

-         ¿Cómo?

 

-         Hasta ahora tenías hermanos pequeños y dependía de ti decidir si formaban parte de tu vida o…

 

-         Claro que formaban parte de mi vida, Michael – me interrumpió. – Desde el primer segundo, igual que tú.

 

-         Bueno, pero me refiero a que ellos eran niños, más bien bebés, que no estaban en condiciones de elegir nada. Pero hoy vas a conocer a alguien que, si quiere, puede decirte que “no”.

 

Aidan se quedó en silencio, así que lo tomé como una señal de que había dado en el clavo.

-         Pero ellos ya han dicho que quieren conocerte – le recordé.

 

-         Hay mil cosas que pueden salir mal – replicó. – Y también tengo que pensar en vosotros y en que no salgáis lastimados…

 

-         Algún día tendrás que aceptar que no puedes protegernos de todo.

 

-         Pero puedo intentarlo – afirmó, enérgicamente. Miró su móvil y suspiró. – Ya están en el avión.

 

-         Buff, le deseo suerte. Tropecientas horas de vuelo con un crío.

 

Aidan asintió, distraído y se dejó caer en el sofá, apoyando los codos en las piernas con la cabeza entre las manos.

-         A ti te pasa algo más – adiviné. - ¿Has discutido con Holly?

 

-         No, qué va. Aunque estoy amenazado si no le cuento todo lo que pase esta tarde y no la envío mil fotos, tanto de la prueba de Jandro como de Sebastian y Oli.

Sonrió ligeramente, como siempre que pensaba en ella. Puaj, no hay nada más pasteloso que un enamorado. Menos mal que lo mío con Olivia no había funcionado, no quería caer en esa trampa.

La sonrisa no le duró demasiado, sin embargo.

-         Entonces, ¿qué ocurre? – insistí.

 

-         Nada, campeón. No te preocupes.

Le conocía lo suficiente como para saber que no me lo iba a decir. Formaba parte de su idílica idea de sobreprotección.

-         Bueno. Ya que has obligado a los demás a ir a clase, al menos a mí podrías darme vacaciones, ¿no? No esperarás que me concentre para estudiar con todo lo que está pasando.

 

-         Está bien – aceptó.

 

-         ¿En serio? – me extrañé.

“Wow. O sea, wow. No me puedo creer que haya funcionado”.

-         ¿Y puedo salir a dar una vuelta? – tanteé.

“Ehm, no tienes tu suerte. Sigues castigado hasta el cumple de Jandro, ¿recuerdas? Quedan dos días, no vayas a joderlo ahora…”

-         Sí, claro. Pero no tardes mucho. Quiero ir a comprar un par de cosas y me gustaría tu opinión.

“¡Ha dicho que sí! Vale, actúa normal, actúa normal”.

-         ¿A comprar el qué?

 

-         Cosas para el cumpleaños de tu hermano. Ingredientes para la tarta, aperitivos, ya sabes.

 

-         Yo todavía tengo que comprarle un regalo – admití, algo avergonzado. Tendría que haber acertado la oferta de Ted de incluirme en el suyo.

 

-         Nos encargaremos de eso también.

 

-         ¿Qué le puedo comprar con veinte dólares? No se me ocurre nada…

 

-         Pensaremos en algo, campeón.

 

-         Vale.

Decidí irme antes de que cambiara de opinión. Definitivamente, Aidan estaba muy raro.

No tenía ningún plan concreto, cualquier cosa que no fuera estudiar sonaba bien. Era cierto que Aidan intentaba hacerlo ameno cuando podía ponerse a estudiar conmigo, pero aquel día no parecía del humor adecuado para entretener a nadie.

Me dediqué a dar una vuelta por el barrio pensando en qué le podía regalar a Alejandro. El problema era que, desde mi perspectiva, ya lo tenía todo. ¿Qué le regalas a quien no necesita nada?

“Bueno, no tiene madre, pero eso no está en mi mano”.

Eso me llevó a pensar que sabía qué regalarle a cualquier otro de mis hermanos, menos a él. Por ejemplo, a Barie podía regalarle una cita a solas con Holly y sería feliz, mocosa soñadora. O si no cualquier cosa de chicas. O música. No del Bieber ese, que ya lo tenía todo, pero últimamente la había visto fijándose en los japoneses o coreanos, o lo que fueran. Esos tipos de piel super tersa que parecen todos iguales, pero sus fans los distinguen perfectamente.

Tal vez pudiera regalarle algo de música a Alejandro. Si, no era mala idea. Claro que lo que él escuchaba no era música, era basura, y mis principios me impedían comprarle nada de eso. Reguetón. Puaj.

“También le gusta el rock”

“¿Seguro?”

“Creo…”

“Eso es a Aidan”.

Suspiré. El puto problema era que, después de todo, en realidad no les conocía tanto. Había compartido tan solo unos pocos meses de su vida. Seguramente le iba a regalar una tontería que no le iba a gustar y él iba a poner una cara extraña que me iba a recordar que yo también era un Dean y un Sebastian: era un extraño.

Nunca me habían hecho sentir así. Desde el principio me incorporaron a su rutina como si siempre hubiera formado parte de ella. Pero, a la hora de la verdad, yo no había compartido cientos de momentos que ellos sí. Nunca había tenido un “día especial por la llegada de un nuevo hermano” y ellos en cambio estaban totalmente acostumbrados.

“Bueno, córtala con la autocompasión. Ted te dijo que te ocuparas de Aidan, y aquí estás perdiendo el tiempo. Le has dejado solo”.

Pero, ¿qué podía hacer yo por animarle? Si ni siquiera sabía del todo dónde estaba el problema. Seguro que Ted en mi lugar tendría mil formas de ponerle de buen humor… Entonces recordé algo que le había hecho sonreír: Holly. Sí, eso podría funcionar.

Sintiendo que de pronto me parecía mucho a Barie, saqué el móvil y le escribí a Blaine.

MICHAEL: Hola.

BLAINE: Hola :D Estoy en clase…

MICHAEL: Solo necesito el teléfono de tu madre.

BLAINE: ¿Para qué?

MICHAEL: Tú dámelo. Es por una buena causa.

BLAINE: Vale, pero si me meto en problemas te echaré a ti la culpa.

Me pasó el número y estuve dudando un rato antes de pulsar el botón de llamada. No me gustaba hablar por teléfono. Para algo existían los mensajes, que incluso permitían notas de voz. Pero hablar con Holly por mensaje también se me hacía raro. Finalmente, me armé de valor y pulsé el botón verde:

-         ¿Dígame? – preguntó, correcta, pues en su pantalla apareció un número desconocido.

 

-         Hola… soy Michael… el hijo de Aidan – aclaré, por si acaso.

 

-         ¡Michael! ¿Cómo estás?

La pregunta me pilló desprevenido, así que tardé en responder y ella decidió continuar.

-         ¿Nervioso por esta tarde?

 

Papá le había contado, por supuesto.

 

-         Un… un poco – admití. – Pero creo que ahora mismo soy el más cuerdo de mi casa. Después de todo, no son mis hermanos.

 

-         Que tu padre no te escuche decir eso – me advirtió, molesta de pronto. – ¿Cómo que no? También son tu familia, Michael.

 

-         Literalmente no compartimos ningún lazo de parentesco – repliqué.

 

-         Si son los hermanos de Ted, también son tus hermanos. O tus tíos, si quieres. Sí, podrían ser tus tíos…

 

-         ¿Para Aidan y para ti todo funciona así? ¿Le asignáis a la gente el papel que más os guste en vuestro árbol genealógico? – inquirí, con sarcasmo.

 

-         La familia es mucho más que la sangre – respondió. – Aidan es tu padre. Así que su familia es tu familia.

 

-         Bueno, vale. Te llamaba para otra cosa – refunfuñé. Qué intensita era ella también. Dos gotas de agua, ella y Aidan.

 

-         ¿Para qué?

 

Le conté mi plan en pocas palabras y ella me ayudó a matizarlo. Mi idea de una escapada romántica no pareció cuajar, con excusas baratas como los hijos y el trabajo, pero finalmente acordamos algo que podría servir.

 

 

-         AIDAN’S POV –

 

La hipocresía es un acto inevitable. En algún momento de nuestra vida vamos a hacer algo que anteriormente hemos criticado y la mayor parte de esos momentos llegan cuando te conviertes en padre. Todos los “yo nunca haré esto cuando…” te los comías con patatas. Teniendo en cuenta que no había tenido el mejor modelo de paternidad, quizás a mí no me había pasado tanto como a otras personas. Pero aquel día sí estaba siendo un tremendo hipócrita, porque me estaba mordiendo las uñas casi hasta la cutícula, después de insistirle mil veces a Ted para que no lo hiciera.

 

Estaba nervioso y Michael había acertado bastante sobre los motivos. Sebastian y Dean no eran dos hermanos pequeños más de los que cuidar, sino seres con vidas y familias propias, que habían construido su existencia sin mí, así que bien podían llegar a la conclusión de que no me necesitaban en ella…

 

También estaba nervioso por Jandro y por su audición. Deseaba que le saliera bien y que pudiera conseguir aquello que tanta ilusión le hacía, pero me preocupaba si no era así y se llevaba una decepción.

 

Y no solo estaba la audición, sino que al día siguiente tenía el examen de conducir. Estaba convencido de que lo iba a pasar sin problemas, pero el pobre iba a estar bajo muchísimo estrés aquella semana.

Pero había un cuarto motivo, uno que intentaba ocultar por el bien de mis hijos. Uno que más que nervioso me tenía histérico… Y es que el momento que más temía había llegado. Ya no había forma de retrasarlo, ni siquiera en mi cerebro. Tenía que enfrentar la realidad: una vez pasado aquel fin de semana, después de la audición, de conocer a mis nuevos hermanos, del cumpleaños de Jandro… el próximo “evento” era la operación de Kurt.

Y contra eso, no había nervios suficientes en el mundo. Nunca iba a estar preparado.

La fecha se cernía sobre mí como una sentencia. Había hecho un gran trabajo convenciéndome a mí mismo de que mi bebé iba a estar bien, pero aún así haría cualquier cosa con tal de evitarle pasar por el quirófano.

Tenía que mantenerme entero, sin embargo. Por mis hijos. Por los días especiales que se avecinaban. Debía poner toda mi voluntad en que los encuentros con Sebastian y Dean salieran bien, y Alejandro se merecía un cumpleaños tranquilo y feliz. No quería amargárselo, ni preocupar a Kurt.

Así que me iba a permitir tan solo diez minutos de sucumbir al pánico y después me iba a recomponer e ir con Michael a comprar y…

“Michael”

Mierda. Se suponía que el muchachito estaba castigado sin salir. ¿A dónde había ido, de todas formas? A dar una vuelta… Eso era un poco ambiguo. Decidí confiar en él y, para distraerme mientras le esperaba, me concentré en elaborar una lista de cosas por comprar. Tras mucho pensarlo, Alejandro había decidido celebrarlo en el cine, y antes comer en casa, y había invitado a la familia de Holly, lo cual a mí me hacía especial ilusión. Pondríamos una mesa en el jardín y varias cosas para picar. Me estaba pensando si copiar a Holls con lo de las piñatas… Podía ser una bonita sorpresa, tendría que preguntarle a la experta…

También quería comprar algo para recibir a Sebastian y a Dean, aunque aún no tenía muy claro el qué.

La puerta se abrió en ese momento: Michael había vuelto. Tenía cierta mirada culpable y yo hice un poco de teatro y me crucé de brazos, con rostro serio:

-         Acabo de recordar que estabas castigado – le dije.

Michael puso una mueca.

-         Pero solo por dos días más de nada… prácticamente ya terminó… y fue solo un paseo corto, ni siquiera cuenta… - se defendió, sonando como Zach cuando quería salirse con la suya. Ese parecido me hizo sonreír.

 

-         Tranquilo, mocoso. No estás en líos. Me preguntaste si podías salir y yo te dije que sí, fue fallo mío y tú solo aprovechaste la ocasión. ¿A dónde fuiste?

 

-         Solo a pasear… - carraspeó. – Deberías ir a cambiarte y ponerte algo más elegante. Tienes una cita dentro de una hora.

 

-         ¿Cómo?

 

-         He hablado con Holly, te espera en la cafetería de su trabajo para desayunar. Puede tomarse un descanso de media hora. No he podido conseguir nada mejor.

 

-         ¿Que qué? – balbuceé, como un estúpido.

 

-         Ya me has oído. Venga, date prisa, tienes que hacer algo con ese pelo para que no parezca un bosque.

 

Parpadeé un par de veces para asimilar lo que me estaba diciendo.

 

-         Michael, no puedo, tengo que ir al…

 

-         Ya me encargo yo de la compra – me cortó. – Tú solo hazme una lista o algo.

 

Estaba hablando completamente en serio, no se trataba de una broma.

-         ¿Me has programado una cita con Holly? – quise cerciorarme. Estaba lento aquella mañana.

 

-         También puedes quedarte aquí subiéndote por las paredes, pero, si la dejas plantada, atente a las consecuencias – respondió, encogiéndose de hombros.

 

-         ¿A qué viene esto? No puedes…

 

-         Es evidente que necesitas despejarte – volvió a interrumpirme. – Y calmarte. Se me ocurrió que Holly te podía ayudar con eso.  Y que te apetecería verla.

 

“Sí, claro que me apetece, pero ese no es el punto”.

 

“Oh, vamos. No es una mala idea. Es bastante buena, en realidad. Veros solo una vez por semana no te basta y lo sabes.”

 

-         No me puedo creer semejante encerrona – refunfuñé. En realidad, no sabía por qué estaba protestando, el plan no sonaba nada mal. – Supongo que, si solo es media hora…

 

Michael esbozó una sonrisa que se fue agrandando, cuando entendió que me había convencido.

 

“Me maneja como quiere. Muchachito atrevido y adorable”.

 

Me fui a arreglar y aproveché que estaba en el piso de arriba para hacer las camas de mis hijos pequeños, con la sorpresa de que también tuve que hacer la de alguno de los mayores. Mientras colocaba las sábanas de Jandro -¿había usado la cama para dormir o para un combate de lucha libre?- pensé en él y en cómo estaría manejando la terrible espera hasta el momento de su audición. Sonreí con orgullo, porque había puesto mucho empeño en aprenderse el papel. Tenía muchas ganas de verle arriba del escenario.

 

Cuando todo estuvo listo, me dispuse a salir. Le dije a Michael que iríamos a comprar a mi vuelta, tampoco iba a tardar demasiado. Le pedí que guardase los platos que ya habrían terminado de limpiarse en el lavavajillas y que le pusiese comida a Leo.

 

-         Y… gracias por la encerrona – le dije, al final. – Tienes razón, necesito distraerme o voy a volverme loco.

 

Besé su frente y él se avergonzó un poco por aquel gesto afectuoso.

 

-         Anda, vete ya. Se molestará si llegas tarde – gruñó.

 

Esquivé al gatito que estaba enroscado junto a la puerta y me marché.

 

El periódico de Holly estaba en medio de la ciudad, entre calles comerciales y concurridas, así que pillé algo de atasco, pero logré llegar a tiempo. Ella me esperaba en la puerta del edificio, y al verla la presión en mi pecho disminuyó considerablemente, como si fuera un bálsamo para cualquier miedo o preocupación.

-         Buenos… - empecé un saludo, pero ella me silenció con un beso, robándome una sonrisa. Al parecer, no era el único con ganas de verla - … días.

 

-         Hola – respondió, con una risita tímida.

 

-         No sé qué te habrá dicho mi hijo, pero…

 

-         … Que necesitabas compañía. Y que deberíamos reservar un hotel en Hawai. Al final, se tuvo que conformar con un desayuno.

 

Me froté el cuello, avergonzado, porque creía a Michael perfectamente capaz de hacerle aquella proposición en mi nombre. Holly no parecía ofendida, sin embargo, más bien creo que se lo estaba pasando bastante bien a mi costa.

 

-         Un desayuno suena genial – afirmé.

 

Me dejé guiar al interior del edificio. Holly me miró con seriedad por unos segundos.

 

-         En realidad, Michael también dijo que Sebastian y Dean no son sus hermanos. Creo que se siente excluido en todo esto – me informó.

 

-         ¿Qué? Pero…

 

No supe que responder. Claro, técnicamente no eran sus hermanos… ni tampoco los míos, ya que estábamos… Pero el caso es que eran su familia… Aún no sabía bien cómo ni qué papel iban a ocupar, pero Michael era mi hijo, y ellos eran hermanos de mis hijos…

 

-         Es una situación muy complicada, pero, se resuelva como se resuelva, Michael forma parte – dije, al final.

 

-         Ya, pero él no parece saberlo.

 

Suspiré. El ser humano es inseguro por naturaleza y por más que yo intentaba luchar contra las inseguridades de mis hijos, empezaba a pensar que siempre estarían ahí. Al menos podía acostumbrarles a expresarlas y a lidiar con ellas…

 

-         Hablaré con él. Esta tarde va a ser… intensa.

 

Holly me tomó de la mano mientras elegía una mesa para sentarnos.

 

-         Todo contigo es intenso, me parece – sonrió.

Nos acomodamos en un rinconcito acogedor. La cafetería tenía bastante gente, pero no estaba abarrotada.

-         ¿Conoces a todas estas personas? – pregunté.

 

-         De vista, sí. Pero no he hablado nunca con la mayoría. Ese de ahí es Richard, mi secretario – me dijo y después se rio.

 

-         ¿Qué es tan gracioso? – respondí, contagiado por su sonrisa.

 

-         Ted le asesinó con la mirada cuando vino aquí.

 

-         ¿Qué? ¿Por qué?

 

-         Mi teoría es que le vio como posible competencia.

 

Al principio, no entendí a qué se refería, pero entonces me vino un flashback de Blaine en el acuario. Ted no lo había visto como competencia suya, sino como competencia mía. Me giré para mirar a aquel hombre con más atención. Parecía más joven que yo y, desde luego, mucho más guapo.

 

-         ¿Debería preocuparme? – pregunté, de broma. Al menos en parte era de broma.

 

Holly se rio más.

 

-         Está casado y su marido se llama Todd.

 

-         Ah – sonreí yo también.

 

En ese momento se nos acercó un camarero y me di cuenta de que, como no había desayunado en casa más que lo que Hannah me había obligado, tenía hambre. Eché un vistazo rápido a la carta y no tuve que detenerme mucho, porque había una espectacular fotografía que me tentó, con un plato de tortitas, huevos revueltos y bacon. Me pedí eso y un café con leche y Holly escogió solo un café, haciendo que me avergonzara un poco por mi apetito.

 

-         Mm… esto… hoy apenas desayuné – murmuré.

 

-         Sabía que te pedirías eso – replicó, de buen humor. – Es imposible resistirse. Sam cae siempre que viene aquí. Y yo siempre le robo una tortita.

Me relajé. No quería que me tuviera por un glotón. No quería que averiguase mis defectos, aunque mucho me temía que ya se los sabía prácticamente todos. Aun así, seguía queriendo ser perfecto a sus ojos.

-         Nunca hemos hablado de eso – comentó.

 

-         ¿Uh? – repliqué, sin entender.

 

 

-         De antiguas parejas. Tú sabes sobre Connor y no hay más que saber.

 

-         Sí que lo hablamos, tú ya conoces toda mi vida. ¿Cómo era? “Aidan Whitemore, el eterno soltero” o algo así.

 

-         Eso es lo que dicen las revistas – insistió.

 

Percibí genuina curiosidad de su parte.

 

-         Nunca he tenido pareja – le aseguré. Dudé un poco antes de añadir. – Conocí a una mujer, hace diez años. Tuvimos una cita.

 

-         ¿Y qué pasó?

 

-         No quería estar con un hombre con tantos hijos. Y eso que por aquel entonces faltaban jugadores en el partido. Hay que estar loco para salir con un hombre con doce hijos, señorita Pickman – me burlé.

 

-         Y si esa mujer tuviera once hijos propios, podríamos llamarla con toda seguridad una lunática – me siguió el juego.

 

-         Tus palabras, no las mías. Pero no voy a contradecirte – me reí. Me tiró la servilleta con muy poca puntería. Solté una carcajada que provocó que algunas personas nos miraran. Noté que me ardían las mejillas e hice por serenarme. – En fin, eso es todo lo que puedo contar. Mi prioridad siempre han sido mis hijos. No tenía tiempo de conocer a nadie… y, para ser sinceros, tampoco ganas – confesé. El interés de Holly aumentó visiblemente, así que desarrollé esa última declaración. – Nunca he tenido tanto interés en tener pareja como en… tener familia. Y ya la tenía, así que me convencí a mí mismo de que no necesitaba a nadie. Ya tenía a mis hijos. Luego llegaste tú y le diste la vuelta a todo.

 

-         ¿Eso hice? – se sonrojó.

 

-         Ahá. Mi mundo entero patas arriba. Debería demandarte por daños morales.

 

-         ¿Daños morales?

 

-         Claro. Te robaste mi corazón.

 

Tras dos segundos de silencio, fue el turbo de Holly de reírse a carcajadas. La gente nos miró de nuevo, pero ella continuó riendo con energía. Era un sonido maravilloso. Cuando volvió a hablar, le faltaba el aliento y todavía se le escapaban risotadas.

 

-         Eso fue… cursi… pero rozando… el nivel máximo… Sonó… a frase desperada… para ligar por internet…

Adopté una pose digna, haciéndome el ofendido.

-         Te robas mi corazón, y encima te ríes. Qué despiadada.

 

Siguió sonriendo y se irguió un poco cuando el camarero vino a traernos lo que habíamos pedido, lo cual me hizo darme cuenta de que nos habíamos ido inclinando el uno hacia el otro, como si la mesa entre los dos fuese un obstáculo.

 

Cuando probé las tortitas -con extra de chocolate, de un modo que haría que Ted se sintiera orgulloso- sentí que me estaba llevando a la boca un pedazo de cielo. Las mías no quedaban igual, jo.

 

-         ¿Te das cuenta de que la mitad de nuestras citas las arreglan nuestros hijos? – pregunté, repentinamente.

 

-         Sí, deben de pensar que no tenemos iniciativa – me respondió.

 

-         Tengo que darle las gracias a Michael. Realmente necesitaba esto. Me estaba volviendo loco.

Holly estiró la mano para ponerla sobre la mía en un gesto de apoyo y comprensión, pero, segundos después, sus ojos brillaron como los de mis hijos pequeños cuando se les ocurría algo divertido y cogió un trozo de beicon de mi plato, con una picardía inusual, puesto que ella normalmente era tímida, tímida como si yo fuera su primer amor en lugar de su segundo.

-         ¡Oye!

 

-         Te avisé, te dije que siempre cogía del plato de Sam – sonrió.

 

-         Hum. Te compartiré por un módico precio – ofrecí y le avisé con la mirada de lo que me proponía. Acerqué mi rostro al suyo para darla un beso y ella me correspondió. En realidad, fue solo un breve roce en los labios, pero una corriente eléctrica me recorrió todo el cuerpo y creo que a ella también.

 

-         Ah, pero así no es un robo – objetó, repentinamente ruborizada. Una sonrisa perduró unos segundos en su rostro, pero después se quedó pensativa. – Me solía dar vergüenza esto – me confió.

 

-         ¿El qué?

 

Pensé que iba a decir algo así como “comportarnos como dos idiotas enamorados”, pero el curso de sus pensamientos me sorprendió:

 

-         Comer frente a otras personas, en especial cuando no es una ensalada. Me solía dar vergüenza que me vieran. Me imaginaba a todo el mundo pensando “mira a esa gorda”.

Sentí un ramalazo de furia subirme desde las entrañas. No sabía exactamente hacia quién estaba dirigida, si hacia Holly o hacia la sociedad que la había hecho pensar así.

-         Por lo que he podido observar en varias ocasiones, como el triple que tú. Si alguien tiene algo que decir al respecto, me lo como a él – gruñí. – Puedo hacerlo. Mido dos metros. Según una teoría de Harry cuando tenía seis años, eso me hace en parte gigante y los gigantes comen personas, en algunas mitologías.

 

Holly soltó una risita suave, cantarina. Fue mi turno de apretar su mano.

 

-         Puedes comer lo que te apetezca, cuando te apetezca. No tienes nada de qué avergonzarte y menos conmigo.

 

Desvió la mirada, avergonzada, y se escondió tras su taza de café.

Fue la mejor cita de treinta minutos que uno pudiera desear. Por eso lo sentí tanto cuando me dijo que se tenía que ir, pero entendía que ya había sido bastante afortunado porque hubiera podido hacerme un hueco en mitad de su trabajo.

Me acompañó hasta la puerta y, cuando nos estábamos despidiendo -un beso, otro más, ella tampoco quería que se acabara- el llanto de un niño nos interrumpió. Los dos giramos la cabeza al mismo tiempo, acostumbrados a responder ante ese sonido, y nos reímos a la vez cuando entendimos que se trataba de un nene de unos dos o tres años que iba en un carrito empujado con su madre. No eran nuestros niños, lógicamente, pero nuestro instinto había sido más fuerte.

El sonido del llanto se fue alejando conforme se alejaba el bebé y su buena madre intentaba consolarlo de cual sea que fuera su pena con el ofrecimiento de un juguete. La escena me afectó por alguna razón y tardé en entender el motivo, hasta que reparé en que ese niño se parecía bastante a Kurt o al menos esa impresión le dio a mi mente obsesionada.

-         Los padres hacemos cualquier cosa por evitar el sufrimiento de un hijo, pero no siempre es tan fácil como acercarles un juguete – murmuré. – La mitad del tiempo me siento un completo inútil.

 

-         Hey, no digas eso – me regañó.

 

-         Es la verdad. Kurt solo tiene seis años, confía en mí para que le proteja de todo mal, y yo voy a dejar que lo suban a una mesa de operaciones.

 

-         Precisamente lo harás para protegerle. A veces tenemos que hacer un montón de cosas que no nos gustan porque es lo mejor para ellos. Pero vas a estar con él   y le vas a mimar tanto que se convertirá en el bebé más consentido del planeta.

 

-         Eso ya lo es – me permití sonreír un poco.

 

-         Va a estar bien, Aidan. Todo saldrá bien.

 

-         Tiene que hacerlo – murmuré. – Porque si le pasa algo, yo me muero. No es una metáfora, Holly, me muero. No podría soportarlo…

 

Me apretó el brazo. Sabía que ella me entendía, no solo porque era madre, sino porque había habido muchas pérdidas en su familia. Incluso uno de sus cuñados había perdido a un hijo, por lo visto. No conocía al hombre y ya le compadecía en la distancia.

-         Los médicos no habrían sugerido la operación si tuviera más riesgos que beneficios – me dijo. – Tienes que confiar en ellos.

 

Confiar. Esa era una palabra tan difícil. Yo solo confiaba en mis hijos y, ahora también, en Holly.

 

-         MADIE’S POV –

 

No me podía creer que papá nos hubiera obligado a ir al colegio en un día como ese, ni que mis hermanos lo hubieran aceptado sin ningún problema.

 

-         Hoy y mañana nuestras vidas van a cambiar para siempre, vamos a conocer a dos hermanos nuevos, pero oye, que ninguna insignificancia nos distraiga de la importancia de saber localizar un complemento indirecto en una oración – farfullé, mientras tachaba furiosamente en mi cuaderno de lengua. - ¡Si al final se casa algún día es capaz de hacernos venir al colegio el día de su boda!

 

-         Deja de quejarte – me pidió Barie, hablando en susurros para que la profe no nos oyera. – Para él no es fácil, ya has visto cómo estaba esta mañana. Tener que aguantarnos a nosotros no le habría ayudado.

 

-         Papá siempre dice que él no nos aguanta, sino que nos quiere.

 

-         Sí, pero a veces a la gente se la quiere desde la distancia, donde no molesten – sonrió y después se concentró en copiar lo que estaba en la pizarra. – Ya en serio, estar aquí o casa no haría ninguna diferencia. No hay nada que podamos hacer por la mañana. Y este curso ya nos hemos perdido muchos días.

 

-         No, qué va, yo no…

 

-         Pero Ted sí – me cortó. – Y Kurt va camino y papá tiene que pensar en todos. Además, Alejandro tiene la audición hoy. Quedaría un poco raro si no venimos, pero luego él se presenta al casting y nosotros como público, ¿no?

 

-         Siempre te pones de parte de papá – mascullé.

 

-         ¡No es cierto! – protestó.

 

-         Madelaine, Bárbara, ¿os estoy aburriendo? – preguntó la profe, mirándonos con seriedad.

 

-         ¡No, lo sentimos! – se apresuró a decir mi hermana, con los ojos muy abiertos, como los de un cervatillo asustado. Se encogió en su asiento intentando desaparecer y, teniendo en cuenta que ella era la mejor alumna de la clase, la profesora podría tener más paciencia, la verdad. Estaba copiándolo todo, pero uno puede copiar y hablar a la vez.

 

Nos quedamos en silencio por un rato, y cuando consideré que había pasado un tiempo prudencial, continué:

 

-         Si es cierto, ¿sabes? Siempre defiendes a papá – la hice notar.

 

-         Eso no es verdad, discutimos muchísimo.

 

Rodé los ojos.

 

-         ¿Cuándo fue la última vez que no estuvisteis de acuerdo en algo? – pregunté. Barie lo pensó, pero no se le ocurrió nada. - ¿Lo ves?

 

-         No, déjame pensar… ¡Cuando lo del vídeo! – exclamó de pronto.

 

-         Bárbara y Madelaine, ya – nos regañaron de nuevo.

 

Las mejillas de mi hermana se encendieron, muerta de vergüenza, y fijó la vista en su cuaderno.

 

-         Eso no cuenta – insistí. – Era un reto y te convencí yo. Pero después todo fueron “sí, papi” y “lo siento, papi”. ¡Y eso que ni siquiera nos castigó!

 

-         ¡Pues tú dijiste lo mismo que yo! – replicó. – Tú tampoco le llevas nunca la contraria.

 

-         Más que tú, por lo menos.

 

-         ¡No es una competición! – se quejó. – Si tiene razón, tiene razón, ¿qué quieres que le haga? No voy a meterme en líos porque sí, y si no quieres estar aquí, pues haberte quedado en casa.

 

-         Yo sola no, así no tiene gracia – respondí. En verdad no quería discutir con ella. Barie era la niña buena de papá y eso era una ventaja, así le podía sonsacar muchos permisos. – Nos estamos yendo del tema, el punto es que hoy viene Sebastian y su hijo y mañana Dean, y estaría bien poder estar con ellos y no aquí haciendo el tonto.

 

-         Todavía no sabes si mañana nos va a dejar quedarnos.

 

-         Dijo que lo pensaría, y “lo pensaría” suele significar que no – bufé.

 

-         Qué va, con papá suele significar que sí. De hecho, le oí hablar con Ted. Mañana no hay colegio.

 

-         ¿En serio? – me alegré.

 

-         Suficiente. Madelaine, Bárbara, saliros al pasillo – dijo la profesora.

 

-         ¡No, profe, no, ya nos callamos! – prometió Barie.

 

-         Saliros. Os he llamado la atención muchas veces.

 

“Exagerada” pensé, mientras me levantaba.

 

-         ¡No, por favor! ¡Ya no hablamos más, de verdad!

 

Barie sonó desesperada y me habría dado pena incluso de no ser mi hermana. A la profesora también debió de dársela, porque suspiró.

 

-         Entonces, separaos. Madelaine, siéntate aquí delante.

 

No me apetecía sentarme con el idiota de Evan, pero no me convenía discutir, así que lo hice. Sin embargo, no todo iba a ser tan fácil, y al final de la hora la profesora nos pidió la agenda a mi hermana y a mí para ponerle una nota a papá. No entendía por qué los profes tenían que ser tan chivatos. Además que solo les escribían para las cosas malas.

 

Barie estuvo imposible el resto de la mañana. No me habló en ninguna clase y en el recreo se llevo un folio y se puso a escribir, por lo que pensé que tampoco iba a hablarme.

 

-         ¿Estás haciendo deberes? – pregunté.

 

-         No.

 

-         ¿Estás enfadada conmigo?

 

-         No.

 

-         ¿Y por qué pasabas de mí en mates?

 

-         Porque no quiero que me pongan otra nota – murmuró. – No sé cómo puedes estar tan tranquila.

 

-         No lo estoy, pero tampoco es el fin del mundo. Si no son deberes, ¿qué estás haciendo?

 

-         Una tarjeta para Jandro.

 

-         ¿Para su cumple? ¿Qué tienes ahora, cinco años?  - la chinché.

 

-         No, para desearle suerte en la prueba.

 

Debía reconocer que Barie podía ser muy adorable cuando se lo proponía.

 

 

-         AIDAN’S POV –

Cuando regresé a casa, Michael ya estaba listo para que fuéramos al centro comercial. Era el mejor sitio si, además de la comida, quería comprar un regalo para Alejandro.

 

No me avasalló a preguntas como habría hecho Ted, pero no dejó de mirarme fijamente mientras nos metíamos en el coche, hasta que ya no pude más:

 

-         ¿Qué? – le pregunté.

 

-         Nada. Ya no parece que vayas a tropezarte con tu propio pie, solo eso. Estás más tranquilo.

 

-         Muy gracioso.

 

-         Honestamente, no sé por qué, pero está claro que Holly te hace feliz – me dijo.

 

Me coloqué el cinturón de seguridad y esperé a que él hiciera lo mismo.

 

-         ¿Qué quiere decir que no sabes por qué?

 

-         Pues… que no entiendo qué tiene ella de especial, solo eso. Afrontémoslo, no es precisamente una modelo… - me dijo y, como su tono no fue beligerante, hice lo posible por no enfadarme. No estaba intentando molestarme, solo estaba siendo sincero.

 

-         Una persona tiene mucho más que ofrecer aparte de su aspecto, Michael. Y la belleza es subjetiva.

 

-         Eso es lo que se dice cuando alguien no es atractivo – replicó.

 

-         Lo es para mí. Es guapa, es hermosa, de hecho, y espero que nunca insinúes lo contrario frente a ella. Tiene los ojos y la sonrisa más bonita que he visto nunca. Y, aunque no fuera así, no es su cuerpo de lo que me he enamorado, sino su…

 

-         No, si eso está claro – me interrumpió, con una risita.

 

Golpeé el volante, haciendo que la bocina sonara sin querer y él dio un pequeño respingo.

 

-         Basta. No tienes derecho a juzgar a alguien por su aspecto. Entiendo que nadie te ha enseñado esto antes, pero escúchame bien: esa clase de bromas no tienen gracia. Te conozco y no eres una persona superficial, así que métete esto en la cabeza: el cuerpo de una persona puede fallar en una milésima de segundo. Puede romperse en mil pedazos en un accidente, quemarse en un incendio, mutilarse… También puede estropearse con el tiempo, envejecer, perder fuerza… Y no por eso el ser humano que hay en el interior vale menos. Cuando quieres a alguien tienes que estar dispuesto a quererlo con veinte años cuando se sube a los árboles y con ochenta cuando va en una silla de ruedas que tú tienes que empujar. Así que, incluso, incluso aunque no me gustase lo que veo por fuera, ese no es motivo para desechar lo que veo por dentro. Pero es que además no te estoy mintiendo, ella es guapa, tiene un rostro bonito y dulce al que podría estar mirando durante horas. Y si mañana ese rostro desapareciera, me pondría triste por no poder mirarlo más, pero seguiría amando a la persona que hay detrás de él – declaré, hablando con el corazón y deseando que mis palabras calaran en él.

 

En seguida comprobé que lo hicieron. Michael me miraba fijamente, casi sin pestañear y se quedó en silencio. Cuando pasaron los segundos y entendí que no iba a decir nada, decidí arrancar el coche.

 

-         Ojalá alguien me vea así alguna vez – murmuró.

 

-         ¿Cómo dices?

 

-         Que ojalá alguien miré más allá de mis ojos azules, de mi piel negra y de esta cara esculpida por los dioses, y vea… vea lo que hay dentro. Y le guste – susurró Michael.

 

Más allá de su fanfarronada -clásico recurso para ocultar su vulnerabilidad- comprobé una vez más lo inseguro que era Michael. Esa idea de que no merecía determinadas cosas básicas, como que lo quisieran…

 

-         Diría que hay unas cuantas personas que ya han hecho eso, campeón. A mí me daría igual si fueras verde y viscoso como un sapo. Seguiría queriéndote lo mismo.

 

Se removió en su asiento y sus labios se estiraron un poquito. Comprobé que la carretera estuviera despejada y moví mi mano derecha para ponerla sobre su pierna.

 

-         Me gusta lo que hay dentro. Incluso aunque te empeñes en poner capas y difuminarlo. Puedo ver a través de eso. Puedo ver cómo eres en lo más profundo de tu ser, y me gusta.

 

Michael se removió un poco más y después estiró su propia mano para encender la radio, intentando escapar de la intensidad del momento. Se ladeó un poco, pero aún así pude ver una lágrima bajando por su mejilla. Pensé en decirle algo, pero llegué a la conclusión de que no estaba triste, sino emocionado.

 

Llegamos al centro comercial y, por ser una mañana laborable, no había muchos coches en el parking. Dejé el coche en una plaza ancha, pero no detuve el motor ni hice ningún gesto que indicara que fuera a bajarme pronto y Michael lo notó.

 

-         ¿Vamos o qué?

 

-         En seguida. Hay algo más que quiero hablar contigo – le dije.

 

-         Siento haber dicho esas cosas, ¿vale? Holly sí que debe tener algo especial para que la quieras así – murmuró. – Puedes ahorrarte la bronca.

 

-         ¿Por qué siempre que quiero hablar contigo piensas que voy a echarte una bronca?

 

-         La costumbre – sonrió, con algo de picardía.

 

-         Bueno, pues por una vez, sin que sirva de precedente, no es para regañarte – respondí. – O solo un poco. ¿Qué es todo eso de que lo que vamos a hacer esta tarde no va contigo? Sebastian y Dean son tu familia también.

 

Me devolvió una expresión confundida, quizá preguntándose cómo sabía que se sentía así, pero después capté en sus pupilas un brillo de comprensión.

 

-         Holly te lo contó. No es que no vaya conmigo… Pero no soy nada para ellos.

 

-         Eres mi hijo. Y… he estado pensando sobre esto, al borde de la crisis de identidad, pero… técnicamente sí son mis hermanos. Si consideramos que Andrew me adoptó, entonces son mis hermanos. Y si lo son, también son tus tíos – declaré. Mi cerebro y yo habíamos llegado a la conclusión de que íbamos a ignorar toda relación biológica con Greyson.

 

-         No puedes amoldar todo a tu conveniencia. Si Andrew no es tu padre para poder adoptar a tus primos, entonces no es tu padre para esto tampoco – replicó Michael.

 

-         ¿Dónde pone que no? – rebatí y después suspiré. – Toda persona que quiera formar parte de mi vida tendrá que aceptar a mis hijos primero. Tú eres parte de esta familia, campeón, y haría lo que fuera porque no tuvieras dudas al respecto.

 

-         ¿Qué es hoy, el día de ponerse pastelosos? – protestó, avergonzado.

 

-         Parece que no me conozcas: todos los días son ese día – me reí y, por fin, apagué el motor y bajamos del coche.

 

Primero fuimos a la sección de comestibles y llenamos un carro entero con lo que Michael llamaba “comida de verdad”, pero ningún nutricionista hubiera estado de acuerdo. Después le acompañé a la zona de música, donde le vi caminar no muy seguro en medio de un montón de CD’s, con la idea de dar con uno que pudiera gustarle a Alejandro.

 

-         ¿Me permites un consejo? – le dije. Michael me miró a la expectativa. – Jandro escucha música desde el móvil. No colecciona muchos discos y los que en verdad le interesan ya los tiene.

 

Michael hundió los hombros.

 

-         Hey, no te desanimes. ¿Por qué no pruebas con un videojuego? Sé el que le ha comprado Ted, así que me puedo asegurar de que no coincidan.

 

-         Eso es muy caro – se quejó. – Solo tengo veinte dólares, ya te lo dije.

 

-         Yo pongo lo que falte – le tranquilicé. – Además, algunos son más baratos. Echamos un vistazo a ver cuál te gusta para él, ¿bueno?

 

-         ¿Y unos cascos de esos grandes? De los que no se meten dentro de las orejas – sugirió.

 

-         ¡Muy buena idea!

 

-         Así, por lo menos, le regalo algo distinto…

 

Le agarré del brazo e hice que me mirara. Aquello debía ser muy importante para él.

 

-         Escojas lo que escojas, a tu hermano le gustará, porque lo has hecho pensando en él. No te agobies – le pedí. - ¿Por qué le quieres hacer un regalo?

 

-         Porque… es su cumpleaños… es lo que se hace en estos casos, ¿no?

 

-         ¿Ese es el único motivo? – insistí.

 

Michael no me respondió, pero creo que me entendió, a juzgar por esa mirada avergonzada que ya había puesto varias veces aquella mañana.

 

-         Quieres hacerle un regalo porque le quieres. De eso se acordará siempre.

 

-         No sé para qué vamos al psicólogo si tú ya tienes respuesta para todo – me dijo, con una sonrisa.

 

-         Uno no siempre va al psicólogo a buscar respuestas, pero acepto el cumplido. Ahora venga, terminemos de comprar o llegaré tarde al colegio.

 

Finalmente, Michael escogió los cascos. Fuimos a una caja a que nos cobraran y cuando vi la cantidad de bolsas reflexioné una vez más sobre cómo se magnifica todo con tantas personas en una familia. Siempre compraba en formato extragrande.

 

Regresamos a casa, guardamos la compra y yo cocí unos espaguetis para la comida. Ese día convenía que fuera algo rápido porque Jandro tenía la audición.

 

Les fui a buscar y llegué justo a tiempo de que abrieran la puerta de los pequeños. Como las maestras me conocieron, no pusieron pegas a que Alice viniera corriendo hacia mí, con su mochilita balanceándose a su espalda.

 

-         Hola, princesita – saludé.

 

-         ¡Olla! ¡Papi, agua!

 

-         No he traído, cariño. Ahora bebes en casa.

 

Kurt y Hannah se acercaron a la vez, hablando atropelladamente, pero ya me había acostumbrado a entenderles cuando se interrumpían el uno al otro.

 

-         ¡Papi, papi! Le he dicho a Tessa que vamos a tener más hermanos…

 

-         … y dice que enhorabuena por el bebé….

 

-         ... y toda la clase ha aplaudido…

 

-         … y cuando le hemos dicho que no era un bebé…

 

-         … ha puesto una cara muy rara…

 

-         … y mi amigo Tom dice que su mamá va a tener un bebé también…

 

-         … como Harry cuando intenta hacer un problema de mates muy difícil…

 

-         … y al final Tessa nos ha dicho de dónde vienen los niños…

 

-         … pero lo ha dicho mal… - concluyó Kurt.

 

Eso último llamó poderosamente mi atención. Tessa era su maestra y la pobre se debía de haber visto en un aprieto ante las preguntas que las noticias de mis hijos debían de haber causado.

 

-         ¿Qué os ha dicho Tessa? – pregunté.

 

-         Que los bebés están dentro de la mamá hasta la hora de salir y cómo es muy difícil sacarlos tienen que ir a que un doctor las ayude, pero eso no es verdad – apuntó Hannah.

 

La miré, extrañado. Todavía no les había dado muchos detalles de la reproducción humana, pero sí sabían lo que era una mujer embarazada.

 

-         Sí es verdad, cariño.

 

-         No es difícil, porque Holly tuvo tres – insistió Kurt.

 

Sonreí un poquito.

 

-         Eso no quiere decir que no fuera difícil, campeón. Hagamos esto: la próxima vez que la veas, se lo preguntas, ¿vale?

 

“Lo siento, mi amor, pero pagaré por ver tu cara cuando mis enanos te asalten con su curiosidad incontrolable” pensé, riéndome internamente. No lo hacía solo por pasarle el marrón a Holly, es que realmente había poco que yo les pudiera decir sobre un parto. A la edad de mis mellizos, los tecnicismos sirven de poco y lo que quieren son narraciones en primera persona. Tal vez había llegado el momento de que los peques lo entendieran mejor, y supieran exactamente cómo podía salir el bebé.

 

El resto de mis hijos fue saliendo, no exactamente por orden de edad, pero casi. Se respiraba nervios y ansiedad en el ambiente, pero había dos expresiones que destacaban por encima de los demás: Barie evitaba mirarme y Alejandro machacaba la pantalla de su móvil con el dedo, como si en vez de ser táctil estuviera compuesta de botones duros y difíciles de apretar. En el caso de Alejandro, intuía que se trataba de estrés por la prueba, pero no tenía ni idea de lo que le pasaba a Barie así que me acerqué a ella.

-         ¿Y mi abrazo? – exigí, poniendo un puchero.

Barie me rodeó la espalda que era a donde llegaba y yo la envolví y besé su cabeza.

-         ¿Qué ocurre, princesa? ¿Te ha ido mal en el cole hoy?

 

-         Me han puesto una nota por hablar con Madie.

Suspiré. Al menos no era nada serio. Con todas las cosas que nos estaban pasando, me daba miedo lo que mis hijos pudieran sentir o cómo podría afectarles.

-         ¿A verla? – pedí, pero Barie se apretó más contra mí como toda respuesta. – Princesa, enséñamela. No pasa nada. Es la primera nota que traes, no me voy a enfadar, aunque sí espero que no haya otra.

No sin ciertas reticencias, Barie se separó y abrió su mochila para darme su agenda. La nota no era nada del otro mundo, solo decía que había tenido que llamarle la atención varias veces por hablar con su hermana.

-         En casa te la firmo. ¿Supongo que Madie tiene otra igual? – pregunté y su silencio fue respuesta suficiente.

Llamé a la aludida para que se nos acercara y Madie lo hizo, resoplando.

-         Ya te lo ha contado, ¿no? – farfulló.

 

-         Aham.

 

-         Te dije que esperaras a estar en casa – le reprochó.

 

-         Da lo mismo cuándo me lo contéis, mi reacción iba a ser la misma – aclaré.

 

-         Bff. Ahora a aguantar la bronca – resopló Madie, rodando los ojos.

 

Ay, madre. Mi niña ya era toda una adolescente. Iluso de mí, había creído que aún me quedaban un par de años para esa fase. Al menos uno.

 

-         No va a haber bronca, pero sí quiero que entendáis que tenéis que respetar a los profesores. Y parte de ese respeto consiste en atender a lo que dicen en clase.

Barie juntó las manos y miró al suelo, como si la unión de las baldosas contuviera la respuesta a algún enigma importante.

-         Sé que hoy es un día emocionante y seguramente teníais muchas cosas de las que hablar, pero ese no era el lugar para hacerlo. Primera y última advertencia, ¿entendido?

-         Sí, papi – susurró Barie.

 

-         ¿Madie? – insistí.

 

-         Que sí, que vale – bufó.

 

“Señor, dame paciencia” pensé, y le piqué el costado, sabiendo que eso le provocaba muchas cosquillas.

 

-         ¿Cómo? No te escuché.

 

-         ¡Aichs! Sí, papa, no habrá más notas – respondió, riéndose y apartándose para esquivarme.

 

-         Ah, así mejor. Pues venga, id yendo hacia el coche que nos tenemos que dar prisa.

Volvieron junto al resto y empezaron a repartirse entre los coches, pero yo retuve a Alejandro.

-         Espera, Wildcat, déjame hablar un momento contigo.

 

-         No me llames así, te crees que suenas guay, pero no lo haces.

 

-         Bueno, jo. Ya veo que hay nervios.

 

-         Eso es quedarse corto. Me voy a quedar en blanco – me aseguró.

 

-         Ya verás que no.

 

-         Pero, ¿y si lo hago?

 

-         Pues respiras hondo, nos miras a nosotros que estaremos animándote y volverás a acordarte – le aconsejé.

 

-         Un musical es mucho más que bailar – insistió.

 

-         Con eso sí te sientes cómodo, ¿verdad? Tengo tantas ganas de verte – confesé.

 

-         No lo digas, no vaya a ser que me arrepienta de que vengáis – refunfuñó.

 

Le rodeé con el brazo y así pude darme cuenta de que estaba todo transpirado.

 

-         Hijo, estás sudando. No te preocupes tanto, lo vas a hacer bien.

 

-         No es solo lo del musical – me confió. – Es que… mañana me saco el carnet.

 

-         Lo sé, grandullón. Son muchas cosas juntas, pero eso también lo vas a hacer genial. Si viera que no estás seguro al volante todavía, te lo diría. Pero ayer aparcaste a la primera con una pericia que parecía que llevaras años conduciendo – le recordé y no era mentira.

 

-         ¿Puedo llevar el coche hasta casa yo? – probó.

 

-         ¿Ahora? Campeón, espera un día. Aún no tienes la licencia…

 

-         ¡Pero he estado conduciendo contigo y tampoco la tenía! – protestó.

 

-         Es diferente. Éramos solo tú y yo, en los alrededores de casa. Estabas practicando – traté de explicarle. – Ahora están tus hermanos y…

 

-         ¡Ya veo cómo crees que estoy “seguro al volante”! ¡Eres un mentiroso!

 

-         No te he mentido, Jandro, lo que pasa es que…

 

-         ¡Crees que voy a estrellarnos! – me interrumpió.

 

-         No es eso, hijo. Pero no es legal que conduzcas todavía y sería una tontería que te pillen sin carnet un día antes de sacártelo.

 

-         ¿¡Y sí era legal ayer!? – medio gritó.

 

-         ¡Puedes ir con un adulto mientras practicas, pero no por plena ciudad con tus hermanos pequeños detrás gritando y distrayéndote!

 

No me parecía tan difícil de entender, solo tenía que ser paciente un día más, solo uno.

 

-         ¡Pues a Ted bien que le dejas conducir con los enanos detrás!

 

-         ¡Ted tiene el carnet desde hace más de un año! No se trata de que no confíe en ti, hijo. Pero tienes que ir poco a poco y respetar las normas.

 

-         A la mierda las normas. Y a la mierda tú – me espetó.

 

-         Eh. Basta. No seas inmaduro. Si quieres hacer cosas de adulto, como conducir, tienes que ser capaz de mantener una conversación civili….

 

-         Que te vayas a la mierda – gruñó, lo bastante alto para que, de hecho, dos o tres familias cercanas lo oyeran.

 

Me enfurecí, por varias razones. La primera y principal, que no podía hablarme así. Pero es que además estaba esforzándose por no entenderme. Estaba dispuesto a confiarle lo más valioso que tenía, que era su propia vida y la de sus hermanos, porque había visto que se defendía bien dentro de un coche. Pero tenía que ser con todas las normas de seguridad y respetando la ley. Por un solo día, nos arriesgábamos a consecuencias muy serias, si por algún casual le paraban conduciendo sin el carnet.  Y encima, tal y como estaban las cosas con la prensa últimamente, saldría en todos los periódicos. Ya me imaginaba los titulares. “El hijo de Aidan Whitemore se cree por encima de la ley: conduciendo sin licencia”.

 

Mi cerebro funcionó a toda velocidad por unos segundos. Tuve el impulso de cruzarle la cara, pero no lo hice. Para empezar, porque estábamos en la calle, justo en la puerta de su colegio, y si hacía eso le avergonzaría. Pero, además, ya en una ocasión, y por las mismas palabas, lo había hecho, y me sentí culpable. No sirvió para nada más que para demostrar que había perdido los estribos, algo que me dije que no podía volver a pasar. Respiré hondo y en cuanto lo hice se fue también parte de la furia. No iba a tratar a mis hijos con violencia, ni siquiera cuando ellos me atacaran injustificadamente.

 

-         Métete en el coche – le ordené.

 

-         ¡No p…!

 

-         Métete en el coche o te meto yo – le interrumpí, al intuir que iba a cavar todavía más hondo su propio agujero.

 

Alejandro examinó los alrededores y debió de considerar que llevaba las de perder, porque al final accedió a entrar en el vehículo.

 

Suspiré antes de meterme yo también. Un pensamiento triste se me cruzó por la cabeza: ¿podía, realmente, confiar en él para responsabilizarse de un coche? ¿Estaba preparado? ¿Y si en un pronto similar a ese superaba el límite de velocidad o pegaba un volantazo o decidía saltarse alguna norma básica de seguridad vial porque era tan injusta como debía serlo yo a sus ojos?

El camino a casa fue algo tenso. No sé si todos habían podido escuchar la discusión que Jandro y yo habíamos tenido, pero algo se olían, porque apenas hablaron. Cuando nos detuvimos en el colegio de Dylan para recogerle, Alejandro se bajó del coche y dijo que haría el resto del camino andando. Me debatí entre dejarle salirse con la suya u obligarle a venir con nosotros. Me preocupaba que se fuera solo e hiciera alguna tontería. Pero la idea de no poder confiar en él me dolía y me parecía injusta. Le agarré del brazo.

-         Suel…

 

-         Mírame a los ojos – le pedí. – Mírame.

Tras unos segundo interminables, me hizo caso.

-         Irás directo a casa. Sin paradas. Sin desvíos. Usarás el paseo para calmarte y después hablaremos – le dije. Hizo ademan de separarse, pero no le dejé. – Prométemelo.

 

-         Está bien, está bien, ¡te lo prometo!

 

Respiré, aliviado, y le di un beso en la frente que él se limpió de inmediato.

-         Cruza con cuidado.

Le observé marchar y, todavía intranquilo, volví a meterme en el coche. Mi carácter sobreprotector entraba en conflicto con mi deseo de darle el espacio que necesitaba.

Regresamos a casa y me puse a terminar la comida mientras le esperaba. Los demás fueron poniendo la mesa y lavándose las manos y, gracias a dios, escuché el sonido de la puerta abrirse y luego cerrarle, lo que en ese momento me pareció el sonido más maravilloso del mundo: Alejandro había venido directo a casa.

Le vi dejarse caer sobre el sofá, tirando su mochila unos metros a su izquierda. Me acerqué a él despacio, intentando analizar su estado de ánimo.

-         ¿Más tranquilo? – pregunté. Él asintió. - ¿Podemos hablar ahora?

 

-         Sí…

 

-         No dudo de tus capacidades para conducir, Alejandro. De ser así, no te había animado a aprender. No te habría enseñado.

 

“No te habría comprado un coche, maldita sea”.

 

-         Lo sé… Solo… me apetecía intentarlo.

 

-         Entiendo eso. Y entiendo que estás bajo mucho estrés, pero no puedes cogerte semejante berrinche porque no te deje hacer algo. No puedes hablarme de esa forma.

 

-         Lo siento…

 

Suspiré.

 

-         Disculpa aceptada – me senté a su lado. – Y ahora qué hago contigo, ¿eh?

 

-         ¿Me vas a castigar justo hoy? – preguntó, el muy manipulador. Mi corazón se encogió.

 

“No tendrás tan poco corazón…”

 

-         Te doy a elegir en si prefieres que sea antes o después de la prueba – le dije.

 

-         Papá… - protestó.

 

“No necesita esa clase de presión. Nervioso por la actuación, nervioso por el castigo… pero hombre, ¿tienes alma dentro del cuerpo?”

 

-         No es la primera vez que estamos en esta situación, Alejandro, así que no la voy a dejar pasar. De una manera o de otra tengo que conseguir que dejes de atacarme a la mínima que algo no te gusta.

 

-         Lo siento – repitió.

 

-         Yo también. Ya te he dicho tus opciones.

 

Apretó los labios y sus ojos comenzaron a brillar.

 

“Soy un monstruo, soy un monstruo, soy un monstruo…”

 

-         Voy a llegar tarde – gimoteó.

 

-         No, la comida ya está hecha…

 

-         No quiero comer, me duele la tripa.

 

Volví a suspirar y le atraje hacia mí en un medio abrazo.

 

-         Esos son los gusanitos de los nervios, que te han llenado el estómago. Pero uno no puede hacer un buen casting sin comer.

 

-         Snif… ¿quién lo dice?

 

-         Campeón… no llores…

Se levantó y subió las escaleras corriendo.

“Monstruo, monstruo, monstruo”.

“¿Qué debería hacer?”

-         ¡AGH! – exclamé, frustrado y apreté un cojín para descargarme un poco.

Después, me levanté, recogí la mochila de Alejandro y subí a su habitación.

                                                                                            

 

 

 

 

                                                                                                            

 

 

 

 

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