DANNY EN LA
Danny miró por la ventana del
avión y maldijo por lo bajo… La tormenta de nieve no se esperaba hasta esa
noche, pero vaya que el chico había estado pidiendo al universo y a todos los
dioses existentes que la adelantaran. Realmente no quería que despegara ese
avión…
En sí, la situación no era muy
distinta a lo regular, nunca se sentía con ganas de ir a Los Ángeles, pero ese
invierno contaba con cierta particularidad, y es que por lo general la visita
duraba sólo de dos a tres días, y en esa ocasión prometían ser mínimo alrededor
de seis meses. Y nadie, ni siquiera el Papa, querría pasar seis meses con su
padre. Cabe aclarar que con el padre del Papa sí, pero no con el padre de
Danny. Seguramente el padre del Papa había sido un muy buen sujeto, pero por el
contrario hasta el momento no existía persona sobre la faz de la tierra que
fuera capaz de aguantar al de Danny por 6 meses consecutivos… seguramente ni
siquiera por 6 días.
El muchacho era plenamente
consciente que él tampoco era la persona más agradable del planeta y que su
padre seguramente tampoco estaba muy ilusionado con la idea de tenerlo de
arrimado en la casa durante tanto tiempo, pero es que realmente no tenían muchas
opciones ninguno de los dos.
Justo la semana anterior le
habían pedido a Danny muy cordialmente que no volviera a pisar el colegio de
donde venía, y había sido prácticamente el último en New York en donde no lo
habían corrido… su tía Marcela prácticamente le había gritado a su padre por
horas en el teléfono hasta que de alguna manera logró hacerlo aceptar que Danny
se quedara con él durante lo que restaba del ciclo escolar, seguramente con la
idea de que por algún motivo las escuelas de Los Ángeles le tendrían un poco
más de paciencia que las de la gran manzana… realmente lo que había querido
implicar es que ojalá el tipo lo aguantara por un tiempo, ya que ni ella ni su
otra tía tenían nada de paciencia ya. Y bueno, de su madre ni hablar, ella y su
padrastro se la pasaban viajando prácticamente. Danny se la había pasado
brincando de la casa de su mamá a las de sus tías desde pequeño hasta que un
día simplemente se había quedado en la casa de Malú… pero al menos estaba a
gusto con eso, lo último que quería era salir de ahí y mucho menos para ir a
caer al calabozo de Daniel Valencia… El tipo había llegado a la ciudad desde
esa mañana y hasta el momento ni siquiera daba señales de vida. Era
prácticamente lo mismo cada vez que se veían o se suponía que estuvieran
juntos, o llegaba tardísimo o no llegaba (O llegaba a último minuto, de malas y
aparte fastidiado por tener que jugar a la casita). Su ‘padre’ le había
asegurado a su tía Marcela que iba a llegar, por eso ella había dejado a Danny
subir al avión, pero hasta el momento no subía nadie más y las puertas estaban
a punto de cerrarse. Mejor. Ojala su tía tuviera que ir a recogerlo al
aeropuerto de Los Ángeles y se sintiera terrible por haberlo puesto en esa
situación.
******************************
Daniel renegaba entre dientes
camino a la puerta del avión. Lo único bueno de ese viaje era que había podido
aprovechar para asistir a un par de juntas de negocios y había cerrado uno que
otro trato, lo malo era que tenía que regresar a Los Ángeles arrastrando al
mocoso que desgraciadamente había engendrado con Patricia.
Para empezar, ese niño llevaba
años sin ir a su casa, pero las pocas veces que lo había hecho habían sido un
desastre y un estrés indescriptible. Aparte, ninguno de los dos era exactamente
muy afecto al otro. A Daniel nunca le habían gustado los niños y ese chiquillo
tenía como alergia a la buena educación. Las contadas veces que habían tenido
que interactuar le dejaban en claro que el crío era un hippioso de lo más común
que alguien se pudiera imaginar, y aparte se vestía con unas garras que con
razón lo habían corrido de todos los colegios carísimos que Daniel había tenido
que pagar. Era casi una burla que Patricia le hubiera puesto su mismo nombre
porque definitivamente ellos dos no tenían nada en común… Eso es lo que se
ganaba por haberse metido tantas veces con un error tan obvio como Patricia
Fernández… una consecuencia de mínimo 18 años. Cualquiera diría que después de
casi 12 ya se habría hecho la idea, pero igual Daniel no pudo evitar exhalar
pesadamente al distinguir al chiquillo en el asiento que había reservado.
Aparentemente el niño lo vio
también, porque lo que vino a continuación fue una rodada de ojos tan
impertinente que sólo un preadolescente así de grosero y maleducado podría
dedicar.
“¿Tú no saludas o qué?” Daniel
no pudo evitar, mientras guardaba su maletín en los compartimientos de equipaje
y procedía a tomar asiento. La respuesta inmediata que consiguió fue otra
rodada de ojos que, de haber visto antes de enredarse con Patricia, hubiera
resultado un anticonceptivo natural.
“Tú eres el que viene llegando,
tú eres el que tiene que saludar.”
Y realmente Daniel no sabía de
dónde el muchachito ese había sacado tanta desfachatez como para contestar de
ese modo sosteniéndole la mirada todo el tiempo. Exhaló pesadamente, pero se
pasó la mano por el rostro y al fin tomó asiento.
“Da igual. Hola entonces,”
Daniel puso la mejilla para saludar, pero el chiquillo casi se ríe con sarna
“Ay no inventes. Hey,man.” era
lo que Danny podía ofrecer.
“¿No inventes qué?” El hombre no
ocultó el fastidio en su voz, “Mi beso.” Si no era cuestión de gusto, sino de
respeto y jerarquías. El simple hecho de saludar o no apropiadamente era una de
las más importantes muestras o faltas de respeto.
Aunque fuera a regañadientes y
mala gana, Daniel agradeció internamente que el muchacho obedeciera. Al menos
no tendrían que empezar ese tedioso viaje de la manera incorrecta.
“No me importa si hablas inglés
o eres más güero que alemán, los dos somos latinos y tú sabes que así se saluda
allá. Es educación.”
“No seas ridículo, nunca he ido
ni siquiera a México,” y vaya que quedaba muy cerca de California. Si tanto le
importaban al tipo sus raíces latinas, lo habría llevado al menos una
vez.
“Ni me digas ridículo ni planeo
discutir durante las horas que voy a estar aquí sentado,” Daniel podía contar
con los dedos de una mano las veces que había conversado civilizadamente con
ese niño por más de 5 minutos. ¿Discusiones? Eso, por otro lado, era algo
totalmente diferente. Las únicas veces que ese muchachito parecía dispuesto a
abrir la boca en su presencia era para discutir o alegar algo. “Tengo que
atender un par de reuniones, así que puedes puedes ponerte tus audífonitos o
sacar tu iPad y ver algo en Netflix, yo no sé.” Daniel no era de esos ridículos
que se preocupaban por el screen time ni nada por el estilo. Al contrario, él
estaba dispuesto a pagar Netflix, Disney Plus, HBO, Paramount, Primevideo… todo
lo necesario con tal de tener al niño ese entretenido el mayor tiempo posible.
De hecho, le había mandado a Marcela todos los folletos habidos y por haber
acerca de los clubs vespertinos que la nueva escuela ofrecía, pero claro, como
buen hijo de Patricia, el nuevo alumno en cuestión al parecer no había sentido
mucho interés por ninguno. Vaya sorpresa… “Y mientras andas en eso espero que
vayas pensando en qué deporte vas a hacer en las tardes, porque ni te quiero ni
te puedo tener en el departamento de bonito todos los días.” Desde su salida de
prisión, Daniel había trabajado muy duro en reconstruir su prestigio y su
patrimonio, así que no era necesario aclarar que terminaba su trabajo hasta
entrada la tarde.
"Ay aja," seguramente…
si en la tarde iba a salir y tratar de hacer amigos. Danny era plenamente
consciente que seguramente el hombre estaba acostumbrado a estar encerrado
24/7, así como todos los presos, pero él sí quería al menos aprovechar y
conocer la ciudad.
“Es en serio, Daniel. Yo no sé
si tú piensas que esto es un juego, pero te expulsaron de otro colegio... Lo
que es peor, te expulsaron de casa de tus tías y ahora tienes que quedarte en
la mía.”
“Bueno, sí, tienes razón, la
verdad es que no puedo imaginar el shock por el que estás pasando. Es que la
simple idea de uno tener que compartir techo con sus hijos es
inconcebible.”
“No te estés burlando, tú sabes
muy bien que nuestra situación es diferente.”
“¿Diferente cómo?”
“...Espero que estés muy
consciente que esta ocasión es muy distinta a las visitas anteriores.” Daniel
se negaba a responder, ni siquiera él sabía cómo explicarlo sin hacerse sonar a
sí mismo como un idiota. “Si vamos a vivir juntos, vamos a tener reglas muy
claras. Tu mamá y yo somos más distintos que el agua y el aceite…”
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