Emiliano POV
Acapulco - Finales de Octubre
Había estado lloviendo todo el día, y cada vez se estaba oscureciendo más, vi mi reloj Casio, el cuál me habían regalado mis tíos en mi onceavo cumpleaños, pero todavía eran las 4pm. Aun así me dirigí a la casa, escuchando el silbido del viento que iba en aumento, y sintiendo que cada paso me costaba más trabajo moverme por la fuerza de este. Cuando por fin llegue a la puerta de la casa, vi a mi mamá asomada con enorme preocupación, envuelta en una cobija.
—¿Dónde estabas, Emiliano?
Plas Plas Plas
Tres nalgadas cayeron sobre la tela de mis shorts.
—Ay, Mamá. ¿Por qué? Todavía ni son las 5pm.
Mi mamá detuvo el asalto a mi retaguardia.
—¿No sabes? Acaban de anunciar que va a entrar un huracán en Acapulco, y tu vagando por ahí.
En ese momento se fue la luz, y tuve que entrar a tientas a la casa, sintiendo que el techo se nos venía encima por la fuerza del aire. Me dirigí al sillón en el que se encontraba mi padre envuelto en una cobija, luchando por encender un radio viejo de pilas. Durante esa noche me costó mucho conciliar el sueño, pero mis padres trataban de reconfortarme, abrazándome y rezando continuamente, hasta que en algún momento, sin darme cuenta, me quedé dormido.
Daniel POV
Puerto Escondido – Una semana después
—Daniel, necesito que vayas a recoger a Juan, el pastor misionero de Bogotá, y a su hijo Camilo al aeropuerto, el pastor es parte del equipo misionero que va a ir conmigo a ayudar a los hermanos afectados por el huracán en Acapulco. – Yo asentí y me dirigí a tomar las llaves de la camioneta del hermano Pedro, pero el pastor Enrique me interrumpió – Llévate el Tesla, porque tenemos que cargar las cosas en la camioneta, y que te acompañe mi hijo John, para que se acostumbre a servir a la Iglesia.
Yo cambié felizmente las llaves, ya que no era tan común que me dejaran usar el Tesla, y menos sin estar acompañado por él. John al escuchar a su padre me siguió trotando al coche, con la energía que solamente un niño de su edad tiene. El pequeño John no era una compañía molesta, pero se la vivía preguntando de todo, especialmente todo lo que tuviera que ver con la religión.
Después de dos sermones, uno de la Creación de la naturaleza y otro del Diluvio, que salieron por el paisaje de la carretera, finalmente llegamos al aeropuerto más cercano y bajamos a esperar a los hermanos, que se encontraban en el proceso de desembarcar.
–¿Tienes hambre? – le pregunté a John y el asintió, así que nos dirigimos al McDonalds, uno de los pocos restaurantes disponibles en el aeropuerto, y compré dos paquetes de Nuggets de Pollo y dos refrescos, con los fondos de la iglesia, a los cuáles el pastor me había dado acceso limitado para hacer gastos relacionados con la iglesia, pero me convencí a mi mismo que esto contaba como gastos de la iglesia.
De pronto John dejó de comer y me miró profundamente espantado, y yo me quedé perplejo. Pensé que me diría que su comida tenía una cucaracha o algo así, pero él agacho la cabeza y me dijo nerviosamente:
–Daniel, olvidé mi oración de gracias por los alimentos. ¿Me vas a pegar?
Yo tardé un segundo en procesar lo que me estaba diciendo.
–¿Pegar? Claro que no, campeón, solamente haz la oración ahorita. Además, a mi también se me olvidó, ¿Quién me va a pegar? ¿Tú? – Le dije con una sonrisa.
El se río e intentó darme una nalgada de broma, pero lo paré en seco.
–Hey, eso si que no– Lo regañé, más preocupado por lo que diría el pastor si algo así se repitiera, que por su broma, ya que los niños tenían prohibido mostrar alguna falta de respeto a la autoridad, aunque fuera en broma. Le di una nalgada leve, y él hizo un puchero, volteando a su alrededor avergonzado, pero yo había sido discreto y el aeropuerto estaba semi desierto.
En eso salieron el pastor Juan y su hijo Camilo, con su equipaje. Me llamo la atención que Camilo iba cargando las dos maletas y su mochila de mano, mientras que el pastor solamente llevaba su equipaje de mano, y me ofrecí a ayudarle a Camilo.
Cuando llegamos al aeropuerto, noté que el adolescente estaba fascinado con el vehículo en el que los había ido a recoger, y es que un flamante Tesla nuevo no era para menos, y más para alguien que vivía de misionero en otro país.
En el camino de regreso me enteré que Camilo tenía 17 años de edad, era mexicano de padres mexicanos, pero sus padres, Juan y su esposa, se habían mudado a Colombia hacía casi 15 años como misioneros, y desde entonces solamente visitaban México de forma esporádica, y no siempre con sus 3 hijos.
–El pastor Enrique me ha hablado maravillas de ti, de cómo eres un joven con mucha pasión para servir a la iglesia, y que además tienes un excelente alcance en tu ministerio con los chicos, sin dejar de lado la importancia de la disciplina.– Comentó Juan en algún momento del viaje, a lo que yo únicamente asentí.
Cuando llegamos a la casa del hermano Pedro, el pastor Juan le pidió a su hijo que llevara el equipaje a sus cuartos, a lo que él, para mi mayor sorpresa respondió:
–Si padre, en seguida.
Ni siquiera a nosotros nos obligaban a hablarles con tanta deferencia a nuestros padres, ni si quiera Enrique a John.
Noté que los hijos del hermano Pedro estaban terminando de cargar las dos camionetas con los víveres que se llevarían.
–Daniel, se me olvidó comprar los antibióticos, aquí está la lista y las recetas para que te los vendan, por favor ve a la farmacia. –Me indicó el pastor.
–¿Te puedo acompañar? – Me preguntó ilusionado Camilo
–Claro
El viaje fue corto, pues yo aproveché que estábamos solos para probar la increíble aceleración del Tesla, y la plática fue agradable. Camilo me parecía un chico listo y amable, y cuando llegamos se ofreció a bajarse a comprar las medicinas, a lo que yo acepté, pero regreso para informarme que no tenían todo en esa farmacia.
–Tenemos que ir a otra– le dije, a lo que él asintió, aunque sin moverse. Pude ver cómo observaba fijamente el tablero, y finalmente abrió la boca, como tomando valor:
–¿Me dejas probarlo?
–¿Qué, el coche?
–Sí
Yo dude por un momento – ¿Sabes manejar?
–Sí, sí. – dijo y sacó entusiasmado un permiso de manejo con sellos de alguna entidad de gobierno de Colombia.
–Bueno, de aquí a la otra farmacia.– Le dije, aunque no estaba totalmente convencido.– Pero maneja con mucho cuidado.
El emocionado se subió al asiento del conductor, y yo al del copiloto. Íbamos saliendo cuando, sin haber avanzado ni 200 metros, en la primera curva, un trailer pasó a toda velocidad al lado. Camilo dio un volantazo y trató de esquivarlo, pero el vehículo se detuvo en seco, gracias a los sensores de colisión, y aunque el trailer no impacto el Tesla, una saliente de la puerta trasera se llevó el espejo.
Nos quedamos paralizados 5 minutos, sin hablarnos, pensando en las consecuencias de nuestra estupidez, y en que no había forma alguna de evitar enfrentarlas. Pensé en ir a repararlo con mis ahorros, pero no había ningún centro de servicio de Tesla en cientos de kilómetros a la redonda.
Finalmente rompí yo el silencio:
–Camilo, creo que es mejor que yo maneje, el asintió y cabizbajo se quitó el cinturón de seguridad y salió del auto, mientras yo me cambiaba al lado del conductor. Llegamos a la otra farmacia, y Camilo se bajó, mientras yo le daba vueltas en la cabeza, buscando una solución.
–Camilo, creo que lo mejor es decirles que yo iba manejando.– Finalmente le dije cuando regresó con los medicamentos faltantes. Pero el me miró como si fuera un extraterrestre, y unos segundos después me dijo negando con la cabeza.
–No Daniel, yo tengo que hacerme responsable de lo que hice.
–Pero..
–De verdad Daniel, le voy a decir a mi padre y al pastor lo qué pasó, si tu quieres contar otra historia está bien, pero entonces además nos castigarán por mentir.
Yo simplemente me quede mudo, y el resto del viaje fue bastante incómodo.
Cuando llegamos, era imposible ocultar lo que había pasado, pues todos estaban esperándonos en el estacionamiento. Camilo se bajó del auto y, fiel a su palabra, confesó lo que había pasado con lujo de detalle.
Su Padre estaba rojo de molestia.
–Vas a ver, Camilo, cómo te atreves a dañar la propiedad del pastor Enrique. – Lo tomó bruscamente del cuello y comenzó a caminar hacia la casa, y su hijo simplemente comenzó a caminar, sin oponer ninguna resistencia.
–Yo lo pago, de mis ahorros.– Dije finalmente, descongelándose por un momento después de presenciar la escena.
–Hermano, hermano– lo interrumpió el pastor Enrique, tomándolo del brazo. Tenemos que irnos ya, si no se va a oscurecer, y los caminos no están en buenas condiciones, te propongo que el pastor Daniel se encargue de la disciplina de tu hijo.
Yo me quedé helado, pues Camilo era mayor que yo, y nunca había castigado a nadie mayor a Pablo, el hijo de 12 años del hermano Pedro. Aunque seguro se me ocurriría algo para simular que lo había castigado, peor mientras tenía que disimular.
El hermano Juan se detuvo. –Está bien, pero Camilo, le dices a Daniel cómo debes ser corregido en un caso grave cómo este. Cuando regrese pediré cuentas del castigo.
–Y tu, Daniel, quiero que cuando regrese ya tengas resuelto lo del espejo, y todo lo pagas con tus ahorros– enfatizó el pastor Enrique, a lo que yo asentí.
–Y por favor, hermano Daniel, te encargo a mis hijos, como si fueran tuyos.– Se despidió el hermano Pedro.
En lo que Enrique, Juan y Pedro se subían a las camionetas y la caravana abandonaba la propiedad, yo me quedé unos minutos parado, incapaz de afrontar lo que seguía. Camilo había entrado a la casa, pero los hijos del hermano Pedro me miraban con cuirosidad.
–Métanse– los regañe, aunque sin razón. Estaba molesto, pero no con ellos. Por supuesto que no iba a castigar a Camilo, ¡que idea tan absurda!.
Finalmente me dirigí al cuarto que les habían asignado a Juan y a Camilo. Iba determinado a informarle que no lo castigaría y que simplemente les diríamos a su regreso que lo había castigado severamente.
Entré al cuarto y quedé completamente petrificado, Camilo estaba sentado en la cama, desvestido hasta un bóxer color rojo descolorido con líneas verdes y la playera ligera con estampados que vestía desde la mañana. Al lado suyo estaba una vara de poco más de un centímetro de grosor, recién cortada y ya sin nudos.
–Lo siento Daniel, perdóname de verdad por haberte metido en problemas. Por favor castígame como indicó mi padre.
–Yo, no , no sé Camilo. No te quiero castigar. Pensaba solamente hablar contigo y cuando regresen les podemos decir que te castigue y ya está.– le dije sin poder dirigirle la mirada a los ojos
– No, no, Daniel, no entiendes. Mi padre no permitiría eso. Además, yo cometí una falta grave, manejando sin permiso algo que no es mío, sino de la iglesia. Debo ser corregido, como lo enseña la iglesia. Perdóname por ponerte en esta situación incómoda. –Dijo sonrojándose.– Pero ya escuchaste a mi padre y no me quiero ir al infierno.
Camilo hizo una pausa y continuó.
–Cuando hago una falta grave mi padre me da 30 varazos fuertes, 15 de cada lado … en las nalgas desnudas. Me tengo que inclinar en la cama.
Sin yo poder articular palabra alguna, solito él tomó las almohadas y las ordenó en el centro de una de las orillas de la cama, se volteó de espaldas a mí y se bajó el bóxer, inclinándose sobre la cama, dejando su trasero levantado por las almohadas.
Yo no podía moverme, no estaba preparado para esto, jamás, cuando acepté la tarea de ser pastor de chicos, me imagine verme en esta bochornosa situación, además que atentaba completamente contra mis principios.
Ya estoy listo Daniel, por favor, de lo contrario el castigo que me dará mi padre cuando regrese de su viaje será muchísimo peor.
–¿Peor? ¿Cómo podía ser peor?
–Pastor Daniel, por favor, debes corregirme conforme a las enseñanzas de la iglesia, además me estoy avergonzando cada vez más, por favor hazlo rápido.
Yo di un paso al frente, y disociado de lo que estaba haciendo, como si fuera un robot, tomé la vara y, alineándola para dar el varazo, la agité hacia sus nalgas.
Swish
Él se tensó pero no hizo ninguna queja audible
Swish
Swish
Comencé el castigo un poco más rápido que lo que normalmente hacía con los niños que me tocaba disciplinar, pero es que 30 se me hacían demasiados.
Swish Swish Swish
Swish Swish Swish
Mghhh
Noté que comenzaba a agitarse un poco y a quejarse inaudiblemente, recargando su cara en una almohada. La vara se sentía un poco más pesada, al ser más gruesa.
Swish Swish Swish Swish
Au, Au –comenzó a quejarse
Swish Swish
Me detuve en el azote #15.
–Ya vamos a la mitad– le informe–¿quieres esperar tantito a la otra mitad?
El se mantuvo en la posición, respirando pesadamente, y un momento después, con una voz quebradiza me dijo:
–No, mi padre no me deja esperar porque dice que se pierde la efectividad del castigo.
Que hombre más loco, no pude evitar pensar, pero me dirigí al otro lado y comencé con el castigo
Swish Swish Swish Swish
Di los primeros 4 de ese lado en una secuencia rápida
Ay! ay!, más leve!,
Swish Swish
por favor! – rogó en una voz algo aguda, pero yo ya quería terminar
Swish Swish Swish
Noté cómo comenzaba a agitarse y a perder el control, revolviéndose un poco en su posición. Si intentaba levantarse no había manera de que yo pudiera obligarlo a tomar su castigo, ni siquiera había pensado en la posibilidad de ponerlo sobre mis rodillas y atrapar sus piernas con las mías para inmovilizarlo un poco, ya que con sus proporciones no funcionaría.
Swish Swish Swish
Daniel!, Daniel!, exclamó, y se levantó de la posición, cubriendo sus ahora rojas nalgas con ambas manos. Noté que su respiración se quebraba y que tenía lagrimas en los ojos.
–¡Vuelve a la posición!– Exclamé yo, sin poder hacer otra cosa que regañarlo como cuando alguien nos disciplinaba a los adolescentes mayores y, por el dolor, no aguantábamos mantener la posición. No sabía si funcionaría, pero tenía que intentarlo. Y, resultó, que años de condicionamiento si funcionaban, y, lastimosamente, Camilo volvió a la posición y bajó sus manos, poniéndolas debajo de su abdomen como nos habían enseñado para evitar que las sacáramos y tapáramos los varazos.
Swish Swish Swish dejé caer los últimos tres rápidamente en sus descubiertos muslos, como me habían enseñado en la iglesia que era más eficiente, y que ya lo había vivido en carne propia también
Aaaay! Gritó Camilo, llevándose de nuevo las manos atrás, pero esta vez no lo detuve.
–Terminamos– le dije, y me alejé para darle espacio, cansado especialmente anímicamente por lo que acabábamos de pasar ambos. El se levantó y, sin importarle que estaba desnudo, o probablemente olvidándolo por un momento por el dolor, comenzó a dar brinquitos, frotándose frenéticamente las castigadas nalgas. Yo me volteé hacia la ventana, en cuanto, en su baile post nalgadas, me mostró por un momento su desnudez frontal.
–Por favor, Camilo, súbete la ropa interior.–Le indique, algo que nunca antes había hecho ya que con mis otros pupilos, no tenía tanta vergüenza de ayudarlos a vestirse, por obvias razones. En cuanto me hizo caso, voltee de nuevo, y por fin nos miramos a los ojos, aunque por un breve momento antes de ruborizarnos.
–Camilo, espero que hayas aprendido tu lección, te dejo para que hagas tu rezo de perdón. Y espero que nunca más te tenga que castigar.– No sabría que más hacer, con alguien más pequeño normalmente terminaba el castigo on un abrazo, para que supieran que todo estaba perdonado, pero con Camilo simplemente no se sentía correcto. Así que le di dos palmadas en la espalda, como cuando dos amigos se despiden.
Pastor Enrique POV
Unas horas más tarde
Después de un tortuoso viaje, en el cuál tuvimos que vadear varios bloqueos y secciones dañadas de la carretera, logramos entrar a la famosa ciudad del puerto, pero apenas entramos un hedor impresionante comenzó a entrar por la ventilación de la camioneta, y las pilas de basura amontonadas a lo largo del camino se hizo evidente, entre las montañas de escombros, ramas, etc. La devastación era evidente, y no dejaba de preocuparme por los hermanos de la iglesia de Acapulco, de los cuáles no habíamos tenido ninguna comunicación ni noticia.
Un poco más adentro pude observar a los pobladores vagando por las calles a pie, algunos se acercaban a los vehículos a pedir ayuda, otros trataban de limpiar los escombros de sus propiedades, y otros buscaban alimentos entre la basura. Mi corazón me estrujaba a parar y bajarme a compartir víveres y folletos de la iglesia, pero mi prioridad era encontrar a los hermanos y ayudarlos a ellos primero.
Estaba reflexionando en esto cuando observé a un niño de no más de doce años, vestido con una camisa sucia de la selección mexicana y un short rojo casi cafe por la tierra, buscando algo entre la basura. Mientras me debatía si bajarme o no para asistirlo, el volteó y pude ver su cara, la cuál se me hizo muy familiar. Después de unos momentos lo recordé, era Emiliano, el hijo del hermano Francisco. Alguna vez me había tocado corregirlo en un retiro, pero ahora era el momento de consolarlo con el cayado y no de castigarlo con la vara. Inmediatamente le indiqué al hermano Pedro que parará la cocinera y me baje, llamándolo por su nombre, mientras mi corazón se desgarraba al ver el estado en el que estaba El Niño. Lo envolví en un abrazo, a pesar de que apestaba. ¿Cómo estás Emiliano? ¿Cómo están tus padres?
–Pastor, Pastor Enrique– me dijo, con lágrimas en los ojos.
Ya que se había calmado un poco, después de haber comido una torta y un jugo, le volví a hacer la pregunta, pero él se soltó a llorar.
–La casa se cayó, llevo días buscando a alguien que me ayudé a buscarlos, pero nadie me ayuda, y yo no he podido mover las vigas.
Yo simplemente lo volví a abrazar.
– Sh, tranquilo, ya estamos aquí, ya estamos aquí. – Trate de calmarlo, pensando en este pobre niño que seguramente se había quedado sin padres, y reflexionando que podría haber otros igual. Nuestra iglesia nunca dejaría desamparados a los huérfanos de nuestros miembros, y un plan comenzaba gestarse en mi cabeza. Cada vez me convencía más del rol tan importante que tendría Daniel en la congregación.
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