CAPÍTULO 8
Marcos nunca había sido especialmente maniático. Es decir, tenía muchos tics y patrones de los que ni él mismo se daba cuenta, pero no era de los que perdían la calma cuando veían a alguien comer con la boca llena, respirar demasiado fuerte o hacer alguna de esas cosas que ponen de los nervios a algunas personas. La verdad es que solía importarle bastante poco lo que hicieran quienes estaban a su alrededor y no se alteraba por tonterías. Por eso no entendía por qué le sacaba tanto de quicio escuchar como Gabriel sorbía la sopa.
Seguramente fuera porque todo estaba en silencio y entonces el ruido se escuchaba como si fuera mucho más fuerte de lo que era. O tal vez le molestaba porque se supone que la sopa se toma con cuchara y no bebiéndola como si fuera agua. También estaba molesto porque sabía que no podía alimentarle a base de sopa. No podía darle de cenar lo mismo que le había dado de comer, pero Gabriel se había negado en rotundo a comerse la tortilla. Todo eso contribuía a que el ruido de succión penetrara en su cerebro amenazando con acabar con su paciencia.
- Usa la cuchara, Gabriel. La cuchara – le dijo, por enésima vez, ofreciéndole el cubierto. Como todas las otras veces, Gabriel miró el objeto sin hacer el más mínimo intento de cogerlo.
Marcos suspiró, sabiendo que no podía pedirle tanto. La verdad era que el chico se lo estaba poniendo bastante fácil. Se había pasado la tarde inspeccionándose el pelo, durmiendo, e inspeccionando el pelo de Marcos. No parecía sentir interés, o más bien hacía lo posible por ignorar todos los objetos de la casa que le eran extraños y no se había subido a más muebles, ni tocado nada. Marcos no había esperado que estuviera tan tranquilo.
- Ojalá aprendieras a decir aunque solo sea una palabra – murmuró. – Me gustaría hablar contigo… Saber qué pasa por esa cabecita tuya.
Gabriel le miró fijamente, parpadeando y sin entender una palabra, pero luego emitió un largo y sonoro bostezo. Marcos se rió.
- Eso sí lo entendí. Tienes sueño. ¡Pues sí que me saliste perezoso, te pasas el día durmiendo! – protestó Marcos, pero sabía que en el hospital le habían dado calmantes para que sobrellevara mejor la “salida al exterior”, así que lo achacó a eso.
Le dejó comer tranquilo, pensando que de alguna manera tenía que introducir proteína en su dieta. Pero ese sería un problema para otro día: de momento tenía que ocuparse de que se acostara y con eso ya tenía suficiente. Recogió los platos de la cena en un solo viaje y se lavó las manos rápidamente, para no dejarle mucho tiempo solo. Cuando volvió al comedor, Gabriel tenía una expresión extraña en el rostro. Marcos no sabía qué era, pero dedujo que algo pasaba. Entonces percibió un olor extraño y fuerte y abrió mucho los ojos al entender lo que era. Levantó a Gabi de la silla, y efectivamente comprobó que se había hecho pis encima. Suspiró.
- Ahora sí que sí tengo que bañarte. Yo quería ahorrarte esto por hoy, pero ahora lo necesitas de verdad – le dijo, a modo de disculpa, porque sabía que al niño no le gustaban los grifos ni las demás cosas de la ducha, seguramente porque no entendía el mecanismo por el cual salía agua de ahí.
Le llevó al baño y le sacó la ropa. Eso no pareció molestarle, porque de hecho el chico odiaba que lo vistieran. Luego, con movimientos lentos, estiró la mano para abrir el grifo de la ducha. Gabriel dio un saltito y retrocedió un paso.
- No te asustes, no pasa nada. Solo es agua, ¿ves? Ojalá tuviera bañera. Seguro que así te daba menos impresión.
Marcos adivinó que el niño iba a salir corriendo un segundo antes de que lo hiciera. Le sujetó y se las apañó para cogerlo en brazos y meterlo a la ducha. Gabriel se resistió como pudo, gritando, arañando y mordiendo. Tal y como hiciera al conocerle, Marcos le agarró del pelo delicada pero firmemente.
- No. – le dijo y una vez más el niño se quedó quieto. Marcos deseó que asociara esa acción con la palabra y así sería más fácil que le hiciera caso en otras ocasiones ante la palabra “no”.
Le metió dentro de la ducha, pero no cerró la mampara, puesto que iba a tener que ayudarle.
- ¿Ves? No es tan malo, solo es agua. – le animó. Gabriel le lanzó una mirada de profundo odio, casi como si hubiera comprendido sus palabras. – Bueno, vale, no te gusta, ya entendí. Será rápido, lo prometo.
Marcos se agachó para recoger la ropa del niño y ponerla a lavar y en ese lapsus Gabriel intentó salir de la ducha, pasándole por encima y empapándole.
- ¡Ey, ey! ¿A dónde vas? Ahí dentro, cuidado no te caigas. – le reprendió, mientras le sujetaba. Solo entonces se fijó en una larga cicatriz en el hombro derecho del niño. La recorrió con el dedo. Antes su larga melena la había tapado. – Estas lleno de viejas heridas, pobrecito. A saber dónde has vivido…Y no había nadie que te las curara.
Marcos sintió el impulso de abrazarle, pero en lugar de eso comenzó a frotarle con una esponja previamente enjabonada. Gabriel siguió todo el proceso con los ojos muy abiertos, y poco a poco se fue calmando ante la relajante sensación del roce de la esponja en su piel.
- Te gusta ¿eh? ¿Ves como no duele? ¿Quieres hacerlo tú? – le animó, y puso la esponja en su mano, a ver qué hacía. Gabriel se la acercó a la cara y la olió. El aroma del gel debía de resultarle extraño, pero no desagradable.
Marcos le agarró de la muñeca y guió la mano del niño a lo largo de su estómago, enseñándole lo que quería que hiciera. Gabriel pareció entender el mensaje y comenzó a frotarse la esponja por todo el cuerpo. Marcos sintió una especie de orgullo inexplicable. Se dijo que así debían sentirse los padres la primera vez que sus hijos aprendían a hacer algo solos.
Justo en ese momento sonó su teléfono móvil y como Gabi parecía estar apañándoselas bien, decidió cogerlo, aunque no le quitó la vista de encima.
- ¿Diga?
- ¡Ey! – saludó la voz de Rubén, al otro lado. - ¿Cómo va todo?
Su hermano no solía llamarle dos veces en un mismo día y Marcos dedujo que si lo había hecho era para ver cómo se las estaba apañando con Gabriel. Debía de haberse quedado muy preocupado al saber que se estaba encargando de él.
- Hola, Rubén. Todo bien. Gabriel está aprendiendo a usar la ducha – le dijo, mientras sonreía al niño.
- Mira tú por dónde, Jaime está en ello estos días también – comentó Rubén. La diferencia era que Jaime, su sobrino mayor, tenía siete años mientras que Gabriel tenía doce. Pero ya había puesto a su hermano al corriente de las extrañas circunstancias de la aparición de Gabi, así que no tuvo que dar explicaciones.
- ¿Algún consejo?
- ¿Sobre la ducha o en general? – replicó su hermano, con cierta sorna. Marcos sabía que Rubén no le consideraba preparado para ser padre. Porque el hecho cierto era que no lo estaba…
- Bueno, me vendría bien saber cómo enseñar a un niño a usar el váter…
- ¿¡A un niño de doce años!? - exclamó Rubén. – Uff…
- No te preocupes, lo tengo todo bajo control. Gabriel es muy tranquilo y además está agotado, en cuando acabe de ducharse le meteré en la cama.
- Escucha, Rebeca y yo hemos estado hablando y yo podría adelantar el viaje un día, por si necesitas una mano. Ella y los niños vendrían después… - se ofreció.
- Rubén, no es necesario, de verdad…
- Marcos. Tendrás que ir a comprar. Tendrás que abrir la tienda. Tendrás que ir a algún sitio y algo me dice que a ese niño de momento no lo puedes llevar contigo. Un par de manos extra te vendrán bien.
- Bueno, eso es cierto…
- Decidido entonces. Mañana estaré ahí, hermanito. ¿Aguantarás de una pieza?
Marcos rodó los ojos. Era un niño, no una bomba nuclear. Aunque en ese momento dicho niño había abierto el bote de champú y le dio miedo que le diera por bebérselo.
- Claro. Tengo que colgar. Mañana te veo. – se despidió, aceleradamente, para guardar el teléfono y agarrar el bote de champú. – Esto es para el pelo – le explicó a Gabriel. Se echó un poco en una mano, cerró el grifo con la otra y luego acercó ambas lentamente hasta la cabeza del niño. Empezó a frotar con pequeños masajes. – Ya que he logrado que te duches, vamos a hacerlo completo.
Gabriel le apartó la mano de un manotazo. Se tocó el pelo y miró la espuma con extrañeza, como diciendo que eso no tendría que estar ahí.
- Ahora se aclara, ten paciencia – le indicó y volvió a retomar su tarea de frotarle. Gabi no parecía muy convencido, pero se dejó hacer.
Marcos volvió a abrir el grifo para aclararle y Gabriel llevó la cabeza hacia atrás y abrió la boca, como para beber. Marcos tuvo reflejos suficientes para apartarle.
- Eso no se bebe. No. Si tienes sed ahora te daré un vaso.
Como toda respuesta, Gabriel le gruñó. Marcos le ignoró y le siguió aclarando el pelo. El niño tenía un cabello muy bonito, largo y rizado como el de una chica pero sorprendentemente adecuado para su rostro de ojos claros, como hecho a medida. Cuando acabó, cerró el grifo y tomó una toalla. Le envolvió con ella y le ayudó a salir.
- Ya está. ¿A que no fue tan malo? Ahora vamos a vestirte. Solo una cosa más. Si tienes que hacer pis, usa el baño ¿vale? Ahí – dijo Marcos, señalándole la taza. Estaba bastante seguro de que el niño no había entendido ni media, pero ya habría tiempo de repetírselo.
Envuelto en la toalla, Marcos le guió hasta el que iba a ser su cuarto. Cogió la bolsa con las cosas que Alicia le había comprado y sacó una muda y un pijama. A Gabi no pareció gustarle la idea de vestirse de nuevo y Marcos solo consiguió ponerle los calzoncillos.
- Hace frío, cabezota. Necesitas el pijama. – le insistió y, forcejando un poco, logró ponerle la camiseta y los pantalones. – Ahora quédate aquí, voy a por el secador.
Marcos se dio prisa en ir y volver del baño, pero cuando entró en el cuarto Gabriel ya se había quitado la camiseta. Lo dio como caso perdido y enchufó el secador. El ruido del aparato asustó a Gabriel como pocas cosas y, en apenas un parpadeo, se metió bajo la cama, a falta de un lugar mejor donde esconderse. Marcos apagó el secador y se rascó la cabeza, sin saber qué hacer. Se agachó y se asomó, para ver un par de ojos azules muy asustados.
- No pasa nada, solo es el secador, Gabi, no te hará daño. Tienes el pelo muy largo y no me voy a arriesgar a que cojas otra neumonía por acostarte con él empapado.
El niño le respondió con un siseo arisco. Marcos le agarró de la muñeca y tiró para sacarle, pero Gabriel le hundió los dientes con mucha fuerza, obligándole a soltarle.
- ¡Au! ¡Te dije que no me mordieras, caramba! Ya sé que no me entiendes, pero eso hace daño. Y yo no estoy haciéndote nada malo. – protestó Marcos. – Está bien, ¿no quieres salir? ¡Pues quédate ahí debajo! – se exasperó, y salió de la habitación frotándose la muñeca.
Fue al comedor, porque de todas formas tenía que limpiar el pequeño accidente de Gabriel. Se preguntó por qué se habría hecho encima de la ropa. Es decir, sabía que el niño no estaba acostumbrado a los baños, pero dudaba que antes de conocerle fuera por ahí orinándose encima. Lo haría en algún árbol, o algo así. Tal vez ese era el problema, que no había visto ningún árbol en su casa. ¿Cómo lo haría con Alicia, en el hospital? No le había preguntado al respecto.
Cuando terminó de limpiar, volvió al cuarto de Gabriel, bastante más calmado. El niño seguía bajo la cama, pero estaba algo asomado, como buscándole. Sus ojos mostraron alivio cuando le encontraron.
- No he ido a ninguna parte – le tranquilizó Marcos. – Anda, ven. Si el secador es un problema, lo haré con una toalla, pero tengo que secarte ese pelo. Te vas a enfermar.
Le hizo salir y le envolvió la cabeza con una toalla seca, frotando para quitarle la humedad. Después le peinó un poco.
- Listo. Ahora a la cama – anunció, y le abrió las sábanas para que se metiera.
Gabriel no comprendió del todo, pero se sentó en la cama intuyendo que tenía que ver con eso. Marcos le sonrió y le subió los pies al colchón para después arroparle. Se sentó a su lado y le contempló, sin poder creerse que esa personita fuera a vivir con él durante los próximos días. Estuvo un rato así, en silencio, escuchándole respirar.
- ¿Qué voy a hacer contigo? Ahhum. Mira, me entró sueño a mí también… - murmuró Marcos. Iba a levantarse para despedirse e irse a su cama, pero Gabriel le agarró de la manga de la camisa. - ¿Uh? ¿Quieres que me quede? Está bien. Supongo que puedo contarte un cuento, o algo. Ya estás mayor para eso, pero no creo que hayas oído mucho y de todas forma son te vas a enterar de lo que digo… Solo oirás mi voz, y a lo mejor eso te ayuda a dormirte… Érase una vez… - comenzó. Media hora después, tanto el niño como él estaban profundamente dormidos, compartiendo espacio en aquella cama estrecha.
HAYYYYYYY QUE TERNURA!!!!!!!!
ResponderBorrarYo quiero más de Gaby y Marcos.
Muy bella tu historia
Graciela
Uuufff todo un reto!!!
ResponderBorrarPero que buena propuesta la tuya!!!
Me gusta mucho y espero encontrar más capis de ellos!!