CAPÍTULO 9
John estaba sentado en el comedor,
contemplando la estrella de sheriff que tenía entre las manos. La preocupación
le carcomía: una banda peligrosa estaba robando por la zona y nadie había
conseguido atraparlos. Al principio había temido que fuera la misma banda de
pañoletas azules que había matado a su familia y a la de James pero, por la
descripción de algunos testigos, no se trataba de ellos.
Ahora que era el sheriff, le correspondía a él dar con aquellos
criminales. No estaba solo: todos los sheriff de los alrededores se habían
unido para acabar con aquél problema que les afectaba a todos. Lo que le
llevaba al siguiente punto de su preocupación: John tenía que viajar varias
millas hacia el norte, pues la partida de búsqueda iba a peinar la zona
siguiendo una pista sobre el posible escondite de los bandidos. En ese viaje,
por motivos obvios, no podía llevar a James. Era demasiado peligroso para el
niño. Rayos, era demasiado peligroso hasta para él: a nadie le gustaba ir al
encuentro de fugitivos armados.
Ya lo había hablado con el chico. James había
insistido en acompañarle, pero finalmente se había tenido que rendir ante la
firme negativa de John. Lo había aceptado, pero no de buen grado y por eso
llevaba toda la tarde encerrado en su cuarto, haciéndole el vacío.
-
¿Por qué tiene tantas ganas de venir, de todas
formas? – preguntó John, mirando a Spark, como si el perro pudiera responderle.
El animal iba y venía por la casa. De vez en cuando rascaba la puerta de la
habitación de James, pero el niño ni siquiera estaba de humor para jugar con su
adorado perro.
John no era tan ingenuo como para no saber la
respuesta a su propia pregunta: no es que James quisiera acompañarle, es que no
quería que él se fuera. Tenía miedo de perderle también, porque ya había
afrontado demasiadas pérdidas en su corta vida. Cuando aceptó el trabajo de
sheriff, John apenas había pensado en lo que el niño podía sufrir ante esas
situaciones. Quizá se había engañado a sí mismo diciéndose que el trabajo no
entrañaba verdadero riesgo. También había pensado que James y él tardarían más
tiempo en crear un vínculo tan fuerte. El chico no tenía miedo solo de perder a
su nuevo protector sino que, de alguna manera, estaba reviviendo de nuevo la
muerte de sus padres. Porque, en palabras del propio James, John se había
convertido en un segundo padre para él.
-
Pero a mí no va a pasarme nada – prometió John, ante
la sola presencia del perro.
Varios metros más allá, en la soledad de su
cuarto, James tenía que luchar contra el llanto que amenazaba con vencerle.
Cuando John le había llamado para decirle que iba a pasar unos días con la
señora Howkings se había alegrado, pensando que los dos iban a volver unos días
a la posada. Pero enseguida reparó en que John había hablado en singular,
refiriéndose solo a él. Quiso saber el motivo, pero casi se arrepintió de haber
preguntado. Hacía una semana había alcanzado su cota máxima de felicidad tras
la muerte de sus padres, cuando John y él hicieron aquella salida al campo. Y,
de pronto, se veía de nuevo al borde del más hondo pozo de sufrimiento. John no
podía ir tras aquellos hombres y, por sobre todas las cosas, no podía irse sin
él. ¿Y si le pasaba algo? ¿Y si no le volvía a ver?
James no podía soportar ni siquiera el
pensamiento. Así que se había recluido en su habitación, hacía ya un buen rato.
Se daba cuenta que rechazar la compañía de John no era exactamente la
estrategia más inteligente para conseguir que se quedara, pero lo había
intentado todo para convencerle y no había funcionado. De hecho, había estado a
punto de llevarse un castigo, cuando comenzó a alzar la voz, frustrado porque
John no le escuchara. Estaba tan asustado y triste como enfadado, porque John
era…era…
-
Un cabezota estúpido
– murmuró, con furia, golpeando la almohada con el puño. Luego miró
hacia la puerta con temor, por si acaso John le había escuchado. Jamás se
hubiera atrevido a decirle eso a la cara y en realidad tampoco lo pensaba, pero
no entendía por qué el hombre no podía negarse a viajar. De acuerdo que era el
sheriff pero también era su protector… su padre.
Nunca
se lo he dicho. Le dije que era como mi segundo padre, pero nunca le he llamado
así.– pensó
James. No era una palabra fácil de pronunciar. Aun sentía demasiado reciente la
muerte de su padre y ya le asaltaban suficientes pensamientos culpables al
pensar que le gustaba más estar con John de lo que le había gustado estar con
él. Si le llamaba “padre” a John sería como poner en evidencia su traición.
James escuchó que tocaban a la puerta. Hasta
entonces John le había dejado tranquilo, respetando su reclusión voluntaria.
Una parte de él se alegró de que le viniera a buscar, pero no le respondió,
molesto como estaba.
-
¿James? – se escuchó su voz, dubitativa.
¿Por
qué no pasa? No es como si la puerta no se pudiera abrir.
James nunca antes había tenido intimidad. En
su antigua casa, su cuarto era un desván abierto, al que se accedía por unas
escaleras verticales. Todo lo que hiciera allí arriba se escuchaba
perfectamente en el piso de abajo y de todas formas no podía estar mucho rato
porque apenas podía ponerse de pie. Con John, en cambio, tenía su propia
habitación e incluso una puerta. Le encantaba la nueva independencia que eso le
daba, pero era consciente de que solo era un trozo de madera sin cerrojo. No
era una verdadera barrera entre John y él. Pero el hombre, de alguna manera,
estaba dispuesto a respetar su voluntad. Por cosas como esa era que James le
adoraba… y por lo que no podía soportar la idea de que se fuera a una misión
peligrosa.
-
James, sé que estás… contrariado… pero me voy mañana
y me gustaría pasar lo que queda de día contigo. Además, Spark no tiene la
culpa. El pobre está arañando la puerta para que salgas a jugar con él.
Esas palabras le provocaron a James dos
punzaditas de culpabilidad. Una, por desperdiciar la oportunidad de estar con
John y otra por haber ignorado a su perro. Mordiéndose el labio, se levantó de
la cama y fue a abrir la puerta. Spark le embistió poniéndose de pie sobre sus
patas traseras y apoyando las delanteras en sus muslos, que era lo más alto que
llegaba. James sonrió ligeramente ante tanto entusiasmo perruno y se agachó un
poco para estar a su altura. Spark se dedicó entonces a lamerle la cara,
haciendo que James sonriera de verdad. Su amigo de cuatro patas parecía saber
justo lo que necesitaba.
-
No sé cómo antes podíais soportar vivir el uno sin
el otro – comentó John, divertido por la escena. – Ah, y no te preocupes, que a
la señora Howkings no le importa que te lo lleves. Ya se lo he preguntado.
James perdió la sonrisa al volver bruscamente
a la realidad. Sus ojos mostraron tanta tristeza que John casi lo sintió como
un golpe físico.
-
Ven… hablemos un segundo – le pidió John, y entró en
el cuarto del niño para sentarse en la mecedora. Le había gustado ese
rinconcito desde la última vez que lo probó y le parecía un buen lugar para
hablar con él. – Ya sé que no quieres que me vaya. Sé que te da miedo que me
pase algo… y no hay NADA de malo en que tengas miedo a eso – añadió, al ver que
James iba a protestar y a decir algo así como que él no tenía miedo porque eso
no era de hombres - ….porque es un miedo perfectamente normal. Has perdido a tu
familia por culpa de unos criminales y ahora yo voy a la caza de otros.
Entiendo lo que pasa por tu cabeza. Pero una vez, en la posada de la señora
Howkings, me dijiste que pensabas que todo el pueblo era cobarde por no ir
detrás de los … bastardos… que mataron a tus padres. – dijo John y, si es que
no la tenía ya, se aseguró toda la atención de James al decir aquella palabra
malsonante. – Y yo te dije que sí habían ido, conmigo, cuando todo ocurrió.
Pero después, cada uno volvió a sus vidas… porque no es su trabajo perseguir a
los criminales. Tampoco era el mío en aquél entonces, pero ahora sí lo es. Y yo
sí que estaría siendo un cobarde si no voy. Un cobarde y una mala persona,
porque esos hombres hacen daño a la gente. Roban y matan y alguien tiene que
detenerlos.
El niño hundió los hombros ante una
declaración tan indiscutible. Sintió que le picaban los ojos y, como no quería
llorar, se acercó más a John y se abrazó a él, dejando que sostuviera su peso
sobre la mecedora. El movimiento rítmico de la silla con sus dos cuerpos le
relajaba.
-
Pero ¿por qué tienes que ser tú? – protestó.
-
Porque soy yo el que tiene esta placa ¿ves? –
respondió John, señalando la estrella de metal, que se había colocado en el
pecho. James se incorporó un poco y se la quitó, poniéndola en su propia
camisa.
-
Ahora la tengo yo
- replicó, con un mohín. Dadas las circunstancias, le daba igual sonar
infantil.
John esbozó una media sonrisa. Ese muchacho
era su debilidad.
-
Algún día, si quieres, serás un gran sheriff. – le
dijo.
-
¿Tú crees? – preguntó James, momentáneamente
distraído. – Ni siquiera sé usar un arma.
-
Ya tienes lo más importante: el corazón en su sitio.
Todo lo demás se puede aprender y por tu bien más te vale que te mantengas
lejos de las armas hasta dentro de mucho tiempo o no querrás estar ahí para el
castigo que te daré.
James se encogió ante la intensidad del
regaño, porque supo que iba muy en serio.
-
No quiero ser sheriff – murmuró. – Y no quiero que
tú tampoco lo seas. Cuando me lo dijiste la primera vez, no lo pensé bien.
-
Solo será durante un año, James. Después, entregaré
la placa y viviremos tranquilamente en una granja. Te lo prometo. A lo mejor,
cuando haya que levantarse al amanecer para arar el campo y te pida que vengas
a ayudarme, te arrepientes.
Lo cierto era que esa vida futura que John
pintaba sonaba maravillosa para James, aunque solo fuera porque significaba seguir
estando con él. Además, se había criado en una granja: estaba más que
acostumbrado a la incomodidad del trabajo de un granjero y, desde su
perspectiva aún sin muchas responsabilidades, le veía más cosas positivas que
negativas.
John y James pasaron el resto de la tarde
juntos, jugando con Spark o sentados frente al fuego. Cuando llegó la noche, se
despidieron con un abrazo inusualmente largo. A la mañana siguiente, John dejó
a James y a Spark en la posada, agradeciendo una vez más a la señora Howkings
por su amabilidad.
-
James, ayúdala en todo lo que puedas y procura que
Spark no de problemas ¿de acuerdo? Obedece a lo que te digan y hazme sentir
orgulloso.
-
Sí, señor.
-
Sé que nunca lo haces, pero no salgas de noche estos
días. Hasta que no encontremos a esos hombres no es seguro.
-
Sí, señor.
Señor,
señor… ¡Voy a irme por varios días y no quiero que las últimas palabras que
intercambiemos sean “sí, señor”! pensó John, frustrado. Sus hijas siempre le habían llamado “padre”,
o “papa”. A veces también “papá” o “pa”. Y los enternecedores “papi” y
“papaíto”. Tenían que estar en problemas
muy muy gordos para que le llamaran “señor”. Claro que ellas eran más pequeñas.
Aún así, John estaba empezando a odiar aquél formalismo, por más que supiera
que incluso entre padres e hijos era un tratamiento normal.
-
Y espero que sepas aprovechar debidamente el pasar
unos días con una cocinera tan estupenda – dijo John, guiñándole un ojo a la
señora Howkings. – Cuando vuelva, quiero verte por lo menos así de grande – exageró,
señalando una altura casi imposible para alguien de la edad de James, que de
todas formas no era bajo para su edad.
-
Solo estarás fuera un par de días, no me dará tiempo
a crecer nada.
-
Uy, no estaría yo tan seguro. Con trece años, creces
de un día para otro. Mira, ven. Haremos la prueba. – le dijo, y le empujó
suavemente contra el marco de una de las puertas de la posada. – Señora
Howkings, ¿tiene una pluma? – le pidió y, ya con ella en la mano, trazó una
corta línea justo sobre la cabeza de James, en la madera. Podía haber hecho una
muesca con su navaja, pero no quería dañar una propiedad que no era suya –
Verás como cuando vuelva has superado esta marca. – aventuró, y dejó la mano
abierta sobre el pelo del niño, revolviéndoselo lentamente con cariño. – Te voy
a echar de menos, chico.
-
Y yo a ti – susurró James. Se moría de ganas por
abrazarle, pero le daba vergüenza hacerlo delante de la posadera.
-
Volveré antes de que puedas extrañarme – prometió
John. Pero esa sería una promesa que no podría cumplir.
James le observó marchar con el estómago
encogido. Spark persiguió a John por un rato, sin entender lo que estaba
pasando hasta que le vio montarse en un caballo. El perro se giró entonces
hacia James, como diciendo “¿qué pasa, por qué no le sigues?”. La misma
pregunta se hacía el niño en su interior.
La señora Howkings demostró, una vez más, que
era una anfitriona excelente. Había preparado un delicioso pastel especialmente
para James y, aunque este pensaba que la comida no podría aliviar el enorme
vacío que sentía, la verdad es que sí se sintió mejor después de probar un
trozo. Aquél primer día, la posadera le mantuvo tan ocupado que casi no tuvo
tiempo de sentirse triste. James sabía que la mujer lo hacía aposta, y que en
verdad no necesitaba que le trajese tantos cubos de agua y que las compras que
le mandó no eran tan urgentes. Tampoco Spark le dejaba descansar, como si
supiera que debía animarle y hubiera decidido ser más juguetón que nunca. Como
resultado, James prácticamente se arrastró hasta su cama cuando acabó de cenar.
El segundo día fue un poco peor. No quedaban
muchas más cosas que la señora Howkings pudiera encargarle, una vez terminó de
limpiar las ventanas de la posada. La mujer probó entonces a entretenerle de
otra manera, enseñándole viejos cuadros y contándole alguna historia de su
juventud, pero más de una vez descubrió a James pensando en otra cosa: en John.
Al tercer día, nada podía distraer a James.
John ya debería haber vuelto. Le había dicho que no tardaría más de un par de
noches.
-
Estas cosas llevan tiempo, James – le hizo ver la
señora Howkings – Nadie puede prever cuánto exactamente. Esos tipos son
escurridizos y estarán bien escondidos. A lo mejor, la pista sobre su escondite
era falsa…
Aquello funcionó temporalmente. James se
aferró a esas palabras… durante unas horas. Al cuarto día, una parte de él
estaba plenamente convencida de que a John le había pasado algo malo. Esa
noche, se arrodilló junto a su cama y le prometió a Dios que si se lo devolvía
sano y salvo se acordaría de rezar todos los días, como su madre le había
enseñado.
En la mañana del quinto día, la señora
Howkings empezó a preocuparse también. No solo por John, sino por el propio
James, que parecía realmente desesperado. Resultaba conmovedor ver cuánto
quería ese chico a su padre. La posadera ya les veía totalmente como padre e
hijo.
Esa tarde, James se pasó varias horas sentado
en el porche, mirando a lo lejos a ver si le veía aparecer, con la cabeza
apoyada en las rodillas y suspirando cada pocos segundos.
-
Hay que ir a buscarle – murmuró, durante la cena. Él
no estaba cenando, sino solo removiendo su sopa con la cuchara.
-
No te preocupes, James. Todo el pueblo está
pendiente. Mañana hay una reunión en la iglesia y pedirán voluntarios para
unirse a los sheriffs. Nadie cree que les haya pasado nada, a veces estas
cosas…
-
¡NO ME DIGA QUE ESTAS COSAS LLEVAN TIEMPO, MALDITA
SEA! ¡NO TIENE NI IDEA DE LO QUE LE HA PASADO! ¡PUEDE NO SER NADA O PUEDEN
HABERLE DISPARADO! – bramó James. Durante un grandioso segundo, se sintió
genial por haber gritado, descargando parte de su rabia y de su frustración.
Pero inmediatamente se arrepintió, al ver la expresión dolida de la mujer que
tenía enfrente. La posadera no se merecía que le chillara. Avergonzado por su arrebato
e histérico por la tardanza de John, James corrió hasta la pequeña habitación
que compartía con Spark durante su tiempo en la posada.
Se encerró allí y trató de calmarse. Sabía
que le debía una disculpa a la señora Howkings por la forma en la que le había
hablado y por no haber probado siquiera la cena que había preparado para él.
John se iba a enfadar en cuanto se enterara… Eso si es que alguna vez volvía…
James se prohibió pensar así y al cabo del
rato salió para hablar con la posadera, pero la mujer debía de haberse acostado
ya. El niño paseó un momento por las estancias de la posada, y se detuvo en el
vano de una puerta, mirando el marco… El mismo marco en el que John había
medido su altura, cinco días atrás. James se colocó junto a la marca y, asombrado,
vio o creyó ver que la había superado. Había crecido. ¿Cuánto más iba a crecer
antes de que volviera John? ¿Y si en verdad le había pasado algo?
Aquella noche, James pasó muchas horas
mirando por la ventana, pensado y meditando a la luz de las estrellas. Un par
de horas antes del amanecer, tomó una decisión. No iba a perder a nadie más en
su vida. No iba a quedarse de brazos cruzados, dejando que otra banda de
criminales le quitara a más seres queridos. Salió de la posada sigilosamente,
pidiendo perdón en su interior porque sabía que estaba desobedeciendo a John
cuando le dijo que no saliera de noche.
Pidió perdón una vez más cuando se coló en el
establo de un vecino para coger prestado un caballo. En el establo vio también
un viejo rifle, pero tanto John como su otro padre habían dejado claro que no
debía acercarse a las armas… así que en su lugar, cogió un cuchillo, para, al
menos, no estar indefenso. Así, pobremente preparado, emprendió el viaje hacia
la única dirección que tenía: el norte.
Por su parte, John volvía de una de las
experiencias más agotadoras de su vida. En aquellos cinco días, apenas había
dormido siete horas en total. Habían dormido sobre los caballos, inmersos en la
necesidad de encontrar a esos bandidos y llevarlos ante la justicia. Habían
estado a punto de perderles el rastro. Finalmente, no sin un par de sustos y un
conato de tiroteo, habían conseguido apresarles. John se había ido justo
después de eso. Primero, porque moría de ganas de ver a James y decirle que
todo había ido bien. Y, segundo, porque sabía lo que iba a pasar con los
criminales: iban a lincharles, sin juicio ni mediaciones y John no podía estar
de acuerdo con eso. Entendía que aquellos hombres merecían la horca, pero no
sin pasar primero por un juicio justo y sin poner sus asuntos en orden.
Cuando llegó a la posada apenas estaba
amaneciendo. Se dejó caer del caballo e iba a entrar, cuando le sorprendió la
señora Howkings, saliendo a toda prisa.
-
¡John! ¡Alabado sea Dios, estás bien! - exclamó al
verle. Tan agitada estaba que dejó de lado todo formalismo y tratamiento
distante. - ¿Está James contigo?
-
¿James? ¿¡No está aquí!?
-
Ha debido salir durante la noche. No está en su
cuarto y… el señor Northon dice que le falta un caballo. Creo… creo que pudo
haberlo cogido él y que salió a buscarte.
John parpadeó, asimilando lentamente aquellas
noticias. Estaba demasiado cansado como para procesarlo, pero, una vez caló
dentro de él, todo su cuerpo se puso en alerta, despertando de su letargo.
James había salido a buscarle. Solo. En mitad de la noche. Gracias a Dios
habían atrapado a los malhechores... De lo contrario la vida de James podía
estar en peligro. John se dijo que aún lo estaba, puesto que unos bandidos
diferentes seguían por ahí sueltos: los asesinos de su familia.
Rápidamente, John volvió a montar y obligó al
caballo a emprender el galope. Cabalgó toda la mañana, para finalmente dar con
él hacia el mediodía.
-
¡James! – gritó, al verle a lo lejos. Espoleó al
caballo para alcanzarle. El pobre animal se había pegado la carrera de su vida.
John se iba a asegurar de que tuviera un buen descanso, pero en esos momentos
solo podía pensar en el niño.
Los dos bajaron de sus caballos casi a la
vez. John envolvió a James con sus brazos con más fuerza de la necesaria, como
si quisiera atraparle ahí para siempre.
-
¡John, John, estás bien! – decía el chico, con la
voz tomada. Apoyó la cara sobre el pecho del hombre, aspirando el peculiar
aroma que desprendía. John llevaba sin asearse cinco días, sudando como un burro
por el esfuerzo y el calor del sol, así que no debía oler a rosas precisamente,
pero a James no pareció importarle.
-
¡James! ¿Qué estabas haciendo? ¿Cómo se te ocurre
salir así? ¿Estás bien?
El niño se dijo que era él quien tenía que
hacer esa pregunta. Se separó del abrazo y observó a John con ojo crítico, para
asegurarse de que estaba bien y solo entonces dejó que el alivio le invadiera
por completo.
-
Me asusté mucho porque no volvías – murmuró. Él
mismo se sorprendió por haber reconocido que estaba asustado, pero su orgullo
de semihombre no tenía cabida en aquél momento.
-
¡Y yo me asusté al ver que no estabas! ¿Cómo sales
así? ¿En qué estabas pensando? ¡En medio de la noche! Y… cogiendo ese caballo…
Solo entonces James se dio cuenta de su
situación. Había hecho bastantes cosas malas y algo le decía que muy pronto iba
a pagar por ellas. Quiso angustiarse por el regaño que seguro estaba por venir,
pero la alegría de ver que John estaba bien pudo con todo eso. Agachó la cabeza
para escuchar lo que iba a ser la bronca de su vida, pero todo lo que escuchó
fue un largo suspiro, justo antes de volver a estar entre los brazos de John.
-
Será mejor que volvamos a la posada. La señora
Howkings se quedó muy preocupada.
James asintió y emprendieron el camino de
vuelta. Iban a pie, guiando a los caballos con las bridas, porque John creía
que, si forzaba su montura un poco más, acabaría por perderlo por sobresfuerzo.
Caminaban en silencio, lo que le permitió a John escuchar claramente el rugido
de las tripas del niño.
-
¿Trajiste comida? – le preguntó, y James negó con la
cabeza. – Emprendes un viaje largo sin llevar provisiones de ningún tipo –
gruñó John, mientras cogía su bolsa de viaje para ver qué le quedaba. Sacó un
trozo de pan y algo de carne en salazón y se lo dio a James. El niño lo devoró
en pocos bocados. – Vaya. Sé que te saltaste el desayuno, pero parece que no
hayas comido en años.
James se avergonzó por sus modales, aunque
John no había hecho referencia a eso. Tragó sonoramente y se le encendieron las
mejillas.
-
Anoche no tenía ánimos para cenar… - murmuró.
John leyó entre líneas, sabiendo que su
ausencia había sido el motivo de que el chico no tuviera ganas de comer. No
supo qué responder, ante una señal tan clara de que se había vuelto alguien importante
para él. Siguió andando en silencio, porque aún les quedaba un trecho
considerable y no quería pasarse ese rato regañándole. Sentía que todo lo que
dijera distinto de un reproche por su conducta estaba fuera de lugar, pero en
ese momento no era capaz de tener esa conversación. De todas formas, había algo
que tenía que decir, antes que cualquier otra cosa.
-
Lamento que hayas pasado mied… - susurró, pero no
pudo terminar la frase.
-
No he pasado miedo – se apresuró a decir James, e
incluso se irguió un poco, involuntariamente, como para aparentar más seguridad
o más edad. – Es decir…. Me…me preocupé porque no volvías, claro, pero….
John hundió los hombros y chasqueó la lengua.
Antes has reconocido que te habías
asustado, chico. ¿Por qué te cuesta tanto admitirlo? ¿Ni siquiera por esto
puedes tener miedo? Sé que tu padre estaba criando un hombre valiente y fuerte,
pero jamás escuché que se molestara porque
tuvieras miedo cuando era lógico tenerlo.
- Te dije que volvería y yo siempre cumplo lo que prometo – respondió,
al final.
-
Siempre no. Me dijiste que estarías antes de que te
echara de menos y no fue así. – contestó James, pero no era un reproche, sino
una forma de decir cuánto le había extrañado.
-
Fue complicado… pero vine lo antes que pude. No dejaba
de pensar…- comenzó John, pero no se atrevió a continuar. No dejaba de pensar en que tenías que estar asustado de esos
criminales, o por la posibilidad de que a mí me pasara algo y volvieras a
quedarte solo. Eso es lo que hubiera querido decir, pero sabía que James no
quería escucharlo. - Me acordé mucho de ti. Y me alegré de que tuvieras a Spark
para hacerte compañía. ¿Dónde está, por cierto? ¿No lo trajiste contigo?
-
Creo que estos días no he sido un buen compañero
para él… Ayer se pasó casi todo el día tumbado junto a la chimenea, asumiendo
que no íbamos a salir a jugar. Además creo que él también te echaba de menos,
estaba como triste…No debió de enterarse ni de que me fui… - susurró el niño,
sintiéndose mal porque ni siquiera se había despedido de su mejor amigo.
En ese momento, como señal divina, se escuchó
un ladrido a lo lejos, seguido de muchos más.
-
Yo no estaría tan seguro de eso – sonrió John y
justo en ese momento vieron a Spark, acercándose desde lejos. Por primera vez,
el perro saludó a John antes que a James, porque hacía días que no le veía. –
Hola, chico. Tienes el don de la oportunidad ¿sabías? ¿Me echaste de menos?
¿Dónde has estado? Parece que te hayas dado un baño de lodo.
El perro estaba bastante sucio y John sabía
que James se ocupaba de limpiarle, así que tenía que haber sido reciente. Algo
le decía que Spark había tenido su propia aventura nocturna, saliendo detrás de
James pero sin lograr dar con él, porque el niño iba a caballo y se movía
rápido y su rastro debía de ser confuso.
Cuando terminó de cubrir a John con sus
babas, Spark hizo lo propio con James, feliz porque su pequeña familia volviera
a estar junta de nuevo. Acompañados por el perro, John y James recorrieron la
distancia que les faltaba hasta el pueblo pero, justo antes de llegar a la
posada, John puso una mano en el hombro del niño para frenarle.
-
Déjame hablar a mí – le dijo, en voz baja, señalando
con la cabeza al señor y la señora Northon, los dueños del caballo de James,
que les estaban esperando con rostros de visible enfado. – Tú espera aquí.
James se clavó inmediatamente en el sitio,
con un repentino dolor en el estómago. Le cedió la brida del animal a John y
observó cómo este se lo devolvía a sus legítimos dueños. Escuchaba fragmentos
de su conversación y de ellos dedujo que John le estaba defendiendo.
En un determinado momento, el matrimonio se
acercó a James y él entendió que era entonces cuando se suponía que debía
disculparse.
-
Señor Northon… Siento mucho haber cogido su caballo,
yo… - empezó, pero no le dejaron continuar.
-
Si tu padre no fuera el sheriff, pasarías la noche
en el calabozo – espetó la señora Northon.
-
¡Si su padre no fuera el sheriff, estaría en la
horca! – replicó su marido.
James enmudeció ante esas declaraciones, pero
incluso con el terror que le inspiraron pudo apreciar que aquellas personas ya
le veían totalmente como hijo de John, pese a que no era su verdadero padre.
Los señores Northon volvieron a su casa y
James se quedó congelado en medio del camino, hasta que John se puso a su lado.
-
No he oído lo que te han dicho, pero creo que no ha
ido muy bien… ¿Te disculpaste? – le preguntó. No le había indicado que lo
hiciera, pero le parecía algo implícito y bastante obvio.
-
Sí… pero no aceptaron mis disculpas. Dijeron que… dijeron
que si tú no fueras el sheriff me… me habrían ahorcado – murmuró James. Sabía
que era cierto: la pena para los cuatreros era la muerte. Pero él no era un
ladrón de caballos. Yo sólo…yo sólo
quería ir a buscarte pensó, con tristeza. No había sido su intención
perjudicar a nadie ni quedarse con lo que no era suyo: iba a devolver el
caballo nada más regresar.
-
No te habrían ahorcado, porque eres solo un niño –
respondió John, furioso con los Northon por ser tan innecesariamente rencorosos
y duros de corazón. – Pero es cierto que podrían poner una denuncia contra ti y
llevarte ante un juez. Les he convencido de que no lo hicieran.
-
¿Cómo lo has hecho?
- Les he asegurado que yo me encargaría de
que no se repitiera. – dijo John, algo fríamente. Miró de reojo a James para
ver cómo reaccionaba y el niño le sorprendió al no hacer ningún comentario y
adelantarse para llegar junto a la señora Howkings, que les estaba esperando en
la puerta de la posada con enorme preocupación.
Resultó que preocupación no era lo único que
la posadera tenía para ellos. Había preparado un baño a John y platos de
cuantiosa comida para ambos.
-
En el cielo hay un sitio reservado para usted,
señora Howkings – afirmó John, y levantó a la mujer en un abrazo que hizo que
se ruborizada.
-
No es nada… Necesitaba distraerme con algo…
-
Y yo necesito un baño desesperadamente. James,
¿podrías ocuparte de mi caballo mientras estoy en el baño? Necesita comer y
beber, se ha esforzado mucho.
-
Claro – le aseguró el niño y se fue rápidamente a cumplir
con su misión. Puso agua y comida a disposición del animal y luego se encargó
de cepillarlo, sabiendo que eso relajaría tanto al caballo como a sí mismo.
Se preguntó por qué John no le había puesto
nombre. Muchas personas lo hacían… Claro que el caballo era solo un recurso que
estaba a disposición del sheriff por si lo necesitaba…. Dejaría de ser suyo
cuando entregara la placa. John no debía de querer encariñarse demasiado con el
animal por ese motivo.
-
Le coge cariño a las cosas muy rápido, ¿sabes? – le
dijo al caballo, mientras cepillaba la parte alta de su lomo. – Como con Spark.
Y conmigo… ¿Tú crees que me quiera de verdad? Sé que le importo… pero a lo
mejor no le merece la pena ocuparse de mí y de todos mis problemas. Creo que no
queda muy bien que el hijo adoptivo del sheriff vaya por ahí cogiendo caballos
ajenos….
El animal, obviamente, no le respondió, pero
James siguió hablando y compartiendo algunas de sus preocupaciones. Tan
ensimismado estaba con la tarea, que no se dio cuenta de que John le estaba
observando. Ya había salido del baño y le miraba desde la puerta del establo,
escuchando su confuso parloteo con curiosidad.
-
… ¿Crees que disparó a los bandidos? Sí, yo tampoco
lo creo, pero no me atrevo a preguntar…
-
No, no les disparé – aclaró John, decidiendo
intervenir en ese punto. James dio un saltito, sobresaltado. – Sí hubo un tiroteo, pero yo no llegué a
desenfundar mi arma. Nos habíamos separado y yo estaba más lejos. Nadie salió
herido.
James le miró con la boca entre abierta.
-
¿Tuviste miedo? – le preguntó.
Otra
vez esa palabra.
-
Mucho – reconoció John. – Aunque sobre todo lo tuve
después. En el momento ni siquiera podía pensar, solo oía los disparos sin
saber de dónde venían.
El niño guardó silencio, agradeciendo que no
le hubiera pasado nada.
-
La señora Howkings está esperando que vayamos a
comer – le informó John. – Ve a lavarte y vamos a la mesa.
James asintió, pero no se movió de su sitio.
-
Ayer fui… grosero con ella. Y me fui durante la
noche… Tiene que estar muy enfadada.
-
A mí no me ha parecido enfadada. Ya me ha contado lo
que pasó, aunque luego me gustaría oírlo con tus palabras.
-
Sí, señor.
-
Vayamos a comer… Antes te estabas muriendo de
hambre.
Por primera vez en días, John probó una
comida decente y James comió con verdaderas ganas. Durante varios minutos, la
señora Howkings, que se sentó a hacerles compañía, estuvo hablando de lo mucho
que James la había ayudado con todo en ese tiempo. Cuando ya casi habían
terminado de comer, John envió al niño a por más agua.
-
Sé lo que está haciendo – le dijo a la posadera,
cuando estuvieron solos. – Está exagerando las virtudes de James para que no me
enfade con él por lo que hizo.
-
Estoy bastante segura de que no puede enfadarse con
él. No al saber que todo lo hizo desde su buen corazón y su miedo a que le
hubiera pasado algo.
John sonrió.
-
Eso es bastante cierto. ¿Ve? No tiene de qué
preocuparse.
-
Que no esté enfadado no quiere decir que el muchacho
no esté en problemas – apuntó la sabia mujer.
-
En un montón de ellos. Eso me recuerda que le debe
una disculpa.
-
No es necesario. Tampoco dijo nada malo. Es un chico
muy educado…
-
Aun así. Él sabe que no estuvo bien y se siente mal
por eso - le dijo John, y justo en ese momento James volvió con el agua. –
James….¿no había algo que le querías decir a la señora Howkings?
-
S-sí… Yo… Siento mucho mi comportamiento de ayer… y
haber salido sin decirle nada. Estaba muy preocupado por John y no fui justo
con usted, que siempre es amable conmigo… - susurró James y agradeció que esa vez
no le interrumpieran. Era agradable poder completar una disculpa, no como con
los señores Northon.
La señora Howkings le sonrió con candidez. Si
todo el pueblo pensaba ya que John y James eran padre e hijo, ella comenzaba a
sentirse su abuela.
-
No pasa nada, James, sé que estabas disgustado.
John miró a la posadera con agradecimiento,
deseando que todo el mundo fuera tan comprensivo como ella. Después, terminó de
vaciar su plato y suspiró.
-
Va siendo hora de que volvamos a casa. Creo que si
no me quedaré dormido en la mesa…
James pudo ver que era cierto, John parecía
muy cansado, pero también sabía que aquello había sido una forma sutil de decir
que había llegado el momento de que hablaran a solas. Se despidieron de la
señora Howkings y regresaron a su hogar. Una vez allí, James se quedó en la
puerta, esperando instrucciones. John puso una mano en la parte de atrás de su
cuello y se lo frotó afectuosamente, como para pedirle que se relajara.
-
Es bueno estar en casa. Voy a dormir por lo menos
dos días seguidos, pero… antes me gustaría hablar contigo.
-
Sí, señor.
-
Ve a tu habitación, James. Yo voy enseguida. –
ordenó John, en apenas un murmullo.
Le observó marchar y él se quedó allí, en la
entrada, pensativo. Lo de hablar con los animales debía de ser contagioso,
porque se encontró a sí mismo acariciando a Spark detrás de las orejas mientras
le hacía algunas confesiones.
-
No sé bien cómo hacer esto… Sé que tengo que ponerme
serio con él, pero solo estaba preocupado por mí. No tendríamos que habernos
ido de la posada… Así la señora Howkings seguiría defendiéndole y yo podía
fingir que me dejaba convencer para perdonarle cualquier castigo.
El perro ladeó la cabeza y sacó la lengua
como toda respuesta. Probablemente no había entendido ni una sola palabra, pero
a John le hizo gracia aquél gesto, que se podía interpretar como “bueno, pues
perdónale, ¿qué problema tiene?”.
-
Tiene que aprender a obedecerme. Le dije que no
podía salir de noche y que no podía venir conmigo. Fue muy peligroso, hay más
de una sola banda de criminales. Y ¡cogió un caballo! Sé muy bien que ese niño
no tiene un ápice de ladrón, pero a veces un solo error basta para destruir
toda una vida. Ese hombre horrible… el obstinado señor Northon quería darle una
paliza él mismo, y estoy seguro de que hubiera sido una paliza de verdad, como
las que se rumorea que le daba a su hijo cuando era más joven.
Spark ladeó la cabeza hacia el otro lado.
- Es muy fácil hablar contigo, ¿sabías? –
sonrió John. – Eres bueno escuchando. ¿Serás capaz también de quedarte aquí
mientras hablo con James? Nada de morderme, como la primera vez. Te prometo que
nunca le haría daño a nuestro muchacho. Tú no lo entiendes, pero a veces,
aunque le haga llorar, solo estoy haciendo lo mejor para él.
John acarició la cabeza del perro un poco más
y luego se separó de él, reuniendo fuerzas. Dudó mucho antes de ir al cobertizo
a por un trozo de cuero en particular, pero sabía que si quería hacer un
impacto en un niño acostumbrado a un cinturón, con solo su mano no sería suficiente.
Mientras estaba allí, observó el arcón sobre el que le había castigado la
primera vez.
Eso
fue muy frío se dijo. Me asusté al saber que
había estado en la mina y fui muy estricto. En aquél entonces no nos teníamos
tanta confianza… Aunque tampoco ha pasado tanto tiempo… Pero ahora sería
incapaz de volver a castigarle así. Parecía mucho más pequeño encogido sobre
ese arcón.
John salió del cobertizo con el cuero en la mano y se encaminó a la
habitación de James. Pudo ver el momento exacto en el que el niño reparaba en
el objeto que llevaba consigo. Los hombros de James se hundieron, sus ojos se
apagaron y bajó la cabeza. Rápidamente se giró y se tumbó sobre la cama,
escondiendo la cabeza entre los brazos.
-
Levántate, James… No va a ser así. – le dijo, y tiró
de su brazo para sacarle de la cama. Rápidamente, escondió el cuero debajo de
la almohada, como para hacerlo desaparecer y ocultarlo de la vista. No quería
que el niño estuviera pensando en eso todo el rato.
James se dejó levantar y se quedó de pie frente a él, mirando al suelo.
Apenas reaccionó cuando John puso las manos sobre sus hombros.
-
La segunda vez que te castigué se sintió mejor que
la primera y no solo porque no usara el cuero ¿verdad? – le preguntó. James no
respondió, pero John no lo necesitaba. – Escúchame. Nunca voy a entrar aquí y
voy a empezar a pegarte como un animal, ¿entiendes? No tienes que tumbarte
inmediatamente cuando me veas entrar con eso. Te dije que nunca más sería en el
cobertizo y no me estaba refiriendo solo a un espacio físico, sino a todo lo
que eso simboliza. Me gusta lo que estamos construyendo aquí, James. Me gusta
la pequeña familia que somos y nada de eso se construye con frialdad o miedo…
-
Yo no te tengo miedo…
-
No, tú no le tienes miedo a nada ¿verdad? – replicó
John, con frustración. – No le tienes miedo a un cinturón, ni a un trozo de
cuero, ni a un río, ni a una banda de criminales. Pues ¿sabes qué? Yo sí lo
tengo. Le tengo miedo a hombres armados y violentos y, diablos, si tuviera
trece años, también tendría miedo de un hombre con un cinturón dispuesto a
pegarme.
-
De lo único de lo que tenía miedo era de que te
hubiera pasado algo… - susurró James.
Algo es algo. Bien, eso es
un avance, chico. Solo un poco más…. Esto no te va a gustar, pero es la verdad… pensó John.
-
¿Quieres saber lo que pienso? Que no lo has hecho
solo por mí. La señora Howkings te dijo que iba a haber una reunión en la
iglesia. Podías haber esperado hasta entonces, era la opción más lógica, esos
hombres tenían más posibilidades de ayudar en caso de que hubiera pasado algo.
Pero no lo hiciste… No… En lugar de eso, perdiste los nervios y gritaste a
alguien que no te había hecho nada. Lo hiciste porque sentiste miedo… porque
unos hombres despreciables te arrebataron lo que más querías una vez. Y odiaste
sentirte así. Odiaste tener miedo como cada vez que lo sientes, porque piensas
que es un signo de debilidad. Porque crees que esos tipos, hace ya más de un
mes, te hicieron débil… y que por débil no pudiste defender a tus padres – recopiló
John, y guardó silencio unos segundos, consciente de que estaba siendo muy duro
en sus palabras. Pero James necesitaba escuchar la verdad y admitírsela a sí
mismo. De lo contrario volvería a hacer otra estupidez a la menor oportunidad,
por reparar algo que nunca había sido culpa suya. - No estabas dispuesto a dejar que pasara otra
vez. No estabas dispuesto a que me hicieran daño y tenías que ser tú quien lo
impidiera… Porque tenías que probarte a ti mismo que eres capaz de hacerlo. Que
eres lo bastante valiente como para proteger a tu familia. Así que cogiste un
cuchillo y un caballo que no son tuyos, traicionando todo lo que tu padre te
enseñó alguna vez y desobedeciendo una orden mía, para demostrarte a ti y al
mundo que eres capaz de enfrentarte a tus temores. Que eres capaz de salvar a
las personas que te importan. Pero,
¿sabes una cosa? Esa no es la forma correcta de enfrentarse al miedo. La forma
correcta es… admitiendo que lo tienes. Está bien que lo tengas. Todo el mundo
se asusta alguna vez y alguien que ha pasado por lo mismo que has pasado tú
está justificado para tener miedo por el resto de su vida si así lo desea. Y no
tienes que demostrar nada, ni a ti, ni a mí, ni a nadie. Porque, James, tú no
podías hacer nada por ayudarme… así como no podías hacer nada por ayudar a tus
padres.
Para el momento en el que John terminó de hablar, James estaba
derramando lágrimas silenciosas que nacían de lo más profundo de su alma. Al
escucharle, James se dio cuenta de que el hombre tenía razón: todo lo que había
dicho era cierto y el quería ayudar a John tal y como debería haber ayudado a
sus padres. Pero sus padres estaban muertos y ya nada les devolvería a la vida…
y él tenía que hacer un mejor trabajo cuidando de sí mismo para que al menos
siguieran viviendo a través de él.
-
Snif…. snif…. Sí tengo miedo… Tengo miedo de lo
rápido que cambian las cosas… snif…. de lo fácil que es perderlo todo en un
segundo… snif… tengo miedo de que tu también te mueras y me quede solo…. Snif…
tengo…tengo miedo de que seas el sheriff, porque eso significa que va a haber
un montón de gente que va a querer dispararte… snif… y…y tengo miedo de que ya
no quieras que esté contigo cuando descubras que soy un bebé cobarde.
John tiró de él y le enterró entre sus brazos, no solo abrazándole,
sino también protegiéndole y confortándole.
-
No eres nada de eso, pero además yo nunca voy a
dejar de querer que estés conmigo. Esto es algo permanente, James. No vas a
estar conmigo durante el verano, ni durante un año… vas a estar conmigo para siempre.
-
Eso no lo sabes… snif…. ¿Y si a ti también te pasa
algo?
-
Haré mi mejor esfuerzo para que no me pase. Nadie
puede saber el futuro, James, pero no podemos vivir pensando que va a pasar
algo malo a cada segundo. Perdiste a tu familia de forma violenta, así que
entiendo que no te sientas seguro, pero haré lo posible por conseguir que te
sientas así. No voy a irme a ningún lado y ¿sabes qué? La señora Howkings
tampoco.
-
Snif... ni Spark – murmuró James, algo más calmado.
-
Ni Spark – aceptó John. – Ya ves, no estás solo.
James soltó un gruñidito que bien podía ser un asentimiento o un
ronroneo. John había pensado alargar esa conversación un poco más, pero veía
que ya había dicho todo lo que tenía que decir. Era momento de pasar a la
segunda parte…
-
Así que… ¿estamos de acuerdo en que podías haber
hecho las cosas de otra forma? Estuve fuera más tiempo del esperado, pero pensé
que había dejado claro que no podías salir de noche ni venir en este viaje
conmigo.
-
Sí, John… Tendría que haber dejado que se encargaran
en la reunión y nunca debí coger ese caballo.
-
Tampoco el cuchillo. No es un arma de fuego, pero ni
era tuyo ni es algo que debas tener. No estás preparado para usarlo.
-
Sí, señor… Tampoco debería haber hablado así a la
señora Howkings.
-
Ya te disculpaste por eso y para mí quedó olvidado.
Ya estás en demasiados líos sin sumar ese pequeño arrebato, ¿no?
James asintió, lentamente.
-
En muchos muchos…
Esa forma infantil de decirlo casi le arranca
una sonrisa a John, pero sabía que tenía que intentar mantenerse serio por un
rato.
-
¿Y cómo saldrás de tantos líos? – le preguntó,
cariñosamente. A veces le salían frases que había usado con sus hijas, sin
poderlo evitar. Aquella pregunta se la hacía a menudo a su hija más pequeña
cuando la descubría haciendo alguna trastada. Repetirla con James parecía algo
fuera de lugar, porque el chico era mayor y aquello era más serio, pero las
viejas costumbres son difíciles de superar.
James le miró con asombro, extrañado por la
pregunta.
-
No lo sé… con el culo caliente, imagino.
John parpadeó en silencio unos instantes para
después estallar en sonoras carcajadas. No se esperaba una respuesta semejante.
Su hijita solía decir algo así como “con un beso, papi”, enterneciéndole hasta
los huesos. Ya se imaginaba que James no iba a reaccionar igual, pero no podía
esperar ese acto de genuina sinceridad. A su manera, también fue tierno.
-
Me matas, chico. Eres único, ¿sabías? Hazme un favor y no crezcas nunca.
-
¡Ya crecí! Superé la marca de la posada. – anunció
el niño, acordándose de pronto.
-
¿Ah sí? Vaya, tendré que andarme con cuidado o me
alcanzarás.
-
No creo que nunca llegue a ser tan alto como tú –
murmuró James, con un mohín.
-
Veremos. – respondió John, revolviéndole el pelo.
Luego, adoptó una actitud un poco más seria. - ¿Tienes alguna pregunta?
James reconoció el patrón de la última vez
que se metió en problemas y se le encogió ligeramente el estómago por el cambio
en el tono de la conversación, pero al mismo tiempo le relajaba saber a qué
atenerse. Primero venían las preguntas, eso le daba unos minutos más…
-
¿Va a ser… como la última vez? – susurró.
-
Exactamente igual que la última vez, pero voy a ser
algo más duro. – dijo John, dispuesto a ser totalmente sincero.
-
¿Me pegarás con la mano? – preguntó James,
alcanzando el máximo grado de rubor que puede tener una persona.
-
Casi todo el rato, sí.
-
¿Pero también con el cuero? – insistió. No era su
intención sonar tan desvalido.
Totalmente
sincero, John. Nadie dijo que fuera a ser fácil.
-
Sí, James. También con el cuero. Porque saliste de
la aldea de noche, tú solo, exponiéndote a todo tipo de peligros y más teniendo
en cuenta que podía haber criminales por la zona….Porque hay gente tan loca en
este mundo capaz de matarte por coger un caballo que no es tuyo, incluso aunque
tu intención fuera devolverlo desde el principio.
Para James, fue casi catártico el hecho de
que John supiera que él siempre tuvo en mente devolver el animal. No le estaba
tachando de ladrón y eso le quitó un gran peso de encima. El único miedo que se
había callado era el de haberle decepcionado. James estaba seguro que no podría
soportar decepcionar a John. Sería incluso peor que decepcionar a su verdadero
padre, porque el señor Olsen había sido un hombre fácil de decepcionar. John
no, y cruzar esa línea hubiera significado para James que lo que había hecho no
tenía perdón.
-
¿No vas a decir nada? – preguntó John, tras un rato
sin recibir respuesta. Esperaba un amplio abanico, desde miedo a rabia e
incluso rechazo ante la idea de ser castigado tan duramente.
-
Creo que ya no tengo más preguntas…. Bueno, solo
una… ¿Por qué no usas tu cinturón?
Eso te
pasa por darle libertad de preguntar a un niño por naturaleza curioso. Te está
bien empleado.
-
Mi cinturón es de cuero curtido. Es duro, largo, y
si lo doblo mucho se vuelve difícil de manejar. Si no lo doblo, sería
insoportable para ti. Insoportable no es la palabra… Sé que… sé que estás
acostumbrado. Pero también sé… - se detuvo, incapaz de continuar, pero luego se
forzó a ello. – El cinturón es largo y si te mueves te puedo dar en las piernas
o en la espalda por accidente. Este trozo de cuero es más corto y además no
está curtido. Y es más ancho.
James se miró las manos, algo cohibido por el
hecho de que John se hubiera cerciorado de todos los detalles para asegurarse
de que no le hacía daño. ¿Su padre habría pensado en todas esas cosas también?
- Padre me dio en las piernas muchas veces,
sobre todo cuando era pequeño y no me estaba quieto como él me decía – dijo, en
voz muy baja.
John leyó entre líneas y le levantó la
barbilla para que le mirara a los ojos.
-
Tu padre te quería y tampoco quería hacerte daño.
Era un hombre estricto, que aplicaba firmemente la ley de hierro contigo,
porque quería lo mejor para ti. Pero también era justo y compasivo, y más de
una vez vi cómo te perdonaba un castigo porque te fingías dormido y él decidía
creerse que lo estabas. En el fondo, él odiaba reprenderte. No estoy de acuerdo
con todo lo que hacía, pero no debes dudar de su afecto solo porque fuera duro
contigo.
Casi
nunca me abrazaba, pensó James, pero no lo dijo en voz alta. No desde que cumplí los diez años. Pensé que era porque me estaba
haciendo mayor, pero tú si me abrazas. Ojalá hubiera sido un poco más como tú.
La siguiente pregunta salió de los labios de
James casi involuntariamente, como reacción a lo que había dicho sobre su
padre.
-
¿Tú vas a ser duro conmigo?
Sintió un fuerte tirón y tuvo miedo de que la
pregunta no le hubiera gustado a John, pero se calmó cuando entendió que solo
quería abrazarle. A eso justo se refería. Esa sensación… amaba esa sensación,
entre aquellos brazos fuertes.
-
No, si me sigues hablando así. ¿Quieres ablandarme?
– bromeó – Porque casi lo consigues.
-
Mmm. A lo mejor debería probar un poco más –
respondió el niño, con una media sonrisa que perdió enseguida. – Ya no tengo
más preguntas…
-
Yo tampoco… así que…
James se llevó tímidamente las manos a la
cintura y John asintió. Con un suspiro, James se bajó la ropa y luego esperó,
algo inseguro. John había dicho que sería como la última vez, así que se puso a
su lado y trató de tumbarse sobre sus rodillas. El hombre le ayudó y colocó
suavemente una mano sobre su espalda.
-
No quiero que vuelvas a desobedecerme, James. Si te
digo que no puedes salir de noche, no lo hagas.
-
Sí, señor…
-
Tampoco puedes coger lo que no es tuyo. Si alguna
vez tienes una emergencia, pides permiso. Si no lo hiciste es porque sabías que
nadie iba a apoyar esa loca idea tuya y no te iban a prestar un caballo para
que fueras en busca de unos criminales.
James no tuvo ocasión de responder “sí,
señor”, porque antes de poder hacerlo sintió la primera palmada. Como la
primera vez, el golpe no fue fuerte, pero sí picó bastante. Y James estaba
seguro de que en esa ocasión no se libraría con solo diez azotes.
Durante un rato, en el cuarto no se escuchó
nada más que el sonido de las palmadas. James se concentró en contarlas
mentalmente, porque estaba acostumbrado a hacerlo con su padre. Cuando llevaba
veinte, John se detuvo, pero James sabía que no había terminado porque dejó la
mano sobre su ropa interior. Esperó, dubitativo, pensando si acaso le había
dicho algo pero no le había oído.
John no había dicho nada. Tenía una decisión
que tomar y le estaba costando hacerlo más de lo que había pensado. En un principio,
se había propuesto bajar la ropa interior de James y seguir con el castigo.
Pero, ¿marcaría eso alguna diferencia? James sabía cuáles habían sido sus
errores y John sabía cuáles habían sido las causas. No podía olvidar que el
niño había tenido buena intención. Decidió terminar ya con esa parte del
castigo y entonces pasó a coger el pequeño trozo de cuero que había escondido
bajo la almohada.
No quería que el niño se levantara. No podía
explicar por qué, pero sentía que era mejor seguir así que hacerle tumbarse
sobre la cama. Así que le rodeó la cintura con un brazo y levantó un poco la
rodilla, antes de dejar caer el cuero sobre él.
ZAS
James dio un respingo y dejó escapar el aire,
porque no se lo esperaba. Eso dolía considerablemente más que su mano y aún así
pudo apreciar que dolía menos que el cinturón, aunque intuía que en parte tenía
que ver a la fuerza que se empleara.
-
Yo también perdí a mi familia… El mismo miedo que
sentiste tú lo he sentido yo cuando no te he encontrado en la posada. El mismo
miedo, multiplicado por mil porque yo… Yo te quiero mucho, James. – susurró
John.
Lentamente, el pecho de James se estremeció y
John entendió que acababa de soltar el primer sollozo. No había llorado por las
palmadas, pero sí porque le había dicho que le quería. A partir de ese momento
el niño emitió un llanto bajito, haciendo que John quisiera tirar el cuero y
enterrarlo para siempre. Se obligó a ser fuerte.
ZAS ZAS
A veces el tono, el momento y la forma en que
se dicen las cosas importan mucho más que las palabras en sí. El cúmulo de todo
eso hizo que James se emocionara al escuchar que John le quería. Le quería y
realmente se preocupaba por su bienestar.
ZAS ZAS
James agarró las sábanas de la cama con
fuerza. Le estaba suponiendo un gran esfuerzo de autocontrol el no moverse y
agradecía que John le estuviera sujetando o no hubiera tenido tanto éxito.
ZAS ZAS
Los sollozos de James se hicieron más fuertes
y de alguna forma John entendió que debía detenerse ahí. Dejó el trozo de cuero
y puso ambas manos en la espalda del niño. Agachó la cabeza para susurrarle
algo.
-
Gracias por preocuparte por mí. Que te haya
castigado no significa que no sepa apreciar la buena intención y el sentimiento
que te movía.
Como respuesta, James soltó otro sollozo y
John le ayudó a levantarse. Le dejó colocarse la ropa y esperó, con cautela,
por si acaso el niño necesitaba algo de espacio. La otra vez lo había
necesitado.
James no parecía decidirse sobre si quería un
abrazo o tumbarse a llorar sobre la cama, así que John acabó por irse a la
mecedora, como en la anterior ocasión, sin poder evitar pensar si aquello se
iba a convertir en una especie de tradición.
A los pocos segundos, James decidió seguirle
y se apoyó contra él, dejándose abrazar y entregando a su vez un apretado
abrazo. John balanceó la silla hacia delante y hacia atrás, pensando que el
suave movimiento le ayudaría a calmarse. Lo hizo, pero también le recordó lo
cansado que estaba él y lo mucho que
necesitaba dormir. Sentía que los párpados se le cerraban.
-
Ha sido muy difícil para mí castigarte, James… Nunca
nadie había mostrado tanta preocupación por mí.
El niño no respondió y cerró los ojos,
normalizando su respiración.
-
Padre – susurró.
John creyó que James estaba pensando en voz
alta. Tal vez se estaba acordando del señor Olsen.
-
¿Mmm?
-
Volvería a hacerlo otra vez, padre – murmuró el
niño, en voz baja. John entendió entonces que se lo estaba llamando a él. – Por favor, no te enfades, pero volvería a
hacerlo. La próxima vez acudiré primero a los vecinos del pueblo, pero si ellos
no me escuchan, iré yo solo a buscarte.
John le abrazó más posesivamente.
-
Esperemos que no haya próxima vez, hijo.
Los dos guardaron silencio desde entonces,
con la palabra especial florando en el aire. John se deleitó en el sonido de un
nombre que penso que nunca más iba a escuchar. Su relación con James había
avanzado aún más… ya no era John, sino padre. La alegría de ese pensamiento le
acompañó hasta que se quedó dormido.
Me gustó mucho, especialmente la parte final. Como un comentario, siento un sobreénfasis en el miedo y la necesidad de la aceptación del miedo. Tal vez es una idea que buscabas transmitir, aunque para mí gusto sería mejor un poco más sutil y no tan claramente enfático. Realmente no soy nadie para criticar tus escritos, me encantan y me han inspirado y enseñado, pero bueno es solo un comentario. Saludos y admiración nuevamente.
ResponderBorrarHooo por fin le dijo papá.
ResponderBorrarMe encantó el capi y algo que tienen en común tus personajes "padres" cada quien con su historia pasada y personalidad es la atención al detalle y los sentimientos ajenos que me encanta.
Que lindo que vas formando esta relación cada vez más cercana
ResponderBorraraaww que lindo James de que lo extrañó...
Pero si se arriesgó bastante!!!
Que bueno que cuando lo castigó le tuvo paciencia!!