Aquel lunes me desperté pronto, bastante antes de que sonara
el despertador. Cuando eso pasaba, tenía dos opciones: volverme a dormir o
levantarme para ir preparando el desayuno y así ganar algo de tiempo. A veces,
se añadía una tercera posibilidad: aprovechar para escribir un poco de esa
historia privada que no quería que papá leyera nunca. Pero ese día no hice
ninguna de esas tres cosas, sino que me levanté, cogí unos papeles que había
guardado entre el colchón y el somier de la cama y salí con ellos al jardín.
Eran
los papeles de Dean y Sebastian. De mis hermanos.
Había
llegado a la conclusión de que papá tenía demasiadas cosas encima como para que
le presionara al respecto. Tenía que confiar en él y aceptar que se ocuparía de
aquello cuando estuviera preparado. Sin embargo, una vez terminó la
“distracción” de la quedada con la familia de Holly, la existencia de aquellos
dos desconocidos tan importantes comenzó a obsesionarme.
Ya
me había memorizado aquellos informes, allí no podría encontrar nada nuevo,
pero tenerlos en la mano me tranquilizaba. Me hacía sentir más cerca de ellos.
Escuché
la puerta trasera y me di prisa en esconder los documentos. Aidan me los había
dado con cierta discreción, no quería que mis hermanos manejaran más
información de la que podían asimilar. La precaución resultó innecesaria,
porque la puerta la había abierto él.
-
¿Qué haces aquí tan temprano? - me preguntó.
- No
podía dormir.
- Yo
tampoco - confesó y se estiró un poco dando un bostezo. - Últimamente, tenemos
los mismos problemas de insom.... ¿¡pero qué haces en pijama!? - me increpó,
dándose cuenta de pronto. - ¿Sin un abrigo y sin nada? ¿Quieres cogerte una
pulmonía?
- No
tengo frío... - me defendí.
Papá
me lanzó una mirada asesina, volvió a entrar en casa y salió a los pocos
segundos con una manta, que me puso sobre los hombros sin decir nada.
-
Padre sobreprotector - le acusé.
-
Mocoso descuidado - replicó. - ¿Qué escondes ahí?
Me
tensé un poco.
-
... Los papeles de Sebastian y Dean.
Papá
se puso serio y se sentó a mi lado.
- Es
muy importante para ti, ¿no? - me preguntó.
-
¿Por qué para ti no? Es nuestra familia. Siempre que te enteras de que tenemos
un nuevo hermano no paras hasta traerle con nosotros.
- En
este caso es diferente - me explicó, como si no lo supiera. - Son adultos,
tienen sus propias vidas. No va a ser un encuentro fácil.... Y ya hemos tenido
uno de esos el sábado. Uno por semana está bien, ¿no? - bromeó, intentando
quitarle hierro al asunto.
- Lo
de Holly no salió mal, papá. A mí me cayeron bastante bien.
-
¿Incluso Leah? - inquirió, levantando una ceja. Me conocía como si me hubiera
adoptado siendo un bebé y dedicado toda su vida a cuidarme.
-
Incluso ella - respondí, no muy convencido. - Tiene... carácter. Como Sean,
pero él parece menos venenoso y más sabiendo que en parte no se puede
controlar.
- Es
solo una fachada.
- Lo sé... Poco a poco. Pero no me cambies de tema. ¿Tú no quieres
conocerles? Dean vive aquí, a no más de unas horas en coche.
Papá me miró a los ojos. Era algo que le costaba mucho hacer. Aidan era una
persona abierta, cariñosa y afectiva, pero al mismo tiempo era retraído e
inseguro y huía de momentos demasiado íntimos con cualquiera que no fuéramos
nosotros.
-
Quiero conocerles – respondió. –
Pero sé que me dolerá demasiado. Son todo lo que siempre he querido tener.
Supe entender a lo que se refería. Aidan hubiera sido feliz creciendo con
algún hermano que hubiera compartido su situación, que le hubiera entendido.
Que hubiera compartido la carga de cuidar de un montón de críos. Dean y
Sebastian representaban una vida que no había podido tener, porque Andrew le
había privado de ella.
-
Te prometo que lo haremos pronto.
Ahora entremos en casa, no vayas a coger frío.
Resoplé, porque ni la temperatura era tan baja ni había posibilidades de
enfriarme ahora que me había puesto la manta, pero no quise discutir. Le seguí
hacia el interior y dejé la manta en el sofá, para después acompañarle a la
cocina.
Le vi sonreír de pronto mientras cogía las tazas del desayuno y eso me dio
curiosidad, porque era quizá la primera sonrisa genuina que le veía aquella
mañana.
-
¿En qué piensas? – le pregunté.
-
En nada - se apresuró a
responder.
-
Venga… dímelo.
-
No pensaba nada…
-
Papá – protesté.
-
Solo imaginaba cómo sería hacer
esto con veinticinco personas. Veinticinco tazas, cincuenta tostadas…
Me lo imaginé yo también, pero más que sonreír me dieron ganas de
desmayarme. Menuda locura.
Mi vida podía cambiar tanto, de tantas maneras diferentes… Quería pensar
que había una cosa que era inmutable:
Aidan siempre sería mi padre. Al menos que decidiera dejar de serlo… No,
él nunca haría eso. Al fin y al cabo, nos iba a adoptar.
-
No vas a cambiar de idea,
¿verdad?
-
¿Sobre qué? – me preguntó,
confundido.
-
Cosas mías – murmuré.
Papá iba a insistirme, pero en ese momento escuchamos unos pasitos tímidos
entrando en la cocina. Kurt caminó hacia nosotros, todavía en pijama, con sus
zapatillas de estar por casa y su adorable canguro de peluche. Soltó un bostezo
y se frotó los ojos, con gestos delicados que le hicieron parecer aún más
pequeño de lo que era.
-
Mira qué pollito madrugador –
saludó papá.
Kurt estiró los brazos como toda respuesta, pidiendo
claramente que le cogiera a upa. Papá le complació encantado.
-
Buenos días, campeón.
-
Soñé cosas malas – puchereó el enano.
-
¡Uy! ¿Qué soñó mi bebé? – preguntó papá,
dándole un beso en la frente.
Kurt se encogió de hombros. Tal vez no se acordaba bien o quizá no
quería entrar en detalles, pero en cualquier caso parecía muy a gusto en ese
momento, entre los brazos de mi padre.
-
¿Sabes lo que necesito yo cuando tengo un
sueño feo? – dijo papá y esperó a que mi hermanito negara antes de continuar. –
Un abrazo muy muy grande. Y una taza de cacao con cereales.
Kurt sonrió y asintió, conforme con el plan. Papá le estrujó y le hizo
unas pocas cosquillas antes de sentarle a la mesa y servirle el desayuno. Nos
venía bien que se hubiera levantado antes, así eran menos renacuajos a los que
preparar al mismo tiempo.
-
¿Podemos ir al parque hoy después del cole?
-
¿Al parque? No, cariño, hoy es lunes. Al
parque vamos los viernes… Además, esta tarde tenemos hora con el doctor, ¿te
acuerdas?
-
¡Pero papi, yo no estoy malito! – se quejó
Kurt.
-
Ya lo sé, peque. Solo es… una revisión,
¿bueno?
Papá no sabía cómo explicarle al enano por qué iban al médico. Yo
tampoco lo entendía del todo, pero la visita al cardiólogo tal vez lo zanjara.
Papá no me había dado muchos detalles sobre el tema, tan solo hablaba de
exámenes rutinarios. Una parte de mí no terminaba de creérselo e intuía que
había algo más.
-
¿Y por qué Hannah no tiene que ir? – preguntó
Kurt, desconfiado. Cuando le tocaba una vacuna o algo así, su melliza tenía
cita al mismo tiempo. Ser el único que iba al médico debía inquietarle.
-
Pues… mmm… porque lo ha dicho el médico –
respondió papá, pasando verdaderos apuros para responderle.
-
Pues el médico es tonto – declaró Kurt.
-
Eso no se dice – le regañó suavemente. –
Termínate los cereales, anda.
-
¡Es tonto, es tonto! ¡Yo quiero ir al parque!
-
Es muy pronto para hacer berrinches, enano –
intervine yo, sentándome a su lado. – El médico no tiene culpa de que no vayas.
Ya oíste a papá: al parque se va los viernes.
-
¡Papá también es tonto! – protestó, agarrando
a su canguro de peluche en ademan protector, como si fuera consciente de que
estaba tentando su suerte.
-
Eso no se dice y a papá menos. Pídele perdón.
Kurt apretó los labios y negó con la cabeza. En verdad se
veía ridículamente adorable, pero no podía ceder ante sus encantos.
-
Kurt, sabes que está feo insultar. Papá no es
tonto y no se lo puedes llamar – le regañé.
Aidan se acercó en ese momento y mi hermanito apretó más
su peluche, como quien tiene una especie de escudo mágico. Papá se agachó para
quedar a su altura y le hizo una caricia, menos enfadado de lo que esperaba.
-
Te prometo que el doctor no te va a hacer
pupa, cariño. Pero tenemos que ir.
-
Parque – gimoteó.
-
Hoy no. El viernes.
-
¡Pero hoy es lunes! ¡Queda mucho para el
viernes!
-
Tal vez el miércoles podamos ir un ratito –
propuso papá. – No te lo puedo prometer, ¿vale? Depende de si hay o no muchos
deberes y de lo que tenga que hacer en casa.
Kurt arrugó los labios y el entrecejo en una mueca
graciosa que casi le hacía parecer un dibujo animado.
-
¿Por qué tantas ganas de ir al parque, mm? –
preguntó papá.
-
¡PORQUE QUIERO!
-
Kurt, si gritas no te escucho – le advirtió.
– Estoy intentando ser paciente contigo, pero nada de berrinches.
El rostro de mi hermanito adquirió un color rojizo justo
antes de que se pusiera de pie con un gesto dramático.
-
¡No es justo, eres malo, yo quiero parque, no
quiero médico! ¡Malo, malo, tonto, feo!
-
Está bien…. Kurt, vas a irte un rato a la
esquina hasta que te calmes – dijo papá.
-
¡NO!
-
Sí. Y vas a dejar de gritar y de insultar o
vamos a empezar muy mal el día, ¿eh? – le avisó.
Los berrinches de Kurt solían estar llenos de lágrimas, pero aquella vez
parecía más rabioso que otra cosa. Quizá por eso su pequeña mente buscó la
forma más fuerte que conocía para expresar su enfado.
-
¡Cállate, puto! – chilló, reproduciendo lo
que West había dicho el sábado en la pizzería.
Tragué saliva. El enano acababa de meterse en un buen lío.
-
AIDAN’S POV –
Por fin había llegado el temido día de la cita con el cardiólogo. Tenía
tantas ganas de sacarme ese peso de encima… Necesitaba que el doctor me dijera
que mi bebé estaba bien. Tenía que estarlo…
Lo que estaba, por lo visto, era de mal humor. Se empeñó en ir al parque
aquella tarde y fue imposible razonar con él. No quería enfadarme, intenté
mantenerme tranquilo y solo me puse firme cuando tuve que hacerlo… pero él no
reaccionó como esperaba.
Al principio, pensé que había escuchado mal, pero en verdad sus palabras
habían sonado altas y claras.
-
Papá, solo es un niño repitiendo algo que
escuchó – se apresuró a intervenir Ted, antes de que me diera tiempo a decir
nada. – Ni siquiera sabe lo que significa…
-
Tal vez no, pero si sabía que no podía
decirlo, ¿verdad? – le pregunté a mi pequeño. – Sabe que West se llevó un
castigo por eso.
Kurt escondió la cara detrás de su peluche. Creo que se había dado
cuenta de que se la había cargado.
-
Aunque te enfades conmigo, no me puedes
gritar ni insultar. Soy tu padre y no siempre voy a hacer lo que tu quieras,
pero no por eso puedes tratarme de esa forma – le reprendí.
Los ojos de mi hijo se aguaron casi al instante, dificultando mi tarea
de mostrarme enfadado, pero no podía permitir que se volviera agresivo y
malhablado. Tenía que lograr que entendiera que era algo que no podía hacer de
nuevo.
Me senté en la silla en la que había estado él hasta hacía pocos
segundos y le agarré del brazo para acercarle a mí.
-
¡No, papi! – protestó.
-
Pa… - musitó Ted.
Les ignoré a los dos y cuando Kurt estuvo a mi lado le quité el peluche,
quizá con más brusquedad de la necesaria. El gesto le hizo empezar a llorar
intensamente.
-
Shh… Cangu estará bien. Ted le va a cuidar –
le hablé con voz dulce para suavizar la aspereza con la que había apartado su
juguete.
Ted tomó el peluche de su hermano y me lanzó una mirada
asesina, dejándome muy claro que yo era el malo del cuento.
Sujeté a Kurt con una mano y bajé sus pantalones con la
otra. Tras pensarlo un poco, bajé también sus calzoncillos. No solía hacerlo,
aunque con los enanos era más frecuente, pero no quería arriesgarme a que un
día Kurt me gritara eso mismo en medio de un restaurante. Le tumbé encima de
mis piernas, conmovido por su llanto y por lo quietito que estaba. Acaricié su
espalda y él se estremeció, porque tenía la mano muy fría.
-
No se dicen palabrotas, hijo. ¿Entiendes por
qué se enfadó papá?
-
Snif… snif… sííí.
-
Nunca más, Kurt.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
A pesar de que no le di muy fuerte, aquellas palmadas le
hicieron revolverse más que de costumbre, porque al ser piel contra piel le
picó bastante. Le quedó un poco colorado, pero apenas tuve tiempo de pensar en
eso, porque con sus movimientos acabó por darme una patada en la pierna. Fue
sin querer, no era dueño de sí mismo en ese momento, y por eso contuve las
ganas de frotarme el golpe y le levanté para abrazarle, haciendo que se apoyara
sobre mi pecho y mi hombro.
-
Shhh. Shhh. Ya está.
Le coloqué la ropa y empecé a masajear su espalda. Le escuché decir
algo, pero tenía los labios pegados a mi camiseta, así que no se le entendía.
Le separé un poquito para poder escucharle mejor, pero no le gustó la idea y me
agarró con más fuerza.
-
Vale, vale, tranquilo. No voy a ir a ningún
sitio, peque.
-
BWAAAA
-
Ya no llores, bebé. Ya pasó.
-
Snif… ¿Cangu? – pidió, sin elaborar la
pregunta. Asentí y recogí el peluche que Ted me ofrecía. Kurt se había
encariñado mucho con aquel canguro. Nunca antes había estado tan unido a un
peluche, más bien solía coger los de su hermana.
Le aparté el pelo de la cara, notando que empezaba a tenerlo demasiado
largo, y le di un beso en la frente.
-
Hay que despertar a los demás, campeón. Me da
que son unos dormilones. ¿Me ayudas?
Kurt asintió y se bajó de encima con un puchero.
-
Papi es malo, Ted – se quejó, buscando los
mimos de su hermano.
-
Es que tú te portaste mal, ¿mm? – respondió
él, aunque su mirada me indicaba que estaba de acuerdo con las declaraciones
del enano. – Aún tienes que pedirle perdón, peque.
-
Lo shento – musitó.
-
Está bien, cariño. Perdonado. Ahora vamos a
despertar a Hannah, ¿vale?
-
¿Le puedo dar un susto?
-
Mm… Mejor eso a Mike – sugerí, sabiendo que
mi hijo mayor lo encajaría mejor que las enanas.
Kurt esbozó una sonrisa pícara y subió a ejecutar su
travesura. Ted no perdió ni un segundo en comenzar con los reproches.
-
No tenías por qué ser tan duro con él – me
acusó.
-
Durísimo – respondí con sarcasmo. – Sabes que
se lo ganó, Ted.
-
Odio verle llorar – fue su única respuesta.
-
Y yo también.
-
Es un buen niño, pa…
-
Ya sé que es un buen niño, Ted. Es muy dulce
y con buenas intenciones, y muy cariñoso, y bastante obediente para tener seis
años. Pero tiene que aprender muchas cosas aún y es mi trabajo enseñárselas. Es
normal que se meta en algún pequeño lío de vez en cuando.
Ted suspiró, dándose por vencido.
-
Eres un hermanazo. Mejor defensor que un
dragón y un foso – le dije y me sacó la lengua. – Anda, vamos a rescatar a
Michael.
-
MICHAEL’S POV -
Al principio no supe lo que me despertó, pero luego escuché pasos, el
crujido de la madera y una risita contenida. Instantes después escuché un
“¡Buh!” y no pude evitar sonreír. ¿Kurt había intentado darme un susto?
“Intentado” era la palabra correcta. Toda mi cama había temblado, avisándome,
cuando intentaba escalar.
-
¡Jo! ¡No te asustaste! – me reclamó, como si
estuviéramos jugando a un juego y yo hubiera hecho trampa.
-
No es mi culpa si eres un fantasmita adorable
– respondí, y le sujeté para ayudarle a subirse del todo a la litera. - ¿O
serás una arañita? ¿Spider-Kurt trepando a la cama de sus hermanos?
Kurt sonrió, pero noté sus ojos rojos. ¿Había llorado? ¿Por eso había
ido a mi cuarto? Lo más lógico en esos casos era que acudiera a Ted. ¿Dónde
estaba Ted? Su cama estaba vacía.
-
No vale, te tenías que asustar.
-
Puedes intentarlo con Alejandro – le sugerí y
me asomé para comprobar que seguía durmiendo. Tenía el sueño muy profundo.
-
No, Ale es un gruñón cuando se despierta.
-
Chico listo, eligiendo bien a tus presas.
Kurt se arrastró por las sábanas hasta
acomodarse sobre mi almohada.
-
La lucecita de tu móvil está parpadeando – me
avisó.
Al lado de mi litera, pegada a la pared, había una pequeña balda de
madera. La litera de Cole y Ted tenía un diseño similar: estaba pensado para
poder dejar el móvil, o unas gafas o un libro. Como una mesita auxiliar para
los que dormíamos “en el piso de arriba”.
Efectivamente, mi móvil desde la balda, estaba parpadeando. Lo cogí y vi
que tenía un mensaje de un número desconocido.
“Hola, soy Blaine 😊 ”
Me quedé en shock por unos segundos, pero luego reaccioné y le respondí.
MICHAEL: “Hola. ¿Cómo tienes mi número?”
BLAINE: “Le dije a Sam que se lo pidiera a tu hermana. Te
busqué en Facebook, pero no sales”
MICHAEL: No tengo. ¿Y para qué lo querías?
BLAINE: Para hablar. Deberías hacerte Facebook, así
podría cotillearlo.
Se me escapó una sonrisa ante su descarada sinceridad.
MICHAEL: Lo tendré en cuenta.
Guardé el móvil y sacudí la cabeza. Tenía que reconocer que algunos de
los hijos de Holly me habían caído bien.
Kurt se removió a mi lado y rebuscó en mi bolsillo para sacar el móvil.
Tenía patrón de desbloqueo, así que no me molesté en quitárselo.
- Pero bueno, mira qué ladronzuelo cotilla.
- ¿Quién te escribió?
- Pero qué metiche.
- Anda, dímelo – me pidió. Como si alguien pudiera negarle algo, con
esos ojos de cachorro.
- Si tanto quieres saberlo, era Blaine.
- ¿Blaine? ¡Quiero hablar con él! – pidió, entusiasmado.
- Ahora no hay tiempo, bicho. Hay que desayunar.
- Yo ya desayuné. Y papá me regañó – añadió, con un puchero.
- ¿Te regañó?
- Sí, y me dio en el culito.
- Uy. ¿Y por qué?
- Porque es malo.
- Ah, ¿con que soy malo, no? – preguntó papá, desde la puerta. Se acercó
a nosotros y agarró a Kurt, sacándolo de la litera y subiéndoselo al hombro
como un saco de patatas.
- ¡Aich! ¡No, papi, bájame!
- Mmm. Nop, creo que todavía no – respondió, y empezó a hacerle
cosquillas en el pie desnudo, puesto que se había sacado las zapatillas para subirse
a mi cama.
- ¡Jajajaj! ¡Papi! ¡Cosquillas no!
- Entonces, ¿soy malo?
- ¡Bueno, solo un poquito!
Papá sonrió y detuvo las cosquillas. Cambió al enano de posición, hasta
cogerle en brazos.
-
Si sabes por qué te castigué, ¿no? – le
preguntó y Kurt asintió y escondió la cara en su pecho. Aidan le dio un beso en
la frente. – Pero eso ya pasó, y ahora vamos a tener un gran día en el cole,
¿vale?
-
Shi.
-
Pues venga, campeón, a vestirse. Yo voy a
despertar a tus hermanos perezosos.
Kurt se marchó a su cuarto y yo me estire sobre el
colchón, con pocas ganas de levantarme.
-
Mike… ¿Vendrás al médico con nosotros esta
tarde?
Aidan sonó entre serio y preocupado y eso hizo que le
mirara fijamente antes de responderle.
-
Claro.
-
AIDAN’S POV -
El día transcurrió sin incidentes y las horas pasaron lentas y rápidas a
la vez hasta la tarde. Ted tenía muchos deberes, así que odié tener que pedirle
que se quedara con sus hermanos, pero yo tenía que ir con Kurt al médico.
-
Puedo decirle a Michael que se quede – le
ofrecí.
-
Qué va. No te preocupes, no va a haber ningún
problema. Haré los deberes en el salón para vigilar a los enanos.
-
Bueno. Portaos bien con Ted, ¿eh?
-
¡Shi!
-
¡Shiii!
-
Le hacéis caso en todo.
-
Shi.
-
Que sí, papá. No seas pesado – protestó Zach.
-
Está bien. Kurt, vamos, cariño.
Mi enano se escondió detrás del sofá con poco éxito. Se
le veía el pelo y parte de la frente.
-
Vamos, bebé. El médico solo va a hablar con
nosotros. Nada de pruebas.
-
¿Lo prometes?
-
Lo prometo.
-
¿Ni de vacunas?
-
Ni de vacunas.
-
Eno – accedió y salió de su escondite. Sonreí
y le di la mano.
Michael, Kurt y yo, emprendimos el camino hacia el
hospital. El pánico que había sentido tras la última consulta se había
difuminado un poco. Mi bebé estaba bien, se le veía sano.
Apenas tuvimos que esperar cinco minutos para que nos
llamaran. El doctor estrechó mi mano y la de Michael y a Kurt le revolvió el
pelo afectuosamente. Le dio unas hojas y unas pinturas y le sentó en una mesita
de tamaño infantil, como clara señal de que quería hablar conmigo.
-
Tengo aquí los resultados de las pruebas de
Kurt – comenzó. Algo en su tono y en la solemnidad del momento me puso tenso.
-
¿Y cómo salieron?
El doctor se tomó unos momentos para mirar algo en el
ordenador.
-
Kurt
tiene un pequeño defecto congénito en el corazón – me informó.
“¿Pequeño? ¿Cómo de pequeño? ¿Qué significa?”
Las preguntas se agolparon en mi cabeza y no fui capaz de hacer ninguna.
-
No es grave, pero si es algo que debemos
tratar o puede traer muchas complicaciones a medida que su cuerpo crece.
-
¿Tra… tratar? ¿Cómo?
-
Con una operación.
Operación. Operación de corazón. A Kurt. A mi bebé. Le
miré sintiendo que mis propios latidos se aceleraban. Allí estaba él, con una
adorable carita de concentración mientras hacía un dibujo. Mi tesoro que no
deseaba otra cosa del mundo que mimos, chocolate y juegos con sus hermanos.
-
No se asuste, señor Whitemore. Es un
procedimiento muy sencillo. Las cosas han avanzado mucho. Le daré detalles más
adelante, pero es casi seguro que podremos evitar una operación a corazón
abierto. Será una cirugía muy poco invasiva, con ayuda de tecnología robótica.
Me importaba una porra cómo le fueran a operar. Solo quería saber una
cosa:
-
¿Va a estar bien?
-
Es más común de lo que cree. Hay cientos de
defectos cardíacos y…
-
Mi padre le ha hecho una pregunta – intervino
Michael, por primera vez. – Esa operación… ¿cómo de peligrosa es?
Durante un segundo, se hizo el silencio.
-
Todas las operaciones conllevan un riesgo –
respondió el doctor, con sinceridad. – Pero confío en un pronóstico favorable.
Nooo. Pobre Kurt!!!! Y Aidan, cómo va a sufrir con su niño enfermito tan mal. Porfa no lo dejes así. Quiero saber cómo sigue.
ResponderBorrarAdemás me gusta cómo va la historia con la nueva familia
Grace