CAPÍTULO 137: Soy como ellos
Me
quedé con mis hermanitos pequeños mientras papá hablaba con los mayores. Tenían
mucho sueño, así que me di prisa en partir unas manzanas como había dicho Aidan
y se las llevé en un cuenquito al sofá.
-
Ahuuum. Tete, quiero dormiiiir – protestó Hannah.
-
Ya, enana, en seguida vamos a la cama. Toma un poquito de
manzana, ¿sí?
Le gustaba la fruta, así que cogió un pedacito y lo masticó,
mientras se frotaba los ojos con la mano libre. Kurt hizo lo mismo con
movimientos casi idénticos, sacándose las gafas, que se le cayeron al suelo.
Las recogí y las dejé sobre la mesita.
Me
senté cerca de ellos y Alice gateó sobre el sofá hasta alcanzarme y subirse
encima de mis piernas. Me ofreció un trocito de manzana y se lo acepté con una
risita. Estar con los peques me ponía el corazón blandito. Eran dulces,
inocentes e indefensos y activaban mis instintos protectores.
-
Ted – me llamó Kurt. No me estaba mirando, sino que
jugueteaba con los cordones de su zapato como si estuviera pensando en quitárselos.
-
Dime – respondí, al ver que no decía nada más.
-
A papá no le va a pasar nada malo, ¿verdad?
Parpadeé, confundido.
-
¿A qué viene esa pregunta? – me extrañé, pero después lo
comprendí: el protagonista del musical que habíamos visto aquella tarde se
quedaba huérfano. Tal vez había soñado con eso en el coche. – A papá no va a
pasare nada, peque.
-
No me quiero quedar solito – susurró, con un puchero.
Au.
Cosita vulnerable.
-
Tú nunca te vas a quedar solito, Kurt. Papá no se va a ir a
ningún lado. Y me tienes a mí. A Michael. A Jandro. A todos. Jamás te dejaremos
solo – le prometí.
Estiré los brazos para agarrarle y le senté al lado de Alice,
cada uno en una de mis piernas. Kurt me abrazó y apoyó la cabeza en mi hombro.
-
No quiero que le pase nada a papá.
-
No le va a pasar nada – le prometí. Acaricié su espalda, pero
Kurt no pacía tranquilizarse.
-
Algún día sí – murmuró. – Algún día se irá al cielo como tu
mamá.
Doble au.
-
Pero para eso queda mucho, mucho tiempo, enano. No pienses en
eso ahora – le dije y le estampé varios besos en la coronilla, haciéndole reír
un poquito. – Ah, eso está mejor. ¿Qué es eso de estar tristes después de un
día tan bonito como el de hoy? Venga, peques. Terminaros eso y vamos a lavarnos
los dientes.
Mientras mis hermanitos se acababan su cena improvisada, me
quedé pensando en lo que había dicho Kurt y una vez más constaté lo mucho que
él y yo nos parecíamos. Cuando tenía su edad y empecé a reparar en lo que
realmente significaba que mi madre “estuviera en el cielo”, me pregunté qué
pasaría si Aidan se iba también. No tenía ninguna “familia de repuesto” con la
que quedarme y de todos modos no había nadie con quien quisiera estar si no era
con papá.
Afortunadamente, nunca había tenido que preocuparme
seriamente por verme separado de papá. Mi vida, pese a todos los altibajos
sufridos por culpa de Andrew y de Greyson y de otros factores sin culpables,
había sido bastante sencilla.
No pude ahondar en ese pensamiento porque en ese momento vi a
Michael bajando las escaleras con una bolsa en apariencia muy llena.
-
¿Qué pasa? – pregunté, pero me ignoró, terminó de bajar y
caminó hacia la salida. - ¡Eh! ¡Michael, espera! ¿Qué haces?
-
¿A dónde vas? – le preguntó entonces Hannah.
Michael la miró por un segundo y después apartó la vista.
Estiró el brazo hacia el picaporte de la puerta y yo me puse de pie tan rápido
que casi tiro a Kurt y a Alice que seguían encima de mí.
-
¿Estás huyendo? – me horroricé. ¿Se iba? ¿Se… estaba
escapando?
-
No seas dramático, Ted. Solo voy a dormir fuera esta noche –
replicó.
-
¿Lo sabe papá? –
inquirí y no hizo falta que contestara porque ya sabía que la respuesta
era no. – Entonces estás huyendo – afirmé. - ¿De verdad crees que eso te va a
funcionar?
-
No sé de qué me hablas. Voy a dormir con un amigo.
-
¿Ah, sí? ¿Con cuál? – dije, con sarcasmo, lo cual admito que
fue algo cruel, pero era cierto: Michael no tenía amigos todavía.
-
Con una tía, ¿vale? – bufó, claramente de farol.
-
¿Michael tiene una tía? – se extrañó Hannah. - ¿Es nuestra
tía también? ¿Es la hermana de papá?
-
No, enana, no es eso, solo está buscando la manera de meterse
aún en más líos – declaré, fulminando a Michael con la mirada. ¿En serio estaba
planeando irse para librarse de la bronca? ¿Es que no se daba cuenta de que con
eso empeoraba las cosas como mil veces?
Puse los ojos en blancos y me adelanté para quitarle la
mochila.
-
¡Eh! ¿Qué haces? ¡Suelta eso!
-
Sí, lo voy a soltar, encima de tu cama – repliqué, mientras
me dirigía hacia las escaleras.
-
¡Tú no lo entiendes!
-
Uf, ¿qué llevas aquí? ¿Plomo? – resoplé, porque pesaba
bastante. – Claro que lo entiendo, la cagaste en el teatro, papá no está
contento, y por un segundo desaparecer te pareció buena idea, todos hemos
estado ahí, pero llegar a preparar una mochila y todo, francamente, Michael,
no…
-
¡Tú no lo entiendes! – repitió, más fuerte esta vez, y más
desesperado, así que pensé que tal vez me estaba perdiendo de algo. ¿Papá ya
había hablado con él? ¿Habían discutido?
-
¿El qué no entiendo? – pregunté, ya en el último escalón y
escondiendo la mochila tras mi espalda por si acaso intentaba quitármela.
-
¡Me he convertido en ellos!
-
¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? ¿En quién se supone que te has
convertido?
“Vale, ahora sí que no entiendo nada”
Michael no me respondió, pero se le veía de veras alterado.
- Escucha, sea lo que sea, salir así no es la solución. Y
aquí llevas demasiadas cosas para irte solo una noche. ¿A dónde pensabas ir?
Mi hermano apartó la mirada.
-
Estáis mejor sin mí.
La realidad de que aquello era más que un intento de salvarse
de una bronca me golpeó de repente. Michael quería escaparse. Quería escaparse
de verdad.
-
¿PERO QUÉ CHORRADAS DICES? ¿MEJOR SIN TI? ¡NADIE AQUÍ ESTARÍA
MEJOR SIN TI! ¿Es que quieres matar a papá? ¿Es eso? ¿Primero le sacas una
úlcera en el teatro y ahora le quieres matar de un disgusto?
-
No, yo… Escucha…
-
¡No, escucha tú! ¡Papá no estaría mejor sin ti! ¡Hannah no
estaría mejor sin ti, ninguno de nuestros hermanos lo estaría! Rayos, incluso
el gato te echaría de menos – le increpé, ansioso y alterado de pronto, porque
después de vivir varios meses con nosotros Michael aún no supiera el lugar que
ocupaba en mi familia.
-
Es evidente que esto no se me da bien y que yo… yo solo soy
diferente, ¿vale, Ted? No encajo y…
-
¿¡Que no encajas!?
Encaja esto, gilipollas – le grité, solté la mochila, y le agarré de la
camiseta, para que no tuviera escapatoria y me mirase directamente a los ojos.
- ¡YO NO ESTARÍA MEJOR SIN TI!
Hubo un segundo de silencio mientras Michael me miraba
fijamente y entonces…
-
¿Qué ocurre? ¿Os estáis peleando? – preguntó papá, desde el
pasillo.
Por puro instinto, solté a Michael y me separé de él. Mi
hermano, por su parte, le dio una patada a la mochila intentando esconderla,
pero no había dónde y con ese movimiento más bien logró hacer aún más evidente
su presencia.
-
AIDAN’S POV –
“Más peleas no, por favor” pensé, con el corazón en un puño al
ver a mis dos hijos mayores al borde de las escaleras en una actitud que
indicaba algún tipo de enfrentamiento. La idea de que Michael pudiera dar un
mal paso y caerse de espaldas por los escalones me aterraba...
Entonces
reparé en la mochila. Estaba tan desubicado y falto de contexto que al
principio pensé que habían escondido algo ahí. Me acerqué a ver qué había
dentro y la reacción de Michael me preocupó, pues se puso muy nervioso.
“Una
mochila. A estas horas…”
Empecé
a tener más claro lo que estaba pasando y me apresuré en abrir la bolsa. Había
ropa, y zapatos, y la serpiente de goma que le regaló Kurt, y la talla de
madera que le hice por Navidad, y el peluche del acuario que teóricamente era
de Ted, Kurt y Michael, y un dibujo que le había hecho Hannah…
“En
otras circunstancias, me enternecería que su equipaje esté formado por estas
cosas” pensé,
pero no había tiempo para enternecerse. El pánico no dejaba cabida a ninguna
otra emoción.
Me
obligué a respirar hondo y entonces me invadió una fría y peligrosa calma.
-
¿Ibas a algún lado? – susurré. Se rascó el brazo sin decirme nada. –
Respóndeme. ¿Pensabas salir?
- Yo…
esto… esto…
Michael
no fue capaz de articular nada más.
-
Porque, hasta donde yo sé, tú tenías que estar esperándome en
tu cuarto – continué. Después, suspiré. – No importa cómo de grande sea el lío
en el que te metas, Michael, saldremos de él juntos, pero no puedes irte. Bajo
ningún concepto. Eso no te ayudará en nada, solo complica las cosas – le dije.
Esperé alguna clase de respuesta o signo de aceptación, pero no obtuve nada,
así que proseguí: - Ve a mi cuarto, hijo. Yo voy ahora.
“En cuanto mi corazón recuerde cómo latir a un ritmo normal”.
Por suerte, Michael me
hizo caso. Con un último vistazo hacia la mochila, se retiró rumbo a mi
habitación.
-
Estaba diciendo muchas tonterías, papá. No se iba solo para
librarse, le pasa algo más – me informó Ted.
Con una falsa pose de seguridad, me agaché a recoger la
mochila, pero las piernas me temblaban y no logré engañar a Ted, que me agarró
del brazo.
-
Está bien, papá. No se ha ido – me tranquilizó.
Asentí, pero en ese momento fui consciente de que Michael
sabía cómo desaparecer. Si había huido de la policía, realmente podía
esconderse de mí si así lo deseaba. No pensé que pudiera llegar a desearlo.
Creí que éramos una familia consolidada… Pero, si me paraba a pensar, Michael
ni siquiera llevaba un año con nosotros todavía.
Había sido un día muy largo y estaba haciendo gala de todo mi
autocontrol para no perder los nervios.
-
¿Podrías llevar esto a vuestro cuarto? – le pedí a Ted,
señalándole la mochila. - ¿Comieron algo los enanos?
-
Sí, manzana. Ahora les acuesto – me dijo y pareció dudar
antes de añadir algo más. – Kurt está un poco sensible, así que igual quiere
dormir contigo.
-
¿Qué le pasó? – pregunté, preocupado.
-
Nada, solo se quedó pensativo por el argumento del musical… Quería
que le asegurase que no va a pasarte nada malo.
-
Iré a hablar con él – decidí. Cosita tierna. Ojalá tener el
don de multiplicarme…
-
Mejor ve con Michael, pa. Los enanos están bien. No puedes
dividirte, y él te necesita más ahora. Cuando Kurt acabe de cenar, le ayudo con
el pijama y te lo dejo listo para que lo llenes de mimos.
Una
vez más, me sorprendió la facilidad con la que Ted podía leerme la mente. Le
hice una caricia en el brazo y luché por desprenderme de la culpabilidad de
necesitar tanto su ayuda.
Pese
a todo, no fui directamente a mi cuarto, sino que primero pasé por el de Dylan,
para ayudarle con la ducha. Valoré el riesgo de hacerlo, me preocupaba que
Michael intentara marcharse de nuevo, pero tenía mucho en qué pensar, sentía
que algo se me estaba escapando y además era verdad que Dylan tenía que
ducharse. Con él no podía hacer como con los más pequeños y posponerlo por un día,
porque no reaccionaba bien a los cambios de horario no previstos.
-
¿Ya lo tienes todo listo? – le pregunté a mi peque.
Dylan
asintió. Había organizado meticulosamente su pijama -mejor doblado que el de
alguno de sus hermanos mayores-, sus chanclas y un elemento nuevo: un patito de
goma que a veces utilizaba con Alice. Dylan me miró mordiéndose el labio, en lo
que me pareció un gesto de inseguridad, aunque con él nunca se sabía.
-
¿Quieres jugar con el patito? – dije, para cerciorarme. –
Para eso hay que darse un baño en lugar de una ducha – le advertí, aunque ya
imaginé su respuesta:
-
¡No! ¡Ducha!
A
Dylan no le gustaba bañarse. Curiosamente, no tenía problema con las piscinas.
El conflicto parecía estar en el hecho de sumergirse en agua templada o caliente
pero no iba a bañarle en agua fría para que cogiera un catarro.
-
Se juega mejor en un baño, campeón. No pasa nada, te lleno la
bañera y…
Dylan
me interrumpió al tirar el patito violentamente contra el suelo. El juguete
rebotó, pero no se fue muy lejos.
-
¡Ducha!
Suspiré.
Me agaché a su lado y evité el movimiento natural de agarrarle las manos como
hacía con mis demás hijos, porque sabía que con él solo serviría para
alterarle.
-
Está bien, puedes darte un baño o una ducha, lo que tu
prefieras, Dylan. Pero no se tiran las cosas.
-
Ducha – insistió.
-
Sí, ya entendí. Vamos al baño, campeón.
-
¿Y el patito?
Lo medité durante apenas unos segundos. En verdad no era un
gran problema si se lo llevaba a la ducha, pero aquel me pareció un buen
momento para afianzar patrones de conducta y ayudarle a mejorar el manejo de
emociones.
-
No, el patito se queda, porque lo tiraste al suelo y ahora
está triste.
Dylan
me miró con un rostro inexpresivo y después se agacho a darle un toquecito al
juguete, casi como si fuera un pato de verdad y quisiera hacerle una caricia.
-
Lo siento – susurró y dejó el patito sobre la cama.
Le
sonreí y le acompañé al baño. Le di algo de intimidad para que se desvistiera y
me quedé cerca por si necesitaba mi ayuda. Con él no tenía que estar tan
pendiente como con sus hermanos más pequeños, así que mi mente enseguida vagó
hacia Michael y a su extraño comportamiento de hacía un rato. Ted decía que no
había sido solo un intento de librarse de una bronca, sino que había algo más
bajo la superficie y yo pensaba lo mismo, porque no era la primera vez que
Michael se metía en problemas y nunca había reaccionado así. Una vez logré
convencerme de que mi hijo no me temía, intenté buscar posibles explicaciones,
pero sin demasiado éxito. Se me estaba escapando algo, estaba claro.
Una
repentina salpicadura de agua tibia me sacó de mis pensamientos. Dylan se llevó
una mano a la boca para tapar una carcajada, con un aire travieso que no era
propio de él. Me alegró tanto verle reír, verle jugar como cualquier niño de su
edad…
-
¡Oye! ¿Qué es eso de mojar al papá? – me indigné falsamente y
su sonrisa desapareció. No se le daba bien interpretar los estados de ánimo,
así que no captó que estaba de broma. Evaluando la situación y consciente de
qué juegos toleraba y cuáles no, le quité la alcachofa de la ducha para
apuntarle con ella como si fuera una pistola. Dylan rio con fuerza mientras el
agua le caía en el cuello y el pecho.
Jugué
con él un rato más, disfrutando de aquel momento robado. No eran muchas las
ocasiones que tenía de conectar con Dylan, de pasar el rato con él sin medir
cada palabra o cada movimiento.
Para
cuando acabó de ducharse el baño estaba hecho un desastre, pero había merecido
la pena. Le envolví en una toalla y usé otra para secarle el pelo, ya que el
secador era un gran “no” para él. Le alteraba mucho el ruido del aparato tan
cerca de sus oídos.
Le
dejé en su cuarto para que se vistiera y le pregunté si necesitaba mi ayuda
para algo.
-
Necesito ayuda p-para llegar al estante de a-arriba – me
informó.
-
Oh. ¿Qué quieres coger? Yo te lo bajo, campeón.
-
No q-quiero nada.
-
¿Entonces? – me extrañé.
-
Me has p-preguntado si necesito ayuda p-para algo, y necesito
ayuda p-para llegar – insistió. – También p-para abrir los r-refrescos y p-para
atarme los c-cordones.
Me
mordí el labio para no sonreír ante su literariedad.
-
Me refería a ahora mismo, campeón. Si te surge algo pídeselo
a Ted, ¿bueno? Yo tengo que hablar con Michael.
Dylan
no me respondió, ni verbal ni gestualmente, pero se sentó en su cama y cogió
los pantalones del pijama, así que lo interpreté como que podía apañárselas. Cuando
me dijeron que mi hijo estaba dentro del espectro autista, tuve mucho miedo y
muchas preguntas, pero conforme pasaba el tiempo me daba cuenta de que había
tenido mucha suerte, porque Dylan era bastante funcional. Yo le habría querido
en toda circunstancia y con todos los grados de autismo, pero su vida sería
mucho más complicada si fuera por completo incapaz de comunicarse.
Sin
más excusas para seguir retrasándolo, por fin caminé hasta mi cuarto, en donde
me esperaba Michael. Alejandro se había ido al otro baño y todavía se estaba
duchando.
Por
mi habitación debía de haber pasado un huracán, que había deshecho mi cama,
tirado la colcha y las sábanas al suelo. Michael estaba recogiéndolas justo
cuando entré. Se me quedó mirando fijamente con las manos todavía cargadas con
la ropa, la vida imagen de la expresión “pillado con las manos en la masa”.
-
Se me cayó – susurró, como torpe explicación.
-
Sí, estoy seguro – respondí con sarcasmo. Más bien lo había
tirado en un pequeño acto de furia.
“Por lo menos ahora se le ve tranquilo”.
-
Siéntate – le pedí. – Tenemos mucho de qué hablar.
Michael
me complació y me observó, expectante. Creo que trataba de averiguar cómo de
enfadado estaba.
-
Empecemos por la escena de hace un rato. ¿Quieres contarme
qué pretendías? ¿A dónde pensabas ir? ¿Dónde ibas a pasar la noche? –
interrogué, pero Michael se limitó a encogerse de hombros. – Voy a necesitar
una respuesta mejor que esa.
-
No sé qué quieres que diga.
No me pasó inadvertida la forma en la que se encogía sobre sí
mismo. Michael no estaba siendo desafiante, tan solo estaba angustiado. Me
acerqué a él y levanté su barbilla.
-
¿Por qué intentaste irte? ¿Tenías miedo de hablar conmigo
sobre lo que pasó hoy en el musical? – le pregunté, directo al grano.
-
Sí – susurró. Cerré los ojos e intenté sobreponerme. Una de
mis peores pesadillas se había hecho realidad. – Pero no por lo que tú crees.
“¿Oh?”
-
No tengo miedo de ti – aclaró y eso me permitió respirar un
poco.
-
Me alegro, campeón. Sé que no te gustan mis decisiones cuando
me toca ser el malo, pero…
-
Tampoco le tengo miedo a “tus decisiones” – me interrumpió,
utilizando mis palabras de forma eufemística. De nuevo, su tono no me indicaba
que estuviera siendo desafiante o altanero, tan solo me estaba hablando con
sinceridad. – No es la primera vez que me meto en líos y ya sé qué esperar.
Aquello sonaba lógico y por eso no entendía qué estaba
pasando. Si no era miedo a mi posible enfado, ¿cuál era el problema?
-
¿Entonces? – le animé.
Michael se removió, incómodo.
-
¿No podemos simplemente dejarlo estar? – murmuró.
-
¿Dejarlo estar? ¿Te refieres a ignorar que preparaste un
equipaje, el cual llenaste de recuerdos de esta familia como si no fueras a
volver? No, no podemos – le aseguré. – Tenías miedo de algo y al parecer no era
de mí, así que necesito saber de qué se trata para poder solucionarlo.
-
No puedes solucionarlo.
-
¿Por qué estás tan seguro?
-
¡Porque sí! ¡Porque yo no tengo arreglo! – exclamó,
frustrado, y después respiró hondo. – Cinco personas en un baño… Me he
convertido en ellos.
Era tan obvio que no entendía cómo no había visto antes el
paralelismo. Los animales que le hicieron daño… que le violaron, Aidan,
llámalo por su nombre… los animales que lastimaron a mi hijo en formas que
recién empezaba a comprender, también habían sido cinco en un baño cerrado, del
que Michael no había tenido escapatoria. La similitud era evidente, pero aún
así no terminaba de entenderlo. ¿Se estaba comparando con ellos?
Mi confusión debió de reflejarse en mi cara, porque Michael
decidió explayarse y una vez comenzó no se detuvo hasta terminar de sacarse sus
inquietudes del pecho.
-
Cuando Blaine dijo que ese chico abusó de Leah, lo vi todo
rojo. No pensé en nada, solo… quería venganza. Y después llegaste tú y lo noté
en tu mirada: la sorpresa y el horror, como si hubiéramos hecho algo
imperdonable. Me enfureció que te pusieras de su parte, pero entonces, mientras
te esperaba vi tu estúpido libro – bufó. Intuí que se refería al que le había
regalado por Navidad. – Y eso me hizo pensar que… ellos también eran cinco. Y
ahora yo soy como ellos. Eso sí que no puedo soportarlo y vosotros no tenéis
por qué soportarlo tampoco.
-
Escúchame bien, Michael. No eres ni remotamente parecido a
esos desgraciados. Quítate eso de la cabeza, porque no es cierto. Sí, erais
cinco contra uno en un baño y lo que hicisteis no estuvo bien, ya hablaremos
sobre eso, pero son situaciones completamente diferentes.
-
¿Y en qué se diferencian exactamente? - replicó. - No le hicimos nada sexual, pero
le golpeamos y le humillamos de otras maneras.
Abrí
la boca para responderle y después la cerré. No sabía cómo hacerle ver que se
equivocaba sin restarle importancia a lo que habían hecho. Ese niño podía haber
muerto y lo que hicieron tipificaba como delito, por más que fuera uno
corriente. Hay muchas peleas todos los días, pero solo unas pocas llegan a la
televisión y a las redes sociales. A esos agresores, los televisados, les
llamamos de todo y les calificamos como monstruos, pero si el que participa en
una pelea es amigo nuestro, entonces encontramos todo tipo de explicaciones y
circunstancias atenuantes. Toda moneda tiene dos caras y toda historia dos
versiones, pero yo era un firme defensor de que lo que estaba mal, estaba mal,
aunque a veces nos empeñemos en buscar justificaciones.
-
Creíais que estabais haciendo lo correcto – dije al final. –
Os movían intenciones nobles, aunque un equivocado sentido de la justicia. Y,
en cualquier caso, hay una diferencia entre lastimar a alguien por dejarse
llevar por la ira y lastimar a alguien porque sientes placer al hacerlo.
-
No estoy seguro de que no sintiera placer – me confesó. – Eso
es lo peor de todo, que no se sintió como algo malo. No me siento culpable.
Sus
ojos brillantes me demostraron lo mucho que le costó decir aquello.
-
Eso no es cierto, o no estaríamos teniendo esta conversación
- respondí. - Te sientes culpable, pero por los motivos incorrectos. Y voy a
intentar cambiar eso. El primer paso es que admitas que no estabas vengando a
Leah, sino a ti mismo.
Michael
hizo circulitos con el pie.
-
Tal vez había algo de eso… - susurró.
-
No he pasado por lo mismo que tú y haría cualquier cosa por
haber podido protegerte…
-
No fue tu culpa… - me interrumpió. – Ni siquiera me conocías.
-
… pero el sentimiento de impotencia sí lo entiendo. El
sentimiento de que eres demasiado débil para defenderte, para sobreponerte a
alguien que se aprovecha de que es más fuerte que tú. Sé que no quieres volver
a sentirte así nunca más y que te costó mucho recuperar el poder sobre tu
propia vida, que aún lo estás recuperando… - le dije, y Michael me miró con
mucha atención. Fue esa mirada la que me mantuvo en el presente e impidió que
mi mente se retrotrajera al pasado, a aquel rancho con mi abuelo. Coloqué mi
mano en la mejilla de Michael, para que supiera que le entendía. – Sé por qué
lo hiciste, Michael, y no, no eres como los tipos que te hicieron daño. Pero
tampoco estuvo bien. Tienes que aprender a reprimir los impulsos. A escuchar a
la voz de tu conciencia y a no dejarte llevar…. A poner sentido común en
situaciones donde tus hermanos pequeños no lo hagan…
-
Bastante frito estoy ya como para que me cargues el muerto de
Alejandro – protestó.
-
No lo hago. Él tiene voluntad propia y nadie le obligó a
participar. Pero tú eres mayor de edad, Michael. Tienes dieciocho años y espero
de ti más sensatez que de tu hermano pequeño. Golpeaste a un niño de catorce.
Cuatro años menor que tú, hijo.
-
Estaba grandecito ya – refunfuñó. – No era un bebé…
Aquel
argumento me pareció tan absurdo que ni me molesté en rebatírselo.
-
Necesito que entiendas las posibles consecuencias de lo que
hicisteis. Pudisteis matarle, Michael. Un mal golpe, una caída…
-
Sí, y también puede haber un terremoto ahora y que muramos
todos – replicó, con sarcasmo.
-
No hagas eso – le regañé. – No te pongas a la defensiva. No
estoy siendo un exagerado, los accidentes ocurren, las peleas se descontrolan,
los golpes tienen consecuencias inesperadas y tú entre todas las personas
deberías saberlo. Tu hermano tuvo un hematoma subdural a consecuencia de uno.
Entreabrió los labios, pero no dijo nada y lo tomé como que
me daba la razón.
-
El miedo que ese chico debió sentir ni siquiera tengo que
explicártelo – murmuré. Michael lo había experimentado en carne propia. – Pero
no solo podría haber habido consecuencias para él. Para vosotros también. Su familia podría
haber denunciado. Aún no sé cómo conseguí que no lo hicieran.
“Aun tengo miedo de que lo hagan”
-
Pues que lo hagan, no…
-
¡Eres mayor de edad! – le insistí. – Y tu situación legal es
muy delicada. Estás en un punto de inflexión en tu vida Michael. Podemos
conseguir que tu expediente quede limpio… o que te vean como un criminal para
siempre. ¿Eso es lo que quieres? Esto no tendría ni que preguntarlo, pero,
¿quieres volver a la cárcel?
-
Claro que no.
-
Entonces esto no puede volver a suceder nunca – declaré, y me
senté a su lado. - No les des motivos para creerse lo que Greyson dice de ti.
No te lo creas tú tampoco. Eres mi hijo, y mis hijos no son delincuentes. Ni
siquiera son problemáticos.
-
Cof, cof. Revísate el árbol familiar, estoy bastante seguro
de que un par de esos sí que tienes…
-
No. Se meten en problemas, que es diferente.
-
Sí tú lo dices… - respondió, sin ningún convencimiento.
-
Lo digo. Y digo además que muy pronto todos vosotros vais a
ser mis hijos también sobre un papel y ese proceso puede resultar complicado,
especialmente ahora que las cámaras van a seguirnos, así que realmente necesito
que no hagáis nada que pueda ponerlo en peligro. Si el día de hoy hubiera
acabado en la comisaría hubiera sido malo a muchos niveles.
Michael
se estremeció ante esa situación hipotética.
-
La cagamos mucho, ¿no? – me preguntó, resignado.
-
Un poco. Bastante. Un poco bastante.
-
¿Alejandro está vivo?
-
No, escondí su cadáver debajo de la cama – repliqué.
-
Qué gracioso, no sé qué haces que no te haces cómico.
-
Tú preguntaste. Yo solo dije la verdad.
-
En ese caso, mejor hago testamento, ¿no? – respondió, con
algo demasiado parecido a un puchero.
Le atraje hacia mí y besé su frente.
-
Ya sabes que no va a ser tan malo. Pero los actos tienen
consecuencias y por esta vez te libraste de las peores, las de la vida, pero te
queda enfrentar las de tu padre.
-
Eso es porque tengo un padre demasiado estricto – se quejó,
con aire infantil.
-
Tal vez, pero creo que lo que pasó hoy te habría metido en
líos con cualquiera, canijo. Ya sabes lo que toca, ¿no?
Resopló, pero se puso de pie, lo que interpreté como que
estaba preparado.
-
Pantalón fuera – le pedí.
Cerró los ojos con fuerza, respiró hondo y se los desabrochó.
Dio un paso hacia mí y yo me eché hacia atrás para dejarle espacio.
-
¿Por qué tiene que ser así? – protestó.
-
¿Así cómo? – me extrañé.
-
Encima de tus piernas. ¿Por qué no puede ser sobre la mesa o…
sobre la cama?
-
¿De verdad querrías eso? – le pregunté. No estaba a
discusión, pero quería entender su razonamiento. Michael pareció pensárselo
durante unos segundos y después suspiró.
-
En realidad, no – reconoció. – Pero es estúpido.
Me abstuve de hacer comentarios y le ayudé a tumbarse.
-
Nunca más dejarás que tus puños hablen por ti. No amenazarás
ni agredirás a nadie, ni harás nada que te haga sentir que no mereces estar
aquí. Esta es tu familia y lo será para siempre. Jamás tienes que huir de
nosotros – declaré y tiré de sus pantalones para bajárselos más.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS… Au… PLAS PLAS PLAS… Lo siento… PLAS PLAS PLAS… De
verdad lo siento… PLAS PLAS
-
Ya lo sé, Michael. Pero necesito que empieces a pensar antes
de actuar, para no tener que sentirlo después.
PLAS PLAS PLAS… uf… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Me fijé en que tenía los puños apretados alrededor del
burruño que eran mis sábanas, signo del esfuerzo que estaba haciendo por no
llorar.
-
Estás perdonado, ya lo sabes. Siempre estarás perdonado.
-
Snif… ¿siempre?
-
Siempre, campeón.
-
Snif… No sé cómo me aguantas.
Me
agaché para susurrarle la respuesta en el oído:
-
No te aguanto: te quiero.
Su
espalda vibró con un sollozo mudo así que decidí apropiarme de la técnica de
Harry y tomé a Michael de la mano.
-
Voy a continuar, campeón. Aprieta mi mano si te hace sentir
mejor, pero llora si necesitas hacerlo. No tienes que hacerte el fuerte.
PLAS PLAS PLAS… mmm… PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS
PLAS
PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS… snif... podría… snif…
haberle matado PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Y por eso mismo no puedes permitir que la venganza tome el
control de nuevo.
PLAS PLAS…snif… PLAS
PLAS… no lo haré… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Michael guardó silencio a partir de ese momento, llorando
discreta pero profundamente. Me rompía el alma escucharle sollozar, pero tenía
que ser capaz de terminar lo que había empezado.
PLAS PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS… mmm… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Michael, quieto – le pedí, porque había empezado a
revolverse.
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Snif… Perdón…
-
Ya falta poco.
PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… mmm…
PLAS
PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS… oww… PLAS PLAS PLAS
PLAS
Dejé la mano quieta sobre su espalda y respiré hondo,
aliviado de quitarme el papel de malo por fin. Le ayudé a levantarse y Michael
se limpió la cara con la manga de su camiseta.
-
Snif… Esto debería ser más fácil cada vez, no más difícil –
gimoteó.
A pesar de sus palabras crípticas, entendí a lo que se
refería.
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Me temo que no funciona así. Siempre será difícil. Pero
también habrá uno de estos – le dije y abrí los brazos para que se metiera en
ellos si quería.
Michael lo hizo, pero segundos después adoptó su posición
favorita, utilizándome de almohada.
-
Esta parte sí se hace más fácil. La de dejar que me quieras –
susurró.
Me incliné para darle un beso en la mejilla.
-
Aún sin que me dejaras, seguiría queriéndote.
-
KURT’S POV –
Desperté en los brazos de papá. Aunque no podía verle la
cara, distinguía su pelo y reconocía la forma en la que me apretaba suavemente,
y su perfume, y su altura… Ted estaba detrás, y llevaba a Hannah. No supe qué
había pasado con Alice hasta que llegamos a la habitación de papá y la vi
acurrucada junto a Michael.
-
Enano, voy a bajar a cenar con tus hermanitos y después subo,
¿vale?
-
Eno… ahuuum.
-
Tenemos que hacerle hueco a tus hermanas y a Michael y a
Alejandro.
-
Ni hablar – protestó Michael.
-
No era una pregunta – le dijo papá.
No sé por qué Michael no quería dormir allí, si era lo mejor
del mundo. Tal vez pensaba que ya era muy mayor, pero si papá todavía le podía regañar,
entonces también le podía mimar. Al menos eso me había dicho Ted una vez.
Papá me acostó y me dio un besito de mariposa, frotando su
nariz con la mía. Sonreí. Tete me había ayudado a ponerme el pijama, pero el
besito de buenas noches quería que me lo diera papá.
Tenía mucho sueño y me estaba quedando dormido otra vez, pero
Alice en cambio se despertó cuando Michael se levantó para irse a cenar con
papá.
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Uhm – mi hermanita miró hacia todos lados, confundida.
-
¿Qué ocurre, princesa?
– preguntó papá.
-
Ha vuelto a pasar. Me dormí en el sofá y desperté aquí. ¿Será
que tengo poderes?
Papá soltó una risita.
-
Sí, el de ser superadorable.
Papá
lo decía de broma, pero ese poder en verdad era muy útil. Servía para que te
mimaran mucho y lo sabía porque yo también lo tenía. O quizás tenía un papá
“supermimosón”. O las dos cosas.
-
Ahuum.
-
¿Lo ves, papá? Bebé, chico de dieciocho años. ¡Bebé, chico de
dieciocho años! – le oí decir a Michael, ya con los ojos cerrados, pero estaba
casi seguro de que me estaba señalando. – Aprende la diferencia.
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Lo tengo claro, campeón: tú ocupas más espacio en la cama ^^
Se fueron discutiendo, pero no era una discusión en serio.
Esa era la forma en la que Michael y papá se decían que se querían.
Que bom que atualizou. Amo Michael e espero que ele continue sendo esse garoto rebelde porém amoroso, adoro ele se metendo em problemas com Aidan que é um super pai.Não deixe de atualizar por favor!
ResponderBorrarMe encanta
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