CAPÍTULO 136: SE LO MERECÍA…
Michael permaneció en un sombrío silencio durante todo
el trayecto desde el teatro. No podía culparle: por lo que había escuchado,
estaba en un lío de los gordos. Todos éramos conscientes y por eso le dejamos
tranquilo en lugar de intentar hablar con él.
Aún me costaba asimilar lo que había pasado. Los
periodistas acosándonos, la supuesta pelea…. Al parecer, mis hermanos habían
decidido tomarse la justicia por su mano una vez más, para vengar una agresión
que Leah había sufrido recientemente. La intención pudo ser buena, pero la
cagada resultó estrepitosa. No estábamos hablando de intimidar un poco a un
idiota, como hicimos con el chico que se metía con Cole, sino que le habían
dado una paliza. Cinco contra uno… Me estremecí, recordando una situación
similar en la que yo era el tipo con desventaja.
-
¿Estás bien? – me susurró Agustina, de copiloto en mi coche
mientras nos dirigíamos a su casa. – Te has puesto pálido.
-
Eso es biológicamente imposible – repliqué, con una media sonrisa.
-
¡Ya sabes lo que quiero decir! Tienes mala cara.
-
Estoy bien – la tranquilicé. Desde el golpe en la cabeza,
había tenido que acostumbrarme a que todo el mundo fuera sobreprotector
conmigo. Papá me había entrenado para ello durante diecisiete años, pero ahora
incluso mis amigos y mi novia me trataban como si fuera de porcelana. – ¿Y tú?
¿No vas a tener problemas por… las cámaras? Si quieres hablo con tus padres y
les explico lo que pasó…
Los padres de Agustina ni siquiera le permitían tener
redes sociales -las tenía a escondidas, aprovechando que ellos no manejaban
mucho la tecnología-, así que imaginaba que no les iba a gustar ni un pelo que
la hubiesen grabado una decena de medios. Eran muy rígidos con eso de la
privacidad y lo cierto era que yo no le veía mucho sentido. Algunos padres se
preocupaban por lo que sus hijos pudieran subir a internet por si les
comprometía para entrar a alguna universidad prestigiosa, pero los padres de
Agus no querían que ella fuera a la universidad. Y ya estaba grande para que
quisieran alejarla de “los peligros de internet”. Entendería si no la
permitieran quedar con desconocidos con los que hubiera contactado online, pero
de ahí a no dejarla tener Facebook o Instagram, cuando hasta mis hermanitas de
doce años se habían abierto una cuenta… Lo fundamental, según mi parecer, es
estar pendiente de los hijos para que no hagan tonterías, pero sin hacerles
vivir en un mundo paralelo ajeno a internet. Papá vigilaba que no subiéramos
cosas inapropiadas y también me había encargado a mí que cuidara de la “vida
online” de mis hermanos pequeños.
-
No creo que me digan nada – me respondió Agustina.
La miré, inseguro.
-
No te preocupes por mí – insistió. – Las cosas en casa no
siempre son… ideales, pero ahora mismo estamos en una racha buena. No había
nada que yo pudiera hacer con las cámaras, no es como si me hubiera presentado
a un plató de televisión. Además, con suerte ni se fijaron en mí, estaban
demasiado ocupados enfocando a tu padre y a su novia.
-
Y acosado a mis hermanos – apreté el volante, con rabia.
Nunca había entendido lo alterados que parecían algunos famosos ante la
presencia de periodistas, pero de pronto lo comprendía. La luz de los focos
resulta cegadora. Los periodistas apuntándote con sus micrófonos te paralizan.
Tu vida deja de ser tuya por unos segundos.
-
Sí… Eso fue horrible – reconoció Agus.
-
Pues yo creo que fue divertido – intervino Zach, metiéndose
en la conversación. - ¡Hemos salido en la tele!
-
No se te verá la cara, amermao. Nos habrán difuminado – le dijo
Harry.
-
Bueno, pero hemos salido igual.
Sacudí la cabeza, acostumbrado a las tonterías propias
de treceañeros, y después suspiré: ya habíamos llegado a la casa de Agus y no
quería despedirme. Salí del coche para abrirle la puerta y ella me sonrió con
timidez. Al principio, esa clase de movimientos nos quedaban torpes, porque
ella salía del coche antes que yo y me quedaba colgado a medio camino. Pero el
tiempo nos había dado práctica y había sincronizado nuestros gestos. También
había aprendido qué clase de cosas le gustaban y cuáles le molestaban. Que le
abriera las puertas parecía complacerle, pero no le gustaba que le retirara la
silla antes de sentarse. Demasiado siglo XIX, supongo.
-
Me lo he pasado muy bien hoy – me dijo. – Gracias por
invitarme.
-
A ti por venir. Siento no invitarte a cenar con nosotros es
que…
-
No es el día – entendió. - ¿Tu padre está muy enfadado?
-
Creo que sí – admití, aprovechando que nadie nos podía
escuchar en ese momento.
-
¿Y… tus hermanos…? Da igual – se interrumpió y apartó la
vista, avergonzada.
-
¿Mmm?
-
No importa.
Esperé unos segundos en silencio. La
conocía bastante bien ya y sabía que curiosidad podía más que su prudencia. Mientras
esperaba, sin embargo, reparé en cuál podía ser la naturaleza de su pregunta y
antes de encontrar la forma de cambiar de tema, ella halló el valor para
plantearla:
-
¿Les va a castigar… como me dijiste que os castigaba? –
susurró.
Mi primer pensamiento fue contestar
algo así como que no era asunto suyo y mi segundo fue todavía más tajante, pero
finalmente respiré hondo y me limité a echarle una mirada exasperada.
-
Nunca vas a olvidarlo, ¿no? – suspiré.
-
Nop.
-
Sobre mí puedo contarte lo que quieras, pero no pienso
avergonzar a mis hermanos – declaré.
-
Como si tú te metieras en líos alguna vez.
-
Te sorprenderías – murmuré.
Escuché la bocina de un coche y me sorprendí un poco: Aidan
no solía ser tan impaciente. Claro que todavía teníamos que acompañar a Mike. Papá
le había dado instrucciones al salir del teatro y estas habían sido muy claras:
“dejamos a Agus y a Fred en su casa y después vamos a la tuya”. Mike había tenido la suficiente sensatez como
para no oponerse, quizá porque papá seguía teniendo su móvil. Técnicamente, eso
le convertía en un ladrón, aunque el interesado no había cuestionado en ningún
momento su autoridad para hacerlo.
Me pregunté si papá querría tener una conversación con
el padre de Mike e intuía que la noche estaba por ponerse mucho más incómoda
todavía.
Agaché la cabeza para darle un beso rápido a Agus y
observé cómo se metía en su casa antes de ponerme de nuevo al volante.
La siguiente parada fue más breve. Fred se bajó del
coche de Mike y se despidió de nosotros con la mano. Luego se dio prisa por
desaparecer de nuestra vista; siempre había odiado por igual intensidad las
situaciones tensas y ser el centro de atención.
-
AIDAN’S POV –
Me notaba alterado, el enfado me estaba durando más
que de costumbre. Normalmente mis hijos más pequeños conseguían distraerme con
su charla incesante o sus canturreos mientras conducía, pero aquella tarde
estaban muy callados.
-
¿Todo bien ahí detrás, enanos? – pregunté, girándome para
mirarles en cuanto nos despedimos de Fred.
Hannah y Kurt asintieron con los párpados medio caídos
y entendí que estaban a punto de quedarse dormidos. Alejandro les colocó su
abrigo a modo de manta, de forma que les cubría a los dos.
-
Eso fue muy tierno, campeón – susurré.
Jandro abrió mucho los ojos, como si se hubiera
sorprendido de oír mi voz. Respiré hondo. Algo en su mirada de asombro me
dolió, como si no me creyera capaz de hablarle en ese tono amable.
-
Sigo estando furioso contigo. Pero me gusta que seas buen
hermano.
-
Por eso se peleó con ese chico, papi. Estaba haciendo de
hermano mayor – intercedió Barie.
-
Leah le saca un año – le recordó Madie. – O al menos unos
meses.
-
Bueno, pues de hermano menor, da igual.
Me planteé cuánto de cierto habría en
aquellas palabras. Siempre me había gustado que mis hijos se defendieran entre
sí o a quien no podía defenderse a sí mismo, pero aquella situación no se
parecía. No había sido un acto de protección, sino de venganza. Y de eso ya
habíamos hablado.
-
Estaba haciendo de matón – repliqué, frustrado.
-
No digas eso, papi – me pidió Barie, quien al parecer se iba
a encargar de la densa del acusado, dejándome a mí el puesto de fiscal, juez y
verdugo.
-
Déjale. Da igual lo que le digas. Ya ha decidido que me la he
cargado y lo demás no le importa – resopló Alejandro.
Me apreté el puente de la nariz y
arranqué el coche de nuevo sin decir nada para no entrar en su juego. Si se
quería creer que era un ser arbitrario que buscaba excusas para regañarle,
adelante. Sabía que solo era un mecanismo de defensa.
- De todas formas, se metió en líos
por ella – dijo Madie, en su propia línea de pensamiento. – Que ya es más de lo
que ha hecho nunca por mí.
El retrovisor me devolvió su imagen
con el ceño fruncido, los labios arrugados y los brazos cruzados. Ver a mi
fierecilla enfurruñadita y celosita me provocó mucha ternura.
-
Pero qué mentirosa – se indignó Alejandro.
-
Humpf.
-
Recuerdo una bronca ÉPICA porque cierta princesa quería el
peluche del estante más alto de la tienda y ninguno de los dos llegaba, así que
me subí para cogerlo – insistió Jandro. – Arriesgué incluso mi integridad
física.
-
Tenía seis años, eso no cuenta – protestó Madie. - ¿Qué has hecho por mí últimamente?
-
Dejarte el cargador cuando no encuentras el tuyo. ¿Y tú por
mí? – contratacó.
-
Ya. El concurso de “quién es mejor hermano” lo dejamos hace
tiempo. No volváis a eso – pidió Barie.
Jandro y Madie dejaron su discusión y
se quedaron en silencio por unos segundos.
-
Leah no va a desbancarte como hermana – murmuró mi hijo al
cabo del rato. – Los trillizos por otro lado… si, definitivamente ellos son más
adorables que tú – la chinchó. Madie le dio un golpecito flojo en el brazo y
los dos sonrieron.
Aquella conversación sirvió para
calmarme y disipar ligeramente mi enfado.
Tardamos muy poco en llegar a la casa
de Mike. El chico no había intentado fugarse y había seguido mis instrucciones
al pie de la letra. Era un buen muchacho, tan solo me preocupaba que se
estuviera convirtiendo en un hombre sin el acompañamiento necesario.
Me bajé del coche, y Mike y Ted se
bajaron del suyo. Ted me dedicó una mirada preocupada, quizá temiendo que me
abalanzara sobre su amigo.
-
Siento haberte pitado antes – me disculpé. Él no tenía culpa
de nada.
-
No importa. En realidad, me salvaste de una conversación
incómoda.
Le miré con curiosidad, pero no me
dio más detalles.
Mike se nos acercó con cara de
circunstancias. El chico desvergonzado que me llamaba “tío Aidan” era ahora un
niño tímido a la espera de que lo regañen.
-
Tranquilo, Mike. Tengo que contarle a tu padre lo que pasó,
especialmente lo de las cámaras, pero intentaré no lanzarte demasiado a los
leones.
-
No sé si estará en casa – me advirtió.
-
Bueno, pues vamos a ver. Ted, enseguida vuelvo. Vamos, Mike.
Me acerqué a la puerta y llamé al timbre. Segundos
después, Ryan, su padre, nos abrió. Parecía aliviado: podía imaginar su pánico
al llegar y ver que su hijo no estaba. También lucía confundido, lo que me
indicó que no había escuchado la nota de voz donde Mike le explicaba que estaba
conmigo.
-
¿Dónde te habías metido? – le increpó.
-
Estaba con Aidan…
-
Estabas castigado – replicó Ryan.
-
No supe que no tenía permiso hasta que fue demasiado tarde –
intervine. – Lamento las molestias, teníamos algunos asientos de sobra para un
musical y Ted le invitó.
-
Te dejé un mensaje – añadió Mike. – Pero nunca los miras.
“Mal momento para reclamarle
a tu padre, chico” pensé, pero Ryan ignoró la acusación.
-
Siempre has hecho lo que te ha dado la gana, pero últimamente
es que vas completamente a tu bola, como si vivieras solo – le reprochó.
-
A veces lo parece – murmuró Mike.
-
¿Cómo dices?
-
Que a veces parece que vivo solo.
Aquella era una conversación
realmente incómoda de presenciar. Quería quitarme de en medio cuanto antes,
pero aún quedaba un asunto que debía hablar con el padre del chico. No me
pareció el momento de sacarlo, sin embargo, porque Ryan había enmudecido tras
la última declaración de su muchacho.
Casi inconscientemente, puse una mano
sobre el hombro de Mike, en señal de apoyo. Su padre necesitaba escuchar
aquello y actuar de una maldita vez en consecuencia.
-
Si esto es una especie de venganza por mi horario de trabajo,
no…
-
¡No es una venganza! – le interrumpió Mike. - Ted me invitó y me apetecía ir, ya está. Al
menos cuando estoy con su familia no siento que molesto.
Wow.
Ryan entrecerró los ojos y luego
suspiró, mirándome con una expresión de disculpa, supongo que por involucrarme
en aquel intercambio privado.
-
Entra en casa y llama a Fred. Acabo de dejarle un mensaje
preguntándole por ti. ¿Estaba contigo?
Mike asintió y desapareció hacia el
interior del edificio. Algo empezó a molestarme dentro de mi mente, como una
idea que no se acababa de formar. ¿No me había dicho hacía poco que no conocía
a Fred? Tal vez Mike le había puesto al día.
-
Gracias por cuidar de mi muchacho – me dijo Ryan, sacándome
de mis pensamientos.
-
No hay de qué. Yo… hay algo que tendría que hablar contigo.
-
¿Te ha dado algún problema?
“Pues sí, pero no sé si
contártelo. Buff, me siento como un soplón”
“¿Te recuerdo que tienes
cuarenta años?”
“Treinta y ocho, si no te
importa”
“Igualmente, demasiado mayor
para no querer ser un chivato. Esto no es algo que puedas encubrir. Tú querrías
saberlo”
Eso era cierto. No tenía ningún
derecho a ocultarle a ese hombre lo que había pasado con su hijo.
“Lo de las cámaras primero” decidí.
-
En la puerta del teatro nos estaban esperando varios
reporteros. No sé quién les avisó o cómo se enteraron, pero… es posible que
hayan grabado a Mike. Yo intenté que no, procuré alejarlos de él y de mis
hijos….
-
Ya veo. ¿Reporteros? No sabía que… es decir, sé que eres
escritor, pero…
-
Yo tampoco esperaba generar tanto interés – le aclaré,
avergonzado. – A partir de ahora, deberé tener más cuidado.
Era un poco agobiante, a decir
verdad. Pensar que podría haber cámaras en cualquier lugar, para grabarme a mí
o a mis hijos. Y no solo eso, sino que sabía lo que hacían muchas veces con las
imágenes: darles la vuelta y usarlas para destrozarte.
-
Gracias por el aviso. Hablaré con Mike por si intentan
acceder a él para sacarle información sobre ti – me dijo Ryan.
Rayos, ni siquiera había
pensado en eso. La gente que me conocía también se iba a ver afectada.
-
Te lo agradezco. Hay otro asunto… Este es más… delicado –
titubeé. Ryan me miró con interés. – Mike ha conocido hoy a los hijos de mi
novia y se ha visto involucrado en… bueno, en una pequeña pelea…
“No fue una pelea. ¿Piensas
usar tantos eufemismos con tus hijos? Porque ellos van a necesitar que seas
directo”.
-
Participó en una venganza improvisada contra un chico que
agredió a Leah – resumí, con un suspiro. – Leah es la hija de mi pareja y creo
que ella y Mike congeniaron.
“La hija de mi pareja suena
fatal, vamos a tener que hacer algo para arreglar eso”
“¿Algo como qué?”
“No sé, añadir un “mi”
delante y quitar el complemento. Tú eres el de letras, te lo dejo a ti”.
Mi conciencia estaba muy
graciosa aquella tarde.
-
¿Mike se peleó? – preguntó Ryan, confundido.
-
No fue él solo… En realidad, fueron varios contra uno –
suspiré.
Apretó los labios hasta formar con
ellos una fina línea.
-
Ese chico está fuera de control – gruñó.
“Ahora o nunca, Aidan…”
-
Si me permites… Mike es una buena persona y no creo que esté
fuera de control… Solo hace tonterías propias de su edad, pero si no encuentra
a nadie al otro lado para guiarle, llegará el día en el que coja un coche
borracho sin que haya alguien para impedírselo o en el que haga algo
irreparable por un estúpido ajuste de cuentas. Necesita a su padre y sé que tu
trabajo es muy demandante, pero también creo que en ocasiones es una excusa.
Tratas a tu hijo como si ya fuera un adulto y aún le queda bastante para serlo.
-
Cumple los dieciocho en tres meses – bufó.
-
Eso da igual, seguirá necesitándote.
-
Lo que necesita es madurar de una vez.
“Arg. Pensé que no existía
nadie más cabezota que yo”
-
¿Tu hijo participó en la pelea? – me preguntó.
-
Ted no – respondí, sabiendo que se refería a él.
-
Parece un chico sensato. ¿Cómo lo haces con tantos?
-
He tenido mucha suerte, me lo ponen bastante fácil. Ted en
especial – dije, lleno de orgullo y sin ganas de disimularlo. – Pero a veces
también hacen tonterías y eso no quiere decir que estén fuera de control –
proseguí, sin rendirme en mi objetivo de hacerle abrir los ojos. - Se están
haciendo un hueco en el mundo y a veces tropiezan, nada más. Lo importante es
que aprendan que sus actos siempre tienen consecuencias.
-
Mike estaba castigado y salió de todas formas. Le dan igual
las consecuencias.
-
Pasa mucho tiempo solo en casa… - insistí. – Un adolescente
sin supervisión puede hacer algo mucho peor que saltarse un castigo. La soledad
es muy mala consejera… - le hice notar y deduje de su silencio que por fin me
estaba escuchando.
-
Me convenció para dejar la academia, pero creo que le voy a
apuntar de nuevo. Mientras esté ahí no estará haciendo tonterías.
“Calma, no le estrangules, el
asesinato es delito”.
-
También puede venir a mi casa siempre que quiera, como cuando
era más pequeño – sugerí, al final, entendiendo que jamás veríamos las cosas de
la misma manera. Mike estaba tan frustrado que me había preguntado por qué no
podía ser yo su padre y Ryan era incapaz de darse cuenta de lo mucho que su
hijo deseaba ser el centro de su vida.
-
Gracias - me respondió y me tendió la mano, a modo de
despedida. Noté que le temblaba un poco el pulso. “Extraño en un cirujano”
pensé, pero no le di más importancia. Se la estreché y sumé a Mike a mi
interminable lista de cosas pendientes. Iba a tener un ojo sobre ese muchacho,
pues empezaba a comprender que le conocía mejor que su propio padre. El chico
me importaba, había sido un buen amigo para Ted y lo más parecido a un sobrino
que había tenido nunca.
Regresé junto a mis hijos, que me
esperaban repartidos entre dentro y fuera de los coches. Alejandro había salido
y estaba apoyado sobre el capó, frotándose la mano. Me reproché el no habérsela
examinado antes y me acerqué a mirar. Le agarré suavemente de la muñeca y pasé
mis dedos por sus nudillos.
-
En casa te pones hielo – le dije. – Y Michael también.
-
Apenas me duele.
-
Aun así – repliqué. No quería sonar cortante, pero creo que
lo hice, porque Alejandro tiró de su mano para recuperarla y se metió en el
coche. Suspiré y me apreté el puente de la nariz. La noche iba a ser muy larga.
-
¿Qué dijo el padre de Mike? – me preguntó Ted.
-
No estaba contento, pero tampoco dijo mucho – respondí, con
sinceridad.
-
¿Le contaste todo?
-
Sí. No me mires así, las mentiras tienen las patas muy
cortas. Tengo que ser el adulto responsable, fue algo demasiado serio como para
taparlo – me justifiqué.
-
Le va a quitar el móvil, no podrá llamar a Leah y me quedaré
sin cuñado, espero que estés contento – bromeó. Sabía lo que estaba haciendo,
intentaba que me relajara y, como siempre, lo estaba consiguiendo. Sonreí un
poquito.
-
No creo que nada pueda frenar a Mike cuando se propone
conquistar a una chica.
-
No es tan ligón como parece. Su padre no le deja salir con
chicas, dice que ya pensará en eso cuando esté en la universidad.
“No sabía que alguien tan inteligente
como para llegar a ser médico pudiera ser tan idiota al mismo tiempo” pensé.
-
Tampoco me sentiría cómodo con que saliera con Leah si fuera
un ligón – admití.
-
Wow. Qué rápido llegó el papá sobreprotector – se burló Ted.
– Creo que Mike no ha pensado en las desventajas de tenerte como suegro.
Sonreí. Definitivamente, Ted sabía cómo ponerme de
buen humor.
Entramos cada uno en nuestro coche y volvimos a casa. Fue
un viaje silencioso, casi todos estaban dormidos o medios dormidos, salvo
Alejandro y yo y ninguno de los dos tenía ganas de decir nada por miedo a
provocar una discusión.
Dediqué esos minutos a planear lo que les iba a decir
a Michael y a Jandro. Normalmente, cuando se metían en problemas ya sabían lo
que habían hecho mal, pero seguían necesitando que lo dijera en voz alta, como
si al escucharlo de otros labios cobrase más importancia y más realismo.
Además, a veces les mostraba matices en los que no habían pensado e intuía que
aquella sería una de esas ocasiones. Ninguno había sido consciente de que
aquello podría haber terminado en homicidio imprudente.
Cuando llegamos aún le estaba dando vueltas a cómo
debía empezar, pero Alejandro me lo puso fácil a su manera.
-
Bueno, y ahora tendría que hacer deberes, pero no, porque me
tengo que comer una bronca por tu estúpida filosofía pacifista – gruñó.
-
No te preocupes, que si tantos deberes pendientes tienes
puedes hacerlos después – le contesté. – Me alegra que le des esa importancia a
tus estudios, sobre todo porque ayer me dijiste que no tenías apenas tareas
para el fin de semana. Qué bien que te acordaste de mirar tu agenda, muy
responsable de tu parte.
“El sarcasmo no es la mejor estrategia,
Aidan” me
reproché.
“Ya, y ese torpe intento de
manipulación por su parte tampoco”
Alejandro salió del coche y cerró dando un portazo.
Conté hasta cinco mentalmente y respiré hondo. Su brusca salida había
despertado a Kurt, a Alice y a Hannah, que abrieron los ojos confundidos y
somnolientos.
-
¿Ya llegamos, papi? – preguntó Hannah.
-
Sí, princesa. Ya estamos en casita. Chicos, despertad – les
llamé con suavidad y el coche se llenó de tantos bostezos que me contagié y
bostecé también.
Me bajé y les
abrí la puerta. Hannah se colgó de mi cuello en cuanto le desabroché el
cinturón. La levanté de su sillita y se enredó con brazos y piernas para que la
llevara. El problema fue que Kurt también me hizo gestos para que le cogiera a
upa, y yo no podía con los dos, ni con Alice, que seguramente estaba a medio
segundo de pedirme lo mismo. Por suerte, Ted vino en mi rescate y se encargó de
coger a Kurt.
-
Eres un mimado, ¿lo sabías? – le chinchó, pero sin acritud.
-
Ahuuum. Tengo sueño – protestó Kurt, frotándose los ojos.
A veces me ponían muy difícil lo de no babearme entero
y comérmelos a besos. Busqué a Michael con la mirada para ver si él nos ayudaba
con Alice, pero mi hijo mayor entró en casa silenciosamente, con menos furia
que Alejandro, pero con idéntico humor negativo.
Zach, por otro lado, se acercó para coger a la enana.
-
¿Puedes con ella? – pregunté, inseguro, pero Zach aceptó los
bracitos que Alice le tendía y la sacó del coche. Cuando todo el mundo estuvo
fuera, cerré las puertas y le di al botón para echar la llave. – Qué hermanazo
estás hecho, campeón.
Le acaricié el pelo, y Zach sonrió
mientras se recolocaba a la pequeña. Me di prisa en entrar, porque no creía que
fuera capaz de sostenerla durante mucho tiempo. Zach dejó a Alice sobre el sofá
y Ted hizo lo mismo con Kurt. Yo sostuve a Hannah y le di botecitos suaves para
espabilarla.
-
Hay que bañarse y cenar algo, ¿mm?
-
Ñoooo. Mimiiir.
Tuve uno de esos momentos en
los que, como padre, no sabía qué era lo mejor. Realmente no pasaba nada porque
no cenaran por un día, especialmente si eran ellos los que no querían, pero me
sentía mal llevándoles a la cama sin comer nada. Era pronto, además, por lo que
corría el riesgo de que despertaran activos de madrugada.
-
¿No quieres ni un sandwhichito? – pregunté.
Hannah negó perezosamente con la
cabeza.
-
Un poquito de fruta por lo menos, ¿vale, bebé? Papá os corta
ahora un poco de manzana y después os vais a la camita. Ya os ducharéis mañana.
-
Buh.
-
No tardo nada, cariño.
-
Yo me encargo, pa – me dijo Ted. - Seguro que… Dylan te necesita en la ducha.
“Seguro que a Jandro y
Michael les corroen los nervios” entendí.
Con doce hijos no me era difícil encontrar
excusas para retrasar conversaciones desagradables, pero eso no nos haría bien
a ninguno. Mientras los demás se duchaban podía tener algo de intimidad para
hablar con Michael y Alejandro. Era lo mejor, dado que sacarles de casa en ese
momento no era viable.
Subí al cuarto de mis hijos mayores.
La tensión se percibía en el ambiente. El pobre Cole estaba quietecito sobre su
cama, como si no quisiera importunar a sus hermanos, que tenían posturas
idénticas, los dos cruzados de brazos, medios sentados y medio tumbados en las
dos camas de abajo, la de Ted y la del propio Alejandro.
-
Cole, campeón, ¿por qué no vas tu primero a la ducha?
No tuve que repetírselo,
parecía aliviado de tener una excusa para marcharse. La habitación se quedó en
silencio cuando él se fue y de alguna manera sabía que yo debía ser el primero
en romperlo, pero me estaba costando.
-
Pensé que ya habíamos hablado de la venganza – empecé. – Pero
se ve que no fui del todo claro.
“Baja el tono de pistolero,
Clint Eastwood. Si se sienten atacados no van a escucharte” me recordé.
-
En tu mundo puede que las cosas se solucionen hablando, pero
en el mundo real hay gente que solo entiende con una demostración de fuerza –
replicó Michael. Eso era lo que la vida le había enseñado y me iba a costar más
que unos meses lograr que lo desaprendiera.
-
Entonces habrá que cambiar ese mundo real del que hablas y no
convertirse en parte del problema – le respondí. – De todas formas, no solo no
es un argumento válido, sino que tampoco es coherente con la situación. Esto no
es un caso de “hacerle frente al matón”, como pudo serlo tu pequeña aventura
con Ted en los barrios bajos. Lo que ha pasado hoy en el teatro es bien
diferente. Ese chico, hasta donde sabemos, ya había dejado en paz a Leah. Hizo
una estupidez, en una ocasión, y ya sufrió las consecuencias…. Y hoy, vosotros,
habéis hecho otra. Y muy grande. Y lo peor es que ni siquiera sois conscientes
de hasta qué punto.
-
No es nuestra culpa que estuvieran los periodistas por ahí
cerca – murmuró Michael, tal vez intuyendo alguno de los peligros de que
aquello se hiciera público.
-
No. Eso es LO ÚNICO que no fue vuestra culpa.
-
Nosotros no fuimos los que empezamos – añadió. – Solo
seguimos a los hijos de Holly. Si me crees bien y si no también.
-
Claro que te creo, pero eso no cambia nada.
-
Solo digo que no fui el de la idea.
-
Ya, pero sí debiste frenarla.
-
¿Por qué yo? – protestó.
“¿En serio? A veces los
adolescentes son más niños que los niños”.
-
Porque eres el mayor, para empezar.
-
Menuda mierda de razón.
-
Michael… No empieces con las palabrotas – le advertí.
-
Mierda – repitió, retador. Alcé una ceja. De no ser por la
gravedad de la situación, me habría reído. Aquello era sumamente infantil y
absurdo.
-
Si eso es todo lo que tienes que decir entonces mejor no
digas nada. No sé si te has pensado que esto es un juego, pero la noche podría
haber terminado de forma muy diferente.
-
Lo que tú digas.
-
Bueno, basta. Quédate aquí mientras hablo con tu hermano, a
ver si se te quitan las ganas de discutir. Jandro, vamos a mi cuarto.
-
Aquí estoy bien – replicó, con la misma actitud que Michael,
inflándose un poco en una pose de gallito. A ese juego podíamos jugar todos.
-
¿Sí? Bueno, como quieras. Si quieres testigos yo no me voy a
oponer – le dije. Hice ademan de tirar de él para que se levantara, con
decisión, y Alejandro prácticamente saltó para esquivarme.
-
No, mejor vamos a tu cuarto.
-
Eso pensé.
“Papá uno, mocoso rebelde cero”.
Le seguí de cerca mientras caminaba
hacia mi habitación. Barie canturreaba en una de las duchas, tarareando una de
las canciones del musical.
“Eso tendrías que estar
haciendo tú, nada de asesinar gente, sino recordando una tarde estupenda con tu
novia.”
Era increíble la capacidad de mi
cerebro para reproducir la voz de Ted con maravillosa exactitud.
Entré a mi cuarto detrás de Jandro y
cerré la puerta. Mi hijo me abordó antes de poder preparar una estrategia.
-
¿Qué harías si hubieran acosado a Barie? ¿O a Madie? Y no me
digas que hablar tranquilamente con el chico en cuestión, para hacerle caer en
la cuenta de sus errores y su vida de perdición – me dijo.
Su repentino cuestionamiento
me pilló desprevenido y tardé en contestarle para estar seguro de responder con
la verdad.
-
Me enfadaría mucho, igual que me enfadé cuando Leah me contó
lo que la hicieron – le aseguré. “Si la persona de ese suceso hipotético
fuera un adulto, y yo le pillara in fraganti, probablemente no hablaría
solo con palabras” admití, para mí, pero omití decírselo. – Me aseguraría
de que pagara por sus actos. Pero uno no puede tomarse la justicia por su mano.
-
Se lo merecía – gruñó.
-
¿De veras? ¿Se merecía que cinco chicos mayores que él le
acorralen en un baño y le golpeen sin posibilidad de defensa? – le pregunté,
comenzando a encenderme de nuevo. Si no se daba cuenta de la realidad era
preocupante y si se daba cuenta y lo estaba negando para intentar librarse era
frustrante. - ¿Se merecía llevarse una
paliza y un susto cuando ya fue expulsado y con una nariz rota de regalo?
Alejandro no respondió, no sé
si por la lógica de mis palabras o por mi tono vehemente, pero no me detuve
ahí.
-
¿Se merecía que le hicierais lo mismo que le han hecho a Ted?
¿Aterrorizarle, reducirle…? ¿Dónde ponemos el límite? ¿Una nariz rota no es
suficiente? Tal vez una pierna rota, ¿no? ¿Eso te habría satisfecho? ¿Le
rompemos un brazo también? – planteé. – O mejor la cabeza, ¿no? ¿Le provocamos
un hematoma subdural? ¿Le dejamos en silla de ruedas?
Aquello le tocó de lleno,
claro.
-
No, yo… No es lo mismo…
- protestó.
-
No, porque ese chico se lo merecía, ¿verdad? Por meterse con
Leah. Se merecía una paliza, y sus gritos y sus llantos no te hicieron
detenerte, porque tenía que pagar. ¿Pagó lo suficiente? ¿Estás seguro de
haberle dado lo bastante fuerte? Seguro que así no se le ocurre a hacer nada
parecido nunca más, ¿verdad? Y si se cruza contigo por la calle, se cambiará de
acera. Como debe ser, no sea que consideres que necesita otra lección.
Alejandro apartó la mirada y
se frotó el brazo, incómodo, pero no le dejé esquivarme y levanté su barbilla.
-
¿Has pensado en lo que podría pasar si os denuncia? Más allá
de eso, ¿has pensado lo que podría haber pasado si un golpe cae donde no debe,
si pierde el equilibrio y se golpea con el lavabo? ¿Y si le hubierais dejado
inconsciente? ¿Y si no se hubiera levantado nunca más? ¿Su muerte te habría
satisfecho? ¿También se lo habría merecido?
Sus ojos se aguaron antes de
que yo terminara de hablar y varias lágrimas silenciosas se deslizaron por sus
mejillas.
-
Sé de sobra que eres una buena persona, que no disfruta con
el dolor ajeno, así que no te permitas disfrutar ni siquiera del dolor de tus
enemigos, porque eso te insensibiliza. La venganza solo sirve para corromperte,
para nada más. Nunca estarás saciado. Nada saciará nunca el vacío que nace de
la rabia, porque es un sentimiento que solo busca destruir, no construir nada.
En el momento parece liberador, porque descargas tu ira, pero después solo deja
un agujero negro. ¿Acaso te sientes mejor ahora? ¿Te sientes mejor por haberle
golpeado? – le interrogué.
Su rostro se congestionó y se alejó
de mí al mismo tiempo que comenzó a llorar.
-
Snif… snif… N-no… snif… - respondió, entre hipidos, y fue
incapaz de añadir nada más, porque su respiración alterada no se lo permitió.
Se tapó la cara con las manos.
Recorrí la distancia que nos separaba de un
solo paso y le abracé.
-
Snif… snif… Lo… snif…. Lo siento - lloriqueó.
Mi pequeño. Apreté el brazo y besé su
frente.
-
Lo sé, campeón. Sé que te ha escocido lo que he dicho, pero
no podía dejar que te engañaras a ti mismo. Tenías que enfrentar la verdad.
Alejandro respiró hondo un
par de veces y después asintió.
-
Snif… snif… Y también… snif… tengo que enfrentar… snif… la
bronca de mi vida – puchereó.
-
No, esa ya te la eché, ¿no estabas escuchando? – me permití
bromear un poco. – Solo falta el castigo.
-
Snif… “Solo” – repitió con sarcasmo. – No va a ser algo
bonito… snif… Y mi cumpleaños está demasiado cerca… snif….
-
En esta casa los cumpleaños no se usan como castigo,
Alejandro. El día de tu nacimiento siempre será un motivo de celebración –
declaré y acaricié su mejilla. - Pero si que te voy a castigar, y no, no va a
ser bonito.
-
Snif…
Me senté en el borde de mi
cama y le coloqué de pie frente a mí.
-
Lo peor de todo es que mi primer pensamiento no fue sobre el
bienestar de ese chico, Alejandro. Mi primer pensamiento fue de estupor ante lo
que estaba viendo…. Y de miedo. Un miedo terrible por no poder protegerte de
las consecuencias de tus acciones. Porque te metieras en un lío legal del que
no pudiera salvarte. Por… porque el proceso de adopción se viera perjudicado –
añadí al final. Los ojos de Jandro se abrieron mucho, así que me apresuré en
tranquilizarle. – Eso no va a pasar. Ya me he asegurado. No van a denunciar.
Pero podría haber pasado, ¿lo entiendes?
Asintió, y se restregó el ojo
derecho para limpiárselo, esfuerzo inútil, porque aún seguía llorando un poco,
rompiéndome un poquito más con cada lágrima derramada.
-
No puedes hacer algo como esto nunca más. Y me voy a encargar
de que lo recuerdes – sentencié y le miré para asegurarme de que tenía toda su
atención. – Sé que entiendes la diferencia entre unas palmadas y liarse a
puñetazos, pero solo quiero dejarlo claro: nunca te haría daño y no importa lo
enfadado que esté, que nunca te lo haré.
-
¿Estás enfadado? – susurró.
-
No, ya no – respondí y esperé unos segundos para que la idea
calara dentro de él. – Afuera el pantalón, Jandro.
Peleó contra el botón de sus
vaqueros por unos instantes hasta que consiguió desabrocharlo. Empujó un poco
hasta que sus pantalones cayeron y después dejó que le agarra del brazo para
guiarle sobre mis piernas.
-
No devolvemos daño por daño, no golpeamos a nadie y menos si
está en situación de desventaja y no actuamos sin pensar primero en las
consecuencias – resumí.
Levanté la mano y la dejé
caer sobre su calzoncillo. Alejandro ni siquiera dio un respingo, porque no le
había sorprendido, pero estiró los brazos para alcanzar mi almohada. Se la
acerqué y observé cómo la apretaba y después dejé de mirarle o no podría
continuar con aquello.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS … Mmm… PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS… Au….
Snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS… Lo siento, papá… snif. PLAS PLAS PLAS
-
Sé que lo sientes, campeón. Pero en este asunto necesito que
te controles antes en lugar de sentirlo después. Algunas acciones son
irreparables y yo siempre te voy a perdonar, pero hay cosas que tú no podrías
perdonarte si llegaran a pasar.
PLAS PLAS PLAS… Snif…. Snif…
PLAS PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS…
snif… ya no lo hago más, lo prometo… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS… snif… nunca me voy
a pelear… snif… PLAS PLAS…. ni nada parecido… PLAS PLAS PLAS …snif… PLAS PLAS
PLAS
PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS…
Bwaa, papi, ya… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
En ese punto dudé. No había
sido su castigo más duro, pero estaba sensible y estaba llorando mucho. No
quería ser frío, pero también quería asegurarme de que era la última vez que
teníamos esa conversación en concreto.
-
Ya queda poco, Jandro – le dije, y froté su espalda.
PLAS PLAS PLAS… ay… snif… PLAS PLAS
PLAS PLAS… mmm… PLAS PLAS PLAS
Decidí que había sido suficiente. Él
tal vez pudiera soportar más, pero yo no. Me moría de ganas por tenerlo entre
mis brazos. Sin embargo, cuando tiré de él para indicarle que se levantara,
retrocedió todo lo que el espacio le permitía y se arrinconó en el otro extremo
de la cama, llorando sobre la almohada que de alguna manera se había apañado
para mantener pegada a su cuerpo.
No quise forzar el contacto, así que
me moví muy lentamente, para que pudiera anticiparse a mis gestos. Puse una
mano sobre su espalda.
-
Shhh. Ya está, campeón.
-
¡No está! Snif… ¡Yo diré cuándo está! – lloriqueó, sonando
varios años más pequeño.
-
Bueno. Me parece bien, cariño. Puedes llorar todo lo que
necesites. Pero no quiero que se te revuelva el estómago ni que te duela la
cabeza. ¿Así que tal vez podrías dejar que te ayude a calmarte? Dicen que soy
bueno dando mimos.
-
Snif… pues te mintieron.
No me estaba rechazando
exactamente, no como había hecho en el pasado en situaciones semejantes. Era
más un enfurruñamiento mimoso, y contra eso sabía cómo actuar. Me tumbé a su
lado y le atraje hacia mí, acariciando su cabeza. Alejandro soltó su almohada y
la remplazó conmigo, restregándose contra mi ropa.
-
Ya pasó, campeón. Shhh.
-
Snif. ¿Lo ves? Mimas horrible – me acusó. Sonreí y enredé los
dedos en su pelo.
-
Tendré que practicar más, entonces – le di un beso. - ¿Te colocamos
el pantalón o prefieres quitártelo?
Se ruborizó al caer de pronto
en la cuenta de que lo tenía por los tobillos y se lo sacó de una patada.
Estuvimos así por un rato,
hasta que escuchamos algo de revuelo en el pasillo. De todas formas, tenía que
ir a hablar con Michael…
-
Ve… Yo me iré a la ducha… - me dijo Alejandro. - Si no me
duermo primero… ahum.
-
No, nada de dormirse aún – le hice cosquillitas.
-
¡Aichs! ¡Qué molesto eres!
-
Es mi segundo nombre – sonreí.
Iba a continuar con las
cosquillas, pero las voces se volvieron más apremiantes. Parecía que alguien
estaba discutiendo.
Buenísimo me encantó
ResponderBorrarEstou acompanhando essa história e amando essa família. Amo Michael, adoro o jeito marrento dele, ansiosa para saber como ele reagirá a punição do pai e acho que ele merece uma boa punição, pois parece que o garoto não entendeu a gravidade da situação. por favor imploro, não demora a ansiedade mata.Rs.
ResponderBorrarPelo jeito Michael està dincutindo com alguém, acho que o menino aumentou seus problemas, se prepara Aidanos, seus filhos vão te envelheceresponder, que bom que eles tem um pai maravilhoso!
ResponderBorrarVi aqui somente para pedir encarecidamente para atualizar o mais rápido. Por favor, por favor!
ResponderBorrarLuciente, ya hay un nuevo capítulo en Wattpad ,ya hace algunos días
ResponderBorrarObrigada pela informação, porém no Wattpad não está em espanhol, não tem como traduzir para o português. Mesmo assim agradeço!
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