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lunes, 13 de junio de 2016

La sombra de ojos azules



La sombra de ojos azules: pequeña novela histórica del México de principios del siglo XX a los ojos de un niño…y su sombra

Capítulo 1: El robo de la fiesta

Carlitos  POV
Los gallos cantaban en su gallera detrás de la hacienda. Me talle los ojos pues el fuerte rayo de sol que entraba por la cortina que la sirvienta había abierto me causaba comezón. Bueno el doctor decía que era también porque me tocaba los ojos cuando jugaba con tierra en los jardines, pero da igual.
Seguramente serían alrededor de las 9 de la mañana.
-¿Por qué hasta ahorita me despiertas, no tengo clases hoy?- le pregunté a la sirvienta
-Su padre anunció fiesta hoy- me respondió la sirvienta mientras continuaba limpiando mi habitación. Eso lo hacía porque yo tenía solamente 10 años, pero normalmente se hubiera esperado a que saliera un adulto de su cuarto para comenzar a limpiar.
-¡Fiesta! ¿Y por qué?- pregunté pero no me respondió – tráeme agua caliente a la tina, me voy a bañar.
Mi estómago rugía de hambre, pero seguro mi madre me regañaría si baja a desayunar así. Me di un baño agradable pero rápido, iba a vestirme con ropa sencilla aunque después cambié de opinión y me puse mi ropa fina importada de Francia. Que mi padre declarará día de fiesta no era algo común y seguramente querrían que estuviera bastante presentable.
Bajé al comedor privado para desayunar algo, por ser día de fiesta no tendría problema por la tardanza, me detuve ante las puertas.
-¡Malditos miserables! ¿Ya mandaron una patrulla a alcanzarlos, Arturo?- la voz le temblaba de enojo a mi papá                                                                                                                                                                                 
-Sí Don Carlos, Ya salió Humberto con dos de los vigilantes y un trabajador, se llevaron cuatro de los mejores caballos
-Avisa al general del destacamento en Querétaro del incidente, ahora que contamos con el completo aprecio de el general Díaz, tal vez nos pueda ayudar en esto.
En eso salió el administrador de la hacienda a toda prisa y yo entré discretamente.
-Hola hijo- me saludó mi madre, mi padre solamente me dirigió una mirada rápida y cortante, se le veía enfurecido
-¿Ya te dijeron que hay fiesta?- continuó con su calmada aunque maternal voz. Yo asentí
-¿Sí sabes lo que pasó?- yo negué- Se robaron el carro nuevo de tu padre
-¿El carro?
-Sí, tu padre había comprado un carro en la Ciudad para celebrar, pero se lo robaron en la madrugada. Estaba en la hacienda de los Rivera
-¡Pero los van a encontrar! ¡Los van a encontrar y los van a fusilar en el paredón! Desgraciadamente, que digo, afortunadamente mataron al vigilante y eso es un agravante. Te enrolaré en ejército para que los ejecutes tú mismo con mi pistola.- esto último lo dijo dirigiéndose a mí, y yo temblé un poquito. No quería ser soldado pero no era momento de confrontar a mi padre.- y después arrastraré sus cuerpos con mi nuevo automóvil.
-Carlos, está la niña escuchándote- trató de calmarlo mi madre- además seguramente el ejército los encuentra pronto.
Yo me senté y comencé a comer en silencio.
En eso entró la jefa de cocina
-Señor, señora- dijo inclinando levemente la cabeza- ya trajeron el tequila y el pulque para la fiesta.
En eso la mirada de mi padre, su voz y hasta su porte cambió. Se irguió con dignidad y se dirigió hacia la puerta.
-Gracias Clara, anunciaré el inicio de la fiesta. Que tengan preparado el banquete y también la comida de los trabajadores. Quiero que no se escatime comida ni bebida. Celebremos y dejemos que los subordinados de nuestro General  se encarguen de esos villanos.
En ese momento, por estar distraído en mis pensamientos, tiré un poco de sopa sobre mi camisa blanca francesa, traté de ocultarla pero el intento fue inútil, casi inmediatamente mi madre me levantó de la oreja y sentí tres collejas fuertes.
-Corre a cambiarte la ropa, está bien que te quieras arreglar para la fiesta, pero tampoco es como si fuéramos al desfile del aniversario de la independencia. Y no llegues tarde al discurso de tu padre porque entonces te daré una paliza de verdad.
-No te preocupes mujer, no llegará tarde- dijo mi padre con su voz sosegada- no le gusta vérselas con mi correa.

La voz de sosegada de mi padre era suficiente para congelar a cualquiera, pero yo salí literalmente volando a cambiarme.

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