CAPÍTULO 141: TITITO
Alguien
tuvo la brillante idea de encender la luz de la habitación, como si no entrase
suficiente por la ventana. Me contorsioné sobre la cama y me tapé la cara con
la almohada.
-
Campeón, ya se levantaron todos – le oí decir a papá.
-
Mffg.
-
¿No has dormido bien?
-
Mmffg.
Noté
su peso sobre el colchón.
-
Normalmente te despiertas el primero – me hizo notar. – Tu
reloj interno sabe cuándo ha amanecido y no se te pegan las sábanas.
-
Mmm. Un ratito más.
-
Teddy, ya son las diez – insistió.
Abrí los ojos de golpe.
-
El colegio – exclamé.
-
Tranquilo, canijo. Hoy no vais a ir, ¿recuerdas? Vamos a
conocer a Dean. Pero primero tengo que llevar a tu hermano al examen de
conducir, y necesito que Michael y tú os quedéis con los enanos.
-
Ah, sí. Ya… ahuum… voy.
-
¿Te encuentras bien? – me preguntó. Sonaba preocupado.
-
Sí, solo tengo sueño.
-
Dime la verdad. ¿Estuviste con el móvil hasta tarde?
-
Qué va, se durmió super pronto – intervino Michael. – Déjale
dormir, papá, yo me encargo.
-
No, no, ya me levanto – murmuré. Michael tenía razón, me
había dormido al poco de acostarme, pero aún así estaba cansado, como si
acabara de escalar una montaña.
-
¿Seguro que estás bien? – dijo papá.
Se
me escapó un estornudo como toda respuesta y eso le hizo mirarme con sospecha.
-
¿No estarás incubando algo? – casi lo preguntó como si fuera
un crimen, o como si hubiera algo que yo pudiera hacer al respecto. – Eso es
por tu ducha de ayer en el jardín. Te empapaste y has cogido frío – me acusó.
-
Corrección: me empaparon.
Michael se escabulló de la habitación oportunamente. Rata
traidora.
Me levanté de la cama sintiendo que estaba abandonado el
mejor lugar del mundo.
-
¿Te duele algo? ¿La cabeza? ¿La garganta? – me interrogó
Aidan.
-
Estoy bien, pa.
Me
escudriñó durante unos segundos, buscando cerciorarse por sí mismo. Después,
suspiró.
-
Tienes el desayuno abajo, cariño. Hice tortitas.
Sonreí.
-
Por eso sí que salgo de la cama.
-
Glotón – replicó y me dio un beso en la frente, pero creo que
no fue un beso inocente, sino que trataba de medirme la temperatura. Debió de
satisfacerle lo que percibió, porque se relajó un poco. – Siento dejarte con el
marrón, tus hermanos están muy excitados por lo de ayer y muy nerviosos por lo
de hoy, pero el examen de Jandro es en una hora.
-
No te preocupes, papá.
-
Sebastian me ha escrito hace un rato. Él y Olie estaban
desayunando en el hotel. Parece que el pequeño tiene un poco de jet lag,
así que igual se quedan en el hotel durmiendo otro ratito.
-
Pobre. Oye, ¿y no tenía una conferencia médica o algo así?
-
Sí, dentro de cinco días.
-
¿Solo se van a quedar cinco días? - protesté.
-
No pensemos en eso, campeón. Estoy seguro de que ya es más
tiempo del que Sebastian planeaba emplear en este viaje. Tendrá que volver al
trabajo…
Sabía que era cierto y que uno no podía desaparecer de su
rutina por tiempo ilimitado, pero no estaba acostumbrado a tener familia tan
lejos… En otro continente, para ser más precisos. No sabía cuándo íbamos a
tener ocasión se vernos de nuevo. Pero papá tenía razón: mejor no pensar en la
separación por el momento.
Bajé a desayunar y apenas pude contener la risa cuando vi a
Alice, a Hannah y a Kurt llenos de chocolate, desde los mofletes a la camiseta.
-
¡Pero bueno! ¿Qué pasó? – preguntó papá, que debía de haber
dejado a tres niños relativamente limpios cuando fue a buscarme y ahora se
encontraba con una catástrofe chocolatera.
Los
enanos le miraron como si no le comprendieran, como si estar cubiertos de
chocolate fuera lo más normal del mundo.
-
¿Cómo habéis podido mancharos así? ¿Os habéis restregado las
tortitas por la cara? – dijo papá, mientras cogía una servilleta para limpiar
el estropicio. No parecía enfadado, pero Alice no debía tenerlo tan claro porque
le observó con sus ojos azules muy atentos y una expresión de preocupación en
el rostro, hasta que papá la picó el costado, haciendo que soltara una risita.
– Mira qué cochinita. ¿Estaba bueno?
-
¡Ti!
-
Me alegro, cariño.
Papá
procedió a limpiar también a Hannah y a Kurt y, cuando ya estaba terminando,
Hannah cogió una tortita bañada en chocolate y se la llevó a la boca con la
mano para darle un mordisco, dejando claro cómo se habían manchado tanto.
-
Hay que comer con los cubiertos, ¿eh? No somos animalitos –
regañó papá, algo más serio.
-
Pero la pizza se come con la mano – protestó Kurt,
recordando, seguramente, la cena del día anterior.
-
La pizza sí, pero las tortitas no.
Hannah
arrugó los labios, como si acabaran de quitarle toda la diversión al asunto,
pero cogió el tenedor para cortar un pedacito.
Los
peques y yo éramos los últimos; los demás ya habían terminado de desayunar. Alejandro
empezó a meterle prisa a papá para que fueran al examen y, aunque aún tenían
tiempo de sobra, Aidan no pudo contenerle más y salieron con mi coche, porque
era más pequeño y manejable. Deseé que mi bebé le diera suerte, aunque en
realidad estaba convencido de que Jandro aprobaría sin problemas.
-
AIDAN’S POV –
Tuve
uno de los mejores despertares posibles. La manita de Kurt se aferraba a mi
camiseta del pijama mientras mi pequeño soñaba profundamente. Jandro respiraba
con paz, dormido también y había un tercer intruso: uno que debía de haberse
metido con sigilo en mitad de la noche, porque no me había dado cuenta de su llegada.
La espesa melena de Barie le tapaba parte de la cara. Mi princesa estaba
acurrucada, ocupando muy poquito espacio y abrazada a su almohada, que había
traído desde su cama. Les observé dormir a los tres durante un rato, hasta que
la tentación fue demasiado grande y tuve que estirarme para coger el móvil y
hacer una foto.
Con
el movimiento, Barie se despertó. Se giró lentamente, bostezó y después abrió
los ojos.
-
Buenos días, cariño. No me enteré de cuándo viniste.
-
Mmm.
-
¿Tuviste un mal sueño o solo querías mimos?
-
Mimos – respondió, con otro bostezo.
Sonreí y pasé el brazo por encima de Kurt para llegar hasta
ella y hacerle una caricia.
-
Prr :3 – ronroneó.
-
Uy, si está Leo por aquí y no le he visto – bromeé.
Barie se rio y me señaló los pies de la cama, donde había una
manchita enrollada. El gatito también se había subido a mi cama, a pesar de que
tenía una blandita y perfecta para su tamaño en una esquina de mi cuarto.
-
Vaya, creo que he tenido el sueño muy profundo esta noche. Se
han colado dos polizones y no me di cuenta.
-
Claro, es que ayer no dormiste – me regañó.
-
¿Y tú cómo lo sabes? ¿Es que me espías? – pregunté y apreté ese
punto débil debajo de su axila, provocando que se revolviera. Sus risas y sus
espasmos despertaron a Kurt y a Jandro. – Hola, enanos.
-
¡No soy enano! – respondieron dos voces al unísono. De
Alejandro me lo esperaba, pero me sorprendió escuchar lo mismo de Kurt.
-
¿Cómo que no? Tú eres mi bebé – le dije y le levanté por
encima de mi cuerpo para después tumbarle sobre mí en un abrazo. Kurt se
acomodó fácilmente en la nueva posición.
-
Soy un bebé grande :3 – me respondió. – Y Olie es un bebé
pequeño.
Me había preocupado que pudiera sentirse celoso de Oliver,
porque algo de eso había habido la primera vez que vio su foto. Pero, a juzgar
por aquella afirmación, Kurt había reaccionado con él de la misma manera que lo
hizo en su día con Alice y más adelante con los trillizos de Holly: había
adoptado un rol protector que todos mis hijos tenían interiorizado, a imitación
de sus hermanos mayores.
-
Sí, cariño. Olie es un bebé más pequeñito – acepté. – Pero tú
sigues siendo mi enano. Y siempre lo serás. ¿A que sí, Alejandro?
El
aludido se limitó a taparse la cabeza con la almohada, al parecer considerando
que estábamos hablando demasiado para ser tan temprano. Forcejé suavemente para
sacársela y le di un beso en la mejilla.
-
Hoy serás un enano con carnet de conducir – le dije y aquel
recordatorio tuvo el éxito esperado, porque abrió los ojos y se incorporó de
inmediato. Me reí. – Tranquilo, campeón. Aún es pronto. Tienes tiempo de
desayunar con calma.
-
¿Puedes hacer tortitas? - me pidió, con ojos manipuladores.
No
podían estar todo el día comiendo guarrerías, pero no podía negarme cuando me
lo pedía así. Para comer haría crema de verduras y lo compensaría. Además, ya
era una victoria que tuviese hambre, pese a los nervios.
-
Está bien, mocoso consentido. Voy a hacerlas. Y tú podrías
aprovechar para ducharte que ayer como vino Sebastian no hubo tiempo.
-
Ah, pero para regañarme sí hubo – protesto con voz aniñada.
-
Injusticias de la vida – repliqué.
Bajé
a la cocina y procuré distraerme con lo que estaba haciendo para no pensar en
el encuentro con Dean y en si iría tan bien como con Sebastian. Cuando terminé
de preparar el desayuno, fui a despertar al resto de mis hijos, pero a Ted
costó sacarle de la cama. Me preocupó que pudiera haberse resfriado, pero de
momento no parecía encontrarse mal. Le dejé desayunando y me fui con Alejandro
al examen antes de que le diera un ataque de impaciencia.
Cuando
salimos de casa, mi móvil sonó con una llamada entrante de Holly. Alejandro
puso un mohín, porque no quería que nada nos entretuviera.
-
Solo será un segundo, campeón – le prometí y acepté la
llamada. – Hola, Holls.
-
Buenos días, qué tal dormiste, ya vi las fotos, a tu sobrino
me lo voy a comer, ahora pásame con Alejandro – barbotó, todo seguido, hasta
llegar a la última parte que al parecer era lo que le importaba. Me reí y
estiré el brazo para darle el teléfono a mi hijo, que lo aceptó con confusión.
Holly habló tan fuerte que pude escucharla. - ¡MUCHA SUERTE EN EL EXAMEN!
Alejandro sonrió y se lo agradeció torpemente. Estuvieron
hablando durante un par de minutos y después me devolvió el móvil para que me
despidiera.
-
Ya pensé que no querías hablar conmigo – protesté. – Me voy a
poner celoso.
-
No hay razón. Ante tus hijos no hay competencia: ellos ganan
sin ninguna duda – replicó.
Después de bromear un poco, me preguntó cómo estaba. Habíamos
hablado un rato por la noche. Le había contado que todo había ido bien y había
presumido de lo maravilloso que había estado Jandro en la audición, pero estaba
muy cansado y fue una conversación corta. Aquella mañana me explayé un poco más
y ella me dio ánimos para el encuentro con Dean. Me hubiera gustado quedarme
horas hablando, pero no podía ser, así que nos despedimos y guardé el teléfono.
-
¿Le pasaste un vídeo de mi audición a Holly? – me preguntó
Jandro, pero no parecía molesto, sino solo curioso.
-
Sí… el que te hizo Barie.
-
Dice que no me llamó ayer para desearme suerte porque no
quería ponerme nervioso pero que lo ha visto y le gustó mucho – sonaba
ilusionado y un par de años más joven.
-
Eso es porque lo hiciste muy bien, campeón.
-
¿Tú crees que me cogerán?
-
No lo sé. Solo te puedo decir que yo te seleccionaría sin
dudarlo – le aseguré.
-
Pero porque tú eres mi padre, no eres imparcial.
-
Pues tus hermanos y Holly están de acuerdo conmigo.
-
Tampoco son imparciales – replicó, pero le vi sonreír un
poco, esperanzado.
Emití
una plegaria silenciosa para que no se llevara una decepción. No le había
mentido, realmente creía que tenía posibilidades.
Nos
metimos en el coche y nos dirigimos al lugar del examen. No había mucha cola,
así que le hicieron pasar enseguida y a mí me enviaron a una sala de espera con
varios padres ansiosos. Alejandro regresó media hora después con una enorme
sonrisa, lo que me indicó que había ido bien. Me entregó un papel en el que
ponía “apto” y me dijo que teníamos que ir a una ventanilla a que le hicieran
el documento. Le abracé e intenté no ponerme demasiado emocional ante el
pensamiento de que tres de mis hijos ya eran lo bastante mayores como para
conducir y dos ya tenían carnet. Siguiente punto en la lista: que Michael se lo
sacara.
Habíamos
tenido que llevar una foto reciente. Se la entregamos a un funcionario,
rellenamos unos papeles y a cambio nos dieron el carnet de Alejandro. Él lo
guardó con movimientos casi ceremoniosos en su cartera.
-
Estoy muy orgulloso de ti – susurré, aunque en verdad quería
gritarlo, pero imaginé que eso le habría avergonzado.
-
Pero si todo el mundo conduce…
-
No todo el mundo. Y a mí me da igual lo que hagan los demás,
solo me importa lo que haga mi hombrecito, sin importarme quién lo haya hecho
primero y cuántas veces.
Alejandro sonrió.
-
¿Crees que Ted me dejará su coche? – me preguntó.
En ese punto, no supe quién tenía más ganas de que llegara el
momento de abrir sus regalos al día siguiente, si él o yo.
-
Sabes que tu hermano siempre te presta todo – respondí,
evasivo.
-
Pero no su coche. Es lo que más quiere en este mundo.
-
Eso no es cierto. Es importante para él, pero a ti te quiere
más. Eres su hermanito. Su primer hermanito, además.
-
Aich, papá. Qué cursi eres.
-
Es la verdad. Además, te dejó usarlo hoy, ¿no?
-
Porque tú le obligaste – bufó.
-
Qué va. Solo se lo pedí. No tuve ni que insistirle – le
aseguré. Eso le sorprendió un poco y le hizo inflar el pecho, porque lo tomó
como un signo de confianza en sus habilidades conductoras. – Venga, volvamos para contárselo a todos.
-
Díselo también a Holly – me pidió. – Viene mañana, ¿no?
-
No se lo perdería.
Quise
dar un brinquito de alegría, pero me esforcé por mantener la compostura. Mis hijos
y Holly cada vez tenían un trato más cercano y eso era maravilloso.
Volvimos
a casa y allí nos esperaban con una cartulina donde se podía leer “Enhorabuena”
con una letra que delataba que lo había escrito un niño pequeño. A juzgar por
los dibujos de gatitos que lo acompañaban, el artífice principal debía de ser
Kurt. Hannah habría dibujado mariposas y Alice borrones multi interpretables
pero que para ella serían unicornios.
Alejandro
contó y recontó cada segundo de su examen y, cuando parecía que iba a empezar
otra vez desde el principio, llamaron a la puerta. Eran Sebastian y Ollie, este
último dormitando en los brazos de su padre.
-
Uh, bebé con sueño igual a bebé gruñón – me susurró Ted.
Asentí, familiarizado con ese estado. Sentía mucha empatía hacia Sebastian,
porque me recordaba a mí en mis primeros años como padre, solo que él encima
había tenido que lidiar con el duelo ante la pérdida de su mujer.
-
Si quieres, Ollie puede dormir un poco más en uno de los
cuartos – le ofrecí.
-
Si no es molestia…
-
Claro que no.
Le
guie hacia el piso de arriba y le llevé a la habitación de Kurt y Dylan.
Sebastian depositó al niño en la tercera cama, la que sobró cuando metimos la
litera en el cuarto de los mayores. Le arropó con mucho cuidado y le dio un
beso. Aproveché para hacerle un tour por el piso de arriba.
-
Perdona el desorden – murmuré, mientras me apresuraba a
recoger los calzoncillos sucios que Zach había dejado sobre el escritorio.
-
¿Desorden? Tienes doce hijos. Esta casa debería caerse a
pedazos, y sin embargo todo está muy limpio y organizado.
Sonreí,
agradecido por el cumplido. Íbamos a volver al piso de abajo cuando Alice nos
interceptó y agarró a Sebastian de la mano para presentarle su colección de
unicornios. En momentos como ese recordaba la bebé tímida y asustadiza que
llegó a mi casa dos años atrás, y apenas podía reconocerla. Alice se había
vuelto confiada, decidida y dispuesta a buscar su espacio en el mundo.
Sebastian
se dejó llevar, algo confundido, pero presentí que aquello era justo lo que
necesitaba. Mi princesa le ayudaría a sentirse cómodo. En menos de cinco
minutos estaría cubierto de purpurina y hablándole a un muñeco de plástico y,
cuando quisiera darse cuenta, la enana se habría sentado encima suyo. A partir
de ahí, todo sería más fácil. Siempre es mejor confiar en los niños pequeños
para romper el hielo.
-
HARRY’S POV –
Cuando
no sabes cómo llamar a alguien, te vuelves experto en evitar las situaciones en
las que tengas que referirte a él en voz alta. Por ejemplo, cuando te olvidas
el nombre de alguien que sí se sabe el tuyo, y te da vergüenza preguntarlo,
inventas mil formas de referirte a esa persona sin utilizar su nombre de pila.
O cuando tu hermano perdido de treinta y pico años viene a tu casa, y no sabes
si deberías decirle “tío”.
Mientras
esperábamos impacientemente a que Dean llegara, -tenía que estar al caer- me
fijé en que ninguno de mis hermanos se dirigía a Sebastian directamente. Todos
le tuteaban y procuraban llamar su atención con expresiones generales. Eso,
hasta que Alice decidió resolver la cuestión:
-
¡No tires a Rosita, malo! – le increpó, cuando Sebastian
derribó sin querer a uno de sus unicornios. Llevaban veinte minutos jugando con
ellos.
-
Perdona. Es que hay muchos… Por cierto, ¿no crees que
deberíamos recoger un poco?
-
¡Ño!
-
Yo creo que sí. Alguien los puede pisar por accidente…
-
¡Toy jugando!
-
Ya sé, peque, pero los unicornios están desperdigados por
todo el salón.
Era cierto, incluso había uno encima de la tele, en un
equilibrio precario.
-
¡No están “perdigados”, tonto! – protestó la enana,
seguramente pensando que aquella palaba extraña para ella era alguna clase de
insulto.
-
Alice, eso no se dice – intervine yo. – No le puedes llamar
tonto a… a él…
Mi hermanita percibió mi vacilación y miró a Sebastian
atentamente, casi como si le estuviera evaluando. Entonces, con la discreción
propia de los niños pequeños, me preguntó algo en voz lo bastante alta como
para que todos lo oyeran.
-
Harry, ¿él es como Michael?
-
¿Como Michael?
-
Sí. Mi tito mayor – me aclaró.
Observé a Sebastian para ver si quería responderla él, pero
se quedó callado, al parecer sin saber qué decir. Barie intervino en ese
momento, agachándose junto a la enana.
-
Sí, Alice. Técnicamente es nuestro hermano. Pero Ollie piensa
que papá es su tío, así que Sebastian puede ser tu tío también.
-
Mmmm. ¡Titito! – concluyó la pitufa, inventando una nueva
palabra que reflejara lo que Sebastian era para ella.
-
Me gusta – apoyó Bárbara. Ojalá la gente simplificara las
cosas con la misma facilidad que Barie y Alice. – Pues al titito tienes que
hacerle caso, ¿vale? Y si te dice que recojas los juguetes, tienes que recoger.
-
Eno – aceptó. Se levantó y agrupó a sus unicornios alrededor
de Sebastian. Después se hizo un hueco hasta sentarse encima de sus piernas. –
La :3
Sebastian
sonrió y la reacomodó entre sus brazos. Y justo después de aquel momento foto,
escuchamos el timbre. Todos nos quedamos congelados y papá se acercó a abrir la
puerta.
Dean
llevaba unas gafas de sol subidas a la cabeza, una cazadora de cuero negro y
unos pantalones vaqueros, pero tuve el presentimiento de que hubiera dado igual
la ropa que llevara: seguiría dando la impresión de haberse escapado de una
sesión de fotos.
-
¡Bienvenido! – le saludó papá. – Pasa, debes estar muy
cansado. Han sido muchas horas conduciendo.
-
Gracias.
El lenguaje gestual de Dean delató que se sentía muy
incómodo. Lo observó todo atentamente y también nos observó a nosotros. Creo
que nos estaba contando.
Sebastian se acercó y le tendió la mano, como todo un buen
inglés cuadriculado.
-
Encantado de conocerte – le dijo.
-
Lo mismo digo – respondió Dean, pero a mí no me pareció que
estuviera “encantado”. Más bien parecía
asustado, desubicado y con ganas de salir corriendo.
-
AIDAN’S POV –
Dean
llegó pronto. Vino directamente a mi casa, sin pasar por el hotel. Sabía que en
todo aquel proceso el que lo estaba teniendo fácil era yo. Estaba en mi casa,
rodeado de mi familia, y no había tenido que cambiarme de país o de ciudad para
presentarme a un montón de extraños.
-
Ven, te presento a todos. Él es Harry. La pequeña es Alice.
Bárbara, Zach, Madie, Cole, Alejandro, Michael, Hannah, Kurt y Ted. Y falta
Dylan… No sé dónde se ha metido, a veces le agobia conocer gente nueva y el
pobre lleva un par de días muy intensos. Ted, ¿vas a buscarle? – le pedí y fue
a por su hermano. Le noté moverse más despacio de lo normal, de verdad que ese
chico me preocupaba. Estaba convencido de que estaba incubando un buen catarro.
-
Mi hijo está durmiendo en el piso de arriba – dijo Sebastian.
– Después le conocerás. De todas formas, no puedo dejar que duerma demasiado.
Se
hizo un silencio algo tenso, porque Dean no decía nada.
-
¿Te apetece tomar algo? ¿Fanta, Coca-cola, agua, un café?
-
Eh… ¿Tienes una cerveza? – me preguntó.
-
Lo siento, no tengo nada de alcohol.
“Genial,
para algo que me pide…”
-
Agua está bien.
-
Voy yo – se ofreció Madie, creo que agradeciendo la excusa
para quitarse de en medio.
Ted regresó con Dylan tras su espalda. Iba a presentárselo a
Dean cuando me fijé en su cara. Estaba totalmente abrumado, mirando a mi
familia como si en realidad no les viera.
-
Necesito un momento – murmuró y volvió sobre sus pasos hasta
alcanzar la puerta.
-
¡No, espera!
-
Solo… no puedo… respirar…
Dean salió de casa, cerrando la puerta tras de sí.
-
¿Qué le pasa? – me preguntó Barie.
-
Parece un ataque de ansiedad – respondí y me preparé para ir
tras él, pero Sebastian me lo impidió, agarrándome del brazo. - No podemos
dejarle así.
-
Ya lo sé, pero deja que yo me encargue – me pidió.
Oh, claro. Era médico. Tendría más idea que yo de qué hacer
en estos casos. Asentí y me resigné a esperar, rogando porque pudiera
tranquilizarle.
Mis hijos corrieron hacia la ventana, para ver si podían
espiar algo y no les dije nada porque yo tenía ganas de hacer lo mismo.
-
¡No les veo! – exclamó Zach. - ¡Se han ido!
-
Habríamos oído el coche – replicó Harry. – Estarán cerca.
Mira, ahí en frete. Sentados en el bordillo.
-
Ahuuum… ¿papi? – preguntó una voz infantil. Ollie estaba en
mitad de las escaleras, restregándote los ojitos, recién levantado. Y en la
mano... en la mano llevaba a Cangu.
-
Tu papi viene ahora mismo, cariño. ¿Has tenido una buena
siesta?
El niño se abrazó al peluche, inseguro por haber despertado y
no haber encontrado a Sebastian.
-
… ¡Ese es Cangu! – exclamó Kurt.
“Genial. Reza lo que sepas, Aidan. Esto puede acabar en
guerra”.
- ¡ES MI PELUCHE, NO LO PUEDES COGER!
-
Cariño, no le está haciendo nada. Se despertó y como estaba
solito seguro que Cangu se ofreció a hacerle compañía.
Vi a Kurt debatirse internamente. Estaba acostumbrado a
compartir, pero ese canguro estaba fuera de sus límites, como los triceratops
de Dylan.
-
… ¿Me lo das? – dijo Kurt, haciendo un esfuerzo increíble por
controlarse.
-
¡Mío! - protestó
Ollie.
… y hasta ahí los esfuerzos de mi pequeño.
-
¡NO ES TUYO! ¡ES MÍO Y NO TE LO PRESTO! ¡DÁMELO!
-
¡BWAAAA! ¡MÍO, MÍO!
Kurt se acercó a él, rabioso. Ollie aún no había terminado de
bajar las escaleras y me asusté por lo que pudiera pasar.
- ¡Kurt, espera!
-
¡DÁMELO! – exigió mi bebé y tiró de su peluche. Ollie tiró
también y entonces la tela del peluche se rasgó por su punto débil: la cola que
ya se había roto y yo había cosido hacía relativamente poco.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario