jueves, 4 de noviembre de 2021

CAPÍTULO 140: PEDIR PERDÓN

 

CAPÍTULO 140: PEDIR PERDÓN

https://youtu.be/bMxwfAjQFOg

 

Oliver era mi sobrino. Papá estaba yendo con “primo” porque para los enanos era más fácil de entender, pero Sebastian no solo era el hermano de Aidan: también era el mío. Así que Olie era mi sobrino. Y tenía la edad perfecta para poder crear lazos con él y malcriarle… Sin embargo, resultó que ya estaba lo bastante malcriado. Sebastian era incapaz de regañarle y se había molestado cuando papá le había sugerido que lo hiciera. Y a partir de ahí todo había descarrilado, porque Alejandro había salido en defensa de papá… y luego él mismo le había atacado.

Fue una situación muy tensa, no solo porque teníamos invitados, sino porque todo se quedó en silencio justo después. Papá no dijo nada durante varios segundos y eso podía ser algo bueno, pero también algo malo. Era de agradecer que no se hubiera puesto a gritar a Alejandro delante de nosotros y de Sebastian, pero al mismo tiempo podía significar que estaba demasiado enfado incluso para eso.

En las familias sucede que hasta el más pequeño grano de arena termina formando una montaña si se junta con otros granos de arena idénticos. Si un niño mancha una vez el sofá por apoyar los pies sin quitarse los zapatos, sus padres le recordarán que tiene que quitárselos antes de tumbarse. Si lo hace dos veces, se lo recordarán con más insistencia. Y si lo hace por norma todos los días, alguien terminará siendo lanzado por la ventana… Quizás esto último sea una exageración, pero se entiende el punto. Cuando le repites a alguien lo mismo una y otra vez, resulta muy frustrante y, aunque la paciencia es una virtud necesaria para criar a un hijo, hay un límite de oportunidades tras el cual llegas a la conclusión de que simplemente no quiere hacerte caso, ya sea por puro despiste, por ganas de desobedecer o porque no se preocupa lo suficiente por hacer lo que le pides.

Papá rara vez se molestaba por granos de arena. Quiero decir que él reaccionaba más a los guijarros, y no era tanto de frustrarse por las pequeñas cosas, en parte porque si no tendría que estar molesto todo el día, siendo tantos en casa. Normalmente, no nos regañaba por un despiste, incluso por un despiste ultrarepetido. Lo más parecido era someterte a una tortura de cosquillas y conmigo a veces usaba métodos más bastos, como por ejemplo ponerme los calcetines sucios en la almohada cuando me olvidaba de llevarlos al cesto de la ropa pendiente de lavar y los dejaba metidos en los zapatos. Le enervaba, pero nunca se había enfadado conmigo por eso, al menos no en serio. Como digo, no se enfadaba por granos de arena, ni hacía una montaña de ellos.

Pero sí que le enfurecía que volviéramos a hacer algo por lo que ya nos había castigado o advertido, porque entonces tenía que ser más duro con nosotros y odiaba serlo. Así que Jandro estaba en líos, en muchos líos, y estaba aún en más líos por estar en líos en un día en el que papá solo quería observarle con orgullo y felicitarle por su audición.

-         Ve a tu habitación – ordenó por fin papá, en un tono sorprendentemente tranquilo. Mi hermano, que de vez en cuando exhibía verdaderos impulsos suicidas, empezó a dar una respuesta desafiante, pero Aidan le cortó. – Alejandro, ve a tu habitación. Hablaremos arriba, cuando estés calmado. Vamos, obedece.

Tras cinco segundos en los que realmente podía haber sucedido de todo (Alejandro tenía pinta de querer mandarle a la mierda por segunda vez en dos minutos y tercera vez en el día), mi hermano decidió hacer caso y entró en casa, afortunadamente.

Papá respiró hondo, y se frotó la frente. Después, su mirada se fijó directamente en Sebastian.

-         Ven conmigo un momento – le pidió y se apartó de nosotros para hablar en privado con él.

Me era imposible escuchar lo que decían, pero no era el único intentándolo.

-         ¿Crees que están discutiendo? – me preguntó Barie.

 

-         No lo parece – respondí con sinceridad.

 

-         No quiero que se vayan…

 

-         En algún momento se irán al hotel, Bar.

 

-         Ya sabes lo que quiero decir – replicó mi hermana.

Sí, sí lo sabía, y yo tampoco quería. Pero dudaba que papá fuera a permitirlo.

 

-AIDAN’S POV –

Mi cerebro le dio vueltas a la última acusación de Jandro, pero no le encontré sentido. ¿Acaso le molestaba que hubiese contactado con Sebastian? Pero si él había sido el que más había insistido. ¡Él le llamó!

Nada en aquella discusión había sido lógico. Se había enfadado conmigo solo por pedirle que se relajara. De haber sido cualquier otro de mis hijos, le habría llamado la atención por su lenguaje en lugar de pedirle amablemente que se calmara. No me gustaba eso. No me gustaba sentir que debía ir con pies de plomo con Alejandro para evitar un estallido. Ese no era el muchachito que yo estaba criando.

Tendría que hablar con él, pero esperaría hasta estar seguro de lo que iba a decirle. Me propuse tratar primero con Sebastian, porque había un par de asuntos que teníamos que resolver. Pese a lo desagradable de la situación, me gustó una cosa: no era de los que se callaban cuando creía que un niño estaba siendo injusta o excesivamente reprendido. Su crítica hacia mí, aunque algo desmedida y fuera de lugar, me demostró que no era de los que miraban a otro lado para quedar bien. Ojalá tuviera la mitad de esa determinación a la hora de educar a Olie…

- Te pido disculpas en nombre de mi hijo, no debió hablarte así - comencé. - Es un gran chico, con un corazón enorme, pero le pierden las formas.

- No, soy yo el que tiene que disculparse, no tengo derecho a juzgarte - respondió, avergonzado. – Fuiste muy dulce con la niña, es solo que… siempre he estado en contra de ese tipo de castigos.

- Eso lo entiendo. Sé que no apruebas mis métodos, y lo comprendo, pero tendrás que utilizar alguno, el que sea. No hacer nada no va a resultar. Tienes que educarle. Tu hijo necesita límites.

- Lo sé – suspiró Sebastian y se llevó la mano derecha al pelo en un gesto idéntico al que hacía yo cuando me sentía superado por alguna situación. Ese parecido me distrajo momentáneamente.  – Ha sido difícil cuidar de él yo solo… Trabajo muchas horas… Olie pasa la mayor parte del día entre guarderías y niñeras y cuando llego a casa lo único que quiero es abrazarle. Le veo tan poco… Quiero que cada uno de los minutos que pase con él los recuerde con felicidad. Me da miedo convertirme en un extraño, o que me odie. Su nueva frase favorita es “ya no te quiero”…

- No lo dice en serio, no debes dejar que…

- ¡Ya lo sé! – respondió frustrado.

Sentí compasión por él, porque me recordó a mí mismo cuando recién comenzaba a ser padre. Ni siquiera tenía que remontarme tan lejos, en ese mismo momento me estaba planteando si acaso Alejandro sentía más rechazo que cariño hacia mí.

-         ¿Siempre has… estado solo? – le pregunté.

 

-         ¿Te refieres a si siempre he sido padre soltero? No. Estaba casado – me aclaró. Su mirada se oscureció un poco. – Mi mujer murió de cáncer. Descubrió el tumor cuando estaba embarazada y se negó a recibir tratamiento para no perjudicar al bebé.  Cuando Olie nació ya era demasiado tarde, había hecho metástasis. Murió seis meses después de dar a luz.

 

-         Cuánto lo siento – susurré.

 

-         Al principio, luché para convencerla de… Estaba desesperado. Como médico, siempre he estado a favor de la vida, pero en ese momento la vida que quería salvar era la de mi mujer, a cualquier coste. Cuando mi bebé nació, me arrepentí de haberlo pensado siquiera.

“Y supongo que ese es otro motivo por el que no puede regañarle. Se siente culpable” adiviné.  “Se siente culpable por no haberse alegrado desde el principio y se siente en deuda con su esposa que se dejó morir para poder traer al mundo a ese pequeño milagrito”.

-         Te enfrentaste a una situación imposible y supiste recomponerte para cuidar de tu hijo, al que se ve que adoras – le dije.

 

-         Mi madre me ayudó mucho – me confesó. – Falleció el año pasado. Todo es más duro desde entonces. Oliver es… Oliver es todo lo que tengo.

Me atreví a apretarle el brazo, en un gesto de apoyo. Sebastian me había parecido una persona fría y cerrada cuando había hablado con él por teléfono. Entonces entendí que solo había estado preocupado y perdido, porque éramos la única familia que le quedaba.

-         Lo has tenido muy difícil. Y has hecho un trabajo admirable. Olie es un niño muy cariñoso y rápido en dar afecto, porque se nota que lo ha recibido.

 

-         … Pero es no es todo lo que necesita. No sé cómo hacerlo. No sé cómo regañarle – me confesó.

 

-         ¿Me dejarías hablar con él? – pregunté. Me devolvió una mirada insegura. – Quiero demostrarte que puedes poner un alto a sus malas actitudes sin provocar que se distancie de ti. De hecho, en mi experiencia, conseguirás acercarle aún más.

Pude notar su conflicto interno.

-         No voy a tocarle – le aclaré. – Jamás haría eso sin tu permiso.

Tras unos instantes, y claramente sin confiar aún del todo en mí, Sebastian asintió.

Caminé hacia Olie, a quien toda la situación le había puesto un poco tenso. Estaba de pie en medio del jardín chupándose el dedo pulgar, en lo que adiviné que era un gesto de autoconsuelo para cuando estaba nervioso o triste. En esa postura parecía un bebé más que nunca y calculé que debía estar más cerca de los dos años que de los cuatro. Mi repentina proximidad le intimidó un poco: me siguió con la mirada y luego buscó la de su padre, como preguntándose si él le iba a defender de aquel semiextraño que se le acercaba.

Me senté en el suelo frente a él, con las piernas abiertas, y le tomé de la manita que tenía libre.

-         Hola, peque.

 

-         Olla.

 

-         ¿Qué ha pasado antes con los nenes? – le pregunté. No me respondió, pero no me extrañó demasiado. Ese tipo de preguntas directas no siempre funcionaban con niños tan pequeños. - ¿Os habéis peleado?

Oliver se señaló la rodilla y puso un puchero.

-         Oh. ¿Te duele? ¿A ver…?

Levanté la pernera de su pantalón y no vi nada preocupante. Tal vez le saliera un cardenal chiquitito más adelante, pero no tenía heridas ni raspones.

-         Pobre bebé. Esto se cura con un besito – le dije y agaché la cabeza para besar su rodilla. - ¿A que ya está mejor?

Oliver asintió, sin quitar el puchero. Le atraje hacia mí, sentándole en el hueco que había entre mis piernas.

-         Alice te hizo pupa y te pidió perdón. Pero tú no le has pedido perdón a ella ni a Jandro por haberles dado una patada. Eso hizo pupa también.

Olie siguió callado.

-         Y Kurt se estaba disculpando contigo cuando le has pisado. ¿Cómo crees que se habrá sentido cuando has hecho eso? ¿Crees que se puso triste?

El niño se encogió de hombros y se revolvió un poquito, tratando de salirse de mi regazo. Se lo permití, pero cuando se levantó volví a sujetarle para que me mirara.

-         Yo creo que sí, que se puso triste.

 

-         Quiero ir con papá – me dijo e intentó soltarse. No sonó vulnerable, del tipo “a ti no te conozco, quiero ir con papá para sentirme seguro” sino más bien como un “esta conversación no me está gustando, quiero ir con papá que él no me regaña”.

 

-         Oliver – le llamé, en un tono más serio, para conseguir su atención. – No se dan patadas – decidí centrarme en lo importante, porque si le hablaba de muchas cosas, como por ejemplo de que debería haber compartido las patatas, le llegarían varios mensajes difusos en vez de uno solo muy clarito.

 

-         ¡SÍ SE DAN! – me chilló, al parecer nada contento con mi tono.

 

-         No.

 

-         ¡QUE SÍ, TONTO!

 

-         No, no se dan patadas y no se le dice eso al tito – declaré, con firmeza. Hizo amago de empezar a llorar, de pura rabia, y sabía que tenía que cortar el berrinche antes de que comenzara. Puse un dedo sobre sus labios y eso le sorprendió lo suficiente como para calmarle. – Eso es portarse mal. Y tú eres un niño bueno, ¿verdad?

 

Olie me miró con atención.

 

-         ¿Eres un niño bueno? – insistí, y él asintió. – Ah, ya lo sabía yo. Oye, y a ti no te gusta que te hagan pupa, ¿no?

 

-         Ño.

 

-         Pues a los demás tampoco. Y como les has hecho pupa, les tienes que pedir perdón.

 

Infló un poquito los mofletes, no del todo convencido.

 

-         Vamos a pedir perdón, peque – le anuncié, animosamente, y me puse de pie. Le tomé de la mano y le llevé junto a Alice. - ¿Qué se dice?

 

Oliver volvió a quedarse callado, en una actitud contrariada, aunque más apática que desafiante.

 

-         No pasa nada si no estás listo ahora, pero no podemos ir a jugar hasta que pidas perdón – le expliqué.

 

Tiró de mi mano y después estiró ambos brazos, pidiéndome por gestos que le cogiera a upa. Era un mocosito super cariñoso. Le complací y noté cómo se aferró a mí como una tenaza. Me provocaba un cosquilleo cálido en el pecho. Ese bebé era demasiado pequeño para haber perdido a tanta gente. Ojalá poder protegerle de cualquier mal.

 

-         ¿Quieres que nos volvamos a sentar? – le pregunté. Negó con la cabeza.

 

-         Lo shento – susurró.

 

-         Muy bien, campeón. Pero ahora díselo a la nena.

 

Se asomó apenas un poquito para mirar a Alice.

 

-         Lo shento.

 

Besé su mejilla.

 

-         Qué bien, Olie. Ahora a Kurt – le indiqué.

 

Le dejé en el suelo con suavidad y le impulsé en su dirección.

 

-         Lo shento – repitió.

 

-         Está bien – respondió Kurt. – Yo fui malo contigo.

 

Oliver alzó la vista hacia mí, a ver si ya estaba satisfecho. Hinqué una rodilla en la hierba para colocarme más o menos a su nivel.

 

-         Lo has hecho muy bien, peque. Ahora ya podemos ir a jugar. Sin pelear ni dar patadas. Si lo vuelves a hacer, tendrás que sentarte en esa silla de ahí, sin jugar – le señalé la silla en cuestión y Oliver la miró como si fuera alguna clase de aparato de tortura.

 

-         Va a ser bueno :3 – dijo Kurt y le tomó de la manita.

Se lo llevó hacia la zona de los juguetes, que básicamente era una casita de plástico donde mis niños guardaban sus cosas para entretenerse en el jardín. Me los iba a comer a los dos e iba a tener un empacho de ternura.

Sebastian avanzó discretamente hasta colocarse a mi lado. No había perdido detalle de todo aquel intercambio.

-         A mí no me hace caso cuando intento hablar con él – susurró.

 

-         Yo cuento con el factor de ser “la novedad”. Imagino que por eso es más buenecito conmigo. Pero el truco es informarle de lo que se espera de él y de lo que va a pasar. Le dices lo que tiene que hacer, y lo que pasará si no lo hace. Sin discutir, como si le estuvieras informando del tiempo. Incluso puedes usar frases impersonales. “Si no haces esto, pasará esto”. No tienes por qué decir “haré esto”, si eso te suena como una amenaza.

 

-         No sé si sabré hacerlo…

 

-         Tendrás ocasión de probarlo. Es muy posible que está noche o los próximos días lo vuelva a hacer – le expliqué.

 

-         ¿Que? ¿Por qué? – parecía horrorizado, como si hubiese esperado que con aquella conversación hubiera bastado para que su hijo nunca más fuera a hacer ninguna trastada.

 

-         Porque le he puesto un límite y querrá ver si puede cruzarlo. Porque esas disculpas no fueron demasiado sinceras. Y porque es un niño, y los niños se portan mal – le aclaré. – Incluso los que no tienen motivos, como tal vez notar la ausencia de su abuela. Es parte de su desarrollo. Ahora mismo está en una fase muy egocéntrica, donde el mundo existe en la medida en que le rodea. No da patadas porque sea malo; da patadas al igual que otros nenes muerden, o dicen palabrotas o hacen rabietas. Es su manera de expresarse cuando algo le frustra y no sale como él quiere. El mundo entero tiene que satisfacer sus deseos, le cuesta comprender cuando eso no sucede. Viene de ser un bebé, un bebé auténtico donde cada llanto le conseguía una necesidad satisfecha, como debe ser. Hambre, llanto, comida. Caca, llanto, pañal. Papi, llanto, mimo. Un mecanismo sencillo. A medida que vaya creciendo y deseando más cosas, escuchará cada vez más seguido la palabra "no".  Y es normal que se rebele contra ella: "no" es su nuevo enemigo. Si descubre que llorando o pegando o mordiendo o diciéndote que ya no te quiere puede conseguir su objetivo, lo hará, claro que lo hará. Es su única forma de defenderse en este mundo. Incluso los adultos lo hacemos, de forma menos infantil. Incluso mi niño grande de quince años lo hace, cuando sus sentimientos le desbordan. Pero es tu trabajo enseñar a tu hijo.... igual que yo debo enseñar al mío.

 

Sebastian me escuchó con mucha atención y asintió en varios momentos de mi discurso. Al final, sonrió un poco.

 

-         Eres muy buen padre – me dijo.

 

Carraspeé, repentinamente azorado.

 

-         No tanto como me gustaría. Intento comprender el porqué de las acciones de mis hijos… con los pequeños es fácil, pero con los mayores…

 

-         Uf. No sé lo que haré cuando Olie sea adolescente y tú tienes varios de esos.

 

Estaba hablando medio en broma, pero decidí responderle en serio:

 

-         Es muy importante la base que sientes ahora. No puedes evitar que tu niño crezca, ni la influencia de la sociedad (créeme, lo he intentado), ni de sus amigos, ni de un montón de cosas que no van a depender de ti. Pero sí puedes asegurarte de que conoce la diferencia entre el bien y el mal, y que las malas acciones tienen consecuencias.

 

-         Pero eso no es siempre así – susurró, de nuevo con aspecto sombrío. – A veces la gente se sale con la suya.

Intuí que detrás de aquella afirmación había otra historia personal, pero no parecía dispuesto a compartirla. Bastante suerte tenía ya de que hubiera decidido abrirse tanto a mí. Me había demostrado una gran confianza casi inmediata.

-         No exactamente. Siempre hay una consecuencia. A veces el precio de determinadas acciones es convertirte en una mala persona. A veces es hacer algo de lo que te arrepientes toda tu vida… - respondí, y por alguna razón pensé en Andrew. ¿Se arrepentía él de haber aceptado su “trabajo”? ¿Ese trabajo que le había empujado a tomar una serie de pésimas elecciones? ¿Se arrepentía de haber abandonado a sus hijos? – Pero entiendo lo que quieres decir. A veces te preguntarás cuál es el punto. A veces parecerá que luchas contracorriente, porque sinceramente hoy en día confundimos lo bueno con lo conveniente y a veces hacer el bien es lo que más cuesta de mundo. Si la gente se empieza a rendir a tu alrededor, si ves ganar a los malos, te preguntas cuál es el punto de intentarlo. Mis creencias personales me ayudan bastante con eso, soy un hombre de fe y sí que creo que lo que hacemos importa. Pero aún así hay momentos de frustración. Como cuando tus hijos ven que les regañas por algo que otras personas dejan pasar por alto.

 

-         … No pensé en que para tus hijos tuvo que ser muy injusto que yo no regañara a Olie – respondió, desviando la mirada.

 

-         Eso ya es agua pasada – le tranquilicé. – Tampoco debes cometer el error de regañar a tu hijo solo porque los demás esperen que lo hagas. La decisión ha de ser siempre tuya… pero por los motivos correctos, no por miedo a que deje de quererte.

 

Sebastian asintió y en ese momento le sentí muy joven, a pesar de que la diferencia de edad entre ambos no era tanta. A pesar de que, interiormente, me había sentido un poco acomplejado porque él era médico, había ido a la universidad y tenía que saber muchas más cosas que yo. Al parecer, había algunos campos en los que yo era más sabio. Quizás “sabio” no era la palabra indicada, pero el caso es que yo tenía más experiencia como padre.

 

-         ¿Puedo hacerte una pregunta? – me dijo.

 

-         Claro.

 

-         No es una crítica, en serio… - se justificó.

 

-         Pregunta lo que quieras – le tranquilicé.

 

-         Bueno, yo le dije a Olie que eras su tío y que tenía muchos primos, porque eso se ajustaba más a lo que percibía en nuestras conversaciones. Son mis hermanos, pero… tú no les ves así…  ¿No es extraño para ti tratarles como hijos tuyos?

Escucharle decir “son mis hermanos” me provocó una contracción del estómago, como si la gravedad hubiera dejado de tener efecto por un segundo. Sebastian había aceptado plenamente que éramos familia.

-         Fue algo progresivo y natural – le expliqué. – Ted empezó a llamarme papá y decidí no corregirle, porque me hizo muy feliz. Sé que debe ser difícil de asimilar. De pronto tienes hermanos, no sabes si son tus sobrinos… Si te ayuda, planeo adoptarlos formalmente. Pero tú decides el lugar que quieres que ocupen en tu vida.

 

-         Solo espero que… podamos vernos de vez en cuando… para que no me consideren un extraño.

Vivíamos muy lejos, esa era una realidad innegable. Pero existían las videollamadas…

-         No dejaremos que eso pase – le prometí.

Tenía un hermano. Por fin tenía un hermano, uno con el que podía serlo plenamente; uno de mi edad que no necesitaba que fuera su padre. Le sonreí y él me sonrió de vuelta y en ese momento le habría dado un abrazo, pero me pareció que estaría forzando demasiado mi suerte.

-         Tengo que ir a hablar con Alejandro. Si queréis, podéis ir cenando. Quizás se haga demasiado tarde para Olie.

 

-         No te enfades con él, solo te estaba defendiendo – me dijo y eso me hizo soltar una carcajada. - ¿Qué dije?

 

-         Nada. Es que a este ritmo ese mocoso va a tener más abogados defensores que el jefe de la mafia. Has sonado igual que mi hijo Ted.

Al nombrarle, provoqué que Sebastian girara la cabeza para mirarle. Todavía no había socializado demasiado con mis hijos.

-         Se le ve bien. ¿Tiene alguna secuela tras la operación? – se interesó. Ah, el médico en acción. Le había comentado sobre el accidente de Ted y no había dicho mucho al respecto, pero por lo visto era de esas personas que recordaban todo lo que les decían, aunque no hablaran demasiado.

 

-         Jaquecas, muy de vez en cuando. Pero la mayoría de sus secuelas no son físicas.

 

-         Tuvo mucha suerte.

 

-         Sí, eso me han dicho.

 

-         Parece un chico muy alegre – comentó. En ese momento estaba persiguiendo a Alice y dejando que ella le ganara.

“Alegre” no era lo primero que usaría para describir a Ted, pero tenía razón: lo era. Tenía esa alegría infantil por las pequeñas cosas.

-         Es un muchacho excepcional. Aunque poco le queda ya de “muchacho”. Llevo fatal que se haga mayor.

 

Sebastian siguió observándole, a él y al resto de mis hijos y entendí que no se atrevía a hablar con ellos, no todavía. Con un poco de suerte, la curiosidad de Kurt, o de Hannah, Alice, Barie o Zach, daría el primer paso por él.

-         Vuelvo enseguida – anuncié y le dejé a solas con sus pensamientos. Era el momento de hablar con mi hijo. Ya le había hecho esperar demasiado.

La casa estaba en silencio, pero todavía llegaba el sonido de las voces desde el jardín. Una vez en el piso de arriba apenas se escuchaba nada, por lo que mis pasos resonaron mucho mientras subía las escaleras. La cabeza de Alejandro se asomó desde su cuarto y luego desapareció, en cuanto comprobó que era yo.

Respiré hondo. Lo que le había dicho a Sebastian era cierto, lo importante era que supieran distinguir el bien del mal, y Alejandro sabía hacerlo. Y sabía que cuando hacía algo mal había una consecuencia, así que yo tenía que saberlo también. Y cumplir con mi palabra.

Llamé a la puerta de la habitación, a pesar de que estaba abierta. Alejandro me esperaba sentado sobre su cama y con aspecto de estar mucho menos rabioso que hacía un rato.

-         Mejor vamos a mi cuarto, campeón – le pedí y él cerró los ojos, como si se lo hubiera temido.  

 

-         Me dijiste que viniera aquí.

 

-         Lo sé, gracias por hacer caso. Anda, ven.

 

Alejandro me siguió hasta mi habitación y una vez allí se sentó en mi cama.

 

-         ¿Quieres que deje abierto? – le pregunté. – No hay nadie dentro.

 

Se encogió de hombros. Yo prefería abierto, odiaba los lugares cerrados, pero consideré que él se sentiría más cómodo con la puerta cerrada, daba más sensación de intimidad. Cerré y me quedé de pie en la entrada, observándole por unos segundos. Decidí que lo mejor para los dos era ir al grano.

-         Yo te quiero mucho, pero no puedo dejar que me hables así, cariño. No puedo dejar que te acostumbres a tratarme con insultos y frases despectivas, sobre todo porque francamente creo que no me lo merezco – comencé. Esperé alguna respuesta de su parte, pero no dijo nada, así que continué. - Esta mañana me conformé con que admitieras tú error. Cuando dijiste que te merecías un regaño, uno pequeñito en tus palabras, me di por satisfecho. Pensé que habías reflexionado un poco y que el mensaje había calado. Pero me equivoqué. Últimamente cuando te perdono un castigo o soy blando contigo, no funciona. Se me hace duro pensar que solo me haces caso cuando soy muy estricto. Después de toda una vida criando un buen muchachito, una excelente persona como tú eres, uno pensaría que no tiene por qué ser un general del ejército que no pasa ni una. Que puede ser compresivo y dar a ese muchachito un poco de manga ancha y espacio para crecer. Pero quizá no estás listo todavía para eso.

 

Eso hizo que Alejandro me mirara con los ojos muy abiertos.

 

-         No, papá, sí estoy listo, de verdad ...

 

-         Hoy no me lo has demostrado – repliqué. – Pero tendrás otras ocasiones de hacerlo – añadí, y me acerqué para acariciarle el pelo.

 

-         Pero no ahora, ¿verdad? – murmuró.

 

-         No. Ahora tengo que cumplir con lo que te prometí.

 

-         ¡No es justo! – protestó.

 

-         ¿El qué no es justo?

 

Pensé que me saldría con un “solo te estaba defendiendo”, pero su respuesta me sorprendió.

 

-         ¡Eres mejor padre que Sebastián, eres mejor padre que mucha gente y aun así no eres MI padre! – exclamó.

 

-         Yo SIEMPRE seré tu padre. Lo soy en todos los sentidos que importan. Pero entiendo que para ti no sea suficiente – susurré, y me senté a su lado para abrazarle. – Yo también querría que fueras “sangre de mi sangre”, como quien dice, pero entonces no serías tú.

 

-         ¿Uh?

 

-         Claro. Si fueras biológicamente mío, serías diferente. Tu madre también sería diferente y tu fecha de nacimiento, pues no creo que yo hubiera sido padre tan joven. Quizá hubieras nacido rubio. Quizá no fueras hispano. A lo mejor no serías el gran bailarín que me deslumbró esta tarde.

 

-         ¿Te deslumbré? – preguntó con una media sonrisa.

 

-         Como un rayito de sol – le aseguré y le di un beso. – A veces, cuando deseamos algo, no somos conscientes de lo que deseamos. Si fueses mi hijo biológico, en realidad no existirías. Serías diferente… Es más, si yo hubiese elegido tu nombre, tal vez serías tú el que se hubiera llamado Zachary.

 

-         ¿Me habrías hecho semejante crueldad? – bromeó. – No creo que fuera rubio, tú tienes el pelo negro. Si no salí rubio con Andrew pues contigo menos – argumentó, pero supe que había entendido mi punto. – Es solo que… me gustaría tenerlo todo. Me gustaría dejar de pensar “después de todo he tenido suerte, mi hermano me adoptó”. No quiero tener suerte, quiero ser normal.

 

-         Lo sé, campeón. Pero las vidas perfectas son solo para las películas. Sí es cierto que hemos tenido suerte, todos nosotros. Yo el primero, por haberte conocido.

 

Alejandro se removió un poquito, como para acomodarse mejor en el hueco entre mi brazo y mi pecho.

-         ¿Qué fue todo eso que dijiste sobre rescatar a los hijos de Andrew? – le pregunté. - ¿Estás celoso de Sebastian? ¿De qué me haya alegrado de conocerle?

 

-         No…

 

-         Fuiste tú el que me apresuró para contactar con él – le recordé.

 

-         Lo sé…

 

-         ¿Entonces?

 

-         Le defendiste a él antes que a mí – me acusó, sonando mucho menor de lo que era.

 

-         Alguien se tiene que lavar las orejas, me parece, porque no fue eso lo que pasó. Le dije a Sebastian que debería hablar con su hijo y a ti te agradecí que me apoyaras, pero estabas muy enfadado y no dejabas de atacarle incluso cuando él se disculpó. Y estabas diciendo un montón de palabrotas delante de tus hermanitos, por cierto. Lo único que te dije fue que te calmaras, y te lo dije bien. Tú decidiste tomártelo como un regaño.

 

-         Será porque siempre me regañas – se enfurruñó.

 

-         Solo cuando tú te portas mal. Y bien que te doy oportunidades. A cualquiera de tus hermanos sí que le habría dado un buen tirón de orejas por ese lenguaje, campeón, y lo sabes. Conoces perfectamente la diferencia entre un regaño y lo que hice antes.

 

-         Sí, me estás regañando ahora – siguió protestando, al parecer comprometido con ese papel infantil que había adoptado.

 

-         Y con motivos… ¿o no? – pregunté y él se quedó callado, lo que en realidad fue como si me diera la razón. Le separé un poquito, contra su voluntad y en realidad también en contra de la mía. – Estabas advertido.

 

-         Pero papá… justo hoy…

 

-         Eso te funcionó antes, pero lo desaprovechaste. Si tú elegiste justo hoy para faltarme al respeto, pues entonces es justo hoy cuando te castigo. Yo preferiría estar celebrando tu maravillosa audición y comiendo empanada con nuestro nuevo hermano, pero las cosas son como son. Intento ser paciente contigo, pero hay actitudes que no te voy a dejar pasar.

 

Alejandro resopló, con un sonido que le hizo parecerse más que nunca a un gatito enfadado. Sujeté su barbilla con delicadeza e hice que me mirara.

 

-         Necesito saber que lo entiendes. Que, aunque no te guste un pelo, sabes que tengo razón y que te pasaste.

 

-         Mmm…

 

-         Jandro…

 

-         Lo entiendo, jolines, pero no quiero que me castigues – refunfuñó.

 

-         Me extrañaría que quisieras, campeón. Pero va a pasar de todas formas. Ponte de pie.

 

-         Papá…

 

-         ¿Es esta la primera vez que me mandas a la mierda? – le pregunté, y él se encogió. – Responde, hijo. ¿Es la primera vez?

 

-         No…

 

-         ¿La segunda?

 

-         No…

 

-         ¿Y estabas advertido? ¿Te di una advertencia específica de lo que pasaría si volvías a hacerlo? – continué. Aquello comenzaba a parecerse horriblemente a un interrogatorio.

 

-         …Sí.

 

-         Entonces no hay mucho más que decir al respecto, ¿no? Solo queda asumir las consecuencias para demostrar que esta vez sí estás dispuesto a aprender algo.

 

-         Eso ha dolido – me acusó.

 

-         Lo siento, campeón. Es mi trabajo decirte la verdad y evitar que hagas tonterías, aunque no te guste. E insultar a la gente que te quiere sin motivos es una tontería muy grande.

 

-         ¿Me quieres sin motivos? – bromeó, sacando de contexto mis palabras. Mi expresión le demostró que no era momento para bromas. – Lo siento…

 

-         Te quiero porque eres mi hijo y no necesito más motivo que ese. También te quiero por tu sentido de la justicia, tu lealtad, tu buen corazón, y tu pésimo intento de desviar la conversación – declaré y le empujé suavemente para que se levantara.

 

Suspirando, al fin me hizo caso y se colocó de pie delante de mí.

 

-         Sin pantalón.

Arrugó los labios en clara disconformidad, pero desabrochó el botón de sus vaqueros. Después empujó para que se deslizaran hasta sus rodillas y exactamente al mismo tiempo una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla. Se la limpié con una caricia y le tomé del brazo para ayudarle a que se tumbara sobre mis piernas. Se dejó caer y se sacó las deportivas ayudándose con los pies.

Pensé que estaba tranquilo, así que no me esperé para nada la escena que vino justo después. Alejandro tiró mi almohada al suelo y pataleó con rabia, algo que no hacía desde que era pequeño.

-         ¡NO PUEDES HACER ESTO!

plas

Le di una palmada floja para cortar aquel conato de berrinche.

-         Cálmate.

 

-         ¡NO QUIERO CALMARME! – chilló y trató de levantarse. En cuanto se incorporó, sus pantalones bajaron directamente hacia sus tobillos. Se frustró intentando salir de los vaqueros, que se enredaron en sus pies dificultándole la huida.

 

-         Alejandro, basta. Íbamos bien, no lo estropees.  

 

Por fin se liberó de aquella trampa de tela y me miró con rabia.

 

-         ¡Y UNA MIERDA! YA TENGO DIECISÉIS AÑOS, ¿TE ENTERAS? ¡NO SOY UN BEBÉ PARA QUE ME CASTIGUES ASÍ! – gritó y salió corriendo.

El momento fue entre tenso y divertido. Tenso, porque aquel era un adolescente furioso demasiado enfadado para medir sus actos y la cosa podía terminar mal. Y divertido porque Alejandro se había puesto sus calzoncillos de Superman, que eran una especie de prenda de la suerte que solo llevaba en días importantes. Verle correr semidesnudo tenía un punto cómico, porque sus actos negaban por sí solos su declaración de madurez.

Me di prisa en ir tras él, preguntándome a dónde pensaba huir sin pantalones. Le alcancé cuando llegó al piso de abajo y le agarré del brazo, pero él tiró con fuerza y me dio miedo que se hiciera daño, así que recurrí a estrategias más contundentes.

PLAS PLAS PLAS

-         ¡Au!

 

-         Suficiente. Aún tienes quince años, mocosito, pero así tengas dieciséis, diecisiete o los que sean, si te portas mal tendrás un castigo.

 

-         ¡No soy un niño!

 

-         Huir enrabietado no ayuda a tu causa. Pero no, hijo, no lo eres y por eso mismo esta no es forma de comportarte. Se me acabó la paciencia.

 

Le llevé conmigo hacia la puerta trasera y eché el cerrojo, por si acaso a alguno de sus hermanos se le ocurría entrar en ese momento. Después le arrastré hasta el sofá, me senté y le tumbé encima, sujetándole de la cintura. 

-         Hay una frase horrible que evito decir, porque la odio, que es la de “pórtate como un hombre”. Pero detrás del significado decimonónico de esa expresión, que sugiere que los hombres no deben mostrar sus sentimientos, hay otro, que es el de “si ya no eres un niño, demuéstralo” – le dije. - Asume tus errores.

Dejó de revolverse y se quedó quieto con la mitad del cuerpo sobre el sofá y la otra mitad sobre mis piernas.

-         ¿No puedo protestar siquiera? – me reclamó.

 

-         Puedes protestar, llorar cuanto necesites, llamarme malo, pedirme que no te castigue, llamarme papi, intentar hacerme reír, intentar que lo deje pasar, pero no puedes gritarme, salir corriendo ni levantarte sin que terminemos esta conversación. Las consecuencias hay que enfrentarlas, no se puede escapar de ellas.

 

-         Se puede si tu padre no es Aidan Whitemore – protestó, bajito, con la boca pegada al cojín así que me costó entenderle.

 

-         Mala suerte, campeón. Estás atrapado conmigo.

Se abrazó con fuerza al cojín y yo froté su espalda, para relajarnos a ambos.

-         ¿Recuerdas lo que te dije hoy antes de comer? – le pregunté.

Movió la cabeza en lo que parecía un asentimiento.

-         Siempre cumples tus promesas – susurró.

 

-         Incluso las que no me gustan. Este castigo es por faltarme reiteradamente al respeto. No volverás a hablarme así, no importa lo enfadado que estés – declaré y levanté la mano. Ya me arrepentía de haber dicho que multiplicaría por veinte las cinco palmadas de aquel mediodía. ¿No podría haber dicho por diez? ¿En serio pensaba que nunca más íbamos a vernos en aquella situación, que no tendría que hacer honor a mis palabras?

 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… mmm… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS… uf… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… no tan fuerte… PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS… lo siento, ¿vale?... PLAS PLAS PLAS… siento haberte hablado así… PLAS PLAS… no lo haré más… PLAS… dije que lo siento…

-         Y yo te perdono, hijo. Eso siempre.

 

-         Entonces para – exigió.

 

-         No se termina cuando tú lo decides.

 

PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS… papá, lo siento de verdad… PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS… BWAAA… PLAS PLAS…. snif... no sé por qué… PLAS PLAS… te hablo así… snif… PLAS… si yo te quiero mucho…

“¿Estará llevando la cuenta? ¿Por qué tuve que decir ese número?”

-         Yo también te quiero mucho. Y no creo que haya una razón, solo te dejas llevar por la rabia del momento, pero eso tiene que parar.

 

-         Snif… sí, papá.

 

-         Ya falta poco, campeón.

 

-         Mentira – gimoteó.

“Sí está llevando la cuenta”.

PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS …mm… PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS… bwaaa… PLAS PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS

“A la porra”

“Has sido más duro otras veces”

“Por cosas más serias”

“¿Hablarle así a su padre no es serio?”

“Ha entendido el punto”

“¿Tú crees?”

Llevé la mano al elástico de sus calzoncillos.

-         ¡No, papá, espera!

 

-         Si vuelves a decirme lo que me dijiste hoy, todas serán como estas últimas – le advertí y dejé su piel al descubierto.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡BWAAA!

 

Alejandro rompió en llanto y yo dejé que se desahogara durante un rato. Le coloqué el calzoncillo todo lo suavemente que pude y después me dediqué a frotar su espalda hasta que noté que los sollozos disminuían en intensidad.

 

-         Shhh. Ya está, cariño, ya está.

“No está, faltaron quince”.

“Dije que ya”.

-         Snif… papi… - lloriqueó.

 

Le incorporé y le miré a la cara, que estaba bastante congestionada. Intenté decir algo, pero él no me dejó, al tirárseme encima por un abrazo. Le envolví, feliz de que quisiese mi cariño y besé su frente.

 

-         Ya pasó.

 

-         Lo … snif… lo siento…

 

-         Shhh. Todo perdonado.

Le besé la frente y le masajeé el cuello y cuando vi que estaba más calmado intenté que nos levantáramos, pero él se apretó más contra mí.

-         Tranquilo, campeón, no voy a ningún lado. Solo pensé que te vendría bien sonarte y lavarte esa carita, ¿mmm? Ven, vamos a la cocina.

Se dejó llevar y aceptó el papel que le ofrecí.

-         ¿Mejor? – pregunté, y él asintió.

Dejé que se lavara y después le volví a abrazar.

-         Mío – declaré, con voz mimosa. – Ya no te suelto.

Pareció conforme con la idea, al menos durante medio minuto. Después quiso separarse, pero no le solté.

-         Dije que mío.

Intentó hacerme cosquillas para que le soltara, pero no le funcionó.

-         Tengo que ponerme pantalones – se quejó.

 

-         Bueeeeno – cedí y le liberé. – Te quiero mucho, canijo.

 

Se frotó teatralmente.

 

-         Pues quiéreme un poquito menos – protestó.

 

Sonreí.

 

-         Lo siento, eso no puedo hacerlo. Ve a vestirte, campeón. Te espero aquí.

Alejandro subió las escaleras y cuando las volvió a bajar venía con una camiseta y unos pantalones desgastados que usaba como pijama. La camiseta era una donación que le había hecho un par de años atrás, después de que se colara en mi armario para robármela.

-         Jandro, aún tenemos que cenar…

 

-         ¿Y?

 

-         Pues… - señalé su elección de vestuario.

 

-         Muchas noches ceno en pijama. Es más, siempre, porque me obligas a ducharme primero.

 

-         Pero hoy cenamos en el jardín y con invitados…

 

-         Pues que admiren mi camiseta de los Rolling llena de agujeros ^^

 

-         Es MI camiseta de los Rolling llena de agujeros, ladronzuelo – repliqué, mordiéndome una sonrisa. – Está bien, ve como quieras - me rendí, pero cogí una manta.

 

-         ¿Para qué es eso? – preguntó con desconfianza.

 

-         No está a discusión, se está haciendo de noche y hará frío.

 

Rodó los ojos.

 

-         Eres insoportable, ¿lo sabías? – me respondió.

 

-         Gracias, tú te haces querer también. Ahora vamos a sacar la comida antes de que tus hermanos se empiecen a comer unos a otros.

 

-         Eso me gustaría verlo – dijo y entró en la cocina a por una de las bandejas. Salió con la boca y las manos llenas. – Esto está riquísimo.

 

-         Gracias, campeón, pero casi todo es comprado. No he tenido tiempo.

 

-         Está bueno igual – aseguró, e hizo ademan de picar un poco más, pero se lo impedí.

 

-         Deja algo para los demás. Ah, y… sé amable con Sebastian, ¿bueno? Ya está todo arreglado. Y Olie se disculpó con tus hermanitos.

 

-         Algunos niños nacen con suerte y padres que no creen en los castigos – me reprochó.

 

-         Sin duda. Otros son más desafortunados – sonreí y le revolví el pelo, pero me contuve de hacerle cosquillas porque iba cargado y podía hacer que se le cayera.

Regresamos al jardín con los demás y lo cierto es que debían de tener hambre, porque los mayores se apresuraron a hacer viajes para sacar lo que faltaba sin que tuviera que pedírselo. En la mesa ya habían arrasado con las patatas.

-         ¿Todo bien? – me preguntó Ted. – Echaste el pestillo. ¿Temías que el prisionero se escapara?

 

-         Sí, o que algún osito cotilla se colara dentro.

 

-         Ah, no. Los que se cuelan son los ratones. Los osos solo dormimos y comemos, mis dos pasatiempos favoritos.

Sonreí y fui a servirles las bebidas a los pequeños.

Fue una cena agradable, aunque caótica, como cabría esperar con tantos niños. Apenas pude hablar con Sebastian porque Alice le secuestró para hablarle de todos y cada uno de sus unicornios. Me pareció admirable la paciencia con la que la escuchó, a pesar de que mi bebé no siempre conseguía que sus historias fueran coherentes.

Cuando la mayoría de platos y bandejas comenzaron a estar vacíos, los mayores sacaron el móvil y cada uno se aisló en un rincón. Cole hizo lo propio con un libro. Decidí que no tenía sentido impedírselo, tampoco se iban a quedar allí haciendo nada. La integración de Sebastian tenía que ser poco a poco y debía ser un proceso voluntario y natural, de parte de todos…

-         Así que… mañana llega Dean – me dijo, sacándome de mis pensamientos.

 

-         Sí… Viene en coche. Le di nuestra dirección. Dice que llegará antes de comer, pero lo veo complicado a no ser que vaya volando por la carretera.

 

-         Tal vez salga de madrugada – sugirió Sebastian.

 

-         Puede ser. Cuando llegue, si te parece bien, te escribo y podemos vernos todos.

 

-         Claro. Nosotros deberíamos irnos ya hacia el hotel, Olie debería estar durmiendo desde hace media hora.

 

-         Como quieras, pero te va a costar separarle de mis hijos ahora. Parece que se lo están pasando muy bien.

Dylan, Kurt, Alice, Hannah y Olie estaban jugando con los dinosaurios de Dylan. Por lo visto, Olie encontraba fascinante la cantidad de información que Dy iba soltando sobre cada especie y, aunque dudo que entendiera la mitad de lo que decía, debía de considerar a mi hijo como una especie de ser todopoderoso y le observaba con la boca entreabierta. Empezaba a tener sueño, pero se frotaba los ojos para luchar contra él, igual que Alice.

-         Tengo que hacer fotos de esto – murmuró Sebastian. – Están adorables.

Estuve de acuerdo, la estampa era preciosa. Y ver a mi Dylan compartiendo momentos como ese me emocionaba sobremanera.

Los problemas comenzaron cuando Olie decidió coger uno de los juguetes.

-         ¡N-no! ¡No p-puedes separar a los triceratops! – protestó Dy.

 

-         ¡Mío! – gritó Olie.

 

-         ¡Tienen q-que estar j-juntos!

 

-         ¡Mío! – esa debía ser una de sus palabras favoritas.

 

-         C-coge otro – insistió Dylan, ofreciéndole un dinosaurio distinto, pero Olie le apartó de un manotazo y abrazó el que ya tenía.

 

-          ¡Mío! ¡MÍO!

 

Dylan se apartó y comenzó a balancearse, sin saber cómo reaccionar a aquella agresión. Me acerqué rápidamente para tratar de calmarle, pero Dy no dejó que le tocara. Se encogió sobre sí mismo con las manos sobre las orejas, sin dejar de mirar el triceratops en las manos de Olie, como si la mera visión de aquello le doliera físicamente.

 

-         ¡Devuélveselo! – gritó Kurt.

 

-         ¡Mío!

 

-         Olie, devuélveselo – intervino Sebastian.

 

-         Pero quiero jugar – protestó el pequeño, con un puchero.

A pesar de su actitud ligeramente demandante en torno al juguete, en verdad no estaba haciendo nada malo. Estaban jugando y era normal que se prestaran las cosas. Normalmente, habría aprovechado la situación para enseñarle a Olie cómo se pedía algo prestado y para decirle a Dylan que tenía que compartir, pero sabía que el problema de mi niño no era una cuestión de egoísmo, ya que no le importaba compartir sus otros dinosaurios. Pero algunos eran especiales para él y nadie podía tocarlos. Entre otras cosas, le daba miedo que pudieran romperse.

-         Peque, hay muchos dinos, ¿por qué no coges otro? – sugerí.

 

-         ¡Este!

 

-         ¡Ya te ha dicho que ese no! – dijo Kurt, y trató de quitárselo.

Como era más grande, consiguió su propósito y Olie empezó a llorar como mecanismo básico de defensa ante lo que para él era una injusticia terrible.

Dylan se calmó en cuando Kurt le devolvió el dinosaurio, así que me centré en darle a Sebastian una explicación.

-         Verás, es que Dylan…

 

-         Pertenece al espectro – me interrumpió. -  He hecho mis deberes – añadió, con una sonrisa, ante mi evidente confusión. Se me olvidaba que mi vida era de dominio público y que solo había que hacer un par de búsquedas en Google para enterarse de algunas cosas.

 

“¿Eso quiere decir que sabe sobre Holly?”

 

-         ¡BWAAAAAA! ¡TONTO, FEO, YA NO QUIERO JUGAR CONTIGO! – gritó Olie.

 

Me agaché junto a él, cogiendo otro dinosaurio como ofrenda de paz.

 

-         Ese juguete es muy especial para Dylan, pero te deja cualquier otro, ¿bueno? ¿Te gusta este? ¿Se lo pedimos?

 

Olie tomó el dinosaurio y lo tiró al suelo, enrabietado. No conforme con eso, apretó sus puñitos y me dio una patada. Y vaya que el crío tenía fuerza para ser tan diminuto.

 

-         ¡Oliver! – le regañó Sebastian. – Eso no se hace.

 

El niño quizás no lo notó, pero le tembló la voz. Sebastian se movió inseguro y le tomó de la mano, llevándolo hasta una silla cercana.

 

-         No se dan patadas, el tito te lo dijo antes – intentó hablar con firmeza, pero casi parecía que estuviese suplicando. Pobre. -  Te sentarás aquí lo que queda de noche....

 

-         Cof cof… cinco minutos… - murmuré, lo bastante alto para que me oyera.

 

-         ...lo que queda de cinco minutos – declaró.

 

Oliver, que no había dejado de llorar, empezó a berrear con verdadera potencia y se levantó de la silla. Sebastian me miró confundido, como diciendo “¿y ahora qué hago? ¡Se levantó!”.

 

Me acerqué a ellos y agarré al niño, que intentó alejarse, pero poco podía hacer contra un hombre adulto. Le volví a sentar sin decir nada, y el sé volvió a levantar. Le senté una vez más.

 

-         Papá te dirá cuando puedes salir – le informé.

 

El niño continuó con su llanto, pero se quedó en la silla. Subió las piernas y se las abrazó, sin dejar de llorar. Noté cómo Sebastian se rompía con cada una de sus lágrimas y le arrastré conmigo antes de que se dejase conmover y deshiciera aquel paso que acababa de dar.

 

-         Lo has hecho muy bien – le felicité.

 

-         Está llorando…

 

-         Esa es la parte difícil. Pero después le dirás que está perdonado y que le quieres mucho.

 

Respiró hondo y asintió, girándose un poco para no mirar al niño. La verdad es que daba pena oírle, yo mismo tenía que luchar contra cada músculo de mi cuerpo que me pedía que fuera a darle un abrazo.

 

-         ¿No es poco cinco minutos? – preguntó Sebastian, creo que con la necesidad de distraerse.

 

-         Recomiendan uno por cada año de vida, pero no está exactamente del tiempo fuera, sigue teniendo un montón de estímulos aquí, así que quizás necesita un poco más, por eso dije cinco y no tres. Pero si le dejas demasiado tiempo hará más mal que bien.

Volvió a asentir y se pasó las manos por el pelo. El llanto de Olie no cesaba y a Sebastian se le veía cada vez más angustiado.

-         Se calmará enseguida, ya lo verás.

 

-         Se hará daño en la garganta…

 

-         Si le sacas ahora, le darás un mensaje equivocado – le dije, adivinando sus intenciones. - ¿Por qué no llevas esto a la cocina? – le sugerí, dándole un par de bandejas vacías, para que se fuera de allí por un rato.

 

Siguió mi consejo, y tardó mucho más de lo necesario en ir y volver de la cocina. Se quedó escondido dentro de la casa y, quizás por no ver a su padre y considerar que su llanto no iba a ser escuchado, Olie se calmó un poco. Siguió lloriqueando, pero ya no de aquella manera que a mí también me hacía pensar que podía lastimarse la garganta.

Me aseguré de que Dylan estaba bien y dispersé a mis peques para que no hablaran con Olie.

Sebastian debía de haber llevado la cuenta del tiempo que pasaba, porque a falta de medio minuto para los cinco, volvió al jardín. Estaba pálido, como si hubiese visto un charco de sangre, aunque teniendo en cuenta que era médico seguramente estaba más pálido de lo que estaría en esa situación.

 

-         ¿Y ahora cómo le saco? – me preguntó.

 

-         Le recuerdas por qué está ahí, le dices que está perdonado y que le quieres mucho y le das un abrazo enorme.

 

Sebastian caminó lentamente como un soldado hacia un campo de minas y se agachó junto a su hijo. Yo me acerqué también, por si acaso.

 

-         Olie. Te puse en la silla porque le diste una patada al tito, y eso no se hace. Ya han pasado los cinco minutos, así que puedes salir. Estás perdonado, pececito, pero no lo puedes volver a hacer – le dijo y le cogió en brazos. – Te quiero mucho, cariño.

 

Oliver se aferró a su padre y renovó su llanto. Sebastian paseó con él, pero al niño le llevó un buen rato tranquilizarse.

 

Para pasar página con respecto a todo aquel episodio, Ted entró en casa a por un paquete de galletas a modo de postre y eso sirvió para congregar a su alrededor a un montón de pirañas… digo a un montón de niños, incluido a Olie, que estiró la manita pidiendo una mientras se frotaba los ojos con la otra.

 

-         Siguió llorando… ¿Debería haberle puesto otra vez en la silla hasta que se calmara? – me dijo Sebastian. Tenía aspecto de estar muy cansado. Llevaba muchas horas de viaje encima. 

 

-         No, ese no era un llanto para conseguir nada, solo estaba triste porque su papá le regañó. Todos los niños se sienten tristes por eso y más cuando no están acostumbrados.

 

-         Esto es muy difícil – se quejó. – No soporto verle llorar.

 

-         No se hará más fácil con el tiempo, pero tú ganarás más confianza. Y él aprenderá a aceptar que tú estás a cargo.

 

Sebastian suspiró y aceptó una galleta que Ted vino a ofrecernos en ese momento.

 

-         Ya se le pasó, se está riendo – nos informó, adivinando la crisis de padre primerizo en el ambiente.

 

-         Gracias.

 

-         No hay de qué. ¿Le puedo dar otra?

 

-         Sí, pero no más. Luego le dolerá la tripa.

 

Ted asintió y se fue a seguir consintiendo a los enanos.

 

-         Pensarás que soy un idiota, no es como si le hubiera torturado, pero… - empezó Sebastian.

 

-         … no puedes evitar sentirte mal. Te entiendo.

 

-         No habría podido sin tu ayuda. ¿Por qué no haces esto en vez de...ya sabes... darles palmadas...?

 

-         Hago las dos cosas. Pero mi experiencia me dice que si solo les pongo en la esquina acaban por acostumbrarse. A niños imaginativos como Barbie cuando era más pequeña hasta llega a gustarles y buscan formas en la pared o se inventan historias. Además, a veces hacen algo serio... Algo que necesito frenar o asegurarme de que nunca se repita… Mi forma de comunicarme con mis hijos es muy física, muy directa, pero jamás les haría daño.

 

-         Sí, eso no lo dudo… Se nota que les quieres mucho.

 

-         - Más que a mi vida.

-         TED'S POV –

-         Papá había abierto una academia improvisada de padres inexpertos y Sebastian era su primer cliente. Daba penita verle intentando regañar a Olie. Se notaba que adoraba a ese renacuajo y escucharle llorar cuando le castigó en la sillita por poco le vuelve loco.

-         A mí tampoco me gustó verle tan triste. Por suerte, sabía cómo animar a mis hermanos pequeños después de que se metieran en algún lío y supuse que con Olie podría funcionar también, así que fui a buscar unas galletas a la despensa. Como suponía, no pudo resistirse a la tentación. Después Sebastian me dejó darle otra y eso terminó de hacerle feliz. Las devoró como si no hubiese comido dos trozos de empanada y no sé cuántas patatas aquella noche.

-         - ¡Otra! – canturreó el pequeño, estirando las manitas.

-         - No, peque, ya tomaste dos.

-         Olie puso un puchero bastante logrado, pero Entre Kurt, Hannah y Alice ya me habían hecho inmune.

-         - Si te portas bien, mañana habrá más – le dije.

-         - ¡Yo buenito! – me aseguró y me sonó tan adorable que no pude resistirme a cogerle en brazos.

-         - Claro que sí, yo sé que te vas a portar muy bien y le vas a hacer caso a tu papá.

-         - ¿Me darás galletas mañana? – me preguntó.

-         - Te daré UNA galleta mañana, si tu papá me dice que has sido bueno.

-         - Dosh :3

-         - Pero mira el mocoso negociante este – repliqué, y le hice cosquillas. Su risa se me metió en lo más profundo del pecho. – Está bien, dos. Pero ya no más, ¿eh? ¿O quieres que me meta en líos yo?

-         - Jijiji :3

-         - Ah, ¿eso quieres? – me indigné y le hice más cosquillas, hasta que consideré que corría peligro de que se orinara encima.

-         Cuando terminé la tortura, se apretó bien contra mí no se me fuera a ocurrir dejarle en el sueño. Enano comestible.

-         - Nana también me da galletas :3

-         - ¿Nana? ¿Quién es nana?

-         - Mi amiga.

-         - Es su niñera – me explicó Sebastian, metiéndose en la conversación.

-         - Ella no ha venido porque papi se portó mal – me dijo Olie.

-         Sebastian se ruborizó, lo que me indicó que ahí podía haber alguna clase de historia romántica.

-         - Qué cosas dices, pececito. Venga, tenemos que irnos a dormir – le informó Sebastian, estirando los brazos para que se lo entregara.

-         - Yo mimo aquí :3

-         - No, cariño, nosotros dormimos en el hotel. Pero volvemos mañana.

-         - ¿Mañana? – preguntó el niño, como si quisiera comprobar que no le mentía.

-         - Te lo prometo – respondió Sebastian y se lo colgó del cuello con mucha suavidad.

-         - ¿Tash enfadado? – murmuró el niño, con la cara escondida en el cuello de su padre.

-         - No, pececito. Venga, dile adiós a Ted.

-         - Iosh :3

-         - Hasta mañana, peque – me despedí.

-         Sebastian me sonrió y después fue a despedirse de los demás.

-         - ¿Te traigo un babero? – se burló papá. – Para la baba que se te cae.

-         - Tráetelo a ti primero – repliqué. – "Tito Aidan".

-         Le encantaba como sonaba aquello y no lo disimuló ni un poco.

-         - ¿Y de Sebastian qué opinas? – me preguntó.

-         - Hablé poco con él. Parece majo.

-         - Más de lo que esperaba – me confesó.

-         - Si Dean es igual, haremos pleno.

-         - Shh. No lo gafes.

-         Acompañamos a Sebastian y a Oliver hacia la puerta. Papá insistió en acercarles al hotel y Sebastian insistió en pedir un taxi. Aún no conocía lo cabezota que podía llegar a ser mi padre y, por supuesto, perdió la batalla.

-         - Vuelvo enseguida – me dijo papá. – No hace falta que recojas, solo cuida de tus hermanos.

-         - Hasta ahora – respondí.

-         Claro que pensaba recoger y mis hermanos me iban a ayudar. Ninguno puso pegas y, entre todos, limpiamos el jardín en cinco minutos.

-         - Ha ido bastante bien, ¿no? – les tanteé, para ver qué opinaban de aquella noche.

-         - Habla por ti, yo he tenido que cenar de pie – protestó Alejandro.

-         - Todos hemos cenado de pie, era una cena de picoteo – replicó Madie.

-         - Sí, pero tú podías sentarte – enfatizó Jandro.

-         - Uh. Pobre nenito que le hicieron pampam – se burló Michael.

-         - Imbécil – trató de darle una colleja, pero Michael le esquivó.

-         - Ah, ah. Sin palabras feas.

-         - Te la estás jugando – le avisé a Michael.

-         - ¿Qué va a hacer el bebé? – le chinchó.

-         Alejandro cogió la jarra de agua y se la vació en la cara. Michael boqueó, sorprendido por verse repentinamente empapado.

-         - Te lo dije – me encogí de hombros. Alejandro se rio y Michael comenzó a perseguirle, buscando una revancha.

-         Les dejé jugar como el par de críos que en el fondo eran hasta que Michael fue directamente a por la manguera.

-         - Vale, vale, tregua – interrumpí, poniéndome en medio, pero era demasiado tarde. Michael había abierto la llave y un chorro de agua helada me empapó de los pies a la cabeza. - ¡MICHAEL!

-         - Ups. ¡Corre, Jandro, corre!

-         Grrr. Mientras esos dos hacían el payaso, yo me froté los brazos, muerto de frío. Barie me acercó una manta que papá había sacado antes y me la puso por encima.

-         - Gracias, Bar. ¿Estás bien? – pregunté, porque estaba algo seria.

-         - Sí. Solo estaba pensando.

-         - ¿En qué?

-         - Me da pena que Olie también esté creciendo sin una madre.

-         "También".

-         - Sí... No sé si papá sabe qué pasó.

-         Ella se mordió el labio.

-         - ¿Baire?

-         - Les escuché hablando antes – me confesó. Princesita cotilla.

-         - ¿Y?

-         Bueno, yo también quería saber.

-         - Su madre se murió – me informó. – De cáncer.

-         - Pobre enano. Pero Sebastian le quiere mucho.

-         - Sí... ¿Va a ser nuestro tío?

-         La miré a los ojos.

-         - Si algo he aprendido, Barie, es que la gente termina siendo quien tú quieras que sea. Te fijaste en Holly, y míranos.

-         - Aún no se han casado – me recordó.

-         - Y estoy seguro de que ya tienes varios planes para ocuparte de eso – repliqué y ella se rio, sin confirmar ni desmentir mi suposición.

-         AIDAN'S POV –

-         Para cuando llegamos al hotel, Olie ya se había dormido. Sebastian le sacó del coche con mucho cuidado y yo bajé su maleta. Se las apañó para coger al niño con un brazo y llevar la enorme maleta con el otro. Y tampoco pudimos darnos un abrazo entonces, porque iba muy cargado.

-         - Nos vemos mañana – me susurró.

-         - Hasta mañana.

-         Regresé a casa sintiéndome eufórico. Tenía un nuevo hermano y un sobrino.

-         Dejé el coche junto al de Ted y entré para ver si mis hijos se sentían tan contentos como yo. Me encontré con que habían recogido el jardín y estaban en el piso de arriba poniéndose el pijama. Subí a verlos y lo primero que hallé fue a un Ted empapado quitándose una camiseta igual de mojada.

-         - ¿Qué ha pasado?

-         - Uy, pues es que se puso a llover de la nada, ¿verdad? Ha sido muy raro – dijo Michael.

-         - Ahá. ¿Y solo le ha llovido a vuestro hermano?

-         - Ya sabes lo que dicen: el tontorrón atrae un chaparrón.

-         Ted le tiró una almohada y yo rodé los ojos. No parecían peleados, así que lo dejé pasar, pero obligué a Ted a tomar una ducha caliente.

-         Ayudé a los más pequeños a cambiarse y para mi tranquilidad comprobé que Olie les había caído bien, a pesar de haberles buscado un par de problemas. Kurt se había sentido celoso al saber de su existencia, pero ahora había tomado un papel de primito mayor que le hacía simplemente adorable.

-         "Todo lo que hace Kurt te parece adorable" replicó una voz en mi cabeza.

-         "Porque lo es".

-         Aproveché un momento de calma antes de acostarles para ir a cambiarme yo mismo. Me sentía sudado, pero me daba pereza ducharme, ya lo haría por la mañana. Me estaba sacando la camiseta cuando algo me golpeó con fuerza el pecho. Me saqué la tela de la cara como pude para descubrir quién me había placado y me encontré con Alejandro.

-         - Hey. Hola, campeón. ¿Y este abrazo?

-         - Lo siento – me susurró, en un tono que evidenciaba que no se estaba disculpando por haberme abordado tan bruscamente.

-         - Ya está todo hablado, canijo. Ya te disculpaste.

-         - Pero quiero hacerlo otra vez... Perdón... Gracias por apoyarme con lo del musical.

-         - Eso ni se agradece, Jandro. Me hace feliz que encuentres algo que te haga feliz.

-         Me sonrió, genuinamente al principio y con algo de malicia después y entonces me empujó para que cayera sobre la cama y se tiró encima de mí.

-         - ¡Oye! ¡Ahora verás!

-         Me giré rápidamente hasta invertir las posiciones. Le aplasté con cuidado de no hacerle verdadero daño.

-         - ¡Ugh! ¡Pesas! – protestó.

-         - ¿Te rindes?

-         - ¡No!

-         Alcé una ceja y le quité las zapatillas. Atrapé uno de sus pies.

-         - ¿Seguro? - pregunté, y empecé a hacerle cosquillas en la planta.

-         Alejandro se revolvió como una lagartija, empujó, tiró, y al final consiguió escaparse. Me miró con indignación.

-         - Ponte una camiseta, exhibicionista – me dijo.

-         - Te gané – repliqué, orgulloso. – Y como premio, tienes que dormir aquí conmigo.

-         - ¡Papá! – se quejó.

-         - ¿Necesitas otro asalto? – le pregunté y Alejandro se sentó sobre sus talones para evitarme cualquier acceso a sus pies. Me tuve que reír ante lo infantil del gesto. Él se rio también.

-         Se me quedó mirando y casi adiviné lo que iba a decir antes de que abriera los labios:

-         - ¡Dos días para mi cumple!

-          

 

3 comentarios:

  1. Amo essa históri. Família linda e Aidan perfeito, só acho que ele pega um pouco pesado com Alejandro sei que o garoto apronta, mas Michael trata aidan com mais grosseria e Aidan é mais suave com ele.

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    1. Me da gusto que se lo diga la gente de más sitios, en wappt se lo decimos un millón de veces y solo se enfada cuando le decimos que con Alejandro se pasa,haber si diciéndoselo de más sitios se da cuenta

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    2. Si cuenta de que me lo decís me doy, pero es mi historia y hago lo que quiero xD

      Y no me enfado, dejo bastante libertad para que cada uno diga lo que quiera, solo no soy un muñeco para hacer lo que me dicen

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