La recién nacida era
poco más que una bolita envuelta en una mantita suave. El señor Jefferson
insistió en que James y John entraran a verla también, como todo un padre
orgulloso que quiere presumir de su progenie.
William miraba fascinado a su nueva hermanita, tranquilo después de que le hubieran dicho que su madre estaba bien, que estaba descansando.
- ¿Verdad que es perfecta? - preguntó el señor Jefferson. John sonreía ante tanto entusiasmo paterno. Mayoritariamente se sentía feliz, pero también algo nostálgico. No pudo evitar acordarse del nacimiento de sus dos preciosas hijas.
- Sí que lo es, pero debería ir a dormir – le sugirió la señora Howkings. - Elisabeth le va a necesitar mucho estos días.
El hombre asintió, a su pesar, y colocó a la bebé en manos de la posadera. La señora Tomilson bajó en ese momento.
- Yo ya me voy – anunció.
El señor Jefferson la tomó de las manos delicada y sinceramente.
- Muchas gracias por su ayuda.
- Mañana vendrá el doctor a revisarla, pero parece una niña muy sana – respondió la mujer.
William miraba fascinado a su nueva hermanita, tranquilo después de que le hubieran dicho que su madre estaba bien, que estaba descansando.
- ¿Verdad que es perfecta? - preguntó el señor Jefferson. John sonreía ante tanto entusiasmo paterno. Mayoritariamente se sentía feliz, pero también algo nostálgico. No pudo evitar acordarse del nacimiento de sus dos preciosas hijas.
- Sí que lo es, pero debería ir a dormir – le sugirió la señora Howkings. - Elisabeth le va a necesitar mucho estos días.
El hombre asintió, a su pesar, y colocó a la bebé en manos de la posadera. La señora Tomilson bajó en ese momento.
- Yo ya me voy – anunció.
El señor Jefferson la tomó de las manos delicada y sinceramente.
- Muchas gracias por su ayuda.
- Mañana vendrá el doctor a revisarla, pero parece una niña muy sana – respondió la mujer.
- ¿Y mi madre? -
murmuró Will.
- Está perfectamente.
Solo necesita descansar.
- Quiero ir a verla – pidió el niño.
- La verás por la mañana.
- Ya es por la mañana – insistió. Técnicamente era cierto, faltaban minutos para el amanecer.
- ¡William! - regañó el señor Jefferson.
Normalente, ese tono hubiera bastado para que Will dejara de replicarle a un adulto, pero era su madre de quien estaban hablando.
- Solo quiero ver si está bien – protestó.
- Ya te han dicho que está bien – cortó su padre.
- ¡Pero solo quiero verla un segundo!
El señor Jefferson, que se había pasado la noche en vela, no estaba en su momento más paciente y John se dio cuenta de que le faltaba poco para perder la calma. Se puso delante de él, como interponiéndose entre su mirada furiosa y el niño al que iba destinada.
- El muchacho no se quedará tranquilo hasta que la vea. No la despertará, ¿verdad, Will? - preguntó y él niño negó fervientemente con la cabeza. - Después me le llevaré de nuevo, para que usted pueda dormir y él también pueda descansar algo más.
Will compartía una habitación con sus padres y, dado que los señores Jefferson y su recién nacida tenían que dormir -o intentarlo, si el bebé les dejaba-, la ayuda les vendría bien. Por la tarde recuperarían la normalidad y les devolvería al niño.
El señor Jefferson dio su consentimiento con un gesto de la cabeza y Will voló escaleras arriba, antes de que cambiara de opinión.
- No sé cómo agradecer su amabilidad – le dijo a John.
- Traer al mundo a un hijo sin familia cerca es complicado. Considérenos a James y a mí su familia.
El señor Jefferson sonrió, enseñando una hilera de dientes blancos que combinaban a la perfección con su piel morena, y puso una mano en el hombro de John en un gesto de gratitud y complicidad.
- Si Will le da problemas, no dude en reprenderle – le indicó.
- Estoy seguro de que no lo hará. Es un buen chico.
James miró a su padre con cierta sorpresa. No le había contado al señor Jefferson lo que había pasado la tarde anterior. Claro que aquel no parecía el momento de decir que el niño se había metido en problemas.
Will bajó en ese momento, mucho más tranquilo que antes al ver a su madre dormir plácidamente. Se despidió de su padre y salieron de la posada. El cielo tenía un color anaranjado y una incipiente esfera solar asomaba por el horizonte.
- Supongo que ninguno de los dos querrá volver a dormir – planteó y ambos niños negaron con la cabeza. - Bien, en ese caso, vamos a desayunar y después podéis ir a jugar con Spark.
James y Will estaban en una edad difícil. Muchos padres consideraban que los muchachos de doce años o más ya no debían perder el tiempo por ahí, sino contribuir activamente al trabajo de la granja o a cualquiera que fuera la actividad económica de los padres. En muchos casos, era una necesidad: hacían falta todas las manos disponibles. Pero John no tenía una granja, por el momento, y no veía nada de malo en que James disfrutara de ser un niño todo el tiempo que le fuera posible. Por lo que había visto, el señor Jefferson era de la misma opinión.
Preparó un desayuno para los tres y después los chicos y el perro desaparecieron de su vista, con la velocidad de un rayo. James volvió una hora después, sin embargo. Regresó él solo y fue directamente a su habitación, lo que le hizo pensar a John que había tenido alguna clase de malentendido con Will. Las riñas a esas edades eran habituales y lo vio como una oportunidad de hablar con él y aconsejarle. Llamó a la puerta para anunciarse ante el niño y entró. Le encontró tumbado sobre su cama, con cara de fastidio.
- ¿Todo bien, hijo? - - preguntó.
- Sí, padre – respondió James, si demasiado entusiasmo.
- ¿Seguro? ¿Dónde está Will?
- Con Spark.
- Quiero ir a verla – pidió el niño.
- La verás por la mañana.
- Ya es por la mañana – insistió. Técnicamente era cierto, faltaban minutos para el amanecer.
- ¡William! - regañó el señor Jefferson.
Normalente, ese tono hubiera bastado para que Will dejara de replicarle a un adulto, pero era su madre de quien estaban hablando.
- Solo quiero ver si está bien – protestó.
- Ya te han dicho que está bien – cortó su padre.
- ¡Pero solo quiero verla un segundo!
El señor Jefferson, que se había pasado la noche en vela, no estaba en su momento más paciente y John se dio cuenta de que le faltaba poco para perder la calma. Se puso delante de él, como interponiéndose entre su mirada furiosa y el niño al que iba destinada.
- El muchacho no se quedará tranquilo hasta que la vea. No la despertará, ¿verdad, Will? - preguntó y él niño negó fervientemente con la cabeza. - Después me le llevaré de nuevo, para que usted pueda dormir y él también pueda descansar algo más.
Will compartía una habitación con sus padres y, dado que los señores Jefferson y su recién nacida tenían que dormir -o intentarlo, si el bebé les dejaba-, la ayuda les vendría bien. Por la tarde recuperarían la normalidad y les devolvería al niño.
El señor Jefferson dio su consentimiento con un gesto de la cabeza y Will voló escaleras arriba, antes de que cambiara de opinión.
- No sé cómo agradecer su amabilidad – le dijo a John.
- Traer al mundo a un hijo sin familia cerca es complicado. Considérenos a James y a mí su familia.
El señor Jefferson sonrió, enseñando una hilera de dientes blancos que combinaban a la perfección con su piel morena, y puso una mano en el hombro de John en un gesto de gratitud y complicidad.
- Si Will le da problemas, no dude en reprenderle – le indicó.
- Estoy seguro de que no lo hará. Es un buen chico.
James miró a su padre con cierta sorpresa. No le había contado al señor Jefferson lo que había pasado la tarde anterior. Claro que aquel no parecía el momento de decir que el niño se había metido en problemas.
Will bajó en ese momento, mucho más tranquilo que antes al ver a su madre dormir plácidamente. Se despidió de su padre y salieron de la posada. El cielo tenía un color anaranjado y una incipiente esfera solar asomaba por el horizonte.
- Supongo que ninguno de los dos querrá volver a dormir – planteó y ambos niños negaron con la cabeza. - Bien, en ese caso, vamos a desayunar y después podéis ir a jugar con Spark.
James y Will estaban en una edad difícil. Muchos padres consideraban que los muchachos de doce años o más ya no debían perder el tiempo por ahí, sino contribuir activamente al trabajo de la granja o a cualquiera que fuera la actividad económica de los padres. En muchos casos, era una necesidad: hacían falta todas las manos disponibles. Pero John no tenía una granja, por el momento, y no veía nada de malo en que James disfrutara de ser un niño todo el tiempo que le fuera posible. Por lo que había visto, el señor Jefferson era de la misma opinión.
Preparó un desayuno para los tres y después los chicos y el perro desaparecieron de su vista, con la velocidad de un rayo. James volvió una hora después, sin embargo. Regresó él solo y fue directamente a su habitación, lo que le hizo pensar a John que había tenido alguna clase de malentendido con Will. Las riñas a esas edades eran habituales y lo vio como una oportunidad de hablar con él y aconsejarle. Llamó a la puerta para anunciarse ante el niño y entró. Le encontró tumbado sobre su cama, con cara de fastidio.
- ¿Todo bien, hijo? - - preguntó.
- Sí, padre – respondió James, si demasiado entusiasmo.
- ¿Seguro? ¿Dónde está Will?
- Con Spark.
- ¿Y tú? ¿No quieres ir con ellos? - insistió John.
James negó y después suspiró ruidosamente.
- ¿Te has enfadado con Will?
John decidió ser más directo. El niño se encogió de hombros y se sentó.
- Mmm. Eso parece un sí – intuyó John. - ¿Qué pasó?
- Nada.... Es solo que... - empezó James. Tenía problemas para continuar, pero confiaba en John plenamente. - Ya me has castigado por su culpa dos veces – dijo al final. - Siempre me meto en líos desde que está aquí.
John sonrió ligeramente y se sentó a su lado.
- ¿No crees que estás exagerando un poco? Le ves casi todos los días y la mayor parte de esas veces no te metes en ningún problema – le hizo notar. - Además, él no te obligó a pelear a la salida de la iglesia, ¿verdad? Y cuando fuiste a los calabozos ayer, no te obligó tampoco.
James puso un mohín
muy gracioso.
- No me obligó, pero
fue por su culpa – respondió, con cabezonería.
- No funciona así, chico. Cuando tienes un amigo es fácil dejarse llevar y hacer tonterías, pero la decisión final siempre es tuya, James. Tú decides si algo no es correcto. Es lo que espero de ti y sé que aprenderás a hacerlo. Eres muy inteligente, después de todo. Demasiado, en realidad – le dijo, afectuosamente. - Will no tiene la culpa. Al estar con él, se te presentarán situaciones donde tendrás que elegir entre demostrarle algo a él o demostrártelo a ti mismo. ¿Quién quieres ser, el amigo divertido que desobedece a su padre para jugar en los calabozos o el chico que sabe cuándo es mejor decir que no? Si Will es tu amigo de verdad, entenderá que a veces digas que no. Y a mí me parece que puede ser un amigo de verdad.
James le escuchó con atención y luego asintió, dándole la razón a su padre. Tímidamente, se apoyó sobre él y John le pasó el brazo por encima como muestra de afecto.
- Meterse en un lío o dos es una parte esencial de tener trece años, James – le susurró. - Es mi deber enseñarte cómo debes comportarte, pero me preocuparía más si nunca hicieras alguna travesura. Will no es una mala influencia para ti, al contrario: te ayuda a divertirte y es un compañero de aventuras. Si alguna vez te propone algo verdaderamente malo o peligroso seré el primero en querer que te alejes de él. Pero, de momento, creo que lo mejor es que vayas con él y hagas las paces, ¿no?
James volvió a asentir y sonrió ligeramente. Salió a buscar a Will, pero volvió en seguida.
- Padre, no le encuentro – le dijo.
- ¿Has mirado bien? Spark corre mucho. A lo mejor se han ido al otro extremo de la aldea. Espera, voy contigo.
John y James se recorrieron el pueblo, pero no había rastro del muchacho. John comenzó a ponerse nervioso. ¿Qué le diría a sus padres si preguntaban por el niño? ¿Que en tan solo poco más de una hora le había perdido? Cuando no le encontraron en los lugares habituales, John consideró que tal vez se había ido a la posada y ya iba a ir a comprobarlo cuando escuchó algo de revuelo en una de las calles. Will estaba rodeado por otros tres chicos y era evidente que no estaban teniendo una conversación agradable. Spark ladraba y gruñía en su defensa y entonces uno de los chicos le dio una patada al perro. William se lanzó a por él y le tiró al suelo, pero los otros dos muchachos no tardaron en sumarse a la pelea. John corrió hacia ellos para separarlos.
- ¡Suficiente! - exclamó, mientras tiraba de William. - ¿Qué está pasando aquí?
- ¡El negro comenzó a insultarnos!
- ¡Mentira, ellos empezaron! - se defendió Will. - ¡Me llamaron esclavo!
John había visto lo suficiente como para saber que los chicos le habían estado molestando.
- Tres contra uno, debería daros vergüenza – les dijo. - Vamos a hablar con vuestros padres ahora mismo.
- ¡Ese perro me mordió, haré que le peguen un tiro! - gritó uno de ellos.
- ¡Spark no te ha mordido, embustero! - intervino James.
- ¿Tú que sabrás, huérfano?
James sintió ganas de darle un puñetazo, pero se contuvo. Apretó la mandíbula y soltó un bufido.
- Basta – cortó John. - A vuestras casas, ahora, si no queréis pasar un par de noches en el calabozo.
Eso bastó para que los muchachos guardaran silencio y John les acompañó a sus respectivos hogares, explicando a sus padres lo que había pasado. Ninguno pareció muy afectado porque hubieran insultado a William, pero sí porque hubieran ofendido a James. Cuando se alejaron de la última casa, John detuvo a James con un gesto, para hablar con él.
- Estoy orgulloso de ti, por haber controlado tu furia – le dijo.
El niño creció dos tallas con esas palabras y le sonrió plenamente, pero mientras ellos mantenían esa breve conversación, Will cogió una piedra, dispuesto a arrojarla contras las ventanas de la casa de uno de los chicos que se habían metido con él. John le sujetó la mano a tiempo.
- ¡William! ¿Te has vuelto loco? - le increpó.
- ¡No les importó! ¡Me llamaron esclavo y a sus padres no les importó! ¡Son peores que sus hijos!
John dejó escapar el aire en un suspiro.
- Tienes razón, Will. No tenían derecho a decirte eso, pero...
- ¡Debió dejar que me encargara yo! - protestó. - ¡No necesito que nadie me defienda ni que me tengan por un debilucho que tiene que refugiarse en el sheriff!
- ¿Y cuál era tu solución? ¿Pelearte con ellos? ¿Tú solo? Te hubieran machacado, chico, y la violencia nunca es la solución. No vas a cambiar su opinión con los puños, sino con las palabras. Nunca antes han visto a nadie de tu color, así que les va a costar acostumbrarse. Haremos que entiendan, te lo prometo – dijo John.
Por un instante, pareció que William le escuchaba, pero luego se giró y arrojó la piedra contra la casa, furioso. Por suerte no acertó en la ventana, sino en la madera y no pasó nada. John le agarró de los brazos y le zarandeó.
- ¡Si hubieras roto esa ventana le habrías ocasionado muchos problemas a tu padre! - le regañó. - ¡No solo tendría que pagarla, sino que les darías una excusa a esa gente para hablar mal de vosotros!
Will enmuedeció ante el tono enérgico que John empleó y agachó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada.
- No funciona así, chico. Cuando tienes un amigo es fácil dejarse llevar y hacer tonterías, pero la decisión final siempre es tuya, James. Tú decides si algo no es correcto. Es lo que espero de ti y sé que aprenderás a hacerlo. Eres muy inteligente, después de todo. Demasiado, en realidad – le dijo, afectuosamente. - Will no tiene la culpa. Al estar con él, se te presentarán situaciones donde tendrás que elegir entre demostrarle algo a él o demostrártelo a ti mismo. ¿Quién quieres ser, el amigo divertido que desobedece a su padre para jugar en los calabozos o el chico que sabe cuándo es mejor decir que no? Si Will es tu amigo de verdad, entenderá que a veces digas que no. Y a mí me parece que puede ser un amigo de verdad.
James le escuchó con atención y luego asintió, dándole la razón a su padre. Tímidamente, se apoyó sobre él y John le pasó el brazo por encima como muestra de afecto.
- Meterse en un lío o dos es una parte esencial de tener trece años, James – le susurró. - Es mi deber enseñarte cómo debes comportarte, pero me preocuparía más si nunca hicieras alguna travesura. Will no es una mala influencia para ti, al contrario: te ayuda a divertirte y es un compañero de aventuras. Si alguna vez te propone algo verdaderamente malo o peligroso seré el primero en querer que te alejes de él. Pero, de momento, creo que lo mejor es que vayas con él y hagas las paces, ¿no?
James volvió a asentir y sonrió ligeramente. Salió a buscar a Will, pero volvió en seguida.
- Padre, no le encuentro – le dijo.
- ¿Has mirado bien? Spark corre mucho. A lo mejor se han ido al otro extremo de la aldea. Espera, voy contigo.
John y James se recorrieron el pueblo, pero no había rastro del muchacho. John comenzó a ponerse nervioso. ¿Qué le diría a sus padres si preguntaban por el niño? ¿Que en tan solo poco más de una hora le había perdido? Cuando no le encontraron en los lugares habituales, John consideró que tal vez se había ido a la posada y ya iba a ir a comprobarlo cuando escuchó algo de revuelo en una de las calles. Will estaba rodeado por otros tres chicos y era evidente que no estaban teniendo una conversación agradable. Spark ladraba y gruñía en su defensa y entonces uno de los chicos le dio una patada al perro. William se lanzó a por él y le tiró al suelo, pero los otros dos muchachos no tardaron en sumarse a la pelea. John corrió hacia ellos para separarlos.
- ¡Suficiente! - exclamó, mientras tiraba de William. - ¿Qué está pasando aquí?
- ¡El negro comenzó a insultarnos!
- ¡Mentira, ellos empezaron! - se defendió Will. - ¡Me llamaron esclavo!
John había visto lo suficiente como para saber que los chicos le habían estado molestando.
- Tres contra uno, debería daros vergüenza – les dijo. - Vamos a hablar con vuestros padres ahora mismo.
- ¡Ese perro me mordió, haré que le peguen un tiro! - gritó uno de ellos.
- ¡Spark no te ha mordido, embustero! - intervino James.
- ¿Tú que sabrás, huérfano?
James sintió ganas de darle un puñetazo, pero se contuvo. Apretó la mandíbula y soltó un bufido.
- Basta – cortó John. - A vuestras casas, ahora, si no queréis pasar un par de noches en el calabozo.
Eso bastó para que los muchachos guardaran silencio y John les acompañó a sus respectivos hogares, explicando a sus padres lo que había pasado. Ninguno pareció muy afectado porque hubieran insultado a William, pero sí porque hubieran ofendido a James. Cuando se alejaron de la última casa, John detuvo a James con un gesto, para hablar con él.
- Estoy orgulloso de ti, por haber controlado tu furia – le dijo.
El niño creció dos tallas con esas palabras y le sonrió plenamente, pero mientras ellos mantenían esa breve conversación, Will cogió una piedra, dispuesto a arrojarla contras las ventanas de la casa de uno de los chicos que se habían metido con él. John le sujetó la mano a tiempo.
- ¡William! ¿Te has vuelto loco? - le increpó.
- ¡No les importó! ¡Me llamaron esclavo y a sus padres no les importó! ¡Son peores que sus hijos!
John dejó escapar el aire en un suspiro.
- Tienes razón, Will. No tenían derecho a decirte eso, pero...
- ¡Debió dejar que me encargara yo! - protestó. - ¡No necesito que nadie me defienda ni que me tengan por un debilucho que tiene que refugiarse en el sheriff!
- ¿Y cuál era tu solución? ¿Pelearte con ellos? ¿Tú solo? Te hubieran machacado, chico, y la violencia nunca es la solución. No vas a cambiar su opinión con los puños, sino con las palabras. Nunca antes han visto a nadie de tu color, así que les va a costar acostumbrarse. Haremos que entiendan, te lo prometo – dijo John.
Por un instante, pareció que William le escuchaba, pero luego se giró y arrojó la piedra contra la casa, furioso. Por suerte no acertó en la ventana, sino en la madera y no pasó nada. John le agarró de los brazos y le zarandeó.
- ¡Si hubieras roto esa ventana le habrías ocasionado muchos problemas a tu padre! - le regañó. - ¡No solo tendría que pagarla, sino que les darías una excusa a esa gente para hablar mal de vosotros!
Will enmuedeció ante el tono enérgico que John empleó y agachó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada.
- Vámonos a casa –
ordenó y nadie se atrevió a contradecirle.
Cuando llegaron, le pidió a James que se quedara en su cuarto y a William que fuera al cobertizo.
- ¿Qué vas a hacer, padre? - preguntó James, preocupado.
- Tranquilo, hijo. Nada que no haría contigo.
Cuando llegaron, le pidió a James que se quedara en su cuarto y a William que fuera al cobertizo.
- ¿Qué vas a hacer, padre? - preguntó James, preocupado.
- Tranquilo, hijo. Nada que no haría contigo.
- Ellos le
insultaron, pa – intercedió. John sonrió por esa forma de llamarle. Le revolvió
el pelo.
- Lo sé, James. Quédate tu cuarto, ¿está bien?
El niño asintió, mordiéndose el labio porque ya se imaginaba lo que iba a pasar.
John fue con William y le encontró observando las pieles con interés. Tal vez nunca había visto unas. Ya no era tan común, la gente hacía la ropa a partir de telas.
- Pasé por alto tu desobediencia de ayer, William, a pesar de que sí castigué a mi hijo. No se lo dije a tu padre porque estáis viviendo un momento especial con el nacimiento de tu hermanita. Pero no puedo hacer lo mismo con lo que hiciste hoy. Te peleaste con esos chicos. Ellos te insultaron, lo sé, pero tú diste el primer golpe.
- ¡No, ellos dieron el primer golpe, le pegaron a Spark! - protestó el niño. John se había dado cuenta de que era un poco más respondón que James.
- Está bien, eso es cierto, pero tú les pegaste a ellos. ¡No tenías ninguna poibilidad, chico, eran tes y eran más grandes que tú!
- ¡No voy a pedir ayuda como una niña, sé defenderme solo!
- Lo sé, James. Quédate tu cuarto, ¿está bien?
El niño asintió, mordiéndose el labio porque ya se imaginaba lo que iba a pasar.
John fue con William y le encontró observando las pieles con interés. Tal vez nunca había visto unas. Ya no era tan común, la gente hacía la ropa a partir de telas.
- Pasé por alto tu desobediencia de ayer, William, a pesar de que sí castigué a mi hijo. No se lo dije a tu padre porque estáis viviendo un momento especial con el nacimiento de tu hermanita. Pero no puedo hacer lo mismo con lo que hiciste hoy. Te peleaste con esos chicos. Ellos te insultaron, lo sé, pero tú diste el primer golpe.
- ¡No, ellos dieron el primer golpe, le pegaron a Spark! - protestó el niño. John se había dado cuenta de que era un poco más respondón que James.
- Está bien, eso es cierto, pero tú les pegaste a ellos. ¡No tenías ninguna poibilidad, chico, eran tes y eran más grandes que tú!
- ¡No voy a pedir ayuda como una niña, sé defenderme solo!
- Basta. No me repliques mientras te estoy regañando, ¿entendido?
- Sí, señor – musitó el chico.
- La venganza no resuelve nada. Si alguien te hace daño, hacerle más daño no es la solución.
- Padre no se enfada porque me pelee si la causa es justa – refunfuñó.
John se apretó el puente de la nariz. El muchacho no lo podía evitar, era ligeramente impertinente, pero de una forma adorable. No pretendía ser maleducado, simplemente no podía evitar replicarle, igual que James no podía contener sus preguntas constantes.
- Bueno, pues yo sí, pero si estás en problemas no es por pelear – le dijo. - Es por arrojar esa piedra, cuando ya te había dicho expresamente que no lo hicieras. ¿Tu padre también te deja destruir las casas ajenas?
- No, señor – respondió Will, más apocado y visiblemente arrepentido. - Por favor, no se lo diga.
- Dependerá de ti si quieres decírselo o no, William, pero yo voy a castigarte. Tu padre me dijo que lo hiciera si lo creía necesario, aunque no pensé que fueras a darme motivos.
El niño tardó unos segundos en asimilarlo y cuando lo hizo su expresión de sorpresa se transformó en una de inmensa tristeza.
- Sí, señor Duncan – suspiró.
A John le asombró que aceptara la idea con tanta rapidez, pero le sirvió para entender que el muchacho ya sabía que no hacía actuado bien.
- ¿Cómo lo hace tu padre, Will? - le preguntó.
El chico le miró como si estuviera preguntando algo evidente.
- Se quita el cinturón, me quita la ropa y me pega – respondió.
- ¿Siempre es así?
- Si madre está delante es con ropa.
- ¿Ella nunca te castiga?
- A veces – murmuró el niño, visiblemente avergonzado. - Con su mano o con un cepillo.
Will arrastró el pie derecho por el suelo, en circulitos nerviosos.
- En realidad, padre solo me ha castigado seis veces – continuó el chico, viendo que John no decía nada. - Cuando era más pequeño dejaba que lo hiciera madre, pero cuando cumplí diez me llevó por primera vez al granero. Yo estaba muy asustado.
“Justo como lo estás ahora” pensó John.
- ¿Y fue tan terrible? - inquirió.
William negó con la cabeza.
- Sobreviví - respondió con una sonrisa triste.
- Yo no voy a usar un cinturón, William, porque entiendo por qué reaccionaste así, pero tirar piedras en casas ajenas no es algo que te vaya a permitir.
- Ellos tiraron piedras en la posada – murmuró el niño. - Rompieron un cristal.
“Ellos” era un ente ambiguo que representaba a “todos los que nos odian por ser negros”.
- Tú eres mejor
persona – afirmó John, con seguridad.
Ante eso, Will no supo qué decir, así que guardó silencio.
John suspiró. No quería angustiar al niño, por eso se guardó para sí mismo lo que estaba pensando, pero tenía miedo de cuál pudiera ser la respuesta de la gente de la aldea si le veían tirando piedras contra las casas. Tal vez les echaran del pueblo o fueran crueles con el chico. Había gente realmente incapaz de ver más allá de un color de piel.
Caminó hasta el arcón y se sentó encima.
- Ven aquí, Will. Y no te preocupes. Vas a sobrevivir hoy también – bromeó, intentando aligerar la tensión.
El niño se había acercado y John iba a ayudarle a tumbarse encima, cuando escuchó algo que le hizo detenerse.
- Nunca me ha pegado un blanco – susurró Will, muy bajito.
John se aseguró de que le mirara a los ojos sujetando su barbilla.
- Yo no soy “un blanco”. Soy el padre de James y esta misma mañana le he dicho a tu padre que podéis considerarnos vuestra familia. No tienes nada que temer de mí, porque jamás te haré daño.
William no apartó la mirada durante varias segundos después de que el breve discurso terminara.
- ¿Significa eso que puedo llamarte “tío John”?
Sin poderlo evitar, John soltó una carcajada. Pero qué descarado era ese mocoso.
- Puedes llamarme como quieras, Will, pero eso no va a librarte ahora, ¿eh? Ven, acabemos ya.
Le ayudó a tumbarse sobre sus piernas y le sujetó bien. El arcón era alto, John también y el niño algo bajo para su edad, así que apenas llegaba con los pies al suelo.
- Si alguien te molesta, y me temo que te van a molestar, tienes que decírselo a tus padres o a mí, ya que acabas de ascenderme a tío. Hay ocasiones en las que puedes defenderte a ti mismo: cuando tres chicos más grandes que tú se meten contigo no es una de ellas. Y nunca, nunca, puedes arrojar piedras a otro sitio que no sea al agua – declaró, antes de empezar con el castigo.
Ante eso, Will no supo qué decir, así que guardó silencio.
John suspiró. No quería angustiar al niño, por eso se guardó para sí mismo lo que estaba pensando, pero tenía miedo de cuál pudiera ser la respuesta de la gente de la aldea si le veían tirando piedras contra las casas. Tal vez les echaran del pueblo o fueran crueles con el chico. Había gente realmente incapaz de ver más allá de un color de piel.
Caminó hasta el arcón y se sentó encima.
- Ven aquí, Will. Y no te preocupes. Vas a sobrevivir hoy también – bromeó, intentando aligerar la tensión.
El niño se había acercado y John iba a ayudarle a tumbarse encima, cuando escuchó algo que le hizo detenerse.
- Nunca me ha pegado un blanco – susurró Will, muy bajito.
John se aseguró de que le mirara a los ojos sujetando su barbilla.
- Yo no soy “un blanco”. Soy el padre de James y esta misma mañana le he dicho a tu padre que podéis considerarnos vuestra familia. No tienes nada que temer de mí, porque jamás te haré daño.
William no apartó la mirada durante varias segundos después de que el breve discurso terminara.
- ¿Significa eso que puedo llamarte “tío John”?
Sin poderlo evitar, John soltó una carcajada. Pero qué descarado era ese mocoso.
- Puedes llamarme como quieras, Will, pero eso no va a librarte ahora, ¿eh? Ven, acabemos ya.
Le ayudó a tumbarse sobre sus piernas y le sujetó bien. El arcón era alto, John también y el niño algo bajo para su edad, así que apenas llegaba con los pies al suelo.
- Si alguien te molesta, y me temo que te van a molestar, tienes que decírselo a tus padres o a mí, ya que acabas de ascenderme a tío. Hay ocasiones en las que puedes defenderte a ti mismo: cuando tres chicos más grandes que tú se meten contigo no es una de ellas. Y nunca, nunca, puedes arrojar piedras a otro sitio que no sea al agua – declaró, antes de empezar con el castigo.
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- Tío John, pegas mucho más fuerte que mi madre – protestó el niño, en cuanto sintió una caricia reconfortante en la espalda y la ligera sensación de vértigo que precedía a que le pusieran de pie.
- Trata de recordarlo la próxima vez que decidas no hacerme caso – le recomendó. Luego, en vista de que el chico había demostrado que podía ser bastante abierto, le estrechó en un abrazo.
- James tiene razón, eres muy bueno – murmuró Will, contra su camisa.
- ¿Ah, sí?
Will asintió y se dejó reconfortar por el abrazo. De pronto, John le sintió llorar sobre su pecho. Le apartó un poco para mirarle a la cara, algo confundido por el repentino llanto.
- Quiero ir con padre – dijo el niño, con vergüenza.
“Quiere que le abrace él” entendió John.
- Tu padre está durmiendo, Will... Y tu madre...
- No haré ruido – prometió el niño. - Me tumbaré con ellos y me estaré quieto.
John sonrió, enternecido.
- Lávate la cara e iremos a la posada – accedió.
Fue a decirle a James que salían un momento y después llevó a William con sus padres. La posadera les dejó pasar tras intercambiar una mirada con John y subieron las escaleras sigilosamente hasta la habitación en la que Will y su familia se estabn hospedando por el momento. El niño entró con sigilo y se echó en la cama junto a su padre, observando a su madre, que dormía con una mano dentro de la cuna, como si necesitara estar en contacto con la bebé.
El señor Jefferson se revolvió un poco al sentir un temblor en su cama. Entreabrió los ojos y enfocó a duras penas a su hijo.
- ¿Willie? - preguntó, confundido.
- Pa, el tío John se ha enfadado conmigo – protestó, con una vocecita infantil.
“Pero qué manipulador”.
- ¿El tío John?
- Me ha dicho que puedo llamarle así – aclaró el niño.
- ¿Te metiste en líos, William? - preguntó el hombre, que conocía demasiado bien a su hijo.
- En uno pequeñito, pa. Y Tio John ya me castigó.
El señor Jefferson levantó la cabeza para mirar a John y él le devolvió una sonrisa para que viera que todo estaba bien.
- El tío John te castigará de nuevo si no dejas que tus padres descansen – intervino. - El trato era que les dejarías dormir.
William cerró los ojos, hacíendose el dormido como para demostrar su buena voluntad. A John le sorprendía ver que el chico tímido que había tenido vergüenza de hablar con él días atrás, escondía esa personalidad descarada e infantil. Definitivamente, era un buen amigo para su hijo, aunque intuía que iba a meter a James en más de un enredo.
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