CAPÍTULO 81: ESCALOFRÍO
Dos hermanos más. En alguna parte del mundo, había otras dos
personas con las que compartía ADN. Y tenían treinta años. Esos eran bastante
más que mis diecisiete. Podrían haber sido los hermanos que Aidan siempre
deseó. Rayos, podrían haber sido algo así como mis tíos. ¿Sabrían ellos de
nuestra existencia? Posiblemente no.
Mi mente voló rápido, e imaginó un mundo paralelo en el que papá no hubiera sido el único hermano mayor dispuesto a ocuparse de los pequeños.
Por esas cosas odiaba a Andrew. No por el abandono, ya estaba acostumbrado, sino por esa forma de dejar su semilla dispersa por el mundo sin decírselo a nadie. ¿Los lazos biológicos no significaban nada para él? ¿Cómo podía una persona que había acogido a un bebé que no era suyo ser tan indiferente a su propia descendencia? Lo entendía: su posición no le permitía ser exactamente un buen padre. Era un espía, su trabajo era peligroso y desgastante y le había creado más de un trauma psicológico. Pero entonces, ¿por qué tenía la necesidad de seguir reproduciéndose? ¿Acaso quería asegurarse de que había alguien para recordarle cuando se fuera? ¿No le bastaban con tres o cuatro alguienes, que tenía que hacer todo un ejército?
Hubiera reflexionado más al respecto, pero había otro asunto más apremiante: Blaine estaba en mi casa. Blaine, y un chico alto, pálido y delgado, con rastas en el pelo. Por lo que sabía, era Sam, el hijo mayor de Holly. Aún no le conocía en persona. Cuando ayudé en la búsqueda de Jeremiah, él se quedó dentro con sus hermanos pequeños.
- ¿Blaine? ¿Sam? ¿Qué hacéis aquí? - preguntó papá. Yo le había seguido, aunque me mantuve a cierta distancia.
- Tienes que esconderme – repitió
Blaine.
- ¿Tú quién eres? - preguntó Harry. - Tu cara me suena.
- Chicos, estos son dos de los hijos de Holly – explicó papá. En el salón solo estaban Dylan y los gemelos. El resto de mis hermanos seguían en sus habitaciones. - A Blaine le conoces del zoo, Harry. Fue el que encontró a Kurt.
- ¿Quieres decir que ya entonces
salías con ella?
- No, fue una casualidad.
- No creo en las casualidades – replicó Harry.
- Yo tampoco – respondió Sam, con una sonrisa. Estiró una mano llena de anillos. Llevaba las uñas pintadas de negro. - ¿Qué tal? Yo soy Samuel, pero todo el mundo me llama Sam. El dramático es mi hermano Blaine. Sentimos la invasión.
Harry no le estrechó la mano, pero Sam no pareció ofendido por eso. La retiró y se la llevó al pelo, como si necesitase colocárselo. Tenía una mirada intensa de un color indescifrable.
- Estos son Harry, Zach y Dylan y
el de ahí al fondo es Ted – nos presentó papá. - Los demás están arriba.
- ¿Ted? - preguntó Sam, mirándome con interés. - Gracias por ayudar a buscar a Jemy.
- ¿Ted? - preguntó Sam, mirándome con interés. - Gracias por ayudar a buscar a Jemy.
- No hay de qué – murmuré, algo cohibido. Ese chico desprendía un aura de seguridad que me tenía desconcertado. Era como estar en la misma habitación que una superestrella: algo en su aspecto, en su voz y en su sonrisa hacía que no pudieras dejar de mirarle.
- ¿Qué ha pasado? - volvió a preguntar papá, todavía
sin entender aquella inesperada visita. - ¿Sabe vuestra madre que estáis aquí?
¿De quién te tengo que esconder, Blaine?
- De mi tío.
Papá resopló, más molesto que sorprendido. Vale, aquello se estaba poniendo interesante. ¿Hablaban de Aaron? Solo le había conocido por unos pocos segundos y no había podido sacar ninguna conclusión sobre él.
- BLAINE'S POV -
Siempre pensé que me gustaba estudiar hasta
que empecé a ir al colegio. Durante toda mi vida, había estado escolarizado en
casa. Mamá y ocasionalmente el tío Aaron eran mis únicos profesores. Leíamos
muchos libros, pero ninguno era uno de esos absurdos libros de texto como los
del colegio militar. Tampoco tenía que memorizar nada. Aprendía las
cosas de verdad, como aquella vez que estuvimos una semana entera yendo al
planetario cuando estudiábamos el sistema solar.
Lo echaba de menos. El colegio tenía sus cosas buenas, había conocido a un grupo de chicos con los que me llevaba muy bien y estudiar con gente de mi edad en lugar de con mis hermanos era una experiencia nueva. Pero a grandes rasgos lo odiaba. Odiaba tener que estar sentado tantas horas seguidas, mirando un pizarrón en el que generalmente solo escribían tonterías. Odiaba comentar Romeo y Julieta con gente que ni siquiera se lo había leído, incluído el profesor, cuando yo podía declamarlo en dos idiomas. Odiaba que todo lo que me enseñaban iba encaminado a responder unas preguntas en un examen. Todo lo reducían a definiciones, fórmulas, conceptos... No era la forma en la que yo estaba acostumbrado.
Mamá ya no podía darnos clase. Tras la muerte
de mi padre, tuvo que volver a trabajar y no podía ocuparse de diez niños y
adolescentes. Eso era lo que menos me gustaba: sentir que el colegio era un
lugar donde aparcar a los hijos. Algunos profesores también lo sentían así y a
veces su única misión parecía conseguir que pasarámos una hora sentados y sin
molestar.
Siempre que sonaba el timbre de la última
hora, yo era el primero en salir. Normalmente, mi tío Aaron venía a recogernos,
pero algunos días en los que él no podía volvíamos solos. Leah y yo teníamos
que cuidar de Sean, Jeremiah, Scarlett, Max y West. Los trillizos aún iban a la
guardería. Ese día íbamos a volver sin Aaron y sin Max, sin embargo, porque mi
hermanito tenía cita para revisar sus prótesis. Necesitaba un recambio de una
de las piezas de sus piernas y todos sabíamos que no era precisamente barato.
- Ey, Sean – le saludé, cuando nos
encontramos.
- Piérdete – me respondió y pasó de largo, sin
esperar a que saliera el resto, como era habitual en él.
La siguiente fue Leah. Tendría que haber salido conmigo, íbamos a la misma clase, pero ella se había saltado la última hora. Era ya una costumbre. No sé dónde se metía, el vigilante de pasillo era un hueso duro de roer, pero mi hermana era una chica con recursos.
La siguiente fue Leah. Tendría que haber salido conmigo, íbamos a la misma clase, pero ella se había saltado la última hora. Era ya una costumbre. No sé dónde se metía, el vigilante de pasillo era un hueso duro de roer, pero mi hermana era una chica con recursos.
- Tendrías que haber venido. Rose ha dicho que
le gustaría tener una historia de amor como la de Julieta – la informé.
- ¿Sabe que duró tres días y acabó con seis
muertos?
- Lo dudo, pero incluso si lo supiera, a lo
mejor le parece romántico – me reí.
Leah rodó los ojos.
- Al menos es realista – respondió. - Ninguna
historia de amor dura más de tres días en la vida real - declaró, optimista
como siempre. - ¿Sean ya se fue?
Asentí. En ese momento salió Jeremiah. Un
gilipollas le hizo la zancadilla a mi hermano. Leah fue más rápida que yo, se
acercó al chico y le dio un puñetazo. Bien. Ella pegaba más fuerte.
Cómo había gente tan horrible en el mundo como
para ponerle el pie a un chico ciego era algo que nunca iba a entender.
Jeremiah hizo como que no pasaba nada, recogió
su bastón, que se le había caído, y entonces golpeó con él la espinilla del
gracioso que todabía se estaba recuperando del derechazo de Leah.
- Ay, perdona. No te vi – dijo Jeremiah, con grandes dosis de sarcasmo. Sonreí. - Qué torpe soy.
- Ay, perdona. No te vi – dijo Jeremiah, con grandes dosis de sarcasmo. Sonreí. - Qué torpe soy.
El gilipollas se alejó, frotándose la
espinilla con una mano y la cara con la otra, mientras gritaba incoherencias
sobre colegios especiales para los bichos raros. Él sí que tendría que ir a un
colegio especial, a uno que admitiera organismos unineuronales.
- Bien hecho, Jemy – le saludé. Mi voz le
indicó dónde estaba, así que giró la cabeza en mi dirección. Me sonrió.
- Vámonos de aquí antes de que alguien vaya
con el cuento – sugirió Leah. Ningún profesor había visto la escena, pero toda
precaución era poca.
- Faltan West y Scay – le recordé.
- Si se quedan aquí tampoco se pierde gran
cosa – replicó. Decidí ignorarla.
West correteó hacia nosotros en cuanto abrieron la puerta de prescolar y Scarlett llegó poco después, de la mano de su profesora. No hubiera habido nada de extraño en eso si Scarlett hubiera tenido cuatro años en vez de trece. Leah se tapó la cara con vergüenza ajena y se alejó, como si quedara alguien en todo el maldito colegio que no supiera que eramos hermanos. Scarlett no soltó la mano de su profesora incluso aunque empezaron a escucharse risitas y murmullos.
- Necesito hablar con vuestra madre – pidió la
mujer. - Veo que no está aquí... la llamaré esta tarde.
- ¿Ha pasado algo? ¿Scay, estás bien?
Mi hermana no me contestó, pero soltó la mano
de su profesora y se puso detrás de mí.
- Scarlett está bien, pero hace tiempo le
dijimos a vuestra madre que deberíamos ponerla un par de cursos por debajo y lo
seguimos manteniendo.
- ¿Qué? ¡Pero si ha sacado todo diez! ¡Es la
más lista de su clase! - protesté. Mi hermanita había estado seis años en un
zulo de mierda, secuestrada por unos hijos de puta y aún así era una máquina en
los estudios. Había pasado los exámenes necesarios para estar en el curso que
le correspondía por edad. No estaba dispuesto a que nadie le quitara lo que se
había ganado justamente y mi madre menos.
- Su nivel de madurez no se corresponde con el
de una niña de trece años – dijo la profesora. - No es algo malo, estamos muy
contentos con ella, es una buena niña. Pero estaría mejor en otro curso.
- ¿Con niños de once? Eso no solucionaría
nada. Mi hermana no habla con personas, da igual si son personas grandes o
pequeñas – gruñí. - Le diré a mi madre que quieren hablar con ella. Vendrá
mañana, pero le dirá lo mismo que yo. Vamos, Scay.
Volvimos a casa y no había nadie todavía. Sam
estaba en el conservatorio, mamá en en el médico con Max y Aarón debía de estar
a punto de llegar del trabajo, aunque primero pasaría a recoger a los trillizos
de la guardería. Sean nos había esperado en la esquina porque se suponía que
teníamos que volver juntos.
- Quiero merendar – dijo West.
- Coge una galleta – le sugirió Leah. No fue
excesivamente borde, pero sí le dio a entender que no pensaba prepararle la
merienda.
- Te haré leche con colacao, ¿bueno? - le ofrecí y mi hermanito asintió, pero resultó que Aaron había dejado fruta cortada en un bol. Debía de haber estado en casa en algún momento del día.
West, Scarlett y Jeremiah picotearon un poco
mientras yo iba a lavarme las manos y a dejar la mochila. Cuando entré en mi
cuarto, sin embargo, algo llamó poderosamente mi atención. Concretamente, la
ausencia de algo: no veía mis cómics por ningún sitio. Busqué bien debajo de la
cama, pero no había nada. Le pregunté a Sean si los había cogido él, pero me
dijo que no y le creía: a Sean no le
iban mucho los superhéroes, aunque sí le gustaba el manga japonés. West tampoco
había sido. Ni ninguno de mis hermanos.
“Si no recojes esos cómics te los voy a
tirar”. ¿No había sido eso lo que me había dicho Aaron? No habría sido capaz,
¿verdad? No mis cómics. Los cómics que me había comprado yo con el dinero de mi
cumpleaños. ¡No sé dónde quería que los metiera si en ese cuarto no cabía un
alfiler! ¡Dormíamos cinco personas en un espacio que apenas era apto para dos!
¡La estantería estaba a rebosar! Grrr.
La puerta de casa se abrió y se cerró en ese
momento. Bajé las escaleras hecho una furia mientras Aaron dejaba su abrigo y
le quitaba el suyo a los bebés, que venían algo alborotados de la guarde.
- ¿Me has tirado los cómics? - inquirí, con
rabia.
- ¿Los has recogido? - contratacó él.
- ¡NO TENÍAS DERECHO A TIRARLOS! ¡SON MÍOS!
- Me bajas el tono cinco puntos – me advirtió.
- ¡ERAN MIS CÓMICS!
- Exacto, por eso tenías que recogerlos tú, no
tu madre cada vez que pasa a limpiar tu cuarto.
- ¡Los tenía en mi mesilla de noche, ahí no
molestaban a nadie! - protesté.
- Yo vi un par bajo la cama y en el suelo.
- ¡Se caerían o los cogería West! ¡NO TENÍAS
QUE TIRARLOS POR ESO! ¡ME LO DICES Y LO RECOJO!
- Ya estoy harto de decirte siempre lo mismo y
como me vuelvas a gritar seguiremos hablando en mi despacho – me espetó.
Apreté los puños. Intuía que hiciera lo que
hiciera aquello no iba a acabar bien para mí. Era tan injusto. Sentí que la
sangre me hervía de rabia y tuve claro que tenía que salir de allí.
- Me voy a casa de Nathan. Probablemente
duerma allí – le dije.
- ¿Con el permiso de quién? - replicó. - Ni lo
sueñes, ve a hacer los deberes.
Le ignoré y cogí mi abrigo.
- Blaine, ni se te ocurra salir por esa puerta
– me advirtió.
- ¡Obsérvame! - le desafié. A veces el
instinto de superviviencia se me apagaba cuando discutía con él. Me enfadaba
demasiado como para ser razonable.
Pensé que iba a venir detrás de mí, pero
cuando cerré la puerta de casa nadie me siguió. No supe si sentirme aliviado o
decepcionado. El alivio ganó, por muy poco. Me di prisa en alejarme, por si las
moscas.
La casa de Nathan quedaba bastante lejos para ir a pie, pero quizá andar me ayudara a calmarme un poco. Cuando llevaba unos diez minutos, el móvil me empezó a vibrar. Era Aaron, pero no se lo cogí. Siguió llamando insistentemente y me hice el sordo.
Llegué a casa de Nathan y llamé a la puerta,
pero no me abrió nadie. Solo entonces recordé que tenía el cumpleaños de su
primo o algo así. Mierda.
“¿Y ahora qué hago? No quiero volver a casa
todavía”.
El móvil vibró de nuevo y lo saqué para
apagarlo, pero vi que el que me llamaba entonces era Sam. A él sí se lo cogí.
- ¿Sam?
- Hola, pulga. A ver, ¿en qué lío te has
metido ahora? - me preguntó.
- ¿Has hablado con Aaron?
- Me ha llamado. Me ha preguntado si sabía
dónde vivía tu amigo Nathan.
- Nathan no está. No hay nadie en su casa – le
dije y le escuché chasquear la lengua.
- No te tiró los cómics, Blaine. Solo los
escondió – me informó.
- ¿Y por qué no me lo dijo? - me indigné.
- Supongo que es su versión de darte una
lección. Escucha, él no estuvo bien, pero tienes que volver a casa.
- No pienso volver – repliqué. - No aún.
Volveré esta noche o mañana, pero ahora no le quiero ver.
- ¿Y hasta entonces dónde te vas a quedar?
- No sé, ya veré.
Le escuché resoplar.
- Dime al menos dónde estás y voy a por ti.
- Tú tienes clase.
- Tenía – me corrigió. - Me salí en cuanto me
llamó Aaron. Venga, dime dónde estás.
Se lo dije. Confiaba en él. Sabía que no me
iba a traicionar diciéndoselo a mi tío. Me senté en un banco a esperar y veinte
minutos después la moto de Sam se detuvo junto a la acera.
- ¡Genial! ¡Trajiste la moto en vez del coche!
- exclamé. Me encantaba montar con él.
Abrió el pequeño maletero y sacó otro casco
para que me lo pusiera. Estiré el brazo, tentado, pero lo aparté en el último
momento.
- No tan rápido. Voy contigo, pero a casa no.
- ¿Y a dónde quieres que vayamos? - preguntó,
frustrado. - Me encantaría invitarte a tomar algo, pero estoy sin blanca.
- Me da igual, ¡no quiero hablar con él!
La canción “In my blood” empezó a sonar en el
móvil de Sam. Era su tono de llamada. Por la cara que puso, debía de ser Aaron.
Le hice señas para que no lo cogiera, pero no me hizo caso.
- Hola. Sí, estoy con él. No creo que sea lo
mejor ahora... Bueno, vale, vale, está bien – gruñó y me tendió el teléfono. Le
miré mal, pero no me quedó más remedio que agarrarlo.
- ¿Sí?
- Blaine, ven a casa ahora mismo – me ordenó.
- Iré luego.
- ¿Pero quién te has creído que eres, mocoso?
¡Que vengas! Ya vamos a hablar tú y yo de salir así.
- ¡No, no vamos a hablar nada, porque yo no
quiero hablar contigo! - respondí.
- Me da igual lo que quieras, me vas a
escuchar, no puedes...
- ¡Déjame en paz, gilipollas! - le interrumpí
y colgué el teléfono.
Sam me miró con los ojos muy abiertos. Cogió
su móvil sin apenas parpadear y poco a poco fue calando en mí lo que acababa de
hacer. Había insultado a mi tío y le había colgado el teléfono. Me había
suicidado.
- Tengo que irme del estado – susurré. -
Mierda, tengo que irme del país. Del planeta, si pudiera.
- ¿Pero qué has hecho? - me dijo Sam, cuando por fin pudo
reaccionar. - ¡Madre mía, Blaine!
- ¡Ahora sí que no puedo volver! ¡Me va a
matar!
- Llámale y discúlpate – sugirió.
- ¡Ni
de coña!
- Es mejor que te grite ahora un poco a...
- ¿A qué? Venga, dilo – le reté. - ¿A que me dé de cintazos? Otro día más, ¿no?
Nada nuevo. Total, ya me iba a pegar por haberme ido.
- Pero ahora será peor, Blaine. A veces te
hundes tu solo, pulga. Es como que tienes una canoa y tu mismo le haces el
agujerito y vas viendo cómo poco a poco entra el agua sin hacer nada...
No le respondí, porque tenía razón. Sam
suspiró y volvió a ofrecerme el casco.
- A casa no, Sam – le supliqué.
- Enano, no conozco esta zona... Lo único que
hay por aquí cerca es la casa de Aidan y no...
- ¡Eso es! ¡Llévame a la casa de Aidan! - exclamé, ilusionado.
- ¡Eso es! ¡Llévame a la casa de Aidan! - exclamé, ilusionado.
- ¿Qué? ¿Te has vuelto loco?
- No, Sam. Llévame. Aidan es un buen tipo.
Hacía sonreír a mi madre. Me había ayudado a encontrar a Jemy. Y, lo más importante en ese momento, no era fan de los métodos de mi tío.
- ¿Lo dices en serio? ¿Qué sugieres, que nos
presentemos allí y le pidamos que te esconda?
- Precisamente eso – asentí, cada vez más
convencido.
- Ni hablar. Por una vez en tu vida, piensa un
poco, Blaine. Piensa en lo que estás diciendo. Apenas le conocemos.
- ¿Sabes cómo se conoce a la gente? - le
pregunté, mientras le quitaba el casco y me lo ponía. - Conociéndola.
- No voy a llevarte a casa del novio de mamá, Blaine.
- No voy a llevarte a casa del novio de mamá, Blaine.
- ¿Por qué no?
- ¡Porque no podemos ir allí sin más!
- Tú fuiste – le recordé. Todos nos enteramos
cuando Sam fue a hablar con Aidan porque mamá le estuvo gritando como media
hora, y luego le dio las gracias y un abrazo.
- Es distinto.
- Anda, Sam, por favor – probé y le puse la
mirada que mamá nunca podía resistir. Por lo visto, Sam tampoco.
- Me voy a arrepentir de esto – resopló.
- Me voy a arrepentir de esto – resopló.
Celebré mi victoria en silencio y me monté en
la moto detrás de él, agarrándome fuerte de las asas laterales. Sam no arrancó,
sin embargo, y giró la cabeza levantando la visera del casco.
- Ya conoces el trato. Si vas en mi moto, te
agarras de la cintura.
- Aich, Sam – protesté, pero nunca funcionaba.
- Sam nada. Necesito saber que no te vas a
caer.
- Las asas son perfectamente seguras, que lo
sepas – repliqué, pero me agarré de su cintura porque sabía que si no no se pondría
en marcha. Le había costado muchísimo que mamá le dejara tener una moto y le
había costado todavía más que me dejara a mí montar en ella y solo porque todo
el mundo sabía lo paranoico que se ponía cuando nos llevaba a alguno de
nosotros de paquete.
Me hubiera gustado sentir el viento en la
cara, pero si me quitaba el casco no tendría que preocuparme de Aaron: Sam
mismo me mataría. Desde el accidente de Max, la seguridad en la carretera era
un asunto muy serio. Tan serio que yo no dejaba de retrasar el examen de
conducir, a pesar e que hacía meses que cumplí los dieciséis, porque no quería
tener carnet.
- ¿Cómo supiste dónde vive Aidan la primera
vez? - le pregunté.
Sam tardó en responderme y pensé que igual no
me había oído por el ruido del motor o del viento, pero finalmente confesó:
- Miré en la agenda de Holly.
- Al final va a resultar que el angelito tiene
sus secretos – le chinché.
- Fue por una buena causa – se defendió.
No tardamos mucho en llegar a la casa de Aidan. Era una casa grande, más grande que la de Aaron, pero aún así seguro que no les sobraba espacio siendo trece.
- Vale. ¿Has pensado ya en lo que le vas a
decir? - me preguntó.
Yo asentí, me quité el casco, se lo di, bajé
de la moto y llamé al timbre. Un chico rubio, más joven que yo, me abrió la
puerta. Había visto a los hijos de Aidan en una ocasión, pero por muy poco
tiempo, así que no tenía sus rostros muy presentes, salvo el del enano.
- ¿Querías algo? - me preguntó, al ver que yo
me quedaba callado.
- ¿Está tu padre?
- Sí está, pero...
- ¡Aidan, tienes que esconderme! - exclamé, entrando en la casa por el
huequito que el chico había dejado.
- AIDAN'S POV -
La sorpresa de ver a Sam y a Blaine logró
distraerme por completo de la conversación que estaba teniendo con Ted justo
antes de que llegaran. Sam no parecía asustado ni preocupado en serio, así que
descarté que se tratara de algo grave. Pero las palabras de Blaine daban a
entender que había tenido alguna clase de conflicto con su tío.
- ¿Por qué no me contáis lo que ha pasado? -
propuse, indicándoles que pasaran al salón y se sentaran.
Blaine se dirigió hacia uno de los sofás con seguridad y confianza, pero Sam se mostró algo más tímido.
- Perdón por venir así... Se empeñó.
Blaine se dirigió hacia uno de los sofás con seguridad y confianza, pero Sam se mostró algo más tímido.
- Perdón por venir así... Se empeñó.
- No pasa nada, sois bienvenidos siempre que
queráis – le aseguré. - Pero ¿qué ocurre?
-La versión corta es que Blaine discutió con mi tío – respondió Sam. - Estábamos cerca de aquí, pero no sé por qué ha querido venir...
- ¡Para que me defienda! - exclamó Blaine. -
Mi tío me dijo que tiró mis cómics porque no los recogí. Pero no es cierto,
ninguna de las dos cosas: sí los recogí y no los tiró, solo los escondió, pero
me hizo creer que sí. Me enfadé mucho. ¡No puede hacer eso! ¿Verdad que no?
Sabía que tenía que tener cuidado con mis palabras
para no provocar ninguna disputa familiar.
- No me parece lo más acertado – respondí, con
cautela. No quería mentir, así que tenía que buscar la manera de ser sincero
pero sin añadir más leña al fuego. - Por lo que tengo entendido, tu tío es algo
estricto, Blaine, así que igual ha reaccionado muy duramente.
- ¡Es injusto! - se quejó. Toda aquella
situación se me hacía entre surrealista y maravillosa. Que Blaine me hubiera
elegido como vía de escape era muy positivo. Tal vez no tenía a nadie más a
quien acudir, pero en cualquier caso me consideraba digno para contarme sus
problemas. - Apuesto a que tú nunca eres así de injusto – declaró, cruzando los
brazos en un gesto que le quedó muy infantil, como si se estuviera
enfurruñando. Hubiera admirado lo mono que esa postura le hacía parecer de no
ser porque aquella frase me había provocado una punzadita de culpabilidad. Miré
a Ted, que estaba en la puerta del salón, observándonos.
- En realidad, soy injusto más veces de las
que crees. Y tal vez el otro día hiciera mal en juzgar a tu tío, cuando
buscábamos a Jemy. No soy quién para hacerlo. Pero si al final no ha tirado tus
cómics, vuestra pelea tiene fácil solución, ¿no?
- No tanto. Me fui de mala manera y... luego
hablamos por teléfono y yo... no fui muy educado – admitió.
- Le insultó – aclaró Sam. - Por eso quiere que le escondas.
- Le insultó – aclaró Sam. - Por eso quiere que le escondas.
- Y si tienes un pasaporte falso, mejor –
añadió Blaine.
Ted dejó escapar una risita y se acercó un
poco. Me di cuenta de que le había caído bien. La verdad es que Blaine era una
persona muy abierta y muy transparente.
- Eso no te serviría de mucho – intervino Ted.
- Te acabarían encontrando.
- ¿Y qué sugieres? - preguntó Blaine.
- Me temo que tus opciones son bastante
reducidas. Tienes que volver a casa, se van a preocupar.
- Piensan que estoy con un amigo.
- Piensan que estoy con un amigo.
- Con eso solo ganas tiempo. En algún momento
tendrás que volver – le hizo notar Ted. Blaine gruñó, disconforme, pero una
parte de él sabía que mi hijo tenía razón.
- Para ti es fácil decirlo. Si vuelvo a casa seré niño muerto.
Escuché pasos por las escaleras y Alejandro se asomó instantes después. Debía de saber ya que había visita, porque no bajó trotando como siempre.
- Hola – saludó, entre tímido y extrañado.
- Hijo, estos son Sam y Blaine.
- ¿Los de Holly? - preguntó.
- Esos mismos.
- Hemos venido a pedir asilo político –
explicó Blaine. Claramente él no era vergonzoso.
- ¿Eh?
- No le hagas caso. Encantado de conocerte –
dijo Sam.
- ¿Es vuestra la moto de la puerta? La he
visto por la ventana – dijo Alejandro, con ojos de ilusión.
- Sí. Cuando quieras te llevo a dar una vuelta
– ofreció. Le miré horrorizado.
- ¡Ni hablar! Alejandro, ya sabes lo que
pienso de las motos.
- ¿Qué piensas? - preguntó Sam, alzando una
ceja.
Carraspeé.
- Estoy seguro de que eres un conductor
excelente. Pero me parecen muy peligrosas, ante cualquier caída estás
totalmente expuesto.
- ¡Oh, vamos, papá! ¡Holly les deja! -
protestó Alejandro.
Fue mi turno de alzar una ceja. ¿En serio
pensaba que si mi novia hacía algo yo automáticamente lo iba a hacer también?
¿Acaso se pensaba que tenía quince años?
- Me
costó mucho que me dejara, ¿eh? - dijo Sam. - Compré la moto sin consultarle
cuando cumplí dieciocho. Cuando vino a verme a la universidad y vio que la
tenía casi me obliga a venderla y a volver a casa.
- Yo haré lo mismo, papá – me avisó Alejandro.
- Gracias por avisarme, así puedo ir
preparando la habitación en la que pasaras confinado el resto de tu vida.
- ¡Papá!
- ¡Alejandro! - respondí, imitando su tono quejoso.
- Grrd.
- ¿Vives en el campus? - se interesó Ted. Se
me encogió el pecho un poquito. Se acercaba el momento de que mi bebé se
hiciera grande y fuera a la universidad, pero en nuestros planes siempre había
estado que siguiera viviendo en casa y fuera a la universidad de Oakland,
porque no había dinero para otra cosa. De pronto sí tenía ese dinero, pero la
posibilidad de que se fuera de casa era algo para lo que aún no estaba
preparado. Era un tema que lo dos estábamos esquivando, pero ya no podíamos
hacerlo por mucho más tiempo.
- Vivía. Ahora vivo con Hol... con mi madre –
explicó Sam. - Quien por ciento ya estará en casa, Blaine. Cuando Aaron le
cuente lo que ha pasado se va a preocupar y te irá a buscar a casa de Nathan.
Ella sí sabe dónde está. Tenemos que avisarla.
Blaine suspiró y asintió. Sam sacó su móvil y
escribió algo, un mensaje para Holly, imagino, e instantes después su teléfono
sonó.
- Hola, mamá. Sí, está aquí conmigo. Sí, se
empeñó en venir. Ya lo sé, mamá, pero ya le conoces, es un cabezota. Sí, sí, te
lo paso – dijo, haciendo pequeñas pausas para escuchar las respuestas de Holly
al otro lado del aparato. - Quiere hablar contigo – añadió, mirándome a mí.
- Oh.
Me sequé las manos en el pantalón, porque repentinamente me sudaban y cogí el teléfono. Salí del salón para hablar tranquilo, porque me sentía muy incómodo hablando con Holly delante de mis hijos y de los suyos.
- ¿Aidan?
- Hola, Holls. Tus chicos están bien, no te
preocupes.
- ¿Pero qué hacen ahí? - me preguntó.
- Creo que Blaine quería hacer tiempo por una
parte... y, por otra, buscaba saber más sobre mí – aventuré. - Lo primero que
ha hecho es tantearme para ver si pienso como Aaron.
Holly resopló.
- ¿Qué tal fue la cita con Kurt? - preguntó,
cambiado radicalmente de tema.
Se me secó la boca de pronto.
- Mal. No nos han dicho nada, pero nos ha dado
cita para la semana que viene. Nunca te atienden tan rápido si no es serio. Y
yo... estoy tratando de convencerme de que aún faltan las pruebas, de que solo
están siendo precavidos, pero hay una vocecita en mi cabeza que me habla
aterrada todo el rato y que repite una y otra vez que a mi bebé no puede
pasarle nada.
- Oh, Aidan. No adelantes las cosas – me
aconsejó. - Aún faltan las pruebas, como tú dices, y si encuentran algo no
quiere decir que vaya a pasarle nada. Solo van a curarle para que siga
derritiéndote cada día un poquito más.
- Tienes razón. Tengo que intentar ser
positivo...
- La positividad ayuda más de lo que crees.
Pero es normal que estés preocupado. Siento mucho que todas te vengan juntas
últimamente... Encima mis hijos fueron a molestarte.
- No molestan – aseguré. - Y ya que han
acudido a mí, voy a hacer de abogado del diablo. Tal vez Blaine no reaccionó de
la mejor manera, pero decirle a un adolescente que has tirado su hobbie
favorito a la basura es como tener un cohete y encender la mecha.
- Lo sé.
- Y otra cosa, y por favor no te ofendas que
no es esa mi intención, pero el chico parece convencido de que va a tener que
responder ante su tío, pero Holls, su madre eres tú. Entiendo que te eche una
mano, pero no puede tomar decisiones sobre tus hijos con las que tú no estés de
acuerdo.
- También lo sé – suspiró. - Se lo he dicho
muchas veces, Aidan, ya no sé qué más hacer. Cuando hablas con una persona
generalmente esperas que te escuche, pero con Aaron es como hablar con una
pared. Si le hubieras visto hace unos años... era una persona diferente.
- ¿Qué le pasó?
- Demasiadas cosas – volvió a suspirar. - No
ha tenido una vida fácil ni feliz. Creo que está cerrándose cada vez más.
Entonces, como en una revelación, supe lo que
tenía que decir. Holly no necesitaba que criticase a su hermano ni que le
señalara problemas que ella ya había percibido. Necesitaba escuchar que todo
iba a ir bien y a solucionarse.
- Pues habrá que ayudarle a abrirse. Si hace
falta fabrico una llave.
Holly me regaló una risita.
- ¿Qué hago con los fugitivos? - pregunté. -
¿Te los envío?
- Sí, por favor... Y perdona otra vez.
- No hay nada que perdonar, Holly.
- Blaine es un descarado que no tiene ningún
tipo de vergüenza ni sentido de lo que es apropiado.
- Ojalá no cambie nunca – repliqué. - El mundo
sería un lugar mejor si todo el mundo se atreviera a visitar a quien le apetece
visitar.
- Tengo que colgar; tengo que llevar Jemy y a
Scay a piano. Pero antes pásame con Blaine, por favor.
- Claro.
- Claro.
Volví al salón y me encontré con que todos mis hijos habían bajado y estaban agobiando a nuestros dos invitados. Alice y Hannah intentaban tocar las rastas de Sam y Kurt tiraba del brazo de Blaine con tanto entusiasmo que parecía que se lo iba a arrancar. Le di el teléfono a este último y Kurt le dejó libre para que pudiera hablar.
- Hola, mamá. Está bien. Sí. Bueno.
No sé qué le estaba diciendo Holly, pero
Blaine sonrió.
- Sí, me pongo el casco. Sam no me deja montar
si no. Hasta ahora.
En el segundo en el que colgó, Kurt volvió a
apresarle.
- Enano, déjale respirar – me reí. - Y,
chicas, el pelo de Sam no es de goma. Dejad sus rastas tranquilas. ¿Os habéis
presentado?
- ¿”Dastas”? - preguntó Alice, mirando a Sam
como si acabara de hacer un truco de magia.
- Sí, peque, así se llama lo que tiene en el
pelo.
- ¡Ven que te enseñe mi cuarto! - exclamó Kurt, tirando de la mano de Blaine.
- Campeón, Sam y Blaine se tienen que ir. Su
mamá les está esperando – le expliqué.
- ¡Pero si acaban de llegar! - protestó mi
peque.
- Sí, deja que hablemos un rato con ellos –
apoyó Zach. - Sam nos iba a enseñar sus tatuajes.
- Saben nuestros nombres, papá – dijo Madie.
Esa era la primera vez que la veía entusiasmada por algo que tuviera que ver
con Holly. Supongo que el hecho de que Blaine y Sam fueran considerablemente
guapos ayudaba. Barie directamente parecía embobada, incapaz de apartar la
mirada de los ojos claros y rasgados de Sam. Recordé que ella le había buscado
por redes sociales y por fin le tenía delante. Estaba como hechizada.
- Claro que los saben, princesa. Holly se los
ha dicho, al igual que yo os he dicho los suyos.
Observé a mis doce hijos asaltando a preguntas
a los dos muchachos de Holly. Jamás había imaginado esa situación y me
sorprendía lo bien que estaba yendo todo. Lo natural que se veía aquella
escena. Se llevaban bien. Eso era genial. Claro que, en mi fuero interno, sabía
que no todos los hijos de Holly eran tan abiertos como Sam y Blaine. Pero
tiempo al tiempo.
“Aquí estás, como un idiota, pensando en
que se conozcan” me dije.
- Pa, deberíamos salir todos juntos alguna vez
– me sugirió Ted. - Ya sabes: Holly, sus hijos y nosotros.
La sincronía de sus palabras con mis
pensamientos me dio miedo. O tal vez fue la perspectiva de imaginarme rodeado
de veintitrés niños. Miré a Sam. Veintidós, tal vez. Él era adulto ya y todo
indicaba que era un chico bastante responsable.
Veintidós o vientitrés, daba igual: la idea me
asustaba. Me asustaba pensar en Holly y yo en un restaurante con todos ellos:
tendríamos que reservar una planta entera. Medio cine. Un furgón entero de
helados. Sin embargo, la imagen también me hacía sonreír. Pero sabía que era
demasiado pronto para pensar en planes combinados. Nuestros hijos ya estaban
demasiado involucrados en aquella delicada relación nuestra...
- Eso suena bien – apoyó Sam, secundando la
idea de Ted. - Podéis empezar por venir a ver mi concierto de la próxima semana.
Es benéfico y cuanta más gente mejor. La entrada son solos dos dólares.
- ¿¡Das un concierto!? - exclamó Barie, con
cara de ilusión máxima.- Papá, ¿podemos ir? ¿Podemos, podemos? - me susurró.
Creo que intentó que solo yo la escuchara, pero
no controló el volumen de su voz. - Canta muy bien, he visto sus vídeos.
- ¿Has visto sus vídeos? ¿Y por qué no habías
dicho nada? - se quejó Zach.
- Le busqué en Facebook, podrías haber hecho
lo mismo. Anda, papá, dí que sí.
- Sí, supongo que no hay problema. ¿Benéfico
has dicho? ¿Cuál es la causa?
- Es para los niños del orfanato – respondió,
sin entrar en más detalles.
Por lo que sabía, Sam era un chico muy ocupado. Estaba cursando dos carreras, una de ellas la d emúsica, que requería muchas horas de ensayo, tenía un trabajo por las noches en un bar y varias actividades de fin de semana. Colaborar con el orfanato debía de ser una de ellas.
- ¿No será uno de esos conciertos de música
clásica, no? - preguntó Harry, con desconfianza.
- No, este no. Guitarra, piano, bateria.
Música pop.
- Bueno, entonces por mí bien.
Antes de que ninguno pudiera decir nada más,
Kurt consiguió lo que Alice llevaba un rato intentando: agarrar una de las
rastas de Sam. El problema fue que tiró con demasiada fuerza y fue evidente que
le hizo daño.
- Auch.
- ¡Kurt! - regañé. Mi enano me miró y escondió
la manita, como diciendo “yo no he hecho nada”. - Pídele perdón, cariño.
- No pasa nada, muchos niños lo hacen, les da
curiosidad – dijo Sam.
- Pero debió pedirte permiso primero. Sé que
no querías hacerle daño, peque, pero no puedes tirar así del pelo de la gente,
¿mm? Venga, discúlpate.
Kurt normalmente no tenía problemas con las
disculpas, pero aquella vez le dio vergüenza. Aún no les conocía mucho, después
de todo, y a nadie le gusta que le regañen delante de extraños.
- Kurt...
- No hace falta, de verdad, si no fue nada –
intervino Blaine. Daba la impresión de estar nervioso y preocupado por Kurt y
esa reacción no me gustó demasiado por las cosas que implicaba. No había sido
nada serio, no pensaba enfadarme con mi bebé, pero Blaine parecía convencido de
lo contrario. Sí que debía de estar acostumbrado a normas rígidas y gente
estricta.
- Ya sé que no fue nada, pero le hizo daño. ¿Y
qué decimos cuando le hacemos daño a alguien, peque?
- Perdón – murmuró, mirándose los zapatos con
timidez.
- Eso es, tesoro – le revolví el pelo y él se
abrazó a mis piernas, como si quisiera esconderse. Me agaché para cogerle en
brazos y le di un beso. - Son chulas las rastas, ¿eh? - le pregunté y él
asintió. - Tal vez si se lo pides te deje tocarlas.
Kurt enterró la cabeza en mi cuello, con
vergüenza, pero luego se asomó un poquito.
- ¿Puedo? - le preguntó a Sam. Como si alguien
pudiera resistirse a sus brillantes ojos azules.
Sam sonrió y se acercó a nosotros. Kurt estiró
la mano y agarró suavemente una de las rastas.
- ¿Todo esto es tu pelo? - preguntó.
- Casi todo. Llevo extensiones, sino no
quedaban tan largas.
- ¡Lo tienes más largo que Madie! - exclamó
Kurt.
- Mis años me costó – respondió, con una
sonrisa.
- ¿No te da calor?
- A veces – admitió Sam. - Pero ahora estamos
en invierno. Tal vez en verano me las quite.
- ¡No! - exclamó Barie, como si alguien
hubiera sugerido matar cachorritos. - Te quedan bien.
Harry empezó a mirar a Sam de otra manera. Su
expresión fue muy elocuente: sintió celos. Celos de que casi todos sus hermanos
de pronto estuvieran fascinados con él. Planeé una conversación para después,
pero Harry no iba a darme la oportunidad...
- Bah. No es más que un estropajo sucio en la
cabeza – gruñó, lo bastante alto para que Sam lo oyera.
- Harry – le advertí.
- Harry – le advertí.
- Oye, ¿qué te pasa? No seas grosero – dijo
Barie.
- Y tú no seas idiota. Si Holly se casa algún
día con papá, Sam será tu hermano, así que deja de babebar, que además es
demasiado mayor para ti.
Barie se quiso morir en ese mismo momento.
- No estoy babeando – susurró y, antes de que
pudiera impedírselo, salió corriendo escaleras arriba. Escuché cerrarse la
puerta de su cuarto.
- Bravo, hijo – repuse con sarcasmo. -
Magnífico.
- Solo he dicho la verdad, sino sabe encajarla
es su problema – me espetó.
- Ya hablaré contigo más tarde. Discúlpate con
Sam – le instruí.
- ¿Por qué? ¡También dije otra verdad, las
rastas son sucias! ¡Semanas enteras sin lavárselas!
- Semanas tampoco – aclaró Sam, sin dar
señales de haberse ofendido. - Es cierto que tienes que tener cuidado al
lavarte el pelo, sobre todo al principio, pero yo las tengo ya desde hace un
año y además hay champús especiales.
- Pareces un espantapájaros – declaró. Harry
solía cortarse más con la gente con la que no tenía confianza. Rara vez
insultaba de esa forma a un extraño.
- Basta. Pídele perdón ahora mismo.
- ¡No!
Mantuvimos un breve duelo de miradas. No le
quería avergonzar advirtiéndole que me hiciera caso si no quería unas palmadas
y además me negaba a que esa fuera la única forma de conseguir que me hiciera
caso.
- ¿Qué forma es esa de tratar a los invitados?
- inquirí.
- ¡Se invitaron ellos solos!
- Nosotros igual ya tenemos que irnos, Aidan –
musitó Sam, levantándose del sofá, como si quisiera poner tierra de por medio.
- Sí, mejor iros ya – bufó Harry de malas
formas.
- Bueno, suficiente. Sube a tu habitación – le
ordené.
- ¿Qué? ¡No!
- Tienes dos opciones: subir a tu habitación o
disculparte primero y luego subir a tu habitación. Tu sabrás la que más te
conviene.
A esas alturas de mi vida, ya debería saber que presionar a Harry cuando estaba enfadado no era una buena idea. Entrecerró los ojos y le enseñó a Sam el dedo corazón y luego fue moviendo el brazo para enseñármelo también a mí. Varios de mis hijos hicieron un ruidito de sorpresa, pero la reacción más llamativa fue la de Blaine, que dejó escapar un grito ahogado en su garganta, que se tradujo en un sonido peculiar, acabado en un gallo. Fue como el gañido de un ratón cuando se topa de golpe y sin previo aviso con un gato.
No mucho tiempo atrás ese gesto me habría
sacado de mis casillas. Le habría gritado y de haber estado solo delante de sus
hermanos le habría dado una palmada allí mismo. Pero, aunque fuera sutilmente,
yo había cambiado. Los recientes acontecimientos me habían cambiado y estaba
determinado a no ser tan impuslivo. Me habría propuesto lo de no gritar como un
objetivo prioritario. Además, sabía que aquel enfado de Harry aparentemente sin
sentido nacía de lo que sea que estuviera sintiendo en ese momento. Era mejor
atacar a la raíz del problema.
- Sam no te ha hecho nada, Harry. No se merece
que le trates así. No sé en qué estás pensando, pero seguramente sea una idea
equivocada, que te está llevando a hacer y decir muchas tonterías. Sube a tu
cuarto y reflexiona sobre eso.
- Reflexióname la polla – me replicó.
- ¡Harry, joder! - intervino Ted. - ¡Deja de
hacer el idiota! ¿No te das cuenta de que te la estás cargando mucho así de la
nada?
- ¡Cómeme la polla tú también! - le gritó y
subió las escaleras corriendo hasta su habitación. Suspiré.
Blaine y Sam se miraban con caras de horror.
- Lamento que hayáis presenciado eso. Os pido
disculpas en nombre de mi hijo.
- Papi, “polla” es la palabra fea para decir
“pilila”, ¿verdad que sí? - preguntó Kurt. - Y es de esas palabras que no puedo
decir, ¿no?
Antes de que pudiera responder, Sam soltó una
carcajada, que se prolongó durante varios segundos. Blaine se rió un poco
también.
- Ey, ¿de qué te ríes? - protestó Kurt.
- De nada, chiquitajo. Es que eres muy mono,
¿sabías?
- No Kurt, esa palabra no la puedes decir. Ni
tú, ni Harry tampoco – le aclaré. Agradecí su interrupción porque había
aligerado un poco la tensión. - Chicos, será mejor que volváis a casa – les
dije a Blaine y a Sam. - No preocupéis a vuestra madre.
- Sí, creo que será lo mejor...
- Venid siempre que queráis – les dije. - Y
cuidaros mucho. Blaine, fuiste tú el que me dijo que tu tío os quiere. Intenta
recordar eso cuando peléis, ¿bueno? Y no olvides que tu madre te adora y por lo
que sé ella no es tan estricta.
- No, mamá es una nube de algodón – me
confirmó Sam y me sacó una sonrisa.
Le di un abrazo de despedia y otro a Blaine, que
se demoró en soltarme unos segundos.
- Siempre que lo necesites, aquí tienes un
amigo – le susurré.
- Gracias. Venid al concierto de Sam...
- Allí estaremos – le prometí. - Le pediré los
datos a tu madre.
Les observé marchar y me angustié cuando se
subieron en la moto. Se pusieron los
cascos y Blaine se agarró a Sam antes de que arrancara. ¿Qué necesidad había de
desplazarse en algo tan peligroso, a ver? Grd.
Cuando les perdí de vista, suspiré. Me quedaba
hablar con Harry, lo cual seguramente no iba a ser fácil, y con Barie, mi
sensible princesita.
-
BLAINE'S
POV -
- ¿En qué piensas? - me preguntó Sam. Ya casi
habíamos llegado a casa y yo todavía no había dicho nada.
- En que me estoy comiendo tus rastas – me
quejé.
- En qué piensas de verdad – insistió.
No le respondí inmediatamente. No estaba
pensando en nada, en realidad. Más bien me estaba recreando en una sensación.
Un escalofrío paradójicamete cálido que me había recorrido entero cuando Aidan
me abrazó. Era un armario, así que mi cara apenas quedó a la altura de su
pecho. Me sentí pequeño y recogido, como cuando te metes en un huequecito
estrecho pero en vez de experimentar agobio te sientes a gusto y sientes ganas
de hacer un nido ahí para siempre.
- Ese chico es suicida. Harry, ¿no? - le dije,
porque no pensaba compartir mi escalofrío cálido con Sam.
- Sí, Harry – me confirmó. - Y sí, algo
kamikaze sí parece. Pero Aidan ha reaccionado bien.
De nuevo, no le respondí. Sí, Aidan había
reaccionado bien. No le había cruzado la cara. No le había llevado a rastras
hasta su cuarto.
- ¿Crees que le vaya a pegar? - pregunté. -
Cuando hablé con él sobre lo que pasó con Jemy pareció escandalizado por el
cinturón y por lo injusto del asunto, pero no sobre la parte de pegar. Y mamá
le dio una palmada a Jemy delante de él y no se inmutó. Tampoco cuando estuvo
en casa dijo nada, aunque creo que Aaron le parece muy bruto.
- Eso es porque Aaron es muy bruto – replicó
Sam. - No lo sé, Blaine. No es el castigo más habitual. Pero tiene muchos
hijos, alguna palmada suelta les habrá dado alguna vez, supongo. ¿A qué la
pregunta?
- A nada...
Inevitablemente, llegamos a casa. Todavía no
sabía que le iba a decir a Aaron. Con suerte se habría encerrado en su despacho
para trabajar y me ignoraría hasta que se le olvidara lo que había pasado. No
sería la primera vez, pero en realidad dudaba tener tanta suerte. Aquel día yo
le había insultado, eso era una especie de línea que no había cruzado antes y
dudaba que tal cosa se le olvidara.
Sam abrió la puerta y lanzó el abrigo hacia el
perchero con excelente puntería. Los trillizos estaban jugando tranquilamente
en su alfombrita. Tyler construía algo con unos bloques. Avery apretaba sin
parar el botón de la máquina de animalitos, haciendo que repitiera sin cesar “la
vaca hace muu” y Dante rodaba un coche de bomberos. En cuanto nos vio, Dante
dejó el coche y correteó hacia nosotros con sus pasitos algo torpes.
- “Beine, Beine” - me llamó. Mi nombre era una
de sus nuevas palabras, pero era muy difícil de pronunciar para él.
- Hola, enano – saludé y le cogí en brazos. -
Ugh, cómo pesas.
- Oye, ¿y a mí no me saludas? Que me pongo
celoso – protestó Sam.
- ¡Sam!
Dante estiró hacia él sus manitas regordetas.
Sam se dejó agarrar y así cambió de mis brazos a los suyos.
- Hola, renacuajo. ¿Y vosotros qué, no decis
hola? - les preguntó a los otros dos.
- Olla :3
- Iosh :3
Sam se rió ante la confusión de Tyler.
- No, adiós, no. Hola. No me voy, enano, acabo
de llegar.
La tierna escena se interrumpió cuando Aaron
abrió la puerta de su despacho. Debía de habernos oído. Me miró. Le miré.
- Tío Aaron... - empecé, sin saber muy bien
cómo continuar.
- Entra – dijo solamente. Sonó como una de
esas órdenes que no pudes incumplir.
Intercambié una mirada con Sam. Mamá debía de
estar llevando a mis hermanos a piano. Cuando hablé con ella por teléfono, me
dijo que no podía insultar a mi tío y que tenía que pedirle disculpas, pero no
parecía muy enfadada. Aaron sí. Aaron mucho.
Entré a su despacho y me quedé de pie en el centro,
observando un enorme plano en el que debía de estar trabajando en ese momento.
- Sam, echa un vistazo a los bebés – le
escuché decir, en un tono autoritario. ¿Tanto le costaba poner dos gotitas de
amabilidad en su voz? O decir un “por favor” de vez en cuando.
Dejé de pensar en eso en cuanto cerró la
puerta y se apoyó en ella con los brazos cruzados.
- Tío Aaron, siento lo que te dije.
- No, todavía no lo sientes – me aseguró.
Cerré los ojos, adivinando cuáles iban a ser sus siguientes palabras. - Al
sillón – me ordenó. No me estaba pidiendo que me sentara.
Años atrás, cuando sabía que mi tío estaba por
castigarme, lloriqueaba y le pedía que no lo hiciera. Con mi padre no me
atrevía. No es que alguna vez me hubiera dado resultado con Aaron, pero él no
solía enfadarse porque lo intentara. Por entonces tenía más paciencia. Ahora
todos habíamos aprendido a no discutir
nuestra sentencia, aunque no por eso era más fácil de aceptar. A veces,
involuntariamente, todavía tenía el reflejo de expresar mi miedo en voz alta.
- No, tío, por favor...
- Al sillón – repitió, mientras se llevaba las
manos a la cintua. Se desabrochó el cinturón sin hacer un solo ruido, pero
conforme lo sacaba de las trabillas se escuchó el roce. Cuando toda la tira
estuvo fuera, agarró la hebilla, y entonces sí hubo un pequeño sonido metálico.
Fue ese sonido lo que por fin me hizo reaccionar y caminé hacia el sillón,
sintiendo que todo el peso de mi cuerpo se iba hacia mi vientre, haciendo un
nudo. Al contrario que Sean, yo no solía resistirme. Prefería evitar llevarme
alguno en las piernas si era posible. - Bájate el pantalón y el calzoncillo.
Estuve seguro de haber escuchado mal. Tenía
que ser mi cerebro jugándome malas pasadas, trayéndome horribles recuerdos.
Aarón nunca me había pegado sin ropa. Como mucho sin pantalón, si la cosa había
sido grave, pero no sobre la piel. El cinturón sobre la piel desnuda es una
tortura insoportable y yo lo sabía de primera mano porque mi padre sí lo había
hecho en más de una ocasión. Entonces era Aaron el que le decía que era
demasiado duro, que eso no era necesario, que se trataba de ponerme límites, no
de hacerme daño.
- ¿El calzoncillo también? - logré preguntar.
- Te fuiste sin permiso y me insultaste, por
supuesto que el calzoncillo también.
- Soy muy mayor para que me veas desnudo – protesté, débilmente. La vergüenza era la segunda de mis preocupaciones pero era también una preocupación considerable.
Aaron debió de considerar que ya eran
suficientes objecciones, porque me agarró del brazo y me obligó a apoyarme
sobre el sillón. Instantes después sentí un ardor considerable en la pierna
derecha, cerca de la pantorrilla.
- Te bajas el pantalón y el calzoncillo –
repitió. - Si te lo tengo que decir de nuevo estaremos aquí toda la noche.
Sabía que era una amenaza vacía pero no quería
empeorar mi situación, así que hice lo que me pedía. Me desabroché el pantalón,
cerré los ojos y empujé la ropa hacia abajo, sin poder reprimir un sollozo. Me
tumbé sobre el brazo del sillón rápidamente, así que estoy bastante seguro de
que no vio nada, pero no por ello me sentí menos expuesto. Además, todavía
podía verme el culo, y eso ya era más de lo que nadie necesitaba ver.
Debió de doblar el cinturón sin que yo lo
viera, porque para darme el primer golpe se colocó muy cerca.
ZAS
- Ssff – se me escapó un siseó, fue una sensación de ardor y de picor a la vez.
ZAS
- Ssff – se me escapó un siseó, fue una sensación de ardor y de picor a la vez.
ZAS
Agarré el cojín con las dos manos, para
asegurarme de que se quedaban ahí. Me era prácticamente imposible evitar
llevarlas atrás, pero si lo hacía los siguientes caerían en las piernas.
ZAS
Sentí las lágrimas cayendo por mis mejillas.
Apreté más el cojín y hundí en el la cabeza. No quería gritar.
ZAS
Mordí el cojín. Me moví, aunque apenas fui
consciente. Lo supe porque Aaron puso una mano en mi espalda, pero la quitó
enseguida.
“No, no la quites” protesté en mi
interior.
ZAS
Ese fue más fuerte, no sé si porque me había movido o porque consideraba que los cuatro anteriores no habían ido suficientemente en serio. Era difícil saber lo que estaba pensando, porque no podía verle y no decía nada.
Ese fue más fuerte, no sé si porque me había movido o porque consideraba que los cuatro anteriores no habían ido suficientemente en serio. Era difícil saber lo que estaba pensando, porque no podía verle y no decía nada.
ZAS ZAS ZAS ZAS ZAS
Contraje los músculos, me puse de puntillas,
apreté el cojín hasta aplastarlo por completo. Cuando me daba varios seguidos
era a la mez mejor y peor. Mejor porque pasaba rápido y me evitaba la agonía de
esperar el siguiente golpe. Peor porque el ardor se multiplicaba y en ese
momento sentía como si me hubieran quemado la piel.
ZAS ZAS ZAS ZAS ZAS
El cojín no ahogaba del todo mi llanto y mis
quejidos. Ya no aguantaba más.
- Snif... Ya tío, por favor... snif... No
vol... snif... volveré... snif... a salir sin permiso... snif... ni a
insultarte... snif... ni a colgarte el teléfono... snif
ZAS ZAS ZAS ZAS ZAS
Para los cinco últimos ya no estaba inclinado,
sino totalmente tumbado sobre el sillón. Era una posición ligeramente
inestable, pero ya no hubo ninguno más, así que podía quedarme así. Sentí más
que escuché cómo Aaron se marchaba y entonces sí empecé a llorar con todas mis
fuerzas, abrazando el cojín y llenándolo de lágrimas.
Mi mente voló hacia el momento en el que Aidan
me había abrazado. Intenté recordar cómo me había sentido entonces, pero mi
memoria sensorial apenas le hizo justicia a aquel escalofrío. Mi cuerpo ya no
podía recrear aquel contacto, en cambio repetía una y otra vez la forma dulce
en la que había abrazado a Kurt después de regañarle. ¿Era porque tenía seis
años? ¿Porque era mono? ¿O simplemente porque le quería?
Lloré hasta cansarme o, más concretamente,
hasta que necesité un pañuelo. Me subí los calzoncillos con cuidado y tras
pensármelo un poco me subí los pantalones también. Aaron siempre tenía un
paquete de clínex en la mesa, se manchaba mucho las manos cuando hacía los
planos, así que le cogí uno y me soné la nariz. Justo en ese momento entró Sam.
No dijo nada, solo caminó hacia mí y me dio un abrazo. Lloré en silencio sobre
su jersey, pero él no pareció preocupado por su ropa. Me acarició la espalda
todavía sin hablar, consciente de que yo lo prefería así. No era la primera vez
y probablemente tampoco la última.
- AARON'S POV -
Dos mil dólares por cambiar una maldita pieza.
En menos de año y medio, ocho mil más para unas prótesis nuevas y así
periódicamente hasta que dejara de crecer. Eso sin contar los honorarios del
médico, era solo el precio de las piernas. Era una burrada. Pero sacaría el
dinero de alguna parte. Me negaba a que Max llevara un monigote de plástico, él
necesitaba prótesis mecánicas, que le permitieran caminar. ¡Tenía nueve años,
por el amor de Dios! Y yo tenía un pañal llenito de pis en las manos. Más me
valía concentrarme, Dante estaba haciendo un gesto con la cara que indicaba que
necesitaba hacer el númerdo dos.
- ¿Quieres hacer caca? - le pregunté, para
cerciorarme y él asintió. Le llevé al baño y le senté en el orinal. Esa parte
la llevábamos bien, era el tema del pis el que seguía costando, pero era
pequeño todavía.
Dante terminó y le limpié con una toallita. Luego cogí el orinal para vaciarlo en el baño, pero él me miró con preocupación. Hacía solo un par de semanas que estaba usando el orinal y aún le parecía extraño el proceso. Gimoteó, como si estuviera tirando algo valioso o irremplazable.
Dante terminó y le limpié con una toallita. Luego cogí el orinal para vaciarlo en el baño, pero él me miró con preocupación. Hacía solo un par de semanas que estaba usando el orinal y aún le parecía extraño el proceso. Gimoteó, como si estuviera tirando algo valioso o irremplazable.
- No pasa nada, se va por el váter, con otras
cacas – le dije. A veces no era consciente de lo estúpidas que eran mis
conversaciones con los trillizos. Con el paso de los años y de los sobrinos me
había ido familiarizando con el lenguaje de los bebés. - Mañana harás más.
Dante no estaba convencido del todo, pero al
menos no lloró, como la primera vez. Lavé el orinal, me lavé las manos y le
puse de pie en el banquito para que llegara al lavabo a lavarse las suyas.
Cuando salimos del baño me encontré cara a
cara con Holly.
- Oh. Hola, no te he oído llegar.
- ¿Le pegaste?
- me increpó. No hizo falta que respondiera, porque ya debía de haber
hablado con Blaine. - ¡Te dije expresamente que no lo hicieras Aaron! ¡Encima
le pegaste sin ropa! ¡Eres un bestia! ¡Un animal!
- No es más de lo que hacía Connor – empecé,
pero no me dejó continuar.
- ¡Odiaba a Connor, Aaron! Durante el último
año le odié con todas mis fuerzas, aunque tú lo idolatres.
- No digas eso, era tu marido...
- ¿Sí? Pues que se hubiera comportado como tal – dijo, cortante. No respondí, sabía que las cosas entre ellos no habían acabado bien, incluso mucho antes de que muriera en acto de servicio. - Ya no puedo seguir así, Aarón. Te quiero con toda mi alma, te quiero como si fueras una parte de mí, porque eres una parte de mí. Pero no puedo ver cómo me ignoras y cómo les lastimas a ellos mientras te lastimas a ti mismo. No sé cómo, no se a dónde, pero mis hijos y yo nos vamos a ir. A un albergue, si hace falta, o a la calle. Me da igual. Estarán mejor allí que aquí, viviendo con un hombre que solo hablar a través de un cinturón.
- Holly, ¿pero qué estás diciendo? - me
horroricé. - ¿Vivir en la calle? ¿En un albergue? ¿Pero por qué? ¿Porque le he
castigado? ¡Se fue de casa, Holly! ¡Y me insultó!
- ¡YO soy su madre, YO decido cómo educarle,
cómo regañarle y cómo castigarle, y ten por seguro que jamás aprobaré que le
pegues con esa cosa!
- ¡No le hice daño! - grité, frustrado por una
discusión que ya habíamos tenido cientos de veces. - ¡Mañana ya no le dolerá
nada!
- ¡NO QUIERO QUE LE DUELA HASTA MAÑANA, AARON!
¿Por qué no quieres entender? No puedes haberlo olvidado ya, tienes que
recordar cómo se sentía.
Le lancé una mirada furiosa.
- Sabes que jamás fui tan duro con ellos como
papá con nosotros – gruñí.
- No, Aarón, y por eso nuestro padre tenía una
orden de alejamiento.
- Porque tú le denunciaste – reproché, aún
resentido por aquello, aunque había pasado muchos años atrás y nuestro padre ya
había muerto, de un infarto.
- Si no le denunciaba, en lugar de una llamada
de servicios sociales hubiera recibido una del tanatorio – replicó.
Una parte de mí sabía que tenía razón. La otra
quería negarlo y seguir admirando al hombre que me había dado la vida y poco
más.
Holly me acarició el brazo. Nunca podía
enfadarse conmigo por mucho tiempo. Su alma bondadosa siempre ganaba la
batalla. Suspiró.
- Si hace falta fabrico una llave – susurró.
No entendí lo que quería decir, pero para ella sí debía tener algún
significado.
Me encantoooooo me quedé en suspenso con Harry se merece un buen castigo.... y no aguanto porque el médico diagnostique a Kurt pobrecito que no sea nada graveeee
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