CAPÍTULO
90: Fierecilla
Los profesores deberían hablar más
entre ellos y ponerse de acuerdo para no mandar una tonelada de deberes el
mismo día. Tenía que hacer dos páginas enteras de problemas de matemáticas, un
resumen de historia, dos comentarios de lengua, tres láminas de Historia del
Arte y encima el de Geografía se había enfadado con la clase y había mandado
cuatro páginas de actividades. Era poco probable que me las pidiera a mí, yo no
era de los que le habían estado interrumpiendo, pero no me quería arriesgar.
Veía totalmente imposible que me
diera tiempo a hacer todo eso en una tarde. Mi amigo Mike había intentado que
él, Fred, Agus y yo hiciéramos un trato y nos repartiéramos los deberes para
copiarlos después, pero Fred se opuso tajantemente: su empollón interno estaba
en contra de hacer trampas con la tarea. Yo dije que no también, pero en el
fondo me hubiera gustado: tenía que rendirme ante la evidencia de que no había
tiempo material para todo.
Como papá se había ido con Kurt y
Michael al médico, yo tenía que vigilar a los enanos mientras hacía todo eso.
Primero me ocupé de que los peques terminaran sus propios deberes.
- No, Tete, yo quiero ver dibus –
se quejó Hannah.
- Y los verás, enana, cuando acabes
tu tarea. ¿Qué tienes que hacer?
- ¡Nada!
La miré fijamente, sabiendo que no
era capaz de aguantar una mentira, y así pude notar como arrugaba el labio y
luego se lo mordía.
- Una multiplicación...
- Pues venga, eso lo acabas
enseguida. ¿Y tú, Alice?
Mi hermanita sacó un cuaderno con
dibujos en blanco.
- ¿Tienes que colorear? – adiviné y
ella asintió. – Pero eso es divertido. ¿De qué color lo vas a hacer?
- ¡Verde!
- Pero si es un pollito... ¿No
crees que debería ir en amarillo? – sugerí, pensando que eso le gustaría más a
su profesora.
- ¡Ño, verde!
- Bueno – accedí. Todo eso de no
coartar su libertad artística y demás. De todas formas, lo importante era que
aprendiera a pintar sin salirse de los márgenes. - ¿Y tú, Dylan? ¿Tienes tarea?
Dylan asintió, pero no me dio una
respuesta verbal. Abrió su mochila y sacó su libro de Ciencias. Si necesitaba
ayuda ya me la pediría... Ese enano podría hacer sin problemas algunos de mis
deberes.
Me senté con ellos y saqué mis
cosas también, pero no pude concentrarme demasiado porque tenía que estar
pendiente de que Hannah no se levantara.
- Estás muy revoltosa hoy, ¿eh,
princesa? Ya podrías haber terminado si dejaras de intentar escaparte.
- ¡Las mates son un rollo! ¡Además
siempre hago los deberes con Kurt!
- Sí, Hannah, pero Kurt está en el
médico. Vamos, concéntrate. ¿Dos por cuatro?
Mi hermanita resopló y agarró el
lápiz con desgana. Garabateó en su cuaderno, sin la menor intención de
responder al ejercicio.
- Hannah, no vas a levantarte de
aquí hasta que termines, ¿bueno?
- Humpf.
- ¡Tete, yo ya acabé! – exclamó
Alice. - ¡Mira!
Me enseñó su dibujo y yo sabía por
papá que tenía que hacer algo de teatro al mirarlo y poner cara de
concentración.
- Te quedó muy bonito, peque.
¿Quieres ir a jugar?
- ¡Yo también quiero ir a jugar! –
dijo Hannah.
- Pues haz los deberes, tonta – le
dijo Dylan. Me sorprendió tanto que interviniera en la conversación que tardé
en reaccionar.
- No se insulta, Dy. Pídele perdón.
Dylan no apartó la mirada de su
libro y no dio signos de haberme escuchado, así que puse una mano sobre la hoja
que estaba leyendo para captar su atención.
- Tienes razón en que Hannah debe
hacer su tarea, pero no es tonta y no está bien que se lo llames. Pídele
perdón, enano.
- Tú dices tonto m-muchas veces. Y
Ale. Y Ha-Harry. Y Zach. Y todos. Hasta p-papá.
Me di cuenta de que era cierto.
"Tonto" era un insulto bastante "light" que en determinados
contextos podía ser hasta medio cariñoso.
- Tal vez, pero lo decimos de
broma. Y porque somos mayores – añadí. Lo de la edad solía ser un argumento
irrefutable. Como éramos tantos en casa, todos mis hermanos entendían que había
cosas que solo los mayores podíamos hacer.
- Yo quiero ser mayor.
- Ya lo serás, enano, si no paras
de crecer. Pero ahora, ¿qué le tienes que decir a Hannah?
- Lo siento... No eres t-tonta,
pero sí p-pesada. Solo son deberes.
Me mordí una sonrisa ante la
sinceridad de mi hermano y la mueca de indignación que puso mi hermanita. Al
verse sin apoyos, finalmente empezó a hacer los deberes y los acabó enseguida.
Un punto menos en mi lista de cosas pendientes. Lo siguiente era que yo pudiera
hacer los míos.
Les puse una película a los más
pequeños y eché un vistazo a los mayores, que se habían encerrado en sus
cuartos. Todo estaba tranquilo, así que pude concentrarme en los deberes
durante un rato. Me quedé en la mesa del salón, porque desde allí podía
observar a mis hermanitos. Alice, Hannah y Dylan estaban de lo más entretenidos
viendo El Rey León. Tenían que sabérsela de memoria, pero no
parecía importarles.
La calma duró una media hora.
Después de eso, empecé a escuchar gritos en el piso de arriba. Estuve tentado
de ignorarlo y dejar que la situación se resolviera por sí misma, pero las
voces no hacían más que aumentar de volumen, así que subí a ver de qué se
trataba.
- ¿TE HE DICHO YO QUE PUEDAS COGERLO,
IMBÉCIL? – gritaba Madie.
- Solo es un típex... - respondió
Alejandro.
Los dos estaban en el pasillo,
Madie en clara posición de ataque y Jandro de defensa.
- ¡SI NO PERDIERAS EL TUYO TODO EL
RATO NO TENDRÍAS QUE PEDIRME EL MÍO!
- ¡Solo es un puñetero típex!
Alejandro comenzaba a enfadarse
ante la reacción tan desproporcionada de mi hermana.
- Madie, déjaselo. ¿Qué te cuesta?
– intervine yo. Mala idea.
- ¡Tú cállate, nadie te preguntó!
No era la primera vez que me
respondía algo así cuando nos quedábamos solos. A Alejandro se lo aguantaba,
apenas nos llevábamos dos años, pero Madie debía de pensar que era
"demasiado mayor" para que su hermano le dijera qué hacer y yo no lo
tenía tan claro. Le sacaba seis años y papá me había dejado a mí a cargo.
- No, nadie me preguntó, pero estás
gritando como una loca por una tontería cando hay gente intentando hacer
deberes. Corta el drama y dale el típex.
- ¡Siempre me lo pide todo a mí!
- ¡Que es un típex, Madie! Seguro
que se lo dejas a todos tus compañeros de clase – intenté razonar.
- Déjalo, iré a ver si Harry y Zach
tienen uno. Egoísta – dijo Alejandro y se metió al cuarto de los gemelos.
- Imbécil – murmuró Madie.
- Eh. Cuidadito – le advertí.
- "Cuidadito" – se burló.
– Ve a hacer de padre con los enanos.
- No hago de padre con nadie, pero
no puedes insultarle y menos cuando no tienes razón.
Soltó un bufido y se metió en su
cuarto, cerrándome la puerta prácticamente en las narices. Respiré hondo y me
esforcé por recordar alguno de mis "mejores momentos" de malcriadez
adolescente. Era una fase. Y papá se merecía un monumento por tener que
aguantar tantas de esas.
Lo dejé estar y me volví al piso de
abajo a seguir con mi tarea. Al poco rato escuché pasos en la escalera y vi a
los gemelos.
- ¿A dónde vais?
- A picar algo – respondió Harry.
- Pero si no hace ni una hora que
hemos comido. Esperaos a la merienda.
- ¡Pero yo tengo hambre ahora! –
protestó Zach. ¿Eso era un puchero? Rodé los ojos.
- Está bien, ahora os subo algo.
¿Zumo y frutos secos? – sugerí.
Los dos asintieron, sonrieron y
volvieron al piso de arriba. Yo fui a la cocina a preparar varios cuencos y los
subí en una bandeja, junto con varios bricks de zumo: no tenía tiempo como para
hacer zumo natural.
Iba haciendo equilibrios, porque
llevaba la bandeja en una sola mano y los zumos bajo el otro brazo. Cuando vi
salir a Madie de su cuarto respiré aliviado.
- ¡Mad! Cógeme los zumos, por favor
– le pedí.
- Que te ayude Alejandro.
- ¡Madie, no seas así! ¡Se me van a
caer!
Ella caminó hacia mí y pensé que
iba a ayudarme, pero en lugar de eso pasó a mi lado y me chocó con el hombro.
Se me cayó la bandeja, todos los frutos secos terminaron en el suelo y un par
de cuencos se rompieron. Los bricks de zumo se cayeron, pero por suerte no se
reventaron.
- ¡Madie! – exclamé, observando
aquel desastre.
- ¡A mí no me culpes! ¡Se te han
caído a ti!
- ¡Porque me has chocado! –
repliqué.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó Cole,
saliendo del cuarto atraído por el ruido.
- Nada, enano. Cuidado no te claves
nada, ahora lo recojo. Madie, ayúdame.
- ¡Sí, hombre! – replicó. En ese
punto estallé.
- ¡ME VAS A AYUDAR Y NO TE ESTOY
PREGUNTANDO!
- ¡NO ME GRITES, IMBÉCIL!
- ¡NO ME INSULTES!
- ¡IMBÉCIL, IMBÉCIL, IMBÉCIL,
IMBÉCIL! – chilló.
Noté cómo me hervía la sangre y mi
respiración se aceleraba.
- ¡No me busques, Madelaine, porque
me encuentras! – le advertí.
- ¿Qué se supone que significa eso?
– inquirió, en tono de desprecio.
- Que me estás hartando. No sé qué
rayos te pasa, pero o te quitas los humos de diva o te los quito yo. Ven aquí y
ayúdame.
- Oblígame – me espetó y se encerró
en su habitación.
Ganas no me faltaron de ir detrás
de ella, pero tenía que recoger los fragmentos del cuenco antes de que alguien
se los clavara. Fui a por el cepillo y el recogedor y comencé a barrer los restos
de cristales y comida, sintiéndome cada vez más rabioso porque no creía
merecerme que Madie me tratara así.
Aún no había terminado con eso
cuando escuché un llanto infantil en el piso de abajo. Fui a investigar y me
encontré a Alice llorando con un poco de sangre en la boca. Al parecer se había
caído al suelo y se había ido de morros.
- ¡BWAAAAAAA!
- Pitufita, ¿qué pasó? – pregunté,
mientras la cogía en brazos. No es como si esperara respuesta, estaba llorando
mucho como para hablar. Le di besitos en la frente y observé la herida. No
parecía más que un golpe en el labio. Seguro que le dolía, pero no era nada
grave.
- ¡BWAAAA!
- Hannah la e-empujó – me dijo
Dylan.
- ¿Hannah? ¿Es eso verdad? –
interrogué, pero la aludida se limitó a mirarme con los ojos muy abiertos, sin
decir nada. Eso podía esperar. – Ya, Alice, ya pasó, bebita. Ven que te lave.
La llevé al baño y mojé su labio
con agua fría, tanto para limpiarlo como para aliviar su molestia. Se le iba a
hinchar, lo más seguro. Pobre cosita. Examiné su boca para comprobar que sus
dientes estaban bien y le di un beso sonoro en la mejilla.
- Ya, princesita. Shhh, ya está.
Alice se enredó en mi cuello y dejó
de llorar, pero su respiración aún estaba algo alterada. Volví con ella al
salón y me senté en el sofá con la peque aún entre mis brazos. Paré la
película, a la que ya nadie le estaba haciendo caso.
- ¿Qué pasó, enanas? ¿Me vais a
contar? Hannah, ¿por qué la empujaste?
- ¡Yo no la empujé!
- Dylan dice que sí.
- ¡Dylan es tonto!
- Sin insultar. Estoy enfadado
contigo, ¿eh? ¿Qué es eso de empujar a tu hermanita? – la increpé.
Los ojos de Hannah se aguaron y
comenzó a llorar. Se sentó en el suelo y pataleó un poco.
- ¡No la empujé, no la empujé!
La observé bien. Hannah, al igual
que Kurt, era bastante sincera. Y si alguna vez se le escapaba alguna mentira,
no tardaba ni medio segundo en reconocerla.
- Dylan, ¿me cuentas lo que pasó?
- A-Alice quería ir a hacer p-pipí
y Hannah dijo q-que ella t-también y corrió d-detrás y se c-chocaron.
- Entonces no la empujó, enano, fue
un accidente.
- Fue sin querer – lloriqueó
Hannah.
- Perdona, peque. Anda, ven, dame
un abrazo – le dije, y envolví a ella y a Alice al mismo tiempo.
- Snif. ¿Tas enfadado conmigo,
Tete? – me preguntó Hannah.
- No, princesita, me confundí. Yo
sé que no querías hacerle daño a Alice.
- Hice mi tarea – me recordó. No
entendí por qué sacó el tema en ese momento. Tal vez se sentía culpable por
haberse resistido a hacer los deberes.
- Sí, peque, y está muy bien hecha.
La tarea siempre es lo primero, ¿mm? Y después jugamos, o vemos la tele.
Hannah asintió y apoyó la cabeza en
mi hombro, de modo que me vi atrapado entre las dos enanas, pero lo cierto es
que estaba muy a gusto así. Lástima que no pudiera quedarme ahí por mucho rato.
- Tengo que terminar de limpiar el
piso de arriba y ponerme a estudiar – dije, más para mí que para ellas. - Y
vosotras tenéis que hacer pis. Alice, ¿necesitas ayuda? - pregunté, y ella negó
con la cabeza. - Pues venga, ve, enana. Y después volved aquí. ¿Por qué no
termináis de ver la peli y me guardáis un sitio para cuando acabe, mm?
"Si es que acabo algún día"
pensé para mí.
Reanudé la película y subí las
escaleras. Me sorprendí al ver a Madie con el recogedor y el cepillo y se me
escapó una sonrisa, pero ella también me vio y pareció avergonzarse de haber
sido descubierta en su buena acción, con la que de alguna manera admitía que no
había obrado bien antes. Me miró con rabia y tiró el recogedor al suelo.
- ¡Mad, espera! – la llamé, antes
de que volviera a esconderse en su cuarto.
- ¡Déjame en paz, gilipollas!
- ... Me estoy cansando de que me
insultes sin razón. No te he hecho nada, ¿por qué estás así conmigo?
Madie se quedó callada, como si
ella tampoco tuviera una respuesta. Pensé que yo era el mayor y eso tenía que
notarse: debía ser la parte conciliadora.
- Tregua, ¿vale? No peleemos más.
Sé lo que estabas haciendo, te he visto limpiando. No tienes por qué
avergonzarte.
- ¡No estaba limpiando, idiota!
- ¡No puedes ser tan orgullosa,
caramba!
- ¡Ni tú tan gilipollas! ¡Mejor
vete a estudiar a ver si consigues aprobar alguna! Pero igual no te esfuerces,
que vas a repetir.
Eso fue un golpe bajo. Me acerqué a
ella y la agarré del brazo.
- Prefiero estudiar y suspender que
ser una mocosa engreída y egoísta. Ahora que, cuando papá pregunte qué pasó con
los cuencos, yo no te pienso defender.
- ¡Suéltame! – exigió.
- No, ahora me escuchas. La cagaste
con Alejandro. Malas reacciones las tenemos todos, pero si lo hubieras
reconocido ahí se hubiera quedado todo. En lugar de eso seguiste con tu pequeño
show de niña malcriada y todo porque te llamé la atención. Soy tu hermano
mayor, y si papá no está es a mí a quien tienes que hacerle caso. Si no te
gusta me da igual, es lo que hay.
- ¡Suéltame, me haces daño! –
gritó, forcejeando.
- ¡No, tú me hiciste daño a mí, al
hablarme de esa manera! Lo he intentado todo, pero tú solo querías pelear. No
soy una marioneta para que te desquites conmigo.
- ¡Ted, me haces daño! – insistió,
y siguió revolviéndose hasta que finalmente me dio un pisotón y la solté. Solo
entonces comprendí lo que me había dicho y sentí que el estómago se me subía a
la garganta al ver cómo se llevaba la mano al brazo, con evidentes signos de
dolor. Mi mano había bastado para envolver todo el ancho de su pequeño brazo y
era evidente que había utilizado más fuerza de la que pretendía.
- Madie... - murmuré. Intenté
comprobar si iba a salirle cardenal, pero en cuanto di un paso en su dirección
se alejó. Ese gesto me hizo sentir un monstruo. – Lo siento... yo...
En ese momento sonó la puerta: Papá
había vuelto. Madie también se dio cuenta y salió volando al piso de abajo.
- AIDAN'S
POV –
Apenas recuerdo cómo salimos de la
consulta. Mis pies se movían solos, porque mi cerebro estaba ocupado en
procesar las noticias que acababan de darnos. Tenía un montón de citas
pendientes, con cirujanos, anestesistas, y demás doctores. Iban a operar a mi
bebé.
En dos meses. La fecha se sintió de
pronto como una condena.
Cuando llegamos al coche, dejé que
Michael metiera a Kurt y le abrochara en la sillita. Yo me dejé caer en el
asiento, pero no arranqué por un buen rato, mirando al infinito.
- Papi... - me llamó Kurt. Sus
ojitos azules lucían preocupados. – ¿Me porté bien?
Salí del coche y me volví a meter
por la puerta de atrás, para estar a su lado.
- Te portaste muy muy bien,
campeón. Si papá está triste no es por eso – le aseguré. – En verdad no estoy
triste, solo estoy pensativo – decidí mentir un poquito.
- ¿Por qué?
Mi enano no se había enterado de
nada y comprendí que, si aquello de verdad iba a suceder, él tenía que saberlo.
- Verás, Kurt... Los doctores
necesitan mirar dentro de tu corazón.
- ¿Mi corazón? – preguntó,
extrañado, y bajó la cabeza, como si pudiera vérselo a través de la ropa y del
pecho. - ¿El de verdad o el de mentira?
Fue mi turno para extrañarme.
- ¿El de mentira?
- Mi profe dice que cuando decimos
"corazón" es una "matáfora".
- Metáfora – corregí, por instinto.
- Eso. Y que no es de verdad. Que
en el corazón de la "matáfora" está la gente a la que queremos. Y en
el otro hay venas y sangre y cosas asquerosas.
- Tu profe tiene razón, peque. El
corazón es un órgano del cuerpo, como los pulmones, como el estómago. Pero casi
siempre usamos esa palabra con otro significado.
- Pero mi corazón está bien, papi.
Está llenito ahora. Tiene mucha gente. Estás tú, y está Ted, y está Mike, y
Zach, y Harry, y Barie y Madie, y Cole, y Dylan y Hannah, y Alice, y Holly, y
los hijos de Holly, y Cangu y Andrew y el señor Morrinson y... y... ¡mucha
gente!
- Me lo voy a comer – susurró
Michael, a mi lado.
- Sí, mi vida, es el otro corazón
el que tienen que mirar.
- ¿Por qué?
- Mmm. El corazón es como un reloj.
¿Sabes ese reloj de agujas que tengo en mi cuarto? ¿El que hace tic tac? – le
pregunté. Kurt, acostumbrado a una era donde prácticamente solo se encuentran
relojes digitales, se había fijado más de una vez en mi reloj analógico. – Pues
el corazón hace igual. Tic, tac. Y los médicos del corazón son como relojeros
que se tienen que asegurar de que haga justo eso. Así que van a revisarte
varios doctores, peque. Y sé que no te gusta ir al médico, pero te prometo que
no te va a doler, ¿vale?
Kurt se quedó en silencio por un
rato y yo no sabía si me había entendido, pero decidí que era mejor no
presionar. Intercambié una mirada con Michael, hasta que al final Kurt se
revolvió en su asiento y estiró los brazos para envolverlos alrededor de mi
cuello. Correspondí a su abrazo algo sorprendido.
- ¿Estás bien, bebé? – le pregunté
y él asintió.
- ¿Me voy a poner malito?
- No, peque. Los médicos te van a curar
para que no te pongas malito – traté de explicarle. Era difícil, porque ni yo
mismo terminaba de entenderlo del todo. ¿Un defecto cardíaco? Pero si mi bebé
era perfecto, desde la punta del pelo hasta los deditos del pie.
- ¿Y me van a pinchar?
- No lo sé – respondí, sabiendo que
no tenía sentido mentirle.
- Si te pinchan yo estaré contigo y
te prestaré mi superpoder, ¿recuerdas? – le dijo Michael.
Kurt volvió a asentir y se volvió a
quedar en silencio. Cuando habló de nuevo, su tono era relajado, animado
incluso.
- Papi, ¿me llevas a comer helado?
– tanteó.
Michael soltó una risita y yo, pese
a todo, también. Algunas cosas no cambiaban nunca, y que mi peque era un goloso
lo sabían hasta en la luna.
- Sí, campeón – accedí. Parece que
gracias a Ted habíamos instaurado una tradición, y era que después de ir al
médico podían comer algo rico. No tenía inconveniente en malcriarle un poquito.
Conduje hasta una heladería que nos
gustaba mucho y al final decidimos comprar helado para llevar y así
sorprendíamos a todos con una merienda especial. Sentía que lo necesitaba si
tenía que contarles sobre la operación de Kurt.
Aparqué el coche en el garaje y
Michael cogió las bolsas con los helados. Había uno sin azúcar especialmente
para él y el brillo ansioso en sus ojos competía con el de Kurt. Quería
cumplirle a Mike todos sus caprichos infantiles, incluso aquellos que no me
pidiera. Quería que recuperara un poco de la infancia que se había perdido.
Abrí la puerta de casa con una
mano, mientras sostenía a Kurt con la otra, poco dispuesto a separarme de él.
Lo primero que vi fue a Hannah,
Alice y Dylan viendo la tele, pero enseguida un remolino pelirrojo bajó las
escaleras y Madie me estampó en un abrazo, lloriqueando.
- Ey. Hola, princesa. ¿Qué ocurre?
- Snif... Ted me agarró del
brazo... snif... y me hizo daño – me respondió, con la cara pegada a mi pecho,
así que me costó entenderla. De hecho, durante unos instantes estuve seguro de
haber escuchado mal.
- ¿Ted? – pregunté, pues sabía que
él jamás lastimaría a sus hermanos. Ninguno de mis hijos lastimaría a otro,
pero a veces había peleas. Ted solía tener más autocontrol, especialmente con
las niñas. Dejé eso en segundo plano y me centré en la otra parte de su
declaración. – Déjame ver – pedí y levanté su manga para examinar su brazo. Lo
tenía bastante rojo, y podía notar la marca de unos dedos.
La confusión se fue transformando
en rabia, pero antes de que pudiera decir nada, Ted se asomó por las escaleras.
Su expresión delataba que se sentía culpable.
- Ted, tío, ¿qué le has hecho? –
preguntó Michael, antes de que yo pudiera decir nada.
La mirada herida de Ted no era
nueva y fue lo que me hizo reconsiderar la situación. Recordé mi propia promesa
de tratarle mejor. No solo eso, recordé el por qué no debía precipitarme en sacar
conclusiones. Mis hijos merecían el beneficio de la duda que yo no siempre les
había dado.
- ¿Qué ha pasado, campeón? –
pregunté, esperando que mi tono transmitiera que no le estaba juzgando.
Todavía.
Ted se mordió el labio.
- Yo no quería... Estaba enfadado
y... y apreté demasiado... ¿está bien?
- Está bien. Pero voy a necesitar
más detalles – respondí. No me estaba gustando lo que iba escuchando.
- Ven, Kurt. Vamos a dejar los
helados y de paso te servimos un buen trozo – dijo Michael, para darnos cierta
privacidad. Se lo agradecí internamente mientras les observaba marchar,
sintiendo como que me arrancaban un pedazo del cuerpo a medida que Kurt se
alejaba. Por alguna razón, tenerle cerca me consolaba, aunque eso no fuera a
cambiar nada.
- Lo siento mucho... – empezó Ted.
- ¿Por qué estabas enfadado? – le
pregunté.
- Por... porque... Madie no me
estaba hablando del todo bien y...
- ¡Yo solo le dije que me dejara
tranquila!
- No es cierto – protestó Ted,
débilmente. Estaba muy cohibido y no ayudaba mucho a su causa, pero conocía lo
bastante a mi muchacho como para saber que no se sentía nada cómodo
defendiéndose si con eso tenía que acusar a sus hermanos.
- Papá – intervino Zach, desde las
escaleras. – Lo escuchamos todo y Ted no hizo nada. Madie le insultó varias
veces e hizo que se le cayera la bandeja con los cuencos. Él tuvo mucha
paciencia y al final se enfadó y la regañó, pero no quería hacerle daño.
Madie fulminó a Zach con la mirada,
pero no le contradijo. De hecho, detecté en ella cierta expresión de
culpabilidad.
- Vale, vosotros dos, id a mi
habitación. Allí os preguntaré de nuevo y espero que me contéis la verdad.
Zach, dile a los demás que pueden bajar a la cocina a tomar helado.
Ted fue el primero en obedecer y
Zach le siguió de cerca. Madie suspiró y subió también.
En ese momento comprendí nuevos
aspectos de lo que iban a ser aquellas semanas para mí. No solo tendría que
lidiar con la angustia de la operación de Kurt, no solo tendría que hacerle
frente a mis miedos mientras intentaba no contagiárselos a mi hijo, sino que
todo lo demás seguiría exactamente igual. Tenía otros once hijos de los que
ocuparme, que seguirían con sus vidas, con sus clases, con sus discusiones.
Sería como volver a los días en los que Ted estaba en el hospital. El mismo
estrés. La misma sensación de que no podía llegar a todo.
Tenía que hacer lo posible porque
mis chicos percibieran normalidad. Ellos seguían necesitando a su padre y yo no
tenía permitido colapsar.
Cuando el mensaje que le había dado
a Zach se extendió entre los demás, bajaron a saludarme y a comer helado. Dejé
que Michael se encargara de repartirlos y subí a hablar con Madie y con Ted. En
el pasillo vi el cepillo y el recogedor, lleno de frutos secos y cristales. Eso
encajaba con lo que había dicho Zach. La cosa se ponía cada vez más
interesante... También vi una bandeja apoyada contra la pared y varios bricks
de zumo en el suelo. Los recogí y fui a mi cuarto, lleno de preguntas. No
esperaba encontrarme con mi princesa en plena rabieta adolescente.
- ...¡Y ME LA VOY A CARGAR POR TU
CULPA, IMBÉCIL! ¡ESTÚPIDO!
- No es mi culpa...
- ¡Madelaine! – intervine yo,
entrando por la puerta en ese momento. Mi hija se calló y se sentó en el
colchón, modosita. – Si piensas que te la vas a cargar, por algo será.
Desembucha, señorita.
- No fue para tanto, papá –
intervino Ted, pero le silencié con un gesto.
- Tu hermana puede hablar por sí
misma. Cuando necesite un abogado te lo haré saber – le dije y después decidí
hablar más en serio. – Siempre me enternecerá que defiendas a tus hermanos,
pero tienen que aprender a hacer frente a sus errores.
- Solicito a mi abogado ahora –
susurró Madie, y se recogió las piernas para envolvérselas con los brazos. Eso
la hizo parecer muy tierna y vulnerable. Me agaché frente a ella y la obligué a
mirarme.
- Yo soy tu abogado y te aconsejo
que digas la verdad. Esa es tu mejor defensa – le dije.
Madie suspiró y empezó a contarme
lo que había pasado, desde el punto en el que le ladró Alejandro solo por
pedirle un típex. Luego continuó relatando lo que había pasado con Ted, hasta
el momento en el que se cayeron los cuencos y él la agarró del brazo, sin
omitir las cosas que le había dicho. De vez en cuando, yo miraba a Ted para
corroborar que sus palabras eran ciertas.
- No quería tirar la bandeja, solo
quería que me dejara en paz...
- Tu hermano te estaba regañando, y
con razón. Menudo despliegue de mal genio.
- Yo solo... Jandro me interrumpió
cuando estaba haciendo un ejercicio que no me salía y...
- Y la pagaste con él, ¿no? – acabé
por ella. – Sin ninguna razón, pero ya habías estallado y no sabías cómo volver
atrás. Y en vez de aceptar lo que Ted te decía, te rebelaste contra él.
Madie agachó la cabeza, dándome la
razón.
- No puedes insultarle, ni hablarle
así. Y, para que conste, tu hermano no va a repetir, y si lo hiciera, no es
algo que puedas usar para atacarle. Estuvo en el hospital. Está dando su mejor
esfuerzo. Hoy tenía un montón de deberes que hacer, y ahí estaba, intentando
hacerlos mientras cuidaba de vosotros. Tú tendrías que ayudarle, no ponérselo
más difícil.
Madie se encogió más, atrapada y
avergonzada.
- Estuviste totalmente fuera de
lugar. Tu hermano merece más respeto, no solo porque sea tu hermano mayor, sino
porque se lo ha ganado. Debería dejar que fuera Ted quien te castigara y si no
lo hago es únicamente porque eso sería también un castigo para él.
Eso la impactó mucho. Sus mejillas
se tiñeron de rojo y escondió la cara entre sus piernas. Ted, algo apartado,
también se abochornó.
- Pá... yo ya la regañé mucho, y le
hice daño en el brazo...
- Contigo hablaré después, Ted. Ve
a tu cuarto, campeón. Mejor: ve a por helado, antes de que te dejen sin nada.
Ted puso una mueca, sabiendo que
eso era una forma poco sutil de echarle para hablar a solas con su hermana.
- Te guardaré un poco, Mad –
susurró, antes de salir.
Cuando nos quedamos solos, la
habitación se sumió en silencio. Madie no me miraba y yo necesitaba que lo
hiciera, porque quería saber si había entendido o si simplemente se sentía mal
porque la estaba regañando. Ya no tenía seis años y tenía que asegurarme de que
aprendía de sus errores y que no se limitara a obedecerme porque "es lo
que ha dicho papá y no quiero que se enfade". Era una actitud muy tierna,
pero yo debía ir añadiendo cierta complejidad a aquellas conversaciones. Por
más que me costara admitirlo, mi niña estaba creciendo.
- Madie... ¿Puedes levantar la
cabeza, por favor?
Me hizo caso y así pude ver sus
ojos aguados y titilantes, como la gelatina antes de desmoronarse al recibir el
impacto de una cuchara. Eso fue más de lo que pude resistir.
- Aichs, princesita – suspiré y me
senté a su lado. La envolví con mi brazo y ella se apoyó sobre mí,
devolviéndome el gesto.
- MADIE'S POV –
No era justo. ¿Por qué Ted tenía
que ser tan bueno? ¿Por qué tenía que despedirse diciendo que me guardaría un
trozo de helado? ¿Es que no sabía que así no podía seguir molesta y culpándole
a él?
Había ido echando agua en la tierra
hasta formar un buen charco de barro y después me había tumbado sobre el charco
y me había rebozado yo solita.
Ya se me había pasado el malhumor y
se me hizo evidente que me había puesto como un basilisco por nada. Alejandro
solo quería un típex, se lo podía haber prestado sin ningún problema, si hasta
se había acordado de llamar al cuarto primero y todo. Y después con Ted... Me
daba algo de rabia que él me dijera qué hacer. Normalmente cuando se quedaba a
cargo me ignoraba y se ocupaba de los peques y lo prefería mil veces cuando
hacía eso.
Era tan frustrante estar alterada y
hablar con alguien que mantenía la calma... Pareciera que se están burlando de
ti, como si el contraste entre su estado y el tuyo hablara por sí mismo y te
quitara la razón. Ted siempre estaba tan desesperadamente calmado... Incluso
cuando tiré los cuencos... No pretendía que se cayeran, me sentí mal, por eso
intenté recogerlo cuando no me veía.... Pero me quise morir cuando me vio.
Casi fue satisfactorio cuando
conseguí molestarle un poco y que me agarrara del brazo. Casi, porque también
me dijo unas cosas que me hicieron sentir como una niña pequeña. ¿Quién se
creía que era? No podía hablarme así... De pronto, ver a Ted enfadado, que por
lo visto había sido mi objetivo aunque no lo entendía ni yo, ya no parecía tan
buena idea. El brazo me dolía bastante y el orgullo todavía más...
Entonces llegó papá y una pequeña e
ilusa parte de mí pensó que se pondría de mi lado... pero para eso yo tendría
que haber tenido razón. Papá me mandó a su cuarto y apoyó a Ted y empezó a
regañarme haciendo que me sintiera cada vez peor. Lo único que me apetecía era
estar sola, pero sabía que no tenía ninguna opción de que papá se fuera en ese
momento. En lugar de eso, después de que se fuera Ted, me abrazó, y lo cierto
es que eso también me servía. Incluso puede que fuera mejor.
- Es difícil vivir con tanta gente,
¿mm? – me dijo, mientras empezaba a acariciarme el pelo. Conocía de sobra mis
puntos débiles, no podía resistirme cuando me mimaba así. – Cuando uno está de
malas no quiere hablar con nadie y tú tienes once hermanos que dificultan ese
deseo. Eso lo entiendo, cariño, pero por muy gruñona que estés no puedes
hablarle así a la gente. Ni empujarles, ni insultarles.
- Ya sé...
- Tienes que disculparte con Ted,
tesoro. Una buena disculpa. Y, si hubieras sabido parar en algún momento, eso
habría sido todo, pero dejaste que tu orgullo se llevara lo mejor de ti y
realmente te pasaste.
Me hice pequeñita junto a su
costado, porque sabía lo que venía a continuación.
- No puedo consentir que trates así
a tu hermano. Sabes que te ganaste un castigo, Madie.
Asentí, pero no le solté. Dejó de
acariciarme el pelo y emití un gruñidito de protesta.
- No vale, llevo leggins – me
quejé. Lo dije sin pensar y luego me ruboricé. Noté que el cuerpo de papá
vibraba con una risa contenida, que apenas salió de su pecho.
- Si fueras uno de tus hermanos, te
daría sin pantalón por esto. Así que quita ese puchero: es bastante justo.
Me alejé de él un poquito y estuve
a punto de cruzarme de brazos, pero sabía que eso hubiera quedado demasiado
infantil. Yo no ponía pucheros. Y tampoco quería un castigo. ¿No le valía con
saber que lo sentía y ya?
- AIDAN'S POV –
Madie parecía mucho más pequeña con
esa pose enfurruñada. Estiré la mano para acariciarle la mejilla, pero ella se
apartó, bufando como un gatito furioso. Fruncí el ceño.
- Nada de eso. Si alguien tiene
motivos para estar enfadado soy yo. Eduqué una niña hermosa, no una fierecilla.
Su expresión se suavizó un poco,
pero solo un poco.
- Soy tu fierecilla – reclamó, y
ante eso no me quedó otra que sonreír.
- Sí, mi amor. Mi fierecilla en
problemas. Vamos, ponte de pie.
Tardó varios segundos más de lo
necesario, pero me hizo caso. La agarré suavemente del brazo y, al hacerlo,
recordé algo.
- ¿Te duele?
Negó con la cabeza.
- ¿Te asustó? – pregunté.
- Un poco. Pero es Ted. Sabía que
no me haría nada.
Sonreí. Ted era un osito de peluche
y no solo por su apodo.
- Pues, para otra vez, no te
aproveches de eso – le dije y tiré de ella para que se tumbara sobre mis
piernas.
La escuché gruñir en el proceso y
agarró mi almohada para esconder en ella la cara. La oí refunfuñar algo, pero
decidí ignorarlo al intuir que solo la metería en más problemas. Llevaba una
camiseta larga, prácticamente un vestido, y unos leggins negros tupidos, que
garantizaban su privacidad. Tiré ligeramente de su camiseta para subírsela un
poco.
PLAS
- ¡Au! – protestó. Creo que no se
lo esperaba. - ¿De verdad dejarías que Ted lo hiciera?
No me esperaba la pregunta. Estuve
a punto de responder que no, porque era la verdad, pero a veces la verdad puede
ir un poquito adornada.
- Si le vuelves a desafiar así le
diré que lo haga.
- ¡No! – se horrorizó. O yo era muy
buen actor o ella era muy inocente.
- Pues ya sabes. Nada de
malcriadeces. Y así no tendremos que llegar a eso ni a estar en esta situación.
PLAS PLAS PLAS PLAS
La noté tensarse, así que varié la
postura e hice que sus pies se apoyaran en el suelo, mientras la sujetaba con
mi brazo izquierdo.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
Madie era bastante resistente y
poco escandalosa, pero no podía olvidarme de que era mi bebé de doce años. Le
miré la carita y pude ver que estaba luchando contra las lágrimas. Mocosita
valiente y orgullosa.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS ... ay... snif... PLAS PLAS
- Ya, princesa. Por favor, cuida
ese carácter, ¿sí? No me gusta ser malo contigo – murmuré y la levanté
lentamente, para dejarla sentada sobre mis piernas, pero ella se revolvió. –
No, Madie... Ven aquí, cariño. Shhh, ya pasó.
Luchó conmigo sin apenas fuerzas,
para al final dejar que la abrazara. La escuché llorar muy bajito y froté su
espalda.
- Ya está, ya está. Shhh.
Besé su frente y separé su rostro
para pasar el pulgar por debajo de sus ojos y secar sus lágrimas.
- Snif... Me dolió – se quejó, en
tono infantil.
- Lo siento, mi vida. A Ted también
le dolió que le hablaras así.
- Ya no más regaños – me acusó.
- Es verdad, ya no más. Ahora
mimos. Y helado. ¿Tú crees que Ted te habrá guardado un poco?
- Más le vale.
Sonreí y le di otro beso.
- Ve a comprobarlo, ratona. Y
guárdame a mí también.
- No, a ti no.
Puse un puchero y como toda
respuesta me sacó la lengua, así que yo la piqué el costado.
- Aich. Así no tendrás helado, ¿eh?
Me reí y la dejé en el suelo con
suavidad. Bajamos a la vez para ir con los demás, pero antes de llegar a la
cocina vi a Ted sentado en el salón, con un helado en una mano y un bolígrafo
en la otra. Dejó el helado en un plato al verme, casi como si le hubiera
sorprendido.
- ¿Cómo vas con los deberes? – pregunté.
- Mal – se quejó. – Son muchos.
- Haz lo que puedas, campeón. No me
gusta verte tan agobiado... Ni siquiera puedes merendar a gusto. Y yo te lo
compliqué mucho al hacer que te quedaras cuidando al resto.
- Qué va, si no me dieron
trabajo...
Alcé una ceja ante un intento de
mentira tan burdo.
- Gracias por cuidar de todos,
Teddy.
Me fulminó con la mirada por
llamarle así, pero no dijo nada.
- Manejaste bastante bien lo de
Madie... Solo intenta medir tu fuerza la próxima vez.
- Sí, papá... Lo siento mucho.
- Lo sé, campeón. Sé que fue sin
querer. Lo hiciste bien. Anda, termínate el helado no se te derrita.
Ted abrió la boca y después la
volvió a cerrar. La abrió de nuevo y se mordió el labio. Esperé, y la abrió una
tercera vez.
- ¿Y mi castigo? – murmuró, muy
bajito.
- Ah, sí. Esto te lo ganaste a
pulso, señorito – le dije, y le di un beso en la frente. – Y la próxima vez
seré más duro.
La expresión de confusión de Ted se
fue transformando en una sonrisa. Cogí su helado, le di una mordida, lo dejé de
nuevo en su plato y le guiñé el ojo antes de levantarme.
- Pá... ¿cómo te fue en el médico
con el enano? – me preguntó, cuando ya me iba. Suspiré.
- Después os cuento a todos –
respondí. No me sentía capaz de contar la historia varias veces.
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