CAPÍTULO 92: AVANCES MICROSCÓPICOS EN
LA DIRECCIÓN CORRECTA
Una de las cosas que más admiraba de papá era su
fortaleza, su capacidad para mantener la calma ante cualquier situación. Creo
que es algo que tienes que tener cuando eres padre de doce personas. De lo
contrario, acabarías por romperte en pedacitos, porque las cosas buenas, los
momentos felices, se multiplican, pero los dramas y los accidentes también.
Perder a Cole, aunque solo fuera por un rato, le había puesto muy nervioso,
pero aún así había sabido contenerse y no había descargado su miedo con el
enano. No le habría culpado si, al verle en el garaje, le hubiera dado una
palmada por el miedo que nos había hecho pasar. Meses atrás lo habría hecho.
Pero últimamente estaba puliendo sus pocos defectos y, para mí, cada vez se
acercaba más al padre perfecto. Ya lo era.
Templanza. Esa era quizá la mejor virtud de papá: el
dominio que tenía sobre sí mismo. El autoconocimiento y las ganas de no dejarse
vencer por los impulsos, a pesar de que era en esencia una persona muy
impulsiva. Quizá por eso nunca había sentido miedo cuando sabía que estaba en
un buen lío: tenía la absoluta certeza de que Aidan iba a mantener la calma.
Tal vez me gritara, si la cosa había sido muy gorda; tal vez me diera un gran
castigo, pero nunca iba a lastimarme.
Hacía falta tener mucho autodominio para dejar una
adicción. Por eso papá era un exalcohólico mientras que Andrew se había quedado
atrapado entre las botellas.
No solo había sido gentil con Cole en el garaje sino
que, por lo visto, no le había castigado, o había sido un castigo realmente
pequeñito, porque a los pocos minutos el enano se metió en la ducha con una
sonrisa y sin ningún rastro de haber llorado.
-
¿Cómo vas con eso, Ted? – me preguntó papá.
Había dejado mis deberes para buscar a Cole, así que
iba fatal, catastrófico, terrible, cuesta abajo…
-
Más o menos – respondí. - ¿La ducha de los peques está libre?
Voy por Alice…
-
No hace falta. Tú sigue con tu tarea, campeón. Yo me las apaño
– me aseguró. – Michael me ayudará.
Michael. Papá cada vez se apoyaba más en él. Era quien
le había acompañado al médico con Kurt. Él sabía lo que estaba pasando,
mientras que yo todavía no.
“¿Estás celoso?” dijo una voz en mi cabeza. “¿De
que Michael haga de hermano mayor? Despierta: es lo que siempre has soñado,
otra persona que se quede con parte de tus responsabilidades”.
No eran celos exactamente. Era más bien el sentimiento
de que me desbancaban. De que había otra persona a la que mis hermanos iban a
acudir en busca de ayuda…
Vale, eran celos.
Intenté despejar mi mente de esos pensamientos y concentrarme
en los problemas de matemáticas. Cuando fue mi turno fui a la ducha y, después
fui al salón donde ya empezaban a reunirse todos mis hermanos para escuchar lo
que papá nos tenía que contar. El hecho de que nos reuniera me indicó que se
trataba de algo serio. La cara de Michael, seria como en el día de su juicio,
terminó de confirmarme que no me iba a gustar lo que estaba a punto de
escuchar.
-
Chicos, hay algo importante que os tengo que decir – comenzó
papá.
-
¿Te vas a casar con
Holly? – aventuró Hannah.
Mis hermanos empezaron a cuchichear.
-
Todavía no, peque – dijo Barie, antes de que papá pudiera
reaccionar. – Pero yo me voy a encargar de que sea pronto, tranquila.
Se me escapó una sonrisa por lo segura que sonaba,
pero se me borró al ver que los labios de papá no se estiraban, ni siquiera de
esa forma involuntaria de cuando no se quería reír abiertamente.
-
No princesa… No tiene que ver con Holly – aclaró papá y
luego, con evidente interés, añadió: - ¿Eso te gustaría?
Hannah lo pensó durante unos segundos y después
asintió.
-
¿Es sobre la adopción? ¿Andrew ha cambiado de idea? –
preguntó Alejandro. Había creído que él también habría deducido que aquella
reunión era por el enano. Me di cuenta en ese momento de que el tema de la
adopción era algo que mis hermanos y yo estábamos esquivando, un tema tabú del
que preferíamos no hablar, pero tal vez Alejandro lo necesitara.
-
No, campeón. Sigue en pie y nadie va a impedirlo – aseguró
Aidan. – No es nada de eso… Sabéis que hoy fui al médico con Kurt, ¿no? Pues…
el médico cree que necesita una operación.
Así, sin anestesia lo soltó.
-
¿Qué?
-
¿Qué clase de operación?
-
¿Por qué?
-
Es porque mi corazón no hace bien tic-tac – explicó el enano.
Irónicamente, su lenguaje sencillo e infantil fue lo bastante gráfico como para
que todos lo entendiéramos.
-
¿Le tienen que operar el corazón? – susurré. Sonaba
peligroso.
Papá suspiró y pasó a explicarnos
todo lo que le había dicho el doctor. Tuve la repentina necesidad de abrazar a
Kurt, así que le senté encima de mis piernas y le envolví con mis brazos
mientras escuchaba a papá. No podía pasarle nada a mi hermanito. No lo podría
soportar. ¿Así se habían sentido todos cuando papá les contó que no podía
caminar?
Después de contarnos el plan de acción, las diferentes citas médicas que Kurt iba a tener y de intentar tranquilizarnos al decir que iba a ser una cirugía poco invasiva, papá nos dijo que fuéramos a cenar, pero nadie le hizo caso. Barie se levantó y vino a abrazar al enano y después lo hicieron el resto de mis hermanos.
-
Aich, papi, rescátame, que me ahogan – protestó Kurt.
Papá esbozó una sonrisa triste y se
unió al abrazo colectivo.
-
Es que tus hermanitos te quieren mucho, campeón.
-
AIDAN’S POV –
Costó volver a la rutina después de darles la noticia.
No podía estar más conmovido por su reacción. Verles a
todos abrazándose era el símbolo de lo que era mi familia. Que estuvieran tan
unidos hacía que todo mereciera la pena: los años en los que no tenía un duro,
los dolores de cabeza, las noches en vela, las peleas…
De alguna manera, me daban fuerzas para todo lo que se
venía. A veces olvidaba que no estaba solo. Puede que fuera el único adulto –
aunque eso no era del todo cierto, ya que mis bebés estaban creciendo – pero
siempre había podido encontrar en mis hijos un gran apoyo.
Kurt estaba de bastante buen humor. No sé si era del
todo consciente de lo que ocurría o si tal vez yo había sido muy convincente al
asegurarle que todo iba a salir bien. Ojalá no me equivocara. No podía
equivocarme.
Poco a poco, conseguí que fueran yendo a la mesa para
cenar. Ted prácticamente devoró su comida porque decía que tenía que terminar
los deberes. Yo me dediqué a dar de comer a Alice porque tenía sueño y cuando
eso pasaba se podía quedar dormida con el tenedor en la mano. Le hice el
avioncito para mantenerla despierta y ella me dedicó una de sus sonrisas
hermosas.
- Zach, no comas tan rápido, cariño – le dije, cuando
le vi meterse una salchicha entera sin casi masticarla.
- Pero si Ted ya acabó.
- Sí, y engulló con muy pocos modales, pero porque
está agobiado con sus deberes.
- Yo también tengo algo importante que hacer – protestó.
- ¿Ah, sí? ¿El qué? ¿Jugar a la videoconsola? – le
chinchó Alejandro.
- No, listo. Es algo privado. Y Harry tiene que venir
también.
- Zach, si tienes cosas privadas que hacer, no hace
falta que las anuncies frente a todos. Y desde luego no lo hagas con Harry, eso
es incesto – bromeó Michael.
Alejandro, que estaba bebiendo en ese momento, se rió
bien fuerte, provocado que el agua le saliera por la nariz.
-
¡Michael! – le regañé. - ¡Que están tus hermanos pequeños! ¡Y
aunque no estuvieran!
-
¿Qué es incesto, papi? – preguntó Hannah.
-
No es nada, cariño. Termínate las verduras, anda – respondí,
mientras taladraba a Michael con la mirada. Tuvo la decencia de agachar la
cabeza, pero se seguía riendo por lo bajo, el muy….
Continué dando de comer a Alice y vi como Zach
continuaba comiendo como si alguien le fuera a quitar el plato.
-
¿Qué es eso tan importante que tienes que hacer, campeón? –
pregunté y Zach se mordió el labio. - ¿Es un secreto?
-
Quedó en llamar a Jeremiah dentro de diez minutos – respondió
Harry.
-
¿Jeremiah? ¿El hijo de Holly? – me cercioré y después sonreí.
– Eso es genial, hijo. Pero no te preocupes, que te da tiempo. Cena tranquilo.
¿Estás nervioso?
Zach
asintió, con cierta timidez impropia en él. Yo también estaba nervioso. No me
faltaban las ganas de espiar aquella conversación, pero sabía que no debía
hacerlo.
-
Pero es que me toca poner a mí el lavavajillas, papá – me
recordó Zach.
-
Ya lo hago yo, campeón.
-
Siempre terminas haciéndolo tú – apuntó Michael.
-
Sí, porque vivo con una panda de vagos escaqueadores –
bromeé, tirándole una servilleta.
Por raro que pareciera, no teníamos demasiados
problemas de convivencia de ese tipo. Era una combinación de que ellos en
verdad sí solían hacer sus tareas de la casa y de que yo era flexible con eso y
no demasiado exigente, porque como no tenía un trabajo usual con horarios de
oficina y demás, podía ocuparme de la limpieza y las labores domésticas. Ted me
ayudaba mucho, además.
Cuando acabamos de cenar, prácticamente tuve que subir
a Alice en brazos, porque estaba ya más dormida que despierta.
-
Ahuum. Tu camita, papi – me pidió.
-
¿Cómo que mi camita? ¿Y la tuya para qué está?
-
Para mis “ucornios”.
Bebita adorable. Cada vez más resignado a ser el padre
consentidor de unos mocosos adorablemente malcriados, la llevé a mi habitación
y la acosté en mi cama.
-
Descansa, pitufita. Papi viene en un rato.
Fui a buscar a Kurt porque no pensaba
despegarme de él hasta estar seguro de que iba a estar bien, sanito y haciendo
travesuras. Le llevé a mi cuarto a él también y me pidió que trajera también a
Hannah.
-
Para que no esté solita, papi.
-
Ahuum. Festha de pijamas – declaró Alice, con los ojitos
medio cerrados.
-
Nada de fiesta, a dormir todo el mundo, que si no os llevo a
vuestra cama, ¿eh?
-
¡Ño, papi!
-
Pues a ser buenito. Voy a por Hannah… y a por Cole – añadí,
recordando lo que le había dicho.
Así, una noche más, mi cama quedó
abarrotada, que era como debía estar. Les arropé bien a los cuatro. Era un poco
pronto para Cole, pero no puso objeciones. Les leí un cuento y apagué la luz
grande, pero dejé la de la mesita. Yo todavía no me iba a acostar y sabía que
no les gustaría quedarse solos a oscuras.
Sin poderlo evitar, fui a cotillear
al cuarto de los gemelos. La risa de Zach me llenó de paz y me atreví a
asomarme un poco.
-
¡Eso lo tengo que probar! Hace mucho que no hacemos una
broma, ¿verdad, Harry? ¿Y no te metiste en líos?
Zach tenía puesto el altavoz, así que
pude escuchar la respuesta de Jeremiah al otro lado del teléfono.
-
En muchísimos. Mamá estaba muy enfadada, pero entonces se le
escapó la risa y ahí es cuando sabes que te has librado.
-
Sí, a papá también le pasa.
Alcé una ceja, pero entonces Zach
reparó en mí y me echó con gestos. Harry se encargó de cerrar la puerta y me
quedó claro que no era bienvenido. Me resigné, pero no pude resistirme a
mandarle un mensaje a Holly.
Aidan: ¡Horror! Los gemelos y
Jeremiah se están dando ideas mutuamente. ¿Es el apocalipsis?
Holly: Jajaja
Holly: Posiblemente.
Aidan: No sé por qué, había
pensado que el de las bromas era Blaine y Jeremiah era el tranquilito.
Holly: Pensaste bien. Pero
Jemy tiene demasiada imaginación y a veces la deja salir…
Aidan: Con eso acabas de resumir
a 1/3 de mis hijos. Esta tarde casi te hago una llamada de auxilio, porque
pensé que Cole se había ido. Resulta que estaba dormido en el garaje.
Holly: Vaya susto…
Aidan: Y que lo digas. Ha
sido una tarde larga e intensa… Les conté a los chicos sobre Kurt. Se lo
tomaron bien, están convencidos de que la operación será un éxito.
Holly: Eso es porque será un
éxito.
Seguimos hablando durante un rato,
hasta que unos pasitos acelerados precedieron a una presión en mi cintura.
Hannah me saludó con una risita, tironeando de mí como si quisiera que me
agachara.
-
Hola, princesita. ¿Qué haces fuera de la cama?
-
Buscarte :3
-
Pues aquí estoy, cariño. Enseguida voy a dormir, ¿mm? ¿Te
despertaste?
-
Ahá.
-
Ya, o más bien te despertaron los cafres de tus hermanos
mayores, que hacen mucho ruido – dije, pues en verdad se escuchaban voces
demasiado altas, las de Michael y Alejandro, pero no parecían estar peleando,
sino solo jugando. - Ven, volvamos a la camita – sugerí, dándole la mano a
Hannah.
-
¡Ño, camita ño!
-
¿Cómo que no? – pregunté, y le hice cosquillitas. - ¿Cómo que
no, eh, bichito?
-
Jijiji… ¡Papi, otro cuento! – pidió.
-
Te contaré otro cuento si cuando vuelva después de hablar con
tus hermanos te encuentro arropadita como te dejé.
-
¿Y si no? – respondió, con ánimo juguetón.
-
Y si no llamaré al monstruo de las cosquillas – amenacé,
agachándome con las manos preparadas. Hannah se rio y correteó para esconderse.
La perseguí durante un rato. Su hora
de dormir en días de diario era importante, pero jugar con mi bebé cuando
estaba mimosa, también. La alcanzaba, le hacía unas pocas cosquillas y la
dejaba escapar para atraparla de nuevo. Estuvimos así hasta que vi que se
acercaba a las escaleras.
-
Hannah, no, ven aquí. Ahí no se juega.
-
Jijiji. ¡Papi, no me
pillas!
-
Hannah. En la escalera no.
Mi peque no me escuchó, o tal vez se pensaba que
seguíamos jugando. Bajó los escalones a toda prisa y se fue al salón, donde Ted
se había puesto a estudiar.
-
¡Hannah! ¿Qué te he dicho? – regañé, bajando tras ella.
Una caída por las escaleras podía tener consecuencias
terribles, desde un hueso roto a algo peor. Y mi peque tenía tendencia a
olvidarlo.
-
Uy, enana, me da que te metiste en un lío – le dijo Ted.
Mi princesa abrió la boca formando una perfecta “o” y
después me miró para confirmar lo que había dicho su hermano.
-
En la escalera no se corre, bebé.
Hannah se escondió detrás de Ted para que no la
regañara. ¿Cómo podía uno hacer de padre serio si del más pequeño al más mayor
todos mis hijos eran adorables?
-
Taba jugando, papi.
-
Y yo también, princesa, pero te dije que en la escalera no.
-
Lo shento.
Suspiré. Tenía muchas ganas de dejarlo pasar, pero no
sabía si era lo correcto. No sabía si al día siguiente Hannah volvería a bajar
corriendo y si ese sería el día en el que se haría daño. Y, siendo sincero, no
era justo para los demás que yo hiciera la vista gorda. Había castigado a Kurt
por lo mismo muchas veces, y a Zach y a Harry en su día. La verdad es que no
había servido para mucho: los gemelos seguían corriendo o saltando los
escalones, pero por lo menos ya no tenían seis añitos. Tenían más equilibrio y
menos tendencia a caerse o eso me decía para tranquilizarme a mí mismo.
Cogí la silla que estaba al lado de Ted y Hannah, en
lugar de esconderse más, se acercó a mí con un puchero. Bebita valiente.
-
Vas a estar en la esquina por un rato, pensando en que cuando
papá te dice algo le tienes que hacer caso. Y como te vuelva a ver correr por
las escaleras te daré en el culo, ¿eh?
Puse la silla mirando a la pared y ella se sentó con
carita triste.
-
¿Y tú cómo vas, campeón? – le pregunté a Ted. - ¿Te queda
mucho?
-
Sí…
-
Hijo, acuéstate. Yo haré una nota para tus profesores – le
ofrecí.
-
No servirá de nada…
-
Claro que sí.
-
No puedes escribir “a mi hijo no le ha dado tiempo a hacer la
tarea” – objetó.
-
¿Quieres ver cómo sí? No son excusas, es la verdad. Has
trabajado mucho y aún así no te dio tiempo. Además, hoy hemos tenido varias
situaciones familiares.
-
Ya no me falta mucho para terminar lo de Historia del Arte -
insistió.
-
Bueno. Pero en veinte minutos más te acuestas.
Iba a añadir algo más, pero entonces
los lloriqueos de Hannah nos interrumpieron. Ted me miró como si fuera el ser
más malvado del planeta y yo no entendía lo que estaba pasando: Hannah no solía
llorar cuando la ponía en el rincón, si acaso cuando llevaba mucho rato, que no
era el caso.
-
Hey, princesita. ¿Por qué lloramos?
-
Snif… Upa, papi – pidió, frotándose los ojos.
-
Tiene mimo y sueñito, ¿a que sí? – dijo Ted y la enana
asintió.
-
Upa.
-
En dos minutos, Hannah. Ahora papá te castigó y tienes que
quedarte aquí mirando a la pared.
Hannah subió la intensidad de su
llanto, lo cual contribuyó a hacerme sentir una mala persona, pero me sobrepuse
y la ignoré.
-
Lo siento, campeón… Así no puedes concentrarte… - le dije a
Ted.
-
¿Me puedo ir a la cocina? En mi cuarto están Michael y Ale
jugando a no se qué con los móviles.
-
Claro.
-
Snif… Quiero ir con Michael - dijo Hannah de pronto, como si
al escuchar su nombre en labios de Ted le hubiera venido la idea.
-
Irás después, peque.
-
¡BWAA! ¡Quiero ir con Michael, él no es malo como tú! –
chilló y se levantó de la silla.
Suspiré y me agaché a su lado,
sujetándola para que no se fuera.
-
Shhh. Calma. No soy malo, cariño. Te castigué porque podías
haberte hecho pupa si te caes por las escaleras. Sé que tú solo querías jugar
con papá y entiendo que estés enfadada, pero necesito que entiendas que los
escalones pueden ser peligrosos.
-
¡No son peligrosos, tú eres tonto!
Bueno. Bienvenido, señor berrinche.
-
Eso a papá no se le dice.
-
¡Tonto, tonto, tonto! ¡Feo!
Como la tenía sujeta del brazo, me limité a girarla un
poco y darle una palmada sobre su pantalón del pijama.
PLAS
-
¡BWAAA!
Hannah se tiró contra mí, pegándose a mi pecho y
automáticamente la abracé. Ella me abrazó también y me dio mucha ternura.
-
BWAAAAA
-
Shhh, bueno, bueno, ya.
-
Lo shento, papi.
-
No pasa nada, pollito – respondí y besé su frente. - ¿Estás
enfadada con papá?
-
Snif…. Shi.
-
¿Porque te castigué?
-
Snif… ¡shi!
-
¿Es que no sabes lo triste que me pondría yo si te caes y te
rompes un bracito?
-
Snif…
-
O te das un golpe en la cabecita – añadí, dándole otro beso.
-
Snif…
-
O en la naricita – continué, con otro beso en la punta de su
nariz.
-
Ji… snif…
-
O en el culito – proseguí, dándole palmaditas cariñosas.
Hannah respondió colgándose de mi
cuello y yo me levanté con ella y la mecí un poco, dándole los mimos que me
pedía.
-
Por eso te puse en la esquina, bebé. Porque es feo y no te
gusta estar ahí y tal vez así otro día te acuerdes para que no te pase otra
cosa más fea todavía – concluí, dándole un último beso y volviendo a sentarla
en la silla.
Se quedó quieta y no lloró aquella
vez, hasta que pasaron exactamente los dos minutos y medio que yo había fijado
mentalmente. Entonces la saqué de ahí y ella se volvió a colgar de mi cuello.
-
Bebita. ¿Qué es lo que ya no tienes que hacer más?
-
Correr por las escaleras.
-
Muy bien, tesoro. ¿Me enseñas lo bien que las sabes subir?
-
¡Ño, a upa!
-
Está bien, princesita. A upa - accedí. – Qué mimosota.
-
Siempre, papi.
Sonreí y me fui con ella en brazos al
piso de arriba.
-
Te tengo muy malcriada, ¿sabías? – bromeé, pero Hannah se lo
tomó en serio.
-
¿Por qué?
-
Por nada, bichito. Porque haré todo lo que me pidas con tal
de hacerte feliz.
Los labios de Hannah se estiraron en
una sonrisa preciosa. La llevé a mi cuarto y entré sin hacer ruido por si mis
otros tres ocupas dormían, pero por lo visto nadie estaba respetando sus
horarios esa noche, y Alice, Cole y Kurt seguían despiertos.
-
A ver mañana quién os levanta para ir al cole.
Volví a arroparles y les prometí otro cuento en cuanto
volviera, con la esperanza de que no fuera necesario porque ya se hubieran
dormido.
Fui pasando por todas las habitaciones acostándoles a
todos. Los más mayores aún podían quedarse leyendo o con el móvil, pero quería
que se tumbaran para que les fuera entrando el sueño. Barie y Madie ya estaban
medio dormidas cuando entré, pero me estaban esperando porque sabían que iría a
darles las buenas noches. Me quedé un rato con ellas, hasta que cerraron los
ojos y después pasé a la siguiente habitación.
-
Jeremiah tiene un hurón de mascota, papá – me contó Zach, entusiasmado.
– Bueno, en realidad es de su hermana. Se llama Trasto. ¿Crees que me lo enseñe
algún día?
-
Claro que sí, campeón.
Como si se pusiera celoso al oír hablar de otra
mascota, el gatito Leo maulló desde algún lugar bajo la cama de Harry.
-
¿Qué haces ahí tú? – pregunté, agachándome para hacerle una
caricia.
-
El pobre habrá visto tu cama llena y se habrá venido a
usurpar otra.
-
¿Puede dormir aquí? ¿Porfa? – me pidió Zach.
-
Si él quiere. Los gatos son muy caprichosos.
-
Él quiere – me aseguró Zach, tomando al minino entre sus
brazos. Leo no parecía disconforme y se dejó hacer.
-
A dormir los tres – les dije y los gemelos se tumbaron. Harry
se metió bajo sus mantas, pero Zach esperó a que yo le arropara. – Buenas
noches, tesoros.
Les di un beso y les apagué la luz al salir. Cuando
llegué a la habitación de Michael y Alejandro les encontré mirando vídeos de
música.
-
Hora de dormir.
-
¿El enano duerme contigo hoy? – preguntó Alejandro.
-
Parece que no le conocieras. Kurt dormirá con papá de aquí a
que le operen y después hasta que cumpla cuarenta años como mínimo – dijo
Michael. – Y la idea será de papá – aclaró, por si había dudas. No me defendí,
porque era esencialmente cierto.
-
Te ayudaremos en lo que sea, papá.
Miré a Alejandro lleno de orgullo.
-
Ya lo sé, campeón. Muchas gracias.
-
Ya estás haciéndole la pelota. Un poco más y se la chupas –
dijo Michael.
-
¡Michael!
-
Estaba de broma, papá.
-
Me da igual, no puedes decir esas cosas. Eso me recuerda lo
que pasó en la cena.
-
Zach ya sabe de esos temas – replicó.
-
No lo dijiste solo delante de Zach. Y da igual lo que sepa o
deje de saber. No es apropiado.
-
“No es apropiado” – repitió, en tono de burla. -
¿Retrocedimos de siglo?
-
No empieces, Mike. No quiero pelear. Evita las bromas subidas
de tono, ¿está bien? Sobre todo delante de tus hermanos pequeños. Pero sin
ellos delante, también. Es soez y de mala educación.
-
Grrd. Aburrido. A ver si cuando te acuestes con Holly dejas
de ser tan mojigato.
-
Yo me voy al baño, porque me da que esto va a acabar mal –
dijo Alejandro, y se escabulló rápido como una gacela.
-
Michael – comencé, pero no sabía bien cómo continuar.
-
Me vas a gastar el nombre.
-
Y tú me vas a sacar canas. No puedes ser tan descarado,
caramba.
-
¿Te molesta todo lo relacionado con el sexo o solo los
chistes sexuales?
-
Me molesta que mi mocoso de dieciocho años se divierta
sacándome de quicio - respondí. - Sabes de sobra que esos comentarios
estuvieron fuera de lugar.
Michael rodó los ojos.
-
¿Y qué quieres? Llevo tanto sin fo… sin tener relaciones, que
por lo menos tendré que hacer chistes, ¿no? – se excusó.
Me quedé bloqueado por unos instantes, pero después me
obligué a reaccionar.
-
Entiendo que has llevado una vida sexual… muy activa.
-
No te haces una idea.
-
Nunca hemos tenido esta conversación, pero es necesaria.
¿Usaste protección? – indagué. Todos mis hijos se sentían incómodos cuando
salía el tema, pero Michael no. Michael no parecía nada avergonzado.
-
Claro, no soy idiota. Tranquilo, no voy a hacer como Andrew.
-
No es solo por eso. Hay muchas enfermedades que….
-
Ya lo sé, Aidan. Seguramente lo sepa mejor que tú.
Intenté no ofenderme, porque además existía la posibilidad de
que fuera verdad.
-
¿Y tu corazón? ¿Eso también lo protegiste? – interrogué.
-
¡Ay, por Dios! ¡No seas cursi!
Entonces sí se mostró abochornado.
-
Es importante eso también, Mike. Siempre dices que ha habido
muchas mujeres, pero no sé si alguna de ellas ha sido especial.
-
No ha habido tantas – reconoció, ya más serio. – Y no hubo
ninguna especial. Solo eran chicas con
las que pasar la noche. Ellas lo sabían también, no vayas a pensar que soy un
cabrón. Si le hubiera propuesto salir a alguna, se habría reído de mí, por
maricón.
-
Michael, no digas eso.
-
Agh, papá. Si quieres hablar en serio conmigo tendrás que
aceptar que se me escape algún taco.
-
No lo digo por las palabrotas, aunque podrías hacer un
esfuerzo. Lo digo por esa tendencia que tienes a decir que determinadas cosas
son “mariconadas” o que si haces tal o cual serás “maricón”.
-
Es una costumbre – se justificó. - No tengo nada contra los…
ya sabes, contra los gays. Es solo una forma de hablar. No puedes cambiar de un
plumazo el entorno donde me he criado, Aidan.
-
Ya sé que no – suspiré y le acaricié el pelo. - ¿Y qué es eso
de “Aidan”? Es papá para ti, mocoso malhablado.
Michael me dedicó una sonrisa ladeada.
-
No diré la palabra con “m”. ¿Alguna petición más? – preguntó,
con resignación.
-
Sí, que me cuentes de esas chicas – respondí. Era uno de los
pocos aspectos que me faltaba por conocer de su vida.
-
No hay nada que contar. Perdí la virginidad a los dieciséis.
La primera vez no fue espectacular: una chica se encaprichó de mí porque decía
que nunca había estado con un “negro de ojos azules”, pero resulta que en
verdad no había estado nunca con nadie. Los dos éramos inexpertos, así que fue
un poco chapuza. Pero ella no era mala chica del todo, quizás fuera la más
maja. Se llamaba Lauren, me sorprende que recuerde su nombre. Después hubo seis
chicas más. Y luego… Olivia… aunque con ella en realidad no llegué a hacer
nada.
No me esperaba que fuera a abrirse
tanto. Aunque Michael no había llevado la vida que yo deseaba para mis hijos,
atesoré ese momento como la valiosa confidencia que era.
-
¿Qué pasó con Olivia, campeón? Nunca me llegaste a contar.
Fue el día que Ted regresó del hospital y… tú estabas de mal humor y yo no te
insistí…
-
Ted lo resumió bastante bien: nadie me aguanta por más de una
semana.
-
Pensé que ya habíamos aclarado eso – objeté. – Nosotros
llevamos meses aguantándote. Y la verdad es que no es tan difícil. Te haces
querer, canijo.
-
Pues ella no me quería – replicó.
-
¿Y tú a ella?
Michael se quedó en silencio y pensé
que hasta ahí iban a llegar sus ganas de compartir, pero después me miró con
una sonrisa triste.
-
No todos lo tenemos tan claro como tú. Tú a Holly la quieres,
¿a que sí?
Sentí que la pelota estaba de pronto
en mi campo y me ruboricé.
-
S-sí.
-
Yo a Olivia solo la conocí una semana. Era guapa y seguí con
ella el mismo patrón que con todas las demás. Pero ella no era el mismo tipo de
chica, así que nunca pasamos de los besos. Creo que fue ahí cuando me di cuenta
de que tal vez podía tener algo con ella. Pero entonces se jodió todo.
-
Lo siento, campeón.
-
En el fondo te alegras. No dejabas de decir que era demasiado
mayor. Es mejor que no pasara nada.
-
Nunca voy a alegrarme de que lo pases mal – le aseguré. -
¿Fue eso lo que ocurrió? ¿La diferencia de edad?
-
No. Aunque seguro que a la larga hubiera sido también un
problema. Eso, y nuestras vidas tan diferentes. Ella iba a la universidad y yo
no tengo ni la secundaria…
-
Todavía – le interrumpí y el rodó los ojos.
-
Pero no fue por nada de eso. Es que… tuvimos una pelea.
-
¿Me quieres contar? – pregunté, dándole opción a no contestar
porque no quería presionar.
-
Resulta que le gustaban las chicas. Yo era el primer chico al
que besaba y… me sentí utilizado. Como si me estuviera usando para averiguar si
le gustaban los tíos. Fui… un capullo con ella – admitió. – No me esperaba que
fuera… ya sabes, lesbiana.
-
¿Eso te suponía un problema?
-
No lo sé... No me gustaba imaginármela besando a otra chica -
admitió.
-
¿Y a otro chico?
-
Tampoco. No sé si era bi o qué, pero me lo podía haber dicho
– protestó. – Cuando me habló de su “ex” podría haber aclarado que era una
chica. Así al menos habría sabido qué esperar.
-
Tal vez. No sé qué decirte sobre esto, cariño, no es algo que
entienda. Pero siento que te estuvieras ilusionando con ella y que saliera mal…
Michael se encogió de hombros. Había
conocido a Olivia por poco tiempo, así que no había sido un chasco tan grande
como podría haber sido. Aún así, a Michael le habían hecho tanto daño, de
tantas formas diferentes, que le habían quedado secuelas. Todas sus relaciones
estaban marcadas por la necesidad de protegerse y por la necesidad de que le
quisieran. No solo con las mujeres, sino también con nosotros, su familia. A
veces percibía situaciones normales como ataques específicos contra él. Vivía a
la defensiva, con escudos bien levantados que poco a poco tenía que aprender a
bajar.
-
¿A ti te hubiera importado que saliera con una lesbiana? – me
tanteó.
Quería darle una respuesta sincera,
pero para eso tenía que aclarar conmigo mismo lo que pensaba sobre aquel
asunto.
-
Yo lo único que quiero
es que encuentres a alguien que te haga feliz, Michael. Mis preferencias al
respecto no importan. Y estoy seguro de que lo encontrarás – añadí. -Has pasado
por muchas cosas últimamente y, si lo piensas bien, apenas has salido de casa.
Pero algún día conocerás a la persona adecuada.
-
¿No me vas a dar el discurso de la vida descarriada y las
relaciones prematrimoniales? – dijo, creo que en parte para romper la
intensidad del momento. Sonó medio en broma, pero yo decidí responderle en
serio.
-
No puedes construir una casa por el tejado ni puedo hablarte
de las “normas del amor” antes de que lo conozcas. Ya sabes cómo pienso, pero
no lo entiendes. Confío en que algún día acabes comprendiéndolo, pero no será
hablándote de prohibiciones, sino del verdadero significado del amor.
-
¿Y cuál es?
-
Eso tendrás que ir averiguándolo poco a poco, pequeño –
sonreí. – Suficiente conversación filosófica por un día. Ahora hay que dormir.
Voy a buscar a Jandro.
Esperé a que se acostaran, les di un
beso y les apagué la luz. Después bajé a por Ted, porque ya se estaban acabando
sus veinte minutos.
-
Campeón, vamos. No te sobresfuerces.
-
Ya voy, pa. ¿Hannah está bien?
-
Durmiendo, que es lo que deberías de estar haciendo tú –
repuse.
-
Enseguida.
Rodé los ojos y opté por darle un
poco más de tiempo, pero él me llamó antes de que saliera.
-
Papá… Sobre lo de Kurt… Sabes que el padre de Mike es
cardiocirujano, ¿no?
Se me había olvidado por completo y
mi expresión así lo delató. ¿Cómo podía ser tan imbécil?
-
Puedo decirle algo si quieres…. Aunque él trabaja con adultos
y no con niños… Pero seguro que puede aclararnos dudas y recomendarnos a
alguien.
-
Eso sería genial, Ted. Le llamaré, seguro… También había
pensado hablar con Andrew – le confesé, atento a su reacción.
-
¿De verdad? ¿Por qué?
-
Porque él tiene más medios que nosotros. Contactos… Y sé que
es hipócrita de mi parte, porque normalmente rechazaría cualquier beneficio de…
de su trabajo… Pero a la porra la hipocresía cuando el bienestar de Kurt está
en juego.
Ted asintió, dándome la razón.
-
Creo que es buena idea.
Sonreí, aliviado, porque
interiormente necesitaba su aprobación.
-
Voy a hablar con él ahora. Cuando vuelva, te vas a la cama,
¿entendido?
-
Sí, papá.
Tras meditar cuál era la mejor forma
de dar aquel paso complicado, finalmente salí al jardín a llamar a mi padre,
para poder hablar tranquilo. Respiré hondo y saqué el móvil. Lo cogió al
segundo toque.
-
¿Aidan? – preguntó, pues mi nombre debía de hablarle salido
en la pantalla.
-
Hola…
-
¿Va todo bien?
Había habido cierto acercamiento
últimamente, pero todavía no era normal que le llamara por la noche.
-
Más o menos.
-
¿Llamas por lo de la pizzería? Tranquilo, me encargué de
todo. Menudo numerito.
-
¿Pizzería? ¿Qué? - me
extrañé.
-
Tus hijos y los de esa periodista la armaron el fin de
semana, ¿no? Os echaron. Ahora eres una persona pública, Aidan. Tienes que
tener cuidado. No sabes la cantidad de llamadas que tuve que hacer para que no
fueras el centro de todos los programas de cotilleos.
No sabía qué era más sorprendente:
que Andrew supiera de la salida con Holly, que a algún medio de comunicación le
interesase cubrirlo o que él se hubiese tomado la molestia de taparlo. ¿De
verdad mi vida se había vuelto tan interesante para la opinión pública? Mi
editorial había colaborado mucho en lo de mantenerme al margen de cualquier
cosa que me pudiera distraer de la recuperación de Ted y el juicio de Michael.
El juicio sí que había salido por la tele, pero yo apenas había prestado
atención. Quizás debería haberlo hecho. Quizás tenía que asumir que era más
famoso de lo que nunca quisiera haber sido.
-
Si no llamabas por eso, ¿qué querías? – se impacientó Andrew.
-
¿Recuerdas eso que te pedí sobre el historial médico de las
madres de los chicos?
-
Te lo mandé…
-
Sí, lo sé. Al final no era necesario, lo que tiene Kurt no es
hereditario…. Pero sí congénito. Tiene una malformación en el corazón y le
tienen que operar – le informé. Cada vez que lo decía se me hacía más difícil,
como si se volviera más real.
-
¿Qué?
-
Él está bien… Pero, por lo visto, la operación es necesaria.
-
¿Qué te han dicho exactamente? – exigió saber.
-
Mucha palabrería médica. Que le operarán con máquinas, que no
será invasivo… Y yo… Quiero asegurarme de que esté en las mejores manos.
-
Lo estará – replicó. – Te pediré una cita.
Después de aquella promesa sin
detalles, me colgó. Siempre había sido un hombre directo y aquella era su
versión de ser amable. Tal vez, ahora que ya sabíamos su secreto, empezaría a
demostrar que le importábamos un poquito.
Me quedé en el jardín unos minutos,
pensando, descansando la mente, respirando el aire frío de la noche que tenía
un efecto sedante sobre mis emociones.
Cuando sentí que llevaba demasiado
tiempo fuera, volví a entrar en casa.
-
¿Hablaste con él? – me preguntó Ted, nada más verme. Asentí.
-
Nos ayudará. Ahora, señorito, tienes que irte a la cama.
-
Aún no acabé…
-
Me da igual. Necesitas dormir. Te haré una nota, ya te lo
dije.
-
Enseguida voy, papá – insistió, mientras seguía escribiendo
algo en uno de sus cuadernos.
Suspiré. Mocoso cabezota. Me acerqué
a él y le cerré el libro.
-
A dormir, a no ser que quieras que te lo pida de otra manera.
-
Papá, si no estoy haciendo nada malo…
-
Ser testarudo. A la cama, ¿entendido?
-
Sí, señor – suspiró.
Le di un beso en la frente.
-
Sé que quieres ponerte al día con los estudios, pero no será a
costa de tu salud, canijo.
Ted subió a su cuarto y yo apagué las
luces del piso de abajo antes de seguirle e ir al mío. Lo peques ya estaban
profundamente dormidos y yo me hizo un hueco a su lado con cuidado de no
aplastar a Alice. Mi enana se revolvió un poquito, como si me hubiera sentido y
se acurrucó muy cerquita de mi pecho. Kurt, menos sutil, pasó una pierna por
encima de la mía. Sonreí y cerré los ojos, deseando ser capaz de superar los
retos que se me venían encima.
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