CAPÍTULO 91: ¿DÓNDE ESTÁ?
Papá me había dejado preocupado. ¿Qué le
habían dicho al enano? No quiso contarme nada por más que le insistí. Dijo que más
tarde, en cuanto acaba los deberes, hablaría con todos. Pero yo tenía un millón
de preguntas y necesitaba las respuestas enseguida. ¿Kurt iba a estar bien?
Durante los últimos días había tenido la intuición de que me estaba perdiendo
algo relacionado con las citas del médico y en esos momentos lo estaba
confirmando.
No
podían ser muy malas noticias, o papá tendría peor aspecto. Claro que él era un
experto en disimular para no angustiarnos, como cuando yo tenía siete años, se
machacó el dedo de la mano con una puerta y esperó a que estuviéramos en el
colegio para ir al médico, aguantando el dolor estoicamente.
-
Ted…
La
voz de Madie me distrajo de mis pensamientos. Tenía un platito en la mano, con
un trozo de helado envuelto en dos galletas, tal como yo se lo había dejado en
la cocina. Estaba mirando al suelo, así que su melena rojiza tapaba parte de su
cara.
-
Hola,
Mad – la saludé.
No
sabía cómo de duro había sido papá. Conociéndole, y teniendo en cuenta que no
había sido nada grave, suponía que no había sido un castigo fuerte, pero eso
poco influía en cómo se sentía mi hermanita en ese momento. Su rostro era una
amalgama indescifrable de emociones, entre las que quizá predominaba el deseo
de que se la tragara la tierra.
A
mí me daba algo de vergüenza cuando papá me castigaba, pero fundamentalmente me
sentía triste y con ganas de que él no estuviera enfadado conmigo. Pocas veces
me paraba a pensar en el “tipo de castigo” y reaccionaba igual si me dejaba sin
salir que si me enviaba a mi cuarto para tener otro tipo de conversación
conmigo. Incluso me sentía peor en el primer caso. No era tonto; sabía que, con
mi edad, en otras casas donde se usaran los mismos castigos, normalmente los
azotes me los llevaría con un objeto más contundente que su mano. A los trece
años eso me había hecho sentir como un niño pequeño, pero por obvias razones lo
prefería. No me sentía especialmente avergonzado, ya que papá solía hacerlo en
privado, cuando solo estábamos él y yo, y entre los dos existía una gran
confianza. Papá nunca hacía comentarios humillantes y, por otro lado, desde que
era casi un bebé me había castigado así, por lo que para mí era relativamente
normal. Era la forma en la que me había criado y no era del todo usual, pero
era a lo que estaba acostumbrado. Sí que me horrorizaba la idea de que otras
personas lo supieran, incluso hablarlo con mis hermanos me daba algo de corte.
Michael era mucho más natural con eso, tenía menos pudor.
Creo
que Madie se parecía a mí, en ese sentido. No reaccionaba con la misma
vergüenza extrema que Bárbara, pero la idea de hablar conmigo sabiendo que yo
sabía que la habían castigado se le hacía muy difícil. Por eso, decidí ser yo
quien rompiera el hielo.
-
¿Te
sientas o prefieres quedarte de pie? – bromeé.
Durante
unos segundos, me miró con sorpresa, creo que pensando que me estaba burlando,
pero luego tuvo que ver algo en mi expresión que le aclaró que quería reírme
con ella y no a su costa.
-
Me
siento – replicó, sacándome la lengua. – Papá no me hizo daño.
-
Claro
que no.
-
…
Pero yo a ti sí… Lo siento, Ted.
-
Hey,
no pasa nada – sonreí, restándole importancia.
-
Sí
pasa…. No vas a repetir – me aseguró.
-
A
lo mejor sí.
-
No.
Y si lo haces, no será tu culpa. Has estado enfermo y este año en general ha
sido un puto caos…
-
Cof
cof – no pude evitar una tosecilla recriminatoria ante su vocabulario. - ¿Quién
te ha enseñado a hablar así?
Madie rodó los ojos y no dijo nada, aunque sé
que la molestó que la regañara.
-
Oye.
“Hacer de padre” va en mi carácter, pero intentaré cortarme un poco si tanto te
fastidia – añadí, utilizando las palabras que ella había dicho durante la
pelea.
Madie
me sonrió. Era increíblemente guapa cuando sonreía, hasta el punto en el que
tal vez tendría que empezar a fijarme en los chicos de su clase.
-
Nah.
Me parece tierno. Un coñazo, pero tierno – respondió ella.
-
En
ese caso, no me corto un pelo: no puedes hablar así, enana. Si papá te escucha…
-
…
Me mata, ya sé.
-
No,
primero se muere de la impresión y luego te mata – corregí.
-
Alejandro
y Michael también dicen muchos tacos – protestó.
-
Sí,
y no sé si te has parado a pensar en cómo les va cuando los dicen.
Ante
eso no tuvo respuesta y se limitó a darle un mordisco a su helado.
-
De
verdad, la gente que se come los helados a mordiscos no sois de fiar. De toda
la vida los helados se chupan – declaré.
-
Es
un helado de sándwich. Está pensado para ser mordido – se defendió, con una
risita. Después, sin previo aviso, se recostó sobre mi brazo. – Gracias por no
enfadarte.
-
Nadie
se puede enfadar contigo, no hagas como que no lo sabes – repliqué, con una
media sonrisa.
-
Papá
sí – se quejó. – Me regañó mucho.
De pronto, se separó y me miró como si se
hubiera acordado de algo.
-
¿Y
a ti? – me preguntó. – No quería meterte en problemas…
-
No
lo hiciste – la tranquilicé. – Ahora déjame hacer los deberes, anda, o me
meteré en problemas yo solito.
Madie me dio un abrazo corto como despedida y
me dejó con los libros, pero la escuché hablar con papá a poca distancia.
-
Papiii.
-
Uy.
Ese “papi” me ha sonado a “voy a pedirte algo”.
-
Jo,
qué mal pensado – se quejó y pude escuchar la risa de Aidan. Me giré para ver
cómo se abrazaban y me alegré de que ninguno de los dos siguiera enfadado,
aunque no es como si fuera posible enfadarse durante mucho rato con papá.
-
Pero
acerté, ¿a que sí?
-
Es
una cosita pequeñita – respondió Mad. - ¿Puedo hacer galletas? Porfi.
-
Princesa,
ya hemos tomado helado. De hecho, aún no te has terminado el tuyo. Además hoy
no te puedo ayudar y ya sabes que no me gusta que trastees tú sola en la
cocina. El fin de semana, ¿vale? Te lo prometo.
-
Está
bien – aceptó Madie. – Pero te lo voy a recordar, ¿eh?
-
No
lo dudo – se rio papá. - ¿Ya terminaste todos tus deberes?
-
Todos.
-
Buena
chica.
Escuché cómo papá le daba un beso muy sonoro
en la frente. Como ya estaba él en casa y no tenía que vigilar a los enanos,
cogí mis libros y me fui a mi habitación a hacer la tarea para concentrarme
mejor.
-
COLE’S
POV –
Cuando papá, Michael y Kurt volvieron del
médico trajeron helado para merendar. Si lo hubiera repartido Ted, me hubiera
dejado una porción del de chocolate y nata, porque sabía que era mi favorito,
pero lo estaba repartiendo Michael y él no me conocía tan bien, porque me dio
un trozo de chocolate y vainilla.
-
¿Qué
pasó, enano? – me preguntó, mientras continuaba con el reparto.
-
Nada.
-
¿Seguro?
-
Sí.
¿Me pasas una cuchara, por favor? Yo lo como sin galleta.
En ese momento bajó Ted, para servirse un
trozo y ponerle uno a Madie.
-
Sin
galleta y con nata. ¿Qué haces con uno de vainilla? – me preguntó.
Michael suspiró.
-
Conque
era eso. Perdona, enano.
-
No
pasa nada, este está bueno también.
Michael no tenía la culpa de no conocerme
tanto como Ted. Se había esforzado mucho para ser uno más en aquellos meses,
pero no podía compensar varios años separados en ese poco tiempo. Para él tenía
que ser muy confuso estar rodeado de tantas personas, con tantas cosas para
recordar.
Ted se fue a la mesa que había en el salón
para seguir con sus deberes y yo me senté en el sofá a tomarme mi helado.
Michael vino al poco rato y me acarició la cabeza.
-
La
próxima vez me acordaré, ¿sabes? – me dijo y yo le sonreí. Era probable, tenía
muy buena memoria.
Subí los pies al sofá y, al hacerlo, se me
escurrió el plato que tenía sobre las rodillas, haciendo que el helado se
cayera y manchara uno de los cojines. Me puse blanco y traté de limpiarlo, pero
solo conseguí extender más la mancha.
-
Papá
me va a matar – gimoteé.
-
Peque,
no digas eso, solo fue un accidente – me dijo Michael. – Comemos en el sofá
todo el rato.
Eso era verdad, no teníamos prohibido comer
ahí, pero… el cojín…
-
Papá
no te dirá nada, pero, si quieres, le diré que fui yo – se ofreció.
Le miré con asombro.
-
¿Harías
eso por mí?
-
Claro,
enano. Tampoco es gran cosa.
-
Pero…
¿y si se enfada contigo? – pregunté.
-
No
sería la primera vez…
-
¿Y
si te castiga? – insistí.
-
Tampoco
sería la primera vez. ¿Olvidas con quién estás hablando? Soy tu hermano más
problemático – me dijo, con una media sonrisa, mientras me daba un golpecito en
el hombro.
-
No
eres problemático – respondí, poniéndome de rodillas sobre el sofá para estar a
su altura. – Solo tienes una relación extraña con las normas.
Michael me miró fijamente y después soltó una
carcajada muy sonora.
-
Usaré
esa frase la próxima vez que me meta en líos – me aseguró. - No te preocupes
tanto, Cole. Papá es razonable. Y tú
eres el que mejor se porta de todos, estás inmunizado.
-
No
soy el que mejor se porta – me extrañé. - Ese es Ted.
-
No.
Ted es el que tiene el corazón más grande, pero también es muy cabezota y a
veces hace lo que considera correcto, aunque signifique no hacer caso a papá.
Él ya es mayor y cuando eres mayor sueles pensar que tienes razón y los demás
se equivocan. Tú eres bueno y obediente.
Me ruboricé ante esos cumplidos y me senté
sobre los talones.
-
No
siempre… A veces cuando estoy leyendo y papá me dice que haga algo, no le hago
caso – susurré.
-
Eso
es porque eres un gusanito de biblioteca.
Sonreí. Me decían tanto eso que se iba a
convertir en una especie de apodo.
-
Entonces,
¿le digo a papá que yo manché el cojín? – me preguntó, haciendo ademan de
cogerlo.
-
No,
yo lo hago – respondí. No quería que Michael me viera como un cobarde.
Agarré
el cojín y me fui a buscar a papá, pero vi que estaba hablando con Madie.
Esperé y mientras esperaba se me estaba yendo la valentía por segundos. ¿Y si
papá sí se enfadaba? ¿Y si me decía que no podía comer postre por una semana
por haber comido helado en el sofá? ¿Y si el cojín no se podía limpiar y había
que comprar otro y se enfadaba más y me daba unos azotes? Yo ya no era mono
como Kurt, ni tenía los ojos azules, no podía esperar que mi mirada de
cachorrito le ablandara.
Decidí
que yo solito podía limpiar el cojín y fui al baño para frotarlo con agua, pero
la mancha de chocolate no se iba. Tomé medidas más drásticas y en lugar del
lavabo abrí la bañera. Recordé aquella vez que Alice se manchó de tomate una
camiseta y papá echó detergente directamente sobre la mancha antes de meterla
en la lavadora, diciendo que así saldría mejor. Eso era lo que me faltaba,
¡detergente!
Dejé
el cojín en la bañera, cerré la puerta del baño y bajé a la cocina a por el
bote de detergente líquido. Como éramos tantos en casa y papá ponía tantas
lavadoras, compraba el formato más grande… y era un bote de cinco litros.
Pesaba muchísimo, pero lo agarré del asa y subí con él al piso de arriba.
Cuando ya casi estaba llegando al baño, se me cayó Se hizo una pequeña rajita y
algunas gotas se derramaron en el suelo. Me di prisa en meterme dentro, abrí el
detergente y eché un poco en la bañera. ¿Cuánto había que echar? Era una mancha
difícil de quitar. ¿Tal vez tenía que cubrir el cojín por completo?
La
puerta del baño se abrió de golpe y me llevé un buen susto, pero solo era
Barie.
-
¡Cole!
¿Qué estás haciendo?
No
tenía una respuesta preparada, pero tampoco era necesario, porque el olor a
detergente era muy fuerte y en cuanto se asomó y miró en la bañera tuvo una
idea bastante clara.
-
¿Eso
es detergente? ¡Cole, has vaciado la mitad del bote! ¿Qué pretendías?
-
Solo…
quería limpiar el cojín…
-
Madre
mía… abre bien el grifo, anda, que se vaya todo. Deja el cojín en el cesto…
Le
hice caso y me mordí el labio. ¿Estaba en problemas? No lo tenía claro, yo no
había querido hacer nada malo.
-
El
bote está roto… La que has armado en un segundo.
-
No
le digas a papá – le pedí.
-
Tengo
que decírselo, Cole, se preguntará por qué no hay detergente.
-
…
¡Yo voy a la tienda y compro más!
-
¿Con
qué dinero? Si vas a la tienda tú solo y sin pedirle permiso te meterás en un
buen lío.
Barie
tenía razón, no había forma de salir de aquella.
-
Quédate
aquí limpiando la bañera y el pasillo, ¿bueno? Yo le contaré a papá lo que
pasó. No se va a enfadar, ya verás – me dijo, pero no sonó muy convencida.
La
vi salir y durante unos segundos no supe qué hacer, estaba bloqueado. Pero
después reaccioné y salí yo también del baño. Tuve suerte y no me encontré a
papá por el camino, creo que estaba en le cuarto de alguno de los peques.
No
tenía muy claro a dónde iba, solo pensé que no quería estar en el baño cuando
papá viniera. Llegué a la conclusión de que tenía que esconderme. Tras pensar
en cuál era el mejor escondite, intenté abrir la puerta interna del garaje. Era
una puerta que comunicaba la casa con el garaje. Papá y Ted la solían dejar
cerrada, pero ese día estaba abierta, así que la abrí y entré.
El
garaje estaba muy oscuro y daba algo de miedo, pero olía a gasolina y ese era
un olor que me gustaba. Me senté en un rinconcito y me tapé con una de las
mantas que papá guardaba ahí para cuando hacía mucho frío.
-
AIDAN’S
POV –
Cuando
todos mis hijos terminaron de merendar y sentí que cada uno estaba ocupado en
diversas actividades, me permití centrarme en Kurt. Le acompañé mientras hacía
sus deberes, que eran muy pocos, y después le observé jugar a las
construcciones. No solía utilizar el móvil cuando estaba con mis hijos, pero
esa tarde lo saqué y le mandé varios mensajes a Holly, sin dejar de observar a
Kurt en el proceso.
AIDAN:
Volvimos del médico. Dice que tiene un defecto cardíaco y que le tienen que
operar.
HOLLY:
¿Qué? ¿Cuándo?
AIDAN:
En un par de meses. Dice que no es grave, pero que puede traer complicaciones
en los próximos años si no se opera ahora, que su corazón puede dejar de
funcionar bien. Y yo no sé qué hacer, Holls… ¿debería oponerme a la operación?
Él ahora está bien. ¿Y si le pasa algo en el quirófano? No me lo perdonaría
nunca…
HOLLY:
No pienses eso. Los doctores no recomiendan operaciones porque sí….
AIDAN:
Ya lo sé… Y si no le opero y más adelante le pasa algo, sería mi culpa… Pero…
es tan pequeño…
Sentía
que era una decisión terrible para tomar. No era como cuando Ted tuvo la
apendicitis, o el derrame en la cabeza: mi hijo estaba con tremendos dolores en
esas ocasiones, las operaciones eran necesarias para ponerle bien. Pero a Kurt
no le dolía nada. Tal vez tenía menos energías de lo que era normal en él, pero
seguía siendo un niño muy activo. ¿Era correcto someterle a una operación que
ponía en riesgo su vida?
AIDAN:
Holls… ¿qué hago?
HOLLY:
No puedo decidir por ti… Pero, si quieres saber mi opinión, es una cirugía
preventiva. Siempre es más seguro que una operación de urgencia. Si tiene una
malformación en el corazón y la pueden arreglar, lo mejor será que lo hagan… Sé
que tienes miedo, pero tu bebé va a estar bien.
AIDAN:
Tiene que estarlo.
Hablé
con Holly un rato más y se despidió diciendo que podía contar con ella para lo
que hiciera falta y que esperaba que me tomara en serio esas palabras. Me sentí
un poquito menos solo.
Me
acuchillé en el suelo cerca de Kurt que quería enseñarme lo que había construido
y en ese momento entró Barie.
-
Hola,
princesa.
-
Hola,
papi.
-
¡Mira,
Barie, hice una nave espacial! – anunció mi enano, orgulloso de su proeza.
-
Ya
lo veo, peque. ¿Y vuela?
-
¡Shi!
Mira: papi, haz que vuele – me pidió.
Se
me escapó una sonrisa y tomé los bloques con cuidado, para después mover la
construcción en el aire a toda la altura que mi brazo me permitía. Eso pareció
satisfacer a mi bebé, así que me dio igual lo ridículo que tenía que parecer en
ese momento. Le devolví el juguete tras unos segundos.
-
¿Querías
algo, Barie?
-
Sí…
Cole gastó el detergente… Estaba intentando lavar un cojín… Pero no le regañes,
solo quería ayudar, creo, o no sé…
-
¿Un
cojín? – me extrañé. - ¿Cómo qué gastó el detergente? ¿Dónde está?
-
En
el baño…
Dejé que me guiara y descubrí una mancha
viscosa en el pasillo y una bañera llena de detergente.
-
¿Y
Cole?
-
Le
dejé aquí… Le dije que lo limpiara…
Suspiré. Hablaría con el peque después, para
que me contara bien lo que había pasado. Primero me puse a recoger aquel estropicio
y me fijé en que el bote de detergente se había rajado. ¿Qué había estado
haciendo Cole?
Cuando terminé de limpiar, llamé al enano,
pero no vino. Le busqué en su cuarto y en el de sus hermanos. En el mío, en el
salón, en los otros baños, en la cocina. No había rastro de él.
-
Michael,
¿has visto a Cole? – le pregunté, empezando a preocuparme.
-
Hace
un rato que no. ¿Te dio el cojín?
-
¿El
cojín? No, creo que prefirió darle un baño. ¿Tú sabes lo que pasó?
Michael me contó una parte de la historia, en
la que a Cole se le caía un poco de helado cuando estaba en el sofá.
-
Ya
veo. Por eso lo estaba enterrando en detergente. Y ahora no le encuentro por
ningún lado.
Seguimos
buscando, miramos incluso debajo de las camas, pero solo encontré a Leo, que
estaba jugando debajo de la cama de Dylan con una de mis camisetas.
-
Hola,
gatito. No habrás visto tú a Cole, ¿verdad?
-
Miau.
-
Eso
pensé.
Después
de cinco minutos más, mi intranquilidad se convirtió en algo de miedo. Para
entonces todos mis hijos me estaban ayudando a buscarle.
-
¿Y
si ha salido de casa? – planteé, asustado.
-
Lo
habríamos oído... – dijo Alejandro.
-
También
tendríamos que haberle visto entrar en la cocina y ninguno se dio cuenta. Ya
hemos buscado en todos lados, dentro de casa no está – repliqué, nervioso.
-
¿Por
qué se iría? – preguntó Barie.
-
No
lo sé.
-
¿Le
has regañado o algo? – preguntó Alejandro.
-
Qué
va…
-
El
enano parecía nervioso porque descubrieras que manchó el cojín – dijo Michael.
-
Pero
si eso no tiene importancia… Se lava y ya está…
No
tenía sentido intentar adivinar por qué se había ido, lo importante era
encontrarle. Cada vez estaba más convencido de que no estaba en casa: le había
llamado y le había buscado por todos los rincones.
Menudo
padre de mierda estaba hecho. No podía proteger a mis hijos de los accidentes,
ni de las enfermedades, ni de mi propio padre y ahora por lo visto no podía
mantenerles dentro de casa.
Finalmente,
decidí que teníamos que buscarle fuera, pero no sabía por dónde empezar. Una
angustia aterradora se adueñó de mi pecho y hasta sentí que me costaba
respirar.
-
Vale,
pensémoslo bien. A Cole le da miedo estar solo… tendrá que estar en un lugar
familiar, que le haga sentir cómodo – razoné. – Hay que buscar en el parque, en
la iglesia, en la zona del colegio… en el centro comercial, aunque queda muy
lejos… y… y… en la biblioteca, por supuesto… y las librerías, aunque a estas
horas ya están todas cerradas pero quizá él no lo sabe…. Ah, y en esa tienda de
animales que se queda siempre mirando…
-
Nos
dividiremos – dijo Ted. – Tú, yo, Michael y Alejandro, cada uno irá a una zona…
-
Necesito
que al menos uno de vosotros tres se quede con los demás…
-
Papá,
podemos quedarnos solos un rato – dijo Harry.
Sabía
que tenía razón, pero me preocupaban los enanos. Eran cuatro contra cuatro…
Harry, Zach, Madie y Barie tendrían que cuidar de sus hermanitos más pequeños.
-
Llama
a Holly – dijo Ted. – Ella recurrió a ti cuando se perdió Jeremy.
Era
cierto y además su ayuda me vendría muy bien.
-
Mientras
viene, nosotros vamos yendo – sugirió Michael. – Hace algo de frío para que el
enano esté solo por ahí y se ha dejado el abrigo.
Me
espanté al darme cuenta de eso, ni siquiera me había fijado.
-
Sí,
será mejor que salgáis ya. Llamad si le encontráis…
-
Yo
iré con el coche, vosotros buscadle por aquí cerca – indicó Ted.
Fui
a por el móvil para llamar a Holly. Me lo había dejado en la habitación de
Kurt, pero antes de llegar escuché la voz de Ted.
-
¡Papá!
Sonaba
apremiante, así que corrí en su dirección y vi que había abierto la puerta del
garaje. Me señaló algo. Encendió la luz y reparé en un bultito agazapado en una
esquina. Cole estaba allí, dormido, envuelto en una manta.
Avancé
hacia él, pero me Ted me sujetó del brazo.
-
Despiértale
con cuidado…
No
necesitaba que me lo dijera. Caminé hacia mi enano y me agaché para recogerle
del suelo. Cada día pesaba más… pero todavía podía alzarle sin problemas. Con
el movimiento, se espabiló un poco, pero no llegó a despertarse del todo. Pasé
sus brazos alrededor de mi cuello.
-
Cole
– susurré.
-
Mmm.
-
Cole,
despierta, cariño…
Cole abrió los ojos y parpadeó, confundido.
Sonrió al enfocarme.
-
Papá.
-
Hola,
peque… ¿Qué hacías aquí?
Cole
tardó un rato en procesar mis palabras y entender dónde estaba. Miró a todos
sus hermanos, que nos observaban, y por último me miró a mí. Luego se hizo
pequeñito entre mis brazos y no me respondió.
-
¿Sabes
el susto que me has dado? ¿Buscándote por toda la casa y sin señales de ti?
Pensé que te habías ido… Te llamé muchas veces y no me respondías…
-
Me
quedé dormido, papi…
-
¿Por
qué viniste aquí en primer lugar? – insistí.
No
me quería enfadar con él, no estaba seguro de poder enfadarme en ese momento,
estaba demasiado aliviado de tenerle sano y salvo entre mis brazos.
-
Perdón…
-
Eso
no es suficiente, hijo. Tienes que darme alguna explicación.
Escondió
la cara en el hueco de mi cuello y supe que en ese momento no iba a sacarle
nada más. Suspiré.
-
Chicos…
gracias por vuestra ayuda… Preparaos para la ducha, ¿está bien? Antes de cenar
quiero hablar con vosotros, tengo algo importante que deciros. Peques, yo voy a
ayudaros en un rato.
Estaba
tan cansado. Y aún quedaba lo más agotador de la noche: ducharlos, vestirlos,
darles de cenar, acostarles…. Contarles de la operación de Kurt…
Poco
a poco, mis hijos se fueron marchando, dejándome a solas con Cole. Con él
agarrado a mí como si yo fuera un árbol de eucalipto y él un koala, subí a mi
habitación.
-
¿Me
vas a contar lo que pasó? Creo que sé parte de la historia. Vi el cojín. Lo
manchaste de chocolate, ¿no? Y lo intentaste limpiar.
Cole
asintió. Sus ojitos brillaban como con vida propia.
-
Pero
no salía con agua… así que fui a por detergente, pero se me cayó…
-
¿Por
qué no me lo dijiste? Lo habría metido a la lavadora y ya…
-
No
quería que te enfadaras… - me confesó. Me senté con él en mi cama y le dejé
sentado encima de mis piernas, intentando estudiar su rostro, porque la verdad
era que no entendía nada.
-
Cole,
no me hubiera enfadado por eso. Fue un accidente. Lo que me molesta es que
trataras de ocultármelo. Y que te escondieras… Eso hacías en el garaje, ¿no?
Esconderte.
Volvió
a asentir.
-
No
quería que te enfadaras – repitió.
-
Campeón…
No puedes salir huyendo solo porque pienses que te voy a regañar… Pero además,
no te habría regañado… Dime una cosa, ¿he hecho algo para que me tengas miedo?
– le pregunté, acariciándole el pelo. – El sábado, cuando cruzaste sin mirar…
¿fui muy duro contigo?
-
No,
papi…
-
¿Te
regañé feo? Sé que alguna vez lo he hecho. Alguna vez me he olvidado de que
eres mi bebé. Y tampoco te supe entender cuando llegó Michael ni cuando ese
niño te trataba mal en el colegio…
-
Tú
siempre eres bueno conmigo – me dijo, y me dio un abrazo.
-
¿Sí?
¿Entonces por qué te escondías, cariño?
-
Es
que… yo… pensé que me ibas a castigar… por comer en el sofá…
-
¿Y
te he dicho yo alguna vez que no puedas hacer eso? – le pregunté. Cole negó con
la cabeza. – En cambio, si te he dicho en varias ocasiones que si te preocupa
algo me lo tienes que contar. Tienes que aprender a hablar conmigo y no a huir
de las cosas. Incluso aunque fuera a castigarte por manchar el cojín, intentar
ocultarlo no soluciona nada. Solo indica que no confías en mí…
-
¡Sí
confío en ti, papá!
Me alegré de oírlo. Cole era muy reservado y
muchas veces dejaba a la gente fuera de su vida, pero no podía echarme a mí
también, al menos mientras aún fuera pequeño.
-
Me
he asustado mucho cuando no te veía, peque – susurré, apretándole fuerte contra
mi pecho. – Deberías estar en un buen lío solo por eso.
Entonces le noté temblar un poquito y para mi
sorpresa comenzó a llorar.
-
Snif…
todo lo que quería… snif… era que no me castigaras… snif… y ahora me vas a
castigar… snif…
-
Yo
no he dicho eso. He dicho que debería, y en verdad debería, para que
entendieras que no había por qué huir. Nunca tienes que esconderte de mí, ni
aunque esté muy muy enfadado – le dije, deseando que ese punto quedara claro. –
Pero manchar un cojín y hacer un estropicio al lavarlo no es motivo suficiente
para ganarse un castigo. Quedarse dormido en el garaje por andar pensando
tonterías sí lo es… Por eso esta noche vas a dormir aquí, conmigo y con Kurt.
Sonrió ligeramente al escucharme y le quedó
una expresión muy tierna, puesto que aún tenía lágrimas en los ojos.
-
Eso
no es un castigo.
-
¿Ah,
no? ¿Y si te hago cosquillas?
Rápidamente, como si fuera una culebrilla,
Cole se escurrió y se metió bajo las mantas, para que no le pudiera apretar el
costado. Se dejó fuera un pie y podría haberle hecho cosquillas ahí, pero
preferí dejarle tranquilo. Moví un poco las sábanas para mirarle a la cara.
-
Te
quiero mucho y me asusté mucho, así que me tienes que prometer que nunca te
esconderás así de nuevo, ¿vale? – le dije. Cole se puso serio, y asintió. La
claridad solía ser la mejor estrategia con los niños, y en especial con niños
inteligentes como Cole, así que continué: – Si lo haces, sí me enfadaré
contigo, y te daré en el culo. Será desagradable para los dos, así que es mejor
si lo evitamos, pero ya lo he hecho otras veces, ¿verdad? Y no pasa nada. Te
regaño, te castigo, te doy un abrazo y un beso. Sé que no te gusta que te
castigue, por eso es mejor portarse bien. Pero soy razonable, ¿no? Nunca te
regaño sin motivos.
-
Sí,
papá. No sé por qué me escondí. No lo haré de nuevo, de verdad. Quiero seguir
siendo bueno.
Sonreí y le hice una caricia.
-
Siempre
serás bueno, hagas la trastada que hagas.
-
Michael
me dijo que yo era bueno – susurró, sonando mucho más pequeño de lo que era.
-
Michael
tiene razón, enano. Todos mis hijos son buenos.
Era cierto. Tenía
muchos motivos para estar orgulloso. Para empezar, se querían mucho. Sin haber
crecido con una familia, les había enseñado la importancia de tener una. Por eso sabía que hablarles de la operación de Kurt no iba a ser sencillo,
al menos con los mayores, que entenderían mejor todos los riesgos. Pero tampoco
tenía sentido mentirles. No era una mentira que pudiera sostener en el tiempo y
además sería la manera incorrecta de protegerles. Tenían derecho a saber las
cosas que les afectaban directamente y tenían derecho también a que yo les
ayudara a procesarlas.
- Vamos,
Cole. Prepara tu pijama, campeón, y ve a la ducha. Cuando estés listo baja al
salón y espérame con tus hermanos, ¿de acuerdo?
- Sí,
papá.
Le observé
marchar y suspiré. Había encontrado a un hijo al que había perdido por varias
horas. Me faltaba
encontrar algo que había perdido desde hacía muchos años: un padre. Si iban a
operar a Kurt, tenía que asegurarme de que lo hacían los mejores médicos del
planeta. Los mejores médicos que un espía de alto nivel se podía
permitir.
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