CAPÍTULO 139: PERFECTO CÍRCULO
IMPERFECTO
Como
siempre, entrar en casa supuso una estampida de gente hacia los baños y las
habitaciones. Papá estaba ocupado con la comida y además había discutido con
Alejandro, así que fui yo quien se encargó de que los peques dejaran la mochila
y se lavaran las manos.
Kurt
y Dylan empezaron a discutir sobre si el tiranosaurio de plástico de Dylan
podía o no comerse a Cangu si tenía hambre. A veces Dylan podía ser un poquito
macabro, especialmente en cosas relacionadas con la naturaleza y los
depredadores. Su terapeuta había trabajado con él sobre en qué situaciones era
correcto hablar de la facilidad con la que los dientes de los carnívoros pueden
desgarrar cualquier carne.
-
¡Cangu no es comida! – chilló Kurt. - ¡Los canguros no se
comen!
-
En Australia y en otros p-países hay g-gente que come c-carne
de c-canguro.
-
¡Pero a Cangu no!
-
Calma, enanos – intervine. - Nadie se va a comer a Cangu,
Kurt. El tiranosaurio es mucho más pequeño que él y además es de plástico y no
de peluche, así que se tiene que comer a otros dinosaurios más pequeños y de su
mismo material.
Aquel
razonamiento lógico dentro del absurdo pareció convencerles a ambos para dejar
de pelear, pero, por si acaso, Kurt dejó el peluche sobre su cama y lo tapó con
la manta, como para protegerle.
-
En la vida real los tiranosaurios son más grandes que los
c-canguros – me informó Dylan.
-
Si, Dy, ya lo sé.
-
No se lo iba a c-comer entero, solo una p-pierna – añadió, a
modo de justificación.
-
¡Que no! – protestó Kurt.
Las
conversaciones pueden volverse surrealistas cuando estás rodeado de niños.
Pensé en más argumentos que pudieran poner fin al conflicto entre un dinosaurio
de diez centímetros y un canguro de treinta.
-
Es un tiranosaurio doméstico, así que no sabe cazar – zanjé.
– Solo come lo que le da Dylan, igual que hacemos con Leo.
Kurt levantó un dedo acusador y frunció su ceñito de una
forma adorable.
-
No le des de comer a Cangu.
-
No lo hará, peque. Dylan sabe que Cangu es tu amigo, ¿verdad?
Dy se quedó en silencio, que era su reacción más habitual. Aquella
interacción con Kurt podíamos considerarla un éxito, de hecho. Suspiré y me
agaché a su lado. Le quité el dinosaurio de las manos para que me prestara
atención, porque se estaba distrayendo con él y su mente podía viajar muy lejos
en tan solo un segundo.
-
¿Por qué no puede ser un “vegetasaurio”? - protestó Kurt.
-
¿Un qué? – se extrañó Dylan.
-
Se refiere a que por qué no puede ser herbívoro – le aclaré.
-
Sus d-dientes y su e-estómago están diseñados para c-comer
carne – relató. – Pero los c-canguros no existían en la época de los
d-dinosaurios – claudicó. – Y además es verdad que está hecho de p-peluche y no
de c-carne.
-
¿Eso quiere decir que no se lo comerá? – preguntó Kurt.
Parecía genuinamente preocupado, era la viva encarnación de la inocencia.
Dylan, por fin, asintió. Crisis resuelta.
Me
refugié en mi cuarto antes de que los unicornios de Alice tuvieran alguna
desavenencia con las haditas de Hannah.
Pese
a todo, era genial que Dylan estuviera avanzando en el apartado de la
comunicación. Había rezado tanto porque
mi hermanito tuviera una vida normal y cada vez parecía más evidente que lo iba
a conseguir.
Me
tumbé sobre mi cama para estar con el móvil un rato, aprovechando que por una
vez tenía la habitación para mi solo. Agustina y yo acabábamos de vernos en el
colegio y ya tenía mensajes suyos. Mayoritariamente eran para desearme suerte
para por la tarde. Chateé con ella unos minutos, hasta que Alejandro entró en
la habitación como un torbellino. Ni siquiera me había dado cuenta de que ya
había vuelto a casa.
Carraspeé
para hacerme notar y él me levantó el dedo corazón por toda respuesta.
-
Estás de buen humor, por lo que veo.
-
Vete a la mierda, Ted.
Guardé
silencio. Por lo que había escuchado, eso era lo mismo que le había dicho a
papá en la puerta del colegio. Me quedé pensativo, buscando la mejor manera de
abordarle.
-
¿Por qué estás tan enfadado?
-
No estoy enfadado – bufó.
-
Vaya, engañarías a cualquiera – repliqué.
-
Estaba enfadado antes, ahora solo estoy esperando a que papá
me destripe y, por cierto, deberías irte.
-
Puedo quedarme si quieres – le ofrecí. – Si me niego a salir
quizá te libres.
-
Como si eso fuera a funcionar – refunfuñó.
Le observé desde la distancia y comprobé que tenía los ojos
rojos y brillantes, pero intuí que no debía hacer comentarios al respecto.
-
¿Y por qué estabas enfadado antes? – seguí preguntando, pero
no me respondió. - ¿Sabes? Papá no me dejó conducir de noche hasta seis meses
después de tener carnet. Incluso ahora se preocupa si conduzco grandes
distancias o si hace mal tiempo… y yo también. Un coche puede ser muy
peligroso. La inexperiencia se puede pagar cara. Así que… tal vez papá se ponga
un poco pesado con eso. Vas a tener que armarte de paciencia…
“… para no insultarle cada vez que intente protegerte”.
-
No me va a dejar el coche nunca, ¿no? – suspiró.
“No, te compró el tuyo propio”
-
Claro que sí. Pero habrá normas, muchas normas y no siempre
se te da bien cumplirlas…
-
Nadie se había dado cuenta – replicó.
Antes de que pudiera contestarle, Aidan llamó a la puerta,
que de todas formas estaba abierta y entró con la mochila de Jandro, que debía
de haberse dejado en el piso de abajo.
-
Campeón, ¿me dejas hablar con tu hermano? – me pidió.
Les miré a ambos, pero supe que no tenía muchas más opciones.
-
Hablar solo – le advertí, con mi mejor cara seria. No debió
de funcionar mucho, porque Aidan me sonrió, como si me considerara adorable en
lugar de intimidante.
Me levanté de la cama sin poder evitar sentirme algo
preocupado. Era un día importante para Jandro y no quería que nada le pusiera
triste o más nervioso. Pero también entendía que papá no podía dejar pasar que
le faltara al respeto tan descaradamente…
No tuve más remedio que salir del cuarto. Me propuse
encargarme de que ni Cole ni Michael entraran sin llamar por accidente.
-
ALEJANDRO’S POV –
La
última visita a la psicóloga consistió, como no podía ser de otra manera, en
hablar de Dean y de Sebastian y de lo que su llegada iba a suponer para
nosotros. Una cosa llevó a la otra y acabamos charlando sobre cómo fue para mí
la incorporación de cada hermano a la familia. Nunca me había detenido a
pensarlo, no desde mi perspectiva presente, mirando hacia el pasado.
Empecé
a ser consciente de cómo funcionaba todo a partir de Dylan, más o menos. Antes
era demasiado pequeño como para entender en profundidad lo que implicaba tener
un nuevo hermano.
-
¿Te enfadaste con tu padre? ¿Le guardabas rencor? – me
preguntó la psicóloga.
-
¿Con Andrew? Sí, claro, es un maldito hi…
-
No, con Aidan - me interrumpió.
-
¿Por qué iba a guardarle rencor a él? – me extrañé.
-
Por traer a otro niño a casa, cuando apenas podía mantener a
los que ya erais.
-
Nunca nos faltó de nada – repliqué. – No sobraba el dinero,
pero nunca pasé hambre, gracias a que él se mató a trabajar. Luego las cosas
mejoraron.
Después de decir aquello me quedé pensativo. Conforme pasaban
los años, entendía mejor la clase de sacrificios que Aidan había tenido que
realizar para mantenernos. La inseguridad de no saber si iba a haber dinero
para pagar la luz. La certeza de que algunas semanas tenía que hacer turnos
dobles o triples. El miedo de que mis hermanos y yo pudiéramos molestar a los
clientes del restaurante cuyo amable dueño le permitía llevarnos y sentarnos en
una mesa del fondo a hacer los deberes o a dibujar.
-
Pero, ¿y en otros aspectos? – continuó la mujer,
interrumpiendo mis recuerdos. - ¿De verdad nunca sentiste que te faltara nada?
Cada vez erais más, así que cada vez tenía menos tiempo para dedicarte…
-
Bueno, ¿y qué iba a hacer el hombre, abandonar a mis
hermanos? No era él quien estaba superpoblando el mundo por no saber usar un
condón. Además, siempre ha sabido hacerlo funcionar. Especialmente cuando pudo
vivir solo de sus libros. El cien por cien de su tiempo lo ocupamos nosotros…
-
Pero ahora tiene novia, ¿no? Eso sí parece su elección.
-
Sí, y al principio no me hacía mucha gracia, pero Holly no
está tan mal – reconocí. Pensé que iba a ahondar en ese tema, pero me
equivoqué.
-
Me gustaría que hiciéramos un test. Es muy corto, te lo prometo
– me dijo. El repentino cambio de tema me sorprendió.
-
¿Un test? – protesté. ¿También tenía que hacer exámenes en el
psicólogo? ¿Qué era lo próximo, examinarme del recreo? – Pensé que íbamos a
hablar de mis dos nuevos hermanos.
-
Sí, pero también prometí ayudarte con tu manejo de la ira. Y
considero que este fin de semana te vas a enfrentar al tipo de situaciones que
pueden hacerte perder los estribos – me explicó.
Bufé, disconforme, pero ella sacó un fajo de papelitos de
todas formas.
-
Es muy sencillo. Haré una serie de afirmaciones y me gustaría
que respondieran con un número del 1 al 10, siendo el 1 “no me identifico en
absoluto” y el 10 “me identifico por completo”.
Bueno, al menos era solo hablar, no iba a tener que escribir.
La psicóloga interpretó mi silencio como una señal para
comenzar:
-
Me gusta pasar tiempo en mi casa.
-
Diez – respondí, sin tener que pensarlo mucho.
-
Cuando estoy en casa, paso la mayor parte del tiempo en mi
habitación.
-
Siete – afirmé, tras considerar todas las variantes. Siendo
cuatro en un cuarto tan pequeño no siempre podía quedarme ahí. A veces me iba
al salón, donde estaba la tele.
-
Mi ambiente familiar me estresa.
-
Seis.
Las mañanas podían ser un caos y la hora de la ducha también,
pero estábamos acostumbrados y habíamos encontrado un sistema para no
agobiarnos.
-
Nadie me entiende.
-
Cinco.
-
Solo soy yo mismo cuando estoy con mis amigos
-
Tres.
De hecho, con mis amigos tenía que hacer un esfuerzo
constante y agotador. Ser sociable daba demasiado trabajo.
-
Tengo problemas para socializar con mis compañeros de clase.
-
Siete.
“¿Qué
tiene esto que ver con nada?”
-
Juego a la videoconsola más de dos horas al día.
-
Cero – bufé, rodando los ojos. Claramente, esa tipa no sabía
lo que era vivir con Aidan. Ni en una casa con una sola consola para tanta
gente.
-
En ocasiones, me enfado cuando pierdo una partida de un
videojuego.
-
Seis… O sea, no me gusta perder, pero mi hermano Zach se pone
peor – le aseguré.
-
Rompo cosas para liberar el estrés.
-
Cero.
-
Rompo cosas para liberar mi rabia.
-
Cer… dos – rectifiqué, cuando una vocecita en mi cabeza me
recordó cierto episodio relacionado con una mesa de cristal cerca de Hannah.
-
Digo palabrotas para liberar mi rabia.
-
Ocho…
-
Si alguien hace algo que no me gusta, lo más probable es que
le golpee.
Me callé. No consideraba que fuera cierto, al menos no
siempre, pero tampoco podía negarlo del todo…
-
Cuatro – dije al final.
-
Tengo buena relación con mi padre. Me refiero a Aidan –
aclaró. La mujer había pillado enseguida que él era el único padre que yo
contemplaba como tal, aunque también intentaba que habláramos de Andrew algunas
veces. - ¿Alejandro? – insistió, al ver que no respondía.
Hubo otro momento de silencio. Eso era subjetivo. ¿Mejor
relación que la mayoría? Sí. ¿Peor relación que Ted? También.
-
Ocho.
-
Le guardo rencor a mi padre.
-
¿Otra vez con eso? Ya le he dicho que no. Él no tiene culpa
de nada.
-
A veces tenemos resentimiento hacia nuestros padres, aunque
sepamos que algo no es su culpa – replicó. – Tenemos esta idea infantil de que
pueden solucionarlo todo y, aunque en el fondo sabemos que no, una parte de
nosotros se lo exige. ¿Sabes a lo que me refiero?
-
… me gustaría que fuera mi padre. Mi padre de verdad, quiero
decir. Con todas las letras. Me… me enfurece que no lo sea, pero ni él ni yo
podemos hacer nada al respecto. Ahora puede que nos adopte, y eso es genial,
pero una parte de mí siente rabia al saber que podría haberme adoptado desde
siempre y ninguno de los dos lo sabía.
Me pareció que lo que acababa de decir no tenía ningún
sentido, pero la psicóloga asintió, como si me hubiera entendido.
-
Voy a ponerme técnica un segundo – me avisó. - Durante la
adolescencia, la mayoría de las personas sufren cierto desapego con respecto a
su progenitor principal, generalmente la madre y en tu caso, tu padre. Crea
nuevos vínculos con sus pares, es decir, con su grupo de amigos, que se vuelve
muy importante. Pero tú te has quedado a medio camino. Sigues siendo muy
cercano a tu padre, pero a la vez buscas distancia, y no encuentras apoyo en tu
grupo de amigos. ¿Te consideras muy unido a tus hermanos?
-
Sí…
-
Más vínculos familiares.
-
¿Eso es malo? – me extrañé.
-
No, claro que no. Pero, cuando recuerdo tus palabras del
primer día, parece que tampoco consideras que encajes dentro de tu familia.
Debe ser muy difícil sentirte fuera de lugar en tu núcleo social principal.
-
No me siento fuera de lugar – me defendí, por automatismo. –
No soy un marginado, ni nada de eso.
-
Yo no he dicho que lo seas. Pero, cito textualmente lo que me
dijiste la primera vez que nos vimos: “tengo una facilidad enorme para meterme
en problemas”, “me iría mejor si pensase un poco las consecuencias antes de
cagarla”, “papá dice que soy impulsivo y que él también lo es, pero no creo que
él y yo nos parezcamos mucho”. Esas son tus palabras, no las mías. En este test
has puesto un ocho a tu relación con tu padre y sin embargo pareces pensar que
estás todo el día “metiéndote en problemas”.
Si se iba a acordar de cada cosa que le dijera, necesitaba
tener más cuidado con lo que le soltaba.
-
Bueno, si me observara un día completo se daría cuenta de que
es verdad. Constantemente estoy metiendo la pata. Pero una cosa no es
incompatible con la otra. Papá nunca se enfada durante mucho tiempo. Incluso
cuando… - me interrumpí.
-
¿Cuándo qué?
-
Cuando le insulto.
-
¿Le insultas?
-
No… bueno, sí. Más o menos… A veces no le hablo bien –
reconocí, avergonzado, aunque ya se lo había dejado caer en alguna otra
ocasión.
-
¿Por qué?
“¿Y
yo que sé?”
me quejé, mentalmente. Desvié la mirada hacia el reloj, para saber si quedaba
mucho más de aquella tortura.
-
No me gusta cuando me sermonea.
-
¿No te gusta que te ponga normas? – cuestionó.
-
¿Y a quién sí? Bueno, espere, yo le respondo a eso: a mi
hermano Ted.
-
Ahí está de nuevo esa rivalidad mezclada con admiración hacia
tu hermano mayor – me señaló. Yo no dije nada. La mujer me estuvo observando
durante un rato y, finalmente, se quitó las gafas y me miró fijamente a los
ojos, de tal forma que sentí que no podía escapar. – Creo que tus
enfrentamientos con tu padre son tu manera de hacerte notar. De destacar en tu
familia. De… contrastar… con tu hermano. Creo que te has acostumbrado a chocar
con tu padre como forma de comunicarte con él y que le tienes mucha confianza,
con la certeza de que nada podrá estropear nunca vuestra relación. Aunque sea
un tópico, tus salidas de tono son una forma de llamar su atención, pero
también una prueba de lo mucho que le quieres. En las próximas sesiones, te
daré algunos recursos para que poco a poco cambies esa comunicación ruidosa y
conflictiva por otra más suave, asertiva y efectiva.
Esas habían sido las palabras de la comecocos y digo yo que podría
haberme dado alguno de esos trucos antes, ¿no? “En las próximas semanas”, sí,
vale, muy bien, pero yo le había mandado a la mierda a mi padre antes de tener
acceso a esos maravillosos recursos que mágicamente iban a disminuir mi número
de palabrotas. Le había mandado a la mierda, y bien clarito. Y no podía
permitirme morir ese día, porque tenía una audición que superar.
No sabía si la psicóloga tenía razón en su “diagnóstico”,
pero sí me daba cuenta de que no era justa la forma en la que a veces le
hablaba a papá. Se suponía que uno no debía de hablarse así a un padre y,
aunque había gente que lo hacía, solían ser personas que habían crecido con
demasiada permisividad y sin ninguna clase de norma o que no tenían buena
relación con sus padres. Y yo mismito le había puesto un ocho a mi relación con
papá, así que el problema no era ese. Y Aidan no era un tirano, pero
definitivamente no era “permisivo”. Ningún precedente me indicaba que pudiera
mandarle a la mierda sin consecuencias. Tampoco era masoquista, aunque empezaba
a cuestionármelo, porque volvía a tropezar una y otra vez con las mismas
piedras.
En mi cabeza, lo que le había pedido no era gran cosa. ¿Qué
diferencia había entre coger un coche un día o hacerlo 24 horas antes? En el
fondo lo sabía, sabía la diferencia, y papá había tratado de explicármelo y Ted
también había hecho un buen punto. Pero odiaba que me llevaran la contraria…
“Mira, en eso papá y yo nos parecemos” pensé.
Cuando Ted se fue del cuarto y me dejó a solas con papá, tuve
verdaderas ganas de echarme a llorar, igual que me había pasado en el salón,
pero ya no tenía a dónde salir corriendo.
Tendría que estar repasando el diálogo, no esperando una
bronca monumental…
Papá dejó mi mochila en el suelo, al lado de mi cama, y
después se sentó en una de las dos sillas del escritorio.
-
No quiero arruinarte tu día – me susurró. – Pero si no
zanjamos esto, dudo que realmente te puedas concentrar en el musical, ni en… lo
que sucederá después… Hoy vamos a vivir uno de esos momentos que cambian la
vida, campeón, y no quiero que quede marcado por una estúpida pelea.
-
Ni yo…
Papá estiró la mano y me acarició la pierna.
-
Si eres capaz de mirarme a los ojos y decirme que no mereces
ninguna clase de castigo por la escenita de antes, no haré nada. Pero creo que
no vas a poder, porque sabes que te lo ganaste, incluso que lo necesitas, y que
te ayudará a relajarte.
Abrí la boca con indignación, dispuesto a rebatirle aquel argumento
tan absurdo, pero entonces me topé con sus ojos oscuros, sondeándome, leyendo
directamente dentro de mi alma.
Me vino a la memoria un recuerdo. Yo tendría unos cinco
años y me había portado fatal en el restaurante en el que trabajaba papá, rompiendo
todas las reglas que eran básicamente tres: no levantarse de la mesa sin
permiso ni molestar a papá mientras atendía a la gente, no chillar, no hacer
berrinches. Todo había sido porque no quiso comprarme (no podía) un helado
gigante y colorido como el que le había visto a un niño y en su lugar me dio
otro mucho más barato. Me puse tan pesado que hasta un par de clientes salieron
del local y el dueño estuvo un buen rato hablando con papá en privado,
cantándole las cuarenta, seguramente. No sé cómo el buen hombre accedió a que
siguiéramos pasando las tardes allí mientras papá trabajaba.
Cuando llegamos a casa, papá me hizo una sola pregunta, muy
serio: “¿crees que te has portado bien hoy?”. Yo sabía que de mi respuesta
dependía mi futuro inmediato, exactamente igual que entonces, diez años
después, con papá todavía taladrándome con la mirada esperando una declaración
de inocencia o de culpabilidad por mi parte.
¿Era una pregunta trampa? Mi yo de cinco años tardó mucho
menos en contestar, más valiente que mi versión adolescente. Pero no podía
guardar silencio para siempre.
-
Uno pequeñito – respondí al final.
Papá sonrió, una sonrisa cálida y contagiosa y me hizo una
caricia en la mejilla.
-
Bien, entonces. Uno pequeñito. Ven aquí, mocoso lenguasuelta.
Me tendió una mano, como si necesitara ayuda para levantarme
y se echó hacia atrás en la silla. Resignado, me puse de pie y papá tiró de mí
suavemente. Me giró y ni siquiera me dio tiempo a reaccionar.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Aichs – protesté, llevando una mano atrás para frotarme por
puro instinto.
-
No quiero más salidas de tono ni faltas de respeto – me
advirtió. – O multiplicaremos eso por veinte.
Tragué saliva. ¿Había sido un número al azar o de verdad
pensaba cumplirlo?
-
Quita ese puchero, anda. Dame un abrazo.
-
Yo no pongo pucheros – me quejé, pero acepté el abrazo. Papá
me apretó fuerte y me sentí contenido. Me sentí a salvo y sin nervios. ¿No
podía hacer el casting desde aquel hueco entre sus brazos?
-
AIDAN’S POV –
Alejandro
se acurrucó y se puso cómodo, como si no quisiera romper nunca aquel abrazo.
Decidí disfrutar de ese inesperado momento mimoso y le acaricié el pelo. Creo
que ninguno de los dos se habría soltado si no llegan a llamar a la puerta.
-
¿Sí? – pregunté.
-
Papi, la mesa ya está puesta – me informó Barie, desde el
otro lado. - Una manera poco sutil de
meternos prisa para que no se hiciera tarde.
-
Ya vamos, princesa.
-
No tengo hambre – se quejó Jandro. No le podía culpar, a mí
los nervios o bien me daban un hambre voraz o bien me lo quitaban por completo.
-
Hay espaguetis – le tenté.
-
Bueno, tal vez solo un poquito – accedió.
Salimos
de la habitación y Barie me dedicó una expresión furiosa, en claro desacuerdo
con que hubiera regañado a su hermano. Giró la cara en un gesto teatralizado
que iba mitad en broma mitad en serio, como para hacerme el vacío, y a
Alejandro le entregó un papel.
-
Toma – susurró, con algo de timidez.
-
¿Qué es?
-
Para desearte suerte – explicó y después se fugó, para no
estar presente mientras Alejandro lo leía.
Mi
hijo se concentró en el papel y poco a poco se le fue formando una sonrisa.
-
Ya tienes un club de fans y todo – le dije.
-
Ay, papá, no digas tonterías.
Dobló
la tarjeta y la guardó cuidadosamente.
Bajamos
a comer y fue como si les hubiese traspasado mis nervios de aquella mañana a
todos mis hijos, porque ninguno tenía demasiada hambre. No les insistí
demasiado y terminó sobrando una barbaridad, lo cual estaba bien porque con los
días que se venían quizá no iba a tener mucho tiempo para cocinar.
Me
dije que quizás por la noche, una vez pasado todo, les volvería el apetito.
Cuando
terminamos de recoger la mesa y poner el lavavajillas, mandé a todos a
cambiarse de ropa. Zach planteó que cómo se viste uno para conocer a su hermano
perdido, que total daba igual y que mejor íbamos todos en chándal, pero su
propuesta no tuvo demasiado éxito entre el público, y fue rechaza por la amplia
mayoría. Yo fui a ayudar a los peques y Barie secuestró a Alejandro para
elegirle la ropa que según ella debía llevar al casting.
-
¡Los pendientes son de mentira! – fue lo primero que me dijo
cuando vino a enseñarnos el look elegido. – Son imanes que se pegan. ¿Ves? Se
pueden quitar.
-
¿Y no te hacen daño? – pregunté.
-
Para presumir hay que sufrir, papá – dijo Madie.
-
No duele nada – aclaró Alejandro. – Bueno, ¿qué? ¿Así voy
bien?
No solía ser tan inseguro. Nunca pedía opiniones sobre su
ropa, pero aquel día era importante.
-
Si tuviera tus abdominales también querría lucirlos, pero si
vas así por la calle te mirarán raro – opinó Zach. Le di la razón con un
asentimiento y tomé nota de que mi niño cada vez tenía menos cuerpo de niño.
-
Los vaqueros no me dejarán bailar bien – dijo Alejandro. -
Pero la camisa me gusta.
-
Abrochada – insistí.
Resopló, pero se abrochó los botones y luego fue a ponerse un
pantalón de deporte negro, que le prestó Ted. Era elegante a la par que cómodo.
-
Me quiero dejar el pelo largo – me informó Jandro.
-
Apuntado.
-
Y quiero llevar pircings, pero de los de verdad. Ya voy a
cumplir dieciséis. Podría ser mi regalo de cumpleaños.
-
Si son en las orejas, podemos discutirlo – respondí, viendo
que además no le quedaban nada mal. Mi problema no era con los pendientes, sino
con los agujeros extra y las posibles infecciones. Que si en la nariz, que si
en el labio… En las orejas, al fin y al cabo, no eran distintos a los que
llevaban sus hermanas. Y podíamos ir a una farmacia a que se lo hiciesen con
las debidas medidas higiénicas. Aún no las tenía todas conmigo, pero sabía que
no era algo a lo que pudiera negarme para siempre.
-
¡Sí! – lo celebró con un gesto de triunfo, doblando el brazo
y apretando el puño.
-
Dije discutirlo. Pero no ahora. Ahora tengo que terminar de
vestir a esta lagartija – añadí, mientras atrapaba a Alice, que correteaba en
ropa interior.
-
Uff, pero date prisa. No podemos llegar tarde. Microbio,
compórtate.
-
¡Jiji! – rio Alice.
-
No, “jiji” no, ve con papá a que te vista – le ordenó.
-
Vamos, pitufa. Te pondré el vestidito azul, ¿quieres?
-
¡Shi!
Cuando
terminé de vestir a la enana, ya era la hora de irnos. Alejandro empezó a empujar a sus hermanos
hacia la puerta y hubiera sido divertido verle forcejear con Michael cuando
este clavó los talones en el suelo y no se dejó arrastrar, de no ser porque
temí que aquello terminara en pelea. Alejandro no estaba de humor para juegos.
-
Venga, todo el mundo a los coches – le ayudé.
-
Pero, ¿por qué tenemos que ir todos? – protestó Harry.
-
Porque es un momento importante para tu hermano y le vamos a
apoyar – respondí, con firmeza.
-
¿No quieres venir? – preguntó Alejandro, sonando muy
vulnerable e indefenso, como si de pronto fuera uno de sus hermanos pequeños.
-
¡No es eso! Es que… seguro que nadie más lleva a toda su
familia al casting. Se nos van a quedar mirando…
Ah, la adolescencia y su peculiar concepto de la vergüenza
pública. Recordaba la sensación: básicamente cualquier cosa que se saliera de
lo ordinario se sentía como si alguien te estuviera señalando con flechas de
neón.
-
Pues que miren. Ni que fuera la primera vez que llamamos la
atención de la gente – le recordó Zach. Era verdad, solíamos provocar ciertos
murmullos inevitables cuando entrábamos todos juntos en cualquier sitio.
-
Ya, pero va a estar Julie. Le escuché hablar con sus amigas
en el patio, se ha enterado de que habrá una audición profesional en el salón
de actos y quiere verlo.
-
Alto, alto. ¿Quién es Julie, por qué no quieres que te vea, y
lo más importante, quién te ha dicho que puede gustarte una chica? – bromeé.
-
¿Preferirías un chico?
Le apreté el costado y se revolvió con una risita.
-
Eres mi bebé todavía, te prohíbo que tengas novia – me
enfurruñé, dejando claro que no era un reclamo en serio. O no del todo.
-
Barie está saliendo con Mark – me recordó.
-
Y Ted con Agus, ¿ves con lo que ya tengo que lidiar? –
dramaticé. – De uno en uno, por favor.
Harry se rio y se encogió de hombros, como diciendo “es lo
que hay”. El tiempo se me escurría entre los dedos y mis hijos crecían casi sin
que me diera cuenta.
-
Julie ya sabe que tienes once hermanos – intervino Zach. – Y
está fuera de tu liga.
-
¡Eh! Nadie está fuera de la liga de mi hijo.
-
Pensé que no podía tener novia – se rio Harry.
-
Porque yo no te dejo, pero cualquier chica sería afortunada
de salir contigo.
-
No sé si te has confundido de gemelo, pero estás hablando con
el que prefiere pedir perdón que permiso – me chinchó.
-
Mira, muchachito… - le atrapé y traté de hacerle cosquillas,
pero sabía defender sus puntos débiles. Al final, terminé por apresarle del
todo, en un abrazo. - ¿Esa chica te gusta de verdad?
-
No sé…
-
¿Se va a robar a mi príncipe?
-
Ay, papá. No seas melodramático. Está más interesada en Harry
Styles que en mí. Si consigo que me mire será por la suerte de compartir el
nombre – bufó.
-
Seguro que no es así. Lo decía en serio, cualquier chica
sería afortunada de estar contigo.
-
Si ya habéis acabado de hacerme potar, ¿podemos irnos? –
intervino Alejandro.
-
Ugh, qué gruñón.
-
Me acabo de enterar de que va a haber público. Muchas
gracias, Harry.
-
De nada ^^
-
Lo harás genial, campeón – le animé. Pasé un brazo alrededor
de sus hombros. – Estoy muy orgulloso de ti.
-
Pero si aún no hice nada.
-
Por intentarlo. Por probar cosas nuevas.
Por fin fuimos a los coches y nos dirigimos al colegio. Las
audiciones tendrían lugar allí porque habían cedido el espacio, pero, hasta
donde sabíamos, Alejandro era el único alumno local en presentarse. Los demás
candidatos eran de otros colegios e institutos de la ciudad.
Llegamos pronto, pero ya había algunas personas esperando.
Padres acompañando a sus hijos, en fila cerca de la puerta. También habían
puesto un cartel, uno que no estaba ahí cuando fui a recoger a mis niños apenas
un rato antes.
Había más gente de la que esperaba.
-
Voy a vomitar – murmuró Alejandro, que debía estar pensando
lo mismo que yo.
-
Respira hondo, campeón. Relájate. Vas a subir a ese escenario
a pasártelo bien, no olvides eso. Y nosotros vamos a estar abajo animándote.
Nos pusimos a la cola y los que estaban delante de nosotros
soltaron una risita.
-
Eh, os habéis equivocado. La audición de Sonrisas y
lágrimas* no es por aquí – se burlo un chico, de la edad de Jandro
aproximadamente. Su madre le rio la gracia.
-
Ignórale – dijo Barie. – Los que no tienen talento necesitan
meterse con los demás en las audiciones, para sentirse mejor consigo mismos.
El chico bufó.
-
Oiga, señor von Trapp, dígale a su hija que cierre la boca –
me increpó.
-
Solo si la cierras tu primero. Has estado bastante fuera de
lugar – respondí
A partir de ese momento tanto el chico como su madre nos
dieron la espalda. Por suerte, enseguida se nos pusieron detrás tres personas
mucho más amables, unos padres con su hijo.
-
Disculpe, ¿es aquí la audición?
-
Sí, será en el salón de actos, pero la cola llega hasta aquí.
-
¿Todos vosotros vais a hacer la prueba? – preguntó el
muchacho, un chico de piel negra y tirabuzones muy bien peinados.
-
No, solo yo. Mi familia vino a apoyarme – murmuró Alejandro.
-
¿Lo ves mamá? ¡Te dije que Lily podía venir! No vale, él
tiene grupies.
Me reí. Parecía un chico simpático.
-
Podemos animarte a ti también si no vas a por el papel de
Troy – le propuso Zach.
-
No, yo quiero ser Chad.
-
Ah, entonces perfecto. Mi hermano va a ser Troy – afirmó
Zach, con total seguridad.
El chico se rio y estiró la mano como forma de saludo.
-
Soy Chad – se presentó.
-
Wow. Eso es, esa es la actitud – le felicitó Zachary.
-
No, soy Chad de verdad – sonrió. – Es mi nombre. Lo sé,
menuda coincidencia.
-
Yo soy Alejandro.
Barie me apretó el brazo. Siempre le daba algo de vergüenza
hablar con desconocidos, pero su curiosidad era más fuerte:
-
¿Quieres el papel porque te gusta o porque te pareces al
actor original? Aunque te llames Chad y seas negro puedes hacer otro personaje
– susurró.
-
¡Bárbara, no me generes más competencia! – se quejó Jandro.
-
En realidad, me gustaría hacer de Lucas. Pero no creo que me
pegue… Aunque podría intentarlo, ¿verdad? Si Troy va a ser latino, Lucas puede
ser negro…
-
Se sabe los dos papeles de memoria, creo que aún no la ha
decidido del todo – intervino la madre. – Discúlpenlo, cuando está nervioso
habla por los codos.
Estuvimos el resto del tiempo charlando con ellos mientras
esperábamos. Chad ya había participado en otros musicales, y le estuvo dando
consejos a Jandro sobre cómo responder si le hacían alguna pregunta o a quién
era mejor mirar mientras hacía la prueba.
Al cabo del rato, nos hicieron pasar a firmar un formulario y
se llevaron a los candidatos a otra sala. Alejandro ni siquiera me dedicó una
mirada, se fue con Chad animado y tranquilo.
-
Definitivamente, se ha ganado un grupo de animadores – dijo
Zach. – Antes de hablar con él Alejandro parecía a punto de desmayarse. No me
miréis así, vosotros lo estáis pensando también.
La verdad era que le estaba agradecido a ese chico, por lograr
que mi hijo se relajara.
Fuimos a buscar buenos asientos y Harry se giró para saludar
desde la distancia a un grupito de chicas que había al fondo. Ellas soltaron
una risita como toda respuesta, pero una niñita morena y con rostro angelical
le devolvió el saludo.
-
¿Julie? – aventuré.
-
No, esa es Evie. Es la única de su grupo con la que se puede
hablar. Las demás tienen otro idioma, uno a base de miradas, risas y gestos que
no entiendo – protestó Harry.
Sonreí y le froté el brazo.
-
No sé si se ríen de mí o qué – se siguió quejando.
-
No creo, canijo. Las niñas tienen una edad en la que se ríen
de todo, como de timidez, o de nervios. A Barie le pasa.
-
¿Y eso cuando se pasa? – preguntó, como si se tratase de un
resfriado.
-
No lo sé… Algunas nunca lo hacen, otras están así durante
años…
-
Uf, esperaré a que sean normales, entonces.
Me mordí el labio para no reírme. Harry sonaba como si fueran
una especie alienígena a la que no supiera cómo acercarse.
Nos quedamos mirando
al escenario, a la espera de que empezasen las pruebas. Entre el público no
había tanta gente, muchos familiares no habían entrado. Dos hombres y tres
mujeres vestidos de forma elegante tomaron asiento en las primeras filas, e
inmediatamente supe que ellos eran el comité que iba a evaluar a los
aspirantes. Una de las mujeres se puso de pie, pidió silencio y nos explicó el
procedimiento. En primer lugar, habría una sesión de baile eliminatoria. En
grupos de quince, tenían que seguir los pasos del coreógrafo durante una
canción y después hacer una rutina libre durante otra. Todo aquello sonaba muy
complicado. Jandro nunca había ido a clases -algo que pensaba solucionar, si el
quería- ni bailado delante de tantas personas…
Resultó que no tenía nada de qué preocuparme. Cuando entraron
los candidatos, cada uno llevaba pegada en el cuerpo una pegatina. La de Jandro
era el número 30, entró en el segundo turno. Y nada más comenzó la prueba,
entendí que mi hijo tenía un don.
No tengo palabras para explicar cómo se movía. En la primera
parte, imitó los movimientos del coreógrafo a la perfección. Y en la segunda
hizo… hizo magia. Sabía que mi niño era flexible, sabía que era ágil y fuerte,
pero no tenía ni idea de que pudiera moverse así.
Era como si su cuerpo estuviera en sintonía con su alma. Al
ritmo de “Stick to the status quo”, una de las canciones de la
película-musical, Alejandro se movió por todo el escenario, con una enorme
sonrisa que le iba casi de oreja a oreja. Casi tuve que cerrar los ojos cuando
hizo un salto que me pareció peligroso, pero aterrizó perfectamente, con
gracilidad.
Demasiado tarde me di cuenta de que no estaba grabando
aquello, y cuando ya estaba a punto de golpearme, me fijé en que Barie había
sacado su móvil y lo estaba registrando todo.
-
¡Es buenísimo, papá! – exclamó.
-
Tiene talento – afirmó Zach.
-
Es… es maravilloso – susurré.
Apenas
tuve tiempo de registrar lo que hacían los demás. El tal Chad no era malo
tampoco y había bastantes chicos que lo hacían bien, pero a mi juicio nadie lo
hacía mejor que Jandro.
Me
daba la impresión de cada movimiento estaba perfectamente sincronizado con la
música, y no solo eso, sino que con cada salto mi hijo era más libre, como un
pájaro que está aprendiendo a volar y da sus primeros aleteos.
No
describiría la canción que estaba bailando como melancólica, era un ritmo
rápido pensado más bien para subir el ánimo, pero aun así no pude evitar
emocionarme como si se tratara de la más tierna de las baladas.
Fueron
echando a varios candidatos del escenario, pero Alejandro, Chad y otros cinco
aspirantes permanecieron hasta el final. Entre ellos estaba el chico que había
sido grosero mientras esperábamos. El muchacho, quién sabe si aposta o sin
querer, se metió en el espacio de Jandro en uno de sus movimientos, haciendo
que mi hijo casi se caiga, pero logró mantener el equilibrio.
-
¡Eh, gilipollas! ¡Mira por donde pisas! – exclamó Madie,
indignada.
-
Shhh. Madelaine, sin insultar.
-
¡Por poco le tira!
-
Ya lo sé, ya lo he visto, pero no sabemos si lo hizo aposta.
No grites, que le desconcentras, cariño – murmuré, al ver que Alejandro miraba
en nuestra dirección. La música llegó a su fin en ese momento y entonces nos
saludó con un movimiento de la mano que se me antojó super tierno. Fue como si
dijera “hola, estoy aquí, ¿me habéis visto?”.
Me
levanté a aplaudir, al igual que otras personas del público y Michael casi me
deja sordo al llevarse los dedos a la boca para silbar.
Hubo
todavía un tercer turno y después el jurado llamó al escenario a todos los que
habían ido quedando, para que se preparasen para la segunda fase. Cuando
dijeron el nombre de Alejandro, hicimos tal estruendo que por un segundo temí
que el edificio pudiera venirse abajo. Después nombraron a Chad y también
aplaudimos bastante. Pero luego llamaron a un tal Jesse, que resultó ser el
chico antipático de la fila, y Madie lo abucheó sonoramente. Harry, Zach, Kurt
y Hannah la imitaron.
-
Basta. Chicos, basta – les regañé. Tal vez no fui demasiado
energético porque la actitud de ese chico me había molestado y solo la sospecha
de que hubiera intentado perjudicar a Jandro a propósito me enfurecía.
-
No puedo creer que ese gilipollas también haya pasado. Ni
siquiera baila bien – bufó Madie.
-
¿Qué te he dicho de los insultos?
-
Se lo merece, papá. ¡Buuh! – siguió abucheando.
-
Me encanta que defiendas a tu hermano, pero no así. Basta de
malas palabras.
-
¡Buuh!
-
Y basta de abucheos. No está bien burlarse de la gente, me da
igual lo mal que te caiga.
Una
mujer del jurado se acercó a nosotros para llamarnos la atención y recordarnos
que teníamos que estar en silencio o de lo contrario nos echarían. Me ardieron
las mejillas mientras me disculpaba y prometía que estaríamos callados a partir
de entonces.
Poco
después dio comienzo la segunda prueba, que consistía en cantar una canción que
debían haberse preparado. Contuve el aliento. Alejandro se picaba cada vez que
alguien mencionaba el asunto de cantar y no había querido decirnos si aquello
formaba parte de la audición, aunque era esperable por el tipo de obra de la
que se trataba. Jandro no tenía mala voz; a decir verdad, ninguno de mis hijos
cantaba mal a excepción de Dylan, que sonaba monótono cuando intentaba seguir
una melodía. Pero no sabía si iba a poder seguir el piano.
Un
hombre se sentó frente al instrumento y dio paso a los aspirantes. Primero
fueron las chicas y se me hizo algo repetitivo escuchar una y otra vez la misma
canción. Me di cuenta de que ya no expulsaban a nadie, sino que todos los
candidatos pasaban de fase y supuse que la decisión final ya la comunicarían más
adelante.
Al
fin comenzaron los chicos y le tocó a Chad salir en primer lugar. El crío tenía
un chorro de voz impecable y la verdad es que dejó el listón muy alto. Justo
después salió Jesse y, antes de que empezara a cantar, Madie salió de vuelta
con los abucheos. Como se sentaba justo delante de mí, me incliné hacia ella y
le hablé al oído.
-
No hagas que me enfade, hija.
Mi
princesa se enfurruñó y se cruzó de brazos, pero se quedó callada. Jesse
comenzó a cantar y solo diré dos cosas: una, parecía un profesional sin un solo
desafine, las cosas como son; y dos, era un engreído de cuidado, porque en
mitad de la canción se bajó del escenario y se puso a hacerle ojitos a las
mujeres del jurado. Incluso tomó la mano de una de ellas, como si quisiera
conseguir el efecto “Zac Efron” y hacer que la mujer se enamorara de él.
-
¡Eso es trampa! – bufó Madie. - ¡Está haciendo trampa! Menudo
imbécil.
-
Suficiente – gruñí. Me levanté y traté de que se girara para
mirarme. – Te dije que no más palabrotas.
-
Uy, alguien va a cobrar en el baño – se burló Harry.
Madie
me miró con horror y al segundo siguiente sus ojos se llenaron de agua y se
desbordaron.
-
Ya te vale, Harry – le regañó Ted.
Respiré
hondo y me moví con cuidado hacia su fila. Le cambié el sitio a Zach para
sentarme al lado de Madie, que lloraba en silencio, pasándose la manga de su
jersey por la cara. Se había quitado el abrigo y se abrazaba a él intentando
taparse para desaparecer debajo. Sin mucho esfuerzo, la levanté y la senté
conmigo, encima de mis piernas. Ella se limitó a esconder la cara en mi pecho y
a llorar algo más fuerte.
-
Ya, ya, cariño. Shhh.
-
Snif… snif…
Froté
su espalda y besé su frente, tratando de que dejara de llorar.
-
Él no podía oírme, papá… snif…
-
Aunque no pueda oírte, no puedes decir esas cosas. Y los
abucheos sí que los escuchó. Eso es cruel, imagina que alguien abucheara a tu
hermano en un momento tan especial.
-
Snif… ¡que no hubiera sido tan antipático!
-
Fue muy grosero, es verdad, y no te estoy diciendo que seas
su amiga, solo que no seas irrespetuosa, ¿mm? Ni con él, ni con todos los demás
que están aquí, para ver actuar a sus hijos y no para oírte gritar a ti.
-
Snif… no me pegues, papi…
-
No quiero más palabrotas, Madie, y no me refiero solo a
ahora. A veces tienes la lengua muy suelta y ya te he llamado la atención por
eso. Vas a echar diez dólares en el tarro cuando vayamos a casa y vas a estar
en la cuerda floja, ¿entendido, señorita?
-
Shi, papi – gimoteó.
-
Bueno. Pues ahora vamos a ver lo bien que lo hace tu hermano
– le dije, pero la noté reacia a separarse, así que la dejé encima de mis
piernas y la apreté contra mí mientras veíamos al siguiente aspirante.
Por
fin fue el turno de Jandro. La música comenzó a sonar y el miró al pianista,
inseguro de cuándo empezar, pero tras unos segundos encontró su entrada y
comenzó a cantar. Le temblaba la voz, se notaba que cantaba con miedo, pero
siguió la melodía a la perfección. Parecía muy concentrado en no perderse, en
no separarse del ritmo que iba marcando el piano. No estaba acostumbrado a
cantar acompañado de instrumentos.
Cuando
llegó al estribillo, el pianista lo subió de tono, dándose cuenta de que
Alejandro podía cantar más agudo. Quizá fue una prueba, para ver si captaba el
cambio… y el pobre se quedo callado. Fueron los tres segundos más angustiosos
de su vida, seguramente. Ese momento de confusión, de no saber qué había
pasado, de notar que algo estaba distinto, pero sin saber el qué… Hasta que de
pronto lo entendió. Lo entendió y siguió cantando, en el tono adecuado.
Cuando
terminó, mis hijos y yo volvimos a aplaudir con fuerza. Sin poder evitarlo, miré
el reloj del móvil. Dos horas para tener que estar en el aeropuerto. Aún
faltaba una última prueba, pero todo indicaba que íbamos a llegar a tiempo.
La
tercera prueba consistía en una breve escena actuada. Alejandro la había estado
ensayando conmigo y se la sabía al dedillo. Les agruparon en parejas y le tocó
hacerla con Chad, que finalmente había decidido seguir con el papel con el que
compartía nombre. Era una escena de humor y todo el mundo se rio, porque la
verdad era que ese chico y mi hijo tenían química, parecía que hubieran sido
amigos de toda la vida.
Jesse
y otro chico hicieron su misma escena, pero en mi opinión no consiguieron el
mismo resultado. Más bien parecía que intentaban robarse el protagonismo el uno
al otro. Al final, se olvidaron del diálogo y Jesse bajó enfadadísimo del
escenario, culpando a su compañero de aquel error compartido.
-
¿Tonto si le puedo llamar?
- me susurró Madie. – Como que se lo merece, papi…
No
se lo discutí y opté por utilizar la táctica del mutismo, para no reforzar esas
ideas, aunque en el fondo estuviera de acuerdo con ella.
Subieron
más parejas, la mayoría lo hizo muy bien, me dio la sensación de que el jurado
lo iba a tener difícil. Cuando terminaron todos, el comité seleccionador dedicó
unas palabras de felicitación y solicitaron a todos los que habían pasado la
primera prueba que subieran de no en uno para que les tomaran unas fotos.
También les pedían sus medidas y me pregunté si la altura sería algún tipo de
impedimento, porque Jandro era bastante más alto que todas las posibles
“Gabrielas” que habían audicionado. Quizá no querían unos protagonistas
demasiado disparejos en estatura… Me di cuenta de que me estaba haciendo ilusiones;
realmente creía que Alejandro tenía muchas posibilidades de ser seleccionado.
Lamentablemente, tardarían un par de días en comunicarnos su decisión. La
espera iba a ser horrible para mi hijo, pero por lo menos ese fin de semana no
le iban a faltar razones para distraerse.
Durante
las fotos, me di cuenta de que a Alejandro le daba vergüenza posar, pero el
fotógrafo era muy bueno en su trabajo y se le veía acostumbrado a tratar con
gente primeriza, porque consiguió que se relajara.
-
Eso es. ¿Puedes dar un salto? Con los brazos estirados. Así,
así, muy bien. Ladéate un poco. Ahora de frente. Perfecto.
En
mi opinión, el hombre le tuvo que hacer un book completo, porque estuvo un buen
rato.
Finalmente,
el proceso terminó. La gente se fue despidiendo, y Alejandro le dijo adiós y
buena suerte a un par de chicos. En cuanto se acercó a nosotros, le apreté en
un abrazo que me había estado conteniendo desde hacía bastante.
-
¡Papá, mis costillas! – se quejó. Aflojé un poco, lo
suficiente como para poder ver su sonrisa. - ¿Viste qué bien quedó la escena
con Chad?
-
Vi lo bien que te salió todo, mi amor. La forma en que
bailaste…
-
Fuiste el mejor – me interrumpió Barie, abrazando a su
hermano del otro lado, de forma que hicimos un bocadillo de Jandro.
-
Lo que peor hice fue la canción… Pero no la destrocé, ¿no?
-
Claro que no. Lo hiciste muy bien, campeón.
Una
expresión de genuina alegría se adueñó de su rostro, le dulcificó la mirada, le
restó años de vida y me robó el corazón.
-
COLE’S POV –
Llevábamos
cinco minutos frente a los coches y seguíamos hablando de la audición de
Alejandro. Mi hermano había estado increíble. Parecía un bailarín profesional.
Aunque para ser actor de musical hacían falta más cosas y no había cantado tan
bien… Quizás Ted le pudiera ayudar con eso.
Había
muchas cosas que queríamos decir, pero se hacía tarde para ir al aeropuerto.
Sebastian y su hijo estaban a punto de llegar y yo aún no sabía cómo sentirme
al respecto. Eran extraños, pero se suponía que eran mis hermanos. Pero no iban
a vivir con nosotros, porque de hecho eran de otro continente… y Dean era de
nuestro mismo país, pero también tenía su propia casa… Y yo no sabía cada
cuánto los íbamos a ver ni si algún día les iba a sentir como familia.
Apreté
el brazo de papá porque quería tenerle cerca en ese momento y él me revolvió el
pelo cariñosamente mientras escuchaba por décima vez el relato de Alejandro.
Cada vez lo contaba de una manera distinta, como si en vez de una audición
hubiera hecho cien diferentes. Estaba hiperactivo como Kurt después de comer
muchas chuches y sonreía como si J.K. Rowling hubiera sacado otro libro de
Harry Potter.
-
Odio ser el aguafiestas, pero deberíamos ir yéndonos… -
murmuró Ted.
Ninguno
quería, porque teníamos que meternos en dos coches diferentes así que no íbamos
a poder seguir hablando.
-
Mm… Tengo una idea. Papi, tienes llamadas gratis, ¿no? – le
pregunté.
-
Sí.
-
Pues que Jandro coja tu móvil, y nos llame y así vamos
hablando como si fueran walkie talkies.
-
¡Ey, eso ya lo hicimos una vez! – se acordó Ted. – Qué buena
idea, enano.
-
Pero no quiero que te distraigas mientras conduces, Ted… -
dijo papá.
-
Cole llevará mi móvil y Jandro el tuyo. No despegaré los ojos
de la carretera, pa. Te lo prometo.
-
No, te lo prometo yo a ti, porque si veo que te desvías
aunque solo sea un poco…
-
…me crujes, ya, entendido – terminó Ted por él. - ¡Venga!
Operación walkie talkie en marcha – exclamó, con entusiasmo, y abrió el coche.
-
Diecisiete años, dice – bufó papá, pero se le veía contento.
Ansioso, pero contento.
Seguimos
mi plan y estuvimos hablando de camino al aeropuerto, solo que, según nos
acercábamos, el tema fue cambiando y pasamos a hablar de Sebastian y Oliver. Se
me hacía rara la idea de que tenía un sobrino.
-
Hoy estarán cansados del viaje, así que intentaremos que no
se sientan abrumados, ¿bueno? – dijo papá. Le escuché a través del altavoz del
móvil, pero, aunque no pudiera verle casi podía asegurar que su frente se había
arrugado como siempre que estaba preocupado por algo.
-
Somos trece, es un poquito difícil que no se sientan
abrumados – rebatió Zach.
-
Ya… pero cuando quieran ir al hotel, se van al hotel, y ya
les veremos mañana.
Se
iban a quedar en un hotel por unos días y después se tenían que ir porque
Sebastian tenía una conferencia en otro estado. Iba a ser muy poquito tiempo…
-
Mañana me saco el carnet – le recordó Alejandro.
-
Sí, cariño, pero eso es por la mañana. Después podemos ir a
recibir a Dean y tal vez comer todos juntos…
-
Sí, como una gran familia feliz – bufó Michael, pero creo que
estaba siendo sarcástico.
-
Exactamente – replicó papá.
Por fin llegamos al aeropuerto y yo nunca había estado allí.
¡Era enorme! Pude ver un avión a punto de aterrizar y también era muy grande.
Cuando estaban en el cielo parecían muy pequeños, y aunque ya sabía que ese no
era su tamaño real, aún así me impresionó.
Dejamos los coches en un párking y papá nos reunió a todos
con su cara seria. No la solía poner a menudo, pero cuando te decía algo con
esa cara sabías que tenías que hacerle caso…
-
Nadie se separa de los demás, ¿entendido? Los menores de ocho
le daréis todo el rato la mano a un mayor. Dylan, tú agárrate de mi chaqueta,
¿bueno? No te daré la mano, campeón, sé que no te gusta, pero no te puedes
soltar. Alice, tú iras con Ted y le agarrarás bien fuerte de la manita. Hannah,
tú con Michael. Kurt, con Jandro, peque. Si alguien se separa, busca a un señor
o señora de uniforme, ¿y qué le tiene que decir?
-
Me llamo Alice, tengo cuatro años y me he perdido – recitó la
enana. Todos nos habíamos tenido que aprender ese discurso de memoria de
pequeños.
-
Muy bien, princesa. Y le enseñas tu pulserita, ¿vale? Tiene
el teléfono de papá – le dijo y le señaló el accesorio.
Papá las había comprado después de que Kurt se perdiera en el
zoo. Kurt, Hannah, y Alice tenían cada uno una. Papá se metió la mano en el
bolsillo y sacó otras dos.
-
Eso me recuerda… Dylan, Cole, estas son para vosotros.
-
¿Qué? ¡No! Yo ya tengo diez años – protesté.
-
Ya sé, campeón, pero aún no tienes móvil y si te pierdes no
tengo forma de dar contigo. Va a haber mucha gente ahí dentro, cariño y… tal
vez Dylan se ponga algo nervioso, así que debo estar pendiente de él y si
alguno se separa…
-
¡No me voy a perder, ya no soy pequeño! – me indigné.
-
Siempre serás mi pequeño – dijo papá, acariciando mi mejilla.
– Solo es una pulsera de goma. Solo para hoy.
-
¡Que no! ¡Me sé tú teléfono!
-
Por si acaso, peque. Por si se te olvida, o te asustas, o
cualquier cosa.
-
¡¡Esto es ridículo, no soy un puñetero bebé!! – me quejé.
¿Por qué yo tenía que llevarla y Barie y Madie no?
Papá
frunció el ceño.
-
Sin gritar y sin decir palabrotas, Cole.
-
Pa, igual sí estás siendo un poquito exagerado. Si por
casualidad se perdiera, sabe llamarnos tanto a ti como a mí – intervino Ted.
-
¡Gracias!
-
Pero no está bien que le grites a papá, ¿eh? – continuó, con
el ceño fruncido él también.
Me miré las manos. No me gustaba cuando Ted me regañaba.
-
Perdón…
-
Perdonado, campeón – dijo papá, y me dio un beso en la
frente. – Está bien, mi niño mayor. Sin pulsera. ¿Se la doy a Michael? ¿Qué
dices? ¿Por si se pierde?
Me reí y asentí. Papá hizo la broma de intentar ponérsela,
pero Michael le esquivó.
-
¡A mí me gusta mi pulsera! ¡Es de unicornios! – exclamó
Alice, enseñándonosla por si no la habíamos visto bien.
-
Gracias, bebé, alguien que aprecia mis esfuerzos. Es muy
bonita. Casi tanto como tú.
Papá le dio varios besitos que la hicieron reír y después se
la entregó a Ted.
-
Que no se separe, ¿vale, campeón?
-
Descuida, pa.
-
Venga. Su vuelo aterriza en cinco minutos, si no ha habido
retrasos.
Entramos en la terminal, y Dylan soltó un gruñidito, parecido
a un gimoteo, porque fue como meterse dentro de una estampida humana. Gente con
maletas por aquí y por allá, o hablando muy alto por el móvil… Mi hermanito
recibió de golpe toda una descarga sensorial, pero papá lo tenía previsto todo.
Sacó un pequeño mp3 conectado a unos cascos y se los puso a Dylan en los oídos.
Dy se concentró en lo que sea que papá le hubiera puesto en
el reproductor, que no tenía por qué ser música, sino que bien podían ser
sonidos de la naturaleza, esos solían gustarle. Después seguimos caminando,
leyendo las pantallas para saber a dónde teníamos que dirigirnos.
Por supuesto sí que había habido retraso, de media hora. Uf.
-
AIDAN’S POV -
El
aeropuerto estaba aún más lleno de lo que había previsto. No me gustaba entrar
con mis hijos en sitios así, ya no por miedo a que se perdieran, sino a que les
secuestraran. Cuando íbamos al cine o al zoo también me preocupaba, pero al fin
y al cabo eran lugares con aforo limitado, donde todo el mundo que iba había
pagado una entrada. El aeropuerto era como una pequeña ciudad, con un tráfico
fluido de personas y donde hasta un adulto podría perderse si no se fija bien
en los carteles.
Leímos
un aviso que anunciaba que el vuelo de Sebastian aterrizaría media hora después
de lo previsto. Genial, absolutamente genial. Esperar con un montón de niños en
el aeropuerto.
Intenté
ir a una zona despejada y pensé en qué podía hacer para mantener a mis hijos
entretenidos. Con los mayores no había problema, estarían con sus móviles. Pero
los pequeños no iban a aguantar ni cinco minutos…
-
¿Jugamos al Veo-veo? – propuso Ted, subiendo a Alice sobre
sus hombros.
-
¡Sííí! – respondieron los enanos.
Seguidamente,
reprodujeron a la perfección la letrilla del juego.
-
Veo veo…
-
¿Qué ves?
-
Una cosita.
-
¿Qué cosita es?
-
Empieza por la letra… A – enunció Ted.
-
¡Avión! – exclamó Kurt.
-
Nop.
-
¡Aeropuerto! – dijo Hannah.
-
Nop.
Siguieron
así por un buen rato y yo me relajé, mientras les observaba. Se sentaron en el
suelo, sin salir de mi campo de visión. Dylan no quiso jugar y se quedó cerca
de mí, embobado con la música que le había puesto. Era una pieza que había
descargado de Youtube, “Sonidos del bosque" y al parecer había sido un
acierto.
-
¿Os rendís? – preguntó Ted, después de que incluso Cole y
Barie se quedaran sin ideas.
-
¡Sí!
-
Era “Alejandro”.
-
Oye, yo no soy una cosa – protestó el aludido.
-
Eso es discutible – le chinchó Ted. Como estaban sentados el
uno frente al otro, Jandro estiró la pierna para pegarle un pisotón. Ted soltó
una risita. - ¡No dijimos que no valieran personas!
Así,
entre juegos, la media hora se pasó rápido. Me sentí muy agradecido hacia mis
hijos mayores por no refugiarse en sus teléfonos y contribuir a distraer a los
pequeños. Me dejé convencer para jugar a un “serio” y lo perdí
estrepitosamente, justo después de Alice, porque cuando ella se rio me contagio
sin remedio. La final se celebró entre Michael y Harry y el primero perdió
cuando Zach intentó meterle a su gemelo un dedo chupado en el oído.
-
¡No seas guarro! -
protestó la víctima.
-
Ha funcionado, ¿no? Michael se rio, ha perdido.
-
Eso es trampa – se quejó mi hijo mayor.
-
Zach, ¿era necesario? – regañé.
-
Totalmente – respondió, el muy caradura.
Miré
la hora y decidí que era momento de acercarnos a la puerta por la que iban a
salir. Al ponernos nuevamente en marcha, todos los nervios nos vinieron de
golpe. Dylan me apretó fuerte la mano, algo extraño en él. Ted empezó a caminar
más lento. A mí se me hizo un nudo en la garganta. Estaba pasando. Íbamos a
encontrarnos con nuestro hermano.
-
Deberíamos haber hecho un cartel con su nombre – murmuró
Barie.
-
Somos trece, no creo que tenga problemas en reconocernos –
replicó Madie.
-
Conoce nuestras caras – añadió Zach. – Y nosotros la suya…
Los
pasajeros del vuelo de Sebastian comenzaron a desembarcar. Decenas de extraños
desfilaron frente a nosotros, pero no el extraño en cuestión al que nosotros
estábamos buscando. Esperamos durante varios minutos hasta que salió el último
pasajero y la puerta se cerró y seguía sin haber rastro de Sebastian o de su
hijo.
-
No lo entiendo… ¿cambió de opinión? – me preguntó Ted.
-
¿Cogió otro vuelo? – sugirió Barie.
Negué con la cabeza, sin saber qué responder. El último
mensaje en mi móvil era claro: se habían montado en ese avión.
-
Nos ha dejado tirados – bufó Harry.
-
Maravilloso – gruñó Alejandro.
-
Tranquilos, tiene que haber alguna explicación… Vayamos a
preguntar – sugerí, señalando un letrero con una “i” de “información”.
Caminamos
hacia los puestos de información y nos topamos con una cola enorme. Mientras
esperábamos, me llamó la atención una planta decorativa que había en el
pasillo. ¿Era mi imaginación o la planta se había movido?
-
Chicos… ¿Tengo visiones, o esa planta tiene una mano? –
pregunté, pero me respondí yo solo: había una pequeña manita, pegada a un
pequeño bracito enfundado en un jersey azul. – Michael, Ted, vuelvo enseguida.
Vigilad a vuestros hermanos – les pedí y caminé hacia la planta.
Tal y como sospechaba, había un niño escondido tras ella. Un
niño rubio, muy pequeño.
“Oliver”, pensé. Le reconocí por las fotos que Sebastian me había
enviado.
Me acerqué con cuidado para no asustarle. Aparté las tupidas
hojas y le miré desde arriba. El mocosito levantó la cabeza para devolverme una
expresión entre sorprendida y divertida.
-
¿Olie? – pregunté, solo por confirmar. No me respondió y
continuó mirándome como hipnotizado. - ¿Sabes quién soy?
Negó con su cabecita. Tal vez Sebastian no le hubiera
enseñado mi foto o simplemente él no se acordaba. No se había pasado noches en
vela intentando memorizar un rostro familiar a la par que desconocido, como
había hecho yo.
-
Soy Aidan. Soy un amigo de tu papá – dudé un poco sobre cómo
presentarme. Parecía demasiado pronto para autonombrarme su tío. Pero, por lo
visto, el crío tenía otros planes.
-
¿El tito Aidan? – preguntó y casi pude sentir cómo me
derretía como el chocolate al sol. ¿Sebastian le había dicho que era su tío?
-
Sí, cariño, el tito Aidan – susurré.
“Pero ¿qué haces, imbécil? ¿No irás a llorar ahora?”.
Oliver salió de su escondite y se abrazó a mi pierna y
aquello era más de lo que mi corazón de plastilina podía soportar. Me agaché y
le cogí en brazos. Era un bollito adorable y me lo iba a comer y no le iba a
soltar nunca.
-
¡Te encontré! – exclamó, feliz, como si hubiéramos estado
jugando.
-
No, te encontré yo a ti. ¿Qué hacías ahí? ¿Dónde está tu papá?
-
¡Sa perdido!
-
¿Tu papá se ha perdido? ¿No será al revés?
-
¡Ño! ¡Veníamos a verte! ¡Y yo te encontré! Papá se perdió :3
-
Creo que la idea era que me encontrarais juntos, microbio.
Por
favor, era demasiado adorable. Y travieso, eso también. Por lo menos no parecía
asustado, pero seguro que Sebastian estaba al borde de un infarto.
Mis
hijos se acercaron a nosotros, extrañados por lo que veían y eso me despertó de
mi letargo. El teléfono, tenía que llamar por teléfono y avisar de que había
encontrado al niño.
-
Papá, ¿y ese niño? – preguntó Alejandro.
-
Es Oliver, se ha perdido – expliqué, mientras pasaba a
sostenerle con un solo brazo para sacar el móvil con la otra mano.
-
¡No estoy perdido! – protestó.
Busqué
a Sebastian en mi agenda y le marqué. Tardó tres toques en cogérmelo.
-
¿Hola? Ya estoy… ya estoy aquí, pero... pero... Olie… -
balbuceó.
-
Olie está conmigo – le tranquilicé. – Nos hemos encontrado.
-
¡Gracias a Dios! ¿Está bien?
-
Sí, perfectamente. Estamos junto al puesto de información.
-
¡Gracias, gracias, muchas gracias! Voy ahora mismo… Voy… -
respondió, hiperventilando.
-
Tranquilo, tranquilo. Respira. Olie está bien – le aseguré.
-
Vale… Gra… gracias. Ahora nos vemos.
Colgó
la llamada. Me guardé el teléfono y me sentí observado por todos mis hijos,
aunque más bien estaban mirando a Olie, que había cogido un mechón de mi pelo y
lo estaba estirando, para ver cuánto medía sin rizos.
-
¿Todos esos nenes son mis primos? – me preguntó.
Ay.
-
Sí, tesoro. Mira, esta nena de aquí es Alice. Tiene un añito
más que tú. Ella es Hannah y él es Kurt.
-
Olla :3
-
Dylan, Cole, Barie, Madie, Harry, Zach, Alejandro, Ted y
Michael – enumeré, señalando a cada uno.
-
Hola, enano – saludó Zach.
-
Hola, cosita :3 – exclamó Barie. Se moría de amor y no podía
culparla porque yo también.
Olie, hasta entonces alegre y extrovertido, se encogió un
poco y se escudó en mi cuello, tal vez abrumado ante tanta gente prestándole
atención.
-
Oww. Es muy mono – dijo Ted. – No pasa nada, aunque seamos
muchos, somos inofensivos.
-
Todos sonáis raro – nos acusó el pequeño.
-
Eso es porque tenemos un acento diferente al tuyo. La gente
que vive donde tú vives habla como tú y la gente que vive aquí habla como
nosotros – traté de explicarle.
-
¡Oliver! – escuchamos un grito y vimos a Sebastian que se
acercaba corriendo y resbalándose por el suelo pulido.
-
¡Papi! :3
-
¡Olie! Hijito, que susto me has dado.
Sebastian llegó junto a nosotros y recogió a su hijo de mis
brazos para apretujarlo entre los suyos. Cerró los ojos mientras respiraba
hondo, como si estuviese buscando que el alma le volviese al cuerpo.
-
¿Dónde te metiste? Solo te solté la mano para coger la maleta…
¡y echaste a correr!
-
¡Había un perrito en una maleta papi! ¡Tenía que sacarlo!
-
¿Sacaste a un perro de su transportín? Ay, madre, no quiero
saberlo. Menos mal que estás bien – suspiró. Solo entonces me miró y sonrió. –
Este no es el primer encuentro que había imaginado.
-
Ni yo – admití. - ¡Bienvenido a Estados Unidos!
-
Gracias – sonrió con timidez. Nos observó durante unos
segundos, tal vez asimilando nuestra existencia.
Noté
un tirón fuerte de mi jersey. Barie se escondía tras mi espalda, ansiosa por
hablar con él, pero demasiado tímida para dar el primer paso.
-
Te presento a mis hijos. Tus hermanos. Esta es Bárbara, le
decimos Barie.
-
Hola – saludó mi princesa, apenas con un hilo de voz.
Sebastian se acercó y la saludó con un beso en la mejilla. Uno
a uno fue saludando a todos mis hijos. A las niñas les daba un beso y a los
chicos un abrazo.
-
Yo soy Michael. Conmigo no compartes san…
Sebastian le interrumpió, abrazándole a él también, y Michael
cerró el pico.
-
Eres más alto de lo que parecías en la foto – le dijo.
-
¿YO soy más alto? – replicó Michael. - ¿Te perdiste al
gigante de dos metros de aquí? – me señaló.
Sebastian no era bajito tampoco, como todos los que
descendíamos de Andrew o de Joseph. Debía medir cerca de metro noventa, tal vez
algo menos. Sus ojos claros brillaban llenos de vida, como los de mi hijo Kurt.
-
Y vosotras sois más guapas, si es que eso es posible – les
dijo a Barie y a Madie.
Ambas se ruborizaron, pero en el caso de Barie fue como si
tuviera dos bombillas led debajo de las mejillas.
-
¡Y tú más viejito! – respondió Hannah, con su acostumbrada
sinceridad sin filtros.
-
Cariño, eso no se dice.
Sebastian se rio, poco afectado por la apreciación. A mí no
me parecía mayor que en su foto, pero sí se le notaba cansado y con ojeras.
Algo normal, por otra parte, después de un vuelo tan largo.
-
¡Papi, tengo hambre! – intervino Olie, harto de las
presentaciones.
-
Tengo que ir a por la maleta y ahora buscamos un sitio donde
comer algo.
-
Podéis venir a casa. Cenamos allí y después os llevo al hotel
– sugerí.
-
No hace falta, no te molestes…
-
No es molestia. Contábamos con ello, en realidad – le
aseguré.
-
Bueno…
Sebastian y Oliver se fueron a recuperar su maleta, que había
quedado abandonada tras la desaparición del niño.
-
De momento yo diría que va bien, ¿no? – me dijo Ted.
-
De maravilla – coincidí.
Ya fuera del aeropuerto, nos enfrentamos a un problema
absurdo que yo ya tendría que haber previsto: éramos quince, para catorce
plazas en los coches.
-
No pasa nada, Olie puede ir en mis piernas, es un viaje corto
– propuso Sebastian. – Tengo pensado alquilar un coche mientras esté aquí, pero
lo pedí ya para mañana.
-
Iré muy despacio – le prometí. Era muy reacio a que la gente
viajara sin la debida sujeción, pero también sabía que en el pasado las
personas se movían así y que eran muy pocos kilómetros. – Alejandro, tú no
tomes nota, ¿bueno?
-
Tarde, ya está apuntado para cuando me pongan mi primera
multa ^^
-
Mira, mocosito…
-
¿Ya tienes el carnet?
- preguntó Sebastian.
-
Me lo saco mañana. Y en dos días es mi cumpleaños.
De nuevo mi niño grande emocionado con su cumple. Solo por
verle tan entusiasmado podía superar el hecho de que le quedasen apenas dos
años para la mayoría de edad.
-
Oh. Felicidades.
-
Felisidadesh :3 – repitió Oliver. - ¿Cuántos cumples? Yo
tengo así – le dijo y enseñó tres deditos.
“Me lo como. Es que me lo como”.
Fuimos a casa con el bebé parloteando durante todo el camino.
Debería haber notado que mis propios bebés empezaban a sentirse algo celosos,
pero aún estaba en una nube ante el hecho de que el pequeño me llamaba “tito
Aidan”.
-
HARRY’s POV –
Mientras papá calentaba varias pizzas en el microondas
y cortaba unas empanadas, mis hermanos mayores y yo colocamos una mesa en el
jardín para tener una cena al aire libre. Sebastian estaba en la cocina
ayudando a papá y su renacuajo correteaba con Alice, Kurt y Hannah, jugando a
una especie de pilla-pilla.
-
Si yo fuera adoptado también querría conocer a mi familia –
me dijo Zach, continuando una conversación que habíamos empezado en el coche.
Habíamos hablado de que Sebastian parecía bastante complacido, incluso feliz,
como si el idealismo de papá fuera contagioso.
-
Tengo noticias para ti, Zach: eres adoptado. De hecho, ni siquiera
eso, todavía. Eres “un menor acogido”.
-
No hace falta hurgar en la herida – gruñó, pero no estaba
molesto de verdad. Era un tema del que hablábamos con naturalidad. – Pues por
eso digo que le entiendo. Si nuestra madre tuvo más hijos…
-
…los abandonaría como nos abandonó a nosotros – le corté.
-
Siempre tan positivo. Solo digo que es posible. Mira a
Michael y Ted, por ejemplo.
-
¿Quieres dejarlo ya? – le increpé, repentinamente molesto. –
No quiero más hermanos secretos. No quiero pensar en nuestra madre. Papá es mi
familia. Punto.
-
Vale, perdona.
Bufé y me acerqué a un cuenco de
patatas que Ted acababa de dejar en la mesa, en realidad como excusa para
alejarme de Zach por un rato.
-
Eh, no. Nada de eso. Espera hasta que estemos todos, que si
no los enanos querrán picar también – me dijo Ted.
Tarde. Oliver ya me había visto y se
acercó más rápido que un correcaminos.
-
¡Patatas!
-
No, peque, son para la cena.
-
Pero tengo hambre – respondió, con un puchero, y Ted cayó
rendido, por supuesto. Era difícil resistirse a la carita de aquel diablillo.
-
Está bien, toma. Compártelas con los demás, ¿vale? Podéis
comerlas mientras esperamos.
-
¿No le tendrías que haber preguntado a su padre? – le dije a
Ted. – Igual no le deja comer eso antes de cenar.
-
Mmm. Tarde.
Alice, Kurt y Hannah se pusieron
alrededor de Oliver para comer ellos también, pero el mequetrefe salió
corriendo.
-
¡Ey! Dije que lo compartieras – le recordó Ted.
-
¡Ño!
-
¡No son tuyas, son de mi papá! – le gritó Kurt.
-
Son de todos – trató de apaciguar Ted. – Oliver, son muchas
para ti…
-
¡Mías!
Alice se acercó a él hecha una furia
y le embistió, haciendo que el niño se fuera al suelo y se le cayera el cuenco
de las manos, que por fortuna no se rompió, aunque el contenido quedó
desparramado por el suelo.
-
¡BWAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!
-
¡Alice! ¿Por qué has hecho eso?
Ted fue a comprobar que Oliver no se hubiera hecho un
daño importante y a intentar consolarle. El pequeño se abrazó a él, mimoso, y
se frotó la rodilla, que debía de dolerle.
-
¿Qué ha pasado? – preguntó papá. Él y Sebastian habían
salido, atraídos por el llanto.
Ted miró a Alice sin saber muy bien qué decir.
Seguramente no quería enviar a nuestra hermanita al paredón, pero sabía tan
bien como yo que los enanos tenían inmunidad y que con una disculpa se libraban
de casi todo.
-
¡Me empujó! – lloriqueó Oliver, estirando los brazos para ir
con su padre.
Sebastian le cogió y le dio un beso.
Empezó a pasear con él para calmarle.
-
¿Quién te empujó? – inquirió papá, pero más bien nos miraba a
nosotros en busca de información.
-
Snif… la nena – gimoteó.
Antes de que papá pudiera deducir a
quién se refería, Alice se delató a sí misma.
-
¡No quería compartir las patatas! ¡Es tonto y malo!
-
Alice, eso no se dice. Pídele perdón, le has hecho pupa.
La enana se miró los pies, y se quedó
callada. Sebastian bajó a Oliver y le dio la mano, y lo acercó a mi hermanita
para que hicieran las paces, pero entonces el criajo le arreó una patada a
Alice en toda la espinilla.
-
¡AU!
-
¡NO LE PEGUES A MI HERMANITA, FEO DEL CULO! – chilló Kurt y,
como buen caballero de reluciente armadura, le dio un manotazo a Olie en toda
la cara.
El niño, siendo mucho más pequeño, se
volvió a caer al suelo, renovó su llanto y, para cavar más hondo la tumba de mi
hermano, empezó a sangrar por la nariz.
-
AIDAN’S POV –
Sebastian era un fan del baseball. Quién iba a decir
que el británico se supiera el nombre de todos los jugadores de Los Angels. Yo
no perdía la cabeza por ningún deporte, pero siempre me había gustado lanzar y
recoger la pelota. Ninguno de mis hijos había mostrado gran interés, así que
hacía un tiempo que no jugaba, pero quería que Michael tuviera aquella
experiencia, así que le propuse a Sebastian que podíamos organizar un partido
próximamente, cuando también estuviera Dean.
No me podía creer lo bien que estaba yendo todo. Hasta
parecíamos sincronizados mientras poníamos las empanadas en varios platos.
“Uy sí, se requiere una gran
sincronía para eso” dijo una voz sarcástica en mi cabeza. “Te estás aferrando a un clavo
ardiendo.”
Ignoré al Pepito Grillo aguafiestas. Todo estaba saliendo
bien…
… lo que quería decir que el desastre estaba a punto
de suceder.
Ya estábamos terminando cuando escuchamos un llanto
potente. Salimos a investigar y nos encontramos con lo que tenía toda la pinta
de ser una pelea infantil. Sin que pudiera preverlo, en menos de dos minutos
acabamos con un niño sangrando, una niña lloriqueando y otro -Kurt- muy
enfadado.
No estaba nada contento con el comportamiento de mis
hijos, pero me recordé que eran pequeños, y me armé de paciencia.
Lo primero fue comprobar que Alice estuviera bien.
Tenía algunas lágrimas corriendo por las mejillas, pero no estaba sollozando.
Examiné su pierna y vi que no tenía nada.
Después me fijé en Olie. Kurt le había dado
innecesariamente fuerte. Le acerqué a Sebastian una servilleta y él le limpió
la naricita a su hijo mientras le daba besos para que se calmara.
-
A ver, vosotros dos, venid aquí – les indiqué a Kurt y Alice.
Kurt, como siempre, me hizo caso y caminó hasta mí con expresión culpable, pero
su hermana me ignoró. – Alice, dije que vengas.
-
¡Es culpa suya! – chilló mi princesa y entonces sí comenzó a
llorar, pero parecía más un llanto de impotencia que de otra cosa.
-
En honor a la verdad, todo empezó porque el enano no
compartía las patatas - intervino Harry.
-
¿Por eso le empujaste? – le pregunté a Alice, reconstruyendo
lo que ella me había contado.
-
¡Y porque… snif… es tonto… snif… y no quiero que esté aquí!
-
Qué palabras tan feas, bebé. Solo porque os hayáis peleado no
tienes que decir eso. Olie está aquí porque es… es tu primito, cariño.
En algún punto tendríamos que aclarar parentescos.
Técnicamente Oliver era su sobrino, el hijo de su hermano. Pero al mismo
tiempo, yo era el padre de Alice y Sebastian era mi hermano en tanto que Andrew
me había “adoptado”. Oliver me llamaba “tito”, así que era mi sobrino, y por
tanto el primo de Alice, que era mi hija. Todo se cerraba en un perfecto
círculo imperfecto de confusión.
-
¡Ño lo es! ¡Ño quiero! ¡Le odio!
-
Eh, eh. Eso no se dice, mi amor. Esas palabras duelen. Tienes
un corazón demasiado bonito como para odiar.
-
Snif… ¡le odio, le odio! ¡Tú eres mi papá!
Ow. La atraje hacia mí y la abracé.
-
Claro que soy tu papá, tesoro. Nada va a cambiar nunca eso. Así
que mi bebé está celosita, ¿mm?
Alice asintió. No sé si entendía el
significado pleno de la palabra “celos” o solo me estaba dando la razón.
-
¿Te sentiste triste al ver cómo le hacíamos caso a Olie?
Volvió a asentir.
-
Snif.
-
Soy tu papá – repetí. - Pero también soy su tío – me cuidé de
no usar “tito” para no confundirla más, ya que ella llamaba así a sus hermanos.
– Olie es mi sobrino y por eso me he puesto tan contento por conocerle. Tú eres
mi hijita y siempre, siempre te voy a querer, no importa que conozca a otros
nenes.
-
Snif.
Alice se acurrucó en mis brazos y yo besé su cabecita.
-
Te quiero mucho, mucho – insistí. – No importa lo que pase,
quien venga, o a quién le dé besitos y abrazos, que a ti siempre te voy a
querer.
-
¿Lo pometes? – puchereó.
-
Lo prometo, mi amor.
Se estiró para darme un besito y yo acaricié su
mejilla. Me hubiera gustado quedarme ahí, pero teníamos más cosas de las que
hablar.
-
Aunque estuvieras un poquito celosa y aunque Olie no quisiera
compartir las patatas, no le puedes empujar. Le hiciste pupa – la regañé.
-
¡Él se portó mal!
-
Ahora no estoy hablando con él, estoy hablando contigo. Aunque
él se porte mal, no le puedes tirar al suelo – insistí, con más firmeza.
Sostuve su mirada durante unos
segundos -trabajo difícil, cuando sus ojos no dejaban de titilar como dos
estrellitas brillantes-, y después la ladeé un poquito. Le di una palmada muy
suave por debajo de su vestido.
PLAS
-
Snif… snif… BWAAAAA
Suspiré. Lloraba así porque estaba
sensible, porque en verdad había sido muy flojito. En cualquier caso, era un
sonido que no estaba biológicamente diseñado para resistir, así que la volví a
abrazar.
-
Ya, princesita, ya pasó. Si alguien es malo contigo se lo
dices a papá, pero no le empujas, ¿bueno?
-
Snif… Sí, papi.
Limpié sus lagrimitas con mis dedos y
le di un beso.
-
Esa es mi bebé. ¿Te vas a disculpar con el nene?
Alice se lo pensó durante un ratito.
Giró la cabeza para mirar a Olie y automáticamente lo hice yo también.
Sebastian seguía consolándole, pero ya no le sangraba la nariz.
-
Eno. Shento haberte empujado y haberte hablado feo. No eres
tonto ni malo.
-
Muy bien, cariño – la felicité. Olie no respondió, pero
entendí que aún no estaba en condiciones de hablar demasiado. - Anda, mi amor. Ve con Tete. Yo voy a hablar
con tu hermanito.
Alice aceptó los brazos de Ted y yo
me concentré en Kurt, que me miraba con aspecto vulnerable. Me pregunté si
debía entrar a la casa para hablar con él, pero se le veía ansioso y preocupado
e intuí que un cambio de escenario solo le generaría más ansiedad. Me arrodillé
frente a él.
-
Sabes que me gusta que cuides de tus hermanas, pero no así.
-
Le dio una patada – murmuró, por si no lo había visto.
-
Lo sé, y eso estuvo muy mal. Su papá hablará con él, pero tú
le pegaste. Y eres mayor que él, eres más fuerte. Le hiciste sangre.
-
Snif…
Kurt agachó la mirada y yo le subí la
barbilla para evitarlo. Sus ojos habían rebosado lágrimas de tristeza. Tristeza
porque yo le estaba regañando. A ver cómo podía uno ser firme con esa cosita tierna.
Kurt no resistió mi mirada y empezó a
llorar con fuerza, estirando los brazos para colgarse de mi cuello. Le sujeté y
entré con él en casa. Le llevé hasta el salón y me senté en el sofá. Me estiré
para alcanzar un paquete de toallitas y cogí una para limpiarle la cara.
-
¿Por qué lloras, campeón?
-
Snif… No quiero… snif… que se vayan… snif… por mi culpa…
-
Nadie se va a ir, tesoro. Solo ha sido una pelea. Ahora
hacéis las paces y ya está. Los primitos también discuten a veces.
-
Snif… Pero le hice daño… snif…
Kurt era bastante consciente de lo
que sus acciones suponían para los demás. Tenía una empatía bastante
desarrollada para su edad.
-
Por eso le tienes que pedir perdón… Y por eso papá te va a
castigar.
Su labio inferior se arrugó y le tembló un poquito. Se
llevó las manos a la espalda y se tapó por puro instinto. Me mataban cuando
hacían eso, me hacían sentir un monstruo.
Para evitar que rompiera a llorar de nuevo, decidí no
alargarlo más y le manipulé suavemente hasta tumbarle encima de mis piernas.
PLAS PLAS PLAS
No fueron fuertes y por eso fue lógico que no llorara,
pero Kurt siempre se deshacía en llanto con solo una palmada, así que su
silencio me preocupó. Froté su espalda, esperando alguna clase de respuesta y
entonces, como si hubiese estado conteniendo el aliento hasta ese momento, lo
soltó.
-
¡BWAAAAAA!
Apenas me dejó levantarle y se aferró a mi cuello.
-
Shhh, shhhhh. Ya está, bebé, ya está.
Ni siquiera le había bajado al pantalón, pero no
pensaba llamar exagerado a mi pequeño. Hacía tiempo había aprendido que con
frecuencia le dolía más el regaño que las palmadas.
-
Snif... snif... lo siento, papi… snif…
-
Ey, ya está todo perdonado, mi amor.
-
Snif… Le quiero… snif... pedir perdón a Olie.
-
Muy bien, campeón – cogí una nueva toallita para limpiarle y
refrescarle la carita. – Estoy muy orgulloso de ti.
Kurt me miró como para comprobar si
esas palabras eran ciertas y después, tímidamente, sonrió.
Le estuve mimando un rato más y luego
volvimos con el resto. Mi bebé se acercó a Olie y se disculpó y después intentó
darle un abrazo como hacía a veces con sus hermanos al reconciliarse, pero
Oliver le rechazó y le dio un pisotón.
-
Déjale, ya se le pasará – dijo Sebastian.
Fruncí el ceño. Yo había regañado y
castigado a mis hijos, pero Oliver también tenía su parte de culpa… bastante
culpa diría yo. Era un niño pequeño, era normal, pero su padre debía decirle
algo, por lo menos.
Había estado apartado con Kurt
durante un rato, pero me daba la sensación de que en ese tiempo no le había
regañado, al igual que tampoco había hecho nada cuando el crío se perdió en el
aeropuerto.
La reacción de mis hijos me hizo ver que mi
presentimiento era acertado.
-
Oye, que le acaba de dar un pisotón a mi hermano – dijo
Alejandro. – Todo esto lo ha ocasionado él, ¿no vas a hacer nada?
-
Son cosas de críos…
-
¡Cosas de críos, pero Alice se llevó una patada! – insistió
Jandro. – No te estoy diciendo que lo mates, pero una charla, un tiempo en la
esquina, ¡algo! Mis hermanos han tenido un castigo.
-
¡No tigo, tonto! – gritó Oliver. Para dejar claro su punto,
corrió hacia Alejandro y le dio una patada a él también.
Genial, mi sobrino era un pequeño malcriadito y
Sebastian parecía incapaz de llamarle la atención.
-
¡Auchs! Mocoso del demonio – gruñó Alejandro. - ¿En serio no
vas a hacer nada?
-
Olie, no se pega, hijo.
El
bebé se rio, esa era la efectividad de Sebastian. Se rio como si fuera lo más
divertido del mundo y le sacó la lengua a Alejandro.
-
Tal vez… deberías ponerte un poco serio… - sugerí. – Y
explicarle que no puede hacer eso…
-
Yo no golpeo a mis hijos – me espetó, fríamente, en lo que
claramente era un juicio.
-
¡CUIDADITO CON LO QUE DICES DE MI PADRE! – bramó Alejandro.
Ah, quién quería leones teniendo cachorros que me defendían como tales.
-
No voy a pegarle, solo digo eso.
-
Ni yo te digo que lo hagas… Hay otras maneras… - respondí.
-
Pues a ver si te aplicas el cuento y las utilizas – replicó.
Auch.
-
¡COGE TUS OPINIONES, LUBRÍCALAS BIEN Y MÉTETELAS POR EL
ORIFICIO QUE MÁS TE PLAZCA! – gritó Jandro. – No vas a venir a juzgar a mi
padre cuando es tres mil veces mejor padre que tú, que dejas que tu hijo haga
lo que le dé la gana.
Sebastian se quedó congelado por un momento, como si las
palabras de Alejandro hubiesen sido un jarro de agua fría directo contra su
piel.
-
Tie… tienes razón – susurró.
-
Claro que tengo razón, gilipollas.
-
No debería haber dicho eso… perdona…
-
Ni perdona ni mierdas. Ahora no intentes recoger cuerda que
te has marcado una cagada tremenda, so imbécil.
No pude evitar fijarme en el montón de niños pequeños que
observaban boquiabiertos la mayor exhibición de malsonancias que habían
presenciado en mucho tiempo.
-
Jandro, campeón, cálmate un poco… - le pedí.
-
¡PERO SI TE ESTOY DEFENDIENDO!
-
Ya lo sé, canijo, y te lo agradezco mucho, pero vamos a
tranquilizarnos todos, ¿vale?
-
¡ENCIMA! Mira es que esto ya es surrealista. ¡Le defiendo y
las broncas me las llevo yo! – se indignó.
-
Pero si no es ninguna bronca, hijo. Solo te estoy pidiendo
que te calmes para que podamos hablar civilizadamente y sin decir tacos.
-
¿Sí? Pues entonces yo te pido amablemente que te vayas a la
mierda y empieces a lamerla.
Cerré los ojos. Lo había tenido que decir. Después de la
conversación de aquella tarde, había tenido que decirlo.
Levanté los párpados para mirarle
fijamente, a ver si se daba cuenta de cómo había desviado una buena acción a
una (nueva) falta de respeto. Creo que Alejandro captó mi mirada, pero en vez
de actuar en consecuencia, decidió ignorarla.
- Hale, ya tienes tu familia
feliz, ¿no es lo que querías? - bufó. - Sigue rescatando a los hijos de
Andrew, ya casi tienes la colección completa. Y si no funciona, no te
preocupes, siempre puedes culpar a sus otros hijos. Total, deben venir
defectuosos de fábrica.
* N.A.: Ay, me he puesto
nerviosa y todo.
Para
quien no lo sepa, Sonrisas y lágrimas o The sound of music es una
película y un musical protagonizado por una familia numerosa de niños cantores,
de ahí la burla antes de la audición. El capitán von Trapp es el padre de la
familia. Si no lo habéis visto os la recomiendo mucho.
Por
si alguien no está muy puesto en High School Musical, Alejandro audiciona
por el papel de Troy, que es el protagonista. Troy tiene un mejor amigo (Chad)
y conoce a una chica de la que se enamora (Gabriela). Se supone que el mundo de
Troy es el baloncesto, pero él y Gabriela desafían el status quo y se
presentan a un musical de su instituto, compitiendo con dos hermanos, Lucas y
Sharpay. Dejo el trailer aquí abajo:
https://www.youtube.com/watch?v=zL4ZEWYsmuw
Muito bom, acho Aidan uma amor e Michael está muito comportado adoro ver suas aprontações e deixar Aidan louco com ele, Michael é fofo e quando Aidan o pune ele é pura criança.
ResponderBorrarWaaaa que capitulazo!!! Me quedé picadisima! Ojalá puedas actualizar pronto!
ResponderBorrarAmo esta historia