CAPÍTULO 143: PASE DE CUMPLEAÑOS
Desperté con la garganta seca y rasposa. Después de
coger mi botella y beber agua apenas mejoró la sensación. También me dolía un
poco la cabeza y todo indicaba que, tal y como papá sospechaba, estaba
incubando un resfriado. Genial. Maravilloso.
Aquel día iba a necesitar estar al cien por cien, así
que cogí un paracetamol del botiquín y esperé que fuera suficiente para
permitirme disfrutar del cumpleaños de Alejandro.
Me pareció escuchar ruidos y risitas desde el piso de
abajo, así que fui a investigar, y me encontré a papá en la cocina con Barie y
Madie. Le estaban ayudando a preparar un desayuno de cumpleaños, que en mi familia
incluía croissants caseros, tostadas, huevos, beicon, y -el favorito de
Alejandro-, napolitanas rellenas de jamón y queso. La tradición no era muy
antigua, en realidad. Se remontaba a hacía solo tres o cuatro años. Antes de
eso, papá no podía permitirse semejante despliegue por cada niño de la casa. Pero
siempre había intentado que fueran días especiales. Me asaltó un recuerdo,
quizás de la primera celebración que recordaba, el día que cumplí cuatro años.
Aún era el único que vivía con Aidan, en un apartamento pequeño y modesto. Me
vino a despertar con una magdalena adornada con una vela, que soplamos juntos
después de que me cantara el cumpleaños feliz. Me regaló un elefante de madera,
pues por aquel entonces ese era mi animal favorito, y más adelante supe que lo
había tallado él mismo. Tenía mucha paciencia para las manualidades y había
trabajado durante unos meses como ayudante de un carpintero especializado en
decoración. Creo que al hombre le hubiera gustado contratar a Aidan por tiempo
indefinido, pues admiraba su talento, pero no se lo podía permitir. En lugar de
eso, cuando tuvo que dejarle ir, le regaló un kit con varias herramientas.
Sonreí y me propuse buscar las diversas tallas que
papá me había dado a lo largo de los años. Las conservaba todas, pero no estaba
seguro de dónde tenía cada una.
-
Los croissants ya están, papi – anunció Barie. Ninguno de los
tres había reparado aún en mi presencia. Les observé desde la puerta,
preguntándome si las enanas habrían dormido con él o si solo se habían
despertado en el momento oportuno.
-
Gracias, princesa. Ahora los saco. Tú no toques el horno, no
te vayas a quemar.
Rodé los ojos. Papa era innegablemente sobreprotector,
pero era bonito que alguien quisiera cuidarte tanto, siempre que no te hiciera
sentir asfixiado.
En cuanto Aidan sacó la bandeja con los bollos recién
hechos, el magnífico olor que flotaba por la casa se multiplicó por mil.
-
¡Ahora las napolitanas! La de Alejandro con triple de queso –
sugirió Barie, conociendo los gustos de nuestro hermano.
-
¿Y por qué no hacemos también alguna de chocolate? – pidió
Madie.
-
Secundo esa idea – intervine.
Papá levantó la cabeza y me sonrió.
-
Hola, campeón. ¿Te hemos despertado?
-
No, es que ya tengo esta hora cogida para ir a clase.
-
¿Tu hermano aún duerme? – me preguntó.
-
Como un tronco.
-
Genial. Quiero que esté todo listo para cuando se levante.
¿Me sustituyes aquí? Tengo que ocuparme de algo…
Sonreí, sabiendo que se refería a que tenía que salir
a recibir el coche. Había acordado con el vendedor del concesionario que nos lo
traerían a casa a primera hora. Tenían que estar a punto de llegar y era mejor
si no llamaban al timbre.
-
Claro. Nosotros nos encargamos.
Me lavé las manos y me puse al lado de mis hermanas. Ellas
rellenaban las napolitanas mientras yo me ocupaba de las cosas que estaban en
el fuego. Papá salió de casa, cerrando la puerta con el mayor sigilo del que
fue capaz.
-
Ted – me dijo Barie, pero luego no añadió nada más, así que
decidí ayudarla.
-
¿Qué pasa, enana?
-
No me llames así – protestó.
-
Enana – la chinché.
Ella se limpió la harina en mi brazo, a modo de
venganza, y yo me reí.
-
¿Qué querías? – pregunté, ya en serio, pensando que podía
tratarse de algo importante.
-
¿Tú sabes dónde vive Andrew?
Era un tema de conversación tan inesperado en ese
momento que mi cerebro cortocircuitó por unos segundos.
-
¿A qué viene eso?
-
Curiosidad. ¿Vive lejos?
-
No lo recuerdo con exactitud – respondí.
-
¿Has estado alguna vez?
-
Dentro no… o tal vez sí, cuando era un bebé.
-
Pensé que… papá te sacó de un orfanato… - murmuró.
-
De un centro de menores, sí. Pero todavía hablaba con Andrew
en aquella época. No mucho, pero de vez en cuando. Al menos, por lo que papá me
ha contado. Yo solo tenía unos meses.
-
¿Y no sabes al menos la zona? Si es cerca o…
-
¿Por qué estamos
hablando de él? ¿Es porque es el cumple de Jandro? ¿Te estás preguntando si va
a venir? No creo ni que se acuerde, Barie, y aunque así fuera, si apareciera
por aquí Alejandro no se lo tomaría precisamente bien. Sé que se ha interesado
por nosotros un par de veces, pero aún no estamos en el punto de invitarle a
los cumpleaños… - le hice ver. Mi hermanita a veces se dejaba llevar demasiado
por sus deseos y era incapaz de permitir la realidad con objetividad. – Aunque
viviera en la acera de en frente, no vendría, Bar.
No quería ser cruel, pero tenía que
aceptar la verdad.
-
Ya lo sé… - suspiró.
La abracé, para que no se pusiera triste y terminamos
de preparar el desayuno.
-
BARIE’S POV-
Me sentí mal por intentar sonsacarle información a Ted,
pero me sentí peor cuando entendí que no tenía la información que buscaba.
Michael sí lo sabía. Él sabía dónde vivía Andrew porque había ido a verle, pero
no era tan bien pensado como Ted y seguramente sospecharía de mis intenciones
en cuanto le sondeara al respecto. Tendría que ir con cuidado.
Dean me había dicho que si le averiguaba la dirección
me llevaría. Acababa de conocerle y ya me caía bien, parecía la clase de
persona que me ayudaría a salir de cualquier lio mientras me metía en otros.
“El típico tío cool que te cubre con tu
padre” pensé, feliz por la idea de tener tíos. No solo uno, sino dos, y con
un primo de regalo, en tamaño mini para que fuera más fácil de achuchar.
Después del episodio del peluche, todo había ido
bastante bien el día anterior. Habíamos comido juntos y habíamos hecho planes
para aquella semana. Después Dean se había ido a su hotel y ahí descubrimos que
debía nadar en dinero, porque era uno de los hoteles más caros de la ciudad.
-
Lleva los platos a la mesa – me pidió Ted, sacándome de mis
pensamientos.
Papá regresó en ese momento, con una enorme sonrisa.
-
¿A dónde fuiste? - pregunté, muerta de curiosidad. Le estaban
preparando un regalo sorpresa y tanto secretismo me tenía ansiosa.
-
En seguida lo verás – me prometió.
-
Las napolitanas se están haciendo – le informó Ted. – Todo lo demás ya está.
-
Gracias, chicos. Qué ayudantes más buenos tengo. Ir a
vestiros si queréis, yo termino aquí y cuando esté todo os aviso para despertar
a Jandro.
-
¿Por qué tenemos que vestirnos? – protestó Madie.
-
Porque habrá visitas, cariño, y esta tarde iremos al cine.
-
Podríamos ir al cine en pijama – farfulló, pero se dirigió
hacia las escaleras. Era el sueño hablando por ella, seguro que se iba a querer
arreglar para recibir a Dean, a Sebastian y a Holly. Sobre todo a Dean, mi
hermana había caído rendida a sus encantos de modelo. ¿Y quién no?
Yo
personalmente pensaba plancharme el pelo e iba a intentar por enésima vez que
papá me dejara maquillarme.
Media hora después papá subió a ver si ya estábamos
listos. Casi todos mis hermanos estaban levantados y papá despertó a los que
faltaban y nos guio con sigilo hasta el cuarto de Jandro. Se escuchaban voces
dentro, probablemente ya estaba despierto. Papá contó hasta tres mediante gestos
y abrió la puerta.
-
¡FELIZ CUMPLEAÑOS! – gritó.
Alice, Hannah y Kurt corretearon hasta la cama de
Jandro y se le subieron encima. Mi hermano mayor no siempre se despertaba de
buen humor, pero aquel día estaba muy contento porque era su cumpleaños, así
que se rio e intentó quitarse a los enanos de encima a base de cosquillas.
-
¡Auxilio, me ataca un enjambre de insectos!
Papá acudió en su ayuda y le dio un beso.
-
Felicidades, hijo.
-
¿Ya le puedo dar mi regalo? – preguntó Kurt.
-
Cuando desayunemos, campeón.
-
¿Hay napolitanas? – dijo Alejandro, con ojos ilusionados.
-
Con extra de queso – respondió papá. – Vístete y baja a comer
las que quieras.
Mientras Jandro y varios de mis hermanos se arreglaban,
yo fui a buscar mi regalo. Le había comprado el videojuego de “Just dance” con
la esperanza de que quisiera jugar conmigo alguna vez. Me había costado todos
mis ahorros, pero si le gustaba bailar me parecía el regalo perfecto. Había
encontrado algo que él y yo compartíamos, una afición en común, y me sentía más
unida a él que nunca.
-
ALEJANDRO’S POV –
Por fin llegó mi cumpleaños, después de que el último
mes me hubiesen parecido veinte semanas por lo menos. Toda mi familia vino a
despertarme y papá había preparado un desayuno especial. Aquel iba a ser un
gran día.
Me comí tres napolitanas y dos croissants, tres tiras
de beicon y un huevo frito y papá me aconsejó que no tomara nada más no fuera a
sentarme mal. Tenía razón, pero es que estaba demasiado bueno. Normalmente no
había tiempo de hacer bollería casera y nos limitábamos a comprar croissants en
el supermercado. Mis hermanos estaban tan entusiasmados como yo, todo el mundo
comió por encima de sus posibilidades.
Papá empezó a recoger los platos y yo sabía lo que
venía a continuación: los regalos. Siempre me había hecho mucha ilusión que me
regalaran cosas, aunque luego el obsequio no me gustase. Era la idea de que
habían pensado en mí, de recibir algo que no había comprado yo. Me hicieron
cerrar los ojos y escuché muchos ruidos y murmullos y algunos pasos subiendo y bajando
escaleras. No pude hacer trampas porque Barie me tapó la cara con las manos
para que no mirara. Por fin, me liberó y descubrí una mesa llena de paquetes,
mejor o peor envueltos. Sonreí, y estiré las manos, pero Michael me lo impidió.
-
Ah, no. El “cumpleaños feliz” primero – me chinchó y no me
quedó más remedio que esperar a que me lo cantaran. En la tarde me lo cantarían
de nuevo con la tarta así que era totalmente innecesario. Cuando acabaron, hice
otro intento de abrir los regalos, pero Michael me lo volvió a impedir. - ¿No
hay una tradición especial para estos días?
-
Agh. Ya me han cantado, las velas vendrán luego, ya déjame
que los abra – protesté.
-
No, no. Me refiero a otra tradición – insistió con malicia. Tardé
unos segundos en entender a qué se refería, pues mi cerebro tuvo que buscar en
una lista de “tradiciones de cumpleaños”.
-
¡Idiota! – bufé, y le di un golpecito en el brazo. Estaba
hablando de la estúpida costumbre de darle al cumpleañero tantas palmadas como
años cumplía.
-
Son dieciséis, ¿no? – se burló.
-
Ya deja de molestar a tu hermano – intervino papá, que le
había entendido. – O las dieciséis te las doy a ti. Vamos, Jandro, ábrelos.
Mis hermanitos más pequeños me regalaron dibujos de
dudosa calidad pero hechos con mucho cariño. Cole me dio una bolsa de chuches,
Maddie una camiseta bastante chula y Barie un videojuego de baile. Me sonrojé.
Ahora todos iban a querer verme bailar.
Harry y Zach me habían comprado un Iron man de Lego
ante el que fingí indiferencia porque uno ya tenía una edad, pero después le
choqué el puño a Harry y le prometí que lo armaríamos juntos.
Ted me regaló un videojuego y un cable extraño, me
dijo que lo del cable lo entendería después. El caso era que me resultaba
familiar, parecía un USB normal para cargar el móvil, pero el otro extremo era
diferente…
Michael me dio unos cascos bastante buenos y papá…
papá me dio un libro, como era de esperar de un escritor. “El libro de las
sombras contadas”. Bueno, no tenía mala pinta. Le sonreí, pero entonces capté
una mirada cómplice entre él y Ted. Esos dos me estaban ocultando algo…
-
¿Te gustaron tus regalos? – me preguntó papá.
-
Mucho. Sobre todo estos dibujos de aquí – dije, cogiendo a
Hannah en brazos y besando su mejilla.
No era mentira, eran buenos regalos. Mi lado
caprichoso hubiera esperado algo mejor de parte de papá, pero me obligué a
silenciarlo. No odiaba leer, aunque últimamente no le dedicara mucho tiempo y
lo importante era el detalle. Además, me había preparado aquel pedazo de
desayuno e iba a pagar las entradas del cine por la tarde.
-
Anda mira: parece que hay otro paquete más – dijo papá, en
tono casual, y me pasó una cajita pequeña. La abrí y dentro había una llave,
una llave de…
-
¡No! – exclamé, al comprenderlo. - ¿¡En serio!?
Papá asintió y me señaló la puerta
principal con la cabeza. Salí corriendo casi tropezándome por el camino y la
abrí, para encontrar aparcado en frente de casa un Toyota Prius azul. Un coche.
Mi coche.
Me llevé las manos a la cabeza, sin
poderlo creer. Mis hermanos me siguieron y dejaron escapar varias exclamaciones
de asombro, excepto Ted. Él me sonreía, delatando que ya estaba al tanto de
aquello.
-
El cable es para que puedas cargar el móvil en el coche – me
explicó.
-
¿Es para mí? – pregunté, aunque era obvio, pero me resultaba
difícil creerlo. ¡Era un coche! No, un coche no, un cochazo.
-
Claro, campeón – me aseguró papá, pasando un brazo por encima
de mis hombros.
-
Tengo un coche – susurré. - ¡Tengo un coche! ¡Gracias, papá,
gracias!
Papá me sonrió plenamente y me dio un
abrazo que con gusto le correspondí.
-
Hay algunas reglas – me advirtió.
Suspiré.
-
Ya me lo imaginaba – respondí, con resignación.
-
Son cosas lógicas. Aunque ahora tengas coche y puedas ir a
muchos sitios, siempre tengo que saber dónde estás. Preferiría que al principio
no conduzcas en días de tormenta. Debes avisarme cuando el depósito de gasolina
esté por la raya intermedia. Tú te ocupas de mantener el coche limpio, de todo
lo demás me encargo yo. A veces te pediré ayuda para llevar a tus hermanos a
algún sitio. Y, sobre todo, nunca, nunca, puedes incumplir las normas de
tráfico. Si te saltas el límite de velocidad… o cometes alguna otra
imprudencia…
-
Adiós coche, sí, entendido.
-
Y adiós capacidad de sentarte – me advirtió Ted.
-
Como si tú lo hubieras hecho alguna vez - repliqué.
-
Hablo en serio, Jandro. Nunca utilices el móvil mientras
conduces. No vayas más rápido de lo que indiquen las señales de tráfico. Y
sigues sin poder acercarte ni a tres kilómetros del alcohol, pero si por algún
casual bebieras, jamás, nunca, se te ocurra coger el coche – decretó papá.
Sabía que eran normas lógicas, por mi seguridad, y no
pensaba incumplirlas, sobre todo porque si tenía un accidente y sobrevivía a él
papá se encargaría de matarme después.
-
No lo haré. Lo prometo. ¿Puedo probarlo? – le supliqué.
-
Claro que sí. ¿Quieres que suba contigo?
Lo pensé un poco, y asentí. Aún no me sentía cómodo
del todo conduciendo, y menos aún un coche nuevo. Le di al botón del llavero
eléctrico para desbloquear las puertas y me subí en el lado del volante. Era
precioso también por dentro.
-
Es automático – me indio papá. – Y tiene GPS.
Suspiré con alivio, no sabía llegar a
ningún sitio sin Google Maps. Papá había pensado en todo. Me puse el cinturón,
coloqué los espejos, el asiento y agarré el volante con fuerza.
-
Es perfecto, papá.
-
Me alegra que te guste, campeón.
-
¿Gustarme? Es el mejor regalo del mundo.
Papá se rio y me acarició el brazo. Metí la llave en
el contacto, respiré hondo y arranqué. Mis hermanos me saludaron desde fuera y
vi a Barie haciendo un vídeo. Últimamente la enana quería registrarlo todo.
El coche iba suave como la seda. Di una vuelta por el
vecindario y me paré cuando vi al señor Morrinson paseando. Cada día se movía
con más lentitud, el pobre hombre. Detuve el coche cerca de él.
-
¡Hola, señor Morrinson! – le saludé.
El hombre trató de enfocarme. Aunque su vista no le
permitía reconocerme, mi voz le ayudó y nos sonrió.
-
Hola, chico. ¿Aprendiendo a conducir?
-
¡Me saqué ayer el carnet! Papá me regaló este coche.
-
¡Vaya! Enhorabuena. Ah, y feliz cumpleaños – me dijo, no sé
si deduciendo de mis palabras el día que era o si es que papá se lo había
contado en algún momento.
-
Gracias. ¿Quiere venir a comer hoy?
-
Me encantaría.
-
Genial. ¡Hasta luego! – me despedí y volví a arrancar.
-
Se te ve muy contento, canijo – comentó papá.
-
¿Te molesta que le haya invitado? Sé que ya va a haber mucha
gente…
-
Es tu cumpleaños, campeón. Puedes invitar a quien quieras.
Donde caben dos, caben tres.
-
Sí, o treinta y pico – me reí. Solo entre nosotros y la
familia de Holly podíamos jugar un partido de futbol y con repuestos.
-
Has hecho bien en invitarle. El señor Morrinson está muy solo
y si hay algo que nosotros podemos ofrecerle es compañía.
Conduje de vuelta a casa y una vez
allí Ted y Michael quisieron examinar el coche desde dentro. En los ojos de Ted
vi algo de envidia, pero creo que era eso que llaman “envidia sana”, porque no
hizo ningún comentario negativo y parecía genuinamente feliz por mí. Su coche
era una chatarra al lado del mío, pero por otro lado él adoraba su pedazo de
chatarra.
Poco a poco, todos se fueron metiendo
en casa, pero yo aún quería pasar un rato más con mi coche, intentando
asimilarlo. Le hice una foto y lo subí a Facebook y a Instagram. De paso vi
algunas felicitaciones de compañeros… y de Blaine…
Estaba respondiendo cuando me llamaron
a teléfono. Era un número desconocido, así que descolgué con algo de
desconfianza.
-
AIDAN’S POV –
La
cara de Alejandro cuando vio su coche reflejó la más pura felicidad. Había
sabido ocultar muy bien la decepción con los primeros regalos, pero en el fondo
esperaba algo especial para sus dieciséis, sobre todo sabiendo que por fin me
lo podía permitir. A juzgar por su expresión, sin embargo, realmente no se
esperaba un coche, o al menos no uno como ese, y de primera mano.
Todo estaba saliendo de maravilla… y por supuesto, eso
no podía durar. Alejandro quiso quedarse un rato más afuera, admirando el coche,
y cuando volvió a entrar lo hizo con una expresión triste y lágrimas en los
ojos.
-
Hey… ¿qué pasó, campeón?
-
Me llamaron los del musical… no pasé…
Mi pequeño. Me acerqué a él para abrazarle y sus
lágrimas se desbordaron.
-
Snif… me dijeron que quedé como suplente. Tengo que ir a los
ensayos, pero no actuaré.
-
Campeón… fue tu primer casting. Había gente muy buena, quedar
como suplente significa que les gustaste.
Se restregó sobre mi jersey y después se separó.
-
No estés triste, Jandro – intervino Barie, que nos había
oído. – Así es incluso mejor: podrás aprender en los ensayos y pasarlo bien sin
la presión de tener que actuar, y para el próximo musical ya serás todo un
experto.
-
¿¡Qué sabrás tú!? – le gritó, furioso.
-
Tranquilo, hijo. Tu hermana solo pretende animarte…
-
Solo digo que… habrá más musicales… y que aún puedes formar
parte de este – murmuró Barie. – No pasa nada por no tener el papel
protagonista a la primera.
-
Puede que tú te conformes con hacer de árbol, o mejor de
luna, que es más redonda y no tendrías que usar ni disfraz, pero yo no quiero
eso – escupió, venenosamente, y salió corriendo, chocándose aposta con Barie en
el proceso.
-
¡Alejandro! – le llamé, e iba a ir tras él, pero entonces
Bárbara comenzó a llorar y se abrazó a mí con mucha pena. Su hermano había sido
innecesariamente cruel con ella.
-
Snif… solo quería que se sintiera mejor…
-
Shhh. Ya lo sé, princesa. Solo está enfadado y la ha pagado
contigo. No piensa eso que dijo.
-
Snif… siempre que se enfada… snif… me llama gorda –
lloriqueó.
Tardé en responder, porque era cierto que no era la
primera vez que se metía con ella por su aspecto, aprovechando un complejo de
mi niña, que no estaba en absoluto tan gorda como se percibía. De hecho, ante
mis ojos, ni siquiera tenía sobrepeso, simplemente tenía curvas y no estaba en
su constitución ser tan delgada como un palillo.
-
Ya no lo va a hacer más – le prometí. – No estés triste, mi amor.
La consolé durante un rato, y sequé sus lágrimas. Besé
su frente y le di algo en qué pensar para distraerse. Le pedí que organizara
juegos para cuando viniera Sebastian con Olie y Holly con sus hijos, incluyendo
a los trillizos. La idea de hacer de cuidadora de bebés pareció reconfortarla.
Entonces subí a hablar con Alejandro y le encontré
tumbado sobre su cama, con los ojos húmedos por la desilusión que se había
llevado. Suspiré.
-
Si no te han cogido como Troy, ellos se lo pierden – comencé.
– Nunca sabemos por qué son estas cosas. A lo mejor simplemente no les
encajabas para el papel. Quizá querían alguien más bajo, o más alto, o más
pálido, o más moreno. En los castings a veces se coge a la gente por su
aspecto.
-
O querían a alguien que bailase bien – murmuró.
-
Tú bailas bien, no lo dudes nunca. No te mentí al decir que
estuviste increíble, hijo. Pero no siempre basta con eso. Sé que duele, que
estabas muy ilusionado y que te esforzaste mucho. Entiendo que estés triste,
campeón – le dije y me senté a su lado para acariciar su espalda. – Pero no
entiendo que lo pagues con tu hermana, que solo quería animarte.
-
Es una metiche.
-
No, nada de eso. Te vio triste e intentó hacerte sentir
mejor. Y lleva toda la mañana tratando de que tengas un gran cumpleaños. Me
ayudó con el desayuno y te regaló un juego carísimo. E hizo todo eso porque te
quiere mucho, así que no se merece que la trates así – declaré, con seriedad.
Alejandro se encogió y se puso de
lado.
-
Ya lo sé – admitió y soltó un suspiro. – Incluso hoy me metí
en problemas.
-
Ah, sí, hablando de eso, resulta que me faltó un regalo.
-
¿Uh?
-
Es un “pase de cumpleaños”. Sirve para librarse de un castigo
ante una metida de pata. ¿Suena como algo que te vendría bien?
Alejandro asintió frenéticamente,
aparentando muchos menos años que los dieciséis que acaba de cumplir y yo tuve
que contener una sonrisa.
-
Es un pase de un solo uso – le advertí. – Y tiene que ir
acompañado de una disculpa.
-
Me disculparé con Barie – me aseguró.
-
Está muy dolida – le hice saber. – Tu hermanita te admira
mucho, Jandro.
-
Ese es el problema – murmuró.
-
¿Qué quieres decir?
-
Nada…
Seguí acariciando su espalda y su pelo.
-
Algo será.
-
Todos vinisteis a verme y me aplaudisteis y estabais
orgullosos y ella estaba contenta porque iba a actuar en un musical y ahora…
-
Y ahora seguimos estando orgullosos y sigues estando en un
musical, aunque no de la forma que te habría gustado. Pero Barie tiene razón,
es una gran oportunidad para aprender – le dije, y me aseguré de que me miraba
para tener toda su atención. - No has decepcionado a nadie y menos a tu
hermanita, campeón. No por no tener el papel… Pero ya has usado varias veces un
complejo suyo para atacarla. Las peleas entre hermanos, por absurdas que sean,
las puedo entender. Pero los golpes bajos no. Esos ni los entiendo ni los
consiento, así que si vuelve a pasar tendrás un castigo. Un buen castigo,
¿entendido?
-
Sí, papá. Lo siento…
-
Está bien, campeón. No más regaños, que estamos de
celebración. Ve a hacer las paces con tu hermana – le pedí y tiré de él para
que se levantara.
Se resistió un poco, pero después se
dejó hacer y fue a buscar a Bárbara.
Justo cuando parecía que tenía una
crisis resuelta, me llegó otra, porque escuché un llantito infantil que
enseguida reconocí como el de Alice.
Que bom que atualizou, confesso que pensei que Michael ia ter ciúmes do carro eter problemas com o pai, Michael tendo problemas com o pai e massa ele fica muito fofinho, acho lindo ele fofo, que tal ele fofo mais vezes. Agora um pedido especial atualiza por favor fanficpress Dedé de 12 de agosto não é atualizado enganem sigo lá, então atualiza por favorzinho.
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