CAPÍTULO 61: MIRADA
FELINA
No quería salir de
debajo de la cama del Gigante. Estaba seguro de que ahí no podía pasarme nada
malo. No solo porque nadie podría encontrarme, sino porque el olor del Gigante
estaba por todos lados en aquella habitación y me hacía sentir protegido.
Pero la pequeña parecía tener
otros planes. Tiró de mi colita una y otra vez para hacerme salir. Intenté
arañarla un par de veces, pero ella no se rendía. No era justo, seguro que si
la arañaba el Gigante se enfadaba conmigo, pero ella podía tirarme de la cola y
nadie la decía nada.
-
Alice, ¿qué haces? ¿Está Leo ahí debajo? –
preguntó la voz de mi dueño. En realidad, no tenía claro quién era mi dueño en
aquella casa, pero ese chico era el que me había traído, así que estaba casi
seguro de que era él.
-
Shi, y no quiere salir – protestó la pequeña.
– Le he dicho que los señores malos ya se han ido, pero no me cree.
-
No es que no te crea, enana, es que no puede
entenderte. Los gatos no entienden lo que decimos las personas.
“Ja. Sigue creyendo eso” quise
decirle, pero, aunque le entendía perfectamente, lo que no podía era hacer que
él me entendiera. Mejor así. Me enteraba de muchas cosas solo porque los
humanos pensaban que yo no podía entenderles. Cosas que, si no, jamás me dirían.
De pronto una manota enorme me
agarró y me sacó de la cama. Reconocí las manos del chico porque eran más
oscuras y pequeñas que las del Gigante, pero más claras que las de mi protegido
número dos. Mi protegido número dos tenía la piel muy oscura, un olor muy
fuerte y parecía muy, muy frágil, a pesar de que era mayor que los demás.
Siempre se acordaba de ponerme comida y me rascaba detrás de las orejas para
desearme buenas noches. Los hombres malos de los que hablaba la niña se lo
habían llevado.
-
No tengas miedo, Leo, nadie te va a hacer nada
– me aclaró mi dueño. - ¡Ted, Alice está aquí!
Escuché unos pasos
antes de ver asomarse por la puerta al otro chico oscuro. No tenía muy claro si
a él debía protegerle también. Parecía muy fuerte y más bien sentía que él me
protegía a mí, pero caminaba raro y desprendía un olor extraño, como a
medicinas.
-
¡Miau! – le saludé, contento de verle, porque
él siempre hacía que dejara de tener miedo, como el otro día, cuando me cogió
en brazos mientras el Gigante tuvo la brillante idea de encender esa estúpida
máquina que llaman aspiradora.
-
Ah, veo que no solo encontraste a la enana,
sino al otro desaparecido. ¿Qué, Leo, tú también tienes miedo a la policía? A
Mike le encantaría saberlo. – me dijo, mientras me hacía una caricia. Cerré los
ojos, disfrutando del contacto, pero noté en su voz que estaba muy triste. ¿Qué
era lo que había pasado? ¿Qué había cambiado? Todos los humanos de mi nueva
casa estaban actuando muy raro.
-
¿Cómo está papá? – preguntó mi dueño, mientras
me dejaba en el suelo.
-
Bastante mal, Jandro… No sé qué hacer, no
reacciona. Si le hablo, apenas me responde con monosílabos.
Mis dos humanos se pusieron a
hablar por un buen rato, y yo no entendía del todo qué estaban diciendo, aunque
intuía que tenía que ver con el Gigante. Decidí ir a comprobarlo yo mismo y fui
a dar un paseo por la casa. ALGO había pasado, eso era seguro, porque los
cachorros no estaban haciendo ruido como de costumbre. Mi protegido número uno
y mi protegido número tres estaban en su cuarto en el más completo silencio.
Eso era normal en mi protegido uno, pero no en el tres. El tres siempre estaba
corriendo, o riendo, o haciendo cosas que parecían muy divertidas. Me gustaba
mucho estar con él, a pesar de que tenía un olor muy, muy raro, y había algo
mal dentro de su cuerpo. Los demás humanos de la casa no parecían saberlo, por
eso había decidido incluirle bajo mi protección. Solo por si le pasaba algo.
Salté sobre la cama de mi
protegido número uno. Cuando me trajeron a casa, enseguida noté que él era
especial. Era el más listo de todos y el que menos hablaba. No seguía el ritmo
de los otros cachorros ni participaba en la mayoría de sus juegos. A él le
gustaba jugar con unas pelotas pequeñas que no me dejaba morder, porque decía
que si me las tragaba me harían daño.
“¿Qué pasa, chico listo? ¿Por
qué está tan raro todo el mundo? ¿Y a dónde fue el grandullón?” maullé para
llamar su atención, pero el chico listo no parecía tener ninguna respuesta para
mí. “¿El Gigante lo sabe? ¿Voy a preguntarle
a él?”.
-
MICHAEL’S POV-
Di la vuelta a los bolsillos de mi pantalón, para que el funcionario
comprobara que estaban vacíos. Me saqué los zapatos y se los di al tipo antes
de que me lo pidiera. Conocía perfectamente el protocolo de ingreso en prisión.
-
No es tu
primera vez, ¿eh? – preguntó. Era difícil saber con qué intención lo dijo.
Percibí cierto tono de crítica en su voz, pero al mismo tiempo había
amabilidad, tal vez porque sabía lo que me esperaba en cuanto acabase de hablar
con él.
-
No, señor
– respondí. Decidí que podía ahorrarnos algo de tiempo a ambos, respondiendo a
las preguntas protocolarias antes de que las hiciera. Cuanto antes me dejaran
en paz, antes me asignarían una cama. No es como si fuera a dormir algo aquella
noche, pero la cama es el único lugar en el que puedes llorar dentro de la
cárcel. – No me drogo, no llevo armas,
sí sé usar armas, tengo un piercing, no tengo tatuajes permanentes pero aún
quedan restos de uno temporal en mi brazo derecho, soy diabético y en mi
informe pone la medicación que necesito.
El hombre intentó mantenerse al tanto de la información que le iba
dando, mientras lo comprobaba en el informe que tenía en sus manos.
-
Aquí pone
que tienes cuatro piercings. – replicó.
A mi pesar, esbocé una media sonrisa.
-
Eso fue
antes de tener un padre. Ahora solo tengo el de la oreja – le dije, y antes de
que me lo pidiera, me lo quité. También me quité la pulsera de metal que
llevaba en la muñeca y extendí el brazo para que cortara la de cuero, que no
podía desatar. Observé como metía mis escasas posesiones en una bolsita de
plástico. El móvil, las llaves y la cartera ya había tenido que entregarlos en
comisaría, y estaban también ahí, en una bolsa diferente.
El funcionario me cacheó y, solo cuando estuvo seguro de que no
escondía nada, me tendió unos papeles. Le miré con confusión, ya los había
rellenado en mi anterior ingreso en prisión, pero supuse que era algo que había
que repetir en cada ocasión.
Era un cuestionario sencillo, en el que había que marcar con una x “sí”
o “no” a cada pregunta. Respondí a todas ellas sin pensar, hasta llegar a la
última.
“¿Ha sufrido alguna violación?”.
Esa pregunta era nueva, o al
menos a mí me lo pareció. Seguramente era parte de los escasos intentos del
gobierno por favorecer la igualdad entre hombres y mujeres, incluso en las
cárceles. Mismas preguntas para ambos. O tal vez yo no había prestado atención
la primera vez, porque entonces eran solo palabras vacías para mí.
Lentamente, tracé un aspa vacilante en el recuadro que había junto a un
“sí” resaltado en negrita. Después, entregué el formulario al oficial, que lo
guardó sin echarle un vistazo. Pulsó un botón y otro hombre entró en la
habitación y se quedó esperando junto a la puerta. Esa fue mi señal, para
entender que la conversación había terminado. No necesitaba explicaciones, así
que antes de que nadie me indicara nada, me quité la ropa y la dejé junto con
el resto de mis posesiones. En ropa interior, caminé hacia el segundo hombre,
que me guió a una habitación anexa. Sin poderlo evitar, me acordé de Aidan, y
en cómo siempre me preguntaba si tenía vergüenza de que me viera en
calzoncillos. Era mucho más fácil desvestirme delante de él, incluso cuando
sabía que iba a castigarme, que hacerlo delante de aquellos hombres.
-
¿Por qué
sonríes? No serás de los pervertidos ¿no? – preguntó el funcionario, mientras
se ponía unos guantes. – Apuesto a que te gusta esto.
Me mordí el labio
para no responder nada que pudiera meterme en problemas y me di la vuelta para
darle la espalda. Definitivamente el primer funcionario me había caído mejor.
Tomé una gran bocanada de aire y me deshice del último resquicio de dignidad
que me quedaba. Me saqué el calzoncillo y apoyé las manos contra la pared. En
seguida sentí cómo unas manos diferentes me exploraban, en busca de drogas o de
cualquier otra cosa que pudiera esconder en el interior de mi cuerpo.
-
AIDAN’S POV –
Tendría que haberme
alegrado cuando mi abogado me dijo que Mike era inocente. Yo sabía que mi hijo
no era una mala persona, pero también era consciente de que había cometido
varios errores a lo largo de su corta vida. Algunos errores se pagan más caros
que otros y por eso no descartaba la posibilidad de que Mike hubiera cometido
algún tipo de delito nuevamente. No era exactamente un modelo de conducta en lo
que a seguir reglas se refería. Pero John me aseguró que era completamente
inocente. De hecho, me aseguró tantas cosas que mis piernas no fueron capaces
de soportarlo. Me habló de un niño de once años siendo chantajeado y amenazado de muerte. Me habló de un niño de
diecisiete siendo injustamente encarcelado, por delitos que cometió únicamente
bajo la presión de un policía corrupto. Me habló de ese policía corrupto
teniendo una cruzada incomprensible contra mi familia. Y por último me dijo que
no podía darme más detalles, puesto que no tenía mucho tiempo y Mike no quería
que me hubiera dicho nada. Me recomendó que le preguntara a Michael sobre el
asunto lo antes posible, porque estaba seguro de que los dos necesitábamos
hablar de ello.
-
Solo
añadiré que estaba equivocado con él, Aidan. Sabes que cuando me hablaste de la
adopción algo me olía muy mal en todo esto, y en eso tenía razón, pero Michael
no ha hecho nada malo. Estoy seguro de eso. Nadie puede mentir tan bien.
Como digo, saber
que Mike era inocente tendría que haberme aliviado. Pero no lo hizo, porque
significaba que mi hijo llevaba siendo una víctima durante siete años. Recordé
todas las broncas que le había echado, por comportamientos que “podrían
llevarle de nuevo a la cárcel”. La vez que se enfadó porque insinué que debía
poner rejas en su habitación. El hecho de que odiara su trabajo en comisaría.
De pronto todo empezó a tener sentido. Tenía tanto sentido, que me sentí un
estúpido por no haberme dado cuenta antes.
Pero Michael me
había mantenido al margen. Me había ocultado todo, enfrentándose por su cuenta
a aquella terrible pesadilla. ¿Por qué no confiaba en mí?
Y ¿qué más cosas
eran mentira?
-
Esas
fotos que vi antes…. ¿Insinúas que Michael planeó venir a casa mucho antes de
conocerle en el hospital?
-
Michael
no. Greyson. Tu chico solo cumplía órdenes, Aidan, y ha arriesgado su vida
contándome todo esto. Si está ahora en la cárcel es porque se enfrentó al
policía cuando amenazó tu vida.
Greyson. Greyson
era Pistola. Eso era otra cosa más que me costaba asimilar: el bastardo que
había amenazado la vida de mi hijo había estado en la misma habitación que yo,
y yo no le había partido la cara.
-
Michael
me dijo… me dijo una vez que había un hombre que… le introdujo al mundo de la
delincuencia. Nunca imaginé hasta qué punto fue así. No pensé que esa persona
siguiera en su vida. Me dio a entender que…. oh, dios mío, mi niño…. Es solo un
niño, John, dieciocho años y todo, es un niño y no se merece algo así.
-
Nadie se
merece algo así – me dijo John – Pero vamos a sacarle de esta.
Ese “vamos a
sacarle de esta” se convirtió en mi mantra. Cuando John se marchó, para
trabajar en el caso, me lo repetí una y otra vez, tratando de convencerme de
que efectivamente iba a poder ayudar a Michael.
El abogado me había
dicho que Michael iba a pasar esa noche en la cárcel. Aquello me mató por
dentro. Pensar en mi hijo durmiendo solo entre rejas me causaba un dolor
físico, pero me convencí a mí mismo de que solo sería por un día. Al día siguiente
habría una vista en el juzgado, en la cual decidirían si Michael tenía que
esperar al juicio en la cárcel o si podía hacerlo en casa. John me aseguró que
haría lo que estuviera en su mano para que volviera conmigo, pero aquello no
era suficiente. No podía dejar a Michael solo…. No podía…. Supe que tenía que
ir a verle. Tenía que ir a buscarle a la cárcel y hacer que me dejaran pasar.
Era mi hijo, ninguna reja iba a mantenerme separado de él.
De alguna forma,
tomar esa decisión me hizo despertar de un letargo en el que no era consciente
de haber estado. Me puse la chaqueta y fui a buscar a Ted. Apenas le miré
cuando le dije que me iba a ver a Michael y que por tanto se quedaba solo con
sus hermanos. No pude mirarle, porque en ese momento no podía permitirme sentir
compasión de él, de su propio dolor ante la marcha de su hermano, o jamás sería
capaz de irme y dejarles solos. Tenía que priorizar. Sabía que mis niños
estaban asustados, pero seguro que Michael lo estaba más.
Mientras conducía,
las manos me temblaban un poco. No eran solo nervios. Sabía lo que mi cuerpo me
estaba pidiendo: quería beber. Quería beber hasta emborracharme y perder el
sentido. Quería parar de pensar en todas las veces que había sido injusto con
Michael. En todas las veces que percibí su vulnerabilidad, pero no hice nada
para ayudarle. En su cara de resignada tristeza, cuando la policía lo arrancó
de mi casa sin que yo fuera capaz de impedirlo.
Realmente no sé qué
esperaba. Tal vez creía que podía presentarme en la penitenciaría a las nueve
de la noche, preguntar por mi hijo y no encontrar ningún obstáculo por el
camino. Evidentemente, el mundo no funciona así. Tras recorrer las dos horas de
distancia entre mi casa y la cárcel, me encontré con una puerta cerrada,
impenetrable y un cártel que indicaba que el horario de visita hacía mucho que
había terminado. Me senté en el suelo delante de uno de los muros de la
prisión. Mi hijo estaba en algún lugar de aquél enorme edificio y yo no podía
llegar hasta él. Lágrimas de frustración se agolparon en mis ojos y el miedo de
no volver a verle me atenazó el corazón, pese a saber que eran miedos
infundados, puesto que iba a verle en tan solo unas horas, cuando pasara la
noche. Pero iba a ser una de las noches más duras de mi vida.
¿Por qué el destino
era tan cruel? En los últimos meses había estado a punto de perder a varios de
mis hijos. Ted y Michael apenas me habían dado un respiro, pero sabía que no
era su culpa. En esos momentos estaba bien lejos de sentir enfado hacia
Michael. Todo lo que podía sentir era
desesperación.
De buena gana me
hubiera pasado toda la noche frente a aquél edificio, como si mi hijo pudiera
sentir mi cercanía, pero tenía en casa otros once hijos de los que ocuparme. Me
esperaban dos horas de camino en coche y no podía permitirme seguir un impulso
en un momento como ese. Sobre todo cuando no iba a hacer ninguna diferencia
para Michael.
Me metí en el
coche, pero todavía no estaba listo para conducir. Tenía que calmarme un poco
primero, no podía tomar el volante en ese estado. Respiré hondo e intenté
normalizar mi respiración. “Solo un poco
más, Aidan. No puedes derrumbarte ahora, Michael te necesita.”
Necesitaba hablar
con alguien. Necesitaba compartir todo lo que estaba sintiendo con otra
persona…. Mis hijos no me servían, porque con ellos tenía que ser fuerte.
Necesitaba hablar con un adulto… Ted estaba muy cerca de serlo, pero no podía
cargarle con mi torrente de emociones cuando estaba enfrentando el suyo propio…
Saqué el móvil y mantuve el pulgar cerca de la pantalla, sin atreverme a abrir
mi agenda. Finalmente me decidí, y llamé a Holly. Una parte de mí no quería
abrumarla con mis problemas. La otra sentía que si no hablaba con alguien, iba
a volverme loco. Me sentía al límite de la cordura. Peor que eso: me sentía al
límite de la sobriedad. En ese momento mis opciones eran hablar con Holly o
meterme en el primer bar que viera en el camino. Y sabía que la segunda opción
no me la podía permitir.
-
¿Dígame?
– la voz de Holly siempre sonaba más aguda de lo que uno pudiera esperar en una
mujer adulta. Tenía una voz muy aniñada, al menos por teléfono.
-
Hola… -
saludé.
-
¡Hola!
Justo iba a llamarte antes, pero me entretuve con los deberes de Max… ¿Cómo
estás?
-
He estado
mejor – respondí, con sinceridad. Después respiré hondo. - ¿Tienes un minuto?
“Aunque más bien necesitaré como media hora.”
-
Claro,
para ti siempre – me dijo y, a pesar de que había dudado que tal cosa aún fuera
posible, me hizo sonreír. - ¿Esta todo bien?
-
No… nada
está bien… - me derrumbé. – Nada…
Casi sin darme
cuenta, como si las palabras fluyeran solas debido a la imperiosa necesidad de
compartirlo con alguien, le conté a Holly todo lo que había pasado. Tendría que
haber sabido que la larga experiencia de Holly con desgracias, accidentes y demás
momentos horribles hacían de ella una mujer difícilmente impresionable, pero
aun así me asombré un poco de que no me interrumpiera ni emitiera ningún tipo
de exclamación de sorpresa. Me dejó hablar sin intervenir hasta que me quedé
sin nada más que decir. Hacía tiempo que no hablaba durante tanto tiempo
seguido.
-
No me
puedo imaginar… a un niño en una cárcel – murmuró ella al final. – Ya sé, ya sé
que no es un niño… Pero por las noches sigo yendo a la cama de Sam para
asegurarme de que está bien arropado. Me da igual la edad que tengan, 18 o 21,
siguen siendo niños para mí.
-
Para mí
también…
-
Demasiado
joven para estar en una celda.
-
Demasiado
INOCENTE para estar en una celda – puntualicé yo, por si acaso se había
olvidado de la parte donde le había contado que Michael solo era la pieza de un
tenebroso ajedrez.
-
¿Cómo
dices que se llama ese policía? – me preguntó, y algo en su tono me indicó que
no era por mera curiosidad.
-
Greyson.
Roger Greyson. ¿Por qué?
-
Puedo
intentar investigarle.
Intente ignorar lo
abrumado y agradecido que me sentí ante tal ofrecimiento.
-
Mi
abogado se está encargando de eso…
-
Los
periodistas y los abogados tienen fuentes diferentes. No sé si encontraré algo,
pero cuatro ojos buscando ven más que dos.
-
Yo… te lo
agradezco mucho, pero no quiero… es decir, no quiero que te compliques por mí…
-
No es
complicación. Un policía corrupto sonará tan bien para mi editor que me dará
todos los medios disponibles. Y al mismo tiempo podré encargarme de proteger a
Michael y a tu familia de… los sensacionalismos. Porque… no sé sí pensaste… que
esto puede volver a ser como lo de Ted.
Gruñí con
frustración. Ni siquiera me había parado a pensar en la prensa, y en cómo me
iban a devorar vivo – y a mi hijo, lo que era peor- en los próximos días. Era
un problema con el que simplemente no podía lidiar en ese momento y supe ver lo
mucho que me convenía dejar que Holly se ocupara de ello.
-
No…no lo
había pensado… Yo… son tantas cosas… No puedo hacerlo – susurré. Estaba siendo
incoherente, las palabras saliendo de mi boca antes de pensarlas.
-
¿No
puedes hacer qué?
-
Tener
doce hijos. No puedo. No puedo dedicarle a cada uno el tiempo que necesitan.
¡Ni siquiera pude ver que estaban chantajeando a Michael, mierda!
-
¡Aidan!
Eso no es culpa tuya. Tengas doce hijos o solo uno, no puedes impedir que se
crucen con gente malvada. A todo padre le gustaría poder hacerlo, pero lo
cierto es que no se puede. En cuanto les dejamos salir al mundo sabemos que
algo o alguien les hará daño, tarde o temprano. Y no podemos impedirlo. Pero
podemos estar ahí para ayudarles. Michael te necesita ahora. Sé que esto va a
sonar horriblemente frío, pero no puedes permitirte la autocompasión. No puedes
derrumbarte, mañana es la vista con el juez. Tienes que luchar por llevarlo a casa.
Sabía que Holly
tenía razón. Mis sentimientos no importaban, no cuando había tanto en juego.
-
Todo
saldrá bien, Aidan. Esto solo será una noche terrible para el recuerdo. Michael
volverá a casa y ahora que sabes por lo que estaba pasando, podrás cuidar de él
y protegerle. Nadie le hará daño nunca más.
Por fin, la
palabras que necesitaba escuchar. Me aferré a la voz de Holly como si de unas
escrituras sagradas se tratase. Michael iba a volver a casa.
Extraño a mis chicos Hoffman.....
ResponderBorrarSaluitos.... Chicas escriban pronto.
Extraño a mis chicos Hoffman.....
ResponderBorrarSaluitos.... Chicas escriban pronto.
Gracias Dream. No pierdes ni una oportunidad para sorprendernos ¿verdad? Lo del gatito fue un detalle súper original, pero no me gusta eso del niño que tiene algo y no saben. Está bien que la vida no sea un camino de rosas, pero también hay que dejar descansar a Aidan un poco, ¿no?. Digamos que no quiero que se convierta en tragedia griega.
ResponderBorrarMe dejas con mucha expectativa de saber el misterio del policía corrupto.
Como siempre, me encantó, pero si te pido un poco de moderación con las tragedias, digamos que ya han pasado por mucho.
Con cariño, Wenseslao
Admito que la vida de Aidan no solo no es un camino de rosas, sino un camino de espinas xD Demasiada tragedia, ya sé, pero si de algo puedes estar seguro es de que jamás dejaré que a Kurt le pase nada intratable, ese enano es uno de mis personajes favoritos xD
BorrarSe supone que no deberia sacar el celular, deberia estar haciendo otras cosas, pero eso precisamente, deberia xD apenas vi tu actualizacion y mejor me fui olvidando de "no sacar el celular" y pasara sobre tu conciencia :P
ResponderBorrarComo siempre genial, me encanta que actualices, eres la unica que puede narrar tan bien como gato y hacerlo interesante, en eso concuerdo con Wenseslao, ha sido muy original y me encanto.
Con respecto a las tragedias a mi no me desagrada, quiero creer que eres incapaz de hacer sufrir demasiado a Kurt, ademas asi me dejas con ese cosquilleo de duda que me carcome y que hace que siempre espere tus actualizaciones, todo esta bien mientras no dejes el misterio naufragando en el mar, si al final lo resuelves y no te olvidas de ello por mi esta bien, aunque si deberias darle un respiro entre cada infarto a mi novio virtual Aidan, dejalo descansar un poco al pobresito mio, y que ya le pase algo bueno con Holly :P
Espero que no, pero si planeas terminar pronto la historia exijo un final feliz, con todo y un vistazo al futuro y saber que fue de cada uno de tus chicos y que hicieron con sus vidas de mayores xD ya se, que infantil soy, pero bueno, es tu culpa por tener personajes tan chulos
Te mando saludos y un abrazo desde México!
Yo no quiero finales ni relativamente cerca xq seria final de una historia que adoro ;) como siempre genial con ganas de maaaaas.
ResponderBorrarQue original fuiste Dream!!
ResponderBorrarYa por fis ya no tengas a Michael en la cárcel porque no se lo merece!!
Quiero saber como sigue esta historia!
Continúa pronto amiga!!