jueves, 13 de julio de 2017

CAPÍTULO 65: VERDADES ABRUMADORAS



CAPÍTULO 65:  VERDADES ABRUMADORAS

Por primera vez pude ver el verdadero rostro de Andrew. Desprendido de su frialdad habitual, pude mirarle a los ojos y sondearle. ¿Por qué siempre me había parecido idéntico a papá?  Andrew era un hombre inseguro que se esforzaba constantemente por aparentar confianza y seguridad. Tenía los ojos azul hielo, el pelo rubio y los rasgos simétricos de un Adonis griego. Papá no era así. Papá era inseguro, pero no le importaba serlo, sino tan solo seguir adelante. Tenía los ojos oscuros y el pelo negro azabache. Y su rostro no parecía cincelado por los dioses. Su nariz era más grande y sus ojos más rasgados. Nunca me había fijado en ese detalle, pero entonces pude verles juntos y lo noté: los ojos de Aidan eran más alargados. Entonces, ¿dónde estaba el parecido?

“Algo en los hijos hace que se parezcan a sus padres”, me dije. “Incluso yo puedo parecerme a Aidan, a pesar de la raza y eso. Es algo más que la biología, es… algo interno”.

Les estaba observando a los dos mientras echaban un pulso de miradas. Aidan quería saber de qué conocía a Greyson y Andrew cada vez estaba más dispuesto a contestarle. De vez en cuando me miraba también a mí, creo que pensando en lo que le había dicho. Finalmente, después de al menos un minuto, Andrew suspiró.

-         Roger…Murray… es mi hermanastro. – susurró, con su voz de terciopelo al mínimo volumen.

Tendríamos que habernos imaginado algo así cuando le oímos decir que debería llevar nuestro apellido, pero de todas formas fue tan inesperado como ver a un esquimal en África ¿Hermanastros? Creo que hubiera entendido mejor lo de “hijo”. Estaba acostumbrado a que Andrew tuviera un hijo detrás de otro, pero ¿hermanos?

-         Quieres decir… ¿quieres decir que tengo un tío? – logró preguntar Aidan, tras un rato asimilando la noticia. A veces se me olvidaba que papá quería lo mismo que el resto de nosotros: una familia que le quisiera. Yo la tenía gracias a él, pero él siempre había añorado una. Lo primero que debió pensar al escuchar que Andrew tenía un hermano tuvo que ser algo así como que qué hubiera sido de su vida de haber conocido antes esa información. Tal vez imaginó otro tipo de infancia…

Oh, pero no estábamos hablando de cualquier “tío”. Se trataba de Greyson, el capullo corrupto que estaba haciendo un infierno de la vida de mi hermano.

-         Ehh… Algunas implicaciones de la palabra pueden sugerir que sí – respondió Andrew, como si la idea le desagradara.

-         ¿Pero por qué…tu hermano… tiene algo contra Michael? – dijo papá, y pude notar el momento exacto en el que la desilusión le alcanzaba, recordando que no estaban hablando de una especie de “Superman-TíoQueVieneACompletarTuFamilia”, sino del hombre que estaba haciendo daño a su hijo.

-         No puedo responderte a eso. Ni siquiera sabía que se conocieran, hasta hoy.

-         Pues se conocen. Desde hace años, por lo que sé… ¿Qué tiene contra ti? Mi abogado dijo algo… algo sobre que… - comenzó papá, pero Andrew le cortó de un suspiro.

-         Cree que le quite algo… muy valioso.

-         ¿Y lo hiciste? – intervine yo. Hasta ese momento me había mantenido al margen.

-         No de la forma en la que él piensa.

¿Por qué tanto misterio? ¿Es que acaso no entendía que esa información podía ayudar a salvar a Michael? ¿Es que le daba igual?

-         ¿No sabes lo que quiere de Michael? – insistió papá.

-         No, pero puedo intuir que quiere llegar a mí a través de él, de alguna manera. Nunca debiste acogerle, Aidan, le abriste la…


-         ¿Que no debí? ¿Que no debí acogerle? ¡Ahora tengo más claro que nunca que ese chico me necesita! Y, esto será sorprendente para alguien como tú, pero yo también le necesito a él.

-         No tan sorprendente como crees… - replicó Andrew.

-         ¿Podemos volver a la cuestión de qué quiere ese tipo contigo? Piensa que le robaste, vale, bien. Pues devuélvele lo que sea que tienes y… - intervine de nuevo, pero la risa sardónica de Andrew me interrumpió.

-         No se puede devolver. Si es que alguna vez se pudo, ya es demasiado tarde.

-         Bueno, ya basta de tanto enigma. ¿Qué le robaste? – bufó Aidan – La verdad, no te tenía por un ladrón, no es como si necesitaras…

-         Un hijo. Roger cree que le quité a su hijo.

La habitación quedó envuelta en un silencio mortal por varios segundos. Casi me sorprendió mi propia voz cuando pregunté:

-         ¿Y… lo hiciste?

-         No de la forma en la que él cree. – repitió.

-         ¿Qué rayos significa eso? – estalló Aidan - ¿Un hijo? ¡¿Un hijo!? ¿Cómo vas a quitarle un hijo si no quieres ni los tuyos propios?

Andrew miró a papá fijamente a los ojos. Azul contra negro, esa mirada parecía dar a entender que papá estaba obviando algo importante. Aidan y yo lo entendimos casi al mismo tiempo.

-         A… mí. Me…robaste…a mí.

A pesar de que yo mismo había llegado a aquella conclusión también, me negué a creerlo. No podía ser. Luché contra esa idea con todas mis fuerzas, con los cimientos de todo mi mundo tambaleándose.

-         Eso es imposible, él es tu padre… Si sois como dos gotas de agua...- me negué.

Andrew habló muy despacio cuando me respondió, sin dejar de mirar fijamente a Aidan.

-         Un sobrino también se parece a su tío.

-         No…  - murmuró Aidan. Se miró las manos como si allí estuviera la solución de aquella extraña situación. – Hice…hice pruebas. A los chicos… les hice análisis de sangre, para ver si eran tus hijos, y todos teníamos un mismo padre. Ellos y yo…

-         Seguimos compartiendo sangre, Aidan… Y… no es difícil falsificar un test… si conoces a la gente adecuada.

-         Pero…pero… ¿Por qué…? Necesito conocer toda la historia.

-         No. Ahora mismo lo que necesitas es llamar a mi abogado. En tres horas es la vista y, aunque le pago para que esté siempre disponible para mí, tendrá que prepararse.

Aquello hizo que papá recuperara su rostro preocupado. La prioridad en ese momento era Michael

-         Al final no le dije nada a John… Le llamaré a él también.

-         ¿Qué? ¡Pero no podemos dejar esto así, no..! – empecé a protestar, pero papá caminó hasta mí y puso sus manos a ambos lados de mi cara, en un gesto cariñoso con el que a la vez me obligaba a mirarle.

-         Yo tampoco doy esta conversación por finalizada. Pero tu hermano está en la cárcel y ahora mismo no puedo permitirme pensar en otra cosa.

Supe ver que tenía razón. Si habíamos estado tantos años sin saber la verdad, podíamos aguantar algunas horas más, o al menos teníamos que hacer lo posible por aguantar.

-         Voy a tomar una ducha – murmuré. – Necesito…necesito pensar.

-         Buena idea. Creo que te copiaré – respondió papá, sin emoción en la voz. Estaba como …catatónico. Su mente parecía muy lejos de nosotros. Andrew no le quitaba la vista de encima, alarmado seguramente por esa falta de reacción ante la noticia de que no era su padre.



-         AIDAN’S POV-

El ruido del agua goteando sobre mi cuerpo y la mampara de la ducha acompañaban las voces de mis recuerdos. Mi maestra de tercero preguntándome si mi padre iba a poder ir a la reunión y yo preguntándome lo mismo, pues no sabía si Andrew iba a estar sobrio. Mis compañeros de clase discutiendo sobre los aburridos planes a los que habían tenido que acceder por ser el día del padre, mientras yo acariciaba en mi bolsillo el reloj que Andrew no había querido aceptar.

Una voz maliciosa en mi cabeza me decía que era normal que no lo hubiera aceptado, puesto que no era mi padre. Tal vez incluso se sentía culpable y por eso jamás había aceptado ningún regalo por ese día que conmemoraba una mentira. Porque yo no tendría que haber crecido con él. Yo tendría que haber crecido con otra persona y haber conocido la felicidad de una infancia sin alcohólicos (en esos momentos, era incapaz de recordar que Greyson tenía sus propios defectos, incluso peores que los de Andrew).

Recordé todas las veces que me había planteado si alguno de mis hermanos era en verdad hijo de Andrew. Cole no se parecía a él en lo más mínimo. Ted tampoco, por supuesto, pero yo sí recordaba a su madre merodeando a Andrew, así que en su caso estaba bastante seguro. Recordé el día que decidí hacerles una prueba de ADN y el alivio inexplicable –absurdo, porque no hubiera cambiado nada- de saber que compartíamos padre. Jamás hubiera imaginado que el infiltrado fuera yo. Desde bien pequeño había tenido que escuchar lo mucho que me parecía a Andrew, con mi pelo largo y rizado, exactamente igual que el suyo aunque más oscuro.

Por último, con cierto dolor, recordé el día en que unos chicos algo mayores que yo me gritaron en el patio que mi madre era una puta. Esa noche, al ver a Andrew con una de sus habituales compañías, no pude más que pensar que tenían razón. Cuando se lo pregunté, él se limitó a asentir y a darme un colgante que la había pertenecido a ella, y que yo más tarde vendí para poder mantener a Ted. ¿Cómo había llegado a él aquél colgante? ¿Se lo inventó, o lo robó también, junto conmigo?

¿Por qué se había hecho cargo de mí? La pregunta resonaba como un eco en mi cabeza, sin hallar explicación posible. ¿Por qué un hombre que huía de toda responsabilidad, que ignoraba a sus hijos, había acogido uno ajeno? ¿Por qué jamás me había dicho que tenía un hermano? ¿Por qué jamás me había dicho que ese hermano era mi padre?

¿Por qué dolía tanto saber la verdad si Andrew nunca había sido un padre modelo, ni del tipo de los que recuerdas con ternura y cariño? ¿Por qué era tan importante –y doloroso- que no fuera mi padre, si nunca se había comportado como uno?

¿Qué más cosas eran mentira? ¿Tenía que dudar de todo lo que alguna vez me hubiera contado? ¿Todos mis hermanos eran mis hermanos o había falsificado sus pruebas también? Con horror, reparé en algo. No eran mis hermanos. NO eran mis hermanos. Eran mis primos.

“No son mis hermanos. Tantos años… y no son… No son mis hermanos”

No compartíamos padre, ni madre. No compartíamos nada. Les había criado con la idea de que estaban mejor conmigo que con cualquier desconocido, en una casa de acogida. En las noches en las que las deudas me ahogaban, lo único que me consolaba era pensar que eran mis hermanos y por tanto debían estar conmigo.

“No son mis hermanos”.

El juez me había dado su custodia porque eran mis hermanos. Me había nombrado su “tutor provisional”, porque era su pariente vivo más cercano después de su padre biológico, el cual no quería saber nada de ellos. Pero no lo era… No eran mis hermanos. Ese pensamiento pudo conmigo. Había basado toda mi vida en la certeza de que tenía once hermanos, si no más, y era mi placer… pero también mi deber… cuidar de ellos. Había renunciado a todo a cambio de una familia, pero ahora ¿qué tenía? ¿Qué me quedaba? ¿Un chico en la cárcel y once niños que ahora más que nunca me podrían decir que quién era yo para cuidar de ellos? En mi mente imaginé a Alejandro preguntándome por qué me tenía que hacer caso, si no era su hermano.

Me alegré de estar en la ducha. Así ninguno de ellos, ni yo mismo, podrían verme llorar. Lloré bajo el agua hasta que empecé a escuchar ruidos en el pasillo. Los demás estaban despertándose. Pronto llegaría mi abogado y el de Andrew para hablar de todo lo necesario para la cita con el juez. Hice lo posible por recomponerme, porque no podía ser débil en ese momento. Tal vez no fueran mis hermanos, pero seguían siendo mis hijos y seguían necesitando de mí. Yo les necesitaba más que nunca.

Con la toalla enredada en la cintura, lo primero que hice fue ir en busca de Ted. Le quería pedir discreción: lo mejor era que sus hermanos siguieran ajenos a las nuevas noticias por el momento. Antes de decirles nada, tenía que hablar más con Andrew al respecto. Y antes aún de eso tenía que concentrarme en Michael. El resto de dramas familiares tendrían que esperar.

El problema era que no encontraba a Ted en ningún sitio. Él ya había salido de la ducha, así que había imaginado que estaría en su cuarto, vistiéndose y terminando de arreglarse. Pero allí solo estaban Cole y Alejandro. La ausencia de Michael fue un mudo recuerdo de que mi hijo estaba sufriendo, lejos de allí.

-         Papá, ¡dormimos todos en tu cuarto! – anunció Cole, a modo de saludo.

-         Ya lo sabe, Cole, él también durmió allí – respondió Alejandro, rodando los ojos. Después me miró a mí con algo muy parecido al reproche en la mirada. – Nos despertamos y no estabas. Y Ted tampoco.

-         Tu hermano no sé dónde está. Yo vengo de la ducha…

-         ¿Has hablado con… “él”? – inquirió Alejandro. Por la vacilación de su voz pude deducir que con ese “él” se estaba refiriendo a Andrew y no a Ted. Asentí débilmente. - ¿Sigue aquí?

-         En el piso de abajo – le expliqué y recibí un bufido como respuesta. – Ya sé que tenerle aquí justo hoy es extraño, pero, de hecho, quizá pueda ayudar.

-         Sí, claro.

-         En serio. Tiene un abogado… Ahora le vamos a conocer. Cree que tiene más posibilidades de ayudar a Michael que John.

-         ¿Te fías de él? Si fuera tan bueno no le habrías ganado en la custodia de Alice…

-         Ese era un caso civil, Jandro. Este es un caso penal. Y John no suele llevar casos de este tipo. De momento solo voy a escuchar. No voy a cerrar ninguna puerta que pueda ayudar a tu hermano.

-         Así tengas que vender tu alma al diablo – gruñó Alejandro.

-         Es demasiado pronto para discutir – me quejé, sin fuerzas para enfrentarme en ese momento a su malhumor. -  Ni siquiera me habéis dado un beso de buenos días.

Cole se acercó a mí y me dio un abrazo bien fuerte, que de alguna manera alivió un poco la carga que estaba sintiendo entre las costillas. Agaché la cabeza para besarle en la frente y miré a Alejandro como diciéndole “tú también, microbio”. Él captó la indirecta y me dio un abrazo corto, apartándose antes de que le pudiera dar un beso como a su hermano. Suspiré. Adolescentes y su deseo de aparentar que no necesitan cariño.

-         Bajad a desayunar cuando estéis vestidos. Tenemos que hablar sobre hoy.

-         ¿Vamos a ir al colegio? – preguntó Alejandro. Sorprendentemente, no detecté ninguna segunda intención o deseo escondido por su parte, sino simplemente una duda razonable después de todo lo que estaba pasando.

-         Pues… lo mejor sería que sí. Yo voy a ir al juzgado y… entiendo que vais a estar todo el día preocupados y pensando en Michael, pero en casa estaríais igual y…

-         Y lo último que necesitas es preocuparte también por nosotros – acabó Alejandro por mí. Suspiró y asintió. Agradecí al cielo que me lo hubiera puesto fácil, pero tal vez canté victoria demasiado pronto. - ¿Ted también va ir a clase?

Involuntariamente, me puse rígido. Era una pregunta legítima, Ted llevaba más de un mes sin ir al colegio por culpa de la operación y aquél iba a ser el día de su reincorporación… Era injusto dejar que él se quedara en casa y los demás no y encima había muchas posibilidades de que perdiera el curso, por lo que no le convenía seguir faltando. Sin embargo, Ted ya había dicho que quería venir conmigo al juzgado y si le decía que no iba a ocasionar una pelea enorme. No solo eso, sino que una parte de mí quería que él viniera conmigo. Estaba cansado de enfrentar los problemas solo. Cuando Ted era pequeño no tenía otro remedio, pero ahora él era… mi mejor apoyo. Además, era su hermanastro, su hermanastro biológico –ahora Michael compartía más cosas con él que yo mismo-. ¿Quién era yo para impedírselo? ¿Quién era, en todos los sentidos de la pregunta?

-         Ya veremos…

-         Eso es que no – gruñó Alejandro. – No sé de qué me sorprendo.

-         ¿Eso qué quiere decir?

-         Nada… Pero te recuerdo que solo me saca dos años. A mí siempre me tratas como a un niño y a él siempre como un adulto.

Abrí la boca en busca de una respuesta, pero no la encontré. Era esencialmente cierto y no quería hacerle daño a Alejandro o dañar su autoestima por reconocerlo abiertamente. La verdad es que físicamente podían ser dos años, pero a otros niveles estaban a años luz. Ted era bastante más maduro y responsable que Alejandro y eso no era necesariamente algo bueno: una parte de mí prefería que siguieran siendo niños todo el tiempo posible.

-         No estés celoso, Alejandro. Michael es su hermano, después de todo. – le recordó Cole. Supe ver el esfuerzo que le supuso decir aquello, cuando el que había tenido problemas de celos había sido él. Puse una mano sobre su cabeza y le revolví el pelo.

-         También es tu hermano, campeón. Es el de todos. Pero Ted es el mayor y además comparten madre… No puedo llevaros a todos al juzgado, así que él puede ser vuestra representación, ¿mm?

-         ¿Puedes escribir una nota para que me dejen tener el móvil encendido por si… te enteras de algo? – me dijo Alejandro, y me pareció una propuesta bastante sensata. Siempre podía llamar al colegio para que les avisaran, pero me parecía una pésima forma de dar noticias, donde se perdía toda la intimidad.

-         Haré notas para todos los mayores… pero, probablemente, si llamo a alguien sea solo a ti y tu avisas a los demás, ¿de acuerdo?

Alejandro asintió y una voz en mi cabeza me dijo que él también podía ser maduro y responsable cuando quería. Estaba sensible aquella mañana, creo que con motivos, así que no pude resistir el impulso de abrazarle otra vez. Alejandro hizo ademan de querer apartarme, pero luego se dejó. Aquella no era una mañana fácil para él tampoco.
-         ¡Papiii! ¡Papi, papi, papi, papi!

Era la voz de Kurt, que en ese momento entró en la habitación y se aferró a mi pierna con la fuerza de un gorila.

-         Hola, campeón. Alguien se despertó con energías.

-         Papi, ¿has visto al abuelo? ¡Vimos una película!

-         Algo me han contado, renacuajo – respondí, intentando ocultar el dolor en mi voz ante su entusiasmo. Aún se me hacía raro que se refiriera a Andrew como su abuelo, pero sin duda lo prefería mil veces a que le considerara su padre.

-         Ted y él se pelearon pero luego se portaron bien. – añadió.

Apenas reparé en esa forma tan infantil de decir que hicieron las paces y me centré en la primera parte del mensaje.

-         Eso no lo sabía. ¿Qué pasó? – involuntariamente, miré a Alejandro.

-         A mí no me preguntes, yo lo esquivé todo lo que pude.

-         Al abuelo no le gusta que me des en el culito – informó Kurt. De haberse tratado de cualquier otro de mis hijos, habría pensado que esa frase era solo el intento de un niño de manipular a su padre, pero no me cupo duda de que él estaba siendo sincero.

¿De verdad Andrew iba a criticar mi forma de educarles? No tenía ningún derecho. Ninguno…

-         ¡El desayuno ya está listo! – gritó una voz desde abajo. La voz de Ted. Conque ahí estaba…

Bajé con los demás y encontré a mi hijo mayor terminando de freír unas tiras de bacon. Andrew estaba con él… sentado en la mesa. ¿Para qué iba a ayudarle? No es como si alguna vez se hubiera acercado a una cocina…

-         Este chico es una joya. ¿Dónde encuentro uno así? – bromeó Andrew, creo que haciendo referencia al hecho de que supiera cocinar.

Me mordí la lengua para no responderle que él podía haber tenido uno así, uno exactamente igual, si hubiera querido formar parte de su vida.

-         Voy a ayudar a vestirse a los peques… id desayunando… Gracias, Ted… No tenías que molestarte…

-         Necesitaba distraerme – respondió, encogiéndose de hombros.

Hasta hacía dos segundos no había tenido nada de hambre, pero ahora, al olor de la comida, el nudo de mi estómago se había aflojado un poco.  Por eso me di prisa en preparar a los peques y bajar de nuevo con ellos para desayunar. Andrew se había puesto de pie, sin saber dónde debía colocarse o sin sentirse cómodo como para sentarse en medio de todos nosotros. La silla de Michael estaba libre, así que le iba a indicar que se pusiera ahí, cuando sonó el timbre.

Era John, mi abogado, cargando con su maletín y con el rostro acalorado porque se había cruzado la ciudad.

-         Hola, John. Gracias por venir antes de la vista. Y por ser… tan comprensivo con esto. No quiero que sientas que después de tantos años te estoy traicionando… - me justifiqué, algo incómodo. Le había asegurado que aunque cambiara de abogado a él iba a pagarle igual por el tiempo que había empleado, pero John podía sentir como una deslealtad el que acudiera a la competencia.

-         Aidan, yo mismo te dije que no soy experto en casos penales. Me alegro que hayas encontrado a alguien que pueda ayudar más al chico…

-         Aún no estoy seguro. No le conozco. Es el abogado de Andrew, está al llegar…- le expliqué, mientras le guiaba a la cocina para ofrecerle un café.

-         ¿Cómo se llama? – quiso saber.

-         Eliah Wayne – respondió Andrew, adivinando el rumbo de nuestra conversación. Le lanzó a John una mirada de desprecio que no supe entender, hasta que recordé que ellos ya se conocían por los diversos pleitos por la custodia de Alice.

-         Imposible – musitó John. Le vi palidecer y se tuvo que apoyar en la mesa para no caerse.

-         ¿Le conoces?

-         ¿Que si le conozco? ¡Todo el mundo le conoce y a la vez nadie le ha visto nunca! Es uno de los abogados extraoficiales del gobierno.

-         ¿Extraoficiales? – me extrañé.

-         De esos que limpian los desastres que nunca debieron suceder. Aidan, ese tipo es bueno, es realmente bueno, pero no alcanzo a comprender por qué tu padre le conoce.

-         Somos viejos amigos – murmuró Andrew, sin alterarse, con una mirada aguda escondida detrás de una taza que se estaba llevando a los labios. Era imposible saber si estaba escondiendo algo, pero en ese momento no me importaba. Tan solo quería saber si ese hombre misterioso podía ayudar a mi hijo.

-         ¿Crees que sea un buen abogado para Michael? – le pregunté a John.

-         …Es el mejor que podías esperar, Aidan. Jamás ha perdido un caso y eso que la mayoría de los hombres a los que defiende son flagrantemente culpables de los delitos de los que les acusan.

Andrew soltó una risa sardónica, como si aquello le hubiera hecho mucha gracia.

-         No sé si quiero que un hombre así defienda a mi hijo…- murmuré.

-         Roger no tiene escrúpulos – intervino Andrew – Así que necesitas un hombre que juegue en su mismo campo, pero le dé mil vueltas. Dices que tu chico es inocente: con más razón tienes que asegurarte de que no le enchironen por algo que no hizo. Necesitas un buen abogado, no una buena persona. De todas formas, por sí sirve de algo, Eliah es las dos cosas.

Miré a Andrew deseando poder confiar en él. Tenía muchas preguntas que hacerle, pero en ese momento volvió a sonar el timbre. No me moví de mi sitio, con los ojos clavados en mi padre, como si a  base de mirarle pudiera desentrañar todos los secretos que escondía.

-         ¿No vas a abrir? Será Eliah – me dijo Andrew, cuando el escrutinio fue ya demasiado evidente.

-         Papi, tengo hambre – protestó Alice.

-         Id desayunando. Yo enseguida voy – les indiqué y fui a abrir la puerta.

El abogado de Andrew era un hombre mayor, pero bien conservado. De unos sesenta años, trajeado y con un pelo blanco que hacía pensar que antes había sido rubio. Tenía los ojos de un marrón claro, verdoso y casi amarillo. Un color muy inusual que tenía un efecto hipnótico.

-         El señor Whitemore, supongo. Aunque ahora me dirá que ese es su padre – rió el hombre.

-         De hecho, según parece, ni es mi padre ni soy un Whitemore – murmuré, a raíz de los últimos acontecimientos. He ahí otro detalle en el que no había pensado:  si mi padre era un bastardo que no llevaba el apellido de mi abuelo, ni siquiera podía compartir eso con mis hermanos.

El abogado se puso serio de golpe. Su expresión me indicó que había entendido perfectamente mi comentario y que estaba al tanto de mis peculiares relaciones familiares.

-         Pase. Gracias por venir. Tengo entendido que es usted un hombre muy ocupado – le dije, a modo de bienvenida.

-         Oh, todo lo contrario. Mi trabajo consiste en esperar a que su padre…Andrew… necesite mis servicios.

-         ¿Eso ocurre a menudo? – pregunté, con curiosidad. Hasta el momento, Andrew no había tenido líos con la justicia, que yo supiera.

-         De vez en cuando – respondió el abogado, con cautela.

- Y ¿quién le paga, a juzgar por su traje bastante generosamente, para que no haga nada más que estar disponible para un solo hombre? – indagué, con escepticismo.

-         El Gobierno. Cualquier otra información que desee saber, le sugiero que la consulte con su padre. No tengo permitido decirle nada más y de todas formas no soy la persona de la que debería oírlo. – replicó él.

Me hubiera encantado seguir discutiendo pero tenía otras preocupaciones más urgentes. Le llevé a la cocina, donde los demás habían empezado a desayunar. Harry le estaba ofreciendo una taza de café a John en ese momento y de paso sirviéndose otra él. Casi se le cae la cafetera en cuanto me vio y trató de disimular, porque se suponía que él desayunaba ColaCao. Hice como que no lo veía. Trece años eran suficientes para tomar café, de todas formas, aunque no había manifestado interés hasta ese día.

-         Ah, Eliah. Qué bien que has llegado – saludó Andrew.

Sucedió entonces algo extraño: me di cuenta de que eran amigos. No es que me extrañara que fuera amigo de su abogado, puesto que John y yo también nos llevábamos especialmente bien. Lo extraño era que Andrew tuviera amigos: a partir de una edad, cuando yo tenía ocho años, más o menos,  Andrew dejó de traer gente a casa, más allá de las mujeres con las que se acostaba. Nunca le volví a ver con alguien a quien se pudiera llamar “amigo”, creo que porque mi padre no era una persona fácil como para tenerla cerca.

-         Hubiera venido antes, pero he estado haciendo algunas preguntas sobre el juez que atiende el caso. Vamos al grano, ¿de acuerdo caballeros? Perdón, y señoritas – añadió, en deferencia a Maddie, Barie, Hannah y Alice. - Tengo malas y buenas noticias. Las buenas primero: el juicio lo tenemos ganado. Tengo pruebas y, con tiempo podría conseguir más, de que Roger ha adoptado una identidad falsa, es un policía corrupto y tiene una vendetta personal contra su familia. Eso sumado a que la policía no ha encontrado ningún arma entre las pertenencias de Michael, garantiza su libertad.

Mis hombros se relajaron a medida que iba asimilando sus palabras. Tenía razón: Greyson (el tipo que en alguna dimensión paralela era mi padre), no estaba limpio, así que sus acusaciones contra Michael no se sostenían.

-         ¿Y las malas? – preguntó John, suspicaz.

-         La vista de hoy probablemente la perdamos. El juez no va a juzgar hoy si Michael es culpable o inocente, sino tan solo si puede volver a casa hasta el juicio o debe esperar en prisión. Dado sus antecedentes de fuga, las posibilidades de que le dejen salir son mínimas.

Se me vino el mundo encima. ¿Cuánto podía quedar para el juicio? ¿Un mes? El juez tenía que fijar la fecha. ¿Y Michael no podría volver hasta entonces? Era demasiado. Con ironía, pensé que ese era el tiempo inicial que iba a pasar en la cárcel antes de poder venir a casa, pero “gracias a Greyson” pudimos saltárnoslo. Ahora sabía que no tenía nada que agradecerle a ese hombre, que movía los hilos a su antojo.

-         ¿Qué? – protestó Ted. - ¡No! ¡Él no ha hecho nada! ¿No se puede pagar una fianza o algo así?

-         No cuando su expediente presenta tantas irregularidades. Nunca debió venir aquí en primer lugar, el juez investigará eso y Greyson lo sabe, lo cual significa que tiene un plan para salir limpio o que no le importa. El caso es que ningún juez dejaría a Michael suelto si existe la más mínima posibilidad de que sea culpable. El chico ha dado esquinazo a la policía demasiadas veces. Establecerá una fianza impagable.

-         Mi situación económica es bastante buena ahora – repliqué yo.

-         Sabes que el dinero no es un problema, Eliah – añadió Andrew. ¿Se estaba ofreciendo a contribuir? ¿Él? ¿Don “si no tienes dinero para mantener a tus hermanos, no haberte hecho cargo de ellos”?

-         En ese caso, caballeros, vayan preparando sus carteras. La broma puede salir por seis ceros. Todo lo recuperarán cuando se presente en el juicio, claro.

Me temblaron un poco las piernas ante tal cantidad de dinero, pero estaba dispuesto a pagar lo que fuera.

-         Hay una tercera opción – replicó John, mirando a Eliah con suspicacia. – Si se prueba hoy que Greyson es un policía corrupto, el caso no se sostendrá y el juez desestimará los cargos. No habrá juicio, ni espera.

Miré a Eliah en busca de una confirmación. ¿Por qué no me había hablado de esa opción? ¿Podía fiarme de él? Había hecho bien en decirle a John que viniera también: de él si me podía fiar.

-         Eso no es lo más sensato. – respondió, con calma. – Michael se libraría de todo por esta ocasión, es cierto, pero su expediente seguiría manchado. Si vamos a juicio, señor Whitemore, le puedo prometer que el historial delictivo de Michael quedará borrado, que ese hombre acabará en la cárcel y que el Estado les dará una cuantiosa compensación económica por los años que Michael pasó encerrado injustamente.

Eliah me miró a los ojos mientras hablaba, como si quisiera prometerme solemnemente que íbamos a ganar el juicio.

-         Es verdad que ese tipo tiene la culpa de todo, pero Michael tomó malas decisiones que no creo que puedan borrarse así como… - comenzó John.

-         Coacción a un menor, estimado colega. Créame, una vez se destruya la reputación de Roger, el caso se volverá en su contra.

John y Eliah siguieron discutiendo por un rato, pero dejé de prestarles atención. Tenía mucho en qué pensar. Las palabras de Eliah resultaban tentadoras. A mi hijo le vendría bien tener un expediente limpio… Pero ya había subestimado a Greyson en una ocasión: no iba a cometer el mismo error dos veces.

-         No – les interrumpí. – Haremos lo que dice John, desestimaremos el caso. Greyson sabía que tenía las de perder en el juicio y aún así quiso esto. Debe tener algún plan y no voy a arriesgar la libertad de mi hijo.

-         Bueno… Greyson no sabía que el chico iba a hablar, supongo que eso juega a nuestro favor… - dijo John. Eliah ya casi le había convencido a él.

-         No voy a arriesgarme – repetí.

-         En cualquier caso, la decisión es de Michael – respondió Eliah. – Como su abogado, estoy obligado a comentarle todas las opciones. Tengo derecho a hablar con él unos minutos antes del juicio.

-         ¿Y yo? ¿Yo voy a poder hablar con él? – pregunté, con la voz tomada.

-         Me temo que no. Pero será solo por unas horas. De una forma u otra, esta tarde estará en casa.

-         MICHAEL’S POV –


En algún punto de la noche debió vencerme el agotamiento, porque me quedé dormido y desperté muy temprano, como es habitual en las cárceles. Las luces se encendieron y un guardia recorrió el pasillo instándonos a ir a las duchas. Me entretuve haciendo la cama mientras los demás salían. No habíamos intercambiado palabra alguna, pero porque todos se estaban despertando todavía, bostezando y caminando como zombies hacia los baños. Respiré aliviado cuando George también se fue.

-         Recluso, tienes que ir a las duchas. Esa cama ya está hecha, vamos – dijo la voz del guardia a mis espaldas. Intenté hacerme el sordo, pero era una estrategia que no solía funcionar. - ¿No me has oído?

Noté un tono familiar en su voz. Ese tono de miedo con el que nos hablaban los guardias cada vez que desobedecíamos una orden, que intentaban camuflar sin demasiado éxito. Fingían que tenían autoridad, pero en el fondo sabían que nosotros les superábamos en número y que muchos presos eran realmente peligrosos. Su ventaja era que difícilmente nos poníamos de acuerdo para aliarnos, y entonces no hacíamos número. Pero aun así ninguno quería entrar en un conflicto directo. No realmente: el preso terminaría en una celda de aislamiento, pero ellos podían terminar sin un diente o con algún hueso roto.

-         Enseguida voy… - murmuré, y me giré para que me viera de frente y supiera que no tenía ningún tipo de arma manufacturada. No era bueno darle la espalda a un guardia cuando usaba ese tono. Podía volverse loco y sacar la porra o el spray lacrimógeno.

-         ¿Cómo te llamas, recluso? – preguntó el hombre. Antes, cuando las cárceles tenían dinero, el nombre de cada preso venía en su ropa. Pero yo no había llegado a vivir esa época.

-         Donahow, señor. Michael Donahow…Whitemore.

El guardia me miró raro porque usara dos apellidos, pero su expresión enseguida cambió a un ceño fruncido.

-         Ve a las duchas, Donahow. Ahora.

-         Pre…preferiría no hacerlo, señor – susurré. Intenté controlar los temblores de mis manos.

-         ¡No pienso tener presos apestando, Donahow! A la ducha, ya. Llegaste ayer ¿no?  No querrás empezar con mal pie.

A algunos guardias había que tenerles más miedo que a los otros presos, y no sabía si aquél era de esos. Miré su nombre en el carnet que colgaba de su camisa: Jacob Sparrow. Sin poderlo evitar, sonreí un poco.

-         ¿Algo te causa gracia? – preguntó, rabioso, y vi que su mano se movía un poco hacia su cadera derecha, donde guardaba la porra.

-         No, señor… Solo…su nombre. Jacob Sparrow…Jack Sparrow… Hace dos noches estaba viendo esa película, ¿sabe? La…la del pirata.  Mis hermanos no se podían creer que no la conociera.

Tras un par de segundos, el guardia se relajó visiblemente.

-         Maldita película. La de veces que he tenido que escuchar bromas de esas.

-         Es divertida. Aunque es una putada llamarse así – reconocí, quizá con demasiadas dosis de sinceridad. Se sintió bien decir una palabrota sin recibir una mirada acusadora de Aidan.

Pude ver que el guardia se sentía más tranquilo, una vez seguro de que no me iba a poner violento. Yo me sentí tranquilo también, al saber que él tampoco se iba a poner así.

-         Ve a la ducha, chico. No voy a repetírtelo más veces – insistió, con cansancio.

Suspiré, sabiendo que no tenía más remedio que obedecerle. No todo el mundo tenía la misma paciencia que Aidan. De todas formas, en un par de horas me iba a ir al juzgado, más me valía pensar en eso y no en tonterías… como en lo que podía pasarme en los baños.

No eran los silbidos lo que me preocupaban. Tenía que estar atento por si había algún degenerado como los que habían mencionado mis compañeros de celda, pero mi verdadero miedo era George. La ducha era un gran momento de debilidad y era muy probable que él quisiera aprovecharlo. No sabía exactamente que le había ordenado Greyson, pero había tenido toda una noche para pensar que si la vista iba a ser en unas horas, tal vez parte de las funciones de George como matón a sueldo era acojonarme para que no dijera ni mu. Un poco tarde para eso, porque ya había hablado con mi abogado, aunque todavía no había dado muchos detalles.

Fue la ducha más corta que me he dado en mi vida. Lo suficiente para mojarme el pelo y que los guardias vieran que me había duchado. Me vestí a toda prisa y, cuando ya iba a respirar tranquilo por haber completado la misión sin incidentes, vi con horror que George me esperaba en la puerta. Sin pensarlo, actuando por instinto, me metí en uno de los cubículos y me subí encima de un váter, pensando en esconderme ahí todo el tiempo que pudiera. Casi se me detiene el corazón cuando escuché a alguien intentando abrir la puerta.

-         Chico, no puedes quedarte ahí todo el día – me dijo una voz familiar. Reconocí el timbre profundo de Pinzas. - ¿De quién te escondes? Si yo te he visto entrar, otros te habrán visto entrar.

-         Me arriesgaré – repliqué, pensando que había sonado muy infantil. Con tristeza, pensé en una situación similar en casa de Aidan. Me había escondido en el baño en lo que él llamó “una pataleta de niño grande”. ¿Por qué me había escondido, si aquél era el lugar más seguro que había conocido nunca? En ese momento hubiera dado cualquier cosa por volver a ese día y sentirme así de seguro. Cualquier cosa.

-         Los guardias harán un conteo antes del desayuno y si no estás junto a tu cama te meterán en aislamiento.

Me estremecí. El solo oírlo nombrar me provocaba escalofríos. Era un lugar al que no quería volver nunca.

-         Si salgo de aquí nada garantiza que llegue a mi cama. De hecho, hay muchas probabilidades de que no llegue. No entero, al menos.

-         ¿Te han amenazado?

-         Algo así – admití.

-         La mitad de amenazas que se hacen aquí no van en serio, chico. No hay medios para cumplirlas.

-         Solo hace falta un segundo para matar a una persona – susurré, tan bajo que no sabía si podría oírme – O para dejarla malherida.

Hubo varios segundos de silencio, hasta que finalmente Pinzas volvió a intentar abrir la puerta.

-         Déjame entrar. Si no vas a salir al menos déjame entrar para que podamos hablar.

-         Puedes hablar desde ahí –repliqué.

Pinzas golpeó la madera.

-         ¡Maldita sea, chico! ¡Distingue quién quiere ayudarte de quién quiere hacerte daño!

-         ¡Lo siento, pero no he resultado muy bueno en eso últimamente! ¡Me engañan una vez, y es culpa de quien me engañó, me engañan dos y soy idiota!

-         ¡George ya se ha ido, mocoso, puedes abrir y dejar de hacer el imbécil!

Me quedé a cuadros.

- ¿Sabíais que estaba huyendo de George?

-         He visto como te miraba. Y ayer fue el último en estar contigo antes de que te atacaran, no hay que ser un genio.

Dudé unos segundos, pero al final me decidí a abrir. Tal vez Pinzas sí iba a ayudarme. Y si no, siempre podía intentar encerrarme de nuevo.

Cuando la puerta se entreabrió, Pinzas empujó para que no cambiara de opinión. Luego entró conmigo al cubículo y volvió a cerrar la puerta. Tragué saliva. Aquello no había sido una buena idea. No tenía donde esconderme en un espacio tan pequeño. Me pregunté cuál era la intención de aquél hombre. ¿Quería golpearme o hacer algo más… sucio? Mi filosofía consistía en evitar los conflictos, por eso había optado por encerrarme en lugar de enfrentarme a George, pero si tenía que recurrir a la violencia, lo haría. Ese hombre no me iba a tocar.

Resultó que solo quería hablar conmigo sin testigos y sin ojos curiosos que nos molestaran.

-         Mira, chico, no sé qué le has hecho a George ni si le has hecho algo en primer lugar. Ese inglés es más cerrado que las piernas de una monja. Pero si te ha convertido en su objetivo, no vas a solucionar nada escondiéndote aquí.

-         Solo tengo que aguantar hasta el juicio. Creo que le han pagado para hacer que… no diga la verdad…. Claro que entonces… cuando vuelva aquí….soy hombre muerto.

Pinzas me miró fijamente y me sentí sondeado por sus ojos marrones.

-         Cuando uno cae aquí no tiene nada que perder, niño, salvo su conciencia. Si todavía tienes una limpia, no dejes que se ensucie  y menos por miedo a un inglés de mierda. Si te va bien en el juicio no volverás aquí. Y si vuelves aquí, yo me encargaré de que no te pongan una mano encima. Pero si tienes algo que decirle al juez, a tu abogado o al vecino de enfrente, díselo. Porque una vez entres aquí, entres en serio, con una sentencia por varios años, no tendrás nada más que decir. Nunca. Porque a nadie le importará.

Las palabras de Pinzas –quien por lo visto se llamaba Kevin, pero me prohibió llamarle así- resonaron en mi cabeza durante el resto de la mañana. Todo transcurrió sin más incidentes hasta el momento en el que me trasladaron al juzgado. George no me molestó y yo tenía claro que debía responder a cualquier pregunta de John con la verdad. Nada podía ayudarme con la vista, pero tal vez consiguiéramos algo para el juicio.

Cuando llegué al edificio donde se iba a decidir mi futuro inmediato, el guardia que me acompañaba me hizo entrar a una habitación en la que me tenía que reunir con mi abogado. Pero allí no estaba John, sino un hombre más mayor y con aspecto de ricachón.

-         Ah, señor Donahow. Soy Eliah Wayne. Soy su nuevo abogado.

-         ¿Nuevo? Pero… ¿qué pasó con John? ¿Ha rechazado mi caso y me mandan uno de oficio? – pregunté, aterrado por esa posibilidad. Le había contado cosas a John. Cosas importantes. ¿Y si finalmente había tenido razón, le habían sobornado y él había aceptado el soborno? ¿Y si le había “pasado algo” por querer ayudarme? Debería haber sabido que Greyson se inmiscuiría de alguna manera…

-         No paso nada, está esperando fuera, junto con Aidan. Pero ahora te represento yo.

-         ¿Por qué? ¿A..Aidan está aquí?

-         Eso dije. Pero no le van a dejar pasar. Le verás en un rato, de todas formas. Y después te irás con él a casa.

-         ¿Me iré? – un rayito de esperanza quiso abrirse paso, pero no le dejé - ¿Eso no tiene que decirlo el juez?

-         El juez probablemente dirá que tienes que esperar al juicio en la cárcel, pero Aidan va a pagar tu fianza – me informó el tipo. – Eso va a ser rápido, ya he hablado con el fiscal. Va a pedir una fianza de cuatrocientos mil dólares. Aunque es menos de lo que esperaba, es excesivo, dado que no has hecho daño a nadie, pero Aidan ha insistido en aceptarlo. Dice que “me da igual si piden eso o un millón, o cinco millones. Les doy todo el dinero del mundo si me devuelven a mi hijo”.

Parpadeé, asimilando aquella sobredosis de información. Aquello sí sonó como algo que Aidan diría. De pronto me llené de paz: me quería. Aidan realmente me quería, más de lo que suponía, más de lo que esperaba. Le daba igual que fuera un criminal… seguía llamándome hijo.

Pero…cuatrocientos mil dólares…

-         No puedo permitir que pague tanto dinero por mí. Solo para que pase unos días más en su casa… luego volverán a meterme en la cárcel, después del juicio.

-         El juicio lo vamos a ganar, Michael. Tenemos suficientes pruebas de que ese policía es corrupto.

-         ¿John se lo ha contado? – pregunté, nervioso. ¿Significaba eso que Aidan lo sabía? ¿Qué opinión tendría de mí? ¿Sería capaz de perdonarme por haber formado parte de un plan en su contra?

-         Me ha puesto al día, pero he hecho mi propia investigación. En los días que quedan, podemos construir un caso sólido. No volverás a la cárcel.

Lo decía con tanto convencimiento que casi me lo creí.

-         Aun así… es demasiado dinero…

-         Aidan asegura que lo tiene. De todas formas… - dijo el abogado, y pareció dudar antes de continuar. – Hay una forma en que podrías devolvérselo.

-         ¿De verdad? – pregunté, con incredulidad. Como no fuera volviendo a robar…

-         Sí. Si ganamos el juicio podremos conseguir una indemnización bastante cuantiosa. Pero debo advertir que Aidan pretende desestimar el caso.

-         ¿Eso que significa?

-         Si presento determinadas pruebas ante el juez, antes del juicio, tu caso no será considerado válido. Quedarás libre, pero tus antiguos delitos seguirán ahí, en tu expediente. De la otra forma, si vamos a juicio, puedo conseguir que tu expediente quede limpio…

-         … y que nos den dinero. Quiero esa opción – dije, sin dudarlo. Las palabras de Pinzas me vinieron a la mente. “Si todavía tienes una conciencia limpia, no dejes que se ensucie”. No, no la tenía limpia, pero podía empezar a limpiarla si no dejaba que Aidan perdiera dinero por mi culpa. Si empezaba a darle cosas, en lugar de a quitárselas. Le iba a hacer frente a Greyson. Con todo lo que tenía. Ya había dado el primer paso, después de todo, abriéndome ante John.

-         ¿Estás seguro?

-         Totalmente. Quiero ir a juicio y ganarlo.

-         Es mi deber advertirte que también podemos perderlo. Es una posibilidad que considero muy remota, pero Aidan cree que el policía puede tener algún plan…

-         Me da igual. Es eso, o que no pague mi fianza. – decreté.


- AIDAN’S POV -

Ninguno de mis hijos quería entrar a clase. Prácticamente les había tenido que obligar a meterse en el coche, pero lo que no podía por más que lo intentaba era hacerles salir. Desde Alice hasta Alejandro, se agarraron a los asientos e hicieron una sentada pidiendo venir con Ted y conmigo al juzgado.

-         Ya os he dicho que no puede ser. Chicos, yo tengo que ocuparme de Mike, necesito saber que estáis bien y solo me quedaré tranquilo si sé que estáis en clase.

-         Podemos quedarnos con el abuelo – sugirió Kurt.

Andrew nos había acompañado al colegio porque desde ahí íbamos a ir directamente al juzgado. John y Eliah ya habían ido, y nos encontraríamos allí.  Le miré de reojo para ver cómo reaccionaba ante la sugerencia de mi hijo, pero no dio señal alguna de haberlo escuchado. Andrew sabía cómo permanecer indiferente cuando quería.

-         El abuelo también se viene – le explicó Ted. Le eché una  mirada furibunda, a ver si iba a empezar con eso de “el abuelo” él también. Me dije que seguramente se había limitado a adoptar el lenguaje del enano, sin compartir su forma de ver las cosas… O eso quería creer.

-         ¡Entonces nosotros también vamos! – decretó Hannah - ¡Yo quiero ver a Michael!

-         Esta tarde le verás, enana. Te estará esperando en casa cuando vuelvas. – la prometí, esperando más que nunca poder cumplir esa promesa.

-         ¡No, le veo ahora!

-         ¡Vamos contigo, papa! – protestó Zach.

-         No es como si nos fuéramos a concentrar hoy… - añadió Barie.

-         ¡Bueno, ya basta! Salid del coche y entrad al colegio, vamos. Vais a llegar tarde. – intenté poner un tono autoritario, algo abrumado porque eran mayoría y yo no tenía fuerzas para pelear con nadie.

-         Y una mierda – replicó Alejandro.

-         …Ya había hablado de esto contigo, Alejandro. Y os he hecho las notas para que os dejen tener el teléfono. Te llamaré en el minuto en el que sepa algo, caramba. Sé un buen ejemplo para tus hermanos, entra a clase.

-         Michael también es mi hermano, papá – protestó él. Oírle decir aquello fue conmovedor, únicamente el momento no era el adecuado.

-         Ya lo sé, canijo. Lo sé. Pero necesito de vuestra ayuda hoy… Por favor…

-         No se lo pidas por favor. Eres su padre, tienen que obedecerte – intervino Andrew. Hasta entonces había estado callado y yo no había caído en la cuenta de que estaba siendo observador por mi padre (…mi tío…) mientras trataba con SUS hijos. De pronto me sentí examinado, pero me dije que eran tonterías. No tenía que pasar ninguna prueba. Él no tenía derecho a decirme cómo educarles, puesto que había renunciado a ellos.

-         Esto es difícil para todos, solo intento ser comprensivo – repliqué. – Pero es cierto que tenéis que hacerme caso, así que venga, al colegio todo el mundo.

-         ¡No! – respondieron todos a la vez. Me enfrentaba a una rebelión y el bando enemigo me superaba nueve a uno. O nueve a dos…

-         Enanos, haced caso a papá. – pidió Ted. - Ya os ha dicho que no podemos entrar todos en el juzgado. Además, va a ser muy rápido, es solo una vista, no es un juicio. Al juicio iremos todos, ¿está bien?


Esa idea pareció convencer a mis hermanos, pero yo bufé, porque no estaba de acuerdo y Ted había tomado esa decisión por su cuenta. Aún así, supe que negándolo en ese momento solo empeoraría las cosas.

-         Está bien… - aceptó Cole, y fue el primero en bajar del coche. Uno a uno el resto de mis hijos fue imitándole, salvo Hannah, que se quedó en su asiento enfurruñada. Kurt, al ver que su gemela se quedaba, decidió quedarse también, pero él me miró con ojitos brillantes, como si me estuviera pidiendo que no me enfadara

-         Ha-nnah – silabeé su nombre a modo de advertencia. Mi princesa me giró la cabeza, haciéndome el vacío. Suspiré, sin saber qué hacer. Esa niña adoraba a Michael y no iba a parar hasta que le llevara con él. Pero es que tampoco le iba a ver…Un juzgado no es lugar para unos niños. – Hannah, me estoy enfadando. Lo mismo te digo a ti, Kurt.

-         ¡QUIERO IR CON MICHAEL! – gritó Hannah.

-         Cuento hasta tres para que bajéis y no os gustará lo que pase si no me hacéis caso…Uno….- dije, y Kurt hizo ademan de bajarse, pero luego vio a su hermana y se volvió a sentar - …dos…y….

-         Y nada, papá, y nada. Tienen seis años, por Dios, les puedes sacar del coche tú mismo sin necesidad de armarla aquí – me cortó Ted y cogió a Hannah en brazos, obligándola a salir.

-         ¡NO, NO, SUÉLTAME, SUÉLTAME!

La gente empezó a mirarnos, atraída por los gritos. Iba a regañar a Hannah por el escándalo que estaba montando, pero eso dejó de tener importancia cuando ella le dio un manotazo a Ted en la cara. En la cabeza. Por motivos obvios que creo que no necesitan explicación, yo estaba más que sensible con que Ted se llevara golpes ahí, incluso aunque fuera el inofensivo manotazo de una niña de seis años. Había pasado demasiado miedo con su accidente como para ser racional. La saqué de los brazos de Ted, furioso, y…

-         ¡No la pegues! – me pidió Ted, aunque más bien sonó como una orden. – No vas a conseguir nada así. Es solo una niña pequeña preocupada por su hermano. No me hizo daño y no hay necesidad de hacer llorar a nadie. Nadie más debería llorar en esta casa por mucho tiempo. Estoy harto de sorpresas, de accidentes, de llantos y de golpes.

-         No la iba a golpear, Ted. – me defendí, porque eso sonó demasiado mal. – Solo iba a…

-         A hacerla entrar en clase llorando desconsolada después de haberla pegado. Seguro que así tiene un gran día – me increpó y, a pesar de su acidez, pude ver su punto.

-         Ya he oído suficiente. No vas a tocarles, Aidan. Si no sabes tratar con ellos de otra manera jamás debiste hacerte cargo – me esperó Andrew. En ese momento le habría golpeado. Tenía muchas cosas que decirle, muchas verdades que soltarle a la cara, pero si no lo hice no fue solo porque mis hijos estuvieran delante, sino porque algo de lo que dijo me golpeó en todo el centro. ¿No sabía tratar con ellos de otra manera?

Me agaché para ponerme a la altura de Kurt, que aún estaba sentado en el coche. Me miraba con un puchero a medio formar, pero no dijo nada. Me había prometido a mí mismo varias veces en los últimos tiempos que iba a ser más paciente con él y ni siquiera había tenido que esforzarme, porque él se había portado bastante bien.

-         Tienes que entrar al cole, Kurt. No puedo llevarte conmigo. ¿Me vas a hacer caso?

Kurt asintió, aún sin deshacer el puchero, así que estiré la mano para empujar suavemente su labio y que cambiara esa expresión.

-         Ese es mi campeón. Abrazo al papá – le pedí, y él se tiró a mi cuello agarrándome con fuerza. Sonreí por su entusiasmo y le revolví el pelo. Después le di una palmadita cariñosa y le dejé en el suelo. Cerré la puerta del coche para que nadie pudiera entrar de nuevo a amotinarse. Después me giré hacia Hannah.

Mi princesa se había hecho un escondite perfecto en el cuello de Ted. Le lancé una mirada a mi hijo mayor para que la soltara y él negó con la cabeza. Levanté un poco una ceja y él suspiró, para después agacharse  y dejarla en el suelo. Yo me agaché también, para ponerme a su altura.

-         Vas a entrar al colegio, con tus hermanos. No podemos hacer otra cosa, Hannah.

Hannah no asintió, pero tampoco dijo que no, así que lo consideré un progreso.

-         Pídele perdón a Ted. Le has pegado y él solo te estaba ayudando a que te portaras bien y te libraras de un regaño.

-         Perdón, Tete… - murmuró mi pequeña, demostrándome que no había sido su intención hacer daño a su hermano.

Le di un abrazo a ella también, y le di una palmada algo más fuerte que a su mellizo.

PLAS

-         ¡Au!

-         ¡Aidan! – me gruñó Andrew.

-         Ve al cole, bebé. Michael se pondrá muy contento si sabe que te has portado bien.  – la dije, ignorando a Andrew, y aquella frase pareció ser la indicada, porque ella entreabrió la boca y asintió, entrando con sus hermanos.

En cuanto todos, menos Ted y Dylan, estuvieron dentro, miré a mi padre y me enfrenté a él.

-         No tienes voz ni voto sobre cómo trato con mis hijos. Ese chico de ahí tiene diecisiete años, y ha sido más padre que tú, a pesar de que yo he intentado criarles como hermanos – le dije, señalando a Ted. – Jamás les haría daño. Si me conocieras solo un poco lo sabrías.

-         No me gusta que les pegues… - protestó él, débilmente.

-         Ni a mí tampoco. Pero no se parece ni remotamente a lo que hacía Joseph – le aseguré, sabiendo que parte de su objeción era legítima.

-         Papá nunca nos ha hecho daño – susurró Ted, algo vergonzoso de pronto. – Siempre es bueno, y justo, y tampoco pierde la paciencia fácil.

Las palabras de Ted, lejos de hacerme sentir complacido, me provocaron una punzada de culpabilidad. En una ocasión muy reciente yo no había sido justo ni bueno con él, y puede que hasta le hubiera hecho daño.

-         Sigue sin gustarme – replicó Andrew. – Pero… entiendo que no es mi decisión para tomarla.

-         Gracias por entenderlo – respondió Ted. – Si vas a …estar un rato con nosotros… será mejor si logramos no pelear, por esto ni por otras cosas.

Andrew asintió, mostrando su acuerdo, y luego miró a Dylan.

-         ¿Por qué él no entró?

-         Dylan va a otro colegio. Le dejaremos, e iremos al juzgado.

Media hora después estábamos entrando en un edificio con muchas cristaleras, que a mis ojos parecía más un edifico de oficinas que una casa de justicia. Eliah y John nos estaban esperando. Eliah me dijo que se iba a hablar con el fiscal, para llegar a un acuerdo sobre la fianza. Le pregunté si eso no era rendirse antes de tiempo pero él me aseguró que así era como se hacían las cosas. Al poco volvió diciéndome que el fiscal iba a pedir cuatrocientos mil dólares. Eliah estaba enfadado, le parecía una burrada y decía que ese hombre era un idiota, pero le dije que así estaba bien. Pagaría lo que fuera por tener de vuelta a mi hijo. Si para algo iba a servir el dinero que recientemente había adquirido, era para ayudar a mi familia. Además, las fianzas se recuperan, si el acusado se presenta al juicio.

Después, Eliah fue a hablar con Michael y yo le envidié profundamente, porque no me estaba permitido  hacerlo. Minutos más tarde, antes de sentirme preparado, tuvimos que pasar a una salita para que la vista diera comienzo.

Los ojos de Michael se clavaron en los míos en cuanto le hicieron entrar. Llevaba un horrible mono de presidiario y cuando un guardia le hizo sentarse, le vi hacer una mueca de dolor y llevarse la mano al hombro. Quise saltar hacia él en ese momento, pero Eliah me sujetó.

-         Calma. Eso no ayudará – me dijo, entre dientes.

-         ¡Esta herido! – respondí de la mima forma - ¡Solo ha pasado una noche en ese lugar y ya le han hecho daño!

-         No va a volver ahí. Si me dejas hacer mi trabajo – apuntó y, con grandes esfuerzos, conseguí calmarme. Habían sentado a Michael lejos de nosotros, no entendía por qué. En las películas, el acusado se sentaba junto a su abogado. Haía imaginado que iba a poder cruzar algunas palabras con él, pero en lugar de eso me tuve que conformar con observarle. En tan solo un día, mi hijo había cambiado mucho. Michael era una persona segura de sí misma, confiado, y en ese momento parecía de todo menos eso. Era la viva imagen del miedo y la preocupación.

Todo sucedió muy rápido. No entendía todo lo que estaba pasando, pero si comprendí que el juez le concedía el turno de palabra primero al fiscal y luego a Eliah.

-         Señoría, el señor Donahow tiene un expediente delictivo y antecedentes de fuga fuera del país.  – argumentó el fiscal. – Se le acusa de agredir a un policía y portar armas, por lo que no sería seguro dejarle en libertad hasta el juicio.

-         Los agentes no encontraron ningún arma entre las posesiones de mi cliente, señoría – replicó Eliah. – Y en cuanto a su historial de fuga, mi cliente nunca antes había tenido una familia. Lleva tres meses viviendo con el señor Whitemore y en todos esos días no ha fallado ni uno solo en presentarse a la comisaría.

-         Según mi registro, faltó un día, sin avisar a nadie – replicó el fiscal.

-         ¡Eso es mentira! – protestó Michael. – Llamé a Grey…a mi jefe…por teléfono.

-         ¡Silencio el acusado!  - llamó al orden el juez.

Sorprendido, intenté pensar qué día había sido ese. Me di cuenta que se refería al día en el que Ted ingresó en el hospital, justo antes de Halloween. Mis hijos no tenían clase y él se quedó a cuidar de ellos…

-         La defensa tiene razón al afirmar que no se encontraron armas durante el registro – comenzó el juez, pero yo veía un “pero” a kilómetros de distancia. – Sin embargo, el riesgo de fuga es demasiado alto. El acusado deberá esperar al juicio en un centro penitenciario – sentenció. - ¿La fiscalía propone una fianza?

-         Cuatrocientos mil dólares, señoría.

-         La fianza queda fijada en cuatrocientos mil dólares. – dictaminó el juez, golpeando con su mazo.

Un par de formalismos más, y de pronto todo había terminado. Ya me iba a relajar, cuando vi que los mismos guardias que le habían traído levantaban a Michael de su silla.

-         ¿A dónde se lo llevan? – le pregunté a Eliah. – Pagaremos la fianza, tienen que soltarle.

-         Primero tienes que hacer la transferencia. Llama a tu banco. Llámales ahora mismo. Yo me encargo del resto.

Hice lo que me pedía mientras observaba a Eliah alejarse. Cuando colgué, John se acercó con Ted y Andrew, que habían estado en un banco detrás de nosotros.

-         Eliah ha ido a ocuparse de que lo suelten…

John asintió, pero noté que tenía el ceño fruncido.

-         ¿Qué ocurre?

-         Lo normal en estos casos es que Michael vuelva a la cárcel, hasta que el pago de la fianza se formalice.

-         Ah, lo normal, salvo si tienes los contactos adecuados – replicó Andrew. – Por eso te dije que dejara que Eliah se encargara, Aidan. Todo es más fácil si tienes… influencias.

Parpadeé, observando la espalda de Eliah que estaba hablando con el fiscal en ese momento. ¿Quién sería aquél “abogado del gobierno”, para que mi padre hablara de él con tanta admiración? ¿Y cómo era que se conocían?

Salimos fuera a esperar a Eliah y a ver si veíamos a Michael, pero no tuvimos suerte. Si vimos, sin embargo, a una conocida mujer rubia que se mantenía algo apartada de la zona donde había algunos  periodistas.

-         Ha venido Holly – sonrió Ted, sorprendido.

Yo sonreí también, inicialmente, pero después respiré hondo y dejé que el aire escapara de mis pulmones, y con él parte de mi idealismo. Mi familia s estaba cayendo a pedazos. Mi hijo estaba en la cárcel, mi padre no era mi padre, mis hermanos no eran mis hermanos. Aquél no era momento de perpetuar un estúpido romance. Le pedí a Ted que esperara junto a Andrew, que me lanzó una mirada inquisidora de con la que me preguntaba quién era ella. Sin responderle, me separé de ellos y me acerqué a Holly.

-         ¿Cómo ha ido? – me preguntó ella, antes de saludarme, ni nada. Pude ver que su preocupación era genuina y eso solo volvía más difícil lo que la tenía que decir.

-         Ha ido… lo mejor posible. Michael se viene a casa, bajo fianza.

-         Oh, Aidan, me alegro tanto. ¿Cómo está él? ¿Tú cómo estás?

-         No he….no he podido hablar con él. Pero parecía asustado…

-         No es para menos.. Pero al menos ahora estará en casa.  Si puedo hacer algo por ayudar… - se ofreció.

-         En realidad, sí puedes hacer algo.

-         Lo que sea – me aseguró.

La miré a los ojos, deseando besarla en ese momento más que nunca. Deseando pedirle que se quedara a mi lado para siempre, que era todo lo que nunca me había atrevido a soñar, que nunca había conocido a alguien tan dulce, bueno y comprensivo.

-         ….Tenemos que dejar de vernos – susurré – Y de hablar. Yo…ahora tengo que centrarme en mi familia.

Como a cámara lenta, sus ojos se apagaron. Su mirada se llenó de dolor y supe, como algo tangible, que había hecho una de las cosas que me había prometido que nunca haría: le había roto el corazón.










6 comentarios:

  1. Porque aidan, muchas sorpresas pobre le ha llovido a cántaros, me quedo más intrigada que pasar?? muero lentamente 😱😱😱.....

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  2. Esto se pone cada vez más bueno gracias por actualizar dreamgril, no nos dejes con la intriga mucho tiempo jejejejejjee y que no se termine el noviazgo con Holly

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  3. Waoo se siente el dolor de Aidan en las palabras, al no sentirse hijo de Andrew, ni hermano de sus hermanos... sin embargo en las palabras del propio Andrew "no como el cree" espero mas aclaratoria... creo que hay algo bueno en todo esto que Andrew haya decidio quedarse con Aidan un bueno motivo tuvo y me aferro a eso.

    Bello el cap y como siempre me quede con ganas de mas..

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  4. Maravilloso, genial, uno de los capítulos de que más me han gustado hasta ahora. Como se mueven los hilos de la trama creando el dibujo de la historia es majestuoso.
    Espero con ansias el próximo capítulo, pues nos dejaste a la expectativa pero con la esperanza de un amanecer soleados.

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  5. Aaaahhhh quiero gritar y de echo lo hago muy fuerte jajaja no queria que el capitulo terminara, genial, genial Dreamgirl esta historia es una de mis favoritas no se ni que pensar duele en verdad lo que le pasa a Aidan deben aclararse muchas cosas no puede ser cierto que no sea un whitemore no despues de todo lo que ha sufrido y los sacrificios que ha hecho y del amor que se tienen entre el y los chicos odio que Andrew aparezca solo a inquietar su alma y corazon ohhh que buen capitulo ya quiero leer las reacciones al tener a Michael con el y que se empiecen a resolver todos estos enredos FELICITACIONES!!!! un capitulo excelente por favor no tardes en actualizar
    Un abrazo de una fiel lectora y admiradora
    Anita

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  6. Waaooo que capítulo Dream mm creo que me aclaras una duda y se suman 10 más...
    Estoy con Sanha y quiero saber exactamente que esconde eso de que le robó algo pero no como él cree
    Mm estoy con la mente toda revuelta y no es justo que ahora resulte que Aidan no es hijo de Andrew que bueno en algún momento todos deseamos que no fuera hijo de él porque la diferencia de persona era muy grande ...
    Pero también es linda y extraña la forma en que ahora defiende a sus hijos y hace todo lo posible para que Aidan no les castigue ...
    Dream de verdad espero encontrar más capis que si no cPz que me la voy a pasar mandándote mensajes y capaz que me acabas bloqueando jejeje

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