jueves, 10 de enero de 2019

Epílogo Trece primos y una historia: Lacour






Unas semanas antes…
En un evento privado en una lujosa funeraria de Lomas de Chapultepec que había cerrado para la ocasión, hombres, mujeres y parejas elegante y sobriamente vestidas de negro bajaban de lujosos autos y camionetas, cuando entre un jaguar y una land rover se detuvieron dos camionetas escalade ESV negras de las que bajaron un joven seguido de catorce adolescentes y niños. Todos iban impecablemente vestidos de negro, y entraron solemnemente al recinto. No había ceremonia formal, las personas presentaban sus respetos al difunto y se retiraban. Algunos de los más allegados conversaban en voz baja en sillones de piel distribuidos en la sala. Nadie ofreció al mencionado grupo más allá de un respetuoso saludo o un pésame, a pesar de ser los más cercanos al difunto. La niña mayor y los chicos mayores que ella, incluyendo al joven, se acercaron a despedirse del difunto, en cuyo ataúd estaba sobre él muerto su carta de suicidio, tres renglones:
“Perdóname Dios
Perdonadme, hijos
Perdonadme, mis nietos”
Después de unos minutos los niños y el joven se retiraron, tan inadvertidamente como se habían presentado. Y fue así como se cerró un capítulo en la historia de la familia Lacour, separándose definitivamente de la organización Alba, de la que habían sido miembros durante varias generaciones.
La vida lentamente volvió a la normalidad en la familia Lacour, con el dinero de vuelta muchas de las amistades y eventos a los que estaban acostumbrados los chicos regresaron, así como su anterior escuela y compañeros, y Jonathan y Moisés se adaptaron muy rápidamente también. Los problemas ocasionales de toda familia continuaron también, y Miguel Ángel tuvo que castigar a alguno de los chicos de vez en cuando. Pero además de que la casa de Interlomas se volvió más ruidosa con tantos niños, algo cambió en la familia respecto a su vida anterior a la tragedia y las subsecuentes aventuras, y eso fue que la familia se volvió más unida. Ahora sabían que contaban unos con otros, y aunque disfrutaban a sus amigos y amigas, novias y novios, y hobbies, ahora valoraban a la familia sobre todo lo demás.

Jonathan POV
Yo estaba dibujando garabatos en mi cuaderno, esperando que el reloj de la escuela marcara las 2:00pm. Era la última clase del viernes, y nadie estaba poniendo atención a la pobre maestra de biología, que seguramente estaba tan desesperada como el resto de los niños de primero de secundaria por que acabara el tiempo.
Mientras tomaba una decisión, vi como las manecillas daban su último movimiento, y con un lag de medio segundo, el timbre de la escuela
RIIIING RIIIING
Algunos chicos agarraron sus mochilas y salieron atropelladamente al pasillo principal, yo guardé mis cuadernos mientras seguía pensando en lo que me había rondado la cabeza todo el día, y salí tranquilamente, cediéndoles el paso a unas niñas.
Salí de la escuela a la calle, donde varios vigilantes de la escuela trataban de cuidar y organizar a los niños que se subían desordenadamente a autos Mercedes-Benz, BMW, Audi, o a camionetas Land Rover, Suburban, etc…, en los que los esperaban sus chóferes o sus mamás.
Yo identifiqué primero el carro de escoltas de los Lacour, un Ford Interceptor, seguido de una de las camionetas Cadillac favoritas de la familia.
—Hola— me dijo Sofía cuando me alcanzó.
—Hola
Los escoltas nos habían visto y dos se bajaron para acompañarnos a la camioneta y abrirnos la puerta, mientras tomaban nuestras mochilas. Éramos los primeros (los peques que iban en primaria salían una hora antes y ya los habían recogido), así que aprovechamos para sentarnos en la segunda fila de la camioneta, donde estaban los asientos más amplios. Había una botella nueva de jugo de arándano en el portavasos lateral, y yo la abrí para tomármela.
Unos instantes después Santiago entró por la puerta del copiloto y se sentó en ese asiento, para prender el radio inmediatamente con rock a todo volumen.
—¡Bájale a eso!—le gritó Sofía, y como la ignoró—Manuel bajale por favor.
El chófer, que seguramente también estaba disgustado por el volumen, pero jamás lo habría expresado, aprovechó su petición para bajarle a ¾ de lo que estaba el volumen.
—Gracias—le dijo Sofía
En eso Román y Bruno entraron molestándose y pegándose medio de juego, y se quejaron inmediatamente de que les habíamos ganando los asientos de la segunda fila. De mala gana se pasaron para el asiento de la tercera fila, mientras uno de los guardaespaldas guardaba nuestras mochilas en la cajuela.
Fernando se acercó del lado del chófer, y Manuel bajó su ventana.
—Quiero manejar hoy, además no me quiero ir allá atrás con esos changos, dijo señalando a Bruno y Román que seguían dándose codazos mientras prendían una película en una tablet.
Manuel le bajó más a la música y prendió el radio de comunicación de la camioneta.
—El señor Fernando va a manejar. Dejo abierto canal 7.
—Perfecto—sonó una voz proveniente del radio del vehículo de los escoltas.
—Mantenga el volumen de la música bajo, cualquier cosa comuníquese con nosotros presionando este botón.—dijo presionando un botón en el volante.—Siga nuestras indicaciones si nos comunicamos con usted, recuerde que los protocolos son para mantenerlos a salvo. No baje ninguna de las ventanas ni desbloquee las puertas antes de que se lo autoricemos, bajo ninguna circunstancia. Conduzca con cuidado.
—Sí Manuel, ya me sé los protocolos.
—No está de más insistir, señor.
El chofer se bajó de la camioneta y Fernando se sentó en el asiento del conductor.
—Y una cosa más, señor, no me voy hasta no ver que todos traigan el cinturón de seguridad puesto.
Sofía y Santiago ya se lo habían puesto, yo me lo puse en ese momento, pero Bruno y Román estaban tan metidos en su película que ni caso hacían.
—Ponle que Frosties—gritó Román
—¡Que se pongan el cinturón!—les gritó Fernando
—¿Por qué? Estamos viendo Bandersnatch, la nueva de netflix que es la primera película interactiva de la historia. —respondió Bruno
—Porque manejo yo
Se lo pusieron dramáticamente rápido, como si sus vidas dependieran de ello.
—Más vale prevenir que lamentar. —dijo Román para molestar a Fernando.
El chófer se fue al carro de atrás, y Fernando sacó la camioneta de la línea de espera frente a la escuela.
Llegamos a la casa sin contratiempos, y cada quien nos dirigimos a nuestros cuartos para cambiarnos el uniforme, pero al pasar frente al comedor Miguel Ángel, que estaba comiendo con los peques, nos llamó.
—No tarden en bajar a comer.
Nosotros asentimos. Era costumbre de Miguel Ángel que comiéramos todos juntos el viernes en la tarde, y él nos preguntaba a cada uno de nosotros como nos había ido en general en la semana, y aprovechaba para mencionar o preguntar acerca de algo que hubiera notado de nosotros, pero nunca cosas demasiado personales o incómodas, pues esas las trataba en privado con cada uno de nosotros.
Ya en mi enorme cuarto me quité el chaleco, la polo y el pantalón del uniforme. Y solo en bóxer me metí al baño a vaciar mi vejiga. Todavía no acababa de acostumbrarme a tener mi propio cuarto por primera vez en mi vida, pero ahora en esta enorme mansión lo que sobraba era espacio y todos los chicos que quisimos cuarto propio nos asignaron uno hasta con baño y regadera privados.
Después busqué el celular en la bolsa de mi pantalón que había tirado al suelo, y me senté nerviosamente en mi cama. Cuando finalmente me animé, marqué el número.
Ring ring
—Bueno— contestó una ruda voz femenina
—Bueno. Buenas tardes, señora, habla Jonathan. ¿Se encuentra Alejandra?
—Qué gusto escucharte otra vez, mijo. Espero que estés muy bien. Claro que sí, está afuera, enseguida la llamo.
—Gracias
Espere jugando con el borde del edredón de mi cama.
—Bueno
—Bueno. ¿Ale? ¿Cómo estás?
—¿Jonathan? ¿En serio eres tú, Johny? No lo puedo creer. Justo estaba platicando de ti con Francisco, Ángel y los demás porque algo dijeron en la tele de tu familia, de que habían llegado a un acuerdo de la herencia por no sé cuántos millones de dólares. ¿En serio tiene tanto dinero tu familia? Cuéntame cómo te ha ido con ellos.
—Pues si tienen mucho dinero, y me ha ido, en general muy bien. Unas cuantas aventuras que te tengo que contar, ah, y aprendí que la gente rica también tiene problemas y también lloran.
—Seguro que fingen.
—No claro que no. (Estuve a punto de decirle que cuando les dan una paliza con el cinturón no tienen que fingir para llorar, pero inmediatamente lo reconsideré.) De todas maneras, no te hablaba para contarte que los ricos lloran, te hablaba para decirte que te extraño mucho, y espero poder convencer pronto a mi familia para que vayamos a Tepoztlán y así pueda estar contigo. Pero no te imaginas lo difícil que es que tantos chamacos se pongan de acuerdo, en serio no te imaginas la locura que es tener 13 hermanos, aunque también es padrísimo.
—Jaja, yo también te extraño mucho, y ojalá vengan pronto, antes de que se te acabe de pegar el acento chilango fifi.
—Jaja, claro que no, nadie me va a quitar lo pueblerino.
—Deberías escucharte en un espejo.
—Los espejos no son para escuchar.
—Ves, el señorsito fino ya no puede disfrutar un chistesito corriente.
—Es que es un mal chiste, aquí o en la selva chiapaneca.
—Jaja sí claro.
—Bueno Ale, me encantó oír tu voz. Ya me tengo que ir porque me están esperando para comer.
—Que se te indigesten los huevos de cisne.
—Jaja, qué mala. Adiós amor.
—Besos
Colgué, me puse un pants y una playera y bajé muy contento a comer.
Mientras comíamos los chicos más grandes Miguel Ángel me preguntó cómo me había ido en la semana, pero yo estaba tan absorto pensando en Alejandra que le contesté simplemente que muy bien.
—¿Y se puede saber por qué estás como en trance y con esa sonrisa tan grande? —me dijo contagiándose de mi sonrisa.
—Es que hablé con mi novia, de Tepoztlán. ¿No quieren ir mañana a Tepoztlán? Por favor hay que ir, pueden comprar artesanías, montar a caballo, comer rico y visitar la catedral y otras obras de arte colonial.—dije pensando en todo lo que había en Tepoztlán y que les interesaba a los turistas para convencerlos —y así yo puedo ver a mi novia y visitar a mis amigos. —dije un poco más bajito.
—Tengo la fiesta de Mariana —dijo Santiago
—Tenemos la primera fase del torneo de tenis —dijo Román y Bruno asintió.
Yo me decepcioné mucho, pero Miguel Ángel me volteo a ver y como notó que estaba triste me dijo cariñosamente:
—Yo también tengo que llevar a Majo y a Ricardo al dentista, pero te propongo una cosa. Que Manuel te lleve mañana a Tepoztlán, y tú llevas a tus amigos y a tu novia a Cuernavaca, se van en la camioneta y se compran una pizza y un helado, Manuel tiene una tarjeta para gastos de la familia y puede pagar con eso para que tú los invites. Y después, que tu novia venga a pasar con nosotros el fin de semana, y ya la lleva Manuel el domingo en la tarde.
—¿De verdad? —dije demasiado emocionado
—Sí.—me aseguró
—¿No tienen problema con que invite a mi novia?
—Cómo crees
—Claro que no hermano
—Para nada
—Mientras más niñas haya en esta casa, aparte de nuestras hermanas, mejor.
Dijeron Fernando, Román, Santiago y Bruno
No pude resistir la alegría y abracé a Miguel Ángel. Para después salir corriendo a mi cuarto a avisarle a Ale.
FIN
Nota del autor:
Desde hace tiempo tenía intenciones de cerrar esta historia, porque no me gusta que las historias queden a medio terminar. Además tengo intenciones de reeditarla, pues tiene algunos errores y plotholes. No quiere decir que no vaya a volver a escribir de estos chicos, pero creo que se cumplió la idea general que tenía para esta familia y por lo tanto Trece primos y una historia: Lacour puede darse como finalizada. Y espero que eso me permita seguir con las otras historias y con nuevas.
Wenseslao, con cariño.

3 comentarios:

  1. Pues me gustó mucho la historia!!
    Los chicos eran buenos aunque nunca se les dió la humildad jajaja
    Es que hablaban del dinero como si lo regalaran 😅
    Pero felicidades por esta increíble historia!😉

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