lunes, 24 de junio de 2019

CAPÍTULO 27






N.A.: En este capítulo vamos a ver un poquito más de los 11 alumnos de Víctor que no son “protagonistas” de la historia. Los once que no se quedan los fines de semana en el internado. 

Votja y su padre regresaron al internado una hora antes de la cena. Votja tenía los labios manchados de chocolate, por lo que deduje que habían estado comiendo helado. Sonreí, porque el chico parecía genuina y completamente feliz. 
  • ¿Lo habéis pasado bien? – le pregunté.
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  • ¡Sí! ¡He montado en skate
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  • No me digas. ¿Y qué tal se te dio? 
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  • Papá dice que demasiado bien.
  •  

Me reí y pude ver como el hombre se reía también. Pero después se puso serio y me miró. 
  • ¿Hay algún sitio donde pueda hablar con usted? – me preguntó. – En privado. 
  •  

  • Claro. En una de las salas de visitas. 
  •  

El padre le dijo algo a Votja en su idioma nativo y luego me hizo un gesto como para que le indicara el camino. Le llevé a unas pequeñas habitaciones de las que disponía el internado para las reuniones con los padres. Eran dos o tres cuartitos con un par de sillas, una mesa y un sofá. 
  • Gracias por recibirme sin haber concertado cita – me dijo. 
  •  

  • Ha cogido un avión hasta aquí, es lo menos que podría hacer.
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  • Voy a ser breve: quiero pedirle disculpas por el comportamiento de mi hijo. 
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  • Votja tiene un problema. Sé que no tenía mala intención. Por eso quería que viera a un especialista…
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  • Sí, estoy de acuerdo con que debe hacerlo. Pero eso no es justificación. Debería haber sabido cuando pedir ayuda.
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Apreté los labios. Quería interceder por el muchacho, pero no conocía al padre lo suficiente como para saber la mejor forma de hacerlo. 
  • Algunos chicos no reaccionan bien a los primeros días en un internado, en especial cuando es tan lejos de su casa… - le hice notar. 
  •  
El hombre adoptó una mirada culpable. 
  • Yo sabía que era demasiado pequeño todavía.
  •  

  • ¿Puedo preguntar…? Es decir, solo por curiosidad, ¿por qué está Votja estudiando aquí? 
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  • Es el mejor internado. Mejor que los de mi país – me explicó. Asentí, sin pedir más explicaciones, pero él continuó. – Me acabo de casar recientemente y mi mujer y Votja no congeniaron. Eran incapaces de estar juntos en la misma habitación.
  •  

Sentí que me hervía la sangre. ¿Qué clase de padre elige una mujer sobre su hijo? De no haber sido profesor en aquel internado, de no ser muy consciente de que me habría costado mi puesto, le habría dicho cuatro cosas a aquel tipo. Votja le adoraba, podía verse en la forma en que le miraba, y él le había dejado de lado. 
  • ¿Me mantendrá al tanto de su comportamiento y sus resultados académicos? – me preguntó. 
  •  
  • Por supuesto – respondí, con el tono más correcto que supe poner. 
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La conversación fue tensa a partir de entonces. Creo que el hombre se dio perfecta cuenta de lo que opinaba yo sobre sus decisiones parentales y se sintió incómodo. Finalmente, me pidió si podía hablar con Votja en aquella habitación, para despedirse. Asentí y le fui a buscar. 
Votja voló por el pasillo, como si quisiera aprovechar cada segundo posible con su padre. Era un chico tan, pero tan bueno. Mi larga experiencia como profesor en tantos centros me había hecho ver que algunos niños a esa edad ya son un poco desafiantes o violentos. Muchos de ellos no habrían corrido de esa manera para encontrarse con su padre, ni siquiera aunque hubieran pasado dos semanas sin verle.
Sabía que cuando su padre se fuera Votja iba a quedar destrozado, así que me quede cerca para poder contenerle. Esa era la peor parte de trabajar en un internado. Estuve dando vueltas por el pasillo y entonces, veinte minutos después, vi pasar a Votja llorando amargamente. Le agarré, porque ya iba a pasar de largo, ni siquiera sé si me vio.
  • Eh, eh. Tranquilo. ¿Tu padre ya se fue? – le pregunté, mientras le estrechaba en un abrazo.
  •  
Votja asintió, sin dejar de llorar. Me dio muchísima pena. 
  • Me pegó – me dijo, en voz baja. Le apreté más, mientras me mordía la lengua. Te cruzas no sé cuántos kilómetros para ver a tu hijo al que has abandonado malamente compartes tan solo unas pocas horas con él y  empleas parte de ese tiempo en hacerle llorar. Que alguien le diera el premio al padre del año. 
  •  
  • ¿Fue muy duro contigo? – le pregunté, acariciándole el pelo. 
  •  
Votja negó con la cabeza.
  • Me dijo que sí podía ir a la nieve.
  •  
Eso era todo lo que al niño le importaba: saber que iba a poder pasar tiempo con su padre. 
  • Me alegro mucho, Votja. 
  •  
  • Gracias por hacer que viniera.
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  • No hay de qué.
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Renuentemente, le solté, porque noté que quería deshacer el abrazo. Ya no lloraba, aunque seguía teniendo los ojos rojos y húmedos. 
  • Tengo que ir a hacer deberes. Solo queda media hora para cenar. 
  •  
  • No te preocupes si no te da tiempo, le diré a tus profesores que tienes justificación.
  •  
Votja me sonrió y luego se mordió el labio con preocupación.
  • Papá dice que mañana pedirá cita con el psiquiatra.
  •  
  • Psicólogo – le corregí. Seguramente no entendiera bien la diferencia entre las dos palabras, dado que aquella no era su primera lengua.
  •  
  • ¿Los demás se enterarán?
  •  
  • No tienen por qué. Pero si se enteran, nadie se meterá contigo. No es nada malo, Votja. Mucha gente va al psicólogo. Si alguien se ríe de ti quiero que me lo digas, ¿bueno?
  •  
El chico asintió, no muy seguro y luego se fue a la habitación. 
Poco después sonó la campana de la cena y llevé a mis chicos al comedor. El menú de esa noche era puré de verduras y pescado a la plancha. Por sus caras, se hizo evidente lo poco que les entusiasmaba. Las reglas del internado eran claras: todo el mundo debía dejar su plato vacío. 
Normalmente, el comedor se llenaba del ruido de los cubiertos y los chicos engullían como si llevaran años sin comer, la gente joven suele tener mucho apetito. Pero aquel día todos miraban sus platos como si la comida fuera a desaparecer sola. Solo los de los últimos cursos cogieron la cuchara y empezaron a tomar el puré, aunque alguno se esforzó por enmascarar el sabor con grandes dosis de pan y agua. Lo cierto era que el puré era demasiado verde. Seguramente, si le hubieran echado algo de patata no hubiera sabido tanto a verdura y no les hubiera resultado tan desagradable. 
Algunos guardianes se pasearon por las mesas de sus alumnos ocupándose de que comieran, pero yo dejé en paz a los míos. Iba a darles unos minutos para que decidieran comer por sí mismos. 
Al cabo de un rato, se hizo evidente que ocho de mis veinte chicos no iban a comer. Javier, Fabio, Omar, Alexander y Richard, Wilson, Damián y Gabriel no habían probado bocado. Los cinco primeros eran alumnos semi-internos, de los que volvían a su casa en fin de semana. Esos alumnos, por lo general, solían comer peor. Comparaban todo el rato la comida del colegio con la de sus casas y solían volver el lunes con chucherías varias que les quitaban el apetito.
A los que terminaron les dieron permiso para levantarse y yo, que también había acabado, bajé junto a los rezagados. 
  • Vamos, chicos. No todos los días va a haber algo que os guste. Un pequeño esfuerzo.
  •  
  • Es que está asqueroso, Víctor – protestó Damián. – Los cocineros de mi padre cocinaban mucho mejor y además siempre me preparaban lo que quería.
  •  
Ese fue el primer comentario de “niño rico” que le había escuchado a Damián. Su vida antes de entrar allí había sido muy diferente.
  • Aquí tienes que comer lo mismo que los demás, Damián. Habrá veces que te guste más y otras menos. 
  •  
  • Esto es vómito de vaca, no es comida – replicó Javier. 
  •  
  • Sin decir guarradas en la mesa – le reprendí. 
  •  
El guardián de los de cuarto perdió la paciencia en ese momento y levantó a uno de sus chicos para darle tres azotes allí mismo, delante de todos. Varios de los míos pusieron una expresión horrorizada al verlo. Gabriel empezó a comer y algunos más le imitaron, pero Damián, Wilson, Javier y Fabio se resistieron. 
  • No os podéis levantar hasta que terminéis. Si no os dais prisa, tendréis que ir directamente a la cama. Creo que los demás iban a jugar a las cartas, sería una pena que os lo perdierais. 
  •  
  • Me importan una mierda las cartas – gruñó Wilson. – Yo esto no me lo voy a comer. 
  •  
  • A ver si podemos hablar sin groserías, ¿eh? Estoy dispuesto a ser paciente, pero malcriadeces las justas. 
  •  
Damián cogió la cuchara e hizo el esfuerzo de tomar un poco, pero enseguida lo escupió en la servilleta. 
  • ¡Puaj! No me gusta nada – protestó, en un tono quejoso.
  •  
De haber sido mi casa, de haber sido aquellos mis hijos o algo así, les habría ofrecido el típico trato de que solo tenían que comerse la mitad. Pero cuando dejaran la bandeja habría profesores vigilando y, si quedaba comida en el plato, les harían volver a sentarse. 
  • No hagas eso, Damián. No lo escupas – le regañé, con suavidad. Me miró con sus ojitos verdes y me puso muy difícil la tarea de mantenerme firme. No sé cómo fui capaz de sostenerle la mirada y entonces tomó la cuchara y lo volvió a intentar. Le sonreí, valorando su esfuerzo.
  •  
Me distraje un momento colocando las sillas de los que se habían ido y en ese pequeño lapso estalló una discusión.
  • ¡Oye, eso no vale! – protestó Damián. - ¡Víctor, Fabio me ha echado dos cucharadas en mi plato!
  •  
  • ¡Chivato! – dijo Fabio, y le dio un puñetazo en el brazo.
  •  
  • ¡Ay!
  •  
  • ¡Eh! Pídele perdón ahora mismo – le dije, acercándome.
  •  
Fabio permaneció callado. Damián lloriqueó frotándose el brazo.
  • Oh, por favor ¡no seas nenaza! Apenas te rocé, marica. 
  •  
  • ¡Fabio! – le advertí.  - Esa no es forma de hablar. Que le pidas perdón, dije. Y si vueles a quitar comida de tu plato te echaré dos cazos más, ¿me oyes?
  •  
Fabio resopló y empujó su bandeja para apartarla. Hizo ademan de levantarse de la silla, pero le agarré antes de que se fuera. 
  • Si te vas ahora, vas a dormir caliente. Si te quedas, te disculpas y cenas, olvidaremos esto.
  •  
El chico lo pensó. Lo pensó durante varios segundos y por poco acepta, pero…
  •  Olvídame tú a mí – me espetó y dio un tirón para soltarse.
  •  
Suspiré y le dejé marchar. No iba a humillarle delante de sus compañeros. Le hice una señal al profesor de la puerta para que le dejara salir. 
  • Será mejor que comáis los tres, ¿eh? – les advertí, a los que faltaban. – No me quiero enfadar. 
  •  
Con muecas y alguna arcada sobreactuada, todos mis chicos se terminaron la cena, a excepción de Damián.
  • No es justo, me echó más puré – me decía.
  •  
  • Y yo ya te he quitado un poco. Y sigues teniendo que tomarte el pescado.
  •  
  • ¿Y si me clavo una espina y me muero, qué?
  •  
  • Correremos el riesgo – respondí, intentando no reírme por su dramatismo infantil. 
  •  
Se enfurruñó y dejó el tenedor. Respiré hondo. Damián era el más pequeño de mis chicos, no solo en tamaño, así que decidí tratarle como si tuviera unos cuantos años menos. Me agaché y me puse a su lado:
  • Cuento hasta tres y empiezo a darte de comer yo, ¿eh? Como a los bebés. Uno…
  •  
  • No, no – se negó y volvió a coger los cubiertos. Sonreí. Había sido fácil. 
  •  
Terminó de comer él también y no me resistí a darle un abrazo cuando acabó. Me salía ser cariñoso con ellos y en especial con él. Como se había quedado el último, volvimos juntos al cuarto. 
Los demás estaban jugando a las cartas, a una especie de policías y ladrones.
  • Fabio, ven aquí – llamé. 
  •  
  • Ahora no puedo, estoy jugando.
  •  
  • Damián ocupará tu lugar. Ven. 
  •  
Fabio me lanzó una mirada envenenada, dejó las cartas de mala manera y se levantó. Le llevé a mi cuartito y cerré la puerta. 
  • He pedido que no recojan tu plato. Si vas a cenar ahora, lo dejaré en una advertencia. Si sigues igual de desobediente, te voy a dar un buen castigo, ¿entendido? 
  •  
  • ¡No pienso comerme eso!
  •  
  • Te lo vas a comer igual, la cuestión es si llorando o sin llorar – le dije. Me odiaba por hablarle así, pero si mantenía esa actitud le iba a ir muy mal en aquel lugar. 
  •  
  • ¿Quién coño te crees que eres? – me espetó.
  •  
  • No, muchachito. La cuestión es quién te has creído que eres tú. Soy tu guardián y no puedes hablarme así – le respondí y le tomé del brazo. Me senté en la cama y tiré de él para tumbarle encima. Enseguida se puso a patalear.
  •  
  • ¡No! ¿Qué haces? ¡Suéltame!
  •  
  • Creo que es evidente lo que estoy haciendo. Te voy a castigar por maleducado y desobediente – le expliqué y me eché para atrás para apoyarle bien sobre mi cama.
  •  
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
  •  ¡Au! ¡No, para! ¡No puedes hacer esto!
  •  
PLAS PLAS PLAS ¡Ay! PLAS PLAS
  • Lo que no puedo es consentir que te portes así. 
  •  
PLAS PLAS ¡Ay! … Snif…  PLAS PLAS PLAS
PLAS  ¡Bwaaa! PLAS PLAS PLAS PLAS
-          ¿Vas a hacer caso ya?  - le pregunté y él asintió, con un sollozo. - ¿Te disculparás con Damián?
Volvió a asentir, incapaz de hablar. Le levanté despacito, sorprendido porque llorara tanto. No era consciente de haber sido tan duro. 
-  Shhh, shhh. Bueno, calma.
-          ¿Me vas a pegar con la regla? – me preguntó.
-          No, ya se acabó. Pero tienes que cenar, ¿bueno? – le dije y él volvió a asentir. Le atraje hacia mí para abrazarle. Al principio se asustó, pero luego entendió cuáles eran mis intenciones.
-          No soy un bebé para que me pegues sobre las rodillas – se quejó.
-          Mala suerte, tú no eliges tu castigo. Conmigo es siempre así.
-          ¿Siempre?
-          Para los chicos de tu edad, sí. Ten, toma un pañuelo. Límpiate.
Después de que se sonara, dejé que se lavara la cara y le di espacio para que se disculpara con Damián. Luego le llevé de nuevo al comedor. Todos se habían ido ya, solo estábamos él y yo, así que cogí una silla y me senté a su lado. Comió sin dar más problemas, pero estaba bastante tristón. Pasé la mano por su pelo, sorprendido porque me dejara hacerlo.
-          Te has empeorado las cosas tú solito, ¿eh? – le dije. Él asintió, sin decir nada. – ¿Te cuento un secreto? Le pregunté al cocinero, y mañana hay macarrones.
Eso le hizo sonreír.
-          ¿A que con eso no vas a montar un drama?
-          No, eso sí me gusta.
-          Lo imaginaba. Pero no puedes alimentarte solo a base pasta.
-          A mí me parece un buen plan – protestó. – Pero a mi trasero no – añadió después. Dejé escapar una carcajada y él también se rió un poquito.
-          Venga, ve a dejar la bandeja no salga el cocinero a darte un repaso.







4 comentarios:

  1. He leido esta historia hace unos dias, pero no habia tenido tiempo de comentar, pero la verdad me ha encantado, y y me he leido todos los Capítulos, y me han encantado, y... Quiero mas!!, entraré en huelga!, ok, no, pero si quiero mas

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  2. Buen capitulo. Yo tambien quiero mas
    Grace

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  3. Me encanta no había leído esta historia pero ya que la leí sea convertido en una de mis favoritas 😍😍😍😝

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  4. Uy si tenía muchos años que no leía de estos chicos!!
    Ese profe es mi favorito!!
    Me dio mucho coraje la respuesta del papá de Votja como es posible que haya elegido a la esposa antes de su hijo!!
    Me gusta mucho esta historia y a pesar de los años lo recordé todo!!

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