sábado, 28 de marzo de 2020

CAPÍTULO 91: ¿DÓNDE ESTÁ?





 CAPÍTULO 91: ¿DÓNDE ESTÁ? 

Papá me había dejado preocupado. ¿Qué le habían dicho al enano? No quiso contarme nada por más que le insistí. Dijo que más tarde, en cuanto acaba los deberes, hablaría con todos. Pero yo tenía un millón de preguntas y necesitaba las respuestas enseguida. ¿Kurt iba a estar bien? Durante los últimos días había tenido la intuición de que me estaba perdiendo algo relacionado con las citas del médico y en esos momentos lo estaba confirmando.
No podían ser muy malas noticias, o papá tendría peor aspecto. Claro que él era un experto en disimular para no angustiarnos, como cuando yo tenía siete años, se machacó el dedo de la mano con una puerta y esperó a que estuviéramos en el colegio para ir al médico, aguantando el dolor estoicamente.
-         Ted…
La voz de Madie me distrajo de mis pensamientos. Tenía un platito en la mano, con un trozo de helado envuelto en dos galletas, tal como yo se lo había dejado en la cocina. Estaba mirando al suelo, así que su melena rojiza tapaba parte de su cara.
-         Hola, Mad – la saludé.
No sabía cómo de duro había sido papá. Conociéndole, y teniendo en cuenta que no había sido nada grave, suponía que no había sido un castigo fuerte, pero eso poco influía en cómo se sentía mi hermanita en ese momento. Su rostro era una amalgama indescifrable de emociones, entre las que quizá predominaba el deseo de que se la tragara la tierra.
A mí me daba algo de vergüenza cuando papá me castigaba, pero fundamentalmente me sentía triste y con ganas de que él no estuviera enfadado conmigo. Pocas veces me paraba a pensar en el “tipo de castigo” y reaccionaba igual si me dejaba sin salir que si me enviaba a mi cuarto para tener otro tipo de conversación conmigo. Incluso me sentía peor en el primer caso. No era tonto; sabía que, con mi edad, en otras casas donde se usaran los mismos castigos, normalmente los azotes me los llevaría con un objeto más contundente que su mano. A los trece años eso me había hecho sentir como un niño pequeño, pero por obvias razones lo prefería. No me sentía especialmente avergonzado, ya que papá solía hacerlo en privado, cuando solo estábamos él y yo, y entre los dos existía una gran confianza. Papá nunca hacía comentarios humillantes y, por otro lado, desde que era casi un bebé me había castigado así, por lo que para mí era relativamente normal. Era la forma en la que me había criado y no era del todo usual, pero era a lo que estaba acostumbrado. Sí que me horrorizaba la idea de que otras personas lo supieran, incluso hablarlo con mis hermanos me daba algo de corte. Michael era mucho más natural con eso, tenía menos pudor.
Creo que Madie se parecía a mí, en ese sentido. No reaccionaba con la misma vergüenza extrema que Bárbara, pero la idea de hablar conmigo sabiendo que yo sabía que la habían castigado se le hacía muy difícil. Por eso, decidí ser yo quien rompiera el hielo.
-         ¿Te sientas o prefieres quedarte de pie? – bromeé.
Durante unos segundos, me miró con sorpresa, creo que pensando que me estaba burlando, pero luego tuvo que ver algo en mi expresión que le aclaró que quería reírme con ella y no a su costa.
-         Me siento – replicó, sacándome la lengua. – Papá no me hizo daño.

-         Claro que no.

-         … Pero yo a ti sí… Lo siento, Ted.

-         Hey, no pasa nada – sonreí, restándole importancia.

-         Sí pasa…. No vas a repetir – me aseguró.

-         A lo mejor sí.

-         No. Y si lo haces, no será tu culpa. Has estado enfermo y este año en general ha sido un puto caos…

-         Cof cof – no pude evitar una tosecilla recriminatoria ante su vocabulario. - ¿Quién te ha enseñado a hablar así?

Madie rodó los ojos y no dijo nada, aunque sé que la molestó que la regañara.

-         Oye. “Hacer de padre” va en mi carácter, pero intentaré cortarme un poco si tanto te fastidia – añadí, utilizando las palabras que ella había dicho durante la pelea.
Madie me sonrió. Era increíblemente guapa cuando sonreía, hasta el punto en el que tal vez tendría que empezar a fijarme en los chicos de su clase.
-         Nah. Me parece tierno. Un coñazo, pero tierno – respondió ella.

-         En ese caso, no me corto un pelo: no puedes hablar así, enana. Si papá te escucha…

-         … Me mata, ya sé.

-         No, primero se muere de la impresión y luego te mata – corregí.

-         Alejandro y Michael también dicen muchos tacos – protestó.

-         Sí, y no sé si te has parado a pensar en cómo les va cuando los dicen.

Ante eso no tuvo respuesta y se limitó a darle un mordisco a su helado.
-         De verdad, la gente que se come los helados a mordiscos no sois de fiar. De toda la vida los helados se chupan – declaré.

-         Es un helado de sándwich. Está pensado para ser mordido – se defendió, con una risita. Después, sin previo aviso, se recostó sobre mi brazo. – Gracias por no enfadarte.

-         Nadie se puede enfadar contigo, no hagas como que no lo sabes – repliqué, con una media sonrisa.

-         Papá sí – se quejó. – Me regañó mucho.


De pronto, se separó y me miró como si se hubiera acordado de algo.

-         ¿Y a ti? – me preguntó. – No quería meterte en problemas…

-         No lo hiciste – la tranquilicé. – Ahora déjame hacer los deberes, anda, o me meteré en problemas yo solito.

Madie me dio un abrazo corto como despedida y me dejó con los libros, pero la escuché hablar con papá a poca distancia.

-         Papiii.

-         Uy. Ese “papi” me ha sonado a “voy a pedirte algo”.

-         Jo, qué mal pensado – se quejó y pude escuchar la risa de Aidan. Me giré para ver cómo se abrazaban y me alegré de que ninguno de los dos siguiera enfadado, aunque no es como si fuera posible enfadarse durante mucho rato con papá.

-         Pero acerté, ¿a que sí?

-         Es una cosita pequeñita – respondió Mad. - ¿Puedo hacer galletas? Porfi.

-         Princesa, ya hemos tomado helado. De hecho, aún no te has terminado el tuyo. Además hoy no te puedo ayudar y ya sabes que no me gusta que trastees tú sola en la cocina. El fin de semana, ¿vale? Te lo prometo.

-         Está bien – aceptó Madie. – Pero te lo voy a recordar, ¿eh?

-         No lo dudo – se rio papá. - ¿Ya terminaste todos tus deberes?

-         Todos.

-         Buena chica.

Escuché cómo papá le daba un beso muy sonoro en la frente. Como ya estaba él en casa y no tenía que vigilar a los enanos, cogí mis libros y me fui a mi habitación a hacer la tarea para concentrarme mejor.

-         COLE’S POV –

Cuando papá, Michael y Kurt volvieron del médico trajeron helado para merendar. Si lo hubiera repartido Ted, me hubiera dejado una porción del de chocolate y nata, porque sabía que era mi favorito, pero lo estaba repartiendo Michael y él no me conocía tan bien, porque me dio un trozo de chocolate y vainilla.

-         ¿Qué pasó, enano? – me preguntó, mientras continuaba con el reparto.

-         Nada.

-         ¿Seguro?

-         Sí. ¿Me pasas una cuchara, por favor? Yo lo como sin galleta.

En ese momento bajó Ted, para servirse un trozo y ponerle uno a Madie.

-         Sin galleta y con nata. ¿Qué haces con uno de vainilla? – me preguntó.

Michael suspiró.

-         Conque era eso. Perdona, enano.

-         No pasa nada, este está bueno también.

Michael no tenía la culpa de no conocerme tanto como Ted. Se había esforzado mucho para ser uno más en aquellos meses, pero no podía compensar varios años separados en ese poco tiempo. Para él tenía que ser muy confuso estar rodeado de tantas personas, con tantas cosas para recordar.

Ted se fue a la mesa que había en el salón para seguir con sus deberes y yo me senté en el sofá a tomarme mi helado. Michael vino al poco rato y me acarició la cabeza.

-         La próxima vez me acordaré, ¿sabes? – me dijo y yo le sonreí. Era probable, tenía muy buena memoria.

Subí los pies al sofá y, al hacerlo, se me escurrió el plato que tenía sobre las rodillas, haciendo que el helado se cayera y manchara uno de los cojines. Me puse blanco y traté de limpiarlo, pero solo conseguí extender más la mancha.

-         Papá me va a matar – gimoteé.

-         Peque, no digas eso, solo fue un accidente – me dijo Michael. – Comemos en el sofá todo el rato.

Eso era verdad, no teníamos prohibido comer ahí, pero… el cojín…

-         Papá no te dirá nada, pero, si quieres, le diré que fui yo – se ofreció.

Le miré con asombro.

-         ¿Harías eso por mí?

-         Claro, enano. Tampoco es gran cosa.

-         Pero… ¿y si se enfada contigo? – pregunté.

-         No sería la primera vez…

-         ¿Y si te castiga? – insistí.

-         Tampoco sería la primera vez. ¿Olvidas con quién estás hablando? Soy tu hermano más problemático – me dijo, con una media sonrisa, mientras me daba un golpecito en el hombro.

-         No eres problemático – respondí, poniéndome de rodillas sobre el sofá para estar a su altura. – Solo tienes una relación extraña con las normas.

Michael me miró fijamente y después soltó una carcajada muy sonora.

-         Usaré esa frase la próxima vez que me meta en líos – me aseguró. - No te preocupes tanto, Cole. Papá es razonable.  Y tú eres el que mejor se porta de todos, estás inmunizado.

-         No soy el que mejor se porta – me extrañé. - Ese es Ted.

-         No. Ted es el que tiene el corazón más grande, pero también es muy cabezota y a veces hace lo que considera correcto, aunque signifique no hacer caso a papá. Él ya es mayor y cuando eres mayor sueles pensar que tienes razón y los demás se equivocan. Tú eres bueno y obediente.

Me ruboricé ante esos cumplidos y me senté sobre los talones.

-         No siempre… A veces cuando estoy leyendo y papá me dice que haga algo, no le hago caso – susurré.

-         Eso es porque eres un gusanito de biblioteca.

Sonreí. Me decían tanto eso que se iba a convertir en una especie de apodo.

-         Entonces, ¿le digo a papá que yo manché el cojín? – me preguntó, haciendo ademan de cogerlo.

-         No, yo lo hago – respondí. No quería que Michael me viera como un cobarde.
Agarré el cojín y me fui a buscar a papá, pero vi que estaba hablando con Madie. Esperé y mientras esperaba se me estaba yendo la valentía por segundos. ¿Y si papá sí se enfadaba? ¿Y si me decía que no podía comer postre por una semana por haber comido helado en el sofá? ¿Y si el cojín no se podía limpiar y había que comprar otro y se enfadaba más y me daba unos azotes? Yo ya no era mono como Kurt, ni tenía los ojos azules, no podía esperar que mi mirada de cachorrito le ablandara.
Decidí que yo solito podía limpiar el cojín y fui al baño para frotarlo con agua, pero la mancha de chocolate no se iba. Tomé medidas más drásticas y en lugar del lavabo abrí la bañera. Recordé aquella vez que Alice se manchó de tomate una camiseta y papá echó detergente directamente sobre la mancha antes de meterla en la lavadora, diciendo que así saldría mejor. Eso era lo que me faltaba, ¡detergente!
Dejé el cojín en la bañera, cerré la puerta del baño y bajé a la cocina a por el bote de detergente líquido. Como éramos tantos en casa y papá ponía tantas lavadoras, compraba el formato más grande… y era un bote de cinco litros. Pesaba muchísimo, pero lo agarré del asa y subí con él al piso de arriba. Cuando ya casi estaba llegando al baño, se me cayó Se hizo una pequeña rajita y algunas gotas se derramaron en el suelo. Me di prisa en meterme dentro, abrí el detergente y eché un poco en la bañera. ¿Cuánto había que echar? Era una mancha difícil de quitar. ¿Tal vez tenía que cubrir el cojín por completo?
La puerta del baño se abrió de golpe y me llevé un buen susto, pero solo era Barie.
-         ¡Cole! ¿Qué estás haciendo?
No tenía una respuesta preparada, pero tampoco era necesario, porque el olor a detergente era muy fuerte y en cuanto se asomó y miró en la bañera tuvo una idea bastante clara.
-         ¿Eso es detergente? ¡Cole, has vaciado la mitad del bote! ¿Qué pretendías?

-         Solo… quería limpiar el cojín…

-         Madre mía… abre bien el grifo, anda, que se vaya todo. Deja el cojín en el cesto…
Le hice caso y me mordí el labio. ¿Estaba en problemas? No lo tenía claro, yo no había querido hacer nada malo.
-         El bote está roto… La que has armado en un segundo.

-         No le digas a papá – le pedí.

-         Tengo que decírselo, Cole, se preguntará por qué no hay detergente.

-         … ¡Yo voy a la tienda y compro más!

-         ¿Con qué dinero? Si vas a la tienda tú solo y sin pedirle permiso te meterás en un buen lío.
Barie tenía razón, no había forma de salir de aquella.
-         Quédate aquí limpiando la bañera y el pasillo, ¿bueno? Yo le contaré a papá lo que pasó. No se va a enfadar, ya verás – me dijo, pero no sonó muy convencida.
La vi salir y durante unos segundos no supe qué hacer, estaba bloqueado. Pero después reaccioné y salí yo también del baño. Tuve suerte y no me encontré a papá por el camino, creo que estaba en le cuarto de alguno de los peques.
No tenía muy claro a dónde iba, solo pensé que no quería estar en el baño cuando papá viniera. Llegué a la conclusión de que tenía que esconderme. Tras pensar en cuál era el mejor escondite, intenté abrir la puerta interna del garaje. Era una puerta que comunicaba la casa con el garaje. Papá y Ted la solían dejar cerrada, pero ese día estaba abierta, así que la abrí y entré.
El garaje estaba muy oscuro y daba algo de miedo, pero olía a gasolina y ese era un olor que me gustaba. Me senté en un rinconcito y me tapé con una de las mantas que papá guardaba ahí para cuando hacía mucho frío.

-         AIDAN’S POV –
Cuando todos mis hijos terminaron de merendar y sentí que cada uno estaba ocupado en diversas actividades, me permití centrarme en Kurt. Le acompañé mientras hacía sus deberes, que eran muy pocos, y después le observé jugar a las construcciones. No solía utilizar el móvil cuando estaba con mis hijos, pero esa tarde lo saqué y le mandé varios mensajes a Holly, sin dejar de observar a Kurt en el proceso.
AIDAN: Volvimos del médico. Dice que tiene un defecto cardíaco y que le tienen que operar.
HOLLY: ¿Qué? ¿Cuándo?
AIDAN: En un par de meses. Dice que no es grave, pero que puede traer complicaciones en los próximos años si no se opera ahora, que su corazón puede dejar de funcionar bien. Y yo no sé qué hacer, Holls… ¿debería oponerme a la operación? Él ahora está bien. ¿Y si le pasa algo en el quirófano? No me lo perdonaría nunca…
HOLLY: No pienses eso. Los doctores no recomiendan operaciones porque sí….
AIDAN: Ya lo sé… Y si no le opero y más adelante le pasa algo, sería mi culpa… Pero… es tan pequeño…
Sentía que era una decisión terrible para tomar. No era como cuando Ted tuvo la apendicitis, o el derrame en la cabeza: mi hijo estaba con tremendos dolores en esas ocasiones, las operaciones eran necesarias para ponerle bien. Pero a Kurt no le dolía nada. Tal vez tenía menos energías de lo que era normal en él, pero seguía siendo un niño muy activo. ¿Era correcto someterle a una operación que ponía en riesgo su vida?
AIDAN: Holls… ¿qué hago?
HOLLY: No puedo decidir por ti… Pero, si quieres saber mi opinión, es una cirugía preventiva. Siempre es más seguro que una operación de urgencia. Si tiene una malformación en el corazón y la pueden arreglar, lo mejor será que lo hagan… Sé que tienes miedo, pero tu bebé va a estar bien.
AIDAN: Tiene que estarlo.
Hablé con Holly un rato más y se despidió diciendo que podía contar con ella para lo que hiciera falta y que esperaba que me tomara en serio esas palabras. Me sentí un poquito menos solo.
Me acuchillé en el suelo cerca de Kurt que quería enseñarme lo que había construido y en ese momento entró Barie.
-         Hola, princesa.

-         Hola, papi.

-         ¡Mira, Barie, hice una nave espacial! – anunció mi enano, orgulloso de su proeza.

-         Ya lo veo, peque. ¿Y vuela?

-         ¡Shi! Mira: papi, haz que vuele – me pidió.

Se me escapó una sonrisa y tomé los bloques con cuidado, para después mover la construcción en el aire a toda la altura que mi brazo me permitía. Eso pareció satisfacer a mi bebé, así que me dio igual lo ridículo que tenía que parecer en ese momento. Le devolví el juguete tras unos segundos.
-         ¿Querías algo, Barie?

-         Sí… Cole gastó el detergente… Estaba intentando lavar un cojín… Pero no le regañes, solo quería ayudar, creo, o no sé…

-         ¿Un cojín? – me extrañé. - ¿Cómo qué gastó el detergente? ¿Dónde está?

-         En el baño…

Dejé que me guiara y descubrí una mancha viscosa en el pasillo y una bañera llena de detergente.

-         ¿Y Cole?

-         Le dejé aquí… Le dije que lo limpiara…

Suspiré. Hablaría con el peque después, para que me contara bien lo que había pasado. Primero me puse a recoger aquel estropicio y me fijé en que el bote de detergente se había rajado. ¿Qué había estado haciendo Cole?

Cuando terminé de limpiar, llamé al enano, pero no vino. Le busqué en su cuarto y en el de sus hermanos. En el mío, en el salón, en los otros baños, en la cocina. No había rastro de él.

-         Michael, ¿has visto a Cole? – le pregunté, empezando a preocuparme.

-         Hace un rato que no. ¿Te dio el cojín?

-         ¿El cojín? No, creo que prefirió darle un baño. ¿Tú sabes lo que pasó?

Michael me contó una parte de la historia, en la que a Cole se le caía un poco de helado cuando estaba en el sofá.

-         Ya veo. Por eso lo estaba enterrando en detergente. Y ahora no le encuentro por ningún lado.
Seguimos buscando, miramos incluso debajo de las camas, pero solo encontré a Leo, que estaba jugando debajo de la cama de Dylan con una de mis camisetas.
-         Hola, gatito. No habrás visto tú a Cole, ¿verdad?

-         Miau.

-         Eso pensé.

Después de cinco minutos más, mi intranquilidad se convirtió en algo de miedo. Para entonces todos mis hijos me estaban ayudando a buscarle.
-         ¿Y si ha salido de casa? – planteé, asustado.

-         Lo habríamos oído... – dijo Alejandro.

-         También tendríamos que haberle visto entrar en la cocina y ninguno se dio cuenta. Ya hemos buscado en todos lados, dentro de casa no está – repliqué, nervioso.

-         ¿Por qué se iría? – preguntó Barie.

-         No lo sé.

-         ¿Le has regañado o algo? – preguntó Alejandro.

-         Qué va…

-         El enano parecía nervioso porque descubrieras que manchó el cojín – dijo Michael.

-         Pero si eso no tiene importancia… Se lava y ya está…

No tenía sentido intentar adivinar por qué se había ido, lo importante era encontrarle. Cada vez estaba más convencido de que no estaba en casa: le había llamado y le había buscado por todos los rincones.
Menudo padre de mierda estaba hecho. No podía proteger a mis hijos de los accidentes, ni de las enfermedades, ni de mi propio padre y ahora por lo visto no podía mantenerles dentro de casa.
Finalmente, decidí que teníamos que buscarle fuera, pero no sabía por dónde empezar. Una angustia aterradora se adueñó de mi pecho y hasta sentí que me costaba respirar.
-         Vale, pensémoslo bien. A Cole le da miedo estar solo… tendrá que estar en un lugar familiar, que le haga sentir cómodo – razoné. – Hay que buscar en el parque, en la iglesia, en la zona del colegio… en el centro comercial, aunque queda muy lejos… y… y… en la biblioteca, por supuesto… y las librerías, aunque a estas horas ya están todas cerradas pero quizá él no lo sabe…. Ah, y en esa tienda de animales que se queda siempre mirando…

-         Nos dividiremos – dijo Ted. – Tú, yo, Michael y Alejandro, cada uno irá a una zona…

-         Necesito que al menos uno de vosotros tres se quede con los demás…

-         Papá, podemos quedarnos solos un rato – dijo Harry.

Sabía que tenía razón, pero me preocupaban los enanos. Eran cuatro contra cuatro… Harry, Zach, Madie y Barie tendrían que cuidar de sus hermanitos más pequeños.
-         Llama a Holly – dijo Ted. – Ella recurrió a ti cuando se perdió Jeremy.
Era cierto y además su ayuda me vendría muy bien.
-         Mientras viene, nosotros vamos yendo – sugirió Michael. – Hace algo de frío para que el enano esté solo por ahí y se ha dejado el abrigo.
Me espanté al darme cuenta de eso, ni siquiera me había fijado.
-         Sí, será mejor que salgáis ya. Llamad si le encontráis…

-         Yo iré con el coche, vosotros buscadle por aquí cerca – indicó Ted.

Fui a por el móvil para llamar a Holly. Me lo había dejado en la habitación de Kurt, pero antes de llegar escuché la voz de Ted.
-         ¡Papá!
Sonaba apremiante, así que corrí en su dirección y vi que había abierto la puerta del garaje. Me señaló algo. Encendió la luz y reparé en un bultito agazapado en una esquina. Cole estaba allí, dormido, envuelto en una manta.
Avancé hacia él, pero me Ted me sujetó del brazo.
-         Despiértale con cuidado…
No necesitaba que me lo dijera. Caminé hacia mi enano y me agaché para recogerle del suelo. Cada día pesaba más… pero todavía podía alzarle sin problemas. Con el movimiento, se espabiló un poco, pero no llegó a despertarse del todo. Pasé sus brazos alrededor de mi cuello.
-         Cole – susurré.

-         Mmm.

-         Cole, despierta, cariño…

Cole abrió los ojos y parpadeó, confundido. Sonrió al enfocarme.

-         Papá.

-         Hola, peque… ¿Qué hacías aquí?
Cole tardó un rato en procesar mis palabras y entender dónde estaba. Miró a todos sus hermanos, que nos observaban, y por último me miró a mí. Luego se hizo pequeñito entre mis brazos y no me respondió.
-         ¿Sabes el susto que me has dado? ¿Buscándote por toda la casa y sin señales de ti? Pensé que te habías ido… Te llamé muchas veces y no me respondías…

-         Me quedé dormido, papi…

-         ¿Por qué viniste aquí en primer lugar? – insistí.
No me quería enfadar con él, no estaba seguro de poder enfadarme en ese momento, estaba demasiado aliviado de tenerle sano y salvo entre mis brazos.
-         Perdón…

-         Eso no es suficiente, hijo. Tienes que darme alguna explicación.
Escondió la cara en el hueco de mi cuello y supe que en ese momento no iba a sacarle nada más. Suspiré.
-         Chicos… gracias por vuestra ayuda… Preparaos para la ducha, ¿está bien? Antes de cenar quiero hablar con vosotros, tengo algo importante que deciros. Peques, yo voy a ayudaros en un rato.
Estaba tan cansado. Y aún quedaba lo más agotador de la noche: ducharlos, vestirlos, darles de cenar, acostarles…. Contarles de la operación de Kurt…
Poco a poco, mis hijos se fueron marchando, dejándome a solas con Cole. Con él agarrado a mí como si yo fuera un árbol de eucalipto y él un koala, subí a mi habitación.
-         ¿Me vas a contar lo que pasó? Creo que sé parte de la historia. Vi el cojín. Lo manchaste de chocolate, ¿no? Y lo intentaste limpiar.
Cole asintió. Sus ojitos brillaban como con vida propia.
-         Pero no salía con agua… así que fui a por detergente, pero se me cayó…

-         ¿Por qué no me lo dijiste? Lo habría metido a la lavadora y ya…

-         No quería que te enfadaras… - me confesó. Me senté con él en mi cama y le dejé sentado encima de mis piernas, intentando estudiar su rostro, porque la verdad era que no entendía nada.

-         Cole, no me hubiera enfadado por eso. Fue un accidente. Lo que me molesta es que trataras de ocultármelo. Y que te escondieras… Eso hacías en el garaje, ¿no? Esconderte.
Volvió a asentir. 
-         No quería que te enfadaras – repitió.

-         Campeón… No puedes salir huyendo solo porque pienses que te voy a regañar… Pero además, no te habría regañado… Dime una cosa, ¿he hecho algo para que me tengas miedo? – le pregunté, acariciándole el pelo. – El sábado, cuando cruzaste sin mirar… ¿fui muy duro contigo?

-         No, papi…

-         ¿Te regañé feo? Sé que alguna vez lo he hecho. Alguna vez me he olvidado de que eres mi bebé. Y tampoco te supe entender cuando llegó Michael ni cuando ese niño te trataba mal en el colegio…

-         Tú siempre eres bueno conmigo – me dijo, y me dio un abrazo.

-         ¿Sí? ¿Entonces por qué te escondías, cariño?

-         Es que… yo… pensé que me ibas a castigar… por comer en el sofá…

-         ¿Y te he dicho yo alguna vez que no puedas hacer eso? – le pregunté. Cole negó con la cabeza. – En cambio, si te he dicho en varias ocasiones que si te preocupa algo me lo tienes que contar. Tienes que aprender a hablar conmigo y no a huir de las cosas. Incluso aunque fuera a castigarte por manchar el cojín, intentar ocultarlo no soluciona nada. Solo indica que no confías en mí…

-         ¡Sí confío en ti, papá!

Me alegré de oírlo. Cole era muy reservado y muchas veces dejaba a la gente fuera de su vida, pero no podía echarme a mí también, al menos mientras aún fuera pequeño.

-         Me he asustado mucho cuando no te veía, peque – susurré, apretándole fuerte contra mi pecho. – Deberías estar en un buen lío solo por eso.

Entonces le noté temblar un poquito y para mi sorpresa comenzó a llorar.

-         Snif… todo lo que quería… snif… era que no me castigaras… snif… y ahora me vas a castigar… snif…

-         Yo no he dicho eso. He dicho que debería, y en verdad debería, para que entendieras que no había por qué huir. Nunca tienes que esconderte de mí, ni aunque esté muy muy enfadado – le dije, deseando que ese punto quedara claro. – Pero manchar un cojín y hacer un estropicio al lavarlo no es motivo suficiente para ganarse un castigo. Quedarse dormido en el garaje por andar pensando tonterías sí lo es… Por eso esta noche vas a dormir aquí, conmigo y con Kurt.

Sonrió ligeramente al escucharme y le quedó una expresión muy tierna, puesto que aún tenía lágrimas en los ojos.

-         Eso no es un castigo.

-         ¿Ah, no? ¿Y si te hago cosquillas?

Rápidamente, como si fuera una culebrilla, Cole se escurrió y se metió bajo las mantas, para que no le pudiera apretar el costado. Se dejó fuera un pie y podría haberle hecho cosquillas ahí, pero preferí dejarle tranquilo. Moví un poco las sábanas para mirarle a la cara.

-         Te quiero mucho y me asusté mucho, así que me tienes que prometer que nunca te esconderás así de nuevo, ¿vale? – le dije. Cole se puso serio, y asintió. La claridad solía ser la mejor estrategia con los niños, y en especial con niños inteligentes como Cole, así que continué: – Si lo haces, sí me enfadaré contigo, y te daré en el culo. Será desagradable para los dos, así que es mejor si lo evitamos, pero ya lo he hecho otras veces, ¿verdad? Y no pasa nada. Te regaño, te castigo, te doy un abrazo y un beso. Sé que no te gusta que te castigue, por eso es mejor portarse bien. Pero soy razonable, ¿no? Nunca te regaño sin motivos.

-         Sí, papá. No sé por qué me escondí. No lo haré de nuevo, de verdad. Quiero seguir siendo bueno.

Sonreí y le hice una caricia.

-         Siempre serás bueno, hagas la trastada que hagas.

-         Michael me dijo que yo era bueno – susurró, sonando mucho más pequeño de lo que era.

-         Michael tiene razón, enano. Todos mis hijos son buenos.
Era cierto. Tenía muchos motivos para estar orgulloso. Para empezar, se querían mucho. Sin haber crecido con una familia, les había enseñado la importancia de tener una. Por eso sabía que hablarles de la operación de Kurt no iba a ser sencillo, al menos con los mayores, que entenderían mejor todos los riesgos. Pero tampoco tenía sentido mentirles. No era una mentira que pudiera sostener en el tiempo y además sería la manera incorrecta de protegerles. Tenían derecho a saber las cosas que les afectaban directamente y tenían derecho también a que yo les ayudara a procesarlas. 
- Vamos, Cole. Prepara tu pijama, campeón, y ve a la ducha. Cuando estés listo baja al salón y espérame con tus hermanos, ¿de acuerdo?
- Sí, papá.
Le observé marchar y suspiré. Había encontrado a un hijo al que había perdido por varias horas. Me faltaba encontrar algo que había perdido desde hacía muchos años: un padre. Si iban a operar a Kurt, tenía que asegurarme de que lo hacían los mejores médicos del planeta. Los mejores médicos que un espía de alto nivel se podía permitir. 








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