CAPITULO 133: EL MUSICAL
(PARTE 2): Periodistas y escapistas
Agus estaba preocupada porque sentía
que estaba invadiendo un momento familiar. Cuando bajamos del coche,
prácticamente se escondió detrás de mí y desde allí observó como uno de los
bebés de Holly correteaba hacia papá. La escuché contener el aliento, no sé si
por lo mono que era el enano o por lo peligroso de su maniobra.
-
Ese es Avery, creo – susurré. – Me cuesta distinguirles.
-
Es adorable.
Iba a responder que la adorabilidad
es el arma que tienen los niños pequeños para salir bien librados de sus
travesuras cuando vi que Blaine se abrazó a mi padre con una mezcla de
necesidad y mucha vergüenza. Les miré durante un rato, hasta que noté un
empujoncito no tan suave.
-
Ve a saludar tú también – me increpó mi novia.
Me ruboricé. ¿Tan evidente era que no
sabía cómo hacerlo? Avancé lentamente hacia mi padre y Holly salió a mi
encuentro. Antes de darme cuenta, estaba entre sus brazos.
A pesar de ser algo más baja que yo
-Holly medía lo mismo que Alejandro-, sentí que su cuerpo me envolvía como un
escudo protector. Respiré el aroma de un perfume suave y sonreí al reconocer la
típica colonia de Nenuco que se usaba para refrescar la piel de los niños
pequeños: yo hacía lo mismo, y a veces utilizaba esa colonia que papá compraba
para mis hermanitos, porque me gustaba mucho como olía.
Había tenido la suerte de que nunca
me habían faltado abrazos mientras crecía. De hecho, no tenía la sensación de
que me faltase nada. A veces, cuando escuchaba la expresión “amor de madre” no
entendía la diferencia entre eso y la forma en que Aidan me quería. En una
ocasión, un catequista de la parroquia nos había hablado de las diferencias
entre un padre y una madre, y de cómo el mundo moderno estaba acabando con esas
diferencias. Él lo decía como si fuera algo malo, alegando que un niño necesita
dos entes separados, mamá y papá, que le aportaban cosas diferentes. Pero, por
lo que ese hombre nos dijo, casi sentía que a mí no me había faltado una madre,
sino un padre. Según su teoría, cuando la madre está sola con el hijo se tiende
a crear una relación de pareja de la madre con los niños. Su amor es tan
fuerte, que es capaz de darlo todo y entregarse por completo. Esa relación
puede llegar a ser mala para los hijos, que necesitan autonomía. El padre viene
a separar ese binomio. Al romper la relación tan íntima, da libertad para que
el hijo se identifique como ser independiente y autónomo y da libertad también
a la madre, que puede acabar siendo esclavizada. Además, el padre acerca al
hijo a la realidad, mientras que la madre quiere mantenerle en una realidad
virtual para que no tenga sufrimiento ni dolor. Y las madres tienden a
controlarlo todo sobre los hijos: los amigos, cómo cruzan la calle, cómo
visten… mientras que los padres son muchos más arriesgados, amplían el
horizonte de los hijos, les dan autonomía.
Bajo esa teoría, Aidan era una madre.
No existía en el mundo persona más sobreprotectora y controladora -aunque en un
buen sentido, creo- y más reacia a la autonomía de los hijos, al menos a una
autonomía demasiado temprana.
Ese hombre también nos dijo que hay
algunos valores que tradicionalmente ha aportado el padre: la autoridad, la
disciplina, la imposición de una jerarquía familiar… Eso era algo que también
hacía Aidan, pero yo dudaba que debiera ser solo departamento del padre, porque
entonces los hijos crecen pensando que “papá es malo” y “mamá buena” y con el
tiempo terminan dándole más importancia a lo que dice el padre que a lo que
dice la madre. En mi caso, la misma persona que me comía a besos era la persona
que me regañaba y eso me había hecho crecer sabiendo que todos los “no” eran
por mi bien, y que el amor no consiste únicamente en complacer a la otra
persona.
Y aún así, y con todo hecho, siempre
quise tener una madre. Y no por pensar que ella me daría cosas que Aidan no me
había dado, (quizás Barie y Madie notasen más esa ausencia, no lo sé), sino
para tener otros brazos a los que acudir, para que pudieran decirme que era un
niño de mamá, para que alguien me repitiera lo guapo que era aunque no fuera
cierto, para que papá y ella hubieran podido leerme cuentos a dos voces, para
poder acusar a papá cuando no me
concedía algún capricho, aunque luego ella no me diera la razón, pero para
poder acusarle… para pedir consejos sobre mujeres a alguien que realmente
supiera cómo se sentía una, para planear juntos sorpresas por el día del padre,
para tener a quién regalarle en el día
de la madre… Para crecer como un niño normal, sin tener que ser el apoyo
principal de mi padre, sin conocerme el horario de las pastillas de Dylan, sin
sentir que cuando me ponía enfermo estaba robándole tiempo a Aidan.
Apreté a Holly y casi pude imaginar
como hubiera sido mi vida si ella hubiera formado parte de ella.
“Serías un completo mimado” dijo la voz sardónica de mi
cabeza.
“¿Y no lo soy ahora?”.
“Pero más”.
-
¿Cómo has estado? – me preguntó Holly, sacándome de mis
pensamientos.
-
Bien – sonreí. A regañadientes, me separé. – Esta es mi
novia, Agustina. Y ellos mis amigos, Fred y Mike.
-
El único e irrepetible – saludó Mike. - Su hermano se copió
el nombre.
-
Pero si soy mayor que tú – bufó el aludido.
-
Pero yo llegué primero – replicó él, en ese tono especial
suyo con el que quedó claro que se trataba de una broma. Michael no se lo tomó a
mal, pero yo sé que lamentaba no haber estado ahí durante mi (su) infancia.
-
Encantada de conoceros – dijo Holly. Iba a decir algo más,
pero se interrumpió al ver que Kurt se acercaba. - ¡Hola, azucarito!
Con una sincronía casi perfecta, como
ensayada desde hace años, ella le cogió en brazos para darle un beso en la
mejilla y él se acomodó ahí, enroscándose y apoyando la cabeza en su hombro.
-
Kurt, campeón, que pesas – le recordó papá.
-
Qué va – negó Holly. Creo que sí le suponía algo de esfuerzo
sostenerle así, pero parecía gustosa de hacerlo. Estuvieron así por un rato,
hasta que ya debió hacérsele insostenible, y entonces Kurt se bajó, pero le dio
la mano, poco dispuesto a separarse.
-
Oww. Tu hermanito es adorable, de verdad – me susurró Agus.
-
Lo sé, comestible del todo – confirmé.
En algún momento, papá había soltado
a Blaine y había abrazado a Leah. Fue un abrazo menos cariñoso, porque ella se
mostró menos partícipe, pero no le dio un empujón y eso lo consideré un logro.
-
Bueno, ya, ahora me toca a mí – protestó Jeremiah.
Poco a poco, todos nos fuimos
saludando, algunos sin contacto, otros con un abrazo. Aaron me tendió la mano,
como si fuéramos cuarentones en una reunión de negocios y yo se la estreché por
no dejarle colgado, pero se me hizo muy extraño.
-
Ah, y aquí está el próximo cumpleañero – exclamó Holly,
cuando estuvo frente a Alejandro. Mi hermano esbozó una sonrisa tímida que
mostraba en pocas ocasiones.
-
Hola.
Holly le abrazó a él también y
Alejandro me miró, como pidiéndome ayuda para salir de algún aprieto. Estuvo
tenso al principio, pero después se relajó y devolvió el gesto.
-
Muchas gracias por invitarnos – dijo Sam.
-
Gracias a vosotros por venir – replicó papá. - ¿Entramos?
Debíamos de ser una visión curiosa
para cualquiera que estuviera observando cómo veintinueve personas de
diferentes tamaños avanzaban por el aparcamiento. Nos dirigimos hacia la puerta
principal y de pronto se me ocurrió que los usuarios habituales de los palcos
en los teatros no solían aparcar los coches donde los demás. De hecho, era
probable que muchos fueran en limusina. Y entrasen por otra puerta. Y el motivo
quedó claro en cuanto llegamos frente al edificio: una fila de periodistas se
apelotonó a nuestro alrededor, apuntando sus micros y sus cámaras hacia Aidan
como si de armas se tratasen.
Papá se quedó paralizado por un
segundo, pero después trató de tapar como pudo a mis hermanos pequeños y a los
trillizos, no sé si para que no les molestara el flash de las fotos o para que
su cara no saliera reproducida sin su consentimiento.
-
¡Aidan! ¿Es verdad que Steven Spielberg está interesado en
adaptar tu libro al cine? ¿Qué opinas sobre ello?
-
¡Aidan! ¡Aidan! ¿Holly y tú estáis saliendo? ¿Es esta su
familia?
-
¡Aidan, mira aquí, por favor! ¡Una foto! ¿Puedes coger a la
pequeña en brazos?
La sensación de agobio y exposición
que papá debió de sentir en ese momento tuvo que ser horrible, y lo sé porque
yo sentí algo parecido, con todas aquellas cámaras apuntando hacia mí. Uno de
los bebés de Holly, Dante, empezó a llorar e incluso Alice tenía los ojos
aguados.
-
¡Hay menores aquí! – exclamó papá.
-
Entiendo que solo hacéis vuestro trabajo, pero por favor,
dadnos algo de espacio – pidió Holly.
-
¿Venís al teatro? – preguntó un reportero, al parecer
ignorando la petición.
-
No, capullo, si te parece vamos al circo – gruñó Michael. Mi
hermano sin duda sabía cómo emporar una situación, porque entonces las cámaras
se giraron hacia él.
Y en ese momento, Dylan perdió la compostura. Las luces, el
ruido, tanta gente a su alrededor, pusieron a prueba su autocontrol y se llevó
ambas manos a las orejas, para intentar aislarse. Soltó un chillido y se tiró
al suelo. Normalmente, lo mejor era dejarle ahí hasta que decidiera levantarse
por sí mismo, pero lógicamente no íbamos a dejarle en medio de aquella gente.
Papá se agachó para cogerle en brazos y Dy se resistió todo lo que pudo,
pataleando, chillando e intentando hacerse un ovillo. Papá le envolvió de forma
protectora y le susurró algo al oído.
Algunos periodistas, ante eso, tuvieron la decencia de
apartar las cámaras, pero otros enfocaron todavía más, como para no perderse el
espectáculo.
-
Mis hijos son menores de edad, no podéis grabarles – declaró
papá. – A mí podéis hacerme las preguntas que queráis, pero a ellos les dejáis
en paz.
-
Tranquilo, ellos saldrán difuminados – dijo una mujer, con un
micro en la mano. – Entonces, ¿sois pareja?
Una puerta lateral del teatro se abrió para nosotros. Algún
empleado salía a nuestro rescate. Nos metimos deprisa, como huyendo de un
fuego, y solo respiramos cuando la puerta se cerró detrás de nosotros,
aislándonos del caos. Kurt se abrazó a mí mientras papá intentaba calmar a
Dylan, Hannah se pegó a Michael, Alice a Alejandro y todos en general parecían
bastante impresionados por semejante persecución.
-
Yo… lo siento tanto… - murmuró papá, cuando consiguió que
Dylan dejara de gritar, por lo menos.
-
No ha sido tu culpa – respondió Holly.
-
¿Se encuentran todos bien? – preguntó un hombre joven,
vestido de uniforme. Probablemente, un trabajador del teatro.
-
¿Qué ha sido todo eso? – dijo Aaron.
-
Normalmente tenemos una entrada trasera para personalidades
tan… conocidas – explicó el hombre.
-
Yo no soy una personalidad – protestó papá.
-
Holly, ¿cómo sabían tu nombre? - gruñó Aaron, visiblemente molesto.
-
Soy periodista, ¿recuerdas? Firmo todo lo que escribo, no es
exactamente difícil de averiguar – respondió ella, con algo de acritud. Después
respiró hondo, consciente de que había pagado las cosas con quien no era. –
Perdona… Es que… algunas de esas personas me conocen, he tomado cafés con ellos
y me han tratado… me han tratado como un extraterrestre al que quieren analizar
y destripar…
Holly se dedicó a tranquilizar a los trillizos y papá enredó
los dedos en su melena, como hacía siempre que estaba nervioso y llevaba el
pelo suelto.
-
Lo siento… - repitió. – Madre mía… no sé qué le voy a decir a
vuestros padres – añadió, mirando a Agus y a mis amigos.
-
Mierda, si salgo en la tele estoy fritísimo – dijo Mike. – Mi
padre no sabe que estoy aquí.
-
Encima eso – bufó Aidan, abriendo mucho los ojos. - ¿Viniste
sin permiso?
Mike trató de desaparecer, pero no había caso.
-
¿Y tú lo sabías? – prosiguió papá, dirigiéndose a mí.
-
No, Ted pensó que al final me habían dejado – intervino Mike,
para salvarme.
-
Pero sabía que planeaba venir de todas formas – admití. No
quería volver a mentirle, ni siquiera en cosas pequeñas.
-
Debería llevarte a tu casa ahora mismo… - gruñó papá,
taladrando a mi amigo con la mirada.
-
No creo que sea un buen momento para volver a salir – repuso
Mike. Claramente, le fallaba el instinto de “no ser un sabelotodo cuando te
están echando la bronca”.
-
¡Me da igual! – replicó Aidan, elevando la voz. Dylan se
encogió un poco y papá le rodeó con un brazo, por instinto. Mi hermanito estaba
haciendo un gran trabajo, tiempo atrás todo aquello podría haber acabado mucho
peor.
-
Cálmate – le recomendó Holly, agarrándole suavemente del
brazo. – No ha pasado nada. Estamos todos bien, algo sorprendidos, pero bien. A
los niños no les van a sacar sin difuminarles, porque es ilegal y lo saben. En
cuanto al padre del fugitivo, puedes llamarle si quieres, para que no se
preocupe.
-
No se preocupará, tuvo una llamada urgente. Está en el
hospital y estará allí por horas – dijo Mike.
-
Su padre es médico. Cirujano – aclaró Aidan, con un suspiro,
como aceptando las sabias palabras de su novia.
El hombre del teatro carraspeó para llamar nuestra atención.
-
Si me permiten… Les acompañaré a su palco.
-
Sí, por favor – accedió papá.
Subimos unas escaleras de caracol y nos detuvimos frente a
unas puertas grandes de madera. El hombre -me fijé que llevaba un cartelito en
el que ponía Rick, así que debía de llamarse así- las abrió, dando paso a un
salón enorme y muy decorado, con alfombras, tapices, dos sofás y una mesa en la
que había refrescos, patatas y una botella de champán.
Con el paso de los segundos en un extraño silencio, se hizo
evidente que aquello era para nosotros. Al ver que no nos decidíamos a entrar,
Rick avanzó por la habitación, hasta llegar al otro lado. Abrió una puerta en
la pared opuesta y a través de ella pudimos ver lo que debían ser los asientos
del teatro.
-
¿Esta… esta habitación es… es? ¿Para quién es? – preguntó
Sam.
-
Para ustedes, por supuesto. El palco está tras esa puerta y
desde allí podrán disfrutar del espectáculo. Háganmelo saber si necesitan
cualquier cosa.
Parpadeé.
¿Teníamos una sala V.I.P?
-
AIDAN’s POV –
Siempre había querido proteger a mis hijos de la
voracidad de la prensa. Deseaba una vida anónima, para mí y para mi familia,
pero ese deseo iba a ser cada vez más complicado, visto lo visto. Me sentí
acorralado por las cámaras y los micrófonos y me dio rabia no poder hacer nada
para proteger a mis hijos de aquello. Dylan se disgustó mucho y los pequeños se
asustaron. Miré a Ted, pero el parecía estar tranquilo, dentro de la situación.
Solo eran los episodios violentos los que le alteraban.
Nos refugiamos en el teatro y me sentí un imbécil, por
no haber previsto aquello. Si me ofrecían un palco era porque había empezado a
llamar la atención de los medios y si había empezado a llamar la atención de
los medios, emboscadas como esa eran esperables.
Por si fuera poco, Mike, el amigo de Ted, se había
venido a escondidas de su padre. Intenté relativizar la situación y me dejé
guiar por un empleado hasta nuestro palco, pero me llevé una grata sorpresa
cuando vi una salita que al parecer también nos habían reservado. Ni siquiera
tenía idea de que tales cosas existieran más allá de las películas. Aquello era
perfecto: si los peques se aburrían podíamos llevarles allí a jugar, o a dormir
un rato.
Le di las gracias al empleado, algo cohibido por lo
que desde mi punto de vista era un trato preferente e injustificado.
-
Es un honor tenerles aquí – me aseguró. – Disfruten de la
velada.
Después de esas palabras, se marchó, y mis hijos se
abalanzaron a por los refrescos como haría un camello ante un oasis en el
desierto. Los de Holly les siguieron en seguida.
-
Jo, hay muy pocos – protestó Zach.
-
Claro, en el bar de teatro los venden a precio de oro, no te
los van a dar regalados – respondió Alejandro. - Esto es solo una cortesía para
quedar bien y para que no haya para todos y le demos la plasta a papá para que
compre más.
Mi niño sabía demasiado bien cómo funcionaba el mundo.
Me sorprendieron al ceder las bebidas a los menores de diez. Jandro le dio una
Fanta a West y Blaine otra a Kurt, mi corazón se hinchó de orgullo y mi cabeza se
llenó de fantasías y escenas compartidas de hermanos mayores y hermanos
pequeños que podrían tener lugar si algún día nos juntábamos todos bajo un
mismo techo.
-
Tened, id a comprar bebidas para todos – les pedí a Sam y a
Michael, por ser los mayores. Les entregué varios billetes que debían ser
suficientes y los demás fueron diciendo lo que querían que les trajeran. – A mi
traedme una Coca-cola, por favor.
La gente del teatro había tenido buena intención, pero
no conocían demasiado mi historia si me ofrecían una botella de champán. Tal
vez Aarón y Holly pudieran disfrutarla.
-
Vale, chicos, vamos a los asientos – sugerí.
-
¿Ya va a empezar? – preguntó Kurt.
-
Quedan quince minutos.
Salimos
a lo que era en sí el palco y la panorámica desde allí arriba era
impresionante. Podíamos ver a las personas que se sentaban en el patio de
butacas y no había ningún obstáculo entre nosotros y el escenario.
Escuché
varias exclamaciones de asombro y Barie tenía una sonrisa tan grande que se le
iba a salir de la cara. Dejé que disfrutaran un rato y después le hice una seña
a Mike y a Ted, para volver con ellos dos al saloncito anexo.
-
¿Qué pasa? – bufó Mike, cuando estuvimos a solas, en un tono
tan impertinente que Ted le miró con asombro, incapaz de entender esa falta de
prudencia por parte de su amigo. Pero yo si lo entendía, se llamaba ser
adolescente.
-
Tenemos una conversación pendiente, nosotros tres. ¿Cómo es
eso de que tu padre no sabe que estás aquí?
-
La lista de cosas que mi padre no sabe es interminable –
replicó, con gesto altivo.
¿Qué
era aquello, una especie de “mira lo malo que soy”?
-
No puedes irte sin permiso, Mike. No está bien y, sobre todo,
¿sabes el susto que se llevaría tu padre si ve que no estás en casa?
-
Pero no se va a dar ni cuenta.
Una
vez más, sentí mucha compasión hacia ese chico.
-
Está trabajando, pero se preocupa por ti… - le dije, con
pocas ganas de defender a ese hombre, pero sabiendo que al fin y al cabo no es
que estuviera por ahí de juerga.
-
Pues tiene una manera curiosa de demostrarlo – volvió a
bufar.
-
Tienes que llamarle, o por lo menos escribirle, y decirle
dónde estás y que estás bien.
-
¿Qué? ¡Ni hablar! No creo que mire la tele en el hospital,
así que no se va a enterar.
-
Mke, no puedo dejar te quedes sin que tu padre lo sepa.
Aparte de que no es lo correcto, eres menor de edad.
-
¿Me estás echando? – preguntó, intentando sonar enfadado,
pero le salió un tono más que nada dolido y vulnerable.
-
No, claro que no. Me encanta tenerte aquí, grandullón – me
permití hablarle con cariño y puse una mano sobre su hombro, sabiendo que no se
apartaría porque era un gesto que ya había tenido con él en otras ocasiones. - Antes
me llamabas tío Aidan y en verdad te tengo cariño como si fueras mi sobrino.
Pero hay que hacer las cosas bien. Tienes que avisar a tu padre.
-
Se pondrá hecho un basilisco…
-
Hay que ser valiente y afrontar lo que venga. Dile que estás
conmigo y que te llevaré a casa después.
-
Traje mi coche – me recordó.
-
Es una manera de hablar.
Resopló, pero sacó el móvil y le mandó un mensaje. Mientras
él se ocupaba de eso, miré a Ted, que había permanecido callado durante toda la
conversación.
-
Siempre que invites a alguien a casa o a una salida, debes
asegurarte de que tienen permiso. No es tu culpa si ellos mienten, pero sí si
sospechas que van a hacerlo y les encubres – le dije.
-
Lo siento…
-
No importa, campeón. Gracias por tu sinceridad. Significa
mucho para mí.
Ted se encogió, mucho más avergonzado. Casi tanto, o
quizá más, como si le hubiera regañado delante de su amigo.
Sam y Michael volvieron en ese momento, cargados con
varias botellitas pequeñas.
-
Había mucha cola – explicó Sam.
-
Nos ha sobrado esto – añadió Michael, y me dio la vuelta, de
apenas un dólar porque realmente los precios del bar del teatro eran
escandalosos.
-
Perfecto. Muchas gracias, chicos. Dejadlos en la mesita e id
a sentaros. Coged uno si queréis, claro.
Nos
encaminamos hacia el palco para ir con los demás. Sam y Michael entraron primero;
Mike, Ted y yo detrás, pero algo que capté en los ojos del amigo de mi hijo me
hizo sospechar. Tenía cierto aire de triunfo, como de travesura realizada y no
descubierta. Más sabe el diablo por criar a doce hijos que por diablo.
-
Mike, ¿le escribiste a tu padre? – le pregunté.
-
Sí, claro, lo acabo de hacer. Me has visto…
Le
había visto con el móvil, pero no a quién le mandaba el mensaje. De pronto
parecía nervioso.
-
Déjame el teléfono, por favor – le pedí.
-
¿Qué? ¿Para qué? ¡Es mío!
-
Solo quiero ver una cosa.
-
¡No me puedes obligar a dártelo! – protestó, rabioso. Cerré
la puerta que conectaba el salón con el palco para tener algo de intimidad.
-
Tienes razón. En tal caso llamaré a tu padre, para asegurarme
de que sabe dónde estás.
-
¡No, espera, no hagas eso! No le escribí – reconoció.
En un impulso, le agarré suavemente de la oreja, como había
hecho alguna vez con Ted.
“Eh, no estoy seguro de que puedas hacer eso. No es tu hijo”.
“Tarde, ya lo hice”.
- Le vas a mandar un audio ahora, aquí delante que yo te
oiga, y después me voy a quedar con tu móvil hasta que salgamos, por si acaso
te llama, para asegurarme de que no rechazas la llamada – le instruí.
Le solté la oreja. No le había tirado fuerte, pero él se
llevó la mano para frotarse, más sorprendido que otra cosa. Cogió su teléfono y
pulsó la pantalla, todo esto sin dejar de mirarme como un perrito desvalido
abandonado a su suerte en medio de una tormenta:
-
Papá, estoy con Ted y su familia en el teatro. Sé que me
dijiste que no podía salir, pero me apetecía mucho venir. Estoy bien, Aidan me
acompañará a casa.
Le dediqué un asentimiento de aprobación y después tomé su
teléfono. Mike parecía muy avergonzado.
-
Lo… lo siento…
-
Está bien, no pasa nada – contesté, pero seguía teniendo
mirada de cachorro en apuros, así que le abracé.
Lo que ocurrió después no me lo esperaba.
-
¿Por qué no puedes ser mi padre tú? – le escuché susurrar,
con un gimoteo.
Siempre me había parecido que Mike estaba bastante
desatendido, pero creo que las cosas habían empeorado con el tiempo. Al
parecer, mi breve charla con su padre no había servido de nada.
-
Hey, grandullón. ¿Necesitas que hablemos? – ofrecí, pero el
negó con la cabeza. – Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Incluso para un buen tirón de orejas.
Se ruborizó y se separó para mirarme con el ceño
fruncido.
-
Eso no tuvo gracia – protestó.
-
No pretendía que fuera un chiste.
-
No lo vuelvas a hacer – me exigió.
-
No vuelvas a intentar engañarme.
-
¿O qué? – me retó. Su tonito impertinente tendría que haberme
molestado, pero me provocó ternura, sobre todo. Solo estaba a la defensiva. Era
como ver a un cachorro de león intentando aprender a rugir.
-
Bueno, tal vez no sea tu padre, pero me preocupo por ti, y no
voy a dejar que hagas tonterías.
Los labios de Mike se estiraron en una media sonrisa
involuntaria. La megafonía del teatro avisó en ese momento de que la obra
estaba a punto de comenzar, lo que en realidad me salvó de que la conversación
se pusiera más incómoda, porque algo me decía que aquel chico quería seguir
indagando sobre cómo exactamente pensaba impedirle que hiciera lo que le
viniera en gana. Y, la verdad, no tenía una respuesta.
A Mike le habían guardado un asiento al lado de Leah y a mí
uno entre Holly y Alice.
-
Has tardado, papi – me acusó mi bebé.
-
Perdona, princesita, tienes razón. Pero ya estoy aquí.
Holly me dedicó una mirada seria. Me pregunté si ella también
me iba a reclamar por la tardanza, pero entonces su expresión se volvió
pensativa.
-
¿Qué ocurre? – dije al final, después de sentirme observado
por varios segundos.
-
Sé que no te gusta ser el centro de atención, pero vas a
tener que aprender a lidiar con los periodistas. Ahora eres famoso. Lo que
ellos hicieron hoy, acosarte de esa manera cuando estás con tu familia, no está
bien, no está bien en absoluto, pero tú tampoco eres muy accesible. Tienes fama
de antipático entre los medios y esa impresión no podría ser más lejana a la
realidad.
Me revolví en mi asiento, incómodo pero consciente de que sus
palaras tenían cierta lógica.
-
¿Y qué debería hacer, según tú? – susurré.
-
Concede entrevistas de vez en cuando y no solo cuando te
obligue tu editorial. No tienes por qué hablar de tu vida privada… Pero sí
deberías aceptar quién eres. Eres Aidan Whitemore, el mejor escritor de esta
época.
Era verdad que debía volverme más accesible, mi editor ya no
sabía cómo decírmelo. La mayoría de los escritores conseguía pasar
desapercibido, escondiéndose detrás de sus obras, pero mi historia personal
también había llamado la atención de la prensa. Si no aprendía a tratar con
ellos bajo mis propios términos, me sentiría perseguido para siempre.
-
¿El mejor escritor? – repetí, con una sonrisa, ante su
evidente exageración.
-
Ahá.
Me incliné hacia ella y justo cuando estaba por besarla una
cabecita se asomó entre medias.
-
¡Mami! – exclamó West, en un tono que escondía una petición
clara: - ¡Quiero sentarme contigo!
-
Ow. Ven aquí, tesoro – respondió ella y le alzó para sentarle
encima de sus piernas. Esbozó una sonrisa de disculpa en mi dirección, pero yo
me limité a acariciar al pequeño.
Eché
un rápido vistazo a mi alrededor – un hábito para tener la situación
controlada- y entonces la obra comenzó.
Después
de los primeros cinco minutos, cuando el protagonista se queda huérfano, la
emoción se hizo palpable en todo el teatro. Yo mismo tenía lágrimas en los
ojos, porque entonaron una canción preciosa y triste. Por puro instinto, miré a
Barie y la vi deshecha en llanto. Scarlett, Zach, Cole y Jeremiah también
parecían afectados. Sam estaba al lado de Barie y la envolvió con un brazo
mientras le susurraba algo para consolarla. Aún estaba asimilando lo tierno de
la imagen cuando Holly me dio un golpecito con el codo, para señalarme a Sean,
que lloraba en silencio un par de asientos a la derecha.
Holly
estaba ocupada siendo el asiento humano de West, así que me levanté yo, y me
acerqué a su hijo que, al verme, se limpió la cara, como intentando disimular
que había llorado. Sin decir nada, sabiendo que cualquier palabra de ánimo no
provocaría más que vergüenza en un adolescente hermético y orgulloso, me limité
a acariciarle el pelo y él me agarró la mano por unos segundos. Me quedé un
rato con él, haciéndole mimos en silencio y un tanto sorprendido de que los
aceptara. Cuando regresé a mi asiento descubrí que estaba ocupado por West y
que Barie estaba sentada en mi reposabrazos, abrazada Holly. No había nadie
detrás de nosotros, ventajas de tener un palco particular, así que no molestaba
a nadie ahí subida.
Un
tanto inseguro, cogí a West en brazos para ponérmelo encima y él pareció
conforme con el nuevo arreglo. Froté la espalda de Barie y ella ladeó la
cabeza. Así pude observar su rostro y me di cuenta de que, aunque aun tenía
lágrimas por la triste escena que habían representado, sus labios se estiraban
en una pequeña sonrisa. Los movió para decirme algo, pero luego guardó
silencio. No hizo falta que dijera nada, en realidad. Lo entendía
perfectamente: era feliz, porque estaba en los brazos de Holly, que era algo
que venía deseando desde antes incluso de conocerla.
Barie
me tendió la mano y yo la tomé entre las mías, empezando a hacer circulitos en
ella con el pulgar. Su dedo ya se había curado y hacía un par de días le habían
quitado la férula.
Se
fue deslizando poco a poco, hasta prácticamente sentarse sobre Holly de la
misma manera que West estaba sentado sobre mí. Estaba a punto de intervenir
para liberar a Holly de lo que me parecía demasiado peso para ella cuando me
topé con los fieros ojos de mi muy intimidante novia, que me indicaron que no
osara separarla de mi princesa.
Aquello
era un cuadro perfecto y yo lo estaba viviendo. Esperaba que el pintor pudiera
captar con exactitud lo tierno que era West; lo hermoso que era ver a Barie
estudiando el rostro de Holly, casi con el mismo interés con el que miraba al
escenario.
Como
una hora después, terminó el primer acto y hubo un descanso. Salimos al
saloncito anexo, pero en realidad casi todos tenían ganas de ir al baño. Dante
no había aguantado y se había hecho en el pañal. Según Holly, de los trillizos,
él era el que más a menudo tenía accidentes durante ese proceso de transición
para dejar el pañal.
-
¿Quieres que me lleve a las niñas al baño mientras voy a
cambiar a esta bolita? – se ofreció y yo asentí, agradecido, porque el momento
baño solía ser muy incómodo para mí. Odiaba las miradas de algunas mujeres
cuando me veían entrar con Alice. Odiaba hacerlas sentir incómodas con mi
presencia, pero no era ningún pervertido, tan solo un padre soltero.
-
¿Le van a regañar? – me preguntó West, que no se había
separado de mí en todo el rato.
-
¿Qué? No, claro que no, campeón. Tu hermanito no hizo nada
malo, solo se hizo pipí.
Mi aclaración no pareció tranquilizarle demasiado.
-
Yo me hago pis a veces, en la cama – me confesó.
-
Oh. Bueno, tampoco pasa nada por eso. Le pasa a muchos niños,
West.
-
Eso dice mamá – susurró. – Pero papá sí se enfadaba.
Le apreté contra mí y le acaricié la cabeza. No podía
entender que alguien pudiera enfadarse por algo que un niño no podía controlar
y que evidentemente no hacía aposta.
-
¿Quieres ir al baño ahora? – le pregunté y él asintió. – Pues
vamos, pero tienes que darme la mano, ¿bueno? Hay mucha gente aquí y no te
puedes separar de mí.
West asintió y me dio la mano derecha, mientras que Kurt me
dio la izquierda, con ganas de ir él también.
-
Sin separarse, ¿vale? – insistí.
-
Shi, papi – respondió Kurt. West volvió a asentir y con eso
me di por satisfecho.
Sam y Aaron llevaban, respectivamente, a Tyler y a Avery y
este último me saludó con la manita aumentando por mil mis ganas de comérmelo.
Cuando estábamos bajando las escaleras rumbo al servicio,
hubo un pequeño caos de gente, pues otros espectadores bajaban por esas
escaleras también y se formó un tapón. Alguien empujó a Scarlett, sin querer, haciendo
que se cayera. La niña se hizo un ovillo, no tanto porque se hubiera lastimado,
sino asustada por verse rodeadas de tantas personas. El hombre que la había
empujado intentó ayudarla, pero eso fue peor, porque ella se encogió más. Le
hice una señal a Michael para que estuviera pendiente de Dylan, pues él podía
sentir la misma ansiedad, y me acerqué para levantar a Scarlett del suelo.
-
Tranquila, princesa, tranquila. Shhh. ¿Te has hecho daño?
Entrelazó los brazos alrededor de mi cuello y pude escuchar
su respiración agitada.
-
Hay mucha gente – me susurró, prácticamente en el oído.
-
Lo sé, cariño. Todo está bien, no pasa nada.
Haciendo un rápido cálculo de riesgos y beneficios, hice
fuerza para levantarla. Podía con ella sin problemas, apenas pesaba nada.
Blaine se nos acercó en cuanto pudo llegar hasta nosotros y dejé que él se
encargara de su hermana, ya que Scarlett parecía más cómoda con él. Conmigo no
tenía tanta confianza, pero me dije que el hecho de que se hubiera abrazado en
mí en busca de protección ya era un avance digno de ser celebrado.
No debí de tardar más de un minuto en atender a Scarlett,
pero fue suficiente para que Kurt y West desaparecieran de mi lado. Les busqué
junto a sus hermanos mayores, pero no estaban. Simplemente no estaban, como si
se hubieran evaporado.
-
KURT’S POV –
Estábamos
viendo un musical de un niño que vivió hace muchos años, cuando la gente vestía
raro y no había coches. Luego el niño crecía y todo se hacía muy complicado.
Había cosas que no entendía, pero las canciones eran bonitas.
El
niño no tenía papá y su mamá moría al principio de la historia. Me daba mucha
pena, nadie debería quedarse solito. Me gustaban más los cuentos felices, pero
a lo mejor ese acababa bien; por el momento la historia se paró para que
pudiéramos ir al baño.
Me
fui con papá y West, pero entonces Scarlett se cayó y se puso muy triste y papá
fue a ayudarla. Yo me quedé a su lado porque nos había dicho que no nos
separáramos, pero West comenzó a alejarse y yo no supe qué hacer. Era un año
mayor que West, así que tenía que cuidarle para que no le pasara nada. Le
seguí, abriéndonos paso entre las piernas de la gente.
-
¡Espera! ¡Mi papá ha dicho que nos quedemos con él!
-
¡Tengo que hacer pis! – respondió West, buscando entre los
letreros a ver si alguno decía dónde estaba el baño.
No sé si es que aún no sabía leer bien o qué,
pero le vi irse justo en la dirección contraria a la que decía el cartel. Le
agarré del brazo y tiré de él.
-
No es por ahííí.
Decidí
llevarle yo para que no se perdiera. Estábamos a punto de llegar cuando papá
nos alcanzó.
-
¡Estás aquí! ¿Estás bien? ¡Os dije que no os separarais!
“Oh,
oh”.
Papá
nos abrazó a los dos a la vez. Creo que le había dado miedo quedarse solito. A
mí tampoco me gustaba cuando los demás se iban sin mí.
-
¡Tenía pis! – insistió West, señalando la puerta del baño.
Papá
suspiró y nos agarró a cada uno de una mano.
-
Vamos. Haremos pis lo primero.
Nos
acompañó dentro y esperó a que termináramos, para después ayudarnos a llegar al
lavabo. No sé por qué los ponían tan altos.
Miré
a papá con atención, para ver si estaba enfadado. Apenas habló por un rato, tan
solo le dijo a Michael que nos había encontrado en cuanto le vio. Después
volvimos a la habitación de las alfombras, pero papá no nos llevó de vuelta a
los asientos.
-
Quiero que me escuchéis bien los dos. Sé que os solté un
segundo para ayudar a Scarlett, pero os dije que no os podíais separar. No
conocemos este lugar, podíais haberos perdido o podía haberos pasado algo malo.
Cuando dijo “algo malo” me acordé del señor que
intentó llevarse a Hannah.
-
Si papá os dice algo tenéis que hacerle caso – continuó.
-
¡Tú no eres mi papá! – protestó West.
-
No, pero estabas conmigo y cuando estés conmigo tienes que
hacerme caso también. Porque yo te quiero mucho y quiero cuidar de ti.
-
¿Y vas a ser mi papá a partir de ahora? – se interesó West.
Papá tardó bastante en responder.
-
¿Tú quieres que lo sea? – dijo al final.
West se encogió de hombros y se miró los pies.
-
Si mi papá y tu mamá se casan, seremos hermanos – le informé.
West se mordió el labio y después levantó la cabeza. Papá se
agachó para darle un beso en la frente y a mí otro.
-
Quiero que os pongáis cada uno en una esquina. Si nos dicen
que no nos alejemos, no podemos ir al baño solitos. Vamos, a la esquina.
Puse un puchero, la esquina era muy aburrida. Papá me señaló
la pared y yo caminé hasta allí sin ninguna gana.
-
Fui con él por si se perdía – protesté.
-
Eres un gran hermano mayor, siempre lo has sido, Kurt, pero
tendrías que haberme avisado a mí o a alguno de tus hermanos.
Me puse en la esquina, pero West no se movió de su sitio.
-
Vamos, campeón. Tú también.
-
¡NO!
-
West…
-
¡Que no!
Alice y Hannah entraron en ese momento. Venían con Holly y
Dante del baño.
-
¿Tas castigado? – me preguntó Alice y yo asentí, mirando a
papá a ver si me dejaba salir ya, porque ya tenían que haber pasado como cien
minutos.
-
Malo, papi – me defendió Hannah.
Papá se puso a hablar con Holly, pero no pude entender lo que
decían porque hablaban muy bajito.
-
West, Aidan te mandó a la esquina, así que ve – escuché al
final.
-
¡NO!
-
Pollito, haz caso.
-
¡NO QUIERO!
Uy. A papi no le gustaban nada los berrinches. Giré la cabeza
y le vi con su cara seria de cuando alguien está en problemas.
Holly intentó llevar a West a la pared, pero entonces él le
dio una patada.
Papá frunció el ceño, se acercó a ellos y agarró a West de
los brazos, agachándose delante de él.
-
No se dan patadas y a mamá menos. Pídela perdón.
-
¡No quiero!
Giré la cabeza de nuevo para mirar a la pared. No quería ver
lo que seguía.
PLAS
PLAS
Durante
un segundo después de las palmadas, hubo un silencio total y después…
-
¡BWAAAAAA!
No
me gustó que le diera una patada a Holly, ella era muy buena y yo solo quería
darle muchos besitos, pero escuchar a West llorar me gustó todavía menos.
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