domingo, 4 de julio de 2021

CAPÍTULO 136: SE LO MERECÍA…

 

CAPÍTULO 136: SE LO MERECÍA…

Michael permaneció en un sombrío silencio durante todo el trayecto desde el teatro. No podía culparle: por lo que había escuchado, estaba en un lío de los gordos. Todos éramos conscientes y por eso le dejamos tranquilo en lugar de intentar hablar con él.

Aún me costaba asimilar lo que había pasado. Los periodistas acosándonos, la supuesta pelea…. Al parecer, mis hermanos habían decidido tomarse la justicia por su mano una vez más, para vengar una agresión que Leah había sufrido recientemente. La intención pudo ser buena, pero la cagada resultó estrepitosa. No estábamos hablando de intimidar un poco a un idiota, como hicimos con el chico que se metía con Cole, sino que le habían dado una paliza. Cinco contra uno… Me estremecí, recordando una situación similar en la que yo era el tipo con desventaja.

-         ¿Estás bien? – me susurró Agustina, de copiloto en mi coche mientras nos dirigíamos a su casa. – Te has puesto pálido.

 

-         Eso es biológicamente imposible – repliqué, con una media sonrisa.

 

-         ¡Ya sabes lo que quiero decir! Tienes mala cara.

 

-         Estoy bien – la tranquilicé. Desde el golpe en la cabeza, había tenido que acostumbrarme a que todo el mundo fuera sobreprotector conmigo. Papá me había entrenado para ello durante diecisiete años, pero ahora incluso mis amigos y mi novia me trataban como si fuera de porcelana. – ¿Y tú? ¿No vas a tener problemas por… las cámaras? Si quieres hablo con tus padres y les explico lo que pasó…

Los padres de Agustina ni siquiera le permitían tener redes sociales -las tenía a escondidas, aprovechando que ellos no manejaban mucho la tecnología-, así que imaginaba que no les iba a gustar ni un pelo que la hubiesen grabado una decena de medios. Eran muy rígidos con eso de la privacidad y lo cierto era que yo no le veía mucho sentido. Algunos padres se preocupaban por lo que sus hijos pudieran subir a internet por si les comprometía para entrar a alguna universidad prestigiosa, pero los padres de Agus no querían que ella fuera a la universidad. Y ya estaba grande para que quisieran alejarla de “los peligros de internet”. Entendería si no la permitieran quedar con desconocidos con los que hubiera contactado online, pero de ahí a no dejarla tener Facebook o Instagram, cuando hasta mis hermanitas de doce años se habían abierto una cuenta… Lo fundamental, según mi parecer, es estar pendiente de los hijos para que no hagan tonterías, pero sin hacerles vivir en un mundo paralelo ajeno a internet. Papá vigilaba que no subiéramos cosas inapropiadas y también me había encargado a mí que cuidara de la “vida online” de mis hermanos pequeños.

-         No creo que me digan nada – me respondió Agustina.

La miré, inseguro.

-         No te preocupes por mí – insistió. – Las cosas en casa no siempre son… ideales, pero ahora mismo estamos en una racha buena. No había nada que yo pudiera hacer con las cámaras, no es como si me hubiera presentado a un plató de televisión. Además, con suerte ni se fijaron en mí, estaban demasiado ocupados enfocando a tu padre y a su novia.

 

-         Y acosado a mis hermanos – apreté el volante, con rabia. Nunca había entendido lo alterados que parecían algunos famosos ante la presencia de periodistas, pero de pronto lo comprendía. La luz de los focos resulta cegadora. Los periodistas apuntándote con sus micrófonos te paralizan. Tu vida deja de ser tuya por unos segundos.

 

-         Sí… Eso fue horrible – reconoció Agus.

 

-         Pues yo creo que fue divertido – intervino Zach, metiéndose en la conversación. - ¡Hemos salido en la tele!

 

-         No se te verá la cara, amermao. Nos habrán difuminado – le dijo Harry.

 

-         Bueno, pero hemos salido igual.

 

Sacudí la cabeza, acostumbrado a las tonterías propias de treceañeros, y después suspiré: ya habíamos llegado a la casa de Agus y no quería despedirme. Salí del coche para abrirle la puerta y ella me sonrió con timidez. Al principio, esa clase de movimientos nos quedaban torpes, porque ella salía del coche antes que yo y me quedaba colgado a medio camino. Pero el tiempo nos había dado práctica y había sincronizado nuestros gestos. También había aprendido qué clase de cosas le gustaban y cuáles le molestaban. Que le abriera las puertas parecía complacerle, pero no le gustaba que le retirara la silla antes de sentarse. Demasiado siglo XIX, supongo.

-         Me lo he pasado muy bien hoy – me dijo. – Gracias por invitarme.

 

-         A ti por venir. Siento no invitarte a cenar con nosotros es que…

 

-         No es el día – entendió. - ¿Tu padre está muy enfadado?

 

-         Creo que sí – admití, aprovechando que nadie nos podía escuchar en ese momento.

 

-         ¿Y… tus hermanos…? Da igual – se interrumpió y apartó la vista, avergonzada.

 

-         ¿Mmm?

 

-         No importa.

 

Esperé unos segundos en silencio. La conocía bastante bien ya y sabía que curiosidad podía más que su prudencia. Mientras esperaba, sin embargo, reparé en cuál podía ser la naturaleza de su pregunta y antes de encontrar la forma de cambiar de tema, ella halló el valor para plantearla:

 

-         ¿Les va a castigar… como me dijiste que os castigaba? – susurró.

 

Mi primer pensamiento fue contestar algo así como que no era asunto suyo y mi segundo fue todavía más tajante, pero finalmente respiré hondo y me limité a echarle una mirada exasperada.

 

-         Nunca vas a olvidarlo, ¿no? – suspiré.

 

-         Nop.

 

-         Sobre mí puedo contarte lo que quieras, pero no pienso avergonzar a mis hermanos – declaré.

 

-         Como si tú te metieras en líos alguna vez.

 

-         Te sorprenderías – murmuré.

Escuché la bocina de un coche y me sorprendí un poco: Aidan no solía ser tan impaciente. Claro que todavía teníamos que acompañar a Mike. Papá le había dado instrucciones al salir del teatro y estas habían sido muy claras: “dejamos a Agus y a Fred en su casa y después vamos a la tuya”.  Mike había tenido la suficiente sensatez como para no oponerse, quizá porque papá seguía teniendo su móvil. Técnicamente, eso le convertía en un ladrón, aunque el interesado no había cuestionado en ningún momento su autoridad para hacerlo.

Me pregunté si papá querría tener una conversación con el padre de Mike e intuía que la noche estaba por ponerse mucho más incómoda todavía.

Agaché la cabeza para darle un beso rápido a Agus y observé cómo se metía en su casa antes de ponerme de nuevo al volante.

La siguiente parada fue más breve. Fred se bajó del coche de Mike y se despidió de nosotros con la mano. Luego se dio prisa por desaparecer de nuestra vista; siempre había odiado por igual intensidad las situaciones tensas y ser el centro de atención.

 

-         AIDAN’S POV –

Me notaba alterado, el enfado me estaba durando más que de costumbre. Normalmente mis hijos más pequeños conseguían distraerme con su charla incesante o sus canturreos mientras conducía, pero aquella tarde estaban muy callados.

-         ¿Todo bien ahí detrás, enanos? – pregunté, girándome para mirarles en cuanto nos despedimos de Fred.

Hannah y Kurt asintieron con los párpados medio caídos y entendí que estaban a punto de quedarse dormidos. Alejandro les colocó su abrigo a modo de manta, de forma que les cubría a los dos.

-         Eso fue muy tierno, campeón – susurré.

Jandro abrió mucho los ojos, como si se hubiera sorprendido de oír mi voz. Respiré hondo. Algo en su mirada de asombro me dolió, como si no me creyera capaz de hablarle en ese tono amable.

-         Sigo estando furioso contigo. Pero me gusta que seas buen hermano.

 

-         Por eso se peleó con ese chico, papi. Estaba haciendo de hermano mayor – intercedió Barie.

 

-         Leah le saca un año – le recordó Madie. – O al menos unos meses.

 

-         Bueno, pues de hermano menor, da igual.

 

Me planteé cuánto de cierto habría en aquellas palabras. Siempre me había gustado que mis hijos se defendieran entre sí o a quien no podía defenderse a sí mismo, pero aquella situación no se parecía. No había sido un acto de protección, sino de venganza. Y de eso ya habíamos hablado.

 

-         Estaba haciendo de matón – repliqué, frustrado.

 

-         No digas eso, papi – me pidió Barie, quien al parecer se iba a encargar de la densa del acusado, dejándome a mí el puesto de fiscal, juez y verdugo.

 

-         Déjale. Da igual lo que le digas. Ya ha decidido que me la he cargado y lo demás no le importa – resopló Alejandro.

 

Me apreté el puente de la nariz y arranqué el coche de nuevo sin decir nada para no entrar en su juego. Si se quería creer que era un ser arbitrario que buscaba excusas para regañarle, adelante. Sabía que solo era un mecanismo de defensa.

 

- De todas formas, se metió en líos por ella – dijo Madie, en su propia línea de pensamiento. – Que ya es más de lo que ha hecho nunca por mí.

 

El retrovisor me devolvió su imagen con el ceño fruncido, los labios arrugados y los brazos cruzados. Ver a mi fierecilla enfurruñadita y celosita me provocó mucha ternura.

 

-         Pero qué mentirosa – se indignó Alejandro.

 

-         Humpf.

 

-         Recuerdo una bronca ÉPICA porque cierta princesa quería el peluche del estante más alto de la tienda y ninguno de los dos llegaba, así que me subí para cogerlo – insistió Jandro. – Arriesgué incluso mi integridad física.

 

-         Tenía seis años, eso no cuenta – protestó Madie.  - ¿Qué has hecho por mí últimamente?

 

-         Dejarte el cargador cuando no encuentras el tuyo. ¿Y tú por mí? – contratacó.

 

-         Ya. El concurso de “quién es mejor hermano” lo dejamos hace tiempo. No volváis a eso – pidió Barie.

 

Jandro y Madie dejaron su discusión y se quedaron en silencio por unos segundos.

 

-         Leah no va a desbancarte como hermana – murmuró mi hijo al cabo del rato. – Los trillizos por otro lado… si, definitivamente ellos son más adorables que tú – la chinchó. Madie le dio un golpecito flojo en el brazo y los dos sonrieron.

 

Aquella conversación sirvió para calmarme y disipar ligeramente mi enfado.

 

Tardamos muy poco en llegar a la casa de Mike. El chico no había intentado fugarse y había seguido mis instrucciones al pie de la letra. Era un buen muchacho, tan solo me preocupaba que se estuviera convirtiendo en un hombre sin el acompañamiento necesario.

 

Me bajé del coche, y Mike y Ted se bajaron del suyo. Ted me dedicó una mirada preocupada, quizá temiendo que me abalanzara sobre su amigo.

 

-         Siento haberte pitado antes – me disculpé. Él no tenía culpa de nada.

 

-         No importa. En realidad, me salvaste de una conversación incómoda.

 

Le miré con curiosidad, pero no me dio más detalles.

 

Mike se nos acercó con cara de circunstancias. El chico desvergonzado que me llamaba “tío Aidan” era ahora un niño tímido a la espera de que lo regañen. 

 

-         Tranquilo, Mike. Tengo que contarle a tu padre lo que pasó, especialmente lo de las cámaras, pero intentaré no lanzarte demasiado a los leones.

 

-         No sé si estará en casa – me advirtió.

 

-         Bueno, pues vamos a ver. Ted, enseguida vuelvo. Vamos, Mike.

 

Me acerqué a la puerta y llamé al timbre. Segundos después, Ryan, su padre, nos abrió. Parecía aliviado: podía imaginar su pánico al llegar y ver que su hijo no estaba. También lucía confundido, lo que me indicó que no había escuchado la nota de voz donde Mike le explicaba que estaba conmigo.

-         ¿Dónde te habías metido? – le increpó.

 

-         Estaba con Aidan…

 

-         Estabas castigado – replicó Ryan.

 

-         No supe que no tenía permiso hasta que fue demasiado tarde – intervine. – Lamento las molestias, teníamos algunos asientos de sobra para un musical y Ted le invitó.

 

-         Te dejé un mensaje – añadió Mike. – Pero nunca los miras.

 

“Mal momento para reclamarle a tu padre, chico” pensé, pero Ryan ignoró la acusación.

-         Siempre has hecho lo que te ha dado la gana, pero últimamente es que vas completamente a tu bola, como si vivieras solo – le reprochó.

 

-         A veces lo parece – murmuró Mike.

 

-         ¿Cómo dices?

 

-         Que a veces parece que vivo solo.

 

Aquella era una conversación realmente incómoda de presenciar. Quería quitarme de en medio cuanto antes, pero aún quedaba un asunto que debía hablar con el padre del chico. No me pareció el momento de sacarlo, sin embargo, porque Ryan había enmudecido tras la última declaración de su muchacho.

 

Casi inconscientemente, puse una mano sobre el hombro de Mike, en señal de apoyo. Su padre necesitaba escuchar aquello y actuar de una maldita vez en consecuencia.

 

-         Si esto es una especie de venganza por mi horario de trabajo, no…

 

-         ¡No es una venganza! – le interrumpió Mike. -  Ted me invitó y me apetecía ir, ya está. Al menos cuando estoy con su familia no siento que molesto.

 

Wow.

 

Ryan entrecerró los ojos y luego suspiró, mirándome con una expresión de disculpa, supongo que por involucrarme en aquel intercambio privado.

 

-         Entra en casa y llama a Fred. Acabo de dejarle un mensaje preguntándole por ti. ¿Estaba contigo?

 

Mike asintió y desapareció hacia el interior del edificio. Algo empezó a molestarme dentro de mi mente, como una idea que no se acababa de formar. ¿No me había dicho hacía poco que no conocía a Fred? Tal vez Mike le había puesto al día.

 

-         Gracias por cuidar de mi muchacho – me dijo Ryan, sacándome de mis pensamientos.

 

-         No hay de qué. Yo… hay algo que tendría que hablar contigo.

 

-         ¿Te ha dado algún problema?

 

“Pues sí, pero no sé si contártelo. Buff, me siento como un soplón”

 

“¿Te recuerdo que tienes cuarenta años?”

 

“Treinta y ocho, si no te importa”

 

“Igualmente, demasiado mayor para no querer ser un chivato. Esto no es algo que puedas encubrir. Tú querrías saberlo”

 

Eso era cierto. No tenía ningún derecho a ocultarle a ese hombre lo que había pasado con su hijo.

 

“Lo de las cámaras primero” decidí.

 

-         En la puerta del teatro nos estaban esperando varios reporteros. No sé quién les avisó o cómo se enteraron, pero… es posible que hayan grabado a Mike. Yo intenté que no, procuré alejarlos de él y de mis hijos….

 

-         Ya veo. ¿Reporteros? No sabía que… es decir, sé que eres escritor, pero…

 

-         Yo tampoco esperaba generar tanto interés – le aclaré, avergonzado. – A partir de ahora, deberé tener más cuidado.

 

Era un poco agobiante, a decir verdad. Pensar que podría haber cámaras en cualquier lugar, para grabarme a mí o a mis hijos. Y no solo eso, sino que sabía lo que hacían muchas veces con las imágenes: darles la vuelta y usarlas para destrozarte.

 

-         Gracias por el aviso. Hablaré con Mike por si intentan acceder a él para sacarle información sobre ti – me dijo Ryan.

 

Rayos, ni siquiera había pensado en eso. La gente que me conocía también se iba a ver afectada.

 

-         Te lo agradezco. Hay otro asunto… Este es más… delicado – titubeé. Ryan me miró con interés. – Mike ha conocido hoy a los hijos de mi novia y se ha visto involucrado en… bueno, en una pequeña pelea…

 

“No fue una pelea. ¿Piensas usar tantos eufemismos con tus hijos? Porque ellos van a necesitar que seas directo”.

 

-         Participó en una venganza improvisada contra un chico que agredió a Leah – resumí, con un suspiro. – Leah es la hija de mi pareja y creo que ella y Mike congeniaron.

 

“La hija de mi pareja suena fatal, vamos a tener que hacer algo para arreglar eso”

 

“¿Algo como qué?”

 

“No sé, añadir un “mi” delante y quitar el complemento. Tú eres el de letras, te lo dejo a ti”.

 

Mi conciencia estaba muy graciosa aquella tarde.

 

-         ¿Mike se peleó? – preguntó Ryan, confundido.

 

-         No fue él solo… En realidad, fueron varios contra uno – suspiré.

 

Apretó los labios hasta formar con ellos una fina línea.

 

-         Ese chico está fuera de control – gruñó.

 

“Ahora o nunca, Aidan…”

 

-         Si me permites… Mike es una buena persona y no creo que esté fuera de control… Solo hace tonterías propias de su edad, pero si no encuentra a nadie al otro lado para guiarle, llegará el día en el que coja un coche borracho sin que haya alguien para impedírselo o en el que haga algo irreparable por un estúpido ajuste de cuentas. Necesita a su padre y sé que tu trabajo es muy demandante, pero también creo que en ocasiones es una excusa. Tratas a tu hijo como si ya fuera un adulto y aún le queda bastante para serlo.

 

-         Cumple los dieciocho en tres meses – bufó.

 

-         Eso da igual, seguirá necesitándote.

 

-         Lo que necesita es madurar de una vez.

 

“Arg. Pensé que no existía nadie más cabezota que yo”

 

-         ¿Tu hijo participó en la pelea? – me preguntó.

 

-         Ted no – respondí, sabiendo que se refería a él.

 

-         Parece un chico sensato. ¿Cómo lo haces con tantos?

 

-         He tenido mucha suerte, me lo ponen bastante fácil. Ted en especial – dije, lleno de orgullo y sin ganas de disimularlo. – Pero a veces también hacen tonterías y eso no quiere decir que estén fuera de control – proseguí, sin rendirme en mi objetivo de hacerle abrir los ojos. - Se están haciendo un hueco en el mundo y a veces tropiezan, nada más. Lo importante es que aprendan que sus actos siempre tienen consecuencias.

 

-         Mike estaba castigado y salió de todas formas. Le dan igual las consecuencias.

 

-         Pasa mucho tiempo solo en casa… - insistí. – Un adolescente sin supervisión puede hacer algo mucho peor que saltarse un castigo. La soledad es muy mala consejera… - le hice notar y deduje de su silencio que por fin me estaba escuchando.

 

-         Me convenció para dejar la academia, pero creo que le voy a apuntar de nuevo. Mientras esté ahí no estará haciendo tonterías.

 

“Calma, no le estrangules, el asesinato es delito”.

 

-         También puede venir a mi casa siempre que quiera, como cuando era más pequeño – sugerí, al final, entendiendo que jamás veríamos las cosas de la misma manera. Mike estaba tan frustrado que me había preguntado por qué no podía ser yo su padre y Ryan era incapaz de darse cuenta de lo mucho que su hijo deseaba ser el centro de su vida.

 

-         Gracias - me respondió y me tendió la mano, a modo de despedida. Noté que le temblaba un poco el pulso. “Extraño en un cirujano” pensé, pero no le di más importancia. Se la estreché y sumé a Mike a mi interminable lista de cosas pendientes. Iba a tener un ojo sobre ese muchacho, pues empezaba a comprender que le conocía mejor que su propio padre. El chico me importaba, había sido un buen amigo para Ted y lo más parecido a un sobrino que había tenido nunca.

 

Regresé junto a mis hijos, que me esperaban repartidos entre dentro y fuera de los coches. Alejandro había salido y estaba apoyado sobre el capó, frotándose la mano. Me reproché el no habérsela examinado antes y me acerqué a mirar. Le agarré suavemente de la muñeca y pasé mis dedos por sus nudillos.

 

-         En casa te pones hielo – le dije. – Y Michael también.

 

-         Apenas me duele.

 

-         Aun así – repliqué. No quería sonar cortante, pero creo que lo hice, porque Alejandro tiró de su mano para recuperarla y se metió en el coche. Suspiré y me apreté el puente de la nariz. La noche iba a ser muy larga.

 

-         ¿Qué dijo el padre de Mike? – me preguntó Ted.

 

-         No estaba contento, pero tampoco dijo mucho – respondí, con sinceridad.

 

-         ¿Le contaste todo?

 

-         Sí. No me mires así, las mentiras tienen las patas muy cortas. Tengo que ser el adulto responsable, fue algo demasiado serio como para taparlo – me justifiqué.

 

-         Le va a quitar el móvil, no podrá llamar a Leah y me quedaré sin cuñado, espero que estés contento – bromeó. Sabía lo que estaba haciendo, intentaba que me relajara y, como siempre, lo estaba consiguiendo. Sonreí un poquito.

 

-         No creo que nada pueda frenar a Mike cuando se propone conquistar a una chica.

 

-         No es tan ligón como parece. Su padre no le deja salir con chicas, dice que ya pensará en eso cuando esté en la universidad.

 

“No sabía que alguien tan inteligente como para llegar a ser médico pudiera ser tan idiota al mismo tiempo” pensé.

-         Tampoco me sentiría cómodo con que saliera con Leah si fuera un ligón – admití.

 

-         Wow. Qué rápido llegó el papá sobreprotector – se burló Ted. – Creo que Mike no ha pensado en las desventajas de tenerte como suegro.

 

Sonreí. Definitivamente, Ted sabía cómo ponerme de buen humor.

Entramos cada uno en nuestro coche y volvimos a casa. Fue un viaje silencioso, casi todos estaban dormidos o medios dormidos, salvo Alejandro y yo y ninguno de los dos tenía ganas de decir nada por miedo a provocar una discusión.

Dediqué esos minutos a planear lo que les iba a decir a Michael y a Jandro. Normalmente, cuando se metían en problemas ya sabían lo que habían hecho mal, pero seguían necesitando que lo dijera en voz alta, como si al escucharlo de otros labios cobrase más importancia y más realismo. Además, a veces les mostraba matices en los que no habían pensado e intuía que aquella sería una de esas ocasiones. Ninguno había sido consciente de que aquello podría haber terminado en homicidio imprudente.

Cuando llegamos aún le estaba dando vueltas a cómo debía empezar, pero Alejandro me lo puso fácil a su manera.

-         Bueno, y ahora tendría que hacer deberes, pero no, porque me tengo que comer una bronca por tu estúpida filosofía pacifista – gruñó.

 

-         No te preocupes, que si tantos deberes pendientes tienes puedes hacerlos después – le contesté. – Me alegra que le des esa importancia a tus estudios, sobre todo porque ayer me dijiste que no tenías apenas tareas para el fin de semana. Qué bien que te acordaste de mirar tu agenda, muy responsable de tu parte.

“El sarcasmo no es la mejor estrategia, Aidan” me reproché.

“Ya, y ese torpe intento de manipulación por su parte tampoco”

Alejandro salió del coche y cerró dando un portazo. Conté hasta cinco mentalmente y respiré hondo. Su brusca salida había despertado a Kurt, a Alice y a Hannah, que abrieron los ojos confundidos y somnolientos.

-         ¿Ya llegamos, papi? – preguntó Hannah.

 

-         Sí, princesa. Ya estamos en casita. Chicos, despertad – les llamé con suavidad y el coche se llenó de tantos bostezos que me contagié y bostecé también.

 Me bajé y les abrí la puerta. Hannah se colgó de mi cuello en cuanto le desabroché el cinturón. La levanté de su sillita y se enredó con brazos y piernas para que la llevara. El problema fue que Kurt también me hizo gestos para que le cogiera a upa, y yo no podía con los dos, ni con Alice, que seguramente estaba a medio segundo de pedirme lo mismo. Por suerte, Ted vino en mi rescate y se encargó de coger a Kurt.

-         Eres un mimado, ¿lo sabías? – le chinchó, pero sin acritud.

 

-         Ahuuum. Tengo sueño – protestó Kurt, frotándose los ojos.

 

A veces me ponían muy difícil lo de no babearme entero y comérmelos a besos. Busqué a Michael con la mirada para ver si él nos ayudaba con Alice, pero mi hijo mayor entró en casa silenciosamente, con menos furia que Alejandro, pero con idéntico humor negativo.

Zach, por otro lado, se acercó para coger a la enana.

-         ¿Puedes con ella? – pregunté, inseguro, pero Zach aceptó los bracitos que Alice le tendía y la sacó del coche. Cuando todo el mundo estuvo fuera, cerré las puertas y le di al botón para echar la llave. – Qué hermanazo estás hecho, campeón.

Le acaricié el pelo, y Zach sonrió mientras se recolocaba a la pequeña. Me di prisa en entrar, porque no creía que fuera capaz de sostenerla durante mucho tiempo. Zach dejó a Alice sobre el sofá y Ted hizo lo mismo con Kurt. Yo sostuve a Hannah y le di botecitos suaves para espabilarla.

-         Hay que bañarse y cenar algo, ¿mm?

 

-         Ñoooo. Mimiiir.

 

Tuve uno de esos momentos en los que, como padre, no sabía qué era lo mejor. Realmente no pasaba nada porque no cenaran por un día, especialmente si eran ellos los que no querían, pero me sentía mal llevándoles a la cama sin comer nada. Era pronto, además, por lo que corría el riesgo de que despertaran activos de madrugada.

 

-         ¿No quieres ni un sandwhichito? – pregunté.

Hannah negó perezosamente con la cabeza.

-         Un poquito de fruta por lo menos, ¿vale, bebé? Papá os corta ahora un poco de manzana y después os vais a la camita. Ya os ducharéis mañana.

 

-         Buh.

 

-         No tardo nada, cariño.

 

-         Yo me encargo, pa – me dijo Ted.  - Seguro que… Dylan te necesita en la ducha.

 

“Seguro que a Jandro y Michael les corroen los nervios” entendí.

Con doce hijos no me era difícil encontrar excusas para retrasar conversaciones desagradables, pero eso no nos haría bien a ninguno. Mientras los demás se duchaban podía tener algo de intimidad para hablar con Michael y Alejandro. Era lo mejor, dado que sacarles de casa en ese momento no era viable.

Subí al cuarto de mis hijos mayores. La tensión se percibía en el ambiente. El pobre Cole estaba quietecito sobre su cama, como si no quisiera importunar a sus hermanos, que tenían posturas idénticas, los dos cruzados de brazos, medios sentados y medio tumbados en las dos camas de abajo, la de Ted y la del propio Alejandro.

-         Cole, campeón, ¿por qué no vas tu primero a la ducha?

No tuve que repetírselo, parecía aliviado de tener una excusa para marcharse. La habitación se quedó en silencio cuando él se fue y de alguna manera sabía que yo debía ser el primero en romperlo, pero me estaba costando.

-         Pensé que ya habíamos hablado de la venganza – empecé. – Pero se ve que no fui del todo claro.

 

“Baja el tono de pistolero, Clint Eastwood. Si se sienten atacados no van a escucharte” me recordé.

 

-         En tu mundo puede que las cosas se solucionen hablando, pero en el mundo real hay gente que solo entiende con una demostración de fuerza – replicó Michael. Eso era lo que la vida le había enseñado y me iba a costar más que unos meses lograr que lo desaprendiera.

 

-         Entonces habrá que cambiar ese mundo real del que hablas y no convertirse en parte del problema – le respondí. – De todas formas, no solo no es un argumento válido, sino que tampoco es coherente con la situación. Esto no es un caso de “hacerle frente al matón”, como pudo serlo tu pequeña aventura con Ted en los barrios bajos. Lo que ha pasado hoy en el teatro es bien diferente. Ese chico, hasta donde sabemos, ya había dejado en paz a Leah. Hizo una estupidez, en una ocasión, y ya sufrió las consecuencias…. Y hoy, vosotros, habéis hecho otra. Y muy grande. Y lo peor es que ni siquiera sois conscientes de hasta qué punto.

 

-         No es nuestra culpa que estuvieran los periodistas por ahí cerca – murmuró Michael, tal vez intuyendo alguno de los peligros de que aquello se hiciera público.

 

-         No. Eso es LO ÚNICO que no fue vuestra culpa.

 

-         Nosotros no fuimos los que empezamos – añadió. – Solo seguimos a los hijos de Holly. Si me crees bien y si no también.

 

-         Claro que te creo, pero eso no cambia nada.

 

-         Solo digo que no fui el de la idea.

 

-         Ya, pero sí debiste frenarla.

 

-         ¿Por qué yo? – protestó.

 

“¿En serio? A veces los adolescentes son más niños que los niños”.

 

-         Porque eres el mayor, para empezar.

 

-         Menuda mierda de razón.

 

-         Michael… No empieces con las palabrotas – le advertí.

 

 

-         Mierda – repitió, retador. Alcé una ceja. De no ser por la gravedad de la situación, me habría reído. Aquello era sumamente infantil y absurdo.

 

-         Si eso es todo lo que tienes que decir entonces mejor no digas nada. No sé si te has pensado que esto es un juego, pero la noche podría haber terminado de forma muy diferente.

 

-         Lo que tú digas.

 

-         Bueno, basta. Quédate aquí mientras hablo con tu hermano, a ver si se te quitan las ganas de discutir. Jandro, vamos a mi cuarto.

 

-         Aquí estoy bien – replicó, con la misma actitud que Michael, inflándose un poco en una pose de gallito. A ese juego podíamos jugar todos.

 

-         ¿Sí? Bueno, como quieras. Si quieres testigos yo no me voy a oponer – le dije. Hice ademan de tirar de él para que se levantara, con decisión, y Alejandro prácticamente saltó para esquivarme.

 

-         No, mejor vamos a tu cuarto.

 

-         Eso pensé.

 

“Papá uno, mocoso rebelde cero”.

Le seguí de cerca mientras caminaba hacia mi habitación. Barie canturreaba en una de las duchas, tarareando una de las canciones del musical.

“Eso tendrías que estar haciendo tú, nada de asesinar gente, sino recordando una tarde estupenda con tu novia.”

Era increíble la capacidad de mi cerebro para reproducir la voz de Ted con maravillosa exactitud.

Entré a mi cuarto detrás de Jandro y cerré la puerta. Mi hijo me abordó antes de poder preparar una estrategia.

-         ¿Qué harías si hubieran acosado a Barie? ¿O a Madie? Y no me digas que hablar tranquilamente con el chico en cuestión, para hacerle caer en la cuenta de sus errores y su vida de perdición – me dijo.

 

Su repentino cuestionamiento me pilló desprevenido y tardé en contestarle para estar seguro de responder con la verdad.

 

-         Me enfadaría mucho, igual que me enfadé cuando Leah me contó lo que la hicieron – le aseguré. “Si la persona de ese suceso hipotético fuera un adulto, y yo le pillara in fraganti, probablemente no hablaría solo con palabras” admití, para mí, pero omití decírselo. – Me aseguraría de que pagara por sus actos. Pero uno no puede tomarse la justicia por su mano.

 

-         Se lo merecía – gruñó.

 

-         ¿De veras? ¿Se merecía que cinco chicos mayores que él le acorralen en un baño y le golpeen sin posibilidad de defensa? – le pregunté, comenzando a encenderme de nuevo. Si no se daba cuenta de la realidad era preocupante y si se daba cuenta y lo estaba negando para intentar librarse era frustrante.  - ¿Se merecía llevarse una paliza y un susto cuando ya fue expulsado y con una nariz rota de regalo?

 

Alejandro no respondió, no sé si por la lógica de mis palabras o por mi tono vehemente, pero no me detuve ahí.

 

-         ¿Se merecía que le hicierais lo mismo que le han hecho a Ted? ¿Aterrorizarle, reducirle…? ¿Dónde ponemos el límite? ¿Una nariz rota no es suficiente? Tal vez una pierna rota, ¿no? ¿Eso te habría satisfecho? ¿Le rompemos un brazo también? – planteé. – O mejor la cabeza, ¿no? ¿Le provocamos un hematoma subdural? ¿Le dejamos en silla de ruedas?

 

Aquello le tocó de lleno, claro.

 

-         No, yo… No es lo mismo…  - protestó.

 

-         No, porque ese chico se lo merecía, ¿verdad? Por meterse con Leah. Se merecía una paliza, y sus gritos y sus llantos no te hicieron detenerte, porque tenía que pagar. ¿Pagó lo suficiente? ¿Estás seguro de haberle dado lo bastante fuerte? Seguro que así no se le ocurre a hacer nada parecido nunca más, ¿verdad? Y si se cruza contigo por la calle, se cambiará de acera. Como debe ser, no sea que consideres que necesita otra lección.

 

Alejandro apartó la mirada y se frotó el brazo, incómodo, pero no le dejé esquivarme y levanté su barbilla.

 

-         ¿Has pensado en lo que podría pasar si os denuncia? Más allá de eso, ¿has pensado lo que podría haber pasado si un golpe cae donde no debe, si pierde el equilibrio y se golpea con el lavabo? ¿Y si le hubierais dejado inconsciente? ¿Y si no se hubiera levantado nunca más? ¿Su muerte te habría satisfecho? ¿También se lo habría merecido?

 

Sus ojos se aguaron antes de que yo terminara de hablar y varias lágrimas silenciosas se deslizaron por sus mejillas.

 

-         Sé de sobra que eres una buena persona, que no disfruta con el dolor ajeno, así que no te permitas disfrutar ni siquiera del dolor de tus enemigos, porque eso te insensibiliza. La venganza solo sirve para corromperte, para nada más. Nunca estarás saciado. Nada saciará nunca el vacío que nace de la rabia, porque es un sentimiento que solo busca destruir, no construir nada. En el momento parece liberador, porque descargas tu ira, pero después solo deja un agujero negro. ¿Acaso te sientes mejor ahora? ¿Te sientes mejor por haberle golpeado? – le interrogué.

Su rostro se congestionó y se alejó de mí al mismo tiempo que comenzó a llorar.

-         Snif… snif… N-no… snif… - respondió, entre hipidos, y fue incapaz de añadir nada más, porque su respiración alterada no se lo permitió. Se tapó la cara con las manos.

 Recorrí la distancia que nos separaba de un solo paso y le abracé.

-         Snif… snif… Lo… snif…. Lo siento - lloriqueó.

Mi pequeño. Apreté el brazo y besé su frente.

-         Lo sé, campeón. Sé que te ha escocido lo que he dicho, pero no podía dejar que te engañaras a ti mismo. Tenías que enfrentar la verdad.

 

Alejandro respiró hondo un par de veces y después asintió.

 

-         Snif… snif… Y también… snif… tengo que enfrentar… snif… la bronca de mi vida – puchereó.

 

-         No, esa ya te la eché, ¿no estabas escuchando? – me permití bromear un poco. – Solo falta el castigo.

 

-         Snif… “Solo” – repitió con sarcasmo. – No va a ser algo bonito… snif… Y mi cumpleaños está demasiado cerca… snif….

 

-         En esta casa los cumpleaños no se usan como castigo, Alejandro. El día de tu nacimiento siempre será un motivo de celebración – declaré y acaricié su mejilla. - Pero si que te voy a castigar, y no, no va a ser bonito.

 

-         Snif…

 

Me senté en el borde de mi cama y le coloqué de pie frente a mí.

 

-         Lo peor de todo es que mi primer pensamiento no fue sobre el bienestar de ese chico, Alejandro. Mi primer pensamiento fue de estupor ante lo que estaba viendo…. Y de miedo. Un miedo terrible por no poder protegerte de las consecuencias de tus acciones. Porque te metieras en un lío legal del que no pudiera salvarte. Por… porque el proceso de adopción se viera perjudicado – añadí al final. Los ojos de Jandro se abrieron mucho, así que me apresuré en tranquilizarle. – Eso no va a pasar. Ya me he asegurado. No van a denunciar. Pero podría haber pasado, ¿lo entiendes?

 

Asintió, y se restregó el ojo derecho para limpiárselo, esfuerzo inútil, porque aún seguía llorando un poco, rompiéndome un poquito más con cada lágrima derramada.

 

-         No puedes hacer algo como esto nunca más. Y me voy a encargar de que lo recuerdes – sentencié y le miré para asegurarme de que tenía toda su atención. – Sé que entiendes la diferencia entre unas palmadas y liarse a puñetazos, pero solo quiero dejarlo claro: nunca te haría daño y no importa lo enfadado que esté, que nunca te lo haré.

 

-         ¿Estás enfadado? – susurró.

 

-         No, ya no – respondí y esperé unos segundos para que la idea calara dentro de él. – Afuera el pantalón, Jandro.

 

Peleó contra el botón de sus vaqueros por unos instantes hasta que consiguió desabrocharlo. Empujó un poco hasta que sus pantalones cayeron y después dejó que le agarra del brazo para guiarle sobre mis piernas.

 

-         No devolvemos daño por daño, no golpeamos a nadie y menos si está en situación de desventaja y no actuamos sin pensar primero en las consecuencias – resumí.

 

Levanté la mano y la dejé caer sobre su calzoncillo. Alejandro ni siquiera dio un respingo, porque no le había sorprendido, pero estiró los brazos para alcanzar mi almohada. Se la acerqué y observé cómo la apretaba y después dejé de mirarle o no podría continuar con aquello.

 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS … Mmm… PLAS PLAS

 

PLAS PLAS PLAS PLAS… Au…. Snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Lo siento, papá… snif. PLAS PLAS PLAS

 

-         Sé que lo sientes, campeón. Pero en este asunto necesito que te controles antes en lugar de sentirlo después. Algunas acciones son irreparables y yo siempre te voy a perdonar, pero hay cosas que tú no podrías perdonarte si llegaran a pasar.

 

PLAS PLAS PLAS… Snif…. Snif… PLAS PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… snif… ya no lo hago más, lo prometo… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS… snif… nunca me voy a pelear… snif… PLAS PLAS…. ni nada parecido… PLAS PLAS PLAS …snif… PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS… Bwaa, papi, ya… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

En ese punto dudé. No había sido su castigo más duro, pero estaba sensible y estaba llorando mucho. No quería ser frío, pero también quería asegurarme de que era la última vez que teníamos esa conversación en concreto.

 

-         Ya queda poco, Jandro – le dije, y froté su espalda.

PLAS PLAS PLAS… ay… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS… mmm… PLAS PLAS PLAS

Decidí que había sido suficiente. Él tal vez pudiera soportar más, pero yo no. Me moría de ganas por tenerlo entre mis brazos. Sin embargo, cuando tiré de él para indicarle que se levantara, retrocedió todo lo que el espacio le permitía y se arrinconó en el otro extremo de la cama, llorando sobre la almohada que de alguna manera se había apañado para mantener pegada a su cuerpo.

No quise forzar el contacto, así que me moví muy lentamente, para que pudiera anticiparse a mis gestos. Puse una mano sobre su espalda.

-         Shhh. Ya está, campeón.

 

-         ¡No está! Snif… ¡Yo diré cuándo está! – lloriqueó, sonando varios años más pequeño.

 

-         Bueno. Me parece bien, cariño. Puedes llorar todo lo que necesites. Pero no quiero que se te revuelva el estómago ni que te duela la cabeza. ¿Así que tal vez podrías dejar que te ayude a calmarte? Dicen que soy bueno dando mimos.

 

-         Snif… pues te mintieron.

 

No me estaba rechazando exactamente, no como había hecho en el pasado en situaciones semejantes. Era más un enfurruñamiento mimoso, y contra eso sabía cómo actuar. Me tumbé a su lado y le atraje hacia mí, acariciando su cabeza. Alejandro soltó su almohada y la remplazó conmigo, restregándose contra mi ropa.

 

-         Ya pasó, campeón. Shhh.

 

-         Snif. ¿Lo ves? Mimas horrible – me acusó. Sonreí y enredé los dedos en su pelo.

 

-         Tendré que practicar más, entonces – le di un beso. - ¿Te colocamos el pantalón o prefieres quitártelo?

 

Se ruborizó al caer de pronto en la cuenta de que lo tenía por los tobillos y se lo sacó de una patada.

 

Estuvimos así por un rato, hasta que escuchamos algo de revuelo en el pasillo. De todas formas, tenía que ir a hablar con Michael…

 

-         Ve… Yo me iré a la ducha… - me dijo Alejandro. - Si no me duermo primero… ahum.

 

-         No, nada de dormirse aún – le hice cosquillitas.

 

-         ¡Aichs! ¡Qué molesto eres!

 

-         Es mi segundo nombre – sonreí.

 

Iba a continuar con las cosquillas, pero las voces se volvieron más apremiantes. Parecía que alguien estaba discutiendo.

 

 

 

 

 

6 comentarios:

  1. Estou acompanhando essa história e amando essa família. Amo Michael, adoro o jeito marrento dele, ansiosa para saber como ele reagirá a punição do pai e acho que ele merece uma boa punição, pois parece que o garoto não entendeu a gravidade da situação. por favor imploro, não demora a ansiedade mata.Rs.

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  2. Pelo jeito Michael està dincutindo com alguém, acho que o menino aumentou seus problemas, se prepara Aidanos, seus filhos vão te envelheceresponder, que bom que eles tem um pai maravilhoso!

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  3. Vi aqui somente para pedir encarecidamente para atualizar o mais rápido. Por favor, por favor!

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  4. Luciente, ya hay un nuevo capítulo en Wattpad ,ya hace algunos días

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    1. Obrigada pela informação, porém no Wattpad não está em espanhol, não tem como traduzir para o português. Mesmo assim agradeço!

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