CAPÍTULO 3
El susurro de la falda se mezclaba con las voces y el golpear de los tacones con cada movimiento brusco de la trabajadora social. Marcos siempre había tenido muy buen oído y hasta el más mínimo sonido le molestaba, pero en aquellos tres días que llevaba visitando el hospital ya se había acostumbrado a los paseos nerviosos de Alicia. La mujer era particularmente activa cuando la llamaban por teléfono y, en las últimas horas, su móvil no había dejado de sonar.
- ¿Desde Francia? ¿Están seguros? Ahá. Sí, sí. Ya veo. Lo entiendo, pero…
Marcos solo atendía de vez en cuando, porque le costaba enterarse de una conversación que oía a medias y Alicia solía compartir generosamente la información con él cada vez que colgaba. La policía tenía una nueva pista en el caso del pequeño: días atrás, una avioneta se había estrellado en Peñalara, uno de los picos montañosos de la sierra. La noticia había salido en todos los telediarios, porque era francamente extraño y misterioso, y porque los dos ocupantes habían muerto en el impacto. La policía especulaba ahora con que en la avioneta había habido tres personas, siendo el niño el tercer pasajero. Tal vez se había roto la costilla durante la colisión. Tal vez por eso presentaba un estado de shock tan llamativo.
Tanto Marcos como la trabajadora social consideraban posible la teoría de la policía. El punto donde el avión se había estrellado estaba a unos treinta kilómetros de donde Marcos había encontrado al niño, pero era una distancia que el pequeño fácilmente había podido recorrer durante los días que habían pasado entre ambos sucesos. Desde luego, parecía más lógico pensar que solo había pasado una semana en las montañas, porque el lugar no era tan remoto ni tan inmenso como para que nadie le hubiera visto de haber llevado más tiempo. Sin embargo, tanto Alicia como Marcos dudaban mucho que la actitud del niño se debiera solo al trauma del accidente aéreo. Se notaba que quienes barajaban esa hipótesis no habían pasado demasiado tiempo con el pequeño.
Marcos había conseguido -no sin esfuerzo y sin salir del todo íntegro de la operación- desenredar la espesa mata de cabello del niño. No obstante, el pelo del chico era rizado, y por eso y por su longitud seguía dándole un aspecto asalvajado. También había intentado lavarle, pero finalmente se había rendido. No por los mordiscos o las patadas, a los que casi había empezado a acostumbrarse, sino porque los aparejos de la ducha asustaban al niño, provocándole temblores tan fuertes que a Marcos le parecía cruel obligarle a ponerse bajo el agua.
El niño parecía sentirse mucho mejor cuando Marcos estaba cerca. Alicia no dejaba de repetirle que estaba inquieto y agresivo hasta que Marcos le iba a visitar, y que sólo él lograba hacerle comer. Así que, durante los últimos dos días, Marcos cerraba su librería mucho más temprano de lo usual y conducía hasta el hospital para ver al pequeño. Se sentaba con él y le hacía comer, usando las manos en lugar de los cubiertos y teniendo más éxito con las verduras que con la carne. El niño parecía reacio a ingerir algunos tipos de alimentos, pero al menos se alimentaba. Gracias a eso y a las medicinas, iba recuperando la salud. Aquella misma tarde los doctores habían dicho que en un par de días le darían el alta… Aunque eso era más un problema que una buena noticia.
- Así que eres francés… - murmuró Marcos, y trató de hablarle en su idioma, solo por probar, pero no tenía esperanzas de que fuera a funcionar. - Parlez-vous français?
Lamentablemente, ese era prácticamente todo el francés que sabía. De todas formas, el niño no dio signos de entender mejor esas palabras que cualquier otra de las que le hubiera dicho desde que le conocía. Y eso era una de las cosas que más preocupaban a Marcos. Difícilmente podían enseñarle cosas y calmar sus miedos, si no conseguían comunicarse con él. Difícilmente podían llevarle a una casa de acogida si solo respondía a la gente con gruñidos y mordiscos.
- ¿Y no saben nada más? – le oyó preguntar a Alicia. – Comprendo…. Ya veo…
Marcos quería prestar atención a esa última parte de la conversación, pero el niño le golpeó el brazo para que le prestara atención. Hacía eso a menudo y no solía querer nada concreto, era como una forma de conseguir que le mirara. Marcos sospechaba que en esas ocasiones estaba buscando la forma de comunicarse con él: el niño también percibía esa brecha insalvable que era el lenguaje.
- ¿Qué quieres tú, eh? ¿Qué me quieres decir? – susurró Marcos, con voz dulce. Había empezado a hablar con el niño como si fuera un bebé que no pudiera entenderle… o un animalito con el que intentaba ser cariñoso, para ganarse su confianza.
Por supuesto, no obtuvo respuesta, pero el niño agarró su mano y empezó a toquetear su reloj y el botón de su camisa, analizando aquellos objetos extraños. Marcos tenía bastante vello en los brazos y el detalle no le paso desapercibido al pequeño, que se fijó en los pelitos que la camisa no cubría en la zona de la muñeca. Empezó a tirar de ellos como si se hubiera propuesto hacerle una depilación gratuita.
- ¡Aichs! No hagas eso, que pica. Ya te saldrán a ti, ya…
El niño continuó con su labor y le subió la manga para continuar por todo su antebrazo. Marcos se dejó hacer, con resignación, pensando que dolía menos que aquella vez que su prima se empeñó en depilarle las piernas con cera.
- Qué inquieto eres… Y que uñas más largas – dijo, cuando sin querer le clavó una de ellas.
Marcos le cogió la mano para observarla mejor. Sus dedos tenían marcas de heridas antiguas, rozaduras y erosiones de poca importancia. Las uñas estaban largas, pero tampoco sobresalían excesivamente. Alguien o él mismo se las tenía que haber cortado alguna vez, lo que le hizo pensar a Marcos que no siempre había estado solo, a pesar de que cada vez se convencía más de que ese niño no había tenido mucho contacto con las personas.
Al pequeño no le gustó demasiado que le retuviera la mano, así que la liberó y arañó a Marcos un poquito, como venganza o como señal de advertencia para que no hiciera eso de nuevo.
- Mañana te traeré un cortauñas, fierecilla.
Marcos se frotó el arañazo y aprovechó para volver a bajar la manga de su camisa, para poner su peludo brazo a salvo de niños curiosos. Justo en ese momento Alicia colgaba el teléfono, con un suspiro. Marcos la miró en busca de noticias.
- ¿He oído algo de Francia?
- Sí, parece que el avión venía de ahí. Pero no saben nada más con certeza. La descripción del niño no encaja con la de ningún menor desaparecido recientemente, así que han empezado a buscar más allá. Las autoridades francesas quieren hacerle un ADN, para cruzarlo con el de las familias que han denunciado la desaparición de un niño en los últimos años. Pero la policía local no tiene muchas esperanzas, porque que el avión viniera de Francia no quiere decir que el niño fuera de allí. Los otros dos pasajeros eran rumanos.
- ¿Ya han confirmado entonces que el niño viajaba en el avión?
- Eso parece. No solo tiene lógica, sino que la avioneta tenía un compartimento de carga en el que encontraron…en fin, un resto de orina. Piensan que el niño pudo viajar ahí.
- Descartamos, entonces, que los del avión fueran sus padres…
- Sí, eso está prácticamente descartado, aunque el ADN nos ayudará a estar seguros…
Marcos miró al niño, como si por mirarle pudiera descifrar el misterio que entrañaba. Alicia se dejó caer en un sillón pensado para las visitas.
- No pareces contenta – observó Marcos. – Poco a poco, la investigación va avanzando.
- Cada vez tengo menos esperanzas de que este niño tenga un hogar al que volver. Y, aunque así fuera, hasta que averigüen de dónde viene pueden pasar días o semanas. No sé qué hacer con él mientras tanto.
- ¿Qué sueles hacer con el resto de tus… casos? – indagó Marcos.
- Él no es como el resto de mis “casos”. Normalmente le llevaría a una casa de acogida temporal o a un centro de menores… La verdad, más probablemente a un centro de menores, porque lo otro es mucho más lento y complicado. Pero a él no puedo llevarle allí. No parece capaz de convivir con otras personas, mucho menos con otros niños. No habla, no entiende y no se comunica si no es a base de mordiscos. Ni siquiera sé su edad… Si le destino a un centro de menores o a un hogar juvenil lo más seguro es que no pueda quedarse allí. Por su propia seguridad, acabarían ingresándole en algún sitio desagradable.
- ¿Qué clase de sitio?
- Hay dos tipos de centros de menores: los de protección, y los de reforma. Ninguno de los dos es una buena opción, en realidad, pero se supone que los que van a los primeros son chicos sin culpa alguna, víctimas de malos padres o de un sistema que no funciona del todo bien. Los segundos, son los que conocerás como “reformatorios”. En principio el niño iría a un centro de protección, pero…
Alicia no terminó la frase, pero no fue necesario que lo hiciera. Marcos resopló. No le gustaba ninguna de las dos opciones que estaba escuchando. No le parecía una buena solución para ningún niño y mucho menos para uno que se asustaba de los objetos más inofensivos, porque le parecían extraños.
- Tal vez no haya que llegar a eso – razonó. – Puede que la policía encuentre a su familia.
- Es posible – accedió Alicia, pero los dos sabían que se estaban poniendo en el mejor de los escenarios.
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