Marcos no había dormido en toda la noche e
iba ya por su tercera taza de café, aunque el temblor de sus manos le indicó
que tal vez era hora de pasarse a la tila, para ver si conseguía calmarse un
poco. En pocas horas tendría un niño de doce años viviendo bajo su techo y
sentía que no estaba preparado. Apenas le doblaba la edad. Hacía dos años que
había salido de la universidad, por el amor de Dios.
Intentaba calmar estos pensamientos
recordándose que había pasado el “examen” de los servicios sociales. Habían
considerado que su casa era “apta” para que un niño viviera en ella y él había
obtenido una licencia provisional para poder hacerse cargo del chico. Le habían
hecho un montón de preguntas, y tenía que haber respondido bien, porque no
habían puesto impedimentos. Eso tenía que significar algo. Alguien, en alguna
parte, consideraba que estaba listo para aquello.
Había preparado una de las habitaciones para
él. Aquella casa tenía tres dormitorios: el suyo, el que perteneció a su
hermano antes de que se casara, y el de sus padres, el cual apenas había pisado
desde su muerte. Decidió instalar al niño en el de su hermano, sintiéndose algo
culpable por no consultárselo primero. Pero su hermano ya no vivía allí, ni
siquiera vivía en Madrid y ya no necesitaba el cuarto. O eso habría creído,
porque ese mismo día en el que Gabriel iba a empezar a vivir con él, recibió
una llamada madrugadora.
-
Hermanito – saludó una voz alegre por el teléfono. –
Si no llamo yo, no hablamos.
-
Hola, Rubén. ¿Cómo estás? ¿Y los niños?
-
Ah, insoportables, porque mañana les dan las
vacaciones.
Marcos se sorprendió un poco. Con los últimos
acontecimientos que estaban tambaleando su vida se había olvidado de la
cercanía de la Navidad. Estaban a 21 de Diciembre, lo que significaba que a sus
sobrinos les iban a dar vacaciones en el colegio. La proximidad con la Navidad
también explicaba la llamada de su hermano: seguramente quería hacer planes
para los días festivos, ver en qué casa se reunían. Cualquier otra cosa la
habrían hablado por Whatsapp.
Le asaltó una breve oleada de pánico al
recordar que todavía no había comprado ningún regalo. Cuando él y su hermano
eran pequeños, solo recibían regalos el 6 de Enero, por Reyes, pero sus
sobrinos eran “del nuevo milenio”, y habían crecido en un mundo que abrazaba
todas las fiestas americanas, sobre todo las comerciales: ellos también tenían
regalos de Papa Noel. Así tenían más tiempo para disfrutar de los regalos.
-
Vamos, no seas Grinch. En el fondo les envidias
porque tú también querrías vacaciones – replicó Marcos.
-
Eso es lo mejor de todo, ¡sí las tengo! El jefe me
debía unos días. Así que llamaba para decirte que vamos a hacerte una visita.
-
¿¡Qué!?
A Marcos se le paró el corazón y le entraron
repentinas ganas de toser.
-
Vaya, no pareces muy contento. Siempre dices que por
qué no pasamos unos días en casa… Los niños apenas conocen Madrid y me pareció
el momento perfecto, con las vacaciones y eso. Sería solo hasta el 26…
Marcos pudo notar la confusión en la voz de
Rubén. Era cierto que les había insistido muchas veces. No solo echaba de menos
a su hermano, sino que no le apetecía estar solo en la casa en la que había
crecido, vacía ya de todos sus seres
queridos. Marcos había heredado esa casa, así como su hermano había heredado un
chalet en un pueblecito de Valencia, pero Marcos sabía perfectamente que Rubén
hubiera deseado quedarse con aquél piso en pleno centro de la capital. Él era
el mayor, y ya tenía su propia casa y su propia familia, así que sus padres
consideraron que Marcos la necesitaba más. Su vida estaba en Madrid, mientras
que Rubén se había asentado en Sevilla. No había habido peleas entre ellos a
causa de lo heredado, se querían demasiado como para distanciarse por esas
cosas, pero Marcos le había dicho que siempre tendría una habitación en la casa
en la que habían crecido. La cosa era que ya no la tenía…
-
Sí estoy contento, es una gran sorpresa… Es solo
que… hay un pequeño problema… Concretamente… un problema de metro cincuenta y
unos cuarenta y cinco kilos…
-
¿Qué? ¿De qué estás hablando?
-
Pues que… ahora hay un niño viviendo en tu cuarto…
Se hizo el silencio al otro lado de la línea.
-
Mira, Marcos, si no quieres que vayamos, lo
entiendo. No te he avisado con nada de antelación, ha sido una idea repentina
de Rebeca y a lo mejor hemos desbaratado tus planes para las vacaciones. Basta
con que digas que no, no tienes por qué inventarte nada ni mentirme así.
-
No me invento nada… Es la verdad…Se llama Gabriel y
tiene doce años.
-
¿¡Me estás diciendo que has adoptado un hijo!? – medió
gritó su hermano. Marcos separó el teléfono de su oreja, por si acaso había más
gritos.
-
No exactamente… Es largo de contar.
-
¿¡Y cuándo pensabas contármelo!?
-
Iba a hacerlo… En cuanto lo asimilara…
-
¡Asimilar mis narices! ¿Cómo ha pasado? ¿Cuándo? ¿Quién
es el chico?
Marcos suspiró y se sentó en el sofá. Durante
la media hora siguiente se ocupó de poner al día a su hermano de todo lo que
había pasado desde aquél día en la sierra. Rubén alternaba entre la
indignación, la sorpresa, la preocupación y de vuelta a la indignación por no
haber sido informado hasta entonces. Cuando Marcos concluyó su relato, emitió
un suspiro. Se sentía aliviado de contárselo a otra persona.
-
¿Estás seguro de lo que haces? – le preguntó Rubén,
al final. – No tienes ninguna responsabilidad con ese chico. Lo sabes ¿no?
-
Lo sé, pero… No puedo explicarlo, es más fuerte que
yo.
-
Entiendo que te hayas encariñado, pero estas cosas
hay que pensarlas con la cabeza. Eres joven para asumir esa responsabilidad,
Marcos, tienes veinticuatro años…
-
Tu tenías solo uno más que yo cuando te casaste –
replicó.
-
Y gracias a Dios que tengo a Rebeca, o cuando nació
Jaime me habría vuelto loco. No sabes lo que es cuidar de un niño, da mucho
trabajo.
-
Será solo por un tiempo. Tú no le viste, Rubén. Su
forma de mirarme…Es como si no hubiera nadie más en el mundo para él.
Escuchó como Rubén emitía un gruñido de
resignación, como haciéndose a la idea. Entendía la preocupación de su hermano:
a veces dudaba que fuera capaz de cuidarse a sí mismo, como para cuidar también
de otra persona.
-
Ahora sí que tengo que ir. Tendré que conocer al
crío, vamos, digo yo. Y ejercer de “tío” temporal. – refunfuñó Rubén.
-
Pero no sé dónde vais a dormir…
-
En el cuarto de mamá y papá pueden dormir los niños.
Rebeca y yo usaremos el sofá-cama.
-
Eso no está bien, yo dormiré en el sofá y vosotros
en mi cuarto. Aunque mi cama es pequeña…
-
Ya lo discutiremos.
-
¿No te importa que le haya dado tu cuarto? No sabía
dónde ponerle si no…
-
No pasa nada.
-
Pues suenas molesto…
-
Porque no me dijiste nada – protestó Rubén. – Si no
llego a llamar no me entero.
-
Perdona…
-
Grr. Idiota.
-
Estúpido – sonrió Marcos. Así solían despedirse.
-
Cuídate.
Mañana te llamo para ver cómo te fue con el crío y pasado te veo. Llegaremos sobre la hora de
comer.
-
Vale, os estaré esperando. Saluda a Rebeca y a los
niños.
Después de hablar con su hermano, Marcos se
sentía más tranquilo, como si la voz de alguien conocido hubiera actuado de
sedante. Al estar más relajado, pudo notar cuál era el verdadero sentimiento
que le embargaba: impaciencia. Quería que Gabriel traspasara esa puerta lo
antes posible, con sus ojos curiosos y su pelo desordenado. Sabía que Alicia
tenía que terminar el papeleo del alta antes de traerle, pero cada segundo
hasta que oyó sonar el timbre fue como una tortura.
Se secó las manos en el pantalón antes de
abrir la puerta, a pesar de que no estaba sudando. Vivía en un segundo piso, y
solo habían llamado al portal, pero él quiso adelantarse y salir al rellano a
recibirle. ¿Qué pensaría Gabriel de aquél edificio? ¿Cómo se había sentido
durante el viaje? ¿Seguían asustándole los coches?
-
Quiero, Gabriel, quieto…. – se escuchaba la voz de
Alicia. Sonaba alterada y sin resuello.
Marcos escuchó un grito que no era del todo
gutural, pero se acercaba mucho a un rugido. Enseguida entendió que el que
gritaba era el niño, y aunque ya sabía que no era mudo, se sorprendió de la
capacidad de sus pulmones. Marcos se apresuró a bajar las escaleras, hasta el
portal, para ver por qué gritaba y cómo podía calmarlo antes de que asustara a
los vecinos.
Gabriel se revolvía y chillaba mientras
Alicia intentaba sujetarlo, sin embargo se quedó quieto cuando vio a Marcos y
corrió hacia él como un cachorro correría hacia su madre. Se agarró del brazo
de Marcos, pidiéndole protección contra un peligro que sólo él veía. Marcos intentó confortarle al mismo tiempo
que le observaba bien. Apenas había tenido ocasión de verle de pie desde el día
que le encontró. Era bastante bajito. Llevaba puestos una camiseta y unos
pantalones que le había comprado Alice, y no terminaban de quedarle bien, quizá
porque llevaba la camiseta medio fuera, como si hubiera intentado sacársela.
-
¿Por qué grita? – preguntó Marcos, aunque Gabriel ya
no estaba gritando.
-
Vives en una calle muy ruidosa – explicó Alicia. –
Ya estaba histérico en el coche, pero al salir y oír los coches, y ver a tanta
gente por la calle, se ha vuelto loco. Menos mal que pesa poco, o no habría
podido traerle hasta aquí. Prácticamente he tenido que arrastrarle.
-
Tranquilo, Gabi. Todo estará bien – susurró Marcos,
y puso una mano en su espalda con mucho cuidado, con movimientos lentos para no
alterarle. Él pronunciaba su nombre sin acento, como si fuera español. En
realidad el niño no daba signos de entender que cuando decían “Gabriel” se
estaban refiriendo a él.
-
Todo esto es nuevo para él. Es un chico muy valiente
– dijo Alicia.
-
Sí que lo es – respondió Marcos, sintiendo
admiración hacia ese pequeño del que cada vez estaba más seguro que se había
criado en salvaje libertad.
Cada vez me gusta mas esta historia. Confieso que estaba escriboendo una historia similar pero prefiero leerlo de tu mano que describirlo yo 😂😂. Esta genial
ResponderBorrarMe encanta. Pero debió haber sido más largo el capítulo, supongo que el encuentro con los "primos" será interesante.
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