CAPÍTULO 69: A LA TERCERA VA LA
VENCIDA
Debería haber prestado atención a la clase de matemáticas, pero no
lograba concentrarme. Le había mentido a papá, le había dicho que después de
clase había quedado con Agustina y, aunque todavía le preocupaba dejarme solo,
no pudo decirme que no, sobre todo cuando le dije que íbamos a estar en la
biblioteca del colegio y ella iba a ayudarme con las asignaturas atrasadas. El
problema era que yo no había quedado con Agus, sino que tenía pensado ir a los
entrenamientos de natación.
El gusanito de la culpa me estuvo revolviendo el estómago toda la
mañana y en cuanto le conté mis planes a mi novia para que me cubriera me puso
una cara de preocupación que no ayudó a sentirme mejor. Ella también pensaba,
como papá, que si el médico me había dicho que todavía no podía nadar tenía que
haber un buen motivo y debía de hacerle caso.
Yo no estaba tan seguro de que ir a los entrenamientos pudiera ser
peligroso, pero si sabía que, si papá se enteraba, se iba a asustar mucho y ya
lo había pasado bastante mal con el susto que nos había dado la enana. Papá
había dedicado cerca de una hora en darle una charla a Hannah sobre extraños y
seguridad.
No solo se trataba de Hannah. Aidan llevaba una época de estrés
constante, con Michael, conmigo… No estaba bien que yo sumara preocupaciones
innecesarias.
Lo que papá no supiera no le hacía daño o al menos eso me repetí una y
otra vez tratando de convencerme. Lo cierto es que cuando me despedí de mis
amigos a la salida no sentía nada parecido a la euforia que solía envolverme cuando
iba a nadar. Saludé al entrenador, quien de veras se alegró de verme, y fui al
vestuario a cambiarme con los demás. Había escondido el bañador en mi mochila y
tenía una toalla de repuesto esperándome en mi taquilla. Algunos de mis
compañeros la habían decorado cuando estuve en el hospital con mensajes de
buenos deseos. El detalle me pareció muy bonito y me entretuve un rato leyendo
los post-it.
-
Eh,
capitán, no irás a llorar, ¿no? – me chinchó Troy. El mensaje más emotivo era
el suyo y me pregunté por qué ese chico no estaba entre mis mejores amigos. Era
un curso más pequeño pero eso no tenía que significar nada. Estaba seguro de
que a Mike y a Fred les caería bien.
-
Ya no soy
el capitán, Troy – le recordé. Había buscado a otro debido a mis semanas de
ausencia.
-
Para mí
sí – replicó él. – Y para el entrenador también. No deja de decir que si
hubieras estado tú habríamos ganado la última competición.
Sonreí, feliz y avergonzado, he ignoré las miradas de George, que no me
quería allí y no se esforzaba por disimularlo. Quitándole a él, todos los demás
se alegraban de verme y me hicieron sentir bienvenido. Allí era donde debía
estar.
-
AIDAN'S
POV-
Kurt se había empeñado en dormir con Hannah aquella noche. No es que a
mí me importara, ya habían dormido juntos muchas veces, pero solía ser cuando
los dos compartían mi cama. En aquella ocasión, sin embargo, Kurt quiso que su
melliza durmiera con él en su propio cuarto. Confieso que me sentí desplazado y
una parte de mí pensó que me lo tenía merecido por haberme planteado alguna vez
que no debía dejar que durmieran conmigo con tanta frecuencia. En cualquier
caso, en la habitación de Dylan y Kurt sobraba una cama, la que había sido de
Ted antes de comprar la litera. Así que Hannah se quedó allí y yo dormí con
cierta angustia, pensando que tal vez mi enano podría estar enfadado conmigo
por haberle regañado aquella tarde, antes de entender que el hombre al que
estaba golpeado había intentado llevarse a Hannah. Kurt no me había parecido
enfadado, pero quizás fuera porque se había asustado mucho. Pensé que, tal vez,
cuando se olvidó un poco de miedo que había pasado, había recordado lo malo que
yo había sido con él.
Sin embargo, todo eso resultó ser un miedo infundado, ya que en mitad
de la noche escuché unos pasitos correteando hacia mi cuarto. Los dos peques se
metieron en mi cama y sentí que el equilibrio del universo se restauraba.
-
¿Qué voy
a hacer cuando os hagáis mayores? – susurré, colocando el pelo de Hannah con
dos dedos.
-
Tener más
bebés – sugirió Kurt, bostezando. – O cuidar de los bebés de Michael y de Ted.
Me quedé en shock por un segundo y luego me reí. La imagen de mis hijos
mayores con hijos propios me resultaba muy lejana. Ellos aún eran muy jóvenes y
definitivamente yo no estaba listo para ser abuelo.
-
Mejor no
crezcas nunca, ¿vale?
-
Bueno –
aceptó Kurt, y se acurrucó sobre mi brazo. Alejandro también hacía eso a su
edad. Decía que yo era su almohada favorita.
Ellos se durmieron antes, pero yo tampoco tardé mucho, porque la
compañía de mis hijos era todo lo que necesitaba para sentirme en paz.
La mañana siguiente fue algo
menos pacífica, porque se nos echó el tiempo encima y tuve que meterle prisa a
todo el mundo para llegar al colegio. Decidí que Kurt fuera también, ya que no
había vuelto a vomitar, pero esperé a su profesora para decirle que estuviera
pendiente de él y que si se encontraba mal me llamase enseguida. Hablé con ella
también del incidente de Hannah. Yo no culpaba al colegio en absoluto, pero aún
así me contó algunas nuevas medidas de seguridad que estaban pensando tomar.
Ya me estaba yendo para llevar a Dylan a su cole cuando me interceptó
el tutor de los gemelos. Harry y Zach seguían expulsados, así que no sabía lo
que ese hombre podía querer de mí. Me preguntó por ellos y yo le dije que
estaban estudiando para los exámenes.
-
Me
alegro... tal vez Harry pueda aprovechar estos días para levantar el curso.
-
Sí, se
está esforzando – le aseguré, rompiendo una lanza a favor de mi hijo.
-
Quería
informarle de que, pese a sus notas y a la expulsión, el intercambio sigue en
pie. Casi todos sus compañeros han traído ya la documentación firmada pero los
gemelos no.
Intenté que no se me notara demasiado que no tenía ni idea de qué me
estaba hablando. Mi cara de imbécil debía de ser para enmarcar. ¿Qué viaje de
intercambio? Traté de recordar algo al respecto de cuando Alejandro y Ted
estaban en su curso, pero no me sonaba.
-
Sé que no
estaban muy entusiasmados, pero es una oportunidad única de estudiar en el
extranjero – prosiguió el profesor.
Se me detuvo el corazón por un segundo. ¿Estudiar en el extranjero?
¿Mis niños? ¿Por cuánto tiempo? No. Rotundamente no. Ah, ah. Eran demasiado
pequeños. Incluso aunque tuvieran la edad de Ted serían demasiado pequeños para
irse a otro país lejos de mí.
-
No puedo
obligarles a algo así – respondí, cuando el silencio se hizo demasiado
incómodo. - Hablaré con ellos, pero si no quieren…
-
Es normal
que tengan dudas pero luego les encantará.
Me despedí de aquel hombre todo lo cortésmente que pude. Durante el camino
hasta el colegio de Dylan le di vueltas a lo que me había dicho. Como todo
padre, yo quería lo mejor para mis hijos y sabía que la experiencia que les
ofrecían sería buena para su futuro y para su crecimiento personal. Pero no
soportaba la idea de enviarles fuera. No me creía capaz de ver cómo se
marchaban.
De todas formas, tenía que hablar con ellos. ¿Por qué no me habían
dicho nada? ¿Durante cuánto tiempo y adónde sería?
-
Papá, ¿p-puedo
tener un lagarto?
Esa pregunta me sacó de mis pensamientos. Dylan había estado muy
callado, como era habitual en él, y aquella fue su primera frase desde que
habíamos salido.
-
¿Un
lagarto?
-
Como
mascota.
-
No
podemos tener mascotas, Dy, ya lo sabes. Somos demasiados…
-
Eso es
m-mentira – protestó. - Ahora tenemos a Leo.
Ese argumento no lo podía discutir. Esa conversación ya la había tenido
antes con Dylan, pero ya no podía usar las mismas frases de siempre, ahora
teníamos al gatito…
-
Por eso
mismo, Leo es nuestra mascota. Ya no podemos tener más.
-
¿Por q-qué
no? Un niño de mi clase t-tiene un gato y un perro.
-
Ya,
Dylan, pero no podemos hacernos cargo de más animalitos…
-
Pero lo
c-cuidaría yo.
Mi mente registró como un gran logro que hubiera dicho “yo” en lugar de
“lo cuidaría Dylan”.
-
No puede
ser, campeón.
-
¡Lo
cuidaría yo, lo cuidaría yo!
-
No lo
dudo, Dy, pero...
-
¡Ted dice
que p-por mis notas t-tendría que tener un p-premio!
-
Ted habla
demasiado – gruñí. - Pero son unas notas realmente buenas, campeón. Estoy muy
orgulloso de ti – añadí, a sabiendas de que el día anterior, con todo lo de
Hannah, apenas le había felicitado. – Un 10 en todo sí que se merece un premio,
pero no puede ser un animalito.
-
Eres malo
– me acusó.
Él no solía decirme eso, era algo más propio de Kurt. Tenía un mohín
gracioso en el rostro, señal de su enfado, y me dio bastante ternura.
-
No soy
malo por decirte algo que no te gusta, campeón. Mira, ya hemos llegado al cole.
¿Me das un abrazo antes de entrar?
-
No.
-
¿No? ¿Por
qué no?
-
P-porque
no m-me dejas t-tener un lagarto.
Suspiré. Mirando el lado positivo, tenía que admitir que Dylan estaba
avanzando mucho en lo relativo a habilidades comunicativas.
-
Ten un
buen día, campeón. Pórtate bien.
Dylan se adentró en el colegio sin decirme nada, pero a los pocos
segundos le vi salir. No vino hasta mí corriendo como habría hecho Kurt, sino
que se acercó a pasos cortos y desprovistos de toda emoción, hasta que
finalmente llegó y se abrazó a mí cintura antes de que yo pudiera entender lo
que pretendía. Sonreí y correspondí a su abrazo, disfrutando de aquel pequeño
instante robado.
-
Yo
también te quiero, Dy – le susurré. – Más que a mi vida.
T-tengo que ir a c-clase, papá – me recordó, al ver que
no le soltaba.
Le dejé marchar a regañadientes y volví a casa. Michael y los gemelos
estaban desayunando cuando entré.
-
Qué
madrugadores – saludé, sorprendido.
-
A ver. Nos
mandas a dormir a las diez como si tuviéramos 5 años – refunfuñó Harry. La
noche anterior me había costado que se metiera en la cama.
-
En los
días de colegio no se puede trasnochar, enano. Y aunque estés expulsado sigue
siendo día de colegio.
Me bufó como toda respuesta y se llenó la boca con una cucharada de
cereales con leche. Aún no se había tragado la cucharada anterior, por lo que
sus mofletes se hincharon y la leche rebosó de entre sus labios. Iba a decirle
algo pero no hizo falta:
-
He visto
monos con mejores modales a la hora de comer, Harry – gruñó Michael.
Harry le dedicó una mueca especial con la boca abierta, mostrando todo
lo que había en ella.
-
Asqueroso
– dijo Michael. – Papá, dile algo.
Intenté contener una sonrisa, pero no tuve mucho éxito. En primer
lugar, todavía sonreía como un estúpido cuando Michael me llamaba papá. En
segundo lugar, aquella escena había sido tan infantil y propia de hermanos que
me derretía. Era, además, un momento familiar normal y feliz, de los que me
hacían recordar lo mal que lo había pasado la maldita noche en que se llevaron
a Michael detenido y valorar cada segundo que pasaba con él. Y, por último,
quería tanto a esos tres salvajitos que no sonreír hubiera sido imposible.
-
Sin
guarradas, Harry - le regañé. - ¿Qué habéis tomado aparte de cereales? ¿Os hago
tostadas?
-
Michael
las hizo – me dijo Zach. – También calentó la leche.
-
Gracias,
Mike… - empecé, pero no me dejó continuar.
-
No ha
sido nada. Los bebés no pueden entrar en la cocina – les chinchó y les sacó la
lengua.
-
Papá, me
ha llamado bebé - le acusó Harry.
Se me escapó una risita. Eran tan niños…
-
Todos
sois mis bebés – le respondí. - Él también.
Harry y Michael, los dos a la vez, juntaron los labios en un gesto de
desagrado que iba a bautizar como “puchero de adolescente”. Después siguieron
desayunando con bastante apetito. Michael fue el primero en terminar y le vi desviar
los ojos hacia la puerta en un par de ocasiones, con impaciencia.
-
Puedes
levantarte Mike, no tienes que esperar a que tus hermanos terminen – le dije.
-
Si es que
en realidad tampoco tengo nada que hacer. Solo aburrirme como una ostra - se
quejó.
-
Mira la
tele un rato y luego buscamos algo que hacer juntos. Primero quiero hablar con
los gemelos.
-
Uy, eso
sonó a que alguien está en problemas – chinchó Michael.
-
¡Ahora no
hemos hecho nada! – se defendió Zach.
-
Excusatio
non petita, accusatio manifesta – respondí y, al ver su cara de confusión, tuve
que aclarar: - Es una expresión en latín. Significa excusa no pedida,
manifiesta acusación. Yo no he dicho que estéis en líos, pero tal vez debería
preguntarte por qué crees que lo estáis.
-
Para alguien que no ha ido a la universidad, eres
insoportablemente redicho – declaró Harry. - Lo peor es que nos lo contagias y
a veces nuestros amigos dicen que hablamos raro.
-
- Oye, de
algo tiene que servirme ser escritor. Deja, Mike, friego yo – le dije, al ver
que había cogido el estropajo. El lavavajillas estaba en marcha y además ellos
tres apenas habían usado platos, así que los trastos de su desayuno era mejor
lavarlos a mano. Un pensamiento cruzó rápidamente por mi cabeza y decidí
decirlo en voz alta. – Gracias por ser tan atento y va por los tres, por los
doce en realidad, aunque no estén todos. Colaboráis mucho sin que apenas os lo
diga. Me facilitáis mucho las cosas.
-
Tienes
que agradecérselo a Ted – me dijo Zach. - Era más plasta que tú con que
recogiera los juguetes y me hiciera la cama…
-
Y la mesa,
no te olvides de la mesa. ¿Recuerdas el día que dijimos que no la queríamos poner?
Ted sacó “la lista” y amenazó con delatarnos si no lo hacíamos.
-
¿Qué es
la lista? – se interesó Michael.
-
La lista
de cosas que papá no sabe. Todos los líos de los que Ted nos ha salvado, sobre
todo cuando éramos más pequeños.
-
Sí, ahora
ya no nos cubre tanto – se quejó Harry. – El muy jodido nos amenazaba con eso
para que hiciéramos las tareas. Hermano traidor.
-
¿Y
cuántas veces ha hecho él vuestras tareas en vuestro lugar? – repliqué yo, más
informado de lo que ellos se pensaban de sus trapicheos.
-
Unas
cuántas – admitió Zach. – Además, nunca cumplió su amenaza.
-
Y dad
gracias por eso, porque ahora esos crímenes ya han prescrito – les dije. – Aunque
algún día me gustaría saber quién tiró mis llaves al váter.
-
¡Ese fue
Kurt! – exclamó Harry.
-
Pero si
tenía solo 20 meses…
-
El crío
ya apuntaba maneras.
Sonreí. Llevaba un par de días recordando anécdotas de su infancia. Me
había invadido un espíritu melancólico y no sabía por qué.
Al parecer, yo no era el único que se sentía así. Michael se había
puesto repentinamente serio y, tras pensar un poco, creí descubrir el motivo: él
no había estado en todos aquellos momentos. Eran como un recordatorio de que no
había formado parte de nuestra familia y de que eran muchas las cosas que no
había compartido con nosotros. Coloqué una mano en su espalda y le sonreí:
-
Tienes
toda una vida para ponerte al día con los recuerdos y para que juntos creemos
otros nuevos.
Michael asintió y me devolvió la sonrisa. Después se fue al salón y
enseguida escuché el murmullo suave de la televisión.
-
¿Qué
querías decirnos, papá? – preguntó Zach. - De verdad que no hemos hecho nada.
-
En
realidad, los que tendríais que decirme algo sois vosotros. Al dejar a vuestros
hermanos he visto a vuestro tutor y me
ha dicho que no habéis entregado la documentación firmada para el intercambio. Imaginaros
mi sorpresa cuando he visto que no tenía ni la más mínima idea de lo que me
estaba hablando.
Los gemelos pusieron una expresión de horror idéntica.
-
Papá…
íbamos a decírtelo… - empezó Harry.
-
¿De
verdad?
-
No – reconoció
Zach. - Esperábamos que nunca oyeras hablar del intercambio.
-
¿Por qué?
¿Intercambio a dónde? ¿Por cuánto tiempo?
-
A Europa…Seis
meses.
¡Seis meses! ¡Medio año! ¿Pero a qué idiota se le había ocurrido que
era buena idea separarme de mis hijos por tanto tiempo?
-
Papá, no
nos obligues – me rogó Zach. – No queremos ir. Por favor no nos obligues.
-
Por eso
no te lo queríamos decir – continuó Harry.
-
Puedes
enfadarte si quieres pero no nos hagas ir – insistió Zach. – Prefiero estar
seis meses castigado. No, un año. Un año castigado.
-
Bueno,
vale, shhh, dejadme hablar. No voy a obligar a nadie, Zach. Tranquilo, hijito -
utilicé el diminutivo porque su forma desesperada de suplicar me estaba
rompiendo el corazón.
-
Seis
meses es mucho tiempo, papá. No me quiero ir lejos de aquí y no verte a ti, ni
a los demás, ni a Michael, que apenas le estamos conociendo, y sé que
tendríamos móvil y podríamos hacer videollamada pero no es lo mismo, y no
quiero, no quiero vivir con unos extraños y no estar aquí cuando pasen cosas y
alguien cumpla años y… y….
-
Zach.
Zachary. Tranquilo. Te entiendo, campeón. Yo tampoco quiero que te vayas. He
intentado buscar fuerzas para dejaros ir si hubierais querido, pero me habría
roto por dentro. Y si encima no queréis, no hay más que hablar.
-
¿De
verdad? – me preguntó, sorprendido.
-
Sois lo
más importante de mi vida. Lo único que me hace sentir paz cuando estoy
preocupado es teneros cerca y abrazaros. ¿En qué mundo podría ser capaz de
enviaros lejos? Ni siquiera estoy preparado para que os vayáis siendo adultos. Si
Ted me dice que quiere estudiar en alguna universidad fuera de la ciudad voy a
hacer un berrinche que ni Kurt en sus mejores días. Así que, ¿cómo voy a poder
despedirme de mis dos niños de 13 años incluso aunque sea por 6 meses? Será una
oportunidad única y todo lo que queráis, pero un intercambio no es
imprescindible ni necesario para vuestra formación.
Zach me abrazó con mucha fuerza, aliviado. Le correspondí y me agaché
para darle un beso en la cabeza.
-
¿Tú
tampoco quieres ir Harry? - pregunté con miedo. Él era más independiente. Para Zach
era impensable separarse de nosotros por varios meses, pero quizá para él no
fuera tan terrible. Quizá había guardado la propuesta en secreto por su
hermano…
-
No, papá
– respondió. Tiré de él para unirle al abrazo.
-
¿Cómo
pudisteis pensar que os iba a obligar a ir en contra de vuestra voluntad? – me
quejé.
-
Tampoco
quiero ir al colegio y nos obligas – replicó Harry.
-
Eso es
diferente. Tenéis que ir a clase para aprender todo lo que podáis y conseguir
un trabajo que os haga felices y os permita ganaros la vida cuando seáis
mayores. Además si no os llevara al colegio vendría la policía, diría que soy
un mal padre, me pondrían una multa y me harían llevaros de todas formas.
-
Tampoco
quiero comer zanahoria, también me obligas y dudo mucho que la policía fuera a
intervenir si no me obligaras – insistió.
-
Hay cosas
que aunque no queráis hacer son buenas para vosotros, pero nunca os forzaré a
hacer algo innecesario que además os vaya a hacer daño.
-
A Will
sus padres le van a obligar a ir – me informó Zach, con voz triste.
-
Bueno,
pues a mí eso no me parece bien, campeón. Cada familia toma sus propias
decisiones y quiero pensar que yo tomo las que son mejor para la mía. Y lo
mejor para mi familia es que mis enanos estén conmigo bien cerquita, dónde les
pueda abrazar y hacer cosquillas y darles un coscorrón de vez en cuando si
hacen el tonto.
-
Sí,
claro. Un coscorrón – repitió Harry con sarcasmo. - O una tunda. Eso sería la
única parte buena de estar lejos: que podríamos hacer el cafre sin que te
enteraras.
-
Que te
crees tú eso. Iba a estar tan encima que no ibas a poder ni respirar, y a la
primera trastada me subía en el primer avión para darte una lección, mocosito.
-
Entonces
yo me metería en líos todos los días para que vinieras y no te pudieras ir –
repuso Zach.
Owww. ¿Pero cómo podía ser tan mono? Zach tenía que ser el adolescente
más cariñoso y comestible del universo. Y era todito para mí.
-
Os quiero
demasiado para vuestro propio bien, microbios – les dije. – Anda, iros a
estudiar antes de que me plantee enseñaros a no ocultarme cosas.
Se subieron a su cuarto y yo me quedé recogiendo la cocina y
estructurando en mi cerebro algunas de las cosas que quería hablar con Michael.
-
MICHAEL'S
POV –
Antes de vivir con Aidan nunca había cocinado para nadie, ni siquiera para
mí mismo. En donde mejor había comido había sido en mis diversas familias de
acogida. Viendo mi vida con perspectiva, había sido idiota por no quedarme con
la señora Harrow y sus guisos caseros. Pero Greyson me metía en operaciones
cada vez más complicadas y yo no quería que mi vida delictiva salpicase a
aquella mujer. Además, no soportaba su mirada de decepción. Aidan nunca me
había mirado así.
La comida en los reformatorios y las cárceles es suficiente para
sobrevivir, pero rara vez supone un placer para el paladar. Y cuando estuve
solo, siempre compraba comida precocinada o comía en algún restaurante. Sabía
freír un filete y preparar una ensalada, pero creo que de haber intentado hacer
tortitas solo habría conseguido una masa informe y demasiado líquida. Por
suerte a los gemelos pareció bastarles con tostadas y cereales. Los cereales me
resultaron muy apetecibles pero sabía que esas cosas llevaban mucho azúcar y no
le convenían a mi diabetes.
Aidan regresó cuando todavía estábamos desayunando. Me pareció que
estaba de buen humor, aunque algo cansado. A decir verdad, él siempre estaba
cansado. No sé de dónde sacaba las energías para poder con todo, aunque tal vez
las sacaba de sus hijos. De… nosotros. Era mi padre también. Aunque no hubiera
vivido con ellos hasta entonces. Aunque no me hubiera enseñado a montar en
bici, ni a nadar, ni a caminar… Aunque yo no supiera que era la lista de Ted ni
me hubiera metido en líos infantiles como el de tirar las llaves de papá por el
retrete.
Yo no tenía un pasado junto a ellos, pero tal vez Aidan tuviera razón y
pudiera tener un futuro. Todo dependía del puñetero juicio y de Greyson. Pero
algo me decía que, incluso si al final iba a la cárcel, al salir seguiría
teniendo una familia. Y eso era algo que no había tenido nunca antes.
Me fui a ver la tele y me entretuve con un concurso pensado para amas
de casa y personas mayores. Era una tontería, pero no había muchas más opciones
en la programación matinal, ya que las tertulias políticas estaban fuera de mis
planes porque eran sumamente aburridas.
Aidan vino justo en los anuncios y se sentó a mi lado como hacía
siempre que quería hablar conmigo sin echarme una bronca. Cuando me regañaba
prefería estar de pie y que yo me sentara. No sé si su intención en esos casos era
hacerme sentir pequeño, pero lo conseguía. En cambio cuando se sentaba a mi
lado me daban ganas de recostarme contra él y eso me asustaba. No me gustaba
ser tan dependiente, pero Aidan había sido la primera persona que me había
hecho mimos y caricias después de mi padre. Habían sido 12 años sin
prácticamente nada de afecto y mi cuerpo reaccionaba solo, sin escuchar mis
inseguridades y mis vergüenzas.
-
Tenemos
muchas cosas pendientes, Mike – me dijo.
-
No quiero
hablar del juicio – protesté.
-
En algún momento
tendremos que hacerlo, pero hay más cosas. Yo todavía tengo muchas preguntas.
-
¿Qué
quieres saber? Ya te lo he contado todo.
-
Tenías
fotos de todos nosotros – me recordó. – Fotos antiguas.
-
Greyson
me las dio para que os estudiara. Ya te lo dije: me lo contó todo sobre ti.
Cómo eras, cómo caerte bien…
-
Pero, ¿de
dónde las sacó? – insistió.
-
Lleva
mucho tiempo planeando su venganza. Se que da repelús pero probablemente os
haya espiado o mandado que os espíen. Se ha tomando muchas molestias.
-
Pensar
que alguien así… - empezó pero no pudo terminar la frase. – Dime la verdad.
¿Sabías que era mi padre?
Abrí mucho los ojos. El abogado había dicho algo sobre que Andrew le
había quitado un hijo a Greyson…
-
¿Pistola
es tu padre?
-
Biológico
– matizó.
La idea dio vueltas en mi cabeza sin llegar a asentarse. Tendría que
haber llegado antes a esa conclusión, pero había hecho lo posible por borrar de
mi memoria los dos días que había pasado fuera de mi casa.
-
¿Estás
bien? – me preguntó.
-
Eso
debería decírtelo yo a ti. ¿Cómo…?
-
Aún estoy
lidiando con ello. Andrew tiene muchas explicaciones que darme.
-
No lo
sabía, Aidan. Tienes que creerme – le aseguré.
-
Te creo,
hijo… ¿Qué pasó con “papá”?
Sonreí con algo de timidez. Que alguien como Aidan me dejara llamarle
padre era más de lo que nunca había soñado.
-
Nadie más
salvo Ted lo sabe. Antes de decírselo quiero conocer toda la historia – me explicó.
- No sé cómo se van a tomar el hecho de
que… de que seamos primos en vez de hermanos – me confesó.
En ese punto entendí que a él en realidad le daba igual quién fuera su
padre. Andrew no había sido exactamente un buen modelo. Se había acostumbrado a
no tener padre en un sentido práctico de la palabra y, aunque debía doler haber
crecido en una mentira, Aidan tenía ya 38 años y su infancia era un recuerdo
desagradable en el que intentaba no pensar demasiado. Lo que de verdad le
importaba eran las implicaciones de ese cambio de parentesco. El hecho de que
ya no era hermano de sus hermanos.
-
Si te
paras a pensarlo, son buenas noticias – le dije. Me miró con incredulidad. – Un
hermano no puede adoptar a sus hermanos, pero un primo sí.
La boca de Aidan se abrió lentamente. No se había dado cuenta de eso. Vi
como pasaba del asombro a la alegría y de la alegría a la euforia. Después,
algo de duda:
-
¿Estás
seguro?
-
Cuando me
diste los papeles me estuve informando. Si Andrew renuncia a la patria potestad
o, ya sabes, cuando muera, puedes adoptarles.
Nunca he visto a Aidan tan feliz como en ese momento. Se llevó las
manos a la cabeza y se puso de pie como si no pudiera estarse quieto. Paseó
nerviosamente por la habitación y soltó una carcajada. Después adoptó una
expresión de determinación.
-
Definitivamente,
tengo mucho que hablar con Andrew.
-
¿Crees
que aceptará?
-
Si no va
a ser su padre no sé para qué quiere conservar el título. Técnicamente, a Ted y
a Dylan ya les dio en adopción. El resto están bajo mi “tutela temporal”, pero
jamás ha hecho nada por reclamarlos.
Asentí. Andrew solo tenía que firmar un papel, pero era un papel que lo
podía cambiar todo para Aidan.
-
Me haría
muy feliz poder adoptarte oficialmente a ti también, Michael, pero no te
obligaré a firmar si no quieres…
No dije nada. Cuando me dio los papeles de adopción, pensé que mi firma era esencial para
el plan de Greyson, para quitarle todo su dinero. Después averigüé que la
adopción era algo anecdótico y que no afectaba para nada a lo que se traía
entre manos. Pero aún así no había firmado, porque en algún lugar, esperando
que se cumpliera su sentencia de muerte, yo tenía un padre. Miré a Aidan a los
ojos y decidí decirle la verdad:
-
Quiero
firmarlos. Pero primero quiero ver a mi padre. Y para eso no tengo que tener
antecedentes o no me dejarán pasar a su prisión, ni salir del estado.
-
Después
del juicio – entendió Aidan. – Limpiaremos tu nombre, hijo. Y mantengo lo que
te dije: buscaremos una solución para tu padre…
-
Dudo que
la tenga – admití. – Él sí es culpable. Pero no quiero hablar de eso.
-
Bueno –
aceptó. – Se me ocurre otra cosa más alegre de la que podemos hablar.
-
¿De qué?
-
De tus
estudios.
-
¡Eso no
es alegre! – protesté.
-
Tienes
que sacarte la secundaria, Mike. Además estás justo en el límite en el que
todavía podrías hacerlo en el colegio de tus hermanos. Si no, tendrías que irte
a una escuela de adultos.
Bufé. Sabía que Aidan tenía razón. Si antes me resistía era porque una
parte de mi pensaba que no tenía futuro y que me iba a pasar la vida entrando y
saliendo de las cárceles. Pero ahora tenía un rayito de esperanza. La
posibilidad de llevar una vida normal…
-
Hace más
de 2 años que no voy a clases y cuando iba hacía más pellas que otra cosa.
-
Pues lo
de las pellas se ha terminado, mocosito. Eso va a ser lo único que te voy a
exigir. Vamos a ir poco a poco. No te puedes matricular hasta el año que viene,
así que puedes utilizar estos meses para ponerte al día. Tus hermanos y yo te
ayudaremos. No importa si se te da mal, pero tienes que ir a clase y dar lo
mejor de ti.
-
Grd. ¿Y
no podría ponerme a trabajar? De lo que sea.
-
No podrás
optar a buenos trabajos si ni siquiera tienes la educación obligatoria.
Suspiré. Aidan estaba decidido.
-
¿Vas a
darme el coñazo hasta que diga que sí, no? – le pregunté.
-
Qué bien
me conoces.
-
No quiero
que Ted me ayude. No quiero que se dé cuenta de que soy idiota.
Sin que lo viera venir, Aidan tiró de mí para levantarme un poco y me
dio una palmada. No fue nada fuerte pero decidí hacer un poco de teatro.
PLAS
-
¡Ay! ¿A
qué ha venido eso?
-
No eres
idiota y no puedes llamártelo.
-
Bueno.
Pero aún así no quiero que Ted me ayude. Soy mayor que él pero sabe más cosas
que yo.
-
Tu
hermano jamás se burlaría de ti, Mike.
-
Eso no lo
sabes – repliqué.
-
Sí, sí lo
sé, porque le conozco. Pero es que además, si se le ocurriera hacer aunque solo
fuera un pequeñito comentario hiriente, estaría en muchos problemas. Yo te
ayudaré en todo lo que pueda, Michael, pero hace mucho tiempo que terminé los
estudios. Tus hermanos pueden orientarte mejor que yo.
-
No hace
falta que se burle, sabrá que soy idiota y aunque no lo diga en voz alta yo
sabré que lo sabe.
Me miró con el ceño fruncido y pensé que me iba a dar otra palmada,
pero en lugar de eso me dio un beso en la frente.
-
Aunque no
es algo de lo que puedas estar orgulloso, falsificaste libros antiguos
engañando a expertos en la materia. Eso no es algo que pueda hacer un idiota.
Noté cómo mis labios se estiraban en una sonrisa involuntaria.
-
¿Puedo
estudiar letras?
-
Puedes
estudiar lo que quieras – me aseguró.
-
Bueno. ¿Y
no me castigarás si suspendo?
-
Si vas a
clase y haces todos tus deberes, no. Tienes que coger costumbre de estudiar otra
vez o quizás por primera vez. Seré muy pesado todos los días para que te pongas
con los libros, pero no te castigaré si suspendes.
-
A Harry
le castigas – apunté.
-
Harry es
vago y lleva suspendiendo desde hace dos cursos. El año pasado ya le advertí que
si no mejoraba sus notas le castigaría.
-
Pegar a
alguien por suspender es muy absurdo – se me escapó. – Así no va a aprender
nada.
-
Harry es
incapaz de ver las consecuencias a largo plazo. Cree que aprobará por arte de
magia o que no pasa nada por tener notas nefastas. Cuando quiera entrar a una
universidad y no pueda ya será tarde. Cuando tenga 30 años y un trabajo
mediocre y una familia que mantener le costará mucho más que ahora sacarse el
título. Como él no se da cuenta de eso, al menos consigo que mire las
consecuencias a corto plazo. Aun así, sé que con eso solo no hago nada. Por eso
estos días le estoy preguntando. La falta de esfuerzo tiene consecuencias y eso
tiene que aprenderlo, Mike. No es por suspender que le castigo, es por no
trabajar como sé que puede hacerlo.
Conclusión: estudiar iba a ser un peñazo si Aidan iba a estar tan
pendiente de mí como de los demás. Adiós a las tardes vagueando.
-
No pienso
empezar a mirar nada hasta después de Navidad – declaré. Aidan me miró
divertido por ese tono autoritario que puse.
-
Me parece
bien. Empezaremos a repasar después de vacaciones.
Bueno, aunque había perdido la guerra al menos ganaba una batalla. Decidí
ver en qué más cosas podía ganar.
-
Ahora
quiero ver una peli.
-
Pues ahí
tienes la tele…
-
Me
refería a que quiero ver una peli contigo.
Aidan me sonrió de esa manera suya tan especial que delataba que estaba
pensando algo tierno sobre mí.
-
Me
quedaré un ratito. Luego tengo que echarles un vistazo a los gemelos, hacer la
colada y preparar la comida.
Tomé un cojín para usarlo de almohada, sabiendo que no tardaría mucho
en cambiar la almohada por su hombro.
-
AIDAN'S
POV-
Podía adoptar a mis hijos. Michael tenía razón, si Andrew no era mi
padre biológico significaba que podía adoptar a mis hijos. Algo bueno podía
salir de toda aquella locura. Apenas pude pensar en nada más en toda la mañana.
No atendí a la película que puso, imaginando una y otra vez la ceremonia de
adopción y dónde lo íbamos a celebrar. Ahora tenía dinero para hacer una celebración
de verdad. Tal vez un viaje.
Tras un rato subí a ver a los gemelos y conforme me acerqué a su
habitación pude escuchar que peleaban.
-
¡No
puedes hacer eso! ¡Devuélvemelo! – gritaba Harry.
-
No hasta
la hora de la comida – respondió Zach.
-
¡Tú no
eres papá!
Entré justo en ese momento y les vi forcejeando. Zach tenía el móvil de
Harry en la mano y lo alejaba de él para que no pudiera alcanzarlo.
-
¿Qué está
pasando?
-
¡Me ha
quitado el móvil! – acusó Harry.
-
Porque
estaba mirándolo todo el rato en vez de estudiar – replicó Zach.
-
¡Eso es
mentira! ¡No seas chivato, imbécil! – chilló Harry, y le pegó bien fuerte en el
brazo haciendo que lo bajara. Le clavó las uñas en la mano para quitarle el
móvil.
-
¡Eh, eh,
pero bueno! Harry, discúlpate ahora mismo.
-
¡Que se
disculpe él!
-
¡Él no te
ha pegado ni te ha arañado! Pídele perdón y dame el móvil.
-
¡No, es
mío!
-
Harry,
discúlpate y dame el móvil – repetí. – Tu hermano tiene razón, si estás
estudiando, estás estudiando. Tendría que habértelo quitado yo.
-
¡Sí
hombre y qué más!
-
No me
contestes así, ¿eh?
Harry resopló, pero no dijo nada. Me sentí muy orgulloso de él por
mantener a raya su enfado.
-
Yo sé que
estudiar es aburrido pero tienes que hacer un esfuerzo, campeón. Y resistir a
la tentación de distraerte con el móvil. Tu hermano solo se preocupa por ti.
-
Es un
chivato de mierda.
-
¡No le
iba a decir a papá pero es que vino y nos vio! – protestó Zach.
-
¡Chivato!
– insistió Harry y le dio un empujón.
-
¡Harry!
Suficiente, ven aquí.
-
No, papá,
ya paro – me prometió.
-
Ven aquí.
-
No le
castigues, porfa – intercedió Zach.
-
¡Tú
cállate, imbécil! ¡Acusica! ¡Mal hermano!
-
No, mal
hermano no – le dije, muy serio. – Es muy fácil ser el hermano amigo y
compañero de aventuras, cosa que Zach siempre ha sido. Pero ser capaz de
decirte lo que haces mal es mucho más difícil y signo de que te quiere de
verdad. Te está ayudando a estudiar porque se preocupa por ti, así que no se
merece que le trates así.
Harry mantuvo su pose enojada un rato más pero los ojitos de Zach
comenzaron a brillar con su marca especial “no te enfades conmigo” que solía
reservar para mí. Por experiencia propia sabía que era difícil resistirse.
-
No
debería haberme quitado el móvil – gruñó Harry, en un tono mucho menos
iracundo.
-
Lo siento
– murmuró Zach. – Es que no me hacías caso.
-
Hum.
-
Ahora ven
aquí, Harry.
-
¡No,
papá!
-
Te pedí
varias veces que te disculparas y en lugar de hacerlo le empujaste y le
insultaste. Ven aquí.
Harry se acercó arrastrando los pies.
-
Si no me
puedo sentar en la silla no puedo estudiar – me dijo y tuve que hacer
verdaderos esfuerzos por no sonreír ante semejante caradura.
-
Pues
estudias de pie – repliqué, le agarré del brazo y le giré suavemente, solo
guiándole porque no se estaba resistiendo.
PLAS PLAS
-
Au. ¿Ya?
-
Discúlpate
con tu hermano o te doy las que de verdad te mereces. Y el móvil me lo quedo
hasta esta tarde.
Harry puso un puchero, pero me dio el teléfono y se frotó como si en
verdad le hubiera dolido.
-
Perdón,
Zach.
-
No pasa
nada.
-
Seguid
estudiando un rato más y cuando me vaya a por vuestros hermanos podéis tomaros
un descanso ¿bueno?
-
¿Luego
nos vas a preguntar? – quiso saber Harry.
-
Después
de comer, como ayer.
-
¿A Zach
también?
Zach no lo necesitaba, sus notas eran muy buenas, pero Harry lo podía
percibir como favoritismo.
-
Sí, a él
también. No quiero más peleas, ¿eh?
-
No, papá.
-
No, papi
– dijo Zach.
-
“No,
papi” – se burló Harry, imitando a su hermano.
-
Harry,
¿tengo que enfadarme en serio y darte un castigo en condiciones?
-
No…
¿Puedo estudiar en el cuarto de Ted?
-
No.
Estudias aquí, con tu hermano y le tratas bien. Voy a estar abajo haciendo la comida.
Como oiga una voz más alta que la otra vuelvo a subir y eso no te va a gustar.
Bajé a la cocina y estuve atento por si volvían a pelear, pero todo
estaba en silencio. Puse la lavadora y un poco de agua a cocer hasta que de
repente escuché un ruido y un llanto fuerte. Subí las escaleras corriendo y
Michael vino detrás de mí, desde el salón. Me sorprendió encontrar a Harry
llorando porque esa no era la escena que me había imaginado.
-
¿Qué
pasa, campeón?
Zach miraba a su hermano bastante impactado.
-
Snif… le…snif
… empujé… snif... y casi se da contra la mesa…snif… ¡y me asusté!
-
Estoy
bien – aseguró Zach.
-
¿Lloras
porque casi le haces daño? – me cercioré.
Harry asintió frotándose los ojos.
-
Casi…
snif… casi se da en la cabeza.
Me asusté y me conmoví a partes iguales. Mi niño era un buen muchacho,
con el corazón en su sitio, pero con demasiado genio. Si Zach en verdad se
hubiera dado, la situación podría ser muy diferente.
-
Zach, ¿por
qué no vienes a jugar a la play conmigo? – sugirió Michael. - Me aburrí de la
película.
Le miré con agradecimiento y esperé a que se marcharan. Harry me miraba
con los ojitos todavía llenos de lágrimas y todas las ganas que pudiera tener
de gritarle se esfumaron en ese momento.
-
Podrías
haber hecho mucho daño a tu hermano por una pelea tonta.
-
Snif…
snif… lo sé.
Suspiré y le di un abrazo, frotando su espalda para que se calmara.
-
Tus
hermanos mayores me repiten a menudo que solo tienes 13 años. Me lo dicen para
que no sea tan duro contigo y lo cierto es que tienen razón. Solo tienes 13
años y eres muy impulsivo… He sido un iluso al pensar que todo estaba bien y
dejaros solos. Tal vez tendría que haberte dejado ir al otro cuarto, ¿mm? Hasta
que te calmaras.
-
Snif…
snif… Ni siquiera estaba tan enfadado con él, solo molesto… snif… pero le
empujé y casi se cae…y… snif…
-
Shhh,
shhh. No pasó nada. Pero podría haber pasado. No puedes ir por ahí empujando a
la gente.
Le separé un poquito y le miré a la cara, toda colorada por el llanto. Harry
lloraba de susto y de culpabilidad, así que no tenía sentido seguir
regañándolo.
-
Al final
no sé si de pie, pero igual tienes que estudiar tumbado – le dije, medio en
broma y medio en serio, sentándome en su cama. Harry me sorprendió al desabrocharse
el pantalón, algo que normalmente le costaba mucho hacer. – … Estás realmente
arrepentido, ¿verdad? – le pregunté suavemente y el asintió, encogidito. Le
atraje hacia mí para volver a abrazarle. – Si soy blando contigo, ¿aprovecharás
la oportunidad? Mira que a la tercera va la vencida.
Harry volvió a asentir y a frotarse los ojos y yo no podía más de tanta
ternura porque ese niño había perdido la decena en sus años y se había quedado
solo con los tres. Le tumbé sobre mis piernas y bajé un poco su vaquero.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Ahora a
tratar bien a tu hermano, ¿bueno? – le dije y le levanté. Se colocó la ropa con
otro asentimiento y ya no pude resistirlo más y le hice cosquillas en el
costado. - ¿Te comió la lengua el gato? Basta de pucheritos, mi amor. No estoy
enfadado, porque sé que no pretendías hacerlo. Pero tienes que controlarte más.
-
Sí, papi.
Papi. Tentado estuve de repetir sus palabras haciéndole burla como él
había hecho con Zach, pero me contuve y en lugar de eso le di un beso.
-
Anda, ve
abajo. El descanso llegó antes de lo previsto. Con una carita tan triste no se
puede estudiar.
Miré el reloj. Llevaban casi 3 horas seguidas estudiando, realmente el
descanso era necesario y así después retomarían con más energía.
Harry me dedicó una sonrisita pequeña y rebuscó en sus bolsillos hasta
encontrar un pañuelo. Se sonó y bajó con sus hermanos. Yo esperé unos segundos
más mirando fijamente la mesa. Con tantos niños no era ajeno a los accidentes,
pero uno no se acostumbraba nunca. Mis hijos debían tener un ángel guardián
porque la cantidad de veces que habían estado a punto de pasar cosas que al
final se quedaron en nada era abrumadora.
Regresé a la cocina y al pasar les vi jugando a la consola como si no
hubiera pasado nada. Los gemelos se aliaron para ganar a Mike y así supe que no
iban a pelearse más. Terminé de hacer las tareas pendientes y vi que ya era
hora de ir a recoger a los demás. Me despedí de los tres y cogí el coche, dado
que al quedarse ellos en casa y puesto que Ted había quedado con su novia
éramos solo nueve y cabíamos en mi monovolumen.
Llegué antes de la hora, pero Barie y Madie ya me estaban esperando
porque su profesor había terminado pronto. Madie me saludó con el abrazo habitual,
pero Barie no se colgó de mi cuello como solía. No estaba enfadada conmigo pero
sí parecía incómoda ante mi presencia. Sabía que si ignoraba el asunto acabaría
por volver a actuar con normalidad, pero tal vez algo en nuestra relación se
rompiera y eso era algo a lo que no me iba a arriesgar.
-
Madie,
¿por qué no vas a la tienda de en frente y compras patatas y frutos secos? Cuando
estáis de exámenes a todos os entran ganas de picar.
Le di un billete y me quedé a solas con Barie.
-
Princesita,
¿y mi abrazo?
-
Madie ya
te dio uno.
-
Ah, ¿y
con uno solito me tengo que conformar después de toda una mañana sin veros? Además,
yo necesito un abrazo de cada uno, así puedo sentiros bien y usar mis superpoderes
para ver cómo estáis – le dije y, antes de que pudiera esperárselo, la atrapé
entre mis brazos. – Mmm. Estoy sintiendo una princesita avergonzada…. No,
corrección, una princesa, con corona y todo ya…
-
Ay, papá,
cómo eres.
-
¿Cómo
soy? Es la verdad. Y no solo está avergonzada… También está preocupada y algo
triste y enfadada, por qué el rey la castigó y hacía mucho que no la castigaba…
-
Tus
superpoderes están totalmente estropeados.
-
¿Ah, sí?
-
Del todo
– me aseguró, con la cabeza escondida entre mi pecho. - Es verdad que la
princesa siente MUCHA vergüenza porque la castigaran, pero no es por eso por lo
que está preocupada y enfadada.
-
¿Ah, no?
– pregunté, confundido.
-
¡No! Es
porque hace días que el rey no habla con la reina del país vecino. Y a la
princesa le caía muy bien esa reina. He visto que Holly te ha dejado de seguir
en Twitter, papá – añadió, ya más en serio – Pensé que te gustaba. ¿Qué le has
hecho?
-
Oye, ¿por
qué asumes que he sido yo y no al revés? – protesté, aún sorprendido porque ese
fuera el motivo de su molestia conmigo.
-
Siempre
es culpa del chico – me aseguró. – No saben tener pareja.
-
Qué
injusto. No la he hecho nada, Barie.
Pero los dos tenemos familias muy complicadas y no es un buen momento para…
-
Apenas lo
has intentado – me recriminó - ¿Es que te vas a rendir a la primera dificultad?
No es eso lo que me has enseñado.
Auch.
-
No se
trata de rendirse, Bar…
-
Ella me
gusta de verdad, papá. Y he stalkeado a sus hijos.
-
¿Stal-qué?
-
Que he
espiado sus redes – me aclaró. Después, se mordió el labio. – Le escribí a ese
chico, Sam.
Así que por eso había tenido aquella mirada culpable cuando me dijo que
le había buscado en Facebook.
-
¿Te
respondió?
-
Me dijo
que solo podía hablar conmigo si tú estabas de acuerdo.
-
¿Por qué
quieres hablar con él? – me extrañé.
-
¡Para conocerle!
Hubiera preferido hablar con la chica que tiene más o menos mi edad. Scarlett,
¿no? Pero no está en Facebook.
-
Qué
peligro tienes tú con esa tablet, madre mía. Barie, lo único que puedo decirte
es que estoy decidiendo qué hacer. Mientras tanto deja a esos chicos tranquilos,
por favor. Todo esto ya es lo bastante difícil para mí.
-
Bueno –
aceptó.
Madie ya volvía de la tienda, así que dejamos el tema. Enseguida
empezaron a salir los demás y yo me tensé un poco recordando el día anterior. Me
fijé en que había muchos profesores en el patio, atentos a la puerta y a
nosotros, los padres. Me dije que mis hijos estaban seguros y me concentré en
recibirles. Kurt venía con los ojos rojos y cuando me agaché para abrazarle se
puso a llorar.
-
Ey, ¿qué
pasó, campeón? ¿Te duele la tripita?
Asintió y lloró mas fuerte.
-
Le dije a
tu profe que me avisara.
-
Papi, le
han castigado – me dijo Hannah, pero no en un tono de acusación, sino en uno
con el que me estaba pidiendo que defendiera a su hermanito.
-
¿Cómo?
Hannah cogió la mochila de su mellizo y sacó un cuaderno. Pasó varias
páginas hasta encontrar lo que quería y me enseñó unas copias con la letra de
Kurt: No me portaré como un bebé en clase. Apreté el cuaderno con
fuerza.
-
¿Por qué
has tenido que copiar esto? – pregunté, pero Kurt escondió la cabeza en el
hueco de mi cuello y no me respondió, así que Hannah lo hizo por él.
-
Ha sido
en clase de mates, papi. La última. Kurt quería ir al baño pero el profe no le
ha dejado y entonces se ha puesto a llorar y él se ha enfadado y le ha mandado
copiar.
Abrí mucho los ojos. Sabía que los niños podían mentir para salir de un
apuro, pero mis peques no solían hacerlo. Sabía también que a veces
malinterpretaban las cosas y deseé que ese fuera el caso, porque sino iba a
armarla, pero bien armada.
-
No
llores, campeón. ¿Te duele mucho?
-
Snif….
¿Tas enfadado?
-
No, Kurt.
Quiero que te quedes con Jandro y yo voy a hablar con tu profe pero, haya
pasado lo que haya pasado, él ya te castigó, así que no te preocupes.
Le di un beso y les pedí a todos que esperaran un momento. Entré en el
colegio y busque la clase de Kurt. Por suerte el profesor seguía allí,
recogiendo. Era un hombre de más o menos mi misma edad y aspecto serio.
-
Buenos días
– saludé. – Soy Aidan Whitemore, el padre de Kurt.
-
Ah, sí. ¿Cómo
está?
-
Por lo
visto ha habido un problema hoy… - empecé, directo al grano.
-
Sí, no ha
sido gran cosa. Me ha pedido ir al baño en mitad de una explicación y le he
dicho que esperara y entonces se ha puesto a llorar. Es un niño muy infantil.
-
Tiene
seis años – le recordé, porque su última frase me sonó completamente como un
ataque.
-
Suficientes
como para saber cuándo se puede ir al baño y cuándo no.
-
Ha estado
mal del estómago estos días. Seguramente necesitaba de verdad ir al servicio.
En cualquier caso, no termino de comprender por qué recibió un castigo.
-
Esto es
un colegio, señor Whitemore. No puedo tener alumnos que se echen a llorar
porque les diga que no pueden ir al baño.
-
Kurt es
muy sensible y algo caprichoso, no se lo voy a negar, pero seguro que no es el
primer niño que llora en sus clases. Le repito que tiene seis años – insistí.
-
Es
bastante más inmaduro que la mayoría de sus compañeros. Tan solo pretendo que
deje esos comportamientos de bebé.
Apreté los puños.
-
¿Le
preguntó siquiera si le dolía la tripa?
-
Ya le
dije que estaba en mitad de una explicación – me replicó. O sea, que no.
-
Es usted
profesor de primaria, no de universidad, por si acaso lo ha olvidado. Sé que es
muy exigente con la materia y nunca he dicho nada porque puedo ver que mis
hijos están aprendiendo bastante. Pero son niños pequeños. Si mi hijo llora en
clase espero algún tipo de consuelo y educación emocional, no un castigo.
-
Solo
quiero lo mejor para él, señor Whitemore.
-
No, eso
lo quiero yo, que soy su padre. Mi hijo será infantil e inmaduro, pero no se
merece tanta dureza que raya en la crueldad. Tenga una buena tarde y sea más
considerado en el futuro - le espeté y me marché dejándole con la palabra en la
boca.
Estaba más que harto de ese colegio. No eran justos con Ted, no habían
tratado bien el problema de Cole y ahora tenían un profesor de matemáticas que
debía de pensar que estaba en el ejército.
Volví con mis hijos y vi que Alejandro tenía a Kurt en brazos. Se veían
tan monos. El enano parecía de mejor humor porque todos sus hermanos le estaban
haciendo mimos.
-
Uy, qué
nene consentido – le dije y le tomé de los brazos de Jandro. - ¿Ya fuiste al baño,
cariño? – pregunté y él asintió. - ¿Tuviste diarrea?
Kurt asintió de nuevo y yo le di un beso.
-
Pobre
bebé.
-
No soy
bebé, papi – protestó.
-
Sí, eres
mi bebé y no hay nada de malo en eso. Kurt, tú sabes que ya puedes recoger tus
juguetes porque eres un niño mayor y estás aprendiendo a leer la hora y a
atarte los cordones… eres todo un hombrecito. Pero siempre, tengas la edad que
tengas, serás mi bebé. Cuando papá te llama bebé es una cosa bonita, ¿mm? Es
cariñoso, como cuando te digo campeón. Y no eres un bebé por llorar, cariño.
Papá también llora.
Kurt me miró con sus ojitos azules muy brillantes y después se mordió
el labio.
-
Papi, le
dije una mentira al profe.
-
¿Cuál?
-
Le dije
que hice cincuenta copias, pero solo hice cuarenta y nueve.
Le apreté contra mi pecho para que no me vieras sonreír.
-
Será
nuestro secreto, campeón. ¿Cuarenta y nueve nada menos? Eso son muchas. Y luego
papá es malo cuando te manda veinticinco.
Kurt apoyó la cabeza en mi hombro, como si tuviera
sueño.
-
Veinticinco
copias no son muchas, papi. Veinticinco azotes sí.
-
Muchos,
muchos – coincidí. Kurt siempre hablaba con bastante naturalidad de los
castigos. A casi todos mis hijos les había dado vergüenza desde bien pequeños. –
Por eso papá nunca te da tantos, ¿o sí?
-
Ño.
Le di un beso y comencé a caminar con él hacia el
coche, con los demás siguiéndonos de cerca. Cuando todos se metieron, Alejandro
revisó que los más pequeños tuvieran bien abrochada la sillita. Eso era algo
que normalmente hacíamos Ted y yo, cada uno en su coche. Le sonreí por el
espejo retrovisor, contento de que cuidara así de sus hermanos.
-
Oye,
Jandro. Se acerca el cumpleaños de alguien, me parece – le comenté.
-
Quedan
tres meses, papá.
-
Suficientes
para que te enseñe a conducir, ¿no? Los
dieciséis son importantes, campeón. Te puedes sacar el carnet de conducir – le
dije, como si no lo supiera. Como si no hubiera estado anhelando el momento de
tenerlo desde que Ted se sacó el suyo.
Alejandro sonrió plenamente con anticipación. El coche significaba
independencia y en una familia como la mía era muy útil. Jandro ya no
dependería de su hermano o de mi para que le lleváramos a los sitios.
Mi recompensa por haber sacado el tema fue que ya no se habló de otra
cosa en todo el camino de vuelta. Incluso después de recoger a Dylan aquel fue
el único tema de conversación. De pronto Alejandro quería que Febrero llegase
ya.
Cuando llegamos a casa hubo la estampida habitual en la que todos
corrían al baño o a sus habitaciones como si cobrasen los segundos. Madie bajó
enseguida, sin embargo, con esa carita de quien quería pedirme algo.
-
Papi, una
amiga nos ha invitado a Barie y a mí para que estudiemos en su casa esta tarde.
Le acaba de preguntar a su madre y ha dicho que sí.
-
¿Qué
amiga?
-
Sarah.
-
¿Y vais a
estudiar de verdad? Mira que estáis de exámenes.
-
Pero
papi, en la prevaluación aprobé todo – me recordó.
-
Solo te
estaba tomando el pelo. Claro que podéis ir. ¿Os ha dicho a qué hora?
-
Ha dicho
que podemos comer allí si queremos.
-
Prefiero
que comáis aquí, cariño. Es más fácil para mí llevaros después de comer. Zach y
Alejandro podrían comerse las paredes si les hago esperar hasta que volvamos.
Madie se rio por mi exageración y asintió, dándose
prisa en escribir algo con el móvil, para su amiga, seguramente. Subió
corriendo a decírselo a Barie. Era tan fácil hacerlas sonreír. No conocía mucho
a Sarah, era una amiguita reciente, de cuando pasaron a la secundaria y les
cambiaron de clase. Si mis conocimientos de la preadolescencia no estaban
oxidados, que las invitara a su casa suponía un nuevo paso en su amistad.
Calenté la comida y les llamé para que bajaran. Zach
vino a poner los platos, Cole ayudó a Alice con las servilletas y Barie puso
los cubiertos y los vasos.
-
Madie
viene ahora. Se está cambiando – me explicó, dado que le tocaba a ella poner
los vasos.
-
Vale.
¿Sabéis dónde vive Sarah?
-
Nos ha
mandado la dirección. ¿Puedo meterla yo en el navegador?
-
Como
quieras.
Lo dicho: era muy fácil hacerlas felices. A Barie le encantaba manejar
el navegador del coche. Cualquier cosa con pantallas y botones estaba bien para
ella.
Subí a llamar a los remolones. Era habitual que los que no tenían que
poner la mesa tardaran en bajar.
-
¿Estás
loca? ¿Quieres matar a papá de un infarto? Quítate eso pero ya - le escuché
decir a Alejandro.
-
¡No te
metas! – protestó Madie.
-
Hablo en
serio, quítatelo antes de que te vea.
Pero ya era tarde. Entré en su habitación y vi a Madie con los
pantalones más cortos que he visto en mi vida. Estaban cortados, porque yo
jamás le habría dejado comprarse algo como eso. Ni siquiera terminaban de
cubrirle el culo.
-
¡Madelaine!
– exclamé. - ¿De dónde has sacado eso?
-
¡Papi!
Todas las chicas los llevan.
-
Quítatelos,
es como ir desnuda.
-
¡No voy
desnuda, papá! – protestó.
-
Eres
demasiado pequeña para vestir así – le dijo Alejandro.
-
Ni
demasiado pequeña ni demasiado grande: nadie puede ir así por la calle – maticé
yo.
-
¡Pero si
no se me ve nada!
-
Se te ve
demasiado. Cámbiate, ponte otra cosa. ¿Qué me dices de esos pantalones blancos
que llevabas el otro día? Te quedaban muy bien.
-
¡No,
quiero estos! – insistió. Alejandro rodó los ojos y nos dejó solos. – Mi
cuerpo, mi decisión, papá.
Me pasé la mano por la cara. ¿Dónde había escuchado esos esloganes
feministas y por qué de pronto yo era el malvado monstruo del patriarcado
queriendo coartar su libertad?
-
¿Qué
prefieres que te diga? ¿”Mi casa, mis normas” o “Así no sales y punto”? – le
pregunté.
Madie zapateó con rabia y se cruzó de brazos en
actitud obstinada.
-
¡Dame una
sola razón que sea válida en el siglo XXI! – me exigió.
Alcé una ceja.
-
Se me
ocurren varias. Que soy tu padre y tienes doce años, que se te ve el culo, que
estamos a 1 de diciembre y si sales así te cogerás una pulmonía….
-
¡Vamos a
ir en coche! ¡Y voy a estar en casa de Sarah! ¡Si fuera verano tampoco me
dejarías!
-
No, no te
dejaría, porque entre eso e ir desnuda no hay mucha diferencia – repliqué. –
Última vez que te lo digo, sácatelos.
Madie volvió a zapatear con todo el cuerpo tenso y mucha rabia saliendo
por cada poro de su piel.
-
¡Los
llevaré en la mochila y me los pondré cuando tú no estés!
Molesto por aquella frase desafiante, la agarré del brazo y le di dos
palmadas. Esa braga-pantalón tenía tan poca tela que la segunda fue totalmente
piel contra piel.
PLAS PLAS
-
¡Ay!
Se tapó con la mano que tenía libre y empezó a llorar casi en el acto.
-
Ahí
tienes otro motivo por el cual te interesan los pantalones un poco más largos –
la espeté, y me arrepentí nada más decirlo, porque me sonó algo cruel. - ¿Te
dolió mucho? – pregunté, más suavemente, consciente de que ella no solía llorar
por solo dos palmadas.
-
¡Te odio,
papá! – me gritó y se tiró sobre la cama.
Drama adolescente. Supe reconocerlo, pero no por eso
me dolió menos. Me senté a su lado y le acaricié el pelo.
-
Solo me
preocupo por ti, princesa. Sé que estás creciendo y que tendré que asumirlo
algún día, pero no eres un trozo de carne para andar así vestida. Tienes que
respetarte un poco más a ti misma y, sé que esto no suena como del siglo XXI,
cariño, pero también tienes que hacerte respetar. Y lo cierto es que si otras
personas te ven así vestida no te van a respetar. No quiero que ningún señor
asqueroso mire a mi princesita con malas ideas. No me llames exagerado. Sabes
que pasa. No debería pasar, pero pasa. Y no es que tengas que cambiar tu forma
de vestir por nadie, pero cariño, es que eso apenas era ir vestida. Tienes
braguitas que te tapan más.
-
¡Papá! –
protestó, escondiendo la cara en la almohada.
-
Es la
verdad.
Madie lloriqueó un poco más, pero se la veía más calmada.
-
Snif.
Seguro que me dejaste toda la mano marcada.
-
¿A ver?
Nop, ni siquiera está rojito.
-
¡Papá! –
se escandalizó.
-
Si te da
vergüenza es porque deberías taparte, tesoro. Me gustaría que lo entendieras,
pero si no lo entiendes al menos escucha esto: si no te cambias no irás a casa
de Sarah. Y quiero que me des esos pantalones o estarás castigada por un mes y
yo elegiré todo lo que te pongas.
-
¡No
puedes hacer eso!
-
Pruébame.
-
¡No
puedes elegir mi ropa!
-
Entonces
ya sabes lo que tienes que hacer – le dije, y traté de darla un beso, pero me
apartó. Suspiré. – La comida ya está lista. Tienes cinco minutos para bajar.
-
¿O qué? ¿Me
encerrarás en una torre medieval?
-
No. Le
diré a Barie que no podrás ir con Sarah y mientras ella va allí tú y yo nos
quedaremos en casa repasando tu actitud.
-
¡Ya no
quiero ir!
-
Claro que
quieres ir, cariño. Anda, no te enfurruñes por una tontería. Tienes mucha ropa
bonita que ponerte.
-
¡No quiero!
-
…. Quince
minutos. Sé que estás enfadada porque te castigué, así que tómate un tiempo
para calmarte. Y, cuando estés lista, quiero mi abrazo, señorita.
-
No hay
abrazo para ti – me dijo. Pese a su tono molesto, esa forma infantil de
expresarse me hizo ver que se le iba pasando el enfado.
-
Ah, no.
En esta casa se castiga de muchas formas, pero nunca sin abrazo – protesté.
-
A ti sí.
Por malo.
Tenté mi suerte y me agaché a darla un beso. Esa vez no se apartó.
-
Si tan
malo soy tal vez debería comerme tu gelatina.
-
¿¡Compraste
gelatina!?
-
De fresa,
limón y naranja – le informé.
-
¡Quiero
de las tres!
Me reí.
-
Y yo
quiero mi abrazo.
Madie arrugó los labios en una mueca graciosa y luego
se tiró encima de mí, haciendo que me cayera atrás sobre la cama
-
¡Eso no
fue un abrazo, fue un placaje! – protesté, y comencé a hacerla cosquillas. Le
sujeté de las muñecas con una sola mano para que no pudiera taparse.
Paré cuando su risa empezó a sonar jadeante y, entonces si, la abracé.
-
Así,
mucho mejor – dije y la di un beso.
Madie exhaló hondo, normalizando su respiración.
-
¿De
verdad hay hombres que me mirarían? – me preguntó.
-
Mi amor,
eres preciosa. Todo el mundo va a mirarte siempre. Pero hay miradas y miradas y
ese tipo de ropa atrae a las malas.
-
Papá
sobreprotector.
-
Eso
siempre – admití, con orgullo por el título.
-
Me
cambiaré, aunque solo sea porque las palmadas sin ropa pican mucho.
Esbocé una media sonrisa y me levanté, liberándola.
-
Te
quiero, mocosa con carácter.
-
Y yo a
ti. ¿Me perdonas?
Ensanché mi sonrisa y asentí.
-
Ya está
olvidado.
Dejé que se vistiera y bajé con los demás.
-
¿No
esperamos a Ted? – me preguntó Cole.
-
Se
quedaba a estudiar con Agustina. Imagino que comerán juntos. Le di dinero por
si acaso.
Madie bajó con unos pantalones más adecuados y nos sentamos a comer.
Cuando acabamos, les dije que iba a llevar a Barie y Madie a casa de su amiga y
que se quedaban con Michael un ratito.
-
No
tardaré mucho. Harry, os preguntaré después, ¿bueno?
-
¿Yo puedo
ver la tele, papi? – pidió Hannah.
-
Dile a
Mike que os ponga una peli, tesoro. Portaros bien.
Salí con las niñas y nos metimos en el coche. Quedamos en que las recogería
en tres horas, aunque tenían el móvil si me necesitaban antes. La madre de la
otra niña me pareció muy amable y me convencí de que mis princesas iban a estar
bien.
La casa de Sarah estaba bastante cerca de la de Holly. Desde el momento
en el que me di cuenta, no pude sacármelo de la cabeza. Me descubrí a mí mismo
tomando un pequeño desvío en su dirección y estacioné el coche a pocos metros,
pero no me bajé. Observé la casa con un millón de dudas asaltándome sin piedad.
¿Debía darle una oportunidad a lo que sea que tuviera con Holly? Desde luego
Barie sería feliz con la idea. Pero se me venían tantas cosas encima, con el
juicio de Michael, Greyson y la futura adopción de los chicos… Recordé lo que me había dicho Sam. No soportaba
la idea de que ella hubiera llorado por mi culpa. Ni siquiera le había dado una
explicación en condiciones. Le había dicho que no podía seguir viéndola, pero
no la había dejado hablar. Suspiré. Era todo demasiado complicado.
Un golpecito en mi ventana me sobresaltó. Casi me da un infarto cuando
la vi al lado del coche. Tardé unos segundos en bajar la ventanilla.
-
¿Espiando?
– me preguntó.
-
No, yo…
Estaba cerca de aquí y pensé…
“¿Qué pensaste?” me recriminé. “¿Para qué has venido?”.
-
No sé qué
te dijo Sam el otro día, pero…
-
Espero
que no se metiera en problemas – la interrumpí. – Vino a traerme la carta de
disculpa de Max, aunque te confieso que aún no la he leído.
-
Yo
tampoco, no me dejó. Confío en que no pusiera ninguna grosería.
-
Seguro
que no – respondí yo y después se hizo un silencio incómodo. – Holly…
-
Tengo que
entrar en casa – me cortó. – Acabo de llegar del trabajo.
-
Holls… Lamento
haber sido tan brusco el otro día.
-
No fuiste
brusco, fuiste muy claro.
-
Fui
brusco. Y desconsiderado. Tú viniste a darme tu apoyo al juzgado y yo…
-
Tú
cortaste conmigo. Ya está. No tienes que darle más vueltas.
-
Eres la
mujer más especial que he conocido nunca, pero ahora mismo necesito estar
pendiente de mis hijos – me excusé.
-
Ah, no,
alto ahí. Cuando nos conocimos dejamos claro que los hijos eran prioridad. Con
eso entendí que era muy probable que hubiera cancelaciones de planes a última hora,
que hubiera trincheras en guerra contra nosotros y alcahuetes dispuestos a
juntarnos y que probablemente nunca tendríamos citas convencionales porque ninguno
de los dos podía irse a cenar por ahí con frecuencia. Pero jamás entró dentro
del trato que iría a ver a tu hijo al hospital, que le haría compañía en la UCI
pensando que no iba a volver a caminar, que me contarías cada paso de su
recuperación y lo sentiría como una alegría personal, que me llamarías en medio
de la noche para decirme que la policía había ido a tu casa y de pronto sin ton
ni son decidirías que no querías que formara parte de tu vida. Un poco tarde
para eso, ¿no? Tienes que estar pendiente de tus hijos, claro. Y yo que soy, ¿un
obstáculo? ¿Acaso crees que no habría sabido entender que tuvieras menos tiempo
mientras se solucionaba todo? ¿Acaso crees que no habría querido ayudarte?
Dejé que se desahogara y, a medida que ella hablaba, yo me fui quedando
sin palabras. Tenía razón. En todo. De pronto mi decisión dejo de tener ninguna
lógica para mí. ¿Por qué le había dicho que ya no podíamos vernos? Michael
estaba en casa y que yo estuviera con Holly no iba a influir para nada en el
resultado del juicio. Ella hubiera sido un apoyo y no un obstáculo. ¿Acaso no
lo había sido ya en varias ocasiones? Lo que había dicho sobre Ted… Mis hijos la importaban. Había sido mucho más
que cortés con ellos. Había perdonado la malcriadez de Alejandro y la travesura
de Harry. Había consolado a Kurt y se había derretido con su ternura.
-
He sido
solo yo durante tanto tiempo – susurré. – No sé cómo compartir mi vida con alguien
más.
-
No
echándoles sería un buen primer paso.
-
Lo
siento, Holly… Yo… No quería hacerte daño. Y tampoco… tampoco quería echarte.
-
¿Ah, no?
-
No… Sentía
que debía hacerlo pero ahora me doy cuenta de que era una tontería. No quiero
esperar a que se resuelva todo, quiero que estés conmigo para resolverlo.
Quiero que le hagas mimos a Kurt cuando le duele la tripa y que me ayudes a
convencer a Michael de que es mucho más listo de lo que se cree, quiero que me
digas que todo va a salir bien y que nadie me va a separar de ninguno de mis
hijos. Que la justicia existe y la maldad se paga y que da igual quien sea mi
padre, si nadie da la talla para el título. Quiero escuchar la voz de Scarlett
hablando sin miedo e ir a un concierto de Sam y que Blaine me cuente sus
misiones como astronauta. Ojalá no sea demasiado tarde.
Holly me miró fijamente durante varios segundos. Entonces, lentamente,
se agachó y traspasó la ventanilla, hasta que sus labios se rozaron con los
míos.
Después de eso, abrí la puerta del copiloto y ella entró en el coche
conmigo. Estuvimos hablando durante un rato, de muchas cosas, pero
principalmente de nosotros. De si íbamos a intentarlo realmente. De cómo íbamos
a hacerlo.
Una llamada en mi móvil nos interrumpió. Pensé que podría ser Michael,
extrañado porque tardara, pero resultó ser un número desconocido.
-
¿Dígame?
– pregunté, haciéndole un gesto a Holly de que no tardaba.
-
Bue-buenas
tardes, señor Whitemore. Soy Agustina.
Noté un pinchazo en el pecho.
-
¿Ted está
bien? - pregunté sin rodeos.
“No tendría que haberle dejado quedarse a estudiar. No tendría que
haberle dejado volver a clases…”
-
Sí, sí,
señor, está bien, no se asuste.
Oh. ¿Y por qué me llamaba ella y no él?
-
He
llamado a su casa, pero me dijeron que había salido, así que pedí su teléfono,
espero que no le importe. Es que tenía que hablar con usted.
-
Está
bien, Agus. Pensé que ya te había dicho que no me llamaras de usted. ¿Qué
ocurre? ¿Por qué has tenido que pedir mi teléfono? ¿No está Ted contigo?
-
Verá,
señor… - empezó, al parecer sin entender que debía tutearme. – Por eso le
llamo. He estado dudando mucho antes de hacer esto y sé que probablemente Ted
me va a odiar y no va a querer verme más, pero si le pasara algo no podría
perdonármelo. No está conmigo. Se ha quedado a los entrenamientos de natación.
Se hizo el silencio a ambos lados de la línea telefónica.
-
Le mato,
yo le mato – dije por fin. - Gracias por avisarme, Agustina. Has hecho lo
correcto.
Me despedí de ella y colgué y comencé a apretarme el puente de la nariz.
Casi me había olvidado de la presencia de Holly hasta que puso su mano en mi
brazo.
-
¿Adolescentes
en problemas? – me preguntó, sobrada de experiencia en ese campo.
-
En un
mundo de ellos.
-
Haya
hecho lo que haya hecho, recuerda que matar es delito, ¿vale?
-
Haré que
parezca un accidente – repliqué. No me podía creer que Ted hubiera sido capaz
de hacer eso. ¡Era tan imprudente! ¿Es que acaso no entendía que le habían
operado de la cabeza y tenía que ir con cuidado?
-
Se te han
empequeñecido las pupilas. Eso es que estás enfadado de verdad – dijo, y me
sorprendió que me conociera tan bien, aunque ella siempre me había llevado
ventaja en ese aspecto. – Recuerda que son jóvenes y están aprendiendo y que
cuando meten la pata es cuando más te necesitan.
-
No
interceda, señorita Pickman, que este preso ya está colgado – respondí, a mi
pesar con una sonrisa. – Ya sé que me necesita. Pero no creo que le guste el
tipo de atención que va a recibir.
Holly puso una mueca. Recordé su primera reacción cuando se enteró de
cómo reprendía a mis hijos y la miré con atención.
-
No seas
muy duro con él – me pidió. – O me cobro con intereses tus palabras del otro
día. Puedo ser muy rencorosa si me lo propongo.
Sonreí un poquito más, pero luego me puse serio.
-
Me tengo
que ir…
-
Lo sé - se
inclinó para darme un beso en la mejilla. – Conduce con cuidado.
Holly salió del coche y me asaltó una sensación de vacío. No quería que
se fuera. Quería compensarla por el daño que la hubiera podido causar y
asegurarle que quería que formara parte de mi vida.
“Pues demuéstraselo. Con hechos y no con palabras, como ha hecho ella
todas esas veces que te ha ayudado”.
Con esa idea fijada en mi cabeza, les escribí un mensaje a mis hijos
diciéndoles que iba a tardar un poco y después conduje hasta el colegio. Una
vez allí me dirigí directamente hacia la piscina cubierta. A cada paso que daba
intentaba tranquilizarme sin mucho éxito. Seguro que no le había pasado nada,
seguro que Ted estaba bien….
El equipo de natación estaba en el agua en mitad de un ejercicio.
Reconocí a casi todos, pero no me detuve en ellos, porque en seguida vi a Ted, pero
no donde había esperado encontrarle. Estaba sentado en las gradas vestido con
el uniforme, mirando a sus compañeros pero sin unirse a ellos. Me acerqué a él
lentamente. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, suspiró.
-
Hola,
papá.
-
¿”Hola
papá”? ¿”Hola papá”? ¿Sabes el susto que me has dado? Tu novia me llamó
preocupada por ti. Se suponía que habíais ido a la biblioteca.
-
Lo siento
– murmuró.
-
¿Qué
hubiera pasado si te desmayas en el agua? ¿O si las piernas te fallan? O si el
esfuerzo de hacer deporte retrasa tu curación. ¡El médico dijo que aún era
pronto!
-
Lo sé,
papá. Por eso no llegué a meterme – me aclaró. - Iba a hacerlo, pero entonces
recordé algo que le conté ayer a Barie y me di cuenta de que en lo que a
natación se refiere no siempre tomo las mejores decisiones. ¿Recuerdas aquella
vez con el trampolín, cuando era pequeño? También entonces pensé que ya estaba
preparado y no iba a pasarme nada. Fue la imprudencia estúpida de un niño y
meterme hoy a entrenar también lo hubiera sido. No podía hacerte eso. No
después de todo lo que has pasado conmigo en el hospital.
Abre la boca un par de veces pero no llegue a decir nada. La tremenda
bronca que tenía medio pensada se había visto frustrada por el hecho de que no
había llegado a meterse en la piscina.
-
El
entrenador se ha enfadado bastante. En un mes competimos contra un equipo
bastante bueno y ha insinuado que sin mí no tenían ninguna posibilidad –
continuó. – Creo que piensa que soy mejor de lo que en realidad soy.
-
Eres un
nadador increíble y no me cabe duda de que beneficiarías al equipo, pero ha
sido irresponsable de su parte decirte eso. Se supone que él tiene que meterte
sentido común y no tentarte para que arriesgues tu salud.
Ted no dijo nada y miró de frente, hacia donde estaban sus compañeros.
El anhelo se podía leer en sus ojos.
-
Vámonos a
casa. Agradece que te he encontrado aquí fuera, porque creo que te hubiera
sacado del agua a punta de palmadas.
Él esbozó una media sonrisa triste.
-
Tú nunca
harías eso – me dijo, pero no sonó altanero sino simplemente seguro y tranquilo.
Confiaba plenamente en mí. Me conocía y sabía de qué era capaz y de qué no. Era
imposible ser aunque fuera un poco intimidante con él, porque me tenía calado.
Y eso era maravilloso, aunque en ese momento fuera en contra de mis propósitos
de mostrarme serio y enfadado.
-
No estés
tan seguro, muchachito – repliqué.
Echamos a andar para salir del recinto y le hice caminar delante de mí.
-
¿El bebé
está en problemas? – se burló un chico que justo salía del agua en ese momento.
Ted apretó los puños pero no le respondió. Pasó de largo y se despidió
con la mano de algunos de sus compañeros.
-
Ted – le
llamé, cuando ya estábamos fuera. - ¿Quién era ese?
-
George.
-
¿Se mete
contigo?
-
No es
nada que no pueda manejar – me aseguró. – Es amigo de Jack.
-
No
pretendía avergonzarte delante de él…
-
No lo has
hecho. Por lo que a él respecta simplemente has venido a buscarme. Se mete
conmigo por cualquier cosa y ayer fui lo bastante estúpido como para dejar ver
que me molestaba que hiciera ese tipo de comentarios.
-
Si se
meten contigo, quiero que me lo cuentes – le dije, en el tono más firme que
supe poner. – Aunque te parezcan tonterías. Quiero saberlo, ¿está claro?
-
Sí,
señor.
Ted se metió en el coche y yo le imité, tomando el volante. Ninguno de
los dos añadió nada más y así nos sumergimos en un silencio incómodo. En esas
situaciones, Ted siempre era lo bastante prudente como para no decir nada y así
evitaba que yo estallara y le metiera un par de gritos, como a veces hacía con
Alejandro en situaciones parecidas en las que él no lograba quedarse callado.
Él iba con la cabeza girada mirando por la ventanilla, así que no podía
ver bien su expresión. Parecía mayoritariamente ausente y pensativo. Suspiré.
¿Qué iba a decirle que no supiera? ¿”Si te digo que no puedes nadar, no puedes
nadar”? ¿”El médico te da recomendaciones por algo”? Cuando llegamos a casa todavía no había
conseguido encontrar una buena manera de empezar. Ted no salió del coche cuando
nos detuvimos y yo tampoco. A los pocos segundos me miró, por fin, para ver por
qué nos quedábamos ahí.
-
¿Qué
debería hacer contigo? – me pregunté, en voz alta.
Ted se lo tomó como una pregunta en serio y ladeó ligeramente la
cabeza.
-
Deberías
castigarme – respondió, como si fuera evidente. – Te mentí, te dije que estaría
con Agus en la biblioteca. Y estuve a punto de hacer una tontería.
-
A punto,
pero no lo hiciste – le hice notar. – Uno de los objetivos de todo padre es que
sus hijos aprendan a tomar buenas decisiones. Y tú eso ya lo haces desde hace
tiempo, Ted. Eso no quiere decir que no la vayas a cagar porque, como seguro
que ya sabes, los adultos tampoco son perfectos, pero tienes bastante sentido
común. Si hubieras llegado a meterte en la piscina, estaríamos teniendo una
conversación bien diferente. Pero no voy a castigarte porque “casi” me
desobedeces. Lo importante es que no lo hiciste. En cambio sí que me mentiste y
sí vas a tener un castigo por eso. Nada de salidas este fin de semana y tampoco
habrá ordenador, ni móvil.
Un poco duro por solo una mentira, sobre todo teniendo en cuenta que
había estado a solo cien metros de donde me había dicho que iba a estar.
-
… Para el
plan familiar que hagamos el sábado sí podrás salir – concluí.
Con cualquier otro de mis hijos hubiera deseado que lo aceptaran sin
protestar, pero en el caso de Ted casi quería que pusiera alguna objeción. Que
no aceptara siempre mi palabra como si el mundo se fuera a acabar por no
hacerlo. Es una contradicción que algunos padres nos preocupemos porque
nuestros hijos no sean rebeldes, pero la falta de autoestima de Ted era algo
que de veras quería cambiar.
Pero no hubo ni protestas ni objeciones. Ted se sacó el móvil del
bolsillo y me lo dio, sin apagar ni nada. Lo hice yo por él y me lo guardé.
-
Solo
hasta el domingo – le recordé y él asintió.
-
¿Ya puedo
darte un abrazo? – me preguntó. – Cuando te vi en el gimnasio apenas me
saludaste.
-
Eso lo
arreglamos ahora mismo – dije, y le atraje hacia mí, extrañado y contento a la
vez por su brote cariñoso. Ted llevaba un tiempo así, supongo que sus
experiencias traumáticas con los hospitales le habían vuelto un poquito
vulnerable. – La próxima vez me saludas incluso aunque yo sea un maleducado que
vaya directo al grano, ¿eh?
-
No soy
suicida – susurró y me dedicó una sonrisa torcida. – Hay momentos en los que es
mejor mantener las distancias, por si acaso.
Le apreté el costado y se rio. Se apartó y salió del coche antes de que
pudiera seguir torturándolo. Eché la llave y entramos en casa.
-
¿Puedo
llamar a Agus desde el fijo? – me pidió. - No quiero que piense que estoy
enfadado con ella.
-
Me parece
una buena idea.
Traté de darle algo de intimidad mientras iba a ver al resto de mis
hijos, pero se puso a hablar en el salón y allí estaban los peques, así que
capté fragmentos de su conversación.
-
No te
preocupes, de verdad… En serio… Nos llevamos muy bien, Agus. Mejor que bien…
Sonreí. Estaba hablando de mí y de mi relación con él. Solo entonces
reparé en lo difícil que tenía que haber sido para su novia delatarle conmigo.
Ella no tenía buena relación con su propio padre.
Ted siguió hablando un rato más mientras yo jugaba con los peques y en
un determinado momento comenzó a rascarse la mano. Fruncí el ceño y le observé.
Se rascaba frenéticamente, no era por una picazón sino por nervios. Se iba a
hacer herida. No pude evitar acordarme de cuando tenía trece años e hizo eso
mismo porque yo le di un castigo diferente al habitual. Pensó que estaba
demasiado enfadado como para consolarle y se destrozó la piel.
Ted colgó el teléfono y me acerqué a él todavía con el ceño fruncido.
-
¿Qué
dije? – me preguntó, al reparar en mi expresión. – No hablé mal de ti…
-
Mira cómo
te has puesto la mano. No te rasques más, ¿entendido?
-
Me pica –
protestó y mientras lo decía, volvió a arañarse salvajemente.
-
¡Ted!
-
Ya paro,
jo.
-
Más te
vale – le advertí.
-
Pero no
te enfades…
-
No estoy
enfadado. Pero no te rasques más o te pongo un guante.
Arrugó los labios en un semipuchero y dejó la mano quieta.
-
Así mejor. Anda, ve a estudiar.
-
Sí –
respondió y, cuando ya tenía un pie en los escalones, se giró. - Pa… siento haberte mentido.
-
Ya está
hablado, perdonado y enterrado, campeón.
Le vi desaparecer por las escaleras y me dejé caer en el sofá. Estaba
agotado. El móvil me vibró desde el bolsillo del pantalón y lo saqué para ver
un mensaje de Holly.
HOLLY: ¿Algún funeral a la vista?
AIDAN: Falsa alarma. Puede vivir un poco más.
HOLLY: Me alegro. ¿Leíste la nota de Max? Me lo ha preguntado varias
veces.
AIDAN: No, pero ahora mismo voy.
Dicho y hecho, subí a mi cuarto a por el papel. Tendría que haberla
leído cuando Sam me la entregó. Max me daba mucha pena y mucha ternura. Estaba lleno
de tanta rabia… No sabía que podía encontrarme en aquel papel. Lo abrí y
comencé a leer:
“Siento aberte dado una patada. Al
principio solo iva a escrivir esta carta para que mamá me diera la consola pero
lo pensé mejor y creo que no estuvo bien. Mis piernas son muy duras y acen
mucho daño.
¿De verdad vas a ser el novio de
mamá? ¿Y le darás besos y eso? Iuk, que asco.
Tienes que tratarla bien,
¿bueno? Si vienes a vivir aquí no vamos
a caver, ya somos muchos. Pero yo te hago un hueco en mi cuarto si prometes ser
un buen papá. Aunque Jeremiah dice que antes de vivir aquí tenéis que casaros.
¿Tú te quieres casar con mi mamá? Scarlett dice que no te pregunte eso, pero yo
quiero saber.
Bueno, ya acavo. Solo recuerda
que a mamá le gustan las pulseras y las flores rojas que no son rosas (Blaine
dice que se llaman clabeles). Ah, y no mandes a West a un internado. Es un
pesado y un llorica, pero es mi hermanito”.
Me dio mucha ternura leerlo. Estaba llenito de faltas de ortografía,
pero escribía bastante bien para un niño de su edad. A su manera, me estaba
diciendo que podía salir con su madre, siempre y cuando la tratara bien. No
entendí lo de mandar a West a un internado. ¿Tal vez los hijos de Holly tenían
ese miedo? ¿Que si me casaba con ella iba a querer quitarles de en medio? ¿Mis
hijos pensarían igual? Porque era absurdo.
Casarme. Qué ingenuos eran los niños. Como si las cosas fueran tan
rápido.
Doblé la carta con mucho cuidado y la guardé en mi cajón, para releerla
en algún momento y volver a derretirme.
No había terminado de cerrar el cajón, cuando escuché una serie de
gritos. Salí al pasillo para ver qué pasaba, y me topé con un montón de caritas
curiosas que consideraban los gritos mucho más interesantes que sus materiales
de estudio. Malditos exámenes, ojalá pasaran pronto.
-
HARRY’S POV –
La geografía era una asignatura estúpida. ¿De qué me servía aprenderme
un montón de países cuando si alguna vez necesitaba saber algo de alguno de
ellos podía buscarlo en Google? Pero para aprobar el examen era esencial
aprenderse esos dichosos países y sus capitales.
A Zach no parecía costarle tanto. Papá decía que cada uno tenía su
ritmo y sus talentos, pero estaba harto de que no se me quedara. Claro que solo
le había dedicado un día, mientras que mi hermano había estudiado durante
semanas…
Cuando ya no aguanté más, me levanté a poner algo de música. Así
estudiaba mejor, no soportaba tanto silencio.
-
Harry,
quítalo, que me distrae – protestó Zach.
Bufé. Como si él necesitara estudiar.
-
Si vas a
poner música, que sea algo sin letra y relajado…
-
Sí, ya,
para que me duerma – repliqué.
-
¡Con eso
no puedo estudiar!
-
¡Es Alec
Benjamin!
-
¡Como si
es Ed Sheeran, me distrae! – insistió.
-
Pues vete
a estudiar a otro lado.
-
Vete tú –
respondió y se levantó a quitar la música. Yo la volví a poner. Él la volvió a
quitar. A la tercera vez, le aparté algo bruscamente. - ¡Para ya, Harry!
-
¡No me da
la gana!
-
¡Ponte
cascos! – me sugirió, aunque más bien sonó como una orden.
-
¡Ponte tú
tapones!
Me apartó para apagar el equipo y lo desenchufó.
-
¡Idiota!
– le grité.
-
¡Pesado!
Lo volví a enchufar, él trato de impedirlo y me pisó sin querer. Me di
cuenta que fue sin querer, pero me dio igual y le di una patada.
-
¡Ay!
Estaba tan gafado que papá tuvo que entrar justo en ese momento. Me
encogí. Recordé lo que me había dicho por la mañana, sobre que a la tercera iba
la vencida. Era la tercera vez que me peleaba con Zach aquel día.
-
Zach,
¿estás bien? – preguntó papá. Mi hermano asintió. No le había dado fuerte, a
ver.
Sin decir nada, papá camino hasta mí y tiró de mi brazo. Antes de que
pudiera reaccionar, me había tumbado sobre sus rodillas. Que pudiera manejarme
con esa facilidad era ofensivo. Yo debía ser como un peso pluma para él.
-
Estabas
advertido – fue lo único que dijo. Me preparé para la primera palmada, pero
esta no vino. Entendí que papá esperaba alguna clase de respuesta de mi parte.
-
Papi… Fue
sin querer…
-
¿Se te
escapó el pie? – preguntó, con sarcasmo.
-
Me
enfadé…
-
Tienes
que aprender a controlarte. Tu hermano no es un saco de boxeo con quien pagar
tus frustraciones.
PLAS PLAS
-
¡Ay!
No fueron fuertes, pero no me lo esperaba. Las demás
las aguanté en silencio, al menos al principio.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Papá me movió un poco, pero supe que no me estaba
dejando levantar, no todavía. Solo me estaba bajando el pantalón. No sabía qué
era peor, que lo hiciera él o que me pidiera hacerlo a mí, pero normalmente
hacía eso antes de comenzar el castigo y no a la mitad.
-
Papi,
deja que se vaya Zach, deja que se vaya…
-
Papá, fue
una tontería. Ya no le castigues, porfa.
-
No es
solo por lo de ahora, Zach, es por lo que lleva acumulado. Anda, espera fuera,
campeón.
No le vi salir, pero escuché cerrarse la puerta.
-
Mira cómo
te sentiste antes cuando creíste que le habías hecho daño – me regañó. - Esta mañana te asustó que se pudiera haber
dado en la cabeza y pensé que eso te ayudaría a no ser tan impulsivo. Pero solo
han pasado unas horas y ya le has vuelto a pegar.
-
Ya no lo
haré más, papá.
-
Eso
espero, Harry.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS ¡Au! PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS
Perdón, papá… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS snif…
Me disculparé con Zach también, pero ya… PLAS PLAS PLAS
Papá dejó la mano quieta en la espalda y con la otra me ayudó a
incorporarme. Me subí la ropa enseguida y me pasé la mano por la cara, pero
antes de poder hacer nada más papá me atrapó entre sus brazos.
-
Ya está
campeón. Shh, tranquilo.
Me restregué contra él sin importarme ni un poquito que llevara una
camisa clara. Si se le manchaba de lágrimas se lo tenía bien merecido, por
malo.
-
Snif…
odio estudiar.
-
Puedo
notarlo, canijo, pero Zach no tiene la culpa de eso, ¿mm?
-
Él ya se
lo sabe todo – protesté.
-
Bueno, pues
así puede ayudarte. Sé que estás cansado y frustrado, pero no puedes saltar a
la mínima y golpearle.
-
Snif…
-
Bueno,
bueno, ya está. No más regaños. Solo mimos ahora.
-
Y
chocolate – susurré.
-
¿Uhm?
-
Necesito
fuerzas para estudiar – murmuré, intentando poner en mi voz el mismo tono
irresistible que ponía Kurt.
-
Pero qué
morro tienes – dijo papá y se rio. – Está bien, puedes coger chocolate. De
todas formas sigo pensando que pesas muy poquito. Igual los exámenes sirven no
solo para que estudies, sino para que me comas más.
-
Mmm.
Pesar poco tenía sus ventajas. Podía apoyarme en él, por ejemplo, y que
pudiera sostenerme. Papá pareció notar que me dejaba caer sobre él, porque me
levantó y me sentó en sus piernas. Me ruboricé. No era un niño pequeño. Pero por
un ratito podía dejarme ahí, si quería. Así me mimaba mejor.
Me da penita de Harry tiene que ser una frustración para el .y yendo a las niñas a madi no le tubo tanta paciencia como a Barbie , me gusta mucho que actualices así de pronto me encanta tu historia
ResponderBorrarTerry
Graciasssss por escribir porfa no dejes de hacerlo.... soy del equipo Holly Aidan así que ame que lo intenten de nuevo
ResponderBorrarPero me perdí al principio porque recuerdo que el rapto de Hanna había pasados ya hace unos capítulos o me equivoco???
ResponderBorrar¡Hola!
ResponderBorrarEl casi rapto de Hannah ocurrió el día anterior. El punto de vista de Ted comienza directamente en las clases de la mañana, pero Aidan "retrocede" hasta la noche. O sea, a Hannah la intentan raptar por la tarde, por la noche ella y Kurt van a dormir con Aidan y al día siguiente Ted va a los entrenamientos.
A veces creo que mis cronologías son muy confusas xDDD
Súper gracias
ResponderBorrarA mi me encantan😃
ResponderBorrarNo sé creo que soy envidiosa jajaja porque me gusta Aidan solo jajaja pero si me cae bien Holly y sus hijos!!
ResponderBorrarLa verdad me dio mucha ternura la carta del hijo de Holly!!
Fue muy linda y directa!!
Ese Ted tomo una muy buena decisión al no meterse al agua porque si es peligroso!! Esa novia de verdad lo ama!!
Pobre Harry si debe sufrir mucho con eso de la estudiara pero que bueno que no le fue tan mal con el castigo porque Aidan es súper blando con todos!!
Esa Mady ia tiene bien difícil con tantos hermanos mayores jajajaja y bueno aprendió a la mala que no debe usar ropa tan corta .. y bueno le salió barato el castigo la verdad!!
Y por último pero no por eso menos importante me encanta Michael y ya quiero verlo en problemas jajaja mm no se vale que solamente le haya tocado una palmada y bueno estoy esperando que pasará con ese juicio!!