domingo, 16 de junio de 2019

CAPÍTULO 69: A LA TERCERA VA LA VENCIDA




CAPÍTULO 69: A LA TERCERA VA LA VENCIDA


Debería haber prestado atención a la clase de matemáticas, pero no lograba concentrarme. Le había mentido a papá, le había dicho que después de clase había quedado con Agustina y, aunque todavía le preocupaba dejarme solo, no pudo decirme que no, sobre todo cuando le dije que íbamos a estar en la biblioteca del colegio y ella iba a ayudarme con las asignaturas atrasadas. El problema era que yo no había quedado con Agus, sino que tenía pensado ir a los entrenamientos de natación.

El gusanito de la culpa me estuvo revolviendo el estómago toda la mañana y en cuanto le conté mis planes a mi novia para que me cubriera me puso una cara de preocupación que no ayudó a sentirme mejor. Ella también pensaba, como papá, que si el médico me había dicho que todavía no podía nadar tenía que haber un buen motivo y debía de hacerle caso.

Yo no estaba tan seguro de que ir a los entrenamientos pudiera ser peligroso, pero si sabía que, si papá se enteraba, se iba a asustar mucho y ya lo había pasado bastante mal con el susto que nos había dado la enana. Papá había dedicado cerca de una hora en darle una charla a Hannah sobre extraños y seguridad.

No solo se trataba de Hannah. Aidan llevaba una época de estrés constante, con Michael, conmigo… No estaba bien que yo sumara preocupaciones innecesarias.

Lo que papá no supiera no le hacía daño o al menos eso me repetí una y otra vez tratando de convencerme. Lo cierto es que cuando me despedí de mis amigos a la salida no sentía nada parecido a la euforia que solía envolverme cuando iba a nadar. Saludé al entrenador, quien de veras se alegró de verme, y fui al vestuario a cambiarme con los demás. Había escondido el bañador en mi mochila y tenía una toalla de repuesto esperándome en mi taquilla. Algunos de mis compañeros la habían decorado cuando estuve en el hospital con mensajes de buenos deseos. El detalle me pareció muy bonito y me entretuve un rato leyendo los post-it.

-         Eh, capitán, no irás a llorar, ¿no? – me chinchó Troy. El mensaje más emotivo era el suyo y me pregunté por qué ese chico no estaba entre mis mejores amigos. Era un curso más pequeño pero eso no tenía que significar nada. Estaba seguro de que a Mike y a Fred les caería bien.

-         Ya no soy el capitán, Troy – le recordé. Había buscado a otro debido a mis semanas de ausencia.

-         Para mí sí – replicó él. – Y para el entrenador también. No deja de decir que si hubieras estado tú habríamos ganado la última competición.

Sonreí, feliz y avergonzado, he ignoré las miradas de George, que no me quería allí y no se esforzaba por disimularlo. Quitándole a él, todos los demás se alegraban de verme y me hicieron sentir bienvenido. Allí era donde debía estar.

-         AIDAN'S POV-

Kurt se había empeñado en dormir con Hannah aquella noche. No es que a mí me importara, ya habían dormido juntos muchas veces, pero solía ser cuando los dos compartían mi cama. En aquella ocasión, sin embargo, Kurt quiso que su melliza durmiera con él en su propio cuarto. Confieso que me sentí desplazado y una parte de mí pensó que me lo tenía merecido por haberme planteado alguna vez que no debía dejar que durmieran conmigo con tanta frecuencia. En cualquier caso, en la habitación de Dylan y Kurt sobraba una cama, la que había sido de Ted antes de comprar la litera. Así que Hannah se quedó allí y yo dormí con cierta angustia, pensando que tal vez mi enano podría estar enfadado conmigo por haberle regañado aquella tarde, antes de entender que el hombre al que estaba golpeado había intentado llevarse a Hannah. Kurt no me había parecido enfadado, pero quizás fuera porque se había asustado mucho. Pensé que, tal vez, cuando se olvidó un poco de miedo que había pasado, había recordado lo malo que yo había sido con él.

Sin embargo, todo eso resultó ser un miedo infundado, ya que en mitad de la noche escuché unos pasitos correteando hacia mi cuarto. Los dos peques se metieron en mi cama y sentí que el equilibrio del universo se restauraba.

-         ¿Qué voy a hacer cuando os hagáis mayores? – susurré, colocando el pelo de Hannah con dos dedos.

-         Tener más bebés – sugirió Kurt, bostezando. – O cuidar de los bebés de Michael y de Ted.

Me quedé en shock por un segundo y luego me reí. La imagen de mis hijos mayores con hijos propios me resultaba muy lejana. Ellos aún eran muy jóvenes y definitivamente yo no estaba listo para ser abuelo.

-         Mejor no crezcas nunca, ¿vale?

-         Bueno – aceptó Kurt, y se acurrucó sobre mi brazo. Alejandro también hacía eso a su edad. Decía que yo era su almohada favorita.

Ellos se durmieron antes, pero yo tampoco tardé mucho, porque la compañía de mis hijos era todo lo que necesitaba para sentirme en paz.

La  mañana siguiente fue algo menos pacífica, porque se nos echó el tiempo encima y tuve que meterle prisa a todo el mundo para llegar al colegio. Decidí que Kurt fuera también, ya que no había vuelto a vomitar, pero esperé a su profesora para decirle que estuviera pendiente de él y que si se encontraba mal me llamase enseguida. Hablé con ella también del incidente de Hannah. Yo no culpaba al colegio en absoluto, pero aún así me contó algunas nuevas medidas de seguridad que estaban pensando tomar.

Ya me estaba yendo para llevar a Dylan a su cole cuando me interceptó el tutor de los gemelos. Harry y Zach seguían expulsados, así que no sabía lo que ese hombre podía querer de mí. Me preguntó por ellos y yo le dije que estaban estudiando para los exámenes.

-         Me alegro... tal vez Harry pueda aprovechar estos días para levantar el curso.

-         Sí, se está esforzando – le aseguré, rompiendo una lanza a favor de mi hijo.

-         Quería informarle de que, pese a sus notas y a la expulsión, el intercambio sigue en pie. Casi todos sus compañeros han traído ya la documentación firmada pero los gemelos no.

Intenté que no se me notara demasiado que no tenía ni idea de qué me estaba hablando. Mi cara de imbécil debía de ser para enmarcar. ¿Qué viaje de intercambio? Traté de recordar algo al respecto de cuando Alejandro y Ted estaban en su curso, pero no me sonaba.

-         Sé que no estaban muy entusiasmados, pero es una oportunidad única de estudiar en el extranjero – prosiguió el profesor.

Se me detuvo el corazón por un segundo. ¿Estudiar en el extranjero? ¿Mis niños? ¿Por cuánto tiempo? No. Rotundamente no. Ah, ah. Eran demasiado pequeños. Incluso aunque tuvieran la edad de Ted serían demasiado pequeños para irse a otro país lejos de mí.

-         No puedo obligarles a algo así – respondí, cuando el silencio se hizo demasiado incómodo. - Hablaré con ellos, pero si no quieren…
-         Es normal que tengan dudas pero luego les encantará.

Me despedí de aquel hombre todo lo cortésmente que pude. Durante el camino hasta el colegio de Dylan le di vueltas a lo que me había dicho. Como todo padre, yo quería lo mejor para mis hijos y sabía que la experiencia que les ofrecían sería buena para su futuro y para su crecimiento personal. Pero no soportaba la idea de enviarles fuera. No me creía capaz de ver cómo se marchaban.

De todas formas, tenía que hablar con ellos. ¿Por qué no me habían dicho nada? ¿Durante cuánto tiempo y adónde sería?

-         Papá, ¿p-puedo tener un lagarto?

Esa pregunta me sacó de mis pensamientos. Dylan había estado muy callado, como era habitual en él, y aquella fue su primera frase desde que habíamos salido.

-         ¿Un lagarto?

-         Como mascota.

-         No podemos tener mascotas, Dy, ya lo sabes. Somos demasiados…

-         Eso es m-mentira – protestó. - Ahora tenemos a Leo.

Ese argumento no lo podía discutir. Esa conversación ya la había tenido antes con Dylan, pero ya no podía usar las mismas frases de siempre, ahora teníamos al gatito…

-         Por eso mismo, Leo es nuestra mascota. Ya no podemos tener más.

-         ¿Por q-qué no? Un niño de mi clase t-tiene un gato y un perro.

-         Ya, Dylan, pero no podemos hacernos cargo de más animalitos…

-         Pero lo c-cuidaría yo.

Mi mente registró como un gran logro que hubiera dicho “yo” en lugar de “lo cuidaría Dylan”.

-         No puede ser, campeón.

-         ¡Lo cuidaría yo, lo cuidaría yo!

-         No lo dudo, Dy, pero...

-         ¡Ted dice que p-por mis notas t-tendría que tener un p-premio!

-         Ted habla demasiado – gruñí. - Pero son unas notas realmente buenas, campeón. Estoy muy orgulloso de ti – añadí, a sabiendas de que el día anterior, con todo lo de Hannah, apenas le había felicitado. – Un 10 en todo sí que se merece un premio, pero no puede ser un animalito.

-         Eres malo – me acusó.

Él no solía decirme eso, era algo más propio de Kurt. Tenía un mohín gracioso en el rostro, señal de su enfado, y me dio bastante ternura.

-         No soy malo por decirte algo que no te gusta, campeón. Mira, ya hemos llegado al cole. ¿Me das un abrazo antes de entrar?

-         No.

-         ¿No? ¿Por qué no?

-         P-porque no m-me dejas t-tener un lagarto.

Suspiré. Mirando el lado positivo, tenía que admitir que Dylan estaba avanzando mucho en lo relativo a habilidades comunicativas.

-         Ten un buen día, campeón. Pórtate bien.

Dylan se adentró en el colegio sin decirme nada, pero a los pocos segundos le vi salir. No vino hasta mí corriendo como habría hecho Kurt, sino que se acercó a pasos cortos y desprovistos de toda emoción, hasta que finalmente llegó y se abrazó a mí cintura antes de que yo pudiera entender lo que pretendía. Sonreí y correspondí a su abrazo, disfrutando de aquel pequeño instante robado.

-         Yo también te quiero, Dy – le susurré. – Más que a mi vida.

T-tengo que ir a c-clase, papá – me recordó, al ver que no le soltaba.

Le dejé marchar a regañadientes y volví a casa. Michael y los gemelos estaban desayunando cuando entré.

-         Qué madrugadores – saludé, sorprendido.

-         A ver. Nos mandas a dormir a las diez como si tuviéramos 5 años – refunfuñó Harry. La noche anterior me había costado que se metiera en la cama.

-         En los días de colegio no se puede trasnochar, enano. Y aunque estés expulsado sigue siendo día de colegio.

Me bufó como toda respuesta y se llenó la boca con una cucharada de cereales con leche. Aún no se había tragado la cucharada anterior, por lo que sus mofletes se hincharon y la leche rebosó de entre sus labios. Iba a decirle algo pero no hizo falta:

-         He visto monos con mejores modales a la hora de comer, Harry – gruñó Michael.

Harry le dedicó una mueca especial con la boca abierta, mostrando todo lo que había en ella.

-         Asqueroso – dijo Michael. – Papá, dile algo.

Intenté contener una sonrisa, pero no tuve mucho éxito. En primer lugar, todavía sonreía como un estúpido cuando Michael me llamaba papá. En segundo lugar, aquella escena había sido tan infantil y propia de hermanos que me derretía. Era, además, un momento familiar normal y feliz, de los que me hacían recordar lo mal que lo había pasado la maldita noche en que se llevaron a Michael detenido y valorar cada segundo que pasaba con él. Y, por último, quería tanto a esos tres salvajitos que no sonreír hubiera sido imposible.

-         Sin guarradas, Harry - le regañé. - ¿Qué habéis tomado aparte de cereales? ¿Os hago tostadas?

-         Michael las hizo – me dijo Zach. – También calentó la leche.

-         Gracias, Mike… - empecé, pero no me dejó continuar.

-         No ha sido nada. Los bebés no pueden entrar en la cocina – les chinchó y les sacó la lengua.

-         Papá, me ha llamado bebé - le acusó Harry.

Se me escapó una risita. Eran tan niños…

-         Todos sois mis bebés – le respondí. - Él también.

Harry y Michael, los dos a la vez, juntaron los labios en un gesto de desagrado que iba a bautizar como “puchero de adolescente”. Después siguieron desayunando con bastante apetito. Michael fue el primero en terminar y le vi desviar los ojos hacia la puerta en un par de ocasiones, con impaciencia.

-         Puedes levantarte Mike, no tienes que esperar a que tus hermanos terminen – le dije.

-         Si es que en realidad tampoco tengo nada que hacer. Solo aburrirme como una ostra - se quejó.

-         Mira la tele un rato y luego buscamos algo que hacer juntos. Primero quiero hablar con los gemelos.

-         Uy, eso sonó a que alguien está en problemas – chinchó Michael.

-         ¡Ahora no hemos hecho nada! – se defendió Zach.

-         Excusatio non petita, accusatio manifesta – respondí y, al ver su cara de confusión, tuve que aclarar: - Es una expresión en latín. Significa excusa no pedida, manifiesta acusación. Yo no he dicho que estéis en líos, pero tal vez debería preguntarte por qué crees que lo estáis.

-          Para alguien que no ha ido a la universidad, eres insoportablemente redicho – declaró Harry. - Lo peor es que nos lo contagias y a veces nuestros amigos dicen que hablamos raro.

-         - Oye, de algo tiene que servirme ser escritor. Deja, Mike, friego yo – le dije, al ver que había cogido el estropajo. El lavavajillas estaba en marcha y además ellos tres apenas habían usado platos, así que los trastos de su desayuno era mejor lavarlos a mano. Un pensamiento cruzó rápidamente por mi cabeza y decidí decirlo en voz alta. – Gracias por ser tan atento y va por los tres, por los doce en realidad, aunque no estén todos. Colaboráis mucho sin que apenas os lo diga. Me facilitáis mucho las cosas.

-         Tienes que agradecérselo a Ted – me dijo Zach. - Era más plasta que tú con que recogiera los juguetes y me hiciera la cama…

-         Y la mesa, no te olvides de la mesa. ¿Recuerdas el día que dijimos que no la queríamos poner? Ted sacó “la lista” y amenazó con delatarnos si no lo hacíamos.

-         ¿Qué es la lista? – se interesó Michael.

-         La lista de cosas que papá no sabe. Todos los líos de los que Ted nos ha salvado, sobre todo cuando éramos más pequeños.

-         Sí, ahora ya no nos cubre tanto – se quejó Harry. – El muy jodido nos amenazaba con eso para que hiciéramos las tareas. Hermano traidor.

-         ¿Y cuántas veces ha hecho él vuestras tareas en vuestro lugar? – repliqué yo, más informado de lo que ellos se pensaban de sus trapicheos.

-         Unas cuántas – admitió Zach. – Además, nunca cumplió su amenaza.

-         Y dad gracias por eso, porque ahora esos crímenes ya han prescrito – les dije. – Aunque algún día me gustaría saber quién tiró mis llaves al váter.

-         ¡Ese fue Kurt! – exclamó Harry.

-         Pero si tenía solo 20 meses…

-         El crío ya apuntaba maneras.

Sonreí. Llevaba un par de días recordando anécdotas de su infancia. Me había invadido un espíritu melancólico y no sabía por qué.

Al parecer, yo no era el único que se sentía así. Michael se había puesto repentinamente serio y, tras pensar un poco, creí descubrir el motivo: él no había estado en todos aquellos momentos. Eran como un recordatorio de que no había formado parte de nuestra familia y de que eran muchas las cosas que no había compartido con nosotros. Coloqué una mano en su espalda y le sonreí:

-         Tienes toda una vida para ponerte al día con los recuerdos y para que juntos creemos otros nuevos.

Michael asintió y me devolvió la sonrisa. Después se fue al salón y enseguida escuché el murmullo suave de la televisión.

-         ¿Qué querías decirnos, papá? – preguntó Zach. - De verdad que no hemos hecho nada.

-         En realidad, los que tendríais que decirme algo sois vosotros. Al dejar a vuestros hermanos he visto  a vuestro tutor y me ha dicho que no habéis entregado la documentación firmada para el intercambio. Imaginaros mi sorpresa cuando he visto que no tenía ni la más mínima idea de lo que me estaba hablando.

Los gemelos pusieron una expresión de horror idéntica.

-         Papá… íbamos a decírtelo… - empezó Harry.

-         ¿De verdad?

-         No – reconoció Zach. - Esperábamos que nunca oyeras hablar del intercambio.

-         ¿Por qué? ¿Intercambio a dónde? ¿Por cuánto tiempo?

-         A Europa…Seis meses.

¡Seis meses! ¡Medio año! ¿Pero a qué idiota se le había ocurrido que era buena idea separarme de mis hijos por tanto tiempo?

-         Papá, no nos obligues – me rogó Zach. – No queremos ir. Por favor no nos obligues.

-         Por eso no te lo queríamos decir – continuó Harry.

-         Puedes enfadarte si quieres pero no nos hagas ir – insistió Zach. – Prefiero estar seis meses castigado. No, un año. Un año castigado.

-         Bueno, vale, shhh, dejadme hablar. No voy a obligar a nadie, Zach. Tranquilo, hijito - utilicé el diminutivo porque su forma desesperada de suplicar me estaba rompiendo el corazón.

-         Seis meses es mucho tiempo, papá. No me quiero ir lejos de aquí y no verte a ti, ni a los demás, ni a Michael, que apenas le estamos conociendo, y sé que tendríamos móvil y podríamos hacer videollamada pero no es lo mismo, y no quiero, no quiero vivir con unos extraños y no estar aquí cuando pasen cosas y alguien cumpla años y… y….

-         Zach. Zachary. Tranquilo. Te entiendo, campeón. Yo tampoco quiero que te vayas. He intentado buscar fuerzas para dejaros ir si hubierais querido, pero me habría roto por dentro. Y si encima no queréis, no hay más que hablar.

-         ¿De verdad? – me preguntó, sorprendido.

-         Sois lo más importante de mi vida. Lo único que me hace sentir paz cuando estoy preocupado es teneros cerca y abrazaros. ¿En qué mundo podría ser capaz de enviaros lejos? Ni siquiera estoy preparado para que os vayáis siendo adultos. Si Ted me dice que quiere estudiar en alguna universidad fuera de la ciudad voy a hacer un berrinche que ni Kurt en sus mejores días. Así que, ¿cómo voy a poder despedirme de mis dos niños de 13 años incluso aunque sea por 6 meses? Será una oportunidad única y todo lo que queráis, pero un intercambio no es imprescindible ni necesario para vuestra formación.

Zach me abrazó con mucha fuerza, aliviado. Le correspondí y me agaché para darle un beso en la cabeza.

-         ¿Tú tampoco quieres ir Harry? - pregunté con miedo. Él era más independiente. Para Zach era impensable separarse de nosotros por varios meses, pero quizá para él no fuera tan terrible. Quizá había guardado la propuesta en secreto por su hermano…

-         No, papá – respondió. Tiré de él para unirle al abrazo.

-         ¿Cómo pudisteis pensar que os iba a obligar a ir en contra de vuestra voluntad? – me quejé.

-         Tampoco quiero ir al colegio y nos obligas – replicó Harry.

-         Eso es diferente. Tenéis que ir a clase para aprender todo lo que podáis y conseguir un trabajo que os haga felices y os permita ganaros la vida cuando seáis mayores. Además si no os llevara al colegio vendría la policía, diría que soy un mal padre, me pondrían una multa y me harían llevaros de todas formas.

-         Tampoco quiero comer zanahoria, también me obligas y dudo mucho que la policía fuera a intervenir si no me obligaras – insistió.

-         Hay cosas que aunque no queráis hacer son buenas para vosotros, pero nunca os forzaré a hacer algo innecesario que además os vaya a hacer daño.

-         A Will sus padres le van a obligar a ir – me informó Zach, con voz triste.

-         Bueno, pues a mí eso no me parece bien, campeón. Cada familia toma sus propias decisiones y quiero pensar que yo tomo las que son mejor para la mía. Y lo mejor para mi familia es que mis enanos estén conmigo bien cerquita, dónde les pueda abrazar y hacer cosquillas y darles un coscorrón de vez en cuando si hacen el tonto.

-         Sí, claro. Un coscorrón – repitió Harry con sarcasmo. - O una tunda. Eso sería la única parte buena de estar lejos: que podríamos hacer el cafre sin que te enteraras.

-         Que te crees tú eso. Iba a estar tan encima que no ibas a poder ni respirar, y a la primera trastada me subía en el primer avión para darte una lección, mocosito.

-         Entonces yo me metería en líos todos los días para que vinieras y no te pudieras ir – repuso Zach.

Owww. ¿Pero cómo podía ser tan mono? Zach tenía que ser el adolescente más cariñoso y comestible del universo. Y era todito para mí.

-         Os quiero demasiado para vuestro propio bien, microbios – les dije. – Anda, iros a estudiar antes de que me plantee enseñaros a no ocultarme cosas.

Se subieron a su cuarto y yo me quedé recogiendo la cocina y estructurando en mi cerebro algunas de las cosas que quería hablar con Michael.


-         MICHAEL'S POV –

Antes de vivir con Aidan nunca había cocinado para nadie, ni siquiera para mí mismo. En donde mejor había comido había sido en mis diversas familias de acogida. Viendo mi vida con perspectiva, había sido idiota por no quedarme con la señora Harrow y sus guisos caseros. Pero Greyson me metía en operaciones cada vez más complicadas y yo no quería que mi vida delictiva salpicase a aquella mujer. Además, no soportaba su mirada de decepción. Aidan nunca me había mirado así.

La comida en los reformatorios y las cárceles es suficiente para sobrevivir, pero rara vez supone un placer para el paladar. Y cuando estuve solo, siempre compraba comida precocinada o comía en algún restaurante. Sabía freír un filete y preparar una ensalada, pero creo que de haber intentado hacer tortitas solo habría conseguido una masa informe y demasiado líquida. Por suerte a los gemelos pareció bastarles con tostadas y cereales. Los cereales me resultaron muy apetecibles pero sabía que esas cosas llevaban mucho azúcar y no le convenían a mi diabetes.

Aidan regresó cuando todavía estábamos desayunando. Me pareció que estaba de buen humor, aunque algo cansado. A decir verdad, él siempre estaba cansado. No sé de dónde sacaba las energías para poder con todo, aunque tal vez las sacaba de sus hijos. De… nosotros. Era mi padre también. Aunque no hubiera vivido con ellos hasta entonces. Aunque no me hubiera enseñado a montar en bici, ni a nadar, ni a caminar… Aunque yo no supiera que era la lista de Ted ni me hubiera metido en líos infantiles como el de tirar las llaves de papá por el retrete.

Yo no tenía un pasado junto a ellos, pero tal vez Aidan tuviera razón y pudiera tener un futuro. Todo dependía del puñetero juicio y de Greyson. Pero algo me decía que, incluso si al final iba a la cárcel, al salir seguiría teniendo una familia. Y eso era algo que no había tenido nunca antes.

Me fui a ver la tele y me entretuve con un concurso pensado para amas de casa y personas mayores. Era una tontería, pero no había muchas más opciones en la programación matinal, ya que las tertulias políticas estaban fuera de mis planes porque eran sumamente aburridas.

Aidan vino justo en los anuncios y se sentó a mi lado como hacía siempre que quería hablar conmigo sin echarme una bronca. Cuando me regañaba prefería estar de pie y que yo me sentara. No sé si su intención en esos casos era hacerme sentir pequeño, pero lo conseguía. En cambio cuando se sentaba a mi lado me daban ganas de recostarme contra él y eso me asustaba. No me gustaba ser tan dependiente, pero Aidan había sido la primera persona que me había hecho mimos y caricias después de mi padre. Habían sido 12 años sin prácticamente nada de afecto y mi cuerpo reaccionaba solo, sin escuchar mis inseguridades y mis vergüenzas.

-         Tenemos muchas cosas pendientes, Mike – me dijo.

-         No quiero hablar del juicio – protesté.

-         En algún momento tendremos que hacerlo, pero hay más cosas. Yo todavía tengo muchas preguntas.

-         ¿Qué quieres saber? Ya te lo he contado todo.

-         Tenías fotos de todos nosotros – me recordó. – Fotos antiguas.

-         Greyson me las dio para que os estudiara. Ya te lo dije: me lo contó todo sobre ti. Cómo eras, cómo caerte bien…

-         Pero, ¿de dónde las sacó? – insistió.

-         Lleva mucho tiempo planeando su venganza. Se que da repelús pero probablemente os haya espiado o mandado que os espíen. Se ha tomando muchas molestias.

-         Pensar que alguien así… - empezó pero no pudo terminar la frase. – Dime la verdad. ¿Sabías que era mi padre?

Abrí mucho los ojos. El abogado había dicho algo sobre que Andrew le había quitado un hijo a Greyson…

-         ¿Pistola es tu padre?

-         Biológico – matizó.

La idea dio vueltas en mi cabeza sin llegar a asentarse. Tendría que haber llegado antes a esa conclusión, pero había hecho lo posible por borrar de mi memoria los dos días que había pasado fuera de mi casa.

-         ¿Estás bien? – me preguntó.

-         Eso debería decírtelo yo a ti. ¿Cómo…?

-         Aún estoy lidiando con ello. Andrew tiene muchas explicaciones que darme.

-         No lo sabía, Aidan. Tienes que creerme – le aseguré.

-         Te creo, hijo… ¿Qué pasó con “papá”?

Sonreí con algo de timidez. Que alguien como Aidan me dejara llamarle padre era más de lo que nunca había soñado.

-         Nadie más salvo Ted lo sabe. Antes de decírselo quiero conocer toda la historia – me explicó. -  No sé cómo se van a tomar el hecho de que… de que seamos primos en vez de hermanos – me confesó.

En ese punto entendí que a él en realidad le daba igual quién fuera su padre. Andrew no había sido exactamente un buen modelo. Se había acostumbrado a no tener padre en un sentido práctico de la palabra y, aunque debía doler haber crecido en una mentira, Aidan tenía ya 38 años y su infancia era un recuerdo desagradable en el que intentaba no pensar demasiado. Lo que de verdad le importaba eran las implicaciones de ese cambio de parentesco. El hecho de que ya no era hermano de sus hermanos.

-         Si te paras a pensarlo, son buenas noticias – le dije. Me miró con incredulidad. – Un hermano no puede adoptar a sus hermanos, pero un primo sí.

La boca de Aidan se abrió lentamente. No se había dado cuenta de eso. Vi como pasaba del asombro a la alegría y de la alegría a la euforia. Después, algo de duda:

-         ¿Estás seguro?

-         Cuando me diste los papeles me estuve informando. Si Andrew renuncia a la patria potestad o, ya sabes, cuando muera, puedes adoptarles.

Nunca he visto a Aidan tan feliz como en ese momento. Se llevó las manos a la cabeza y se puso de pie como si no pudiera estarse quieto. Paseó nerviosamente por la habitación y soltó una carcajada. Después adoptó una expresión de determinación.

-         Definitivamente, tengo mucho que hablar con Andrew.

-         ¿Crees que aceptará?

-         Si no va a ser su padre no sé para qué quiere conservar el título. Técnicamente, a Ted y a Dylan ya les dio en adopción. El resto están bajo mi “tutela temporal”, pero jamás ha hecho nada por reclamarlos.

Asentí. Andrew solo tenía que firmar un papel, pero era un papel que lo podía cambiar todo para Aidan.

-         Me haría muy feliz poder adoptarte oficialmente a ti también, Michael, pero no te obligaré a firmar si no quieres…

No dije nada. Cuando me dio los papeles de  adopción, pensé que mi firma era esencial para el plan de Greyson, para quitarle todo su dinero. Después averigüé que la adopción era algo anecdótico y que no afectaba para nada a lo que se traía entre manos. Pero aún así no había firmado, porque en algún lugar, esperando que se cumpliera su sentencia de muerte, yo tenía un padre. Miré a Aidan a los ojos y decidí decirle la verdad:

-         Quiero firmarlos. Pero primero quiero ver a mi padre. Y para eso no tengo que tener antecedentes o no me dejarán pasar a su prisión, ni salir del estado.

-         Después del juicio – entendió Aidan. – Limpiaremos tu nombre, hijo. Y mantengo lo que te dije: buscaremos una solución para tu padre…

-         Dudo que la tenga – admití. – Él sí es culpable. Pero no quiero hablar de eso.

-         Bueno – aceptó. – Se me ocurre otra cosa más alegre de la que podemos hablar.

-         ¿De qué?

-         De tus estudios.

-         ¡Eso no es alegre! – protesté.

-         Tienes que sacarte la secundaria, Mike. Además estás justo en el límite en el que todavía podrías hacerlo en el colegio de tus hermanos. Si no, tendrías que irte a una escuela de adultos.

Bufé. Sabía que Aidan tenía razón. Si antes me resistía era porque una parte de mi pensaba que no tenía futuro y que me iba a pasar la vida entrando y saliendo de las cárceles. Pero ahora tenía un rayito de esperanza. La posibilidad de llevar una vida normal…

-         Hace más de 2 años que no voy a clases y cuando iba hacía más pellas que otra cosa.

-         Pues lo de las pellas se ha terminado, mocosito. Eso va a ser lo único que te voy a exigir. Vamos a ir poco a poco. No te puedes matricular hasta el año que viene, así que puedes utilizar estos meses para ponerte al día. Tus hermanos y yo te ayudaremos. No importa si se te da mal, pero tienes que ir a clase y dar lo mejor de ti.

-         Grd. ¿Y no podría ponerme a trabajar? De lo que sea.

-         No podrás optar a buenos trabajos si ni siquiera tienes la educación obligatoria.

Suspiré. Aidan estaba decidido.

-         ¿Vas a darme el coñazo hasta que diga que sí, no? – le pregunté.

-         Qué bien me conoces.

-         No quiero que Ted me ayude. No quiero que se dé cuenta de que soy idiota.

Sin que lo viera venir, Aidan tiró de mí para levantarme un poco y me dio una palmada. No fue nada fuerte pero decidí hacer un poco de teatro.

PLAS

-         ¡Ay! ¿A qué ha venido eso?

-         No eres idiota y no puedes llamártelo.

-         Bueno. Pero aún así no quiero que Ted me ayude. Soy mayor que él pero sabe más cosas que yo.

-         Tu hermano jamás se burlaría de ti, Mike.

-         Eso no lo sabes – repliqué.

-         Sí, sí lo sé, porque le conozco. Pero es que además, si se le ocurriera hacer aunque solo fuera un pequeñito comentario hiriente, estaría en muchos problemas. Yo te ayudaré en todo lo que pueda, Michael, pero hace mucho tiempo que terminé los estudios. Tus hermanos pueden orientarte mejor que yo.

-         No hace falta que se burle, sabrá que soy idiota y aunque no lo diga en voz alta yo sabré que lo sabe.

Me miró con el ceño fruncido y pensé que me iba a dar otra palmada, pero en lugar de eso me dio un beso en la frente.

-         Aunque no es algo de lo que puedas estar orgulloso, falsificaste libros antiguos engañando a expertos en la materia. Eso no es algo que pueda hacer un idiota.

Noté cómo mis labios se estiraban en una sonrisa involuntaria.

-         ¿Puedo estudiar letras?

-         Puedes estudiar lo que quieras – me aseguró.

-         Bueno. ¿Y no me castigarás si suspendo?

-         Si vas a clase y haces todos tus deberes, no. Tienes que coger costumbre de estudiar otra vez o quizás por primera vez. Seré muy pesado todos los días para que te pongas con los libros, pero no te castigaré si suspendes.

-         A Harry le castigas – apunté.

-         Harry es vago y lleva suspendiendo desde hace dos cursos. El año pasado ya le advertí que si no mejoraba sus notas le castigaría.

-         Pegar a alguien por suspender es muy absurdo – se me escapó. – Así no va a aprender nada.

-         Harry es incapaz de ver las consecuencias a largo plazo. Cree que aprobará por arte de magia o que no pasa nada por tener notas nefastas. Cuando quiera entrar a una universidad y no pueda ya será tarde. Cuando tenga 30 años y un trabajo mediocre y una familia que mantener le costará mucho más que ahora sacarse el título. Como él no se da cuenta de eso, al menos consigo que mire las consecuencias a corto plazo. Aun así, sé que con eso solo no hago nada. Por eso estos días le estoy preguntando. La falta de esfuerzo tiene consecuencias y eso tiene que aprenderlo, Mike. No es por suspender que le castigo, es por no trabajar como sé que puede hacerlo.

Conclusión: estudiar iba a ser un peñazo si Aidan iba a estar tan pendiente de mí como de los demás. Adiós a las tardes vagueando.

-         No pienso empezar a mirar nada hasta después de Navidad – declaré. Aidan me miró divertido por ese tono autoritario que puse.

-         Me parece bien. Empezaremos a repasar después de vacaciones.

Bueno, aunque había perdido la guerra al menos ganaba una batalla. Decidí ver en qué más cosas podía ganar.

-         Ahora quiero ver una peli.

-         Pues ahí tienes la tele…

-         Me refería a que quiero ver una peli contigo.

Aidan me sonrió de esa manera suya tan especial que delataba que estaba pensando algo tierno sobre mí.

-         Me quedaré un ratito. Luego tengo que echarles un vistazo a los gemelos, hacer la colada y preparar la comida.

Tomé un cojín para usarlo de almohada, sabiendo que no tardaría mucho en cambiar la almohada por su hombro.


-         AIDAN'S POV-

Podía adoptar a mis hijos. Michael tenía razón, si Andrew no era mi padre biológico significaba que podía adoptar a mis hijos. Algo bueno podía salir de toda aquella locura. Apenas pude pensar en nada más en toda la mañana. No atendí a la película que puso, imaginando una y otra vez la ceremonia de adopción y dónde lo íbamos a celebrar. Ahora tenía dinero para hacer una celebración de verdad. Tal vez un viaje.

Tras un rato subí a ver a los gemelos y conforme me acerqué a su habitación pude escuchar que peleaban.

-         ¡No puedes hacer eso! ¡Devuélvemelo! – gritaba Harry.

-         No hasta la hora de la comida – respondió Zach.

-         ¡Tú no eres papá!

Entré justo en ese momento y les vi forcejeando. Zach tenía el móvil de Harry en la mano y lo alejaba de él para que no pudiera alcanzarlo.

-         ¿Qué está pasando?

-         ¡Me ha quitado el móvil! – acusó Harry.

-         Porque estaba mirándolo todo el rato en vez de estudiar – replicó Zach.

-         ¡Eso es mentira! ¡No seas chivato, imbécil! – chilló Harry, y le pegó bien fuerte en el brazo haciendo que lo bajara. Le clavó las uñas en la mano para quitarle el móvil.

-         ¡Eh, eh, pero bueno! Harry, discúlpate ahora mismo.

-         ¡Que se disculpe él!

-         ¡Él no te ha pegado ni te ha arañado! Pídele perdón y dame el móvil.

-         ¡No, es mío!

-         Harry, discúlpate y dame el móvil – repetí. – Tu hermano tiene razón, si estás estudiando, estás estudiando. Tendría que habértelo quitado yo.

-         ¡Sí hombre y qué más!

-         No me contestes así, ¿eh?

Harry resopló, pero no dijo nada. Me sentí muy orgulloso de él por mantener a raya su enfado.

-         Yo sé que estudiar es aburrido pero tienes que hacer un esfuerzo, campeón. Y resistir a la tentación de distraerte con el móvil. Tu hermano solo se preocupa por ti.

-         Es un chivato de mierda.

-         ¡No le iba a decir a papá pero es que vino y nos vio! – protestó Zach.

-         ¡Chivato! – insistió Harry y le dio un empujón.

-         ¡Harry! Suficiente, ven aquí.

-         No, papá, ya paro – me prometió.

-         Ven aquí.

-         No le castigues, porfa – intercedió Zach.

-         ¡Tú cállate, imbécil! ¡Acusica! ¡Mal hermano!

-         No, mal hermano no – le dije, muy serio. – Es muy fácil ser el hermano amigo y compañero de aventuras, cosa que Zach siempre ha sido. Pero ser capaz de decirte lo que haces mal es mucho más difícil y signo de que te quiere de verdad. Te está ayudando a estudiar porque se preocupa por ti, así que no se merece que le trates así.

Harry mantuvo su pose enojada un rato más pero los ojitos de Zach comenzaron a brillar con su marca especial “no te enfades conmigo” que solía reservar para mí. Por experiencia propia sabía que era difícil resistirse.

-         No debería haberme quitado el móvil – gruñó Harry, en un tono mucho menos iracundo.

-         Lo siento – murmuró Zach. – Es que no me hacías caso.

-         Hum.

-         Ahora ven aquí, Harry.

-         ¡No, papá!

-         Te pedí varias veces que te disculparas y en lugar de hacerlo le empujaste y le insultaste. Ven aquí.

Harry se acercó arrastrando los pies.

-         Si no me puedo sentar en la silla no puedo estudiar – me dijo y tuve que hacer verdaderos esfuerzos por no sonreír ante semejante caradura.

-         Pues estudias de pie – repliqué, le agarré del brazo y le giré suavemente, solo guiándole porque no se estaba resistiendo.

PLAS PLAS

-         Au. ¿Ya?

-         Discúlpate con tu hermano o te doy las que de verdad te mereces. Y el móvil me lo quedo hasta esta tarde.

Harry puso un puchero, pero me dio el teléfono y se frotó como si en verdad le hubiera dolido.

-         Perdón, Zach.

-         No pasa nada.

-         Seguid estudiando un rato más y cuando me vaya a por vuestros hermanos podéis tomaros un descanso ¿bueno?

-         ¿Luego nos vas a preguntar? – quiso saber Harry.

-         Después de comer, como ayer.

-         ¿A Zach también?

Zach no lo necesitaba, sus notas eran muy buenas, pero Harry lo podía percibir como favoritismo.

-         Sí, a él también. No quiero más peleas, ¿eh?

-         No, papá.

-         No, papi – dijo Zach.

-         “No, papi” – se burló Harry, imitando a su hermano.

-         Harry, ¿tengo que enfadarme en serio y darte un castigo en condiciones?

-         No… ¿Puedo estudiar en el cuarto de Ted?

-         No. Estudias aquí, con tu hermano y le tratas bien. Voy a estar abajo haciendo la comida. Como oiga una voz más alta que la otra vuelvo a subir y eso no te va a gustar.

Bajé a la cocina y estuve atento por si volvían a pelear, pero todo estaba en silencio. Puse la lavadora y un poco de agua a cocer hasta que de repente escuché un ruido y un llanto fuerte. Subí las escaleras corriendo y Michael vino detrás de mí, desde el salón. Me sorprendió encontrar a Harry llorando porque esa no era la escena que me había imaginado.

-         ¿Qué pasa, campeón?

Zach miraba a su hermano bastante impactado.

-         Snif… le…snif … empujé… snif... y casi se da contra la mesa…snif… ¡y me asusté!

-         Estoy bien – aseguró Zach.

-         ¿Lloras porque casi le haces daño? – me cercioré.

Harry asintió frotándose los ojos.

-         Casi… snif… casi se da en la cabeza.

Me asusté y me conmoví a partes iguales. Mi niño era un buen muchacho, con el corazón en su sitio, pero con demasiado genio. Si Zach en verdad se hubiera dado, la situación podría ser muy diferente.

-         Zach, ¿por qué no vienes a jugar a la play conmigo? – sugirió Michael. - Me aburrí de la película.

Le miré con agradecimiento y esperé a que se marcharan. Harry me miraba con los ojitos todavía llenos de lágrimas y todas las ganas que pudiera tener de gritarle se esfumaron en ese momento.

-         Podrías haber hecho mucho daño a tu hermano por una pelea tonta.

-         Snif… snif… lo sé.

Suspiré y le di un abrazo, frotando su espalda para que se calmara.

-         Tus hermanos mayores me repiten a menudo que solo tienes 13 años. Me lo dicen para que no sea tan duro contigo y lo cierto es que tienen razón. Solo tienes 13 años y eres muy impulsivo… He sido un iluso al pensar que todo estaba bien y dejaros solos. Tal vez tendría que haberte dejado ir al otro cuarto, ¿mm? Hasta que te calmaras.

-         Snif… snif… Ni siquiera estaba tan enfadado con él, solo molesto… snif… pero le empujé y casi se cae…y… snif…

-         Shhh, shhh. No pasó nada. Pero podría haber pasado. No puedes ir por ahí empujando a la gente.

Le separé un poquito y le miré a la cara, toda colorada por el llanto. Harry lloraba de susto y de culpabilidad, así que no tenía sentido seguir regañándolo.

-         Al final no sé si de pie, pero igual tienes que estudiar tumbado – le dije, medio en broma y medio en serio, sentándome en su cama. Harry me sorprendió al desabrocharse el pantalón, algo que normalmente le costaba mucho hacer. – … Estás realmente arrepentido, ¿verdad? – le pregunté suavemente y el asintió, encogidito. Le atraje hacia mí para volver a abrazarle. – Si soy blando contigo, ¿aprovecharás la oportunidad? Mira que a la tercera va la vencida.

Harry volvió a asentir y a frotarse los ojos y yo no podía más de tanta ternura porque ese niño había perdido la decena en sus años y se había quedado solo con los tres. Le tumbé sobre mis piernas y bajé un poco su vaquero.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Ahora a tratar bien a tu hermano, ¿bueno? – le dije y le levanté. Se colocó la ropa con otro asentimiento y ya no pude resistirlo más y le hice cosquillas en el costado. - ¿Te comió la lengua el gato? Basta de pucheritos, mi amor. No estoy enfadado, porque sé que no pretendías hacerlo. Pero tienes que controlarte más.

-         Sí, papi.

Papi. Tentado estuve de repetir sus palabras haciéndole burla como él había hecho con Zach, pero me contuve y en lugar de eso le di un beso.

-         Anda, ve abajo. El descanso llegó antes de lo previsto. Con una carita tan triste no se puede estudiar.

Miré el reloj. Llevaban casi 3 horas seguidas estudiando, realmente el descanso era necesario y así después retomarían con más energía.

Harry me dedicó una sonrisita pequeña y rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar un pañuelo. Se sonó y bajó con sus hermanos. Yo esperé unos segundos más mirando fijamente la mesa. Con tantos niños no era ajeno a los accidentes, pero uno no se acostumbraba nunca. Mis hijos debían tener un ángel guardián porque la cantidad de veces que habían estado a punto de pasar cosas que al final se quedaron en nada era abrumadora.

Regresé a la cocina y al pasar les vi jugando a la consola como si no hubiera pasado nada. Los gemelos se aliaron para ganar a Mike y así supe que no iban a pelearse más. Terminé de hacer las tareas pendientes y vi que ya era hora de ir a recoger a los demás. Me despedí de los tres y cogí el coche, dado que al quedarse ellos en casa y puesto que Ted había quedado con su novia éramos solo nueve y cabíamos en mi monovolumen.

Llegué antes de la hora, pero Barie y Madie ya me estaban esperando porque su profesor había terminado pronto. Madie me saludó con el abrazo habitual, pero Barie no se colgó de mi cuello como solía. No estaba enfadada conmigo pero sí parecía incómoda ante mi presencia. Sabía que si ignoraba el asunto acabaría por volver a actuar con normalidad, pero tal vez algo en nuestra relación se rompiera y eso era algo a lo que no me iba a arriesgar.

-         Madie, ¿por qué no vas a la tienda de en frente y compras patatas y frutos secos? Cuando estáis de exámenes a todos os entran ganas de picar.

Le di un billete y me quedé a solas con Barie.

-         Princesita, ¿y mi abrazo?

-         Madie ya te dio uno.

-         Ah, ¿y con uno solito me tengo que conformar después de toda una mañana sin veros? Además, yo necesito un abrazo de cada uno, así puedo sentiros bien y usar mis superpoderes para ver cómo estáis – le dije y, antes de que pudiera esperárselo, la atrapé entre mis brazos. – Mmm. Estoy sintiendo una princesita avergonzada…. No, corrección, una princesa, con corona y todo ya…

-         Ay, papá, cómo eres.

-         ¿Cómo soy? Es la verdad. Y no solo está avergonzada… También está preocupada y algo triste y enfadada, por qué el rey la castigó y hacía mucho que no la castigaba…

-         Tus superpoderes están totalmente estropeados.

-         ¿Ah, sí?

-         Del todo – me aseguró, con la cabeza escondida entre mi pecho. - Es verdad que la princesa siente MUCHA vergüenza porque la castigaran, pero no es por eso por lo que está preocupada y enfadada.

-         ¿Ah, no? – pregunté, confundido.

-         ¡No! Es porque hace días que el rey no habla con la reina del país vecino. Y a la princesa le caía muy bien esa reina. He visto que Holly te ha dejado de seguir en Twitter, papá – añadió, ya más en serio – Pensé que te gustaba. ¿Qué le has hecho?

-         Oye, ¿por qué asumes que he sido yo y no al revés? – protesté, aún sorprendido porque ese fuera el motivo de su molestia conmigo.

-         Siempre es culpa del chico – me aseguró. – No saben tener pareja.

-         Qué injusto. No la he  hecho nada, Barie. Pero los dos tenemos familias muy complicadas y no es un buen momento para…

-         Apenas lo has intentado – me recriminó - ¿Es que te vas a rendir a la primera dificultad? No es eso lo que me has enseñado.

Auch.

-         No se trata de rendirse, Bar…

-         Ella me gusta de verdad, papá. Y he stalkeado a sus hijos.

-         ¿Stal-qué?

-         Que he espiado sus redes – me aclaró. Después, se mordió el labio. – Le escribí a ese chico, Sam.

Así que por eso había tenido aquella mirada culpable cuando me dijo que le había buscado en Facebook.

-         ¿Te respondió?

-         Me dijo que solo podía hablar conmigo si tú estabas de acuerdo.

-         ¿Por qué quieres hablar con él? – me extrañé.

-         ¡Para conocerle! Hubiera preferido hablar con la chica que tiene más o menos mi edad. Scarlett, ¿no? Pero no está en Facebook.

-         Qué peligro tienes tú con esa tablet, madre mía. Barie, lo único que puedo decirte es que estoy decidiendo qué hacer. Mientras tanto deja a esos chicos tranquilos, por favor. Todo esto ya es lo bastante difícil para mí.

-         Bueno – aceptó.

Madie ya volvía de la tienda, así que dejamos el tema. Enseguida empezaron a salir los demás y yo me tensé un poco recordando el día anterior. Me fijé en que había muchos profesores en el patio, atentos a la puerta y a nosotros, los padres. Me dije que mis hijos estaban seguros y me concentré en recibirles. Kurt venía con los ojos rojos y cuando me agaché para abrazarle se puso a llorar.

-         Ey, ¿qué pasó, campeón? ¿Te duele la tripita?

Asintió y lloró mas fuerte.

-         Le dije a tu profe que me avisara.

-         Papi, le han castigado – me dijo Hannah, pero no en un tono de acusación, sino en uno con el que me estaba pidiendo que defendiera a su hermanito.

-         ¿Cómo?

Hannah cogió la mochila de su mellizo y sacó un cuaderno. Pasó varias páginas hasta encontrar lo que quería y me enseñó unas copias con la letra de Kurt: No me portaré como un bebé en clase. Apreté el cuaderno con fuerza.

-         ¿Por qué has tenido que copiar esto? – pregunté, pero Kurt escondió la cabeza en el hueco de mi cuello y no me respondió, así que Hannah lo hizo por él.

-         Ha sido en clase de mates, papi. La última. Kurt quería ir al baño pero el profe no le ha dejado y entonces se ha puesto a llorar y él se ha enfadado y le ha mandado copiar.

Abrí mucho los ojos. Sabía que los niños podían mentir para salir de un apuro, pero mis peques no solían hacerlo. Sabía también que a veces malinterpretaban las cosas y deseé que ese fuera el caso, porque sino iba a armarla, pero bien armada.

-         No llores, campeón. ¿Te duele mucho?

-         Snif…. ¿Tas enfadado?

-         No, Kurt. Quiero que te quedes con Jandro y yo voy a hablar con tu profe pero, haya pasado lo que haya pasado, él ya te castigó, así que no te preocupes.

Le di un beso y les pedí a todos que esperaran un momento. Entré en el colegio y busque la clase de Kurt. Por suerte el profesor seguía allí, recogiendo. Era un hombre de más o menos mi misma edad y aspecto serio.

-         Buenos días – saludé. – Soy Aidan Whitemore, el padre de Kurt.

-         Ah, sí. ¿Cómo está?

-         Por lo visto ha habido un problema hoy… - empecé, directo al grano.

-         Sí, no ha sido gran cosa. Me ha pedido ir al baño en mitad de una explicación y le he dicho que esperara y entonces se ha puesto a llorar. Es un niño muy infantil.

-         Tiene seis años – le recordé, porque su última frase me sonó completamente como un ataque.

-         Suficientes como para saber cuándo se puede ir al baño y cuándo no.

-         Ha estado mal del estómago estos días. Seguramente necesitaba de verdad ir al servicio. En cualquier caso, no termino de comprender por qué recibió un castigo.

-         Esto es un colegio, señor Whitemore. No puedo tener alumnos que se echen a llorar porque les diga que no pueden ir al baño.

-         Kurt es muy sensible y algo caprichoso, no se lo voy a negar, pero seguro que no es el primer niño que llora en sus clases. Le repito que tiene seis años – insistí.

-         Es bastante más inmaduro que la mayoría de sus compañeros. Tan solo pretendo que deje esos comportamientos de bebé.

Apreté los puños.

-         ¿Le preguntó siquiera si le dolía la tripa?

-         Ya le dije que estaba en mitad de una explicación – me replicó. O sea, que no.

-         Es usted profesor de primaria, no de universidad, por si acaso lo ha olvidado. Sé que es muy exigente con la materia y nunca he dicho nada porque puedo ver que mis hijos están aprendiendo bastante. Pero son niños pequeños. Si mi hijo llora en clase espero algún tipo de consuelo y educación emocional, no un castigo.

-         Solo quiero lo mejor para él, señor Whitemore.

-         No, eso lo quiero yo, que soy su padre. Mi hijo será infantil e inmaduro, pero no se merece tanta dureza que raya en la crueldad. Tenga una buena tarde y sea más considerado en el futuro - le espeté y me marché dejándole con la palabra en la boca.

Estaba más que harto de ese colegio. No eran justos con Ted, no habían tratado bien el problema de Cole y ahora tenían un profesor de matemáticas que debía de pensar que estaba en el ejército.

Volví con mis hijos y vi que Alejandro tenía a Kurt en brazos. Se veían tan monos. El enano parecía de mejor humor porque todos sus hermanos le estaban haciendo mimos.

-         Uy, qué nene consentido – le dije y le tomé de los brazos de Jandro. - ¿Ya fuiste al baño, cariño? – pregunté y él asintió. - ¿Tuviste diarrea?

Kurt asintió de nuevo y yo le di un beso.

-         Pobre bebé.

-         No soy bebé, papi – protestó.

-         Sí, eres mi bebé y no hay nada de malo en eso. Kurt, tú sabes que ya puedes recoger tus juguetes porque eres un niño mayor y estás aprendiendo a leer la hora y a atarte los cordones… eres todo un hombrecito. Pero siempre, tengas la edad que tengas, serás mi bebé. Cuando papá te llama bebé es una cosa bonita, ¿mm? Es cariñoso, como cuando te digo campeón. Y no eres un bebé por llorar, cariño. Papá también llora.

Kurt me miró con sus ojitos azules muy brillantes y después se mordió el labio.

-         Papi, le dije una mentira al profe.

-         ¿Cuál?

-         Le dije que hice cincuenta copias, pero solo hice cuarenta y nueve.

Le apreté contra mi pecho para que no me vieras sonreír.

-         Será nuestro secreto, campeón. ¿Cuarenta y nueve nada menos? Eso son muchas. Y luego papá es malo cuando te manda veinticinco.

Kurt apoyó la cabeza en mi hombro, como si tuviera sueño.

-         Veinticinco copias no son muchas, papi. Veinticinco azotes sí.

-         Muchos, muchos – coincidí. Kurt siempre hablaba con bastante naturalidad de los castigos. A casi todos mis hijos les había dado vergüenza desde bien pequeños. – Por eso papá nunca te da tantos, ¿o sí?

-         Ño.

Le di un beso y comencé a caminar con él hacia el coche, con los demás siguiéndonos de cerca. Cuando todos se metieron, Alejandro revisó que los más pequeños tuvieran bien abrochada la sillita. Eso era algo que normalmente hacíamos Ted y yo, cada uno en su coche. Le sonreí por el espejo retrovisor, contento de que cuidara así de sus hermanos.

-         Oye, Jandro. Se acerca el cumpleaños de alguien, me parece – le comenté.

-         Quedan tres meses, papá.

-         Suficientes para que te enseñe a conducir, ¿no?  Los dieciséis son importantes, campeón. Te puedes sacar el carnet de conducir – le dije, como si no lo supiera. Como si no hubiera estado anhelando el momento de tenerlo desde que Ted se sacó el suyo.

Alejandro sonrió plenamente con anticipación. El coche significaba independencia y en una familia como la mía era muy útil. Jandro ya no dependería de su hermano o de mi para que le lleváramos a los sitios.

Mi recompensa por haber sacado el tema fue que ya no se habló de otra cosa en todo el camino de vuelta. Incluso después de recoger a Dylan aquel fue el único tema de conversación. De pronto Alejandro quería que Febrero llegase ya.

Cuando llegamos a casa hubo la estampida habitual en la que todos corrían al baño o a sus habitaciones como si cobrasen los segundos. Madie bajó enseguida, sin embargo, con esa carita de quien quería pedirme algo.

-         Papi, una amiga nos ha invitado a Barie y a mí para que estudiemos en su casa esta tarde. Le acaba de preguntar a su madre y ha dicho que sí.

-         ¿Qué amiga?

-         Sarah.

-         ¿Y vais a estudiar de verdad? Mira que estáis de exámenes.

-         Pero papi, en la prevaluación aprobé todo – me recordó.

-         Solo te estaba tomando el pelo. Claro que podéis ir. ¿Os ha dicho a qué hora?

-         Ha dicho que podemos comer allí si queremos.

-         Prefiero que comáis aquí, cariño. Es más fácil para mí llevaros después de comer. Zach y Alejandro podrían comerse las paredes si les hago esperar hasta que volvamos.

Madie se rio por mi exageración y asintió, dándose prisa en escribir algo con el móvil, para su amiga, seguramente. Subió corriendo a decírselo a Barie. Era tan fácil hacerlas sonreír. No conocía mucho a Sarah, era una amiguita reciente, de cuando pasaron a la secundaria y les cambiaron de clase. Si mis conocimientos de la preadolescencia no estaban oxidados, que las invitara a su casa suponía un nuevo paso en su amistad.

Calenté la comida y les llamé para que bajaran. Zach vino a poner los platos, Cole ayudó a Alice con las servilletas y Barie puso los cubiertos y los vasos.

-         Madie viene ahora. Se está cambiando – me explicó, dado que le tocaba a ella poner los vasos.

-         Vale. ¿Sabéis dónde vive Sarah?

-         Nos ha mandado la dirección. ¿Puedo meterla yo en el navegador?

-         Como quieras.

Lo dicho: era muy fácil hacerlas felices. A Barie le encantaba manejar el navegador del coche. Cualquier cosa con pantallas y botones estaba bien para ella.

Subí a llamar a los remolones. Era habitual que los que no tenían que poner la mesa tardaran en bajar.

-         ¿Estás loca? ¿Quieres matar a papá de un infarto? Quítate eso pero ya - le escuché decir a Alejandro.

-         ¡No te metas! – protestó Madie.

-         Hablo en serio, quítatelo antes de que te vea.

Pero ya era tarde. Entré en su habitación y vi a Madie con los pantalones más cortos que he visto en mi vida. Estaban cortados, porque yo jamás le habría dejado comprarse algo como eso. Ni siquiera terminaban de cubrirle el culo.

-         ¡Madelaine! – exclamé. - ¿De dónde has sacado eso?

-         ¡Papi! Todas las chicas los llevan.

-         Quítatelos, es como ir desnuda.

-         ¡No voy desnuda, papá! – protestó.

-         Eres demasiado pequeña para vestir así – le dijo Alejandro.

-         Ni demasiado pequeña ni demasiado grande: nadie puede ir así por la calle – maticé yo.

-         ¡Pero si no se me ve nada!

-         Se te ve demasiado. Cámbiate, ponte otra cosa. ¿Qué me dices de esos pantalones blancos que llevabas el otro día? Te quedaban muy bien.

-         ¡No, quiero estos! – insistió. Alejandro rodó los ojos y nos dejó solos. – Mi cuerpo, mi decisión, papá.

Me pasé la mano por la cara. ¿Dónde había escuchado esos esloganes feministas y por qué de pronto yo era el malvado monstruo del patriarcado queriendo coartar su libertad?

-         ¿Qué prefieres que te diga? ¿”Mi casa, mis normas” o “Así no sales y punto”? – le pregunté.

Madie zapateó con rabia y se cruzó de brazos en actitud obstinada.

-         ¡Dame una sola razón que sea válida en el siglo XXI! – me exigió.

Alcé una ceja.

-         Se me ocurren varias. Que soy tu padre y tienes doce años, que se te ve el culo, que estamos a 1 de diciembre y si sales así te cogerás una pulmonía….

-         ¡Vamos a ir en coche! ¡Y voy a estar en casa de Sarah! ¡Si fuera verano tampoco me dejarías!

-         No, no te dejaría, porque entre eso e ir desnuda no hay mucha diferencia – repliqué. – Última vez que te lo digo, sácatelos.

Madie volvió a zapatear con todo el cuerpo tenso y mucha rabia saliendo por cada poro de su piel.

-         ¡Los llevaré en la mochila y me los pondré cuando tú no estés!

Molesto por aquella frase desafiante, la agarré del brazo y le di dos palmadas. Esa braga-pantalón tenía tan poca tela que la segunda fue totalmente piel contra piel.

PLAS PLAS

-         ¡Ay!

Se tapó con la mano que tenía libre y empezó a llorar casi en el acto.

-         Ahí tienes otro motivo por el cual te interesan los pantalones un poco más largos – la espeté, y me arrepentí nada más decirlo, porque me sonó algo cruel. - ¿Te dolió mucho? – pregunté, más suavemente, consciente de que ella no solía llorar por solo dos palmadas.

-         ¡Te odio, papá! – me gritó y se tiró sobre la cama.

Drama adolescente. Supe reconocerlo, pero no por eso me dolió menos. Me senté a su lado y le acaricié el pelo.

-         Solo me preocupo por ti, princesa. Sé que estás creciendo y que tendré que asumirlo algún día, pero no eres un trozo de carne para andar así vestida. Tienes que respetarte un poco más a ti misma y, sé que esto no suena como del siglo XXI, cariño, pero también tienes que hacerte respetar. Y lo cierto es que si otras personas te ven así vestida no te van a respetar. No quiero que ningún señor asqueroso mire a mi princesita con malas ideas. No me llames exagerado. Sabes que pasa. No debería pasar, pero pasa. Y no es que tengas que cambiar tu forma de vestir por nadie, pero cariño, es que eso apenas era ir vestida. Tienes braguitas que te tapan más.

-         ¡Papá! – protestó, escondiendo la cara en la almohada.

-         Es la verdad.

Madie lloriqueó un poco más, pero se la veía más calmada.

-         Snif. Seguro que me dejaste toda la mano marcada.

-         ¿A ver? Nop, ni siquiera está rojito.

-         ¡Papá! – se escandalizó.

-         Si te da vergüenza es porque deberías taparte, tesoro. Me gustaría que lo entendieras, pero si no lo entiendes al menos escucha esto: si no te cambias no irás a casa de Sarah. Y quiero que me des esos pantalones o estarás castigada por un mes y yo elegiré todo lo que te pongas.

-         ¡No puedes hacer eso!

-         Pruébame.

-         ¡No puedes elegir mi ropa!

-         Entonces ya sabes lo que tienes que hacer – le dije, y traté de darla un beso, pero me apartó. Suspiré. – La comida ya está lista. Tienes cinco minutos para bajar.

-         ¿O qué? ¿Me encerrarás en una torre medieval?

-         No. Le diré a Barie que no podrás ir con Sarah y mientras ella va allí tú y yo nos quedaremos en casa repasando tu actitud.

-         ¡Ya no quiero ir!

-         Claro que quieres ir, cariño. Anda, no te enfurruñes por una tontería. Tienes mucha ropa bonita que ponerte.

-         ¡No quiero!

-         …. Quince minutos. Sé que estás enfadada porque te castigué, así que tómate un tiempo para calmarte. Y, cuando estés lista, quiero mi abrazo, señorita.

-         No hay abrazo para ti – me dijo. Pese a su tono molesto, esa forma infantil de expresarse me hizo ver que se le iba pasando el enfado.

-         Ah, no. En esta casa se castiga de muchas formas, pero nunca sin abrazo – protesté.

-         A ti sí. Por malo.

Tenté mi suerte y me agaché a darla un beso. Esa vez no se apartó.

-         Si tan malo soy tal vez debería comerme tu gelatina.

-         ¿¡Compraste gelatina!?

-         De fresa, limón y naranja – le informé.

-         ¡Quiero de las tres!

Me reí.

-         Y yo quiero mi abrazo.

Madie arrugó los labios en una mueca graciosa y luego se tiró encima de mí, haciendo que me cayera atrás sobre la cama

-         ¡Eso no fue un abrazo, fue un placaje! – protesté, y comencé a hacerla cosquillas. Le sujeté de las muñecas con una sola mano para que no pudiera taparse.

Paré cuando su risa empezó a sonar jadeante y, entonces si, la abracé.

-         Así, mucho mejor – dije y la di un beso.

Madie exhaló hondo, normalizando su respiración.

-         ¿De verdad hay hombres que me mirarían? – me preguntó.

-         Mi amor, eres preciosa. Todo el mundo va a mirarte siempre. Pero hay miradas y miradas y ese tipo de ropa atrae a las malas.

-         Papá sobreprotector.

-         Eso siempre – admití, con orgullo por el título.

-         Me cambiaré, aunque solo sea porque las palmadas sin ropa pican mucho.

Esbocé una media sonrisa y me levanté, liberándola.

-         Te quiero, mocosa con carácter.

-         Y yo a ti. ¿Me perdonas?

Ensanché mi sonrisa y asentí.

-         Ya está olvidado.

Dejé que se vistiera y bajé con los demás.

-         ¿No esperamos a Ted? – me preguntó Cole.

-         Se quedaba a estudiar con Agustina. Imagino que comerán juntos. Le di dinero por si acaso.

Madie bajó con unos pantalones más adecuados y nos sentamos a comer. Cuando acabamos, les dije que iba a llevar a Barie y Madie a casa de su amiga y que se quedaban con Michael un ratito.

-         No tardaré mucho. Harry, os preguntaré después, ¿bueno?

-         ¿Yo puedo ver la tele, papi? – pidió Hannah.

-         Dile a Mike que os ponga una peli, tesoro. Portaros bien.

Salí con las niñas y nos metimos en el coche. Quedamos en que las recogería en tres horas, aunque tenían el móvil si me necesitaban antes. La madre de la otra niña me pareció muy amable y me convencí de que mis princesas iban a estar bien.

La casa de Sarah estaba bastante cerca de la de Holly. Desde el momento en el que me di cuenta, no pude sacármelo de la cabeza. Me descubrí a mí mismo tomando un pequeño desvío en su dirección y estacioné el coche a pocos metros, pero no me bajé. Observé la casa con un millón de dudas asaltándome sin piedad. ¿Debía darle una oportunidad a lo que sea que tuviera con Holly? Desde luego Barie sería feliz con la idea. Pero se me venían tantas cosas encima, con el juicio de Michael, Greyson y la futura adopción de los chicos…  Recordé lo que me había dicho Sam. No soportaba la idea de que ella hubiera llorado por mi culpa. Ni siquiera le había dado una explicación en condiciones. Le había dicho que no podía seguir viéndola, pero no la había dejado hablar. Suspiré. Era todo demasiado complicado.

Un golpecito en mi ventana me sobresaltó. Casi me da un infarto cuando la vi al lado del coche. Tardé unos segundos en bajar la ventanilla.

-         ¿Espiando? – me preguntó.

-         No, yo… Estaba cerca de aquí y pensé…

“¿Qué pensaste?” me recriminé. “¿Para qué has venido?”.

-         No sé qué te dijo Sam el otro día, pero…

-         Espero que no se metiera en problemas – la interrumpí. – Vino a traerme la carta de disculpa de Max, aunque te confieso que aún no la he leído.

-         Yo tampoco, no me dejó. Confío en que no pusiera ninguna grosería.

-         Seguro que no – respondí yo y después se hizo un silencio incómodo. – Holly…

-         Tengo que entrar en casa – me cortó. – Acabo de llegar del trabajo.

-         Holls… Lamento haber sido tan brusco el otro día.

-         No fuiste brusco, fuiste muy claro.

-         Fui brusco. Y desconsiderado. Tú viniste a darme tu apoyo al juzgado y yo…

-         Tú cortaste conmigo. Ya está. No tienes que darle más vueltas.

-         Eres la mujer más especial que he conocido nunca, pero ahora mismo necesito estar pendiente de mis hijos – me excusé.

-         Ah, no, alto ahí. Cuando nos conocimos dejamos claro que los hijos eran prioridad. Con eso entendí que era muy probable que hubiera cancelaciones de planes a última hora, que hubiera trincheras en guerra contra nosotros y alcahuetes dispuestos a juntarnos y que probablemente nunca tendríamos citas convencionales porque ninguno de los dos podía irse a cenar por ahí con frecuencia. Pero jamás entró dentro del trato que iría a ver a tu hijo al hospital, que le haría compañía en la UCI pensando que no iba a volver a caminar, que me contarías cada paso de su recuperación y lo sentiría como una alegría personal, que me llamarías en medio de la noche para decirme que la policía había ido a tu casa y de pronto sin ton ni son decidirías que no querías que formara parte de tu vida. Un poco tarde para eso, ¿no? Tienes que estar pendiente de tus hijos, claro. Y yo que soy, ¿un obstáculo? ¿Acaso crees que no habría sabido entender que tuvieras menos tiempo mientras se solucionaba todo? ¿Acaso crees que no habría querido ayudarte?

Dejé que se desahogara y, a medida que ella hablaba, yo me fui quedando sin palabras. Tenía razón. En todo. De pronto mi decisión dejo de tener ninguna lógica para mí. ¿Por qué le había dicho que ya no podíamos vernos? Michael estaba en casa y que yo estuviera con Holly no iba a influir para nada en el resultado del juicio. Ella hubiera sido un apoyo y no un obstáculo. ¿Acaso no lo había sido ya en varias ocasiones? Lo que había dicho sobre Ted…  Mis hijos la importaban. Había sido mucho más que cortés con ellos. Había perdonado la malcriadez de Alejandro y la travesura de Harry. Había consolado a Kurt y se había derretido con su ternura.

-         He sido solo yo durante tanto tiempo – susurré. – No sé cómo compartir mi vida con alguien más.

-         No echándoles sería un buen primer paso.

-         Lo siento, Holly… Yo… No quería hacerte daño. Y tampoco… tampoco quería echarte.

-         ¿Ah, no?

-         No… Sentía que debía hacerlo pero ahora me doy cuenta de que era una tontería. No quiero esperar a que se resuelva todo, quiero que estés conmigo para resolverlo. Quiero que le hagas mimos a Kurt cuando le duele la tripa y que me ayudes a convencer a Michael de que es mucho más listo de lo que se cree, quiero que me digas que todo va a salir bien y que nadie me va a separar de ninguno de mis hijos. Que la justicia existe y la maldad se paga y que da igual quien sea mi padre, si nadie da la talla para el título. Quiero escuchar la voz de Scarlett hablando sin miedo e ir a un concierto de Sam y que Blaine me cuente sus misiones como astronauta. Ojalá no sea demasiado tarde.

Holly me miró fijamente durante varios segundos. Entonces, lentamente, se agachó y traspasó la ventanilla, hasta que sus labios se rozaron con los míos.

Después de eso, abrí la puerta del copiloto y ella entró en el coche conmigo. Estuvimos hablando durante un rato, de muchas cosas, pero principalmente de nosotros. De si íbamos a intentarlo realmente. De cómo íbamos a hacerlo.

Una llamada en mi móvil nos interrumpió. Pensé que podría ser Michael, extrañado porque tardara, pero resultó ser un número desconocido.

-         ¿Dígame? – pregunté, haciéndole un gesto a Holly de que no tardaba.

-         Bue-buenas tardes, señor Whitemore. Soy Agustina.

Noté un pinchazo en el pecho.

-         ¿Ted está bien? - pregunté sin rodeos.

“No tendría que haberle dejado quedarse a estudiar. No tendría que haberle dejado volver a clases…”

-         Sí, sí, señor, está bien, no se asuste.

Oh. ¿Y por qué me llamaba ella y no él?
-         He llamado a su casa, pero me dijeron que había salido, así que pedí su teléfono, espero que no le importe. Es que tenía que hablar con usted.

-         Está bien, Agus. Pensé que ya te había dicho que no me llamaras de usted. ¿Qué ocurre? ¿Por qué has tenido que pedir mi teléfono? ¿No está Ted contigo?

-         Verá, señor… - empezó, al parecer sin entender que debía tutearme. – Por eso le llamo. He estado dudando mucho antes de hacer esto y sé que probablemente Ted me va a odiar y no va a querer verme más, pero si le pasara algo no podría perdonármelo. No está conmigo. Se ha quedado a los entrenamientos de natación.

Se hizo el silencio a ambos lados de la línea telefónica.

-         Le mato, yo le mato – dije por fin. - Gracias por avisarme, Agustina. Has hecho lo correcto.

Me despedí de ella y colgué y comencé a apretarme el puente de la nariz. Casi me había olvidado de la presencia de Holly hasta que puso su mano en mi brazo.

-         ¿Adolescentes en problemas? – me preguntó, sobrada de experiencia en ese campo.

-         En un mundo de ellos.

-         Haya hecho lo que haya hecho, recuerda que matar es delito, ¿vale?

-         Haré que parezca un accidente – repliqué. No me podía creer que Ted hubiera sido capaz de hacer eso. ¡Era tan imprudente! ¿Es que acaso no entendía que le habían operado de la cabeza y tenía que ir con cuidado?

-         Se te han empequeñecido las pupilas. Eso es que estás enfadado de verdad – dijo, y me sorprendió que me conociera tan bien, aunque ella siempre me había llevado ventaja en ese aspecto. – Recuerda que son jóvenes y están aprendiendo y que cuando meten la pata es cuando más te necesitan.

-         No interceda, señorita Pickman, que este preso ya está colgado – respondí, a mi pesar con una sonrisa. – Ya sé que me necesita. Pero no creo que le guste el tipo de atención que va a recibir.

Holly puso una mueca. Recordé su primera reacción cuando se enteró de cómo reprendía a mis hijos y la miré con atención.

-         No seas muy duro con él – me pidió. – O me cobro con intereses tus palabras del otro día. Puedo ser muy rencorosa si me lo propongo.

Sonreí un poquito más, pero luego me puse serio.

-         Me tengo que ir…

-         Lo sé - se inclinó para darme un beso en la mejilla. – Conduce con cuidado.

Holly salió del coche y me asaltó una sensación de vacío. No quería que se fuera. Quería compensarla por el daño que la hubiera podido causar y asegurarle que quería que formara parte de mi vida.

“Pues demuéstraselo. Con hechos y no con palabras, como ha hecho ella todas esas veces que te ha ayudado”.

Con esa idea fijada en mi cabeza, les escribí un mensaje a mis hijos diciéndoles que iba a tardar un poco y después conduje hasta el colegio. Una vez allí me dirigí directamente hacia la piscina cubierta. A cada paso que daba intentaba tranquilizarme sin mucho éxito. Seguro que no le había pasado nada, seguro que Ted estaba bien….

El equipo de natación estaba en el agua en mitad de un ejercicio. Reconocí a casi todos, pero no me detuve en ellos, porque en seguida vi a Ted, pero no donde había esperado encontrarle. Estaba sentado en las gradas vestido con el uniforme, mirando a sus compañeros pero sin unirse a ellos. Me acerqué a él lentamente. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, suspiró.

-         Hola, papá.

-         ¿”Hola papá”? ¿”Hola papá”? ¿Sabes el susto que me has dado? Tu novia me llamó preocupada por ti. Se suponía que habíais ido a la biblioteca.

-         Lo siento – murmuró.

-         ¿Qué hubiera pasado si te desmayas en el agua? ¿O si las piernas te fallan? O si el esfuerzo de hacer deporte retrasa tu curación. ¡El médico dijo que aún era pronto!

-         Lo sé, papá. Por eso no llegué a meterme – me aclaró. - Iba a hacerlo, pero entonces recordé algo que le conté ayer a Barie y me di cuenta de que en lo que a natación se refiere no siempre tomo las mejores decisiones. ¿Recuerdas aquella vez con el trampolín, cuando era pequeño? También entonces pensé que ya estaba preparado y no iba a pasarme nada. Fue la imprudencia estúpida de un niño y meterme hoy a entrenar también lo hubiera sido. No podía hacerte eso. No después de todo lo que has pasado conmigo en el hospital.

Abre la boca un par de veces pero no llegue a decir nada. La tremenda bronca que tenía medio pensada se había visto frustrada por el hecho de que no había llegado a meterse en la piscina.

-         El entrenador se ha enfadado bastante. En un mes competimos contra un equipo bastante bueno y ha insinuado que sin mí no tenían ninguna posibilidad – continuó. – Creo que piensa que soy mejor de lo que en realidad soy.

-         Eres un nadador increíble y no me cabe duda de que beneficiarías al equipo, pero ha sido irresponsable de su parte decirte eso. Se supone que él tiene que meterte sentido común y no tentarte para que arriesgues tu salud.

Ted no dijo nada y miró de frente, hacia donde estaban sus compañeros. El anhelo se podía leer en sus ojos.

-         Vámonos a casa. Agradece que te he encontrado aquí fuera, porque creo que te hubiera sacado del agua a punta de palmadas.

Él esbozó una media sonrisa triste.

-         Tú nunca harías eso – me dijo, pero no sonó altanero sino simplemente seguro y tranquilo. Confiaba plenamente en mí. Me conocía y sabía de qué era capaz y de qué no. Era imposible ser aunque fuera un poco intimidante con él, porque me tenía calado. Y eso era maravilloso, aunque en ese momento fuera en contra de mis propósitos de mostrarme serio y enfadado.

-         No estés tan seguro, muchachito – repliqué.

Echamos a andar para salir del recinto y le hice caminar delante de mí.

-         ¿El bebé está en problemas? – se burló un chico que justo salía del agua en ese momento.

Ted apretó los puños pero no le respondió. Pasó de largo y se despidió con la mano de algunos de sus compañeros.

-         Ted – le llamé, cuando ya estábamos fuera. - ¿Quién era ese?

-         George.

-         ¿Se mete contigo?

-         No es nada que no pueda manejar – me aseguró. – Es amigo de Jack.

-         No pretendía avergonzarte delante de él…

-         No lo has hecho. Por lo que a él respecta simplemente has venido a buscarme. Se mete conmigo por cualquier cosa y ayer fui lo bastante estúpido como para dejar ver que me molestaba que hiciera ese tipo de comentarios.

-         Si se meten contigo, quiero que me lo cuentes – le dije, en el tono más firme que supe poner. – Aunque te parezcan tonterías. Quiero saberlo, ¿está claro?

-         Sí, señor.

Ted se metió en el coche y yo le imité, tomando el volante. Ninguno de los dos añadió nada más y así nos sumergimos en un silencio incómodo. En esas situaciones, Ted siempre era lo bastante prudente como para no decir nada y así evitaba que yo estallara y le metiera un par de gritos, como a veces hacía con Alejandro en situaciones parecidas en las que él no lograba quedarse callado.

Él iba con la cabeza girada mirando por la ventanilla, así que no podía ver bien su expresión. Parecía mayoritariamente ausente y pensativo. Suspiré. ¿Qué iba a decirle que no supiera? ¿”Si te digo que no puedes nadar, no puedes nadar”? ¿”El médico te da recomendaciones por algo”?  Cuando llegamos a casa todavía no había conseguido encontrar una buena manera de empezar. Ted no salió del coche cuando nos detuvimos y yo tampoco. A los pocos segundos me miró, por fin, para ver por qué nos quedábamos ahí.

-         ¿Qué debería hacer contigo? – me pregunté, en voz alta.

Ted se lo tomó como una pregunta en serio y ladeó ligeramente la cabeza.

-         Deberías castigarme – respondió, como si fuera evidente. – Te mentí, te dije que estaría con Agus en la biblioteca. Y estuve a punto de hacer una tontería.

-         A punto, pero no lo hiciste – le hice notar. – Uno de los objetivos de todo padre es que sus hijos aprendan a tomar buenas decisiones. Y tú eso ya lo haces desde hace tiempo, Ted. Eso no quiere decir que no la vayas a cagar porque, como seguro que ya sabes, los adultos tampoco son perfectos, pero tienes bastante sentido común. Si hubieras llegado a meterte en la piscina, estaríamos teniendo una conversación bien diferente. Pero no voy a castigarte porque “casi” me desobedeces. Lo importante es que no lo hiciste. En cambio sí que me mentiste y sí vas a tener un castigo por eso. Nada de salidas este fin de semana y tampoco habrá ordenador, ni móvil.

Un poco duro por solo una mentira, sobre todo teniendo en cuenta que había estado a solo cien metros de donde me había dicho que iba a estar.

-         … Para el plan familiar que hagamos el sábado sí podrás salir – concluí.

Con cualquier otro de mis hijos hubiera deseado que lo aceptaran sin protestar, pero en el caso de Ted casi quería que pusiera alguna objeción. Que no aceptara siempre mi palabra como si el mundo se fuera a acabar por no hacerlo. Es una contradicción que algunos padres nos preocupemos porque nuestros hijos no sean rebeldes, pero la falta de autoestima de Ted era algo que de veras quería cambiar.

Pero no hubo ni protestas ni objeciones. Ted se sacó el móvil del bolsillo y me lo dio, sin apagar ni nada. Lo hice yo por él y me lo guardé.

-         Solo hasta el domingo – le recordé y él asintió.

-         ¿Ya puedo darte un abrazo? – me preguntó. – Cuando te vi en el gimnasio apenas me saludaste.

-         Eso lo arreglamos ahora mismo – dije, y le atraje hacia mí, extrañado y contento a la vez por su brote cariñoso. Ted llevaba un tiempo así, supongo que sus experiencias traumáticas con los hospitales le habían vuelto un poquito vulnerable. – La próxima vez me saludas incluso aunque yo sea un maleducado que vaya directo al grano, ¿eh?

-         No soy suicida – susurró y me dedicó una sonrisa torcida. – Hay momentos en los que es mejor mantener las distancias, por si acaso.

Le apreté el costado y se rio. Se apartó y salió del coche antes de que pudiera seguir torturándolo. Eché la llave y entramos en casa.

-         ¿Puedo llamar a Agus desde el fijo? – me pidió. - No quiero que piense que estoy enfadado con ella.

-         Me parece una buena idea.

Traté de darle algo de intimidad mientras iba a ver al resto de mis hijos, pero se puso a hablar en el salón y allí estaban los peques, así que capté fragmentos de su conversación.

-         No te preocupes, de verdad… En serio… Nos llevamos muy bien, Agus. Mejor que bien…

Sonreí. Estaba hablando de mí y de mi relación con él. Solo entonces reparé en lo difícil que tenía que haber sido para su novia delatarle conmigo. Ella no tenía buena relación con su propio padre.

Ted siguió hablando un rato más mientras yo jugaba con los peques y en un determinado momento comenzó a rascarse la mano. Fruncí el ceño y le observé. Se rascaba frenéticamente, no era por una picazón sino por nervios. Se iba a hacer herida. No pude evitar acordarme de cuando tenía trece años e hizo eso mismo porque yo le di un castigo diferente al habitual. Pensó que estaba demasiado enfadado como para consolarle y se destrozó la piel.

Ted colgó el teléfono y me acerqué a él todavía con el ceño fruncido.

-         ¿Qué dije? – me preguntó, al reparar en mi expresión. – No hablé mal de ti…

-         Mira cómo te has puesto la mano. No te rasques más, ¿entendido?

-         Me pica – protestó y mientras lo decía, volvió a arañarse salvajemente.

-         ¡Ted!

-         Ya paro, jo.

-         Más te vale – le advertí.

-         Pero no te enfades…

-         No estoy enfadado. Pero no te rasques más o te pongo un guante.

Arrugó los labios en un semipuchero y dejó la mano quieta.

-          Así mejor. Anda, ve a estudiar.

-         Sí – respondió y, cuando ya tenía un pie en los escalones, se giró. -  Pa… siento haberte mentido.

-         Ya está hablado, perdonado y enterrado, campeón.

Le vi desaparecer por las escaleras y me dejé caer en el sofá. Estaba agotado. El móvil me vibró desde el bolsillo del pantalón y lo saqué para ver un mensaje de Holly.

HOLLY: ¿Algún funeral a la vista?

AIDAN: Falsa alarma. Puede vivir un poco más.

HOLLY: Me alegro. ¿Leíste la nota de Max? Me lo ha preguntado varias veces.

AIDAN: No, pero ahora mismo voy.

Dicho y hecho, subí a mi cuarto a por el papel. Tendría que haberla leído cuando Sam me la entregó. Max me daba mucha pena y mucha ternura. Estaba lleno de tanta rabia… No sabía que podía encontrarme en aquel papel. Lo abrí y comencé a leer:

“Siento aberte dado una patada. Al principio solo iva a escrivir esta carta para que mamá me diera la consola pero lo pensé mejor y creo que no estuvo bien. Mis piernas son muy duras y acen mucho daño.
¿De verdad vas a ser el novio de mamá? ¿Y le darás besos y eso? Iuk, que asco.
Tienes que tratarla bien, ¿bueno?  Si vienes a vivir aquí no vamos a caver, ya somos muchos. Pero yo te hago un hueco en mi cuarto si prometes ser un buen papá. Aunque Jeremiah dice que antes de vivir aquí tenéis que casaros. ¿Tú te quieres casar con mi mamá? Scarlett dice que no te pregunte eso, pero yo quiero saber.
Bueno, ya acavo. Solo recuerda que a mamá le gustan las pulseras y las flores rojas que no son rosas (Blaine dice que se llaman clabeles). Ah, y no mandes a West a un internado. Es un pesado y un llorica, pero es mi hermanito”.

Me dio mucha ternura leerlo. Estaba llenito de faltas de ortografía, pero escribía bastante bien para un niño de su edad. A su manera, me estaba diciendo que podía salir con su madre, siempre y cuando la tratara bien. No entendí lo de mandar a West a un internado. ¿Tal vez los hijos de Holly tenían ese miedo? ¿Que si me casaba con ella iba a querer quitarles de en medio? ¿Mis hijos pensarían igual? Porque era absurdo.

Casarme. Qué ingenuos eran los niños. Como si las cosas fueran tan rápido.

Doblé la carta con mucho cuidado y la guardé en mi cajón, para releerla en algún momento y volver a derretirme.

No había terminado de cerrar el cajón, cuando escuché una serie de gritos. Salí al pasillo para ver qué pasaba, y me topé con un montón de caritas curiosas que consideraban los gritos mucho más interesantes que sus materiales de estudio. Malditos exámenes, ojalá pasaran pronto.


-         HARRY’S POV –

La geografía era una asignatura estúpida. ¿De qué me servía aprenderme un montón de países cuando si alguna vez necesitaba saber algo de alguno de ellos podía buscarlo en Google? Pero para aprobar el examen era esencial aprenderse esos dichosos países y sus capitales.

A Zach no parecía costarle tanto. Papá decía que cada uno tenía su ritmo y sus talentos, pero estaba harto de que no se me quedara. Claro que solo le había dedicado un día, mientras que mi hermano había estudiado durante semanas…

Cuando ya no aguanté más, me levanté a poner algo de música. Así estudiaba mejor, no soportaba tanto silencio.

-         Harry, quítalo, que me distrae – protestó Zach.

Bufé. Como si él necesitara estudiar.

-         Si vas a poner música, que sea algo sin letra y relajado…

-         Sí, ya, para que me duerma – repliqué.

-         ¡Con eso no puedo estudiar!

-         ¡Es Alec Benjamin!

-         ¡Como si es Ed Sheeran, me distrae! – insistió.

-         Pues vete a estudiar a otro lado.

-         Vete tú – respondió y se levantó a quitar la música. Yo la volví a poner. Él la volvió a quitar. A la tercera vez, le aparté algo bruscamente.  - ¡Para ya, Harry!

-         ¡No me da la gana!

-         ¡Ponte cascos! – me sugirió, aunque más bien sonó como una orden.

-         ¡Ponte tú tapones!

Me apartó para apagar el equipo y lo desenchufó.

-         ¡Idiota! – le grité.

-         ¡Pesado!

Lo volví a enchufar, él trato de impedirlo y me pisó sin querer. Me di cuenta que fue sin querer, pero me dio igual y le di una patada.

-         ¡Ay!

Estaba tan gafado que papá tuvo que entrar justo en ese momento. Me encogí. Recordé lo que me había dicho por la mañana, sobre que a la tercera iba la vencida. Era la tercera vez que me peleaba con Zach aquel día.

-         Zach, ¿estás bien? – preguntó papá. Mi hermano asintió. No le había dado fuerte, a ver.

Sin decir nada, papá camino hasta mí y tiró de mi brazo. Antes de que pudiera reaccionar, me había tumbado sobre sus rodillas. Que pudiera manejarme con esa facilidad era ofensivo. Yo debía ser como un peso pluma para él.

-         Estabas advertido – fue lo único que dijo. Me preparé para la primera palmada, pero esta no vino. Entendí que papá esperaba alguna clase de respuesta de mi parte.

-         Papi… Fue sin querer…

-         ¿Se te escapó el pie? – preguntó, con sarcasmo.

-         Me enfadé…

-         Tienes que aprender a controlarte. Tu hermano no es un saco de boxeo con quien pagar tus frustraciones.

PLAS PLAS

-         ¡Ay!

No fueron fuertes, pero no me lo esperaba. Las demás las aguanté en silencio, al menos al principio.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Papá me movió un poco, pero supe que no me estaba dejando levantar, no todavía. Solo me estaba bajando el pantalón. No sabía qué era peor, que lo hiciera él o que me pidiera hacerlo a mí, pero normalmente hacía eso antes de comenzar el castigo y no a la mitad.

-         Papi, deja que se vaya Zach, deja que se vaya…

-         Papá, fue una tontería. Ya no le castigues, porfa.

-         No es solo por lo de ahora, Zach, es por lo que lleva acumulado. Anda, espera fuera, campeón.

No le vi salir, pero escuché cerrarse la puerta.

-         Mira cómo te sentiste antes cuando creíste que le habías hecho daño – me regañó. -  Esta mañana te asustó que se pudiera haber dado en la cabeza y pensé que eso te ayudaría a no ser tan impulsivo. Pero solo han pasado unas horas y ya le has vuelto a pegar.
-         Ya no lo haré más, papá.

-         Eso espero, Harry.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS ¡Au! PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS  Perdón, papá… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS snif…  Me disculparé con Zach también, pero ya… PLAS PLAS PLAS

Papá dejó la mano quieta en la espalda y con la otra me ayudó a incorporarme. Me subí la ropa enseguida y me pasé la mano por la cara, pero antes de poder hacer nada más papá me atrapó entre sus brazos.

-         Ya está campeón. Shh, tranquilo.

Me restregué contra él sin importarme ni un poquito que llevara una camisa clara. Si se le manchaba de lágrimas se lo tenía bien merecido, por malo.

-         Snif… odio estudiar.

-         Puedo notarlo, canijo, pero Zach no tiene la culpa de eso, ¿mm?

-         Él ya se lo sabe todo – protesté.

-         Bueno, pues así puede ayudarte. Sé que estás cansado y frustrado, pero no puedes saltar a la mínima y golpearle.

-         Snif…

-         Bueno, bueno, ya está. No más regaños. Solo mimos ahora.

-         Y chocolate – susurré.

-         ¿Uhm?

-         Necesito fuerzas para estudiar – murmuré, intentando poner en mi voz el mismo tono irresistible que ponía Kurt.

-         Pero qué morro tienes – dijo papá y se rio. – Está bien, puedes coger chocolate. De todas formas sigo pensando que pesas muy poquito. Igual los exámenes sirven no solo para que estudies, sino para que me comas más.

-         Mmm.

Pesar poco tenía sus ventajas. Podía apoyarme en él, por ejemplo, y que pudiera sostenerme. Papá pareció notar que me dejaba caer sobre él, porque me levantó y me sentó en sus piernas. Me ruboricé. No era un niño pequeño. Pero por un ratito podía dejarme ahí, si quería. Así me mimaba mejor.




7 comentarios:

  1. Me da penita de Harry tiene que ser una frustración para el .y yendo a las niñas a madi no le tubo tanta paciencia como a Barbie , me gusta mucho que actualices así de pronto me encanta tu historia

    Terry

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  2. Graciasssss por escribir porfa no dejes de hacerlo.... soy del equipo Holly Aidan así que ame que lo intenten de nuevo

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  3. Pero me perdí al principio porque recuerdo que el rapto de Hanna había pasados ya hace unos capítulos o me equivoco???

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  4. ¡Hola!

    El casi rapto de Hannah ocurrió el día anterior. El punto de vista de Ted comienza directamente en las clases de la mañana, pero Aidan "retrocede" hasta la noche. O sea, a Hannah la intentan raptar por la tarde, por la noche ella y Kurt van a dormir con Aidan y al día siguiente Ted va a los entrenamientos.

    A veces creo que mis cronologías son muy confusas xDDD

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  5. No sé creo que soy envidiosa jajaja porque me gusta Aidan solo jajaja pero si me cae bien Holly y sus hijos!!
    La verdad me dio mucha ternura la carta del hijo de Holly!!
    Fue muy linda y directa!!
    Ese Ted tomo una muy buena decisión al no meterse al agua porque si es peligroso!! Esa novia de verdad lo ama!!
    Pobre Harry si debe sufrir mucho con eso de la estudiara pero que bueno que no le fue tan mal con el castigo porque Aidan es súper blando con todos!!
    Esa Mady ia tiene bien difícil con tantos hermanos mayores jajajaja y bueno aprendió a la mala que no debe usar ropa tan corta .. y bueno le salió barato el castigo la verdad!!
    Y por último pero no por eso menos importante me encanta Michael y ya quiero verlo en problemas jajaja mm no se vale que solamente le haya tocado una palmada y bueno estoy esperando que pasará con ese juicio!!

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