CAPÍTULO 115: FIN DE SEMANA
(Parte 1): CUMPLEAÑOS
Aparqué detrás del coche de papá, frente a la casa de
Holly. Finalmente habíamos conseguido llegar a tiempo. De hecho, nos sobraban
un par de minutos. Quería tomarme unos segundos para respirar hondo antes de
salir, pero Kurt se desabrochó de su sillita y abrió la puerta como si con cada
segundo perdido muriera un gatito. Apenas fui capaz de alcanzarle y agarrarle
de la cintura antes de que se alejara. Le hablé al oído todo lo serio que pude.
-
Nunca te bajes así, sin mirar y sin esperarme. ¿Y si hubiera
venido un coche? Has salido por el lado de la carretera – le regañé.
Kurt me miró con ojos brillantes y temblorosos, sin
rastro del entusiasmo que le había embargado hacía unos momentos.
-
Hablo en serio, Kurt. Eso no lo puedes hacer nunca, por más
ganas que tengas de llegar a un lugar, ¿entendido? Si te pasa algo me muero,
hermanito.
-
Perdón, Tete.
Me convencí de que había quedado claro, y me relajé. Le
apreté contra mí y fingí que le daba un mordisco en el hombro.
-
Venga, bicho. Ayúdame con los regalos.
Papá y Michael llevaban las empanadas, Barie una bolsa
con parte de los regalos y Kurt y yo el resto. Era una forma de mantener
ocupado y cerquita al enano.
-
¿Todo bien? – me preguntó papá.
Asentí, nervioso y sin ganas de entrar en detalles. No
sabía si había llegado a ver la imprudencia del peque, pero la idea era pasar
una tarde de celebración, y no quería empezarla con un hermanito triste y
lloroso.
Pocas cosas se escapaban a la atención de papá, sin
embargo. Se agachó hasta hincar una rodilla en el suelo y ponerse a la altura
de Kurt.
-
No se sale del coche sin mirar, campeón – le dijo, y le besó
la frente. – Yo sé que fue sin querer, pero hay que tener cuidado, ¿vale?
-
Sí, papi. Tendré cuidado.
Como siguiera siendo tan mono, me lo iba a comer de
verdad, sin fingimientos. Sé que papá estaba pensando lo mismo, porque sonrió y
le acarició la cabeza antes de levantarse y recoger la bolsa con las empanadas.
-
Tienes mucha suerte, enano – le hizo notar Alejandro. - Papá
se ha vuelto más blando que una galleta en remojo. Debe de ser todo esto del
amor, que le tiene idiotizado.
Papá le dio una colleja y yo decidí adelantarme y
llamar al timbre antes de que alguien más quisiera poner a prueba la “blandura”
de papá.
Holly abrió la puerta enseguida y empezó un saludo, pero
un manchón rojo escapó de entre sus piernas y comenzó a saltar delante de mí.
-
¡Pipí! – gritó uno de los trillizos. Cuando llevaba un rato
con ellos sabía distinguirlos, pero así de golpe no supe cuál de los tres era.
-
Ehm… ¿tienes ganas de hacer pipí? – pregunté.
-
¡Ño! ¡Pipí baño!
-
¿Has hecho pipí en el baño, como los nenes mayores? –
comprendió papá. - ¡Hala! ¡Qué bien!
Me dio la bolsa con las empanadas y
se agachó para coger al bebé en brazos. El niño parecía contento por las
felicitaciones y muy orgulloso de su pequeña proeza.
-
Me ha dicho un pajarito que hoy alguien cumple dos añitos.
-
¡Yo! – exclamó el bebé, acompañándolo de una risita. Estaba
muy inquieto y sobreexcitado.
-
Feliz cumpleaños, Avery – sonrió papá, y le dio un beso. Me
sorprendió que pudiera diferenciarlos tan bien.
“Instinto de padre” me dije.
-
Felish cuñaños :3 – respondió el bebé, como si también fuera
el cumpleaños de papá.
-
Se dice gracias, tesoro – intervino Holly, sin aguantarse la
risa.
-
Ashas, tesoro :3
En es punto, nos reímos todos.
-
Pasad. Gracias por venir – dijo Holly. – Perdonad por ese
recibimiento tan… entusiasta.
Avery se acomodó en los brazos de
papá y balanceó los pies mientras canturreaba “pipí, pipí, pipí”.
-
Es la cosita más adorable del mundo – exclamó Barie,
haciéndose eco de lo que estábamos pensando todos.
Papá le levantó por encima de su
cabeza y tuve un flashback de las miles de veces que le había visto hacer eso con
mis hermanos.
-
¿Y los otros cumpleañeros? ¿Dónde están? – preguntó, mientras
el mocosito se revolvía en carcajadas.
-
En el jardín, con los demás. Avery y yo justo volvíamos del
baño.
-
¡Baño! Pipi :3
-
Si, cariño, ya todos saben – sonrió Holly, entre divertida y
avergonzada.
-
BLAINE’S POV –
“Cuarenta y cinco bolitas, cuarenta y
seis bolitas…”
-
¡No entiendo por qué no podían esperar, nada más! – la
melodiosa voz de mi tío se alzó por encima de cualquier otro sonido de la casa.
“Cuarenta y seis… no, cuarenta y
siete…”
-
¡Y encima le has pedido a Sam que hoy no vaya al
conservatorio!
“Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve…”
-
Mira, Aaron, me estás poniendo la cabeza como un globo. Son
mis hijos, y si quiero sacarles una hora antes por el cumpleaños de sus hermanos,
puedo hacerlo – replicó mamá. - Esta familia ya ha pasado por demasiado y si
hay algo que les haga un poco de ilusión lo pienso explotar al máximo.
Las clases en nuestro colegio terminaban muy tarde y
le habíamos suplicado a mamá que nos dejara salir antes. Queríamos preparar una
celebración en condiciones, porque además aquel podía ser el primer cumpleaños
que los bebés recordaran, aunque fuera fugazmente. Por lo menos, queríamos que
resultara mejor que su última fiesta, que apenas pudo llamarse tal. Hubo tarta,
pero eso fue todo. Papá había muerto, habían embargado nuestra casa porque
tenía deudas de las que mamá no sabía nada y acabábamos de mudarnos con el tío.
Él odiaba vivir allí, por los recuerdos que le traía, y nosotros añorábamos nuestro
antiguo hogar, en especial las habitaciones espaciosas donde no tenías que
saltar por encima de alguien para llegar a tu cama. La casa de Aarón era una
vivienda unifamiliar apropiada para un matrimonio con dos o tres hijos, pero se
quedaba pequeña para trece personas.
Había una sola cosa en el mundo capaz de unir a todos
mis hermanos: los trillizos. El instinto de protegerles y hacerles felices era
lo único que podía hacer que dejásemos de pelear. Leah lo expresó muy bien en
una ocasión: “a ver si es posible que tres de diez no salgan jodidos”. Yo
hubiera dicho “tres de once”, pero ella dejaba a Sam al margen siempre que
podía.
El caso es que estábamos comprometidos con la
organización de la fiesta perfecta.
-
Nadie está diciendo que les quites la ilusión, solo que les
enseñes que primero van las obligaciones – replicó Aaron.
-
Ninguna obligación es más importante que su familia. ¿Quieres
calmarte? Ellos querían ayudar, querían organizar la fiesta y me ha parecido un
detalle precioso. En el colegio no han puesto pegas, ni siquiera me han
preguntado cuál era ese “asunto familiar”. ¡Rayos, podía haberles sacado todo
el día de haber querido, como hacen muchos, que adelantan un fin de semana para
irse de viaje! Ahora, cierra el pico y cuelga esa guirnalda.
Mamá, el tío Aaron y Sean estaban con la decoración;
Leah estaba vigilando a los bebés, y Sam y yo hacíamos bolitas de patata, jamón
y queso en la cocina.
-
Cincuenta – me dijo Sam, atrayendo mi atención. - ¿Hacemos
más o crees que así vale?
Observé todo lo que mamá había
preparado: croquetas, sándwiches, salchichas, patatas y, por supuesto, la
tarta. Además, creía que Aidan también iba a traer algo.
-
Me gustaría hacer más, pero no sé dónde vamos a colocarlo.
-
Sacaremos la mesa del comedor al jardín, no te preocupes por
eso. Pero sí tienes que estar atento a que no haya ratones que se las coman
antes de tiempo – me recomendó Sam. Le miré, confundido, y me fijé en su
sonrisa. Entonces escuché una risita y atisbé el pelo de Scarlett, que se
escondía detrás de la puerta.
-
Oh. Ya veo. Sal de ahí, renacuaja. Nadie va a tocar la comida
hasta que llegue Aidan, ¿estamos? Ni siquiera tú, tus ojitos no van a
convencerme esta vez.
Scarlett salió de su escondite y me miró con el
puchero perfecto. Maldita mocosa adorable.
-
No, Scay. Tienes que esperar hasta que estemos todos.
-
Pero falta mucho – protestó.
-
Acabamos de comer – declaré, sin dejarme conmover.
Era raro que Scarlett tuviera hambre, sin embargo. Las
comidas siempre eran una pelea con ella, así que intercambié una mirada con
Sam, que parecía tan extrañado y contento como yo.
-
Eres malo – me acusó, y se pegó a la cintura de Sam con un
abrazo desamparado, como pidiéndole que la defendiera y me dijera él también lo
malo que era.
-
Mmm. Si quieres una bolita vas a tener que trabajar para
ganártela. Lávate las manos y ayúdame – le instruyó Sam. El rostro de Scarlett
se iluminó y asintió frenéticamente.
Entre los tres hicimos unas cuántas
más, las pusimos a freír y después cogimos una cada uno. Scarlett sonreía
plenamente, como si fuera un manjar de dioses. A veces era catártico estar a su
alrededor. Era inocencia pura. Pero protegerla de la maldad del mundo se volvía
un trabajo de veinticuatro horas. Sean ya no podía contar con cuánta gente se
había peleado porque no se habían portado bien con ella.
Llevamos las cosas al jardín porque
era la única zona espaciosa de la casa, aunque tampoco era muy grande, especialmente
si iba a tener que albergar a veintitrés personas.
Cuando terminamos de colocar todo y
ya no quedó nada que hacer, empezaron a comerme vivo los nervios. Fui a mi
cuarto a repasar mi mochila por décima vez. Había metido un pijama, ropa
interior, un cepillo de dientes, un peine, mi cargador del móvil y un cómic.
Todo lo que creía necesitar para dormir en casa de Aidan. Excepto por una
pequeña cosa, pero aún no había terminado de decidirme al respecto. Era
demasiado arriesgado, incluso para alguien como yo, cuyo instinto de
autopreservación estaba estropeado, según decía todo el mundo.
Finalmente, acallé las pocas voces de
sensatez que pudiera haber en mi cabeza y caminé con sigilo hasta el mueble que
Aaron mantenía cerrado. La verdad, si vas a guardar algo con llave, deberías
preocuparte de esconder mejor la llave. Aaron la tenía en el primer cajón de su
cuarto y no me costó nada cogerla, aprovechando que todos estaban ultimando
detalles. Abrí el mueble y cogí el último objeto de mi equipaje de una noche.
Después lo dejé todo cerrado, la mochila en mi cuarto y la llave en su sitio
para ir con los demás.
Los enanos, West incluido, se habían
dormido una siesta, así que mamá fue a despertarlos y Sam se colgó la cámara al
cuello para empezar con las fotos. Era una cámara semiprofesional, que se había
comprado hacía un par de años. Captó a la perfección la cara de inmensa
sorpresa de los bebés al ver la casa llena de globos y la sonrisa de Tyler
antes de ponerse a perseguir uno. Sus manitas torpes no lograban atraparlo,
porque sin darse cuenta la corriente de aire que provocaba al correr alejaba el
globo de su lado.
Mamá se llevó a Avery al baño y en
ese momento llamaron al timbre. La garganta se me hizo un nudo y no reaccioné
hasta que escuché un “click” y vi el flash de la cámara de Sam. Me había hecho
una foto a traición.
-
Respira, Blaine – se rio. – No es la primera vez que le ves.
“No, pero me voy a dormir a
su casa”.
-
Cállate.
-
Es el novio de mamá, no el tuyo – me recordó Sean.
-
Chúpame el pie – repliqué.
Sean iba a responderme algo
ingenioso, pero en ese momento Michael entró al jardín, llevando a Hannah de la
mano. La niña contribuía a que él me diera un poco menos de miedo, tenía una
expresión más relajada de la habitual. Los demás les seguían de cerca. Kurt
sonreía y al mismo tiempo nos miraba a todos con timidez. Zach fue a saludar a
Jeremiah, y Ted, más educado, empezó a saludarnos a todos. Leah le quitó la
cara para que no le diera un beso y yo le di un pisotón para que dejara de
hacer el idiota. Era la fiesta de los enanos, habíamos quedado en que todo
tenía que salir bien.
Hubo varias conversaciones simultáneas a mi alrededor.
-
Feliz cumpleaños, peques – exclamó Barie (ya me había dado
cuenta de que todos la llamaban así). Tyler sonrió y Dante fue a esconderse
detrás de Sam.
Bárbara no desistió y se agachó a su
lado.
-
¿Cuántos cumples, Dante? – le preguntó Sam, para animarle a
hablar con ella. Mi hermanito levantó dos dedos. No podría culpar a la niña si
decidía comérselo, era realmente mono.
-
Coged un vaso – sugirió Aaron. - ¿Qué os apetece beber?
Sam y él se dedicaron a servir
bebidas, pero yo apenas presté atención, porque Aidan todavía no había aparecido.
Entré a casa y entonces le vi en el salón, agachado junto a Dylan.
- No te preocupes, campeón. Entramos cuando estés listo, ¿sí? – le decía.
El niño asintió y miró en mi dirección con
inseguridad, como si le asustara salir al jardín. Había tenido ocasión de
presenciar en el acuario una de sus crisis y me entristecía pensar que estar en
mi casa pudiera provocarle otra. Me acerqué a ellos lentamente.
-
Hola, Dylan. ¿No quieres ir al jardín? – pregunté. Me miró
fijamente sin decir nada. Estaba acostumbrado a que Scarlett hiciera eso, así
que le hablé de la misma manera que a mi hermanita. – Hay patatas.
-
No t-tengo ha-hambre. Me q-quiero q-quedar aquí.
-
Mmm. Pero aquí no hay nadie.
-
Por eso.
Vaya. Sí que se parecía a Scay. Entonces tal vez…
-
¿Has visto un erizo alguna vez? – pregunté.
Capté un brillo de curiosidad en sus ojos.
-
No.
-
¿Quieres verlo?
Tardó unos segundos en responder.
-
S-sí.
-
Se llama Púas, y es el erizo de mi hermana. Pero Púas también
quiere ir a la fiesta, así que si quieres conocerle vas a tener que salir.
Dylan hinchó los mofletes de una forma muy graciosa,
como West cuando jugábamos al escondite y decía que Max hacía trampas.
-
¿Qué dices, Dylan? – me apoyó Aidan. - ¿Me ayudas a llevar estas
bolsas afuera y así vamos a conocer a Púas?
El niño guardó silencio por casi un minuto, pero Aidan
no dio signos de impacientarse así que yo también aguardé, imaginando que eso
debía de ser habitual cuando mantenías una conversación con Dylan. Al final,
aunque no muy seguro, asintió.
-
AIDAN’S POV –
El pequeño Avery parecía cómodo entre mis brazos.
Apoyó la cabeza entre mi hombro y mi cuello y su piel se sentía tibia y suave.
-
Vamos a tener un problema – le dije a Holly.
-
¿Cuál? – preguntó, desorientada.
-
Pues que no me pienso separar de él.
Holly sonrió amorosamente.
-
No te separes – respondió.
Sin embargo, le bebé tenía otros planes y estiró los
brazos hacia su madre. Suspiré, con pesar exagerado y se lo devolví.
-
Solo te lo estoy prestando. Ahora es mío – declaré.
Ella soltó una risita ligera que le
restó varios años de vida.
-
Vamos, pasad. Estáis en vuestra casa – señaló Holly,
apuntando a una puerta que, según deduje, debía de dar al jardín.
Michael y Hannah fueron los primeros en aventurarse,
porque a la hora de la verdad a Kurt y a Barie les dio algo de vergüenza. Pero
poco a poco, todos fueron yendo hacia allá, excepto Dylan. Él se puso a mi lado
y tiró de mi chaqueta. Emitió un claro sonido de protesta.
-
¿Qué pasa, cariño? – preguntó Holly. Dylan se puso detrás de
mí, utilizándome de escudo.
-
No conoce el lugar – expliqué. – Y no está preparado para ir
con los demás todavía.
-
Oh, vaya.
-
No te preocupes, enseguida vamos.
Sonreí para que Holly viera que todo estaba bien y me
quedé intentando tranquilizar a Dylan. Era normal que mi peque tuviera algunos
reparos, estábamos en territorio desconocido y además se escuchaban muchas
voces. Los conocía a todos, pero no dejaba de ser abrumador para él.
Blaine se acercó y me echó una mano y su estrategia
resultó efectiva. Dylan accedió a pasar al jardín, aunque no se separó de mí
por un buen rato. Nos quitamos los abrigos y los dejamos amontonados en una silla.
-
¿Qué vas a tomar? – le preguntó Aaron a Dylan, mientras le
tendía un vaso de plástico. Mi enano miró el vaso sin hacer ninguna intención
de cogerlo, pero Aaron no se inmutó. – Tenemos Fanta de naranja, de limón,
Coca-cola y Aquarius. Y agua, claro.
Dylan siguió sin responderle.
-
¿Le pongo Coca-cola? – me preguntó a mí.
-
Sí, por favor. Sin cafeína.
Le llenó el vaso y se lo volvió a
ofrecer, pero Dylan no lo tomó. Miraba el recipiente como si fuera la primera
vez que veía uno. Aaron observó el vaso con atención.
-
¿Qué tiene? – se interesó.
-
C-coca-cola, la a-acabas de echar – respondió Dylan, tan
literal como siempre. - ¿T-tienes problemas de m-memoria?
Por lo menos había roto su silencio,
aunque hubiera preferido que se hubiera ahorrado la última pregunta. Las
personas que no conocían mucho a Dylan tendían a pensar enseguida que era
descortés. Era muy directo y se tomaba todo al pie de la letra. Pero yo sabía
que no pretendía hacerse el gracioso ni burlarse de nadie.
-
No, lamentablemente no. Tengo una memoria perfecta – replicó
Aaron. El tono impersonal de su voz me dio escalofríos, pero la sensación duró
solo un segundo. - ¿Por qué no quieres cogerlo, entonces? ¿No te gusta?
-
Son todos iguales – dijo Dylan, como si eso lo explicara
todo.
-
Le preocupa que luego no sepa cuál es el suyo – aclaré, algo
avergonzado por aquella manía. Por regla general, aunque la posibilidad de
confundir vasos sea muy real, la gente no se ponía tan demandante con ese tema.
Aaron estaba en todo su derecho de
extrañarse y de responder que eran los únicos que tenían, pero en lugar de eso
tomó un rotulador de su bolsillo, con el que presumiblemente habían hecho
algunas de las pancartas decorativas, y escribió el nombre de mi hijo.
-
Esa es una buena observación. Ten, así nadie podrá
confundirse.
Dylan aceptó el vaso por fin,
satisfecho.
- Gracias.
-
No hay de qué.
Vale, Aaron había ganado un
minipunto, pero solo un minipunto, por ser amable con mi enano.
Blaine reapareció en ese momento,
llevando algo en las manos.
-
Mira, Dylan. Este es Púas.
Una bolita de ojos vivaces y expresión curiosa nos
miró desde el huequito acogedor que formaban las palmas de Blaine. Movía la
nariz de forma graciosa, olisqueando el ambiente. Debía admitir que era absolutamente adorable.
Dylan fijó la mirada en el animalito,
sin apenas parpadear, casi sin atreverse a respirar.
-
¿Quieres cogerlo? – preguntó Blaine, pero Dylan negó con la
cabeza. - ¿Y tú? – me ofreció a mí.
-
Esto… vale.
Depositó al erizo suavemente sobre
mis manos. Era una textura extraña al tacto, pero no tuve mucho tiempo para
disfrutar de ella porque el bichejo no se quedó quieto como cuando Blaine le
sostenía, sino que se paseó por mis manos y tuve que moverme con rapidez para
que no se cayera.
-
¡Le estás asustando! – me acusó una voz chillona. Me costó
darme cuenta de que se trataba de Scarlett, ya que la niña rara vez me hablaba
y mucho menos gritaba.
Se acercó rápidamente y cogió al
erizo con ademan protector.
-
No pasa nada, Púas – le dijo, mientras le acariciaba.
-
Pe-perdona – murmuré.
-
Tienes unas manotas muy grandes – me regañó. – Y hueles raro
para él.
-
No quería asustarle – la aseguré.
-
Ya sé. Pero si se asusta te morderá. Y si te muerde habrá que
echarte Betadine. Y el Betadine escuece mucho.
Aquella era, quizá, la conversación
más larga que había tenido con esa niña.
-
Gracias por salvarme del Betadine – respondí, conteniendo una
sonrisa.
-
De nada. Le puedes coger si quieres – añadió después, pero
creo que le costó un poco. – Con cuidado. No le gustan los movimientos bruscos.
Blaine nos observaba con gran interés,
creo que él también estaba asombrado de lo mucho que su hermana estaba hablando
conmigo. ¿Quizá empezaba a tenerme confianza? Al fin y al cabo, en el acuario
había llegado a sentirse muy cómoda.
Como sabía que el mejor camino para
llegar hasta ella eran los animales, estiré los dedos despacito hacia el erizo.
El animalito me olisqueó la mano y después Scay dejó que se subiera a ella.
-
Hola, cosita – le dije. – No tengas miedo, no te haré nada.
Varios de mis hijos se habían
acercado para ver qué hacía y Alice, Hannah y Kurt me observaban embobados.
-
¿Es un ratoncito? – preguntó Hannah.
-
No, cariño. Es un erizo.
-
Mira, Scay. Púas tiene admiradores – le dijo Blaine. - ¿Por
qué no les cuentas cosas sobre los erizos?
-
Mmm. Cuentales tú – susurró, y se refugió detrás de su
hermano.
Dylan tiró de mi manga para que le
prestara atención.
-
¿Pincha? – me preguntó.
-
No, peque.
Me tendió las manos como para que se lo diera y me
preocupó que le pudiera morder. No es que pareciera un bicho peligroso, pero
quería ahorrarle cualquier dolor a mi niño. Miré a Blaine con inseguridad, pero
él estaba ocupado intentando retener a Scarlett, que quería alejarse de allí,
pues no le gustaba ser el centro de las miradas.
Finalmente, con mucho cuidado, le entregué el erizo,
que sorprendentemente se quedó muy tranquilo hecho una bolita. Dylan le hizo un
par de caricias y después se fue a sentar a una silla con él encima. Scarlett
orbitó a su alrededor, como si fuera incapaz de alejarse mucho de su mascota.
En cuanto se convenció de que estaba en buenas manos, se relajó y se sentó en
el suelo cerca de Dy. Blaine, por su parte, se ocupó de que mis peques no
agobiaran al animal. Les distrajo fácilmente y les prometió que después podrían
acariciarlo.
Feliz de que Dylan hubiera encontrado algo de su
agrado en aquella fiesta, fui a saludar a los trillizos que me faltaban. Por
supuesto, estaban con Barie.
-
Feliz cumpleaños – les dije.
-
Tyler así :3 – me respondió uno de los bebés, levantando tres
deditos.
-
No, mi vida. Así – le dije, bajándole uno. – Dos añitos. ¿Y
cuántos tiene Dante?
-
Dosh :3
-
Eso es, bebote – sonreí, y le hice una caricia.
-
Papi… ¿los regalos? – me dijo Barie. – ¿Se los damos ya?
-
No veo por qué no.
Fui a buscar las bolsas que habíamos
traído. Las empanadas ya estaban en la mesa y el resto de las bolsas se habían
quedado junto a los abrigos. Para mi sorpresa, estaban vacías. Extrañado,
busqué alrededor y vi que los paquetes, aún envueltos, estaban en la basura.
-
¿Qué ocurre? – me preguntó Holly.
-
Los regalos de los bebés – expliqué, señalando dónde estaban.
- No te preocupes, ahora los saco…
-
¿Pero quién los puso ahí? – se sorprendió y después soltó un
suspiro, como si hubiera caído en quién era el culpable. – West, ven para acá.
El aludido hizo exactamente lo
contrario, y trató de meterse debajo de la mesa de la comida. Sam fue más
rápido y le sacó de ahí.
-
¿Qué hiciste ahora, mocosito? – le preguntó, cariñosamente.
Holly se acercó y le cogió en brazos.
-
West. ¿Has tirado tú los regalos? - le interrogó.
El niño arrugó la cara, enfurruñado.
-
¡No había ninguno para mí! – protestó.
-
Peque, porque es el cumpleaños de tus hermanitos… - empezó
Holly.
-
Eso no lo sabes – intervine yo. – Resulta que yo había traído
una bolsa de chuches para celebrar este día tan bonito, pero ahora me la voy a
tener que comer yo solo.
West abrió mucho los labios.
-
¿Tú solito?
-
Claro… Los niños que tiran los juguetes de los demás no sé yo
si se merecen chuches.
El pequeño puso un puchero.
-
Lo siento – lloriqueó.
-
Cariño, cuando los demás reciben un regalo, tenemos que
alegrarnos por ellos – le explicó Holly. – Cuando quieres a alguien, te alegras
de que le pasen cosas buenas. En tu cumpleaños, te harán muchos muchos regalos
a ti.
-
Snif… Pero es que todo es para los bebéeees – se quejó.
Pobrecito, el síndrome del hermano desplazado y por
triplicado.
-
Todo no, peque. Esta fiesta no es solo de ellos, es también
tuya. Es de todos, para que lo pasemos bien – le dije. - ¿O es que acaso
alguien te dijo que no podías coger sándwiches, o patatas?
-
Snif. Ño…
-
Pues entonces, pollito – me apoyó Holly, y le dio un beso en
la mejilla. El niño se lo devolvió tiernamente.
-
Snif… ¿me das chuches? – me preguntó.
-
Mmm. Si me das un beso a mí también.
West parecía confundido por la
petición y buscó una confirmación en su madre.
-
Anda, tesoro – le animó.
Le vi dudar tanto, que pensé que le
estaba forzando a hacer algo que no quería. Ya iba a decirle que no hacía
falta, cuando el pequeño estiró los brazos hacia mí. Sintiendo algo cálido a la
altura de mi pecho, le agarré y dejé que se aferrara bien con manos y piernas.
Después, noté sus labios en mi mejilla.
-
Ah, con este beso tan grande sí voy a querer compartir mis
chuches – le dije y, sin soltarle, caminé hasta mi abrigo y rebusqué en el
bolsillo hasta sacar un paquete de caramelos.
-
¡Bieeeen!
Holly recogió los regalos antes de
que pudiera hacerlo yo. Por suerte, la basura aún estaba vacía, así que los
paquetes no se habían ensuciado.
-
No hacía falta que trajerais nada… - me dijo, pero no la dejé
continuar.
-
Bobadas. Barie me hubiera asesinado, pero además yo también
quería traerles algo.
Holly sonrió y reunió a los niños. Se
sentó con los bebés para ayudarles a romper los envoltorios.
-
¡Osito! – exclamó Avery.
Les habíamos comprado un oso de
peluche para cada uno, idea de Barie.
-
¿Qué se dice, peques? – preguntó Aaron.
-
Ashas :3 – dijo Avery.
Sin duda, era el más despierto de los
tres. Dante había optado por abrazar su peluche como si quisiera comprobar cómo
de blandito era. Vi a Sam lanzar un par de fotos.
-
Hay más – dijo Barie y les tendió el siguiente paquete.
Holly lo abrió y yo le expliqué lo
que era:
-
Es una alfombra musical.
-
¡Mira, Tyler! ¡Para hacer música como tus hermanos!
El bebé aplaudió y agarró la caja
intentando abrirla. Holly le ayudó a sacar el juguete y los tres niños se
pusieron a probarlo de inmediato.
-
Muchísimas gracias – dijo Holly. – Van a estar todo el día
con esto.
-
Entonces no sé si vas a querer dar las gracias o maldecirnos
– repliqué, con una sonrisa. – Queda uno más.
-
Ese último es para ti – susurró Ted.
-
¿Para mí? – se extrañó Holly, mientras lo abría.
-
Para ti y para ellos – matizó él.
-
Es ropa – aclaré. – Sé que crecen rapidísimo y que de un día
para otro ya no les vale nada y uno no sabe cómo vestirlos.
Holly sonrió y desenvolvió los conjuntos con mucho
cuidado, casi con ceremonia.
-
Venga, ¿alguna forma más de restregarnos que tienen pasta? –
se escuchó resoplar a Leah.
-
¡Hija! - regañó Holly.
-
Mamá, aclárame algo. El domingo vienen algunos de los niños
de la guardería de los trillis, ¿verdad?
-
Ehm… sí…
-
Hoy era una fiesta familiar. Entonces, ¿por qué rayos les has
invitado a ellos? – inquirió, solo que no estaba mirando a su madre. Me miraba
directamente a mí, para dejar bien claro que no éramos bienvenidos.
N.A.: Siento que este capítulo sea
tan corto, estoy teniendo unos días algo complicados.
Aprovecho para disculparme también
por tardar con mis otras historias. No he abandonado ninguna, si alguna vez eso
pasa, que no creo, lo avisaré.
Gracias por actualizar!!! Yaa necesito la parte 2
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