martes, 4 de mayo de 2021

CAPÍTULO 134: El musical (parte 3): Acorralado

 

CAPÍTULO 134: El musical (parte 3): Acorralado

El musical me estaba encantando. En aquellos momentos, rodeado de casi todas las personas que eran importantes en mi vida, experimenté una sensación de pura felicidad. Agus me agarró la mano nada más empezar y no me la soltó hasta que llegó el descanso. El primer acto se me pasó en un suspiro, pero agradecí la pausa porque quería estirar las piernas.

-         El protagonista tiene una vez maravillosa – suspiró Agus.

 

-         Pues Ted tampoco can… - empezó Mike, que nos había oído, pero le tapé la boca. Él era una de las pocas personas que me había oído cantar y no hacía falta que lo fuera pregonando. Mi amigo forcejeó para liberarse. - ¡Ey! ¡Eso es censura! ¿Qué pasa, no quieres que tu novia sepa que sabes cantar? – preguntó con malicia.

 

Le fulminé con la mirada.

 

-         ¡Grr! ¡Mike! – protesté, dándole un golpe en el brazo con el puño. Como estaba más cachas que un armario ni lo notó, claro.

 

-         ¿Sabes cantar? – se interesó Agustina.

 

-         No sueno como un gato atropellado, pero tampoco diría que se cantar – mascullé. – Vamos al baño, seguro que se llenan y el descanso no dura tanto – sugerí, para cambiar de tema. Por suerte funcionó y ambos dejaron el asunto.

 

Casi todos los demás querían ir al baño también, pero nosotros nos adelantamos. Fred y Leah se nos unieron, aunque Leah caminaba como una autómata sin despegar la vista de su móvil, ignorándonos. Tanto así que se tropezó por las escaleras, pero Mike la sujetó con muy buenos reflejos.

 

-         Cuidado – susurró él.

 

-         ¡Suéltame! – exigió Leah, furiosa.

 

-         Creo que lo que querías decir es “gracias” – replicó Mike.

 

-         Piérdete.

 

-         Vaya. Tenemos carácter, ¿no?

 

-         Cállate.

 

-         “Suéltame”. “Piérdete” “Cállate”. ¿Tu vocabulario incluye algo más que imperativos? Por saber, solo… - dijo Mike. A veces creo que le gustaba jugarse el cuello, porque los ojos de Leah echaban chispas y cualquiera se lo habría pensado dos veces antes de cruzarse en su camino y contrariarla.

 

-         Vete a la mierda.

 

-         Ah, incluye palabrotas también.

 

-         Estamos formando un tapón – nos informó Fred.

Nos apartamos de las escaleras y Leah le lanzó a Mike una mirada de desprecio, pero al mismo tiempo me dio la impresión de que le estaba estudiando, como analizando su anatomía o algo así.

-         ¿Y? ¿Me vas a dar las gracias? – insistió Mike.

 

-         ¿Siempre que rescatas a alguien esperas un trofeo a cambio? – respondió Leah.

 

-         Bien, por fin reconoces que te rescaté.

 

-         ¡Agh! ¡Déjame en paz!

 

-         En cuanto me des tu número de teléfono – replicó Mike.

Tras un incómodo silencio, Leah estiró la mano, la metió en el bolsillo del pantalón de mi amigo y sacó su móvil. Con un gesto silencioso, le indicó que desbloqueara la pantalla y después grabó su número.

-         Ahora, piérdete – le espetó y se metió al baño de mujeres.

 

-         ¿Qué acaba de pasar? – murmuré, confuso.

 

-         Pues, al parecer, Mike acaba de mover ficha con tu futura hermana – me tradujo Fred.

 

-         ¿Eso no va contra alguna clase de código de tíos? – se interesó Agus.

Mike me miró con preocupación.

-         Solo estaba haciendo el tonto, no me gusta ni nada – me aseguró.

 

-         Ni soy su dueño, ni soy su hermano, todavía – respondí. – Por mí haz lo que quieras, pero ten cuidado.

 

-         No voy a hacer el gilipollas con tu hermana, Ted, tranquilo.

 

-         No, si lo digo por ti. Creo que Leah es perfectamente capaz de descuartizarte – le aclaré.

 

-         Y si no, tiene suficientes hermanos que podrían hacerlo por ella. Piénsatelo bien antes de meterte con esta – le sugirió Fred, con una sonrisa. Mike era el ligón del grupo. Nunca había tenido novia formal, en parte, creo, porque sus padres se oponían a que cualquier relación le distrajera de sus estudios y en parte porque tampoco buscaba nada serio. Se le daba bien coquetear, sin embargo, y solía conseguir los contactos de las chicas con tanta facilidad como había conseguido el de Leah. Pero creo que nunca había llamado a ninguna.

 

Entramos al baño y justo cuando salía me crucé con Alejandro, que me dijo que Kurt y West se habían perdido. Apenas me dio tiempo de asustarme, porque enseguida vi que papá les había encontrado. Aidan parecía entre molesto y aliviado y, aunque me hubiera encantado interceder por mi hermanito, tuve que hacerme cargo de Dylan, que vino a buscarme, alterado por la cantidad de gente que había en esos pasillos. Decidí que lo mejor era volver al palco, donde teníamos cierta privacidad y aislamiento.

 

-         AIDAN’S POV –

Hacía mucho que había llegado a la conclusión de que era una persona impulsiva, pero hasta a mí me sorprendió lo natural que me salió sujetar a West y darle dos golpecitos sobre el pantalón. El niño empezó a llorar enseguida, desconsoladamente, más sorprendido que otra cosa, según creo.

¿Pero qué rayos pasaba conmigo? Primero regañaba a Mike quién sabe con qué derecho y después me tomaba atribuciones con el hijo de mi novia… El pequeño estaba berrinchudo y había pateado a su madre, pero no me correspondía a mí castigarle. ¿Es que acaso no me enfurecía que Aaron hiciera eso mismo, pasar por encima de Holly para reprender a sus sobrinos?

En un segundo impulso, alcé a West en brazos y froté su espalda, tratando de calmarle.

-         Shhh. Ya está, campeón, ya está. No se dan patadas a la mamá, ¿bueno?

Miré a Holly con algo de temor. En una ocasión, me había autorizado a regañar a Blaine, pero el permiso no tenía por qué extenderse al resto de sus hijos ni a cualquier situación. Es más, lo más seguro es que no lo hiciera.

Holly estaba seria, pero no se veía especialmente enfadada. Me aferré a eso y me concentré en el niño, que se había agarrado a mí con fuerza, escondiendo la cara en mi cuello sin dejar de llorar.

“Cosita. Eres un monstruo” me reproché.

-         Ya pasó, cariño. ¿Quieres ir con mami?

El pequeño asintió, así que le separé ligeramente. Sin decir nada, Holly estiró las manos para que le diera a su hijo y yo se lo entregué con una mirada de disculpa. Acaricié el pelo de West, admirando sus rizos. Iba a ser muy guapo cuando fuera mayor y era un niñito adorable.

-         ¿Te duele? – le escuché preguntar a Holly, en un susurro. West negó con la cabeza, lo cual me alivió considerablemente. – Pues a mí todavía me duele un poquito la pierna. ¿Me das un besito para que se me pase?

El niño gimoteó y le dio un beso rápido en la mejilla, con algo de vergüenza. La sala empezaba a llenarse con el resto de nuestros hijos y la mayoría observaron con curiosidad la escena. Caminé hasta Kurt para sacarle de la esquina y mi bebé también parecía avergonzado.

-         Sé que tenías buena intención, campeón, pero no puedes desaparecer así, ¿vale? Papá se asustó mucho.

 

-         Perdón – puchereó.

 

-         No pasa nada. Ven, dame un abrazo.

Kurt se colgó gustoso de mi cuello y parecía que quería quedarse ahí por un rato. Le apoyé en mi cadera e hice un recuento mental de todos los que ya habían llegado.

-         ¿Y Dylan? – pregunté, intranquilo, porque la última vez que le había visto estaba con Jandro pero ahora él estaba solo.

 

-         Con Ted. Ya entraron al palco. Nosotros tendríamos que ir también, ya va a empezar el segundo acto.

 

-         Sí, vamos pasando. ¿Os está gustando la obra?

Recibí varios asentimientos y varios gritos entusiastas y sonreí.

-         ¿Qué le pasó al enano? – preguntó Blaine, refiriéndose a su hermano.

 

-         Se metió en un pequeño lío – respondió Holly por mí. – Pero ya está todo bien.

Deseé con todas mis fuerzas que también estuviera todo bien entre nosotros.

-         … ¿Puedo tomar champán?  - preguntó Michael, repentinamente, mirando la botella que permanecía intacta en un recipiente con hielo.

 

-         En tus sueños, tal vez – repliqué.

 

-         ¡Papá! ¡Te lo estoy pidiendo, no es como si estuviera bebiendo a escondidas! Es solo una copa.

 

-         La respuesta sigue siendo no, hijo – le dije, ganándome un bufido de mi muchacho.

Sam nos miró con curiosidad. Él tenía veintiún años, la edad legal para beber y quizá estaba esperando un ofrecimiento.

-         Esto… supongo que tú… sí puedes… - añadí, poco convencido, pero consciente de que no podía llevar mi desagrado por el alcohol tan lejos.

 

-         No me gusta el champán.

Un aviso de megafonía avisó de que la obra se iba a reanudar, así que nos dimos prisa en ocupar nuestros asientos. Holly sentó a West en su butaca y después vino a ocupar su sitio al lado del mío.

-         Lo que pasó antes… con West… yo… - empecé.

 

-         Sé que no le hiciste daño – me interrumpió. Sus palabras decían “está todo bien” pero su tono no me indicaba lo mismo. ¿Era eso a lo que se refería la gente cuando aseguraban que las mujeres nunca dicen lo que piensan de verdad cuando están enfadadas?

 

-         No, pero no debí… es decir… es tu hijo y…

 

-         No me gustó que lo hicieras tú, como no me hubiera gustado tener que hacerlo yo, pero entiendo por qué lo hiciste. Además, él ha reaccionado mejor de lo que esperaba, creo que por el shock de que hayas sido tú quien le regañe.

 

-         ¿No estás enfadada? – pregunté.

 

-         No.

 

-         Pareces enfadada – insistí, sonándome mucho más joven de pronto, casi como si tuviera la edad de Ted. Holly sonrió un poquito.

 

-         Es solo que, desde que Blaine se quedó a dormir a tu casa, los niños me hacen muchas preguntas.

 

-         ¿Qué clase de preguntas?

 

-         Se pueden en resumir en que quieren saber si vas a ser su nuevo padre.

 

Enmudecí por unos instantes. Era una cuestión importante y entendí por qué Holly tenía esa expresión seria. Había muchas cosas a considerar, empezando porque estábamos hablando de once niños y adolescentes, más un Aaron para el que no tenía mejor descripción que su nombre propio, ya que para Holly era un hijo-hermano.

 

¿Qué si quería ser su padre? Mi cerebro aún se estaba poniendo al día con eso, pero mi corazón ya había decidido que sí. Sin embargo, ¿podía serlo? ¿Con todo lo que implicaba? ¿Podía darles a aquellos niños y a los míos todo lo que necesitaban? ¿Podía hacerles felices?

 

-         Me gustaría – decidí ser sincero. – No tengo ni idea de cómo podría hacerlo funcionar, pero me gustaría intentarlo. Si Andrew hubiera tenido doce hijos más, hubiera hecho lo posible por traerles conmigo, por mantener unida a la familia, porque siento que el lugar de los hermanos es junto a sus hermanos. De la misma manera, siento que mi lugar está junto a ti y junto a tus niños.

 

El rostro de Holly se iluminó y me tomó de la mano.

 

-         Y el mío está contigo y con tus hijos.

 

Sonreí y en ese momento las luces se apagaron. Nos concentramos en la obra y fue admirable lo bien que se portaron los enanos. Alice y los trillizos se quedaron dormiditos. Hannah vino a sentarse conmigo a la media hora y Kurt se acercó tímidamente a Holly, que le recibió con los brazos abiertos.

 

Me fijé también en que Agus se apoyaba sobre el hombro de Ted, en que Barie estaba totalmente absorbida por el musical, al igual que Alejandro y Scarlett, y en que Aaron no despegaba la vista de su móvil.

 

-         ¿Le ocurre algo? – le susurré a Holly.

 

-         Está hablando con sus abuelos. Mis suegros – me aclaró. – … Exsuegros. Están pensando en regresar a los Estados Unidos. Aún conservan la casa que tenían aquí.

Qué relaciones tan complicadas. Aaron era el hermano de Holly y sin embargo llamaba “abuelos” a las mismas personas que Blaine.

“Mira quién fue hablar, el hermano-primo de sus hijos” me recordé.

Desde luego, nuestros árboles genealógicos darían dolor de cabeza a cualquiera.

-         ¿Por qué se marcharon? – me interesé. Aquellas personas eran importantes para Holly, así que quería saber más de ellas.

 

-         Son ya mayores y sin obligaciones laborales. Cuando mis cuñados se marcharon a Europa, comenzaron a viajar mucho, para verles. Cuando… Connor murió… se quedaron allí. Supongo que venir aquí les traía recuerdos amargos.

 

-         ¿Y por qué quieren volver?

 

-         No estoy segura. Tal vez para estar con sus nietos, pero también dejarían nietos allí…

 

-         Les quieres mucho, ¿no? – percibí de pronto. Holly asintió.

 

-         En cierto modo, han sido como unos padres para mí. Siempre me trataron muy bien.

 

Decidí que ya me caían bien, entonces. Aunque quizá ellos fueran a verme como un enemigo, que quería usurpar el lugar de su hijo.

 

-         Shhh – nos chistó Alejandro.

 

Nos ruborizamos como un par de críos regañados y guardamos silencio hasta el final de la obra.

 

-         BLAINE’S POV –

 

Las historias de grandes tragedias, como el Titanic, siempre me ponían triste, pero no por la pareja protagonista, sino por todos los que murieron en ese barco. De la misma manera, el musical que fuimos a ver me hizo reflexionar sobre lo distinta y dura que era la vida en la Edad Media y en las pocas posibilidades que yo habría tenido de sobrevivir en un mundo así. Todo era demasiado cruel, demasiado marcado por la supervivencia.

 

A veces me daba por pensar que mi padre pretendía prepararme para un mundo como ese. Las misiones militares le cambiaron, le hicieron ver la vida de otra forma y, a partir de ahí, se propuso “hacer un hombre” de mí, sea lo que sea que eso signifique.

 

Aidan era mucho más cariñoso. No solo con sus hijos, sino conmigo también. Al parecer, a él no le importaba que tuviera dieciséis años. Tampoco le había importado cuando me castigó… Me trató con la misma compasión que mi madre y no se enfadó cuando me vio llorar.

 

“No llores. Todavía ni te he tocado. ¡No llores! Eres peor que tu hermano pequeño”.

 

Esas palabras de mi padre se me clavaron como cuchillos. Tenía trece años y no me apetecía sacar la basura, así que ignoré la orden demasiadas veces, hasta que al final se hartó. Se quitó el cinturón y me regañó a los gritos. La combinación de su tono agrio con la anticipación de lo que iba a pasar hizo que me saltaran las lágrimas involuntariamente y aquello no le gustó. Paradójicamente, cuanto más me regañaba por llorar, más ganas me daban de hacerlo.

 

-         ¡Basta! ¡Ya no eres un bebé, no te comportes como uno!

 

-         Ya saco la basura, de verdad.

 

-         Oh, claro que la vas a sacar. Después de que te enseñe a obedecerme.

 

Mamá estaba acosando al bebé en el piso de arriba y mi mirada se dirigió a las escaleras. Mi padre adivinó mis intenciones.

 

-         No pienses que tu madre te va a sacar de esta. ¡Cuando te mande algo lo haces de inmediato!

 

ZAS

 

-         ¡Ay! ¡Mamiiii! – la llamé.

 

-         ¿Mami? ¿Qué tienes ahora, cinco años? ¡Sé un hombre!

 

Pero yo no quería ser un hombre y menos en ese momento, así que salí corriendo, con tan buena suerte que logré escabullirme y llegar junto a mi madre. No me dio tiempo a decirle nada, simplemente me escondí detrás de ella justo cuando papá me alcanzó.

 

-         ¡Connor, cálmate!

 

-         ¡No me digas que me calme, ese crío se rio en mi cara!

 

-         ¡No es verdad, no hice eso! – me defendí. Hacía bastante que no me reía cerca de él, en realidad, así que era una acusación gratuita.

 

-         ¡Aparta esa cosa! No pudo hacer nada tan grave… ¿Qué pasó?

 

-         No quería sacar la basura, pero ya lo hago, mamá, ya mismo voy… - prometí.

 

-         ¿¡Y por eso le ibas a pegar!?

 

-         ¡Se lo repetí más de tres veces! – gruñó mi padre.

 

No recuerdo con detalle cómo acabó aquella discusión. Las peleas se superponían en mi mente y a veces mezclaba fragmentos. Sé que en aquella ocasión me libré de una zurra. No volví a remolonear a la hora de cumplir mis tareas, pero tampoco volví a llorar delante de mi padre.

 

Sean siempre la tuvo más difícil con eso. Papá le machacó mucho y le regañaba de forma despectiva, diciendo que se portaba como una niña.

 

La cuestión es que uno tiende a justificar esa clase de comportamientos de sus padres con aquello de “así fue como le educaron”, pero, a parte de que no me parece excusa, en realidad dudaba mucho que los abuelos le hubieran criado así. Sabía que podían ser super estrictos, pero no me les imaginaba regañando a nadie por llorar ni limitando las muestras de afecto. El abuelo seguía abrazando a mis tíos, y arropándoles cuando se quedaban dormidos en el sofá, a pesar de que tenían más de cuarenta años. Incluso le había visto saludarles con un beso en la frente… Cosa que también le había visto hacer a Aidan.

 

Probablemente mi padre no soportaba verme llorar porque mis lágrimas le generaban algún tipo de culpabilidad por ser un tremendo capullo.

 

-         Eh, que estás empanado – me dijo Sam, devolviéndome al presente.

Sacudí la cabeza y le seguí fuera del palco, porque la obra ya había terminado.

-         ¿Estás bien? – me preguntó.

 

-         Sí. Tengo que ir al baño.

 

-         Pues ve. Aidan ha dicho que quiere esperar un poco antes de salir, por si acaso vuelve a haber periodistas. Planea salir por la puerta discreta de la que nos hablaron.

Asentí. Seguramente, sería lo mejor. Bajé al servicio no tanto con ganas de mear como de despejarme. Tal vez mojarme la cara o lavarme algún que otro recuerdo. Sin embargo, cuando entré a los baños, me olvidé del pasado, de mi padre y de cualquier otra cosa, porque reconocí a una sanguijuela: Benjamin, el gilipollas que había acosado a Leah en el instituto. Tenía una tira blanca en el puente de la nariz, y todavía se notaba un cardenal púrpura bajo sus pómulos. Debía de ser verdad que mi hermana le había roto la nariz, entonces.

-         ¡Tú! – exclamé. ¿Cuáles eran las probabilidades? - ¿Qué coño haces aquí?

 

Pareció realmente sorprendido de verme.

 

-         Vine con mis padres.

 

-         ¿Cómo pudiste hacerle eso a mi hermana? – le gruñí.

 

-         Mira, tío, ya me expulsaron. Estoy bien jodido, así que…

 

-         ¡Y más que lo vas a estar! – le aseguré.

 

-         No quiero problemas…

 

-         ¿Pasa algo? – preguntó Alejandro, entrando al baño en ese momento. Junto a él estaban Sean, Michael y Mike, el amigo de Ted que se llamaba como su hermano.

 

-         ¡Este imbécil acosó a mi hermana! ¡La acorraló y le metió mano! – les expliqué.

 

-         ¿Qué hizo qué? – bufó Alejandro, pero Sean ya se había abalanzado.

 

-         ¡ERES UN DESGRACIADO! – le gritó.

 

-         ¡Solo era una apuesta! – se defendió Benjamin. – Sé que fue una tontería, no pensé que fuera para tanto…

 

-         Pues ahora vas a ver que sí era para tanto – siseó Sean. – Blaine, bloquea la puerta.

 

Hice lo que me pedía, aprovechando que nos habíamos quedado solos los seis. La puerta tenía un pestillo, destinado quizá a cuando había que cerrar los baños por avería, y lo corrí.

 

-         No quiero problemas – repitió Benjamin. – Dejad que me vaya, ya no voy al colegio, no me vais a volver a ver…

 

-         A ver si me he enterado bien de la historia. ¿Este capullo molestó a Leah? – preguntó Mike. Le había visto hablando con mi hermana y había notado cómo se miraban, creo que se habían gustado.

 

-         La encerró en un baño, la besó e intentó más cosas, pero ella le rompió la nariz – le expliqué.

 

-         Oh, pero mira qué casualidad, si estamos en un baño cerrado – susurró.

 

-         Dejadme en paz, joe, no le hice nada, ¿vale? No pensaba hacerle nada, solo era una broma, una apuesta…

 

-         Te apuesto veinte dólares a que esta escoria no vuelve a molestar a una chica – dijo Alejandro.

 

-         Hecho – respondió Mike.

 

Hicimos un semicírculo alrededor de él, de tal manera que la espalda de Benjamin quedó empotrada contra la pared, sin escapatoria posible. Estaba a punto de cagarse en los pantalones, lo veía en sus ojos. Desesperado, intentó abrirse paso con los hombros entre media de Sean y yo y fue entonces cuando mi hermano soltó el primer golpe, directo a su mandíbula.

 

 

-         AIDAN’S POV –

 

No pensaba volver a perder de vista a los enanos. Decidimos mantenerlos en el salón anexo mientras los mayores iban al baño, algunos por segunda vez, puesto que ya habían ido en el descanso. Cuando parte del público se hubiera marchado y el teatro estuviera más despejado, iríamos con los enanos si lo necesitaban y después buscaríamos algún encargado que nos indicara por dónde era mejor que saliéramos.

 

Alice, West, Hannah y Kurt se pusieron a jugar a una especie de pilla pilla y Sam se unió a ellos atrapándoles y haciéndoles dar vueltas en el aire. Las risas no tardaron en llegar.

 

Por su parte, Barie al fin había conseguido entablar una especie de conversación con Scarlett y se la veía eufórica.

 

-         Papá, los baños están cerrados – me informó Zach, que volvía de allí.

 

-         ¿De verdad? Pero si mucha gente quiere ir, tiene que haber hasta cola. Tus hermanos están allí.

 

-         Sí que se oían voces… pero están cerrados – insistió. – Solo los de hombres.

 

Intercambié una mirada con los más mayores de la habitación y me apresuré a bajar para investigar. Aaron y Sam vinieron conmigo. Ted se quedó con Holly, Agus y Fred cuidando de los pequeños.

 

Efectivamente, los baños estaban bloqueados. El personal de seguridad ya había acudido, alertados o bien por la gente o bien por los ruidos que se escuchaban desde los servicios. Nada de eso me daba buena espina.

Con el juego de llaves adecuado, abrieron la puerta en pocos segundos. Los sonidos se hicieron más claros entonces: gritos de dolor y de rabia. Entonces enfoqué la imagen y entendí lo que estaba pasando, aunque en verdad tan solo procesé los datos visuales, porque entender, no entendía nada: mis hijos, los de Holly, y Mike, estaban dándole una paliza a un muchacho que debía rondar la edad de Sean.

El chico estaba agazapado, en una inferioridad numérica brutal y de vez en cuando le llegaban empujones, o puñetazos.

-         Ya no eres tan valiente, ¿no? – le escuché decir a Blaine.

Aquello no podía estar pasando. Debía de ser la escena de alguna película. Ninguno de aquellos cinco muchachos era un matón. No podía ser cierto lo que estaban viendo mis ojos.

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