CAPÍTULO
134: El musical (parte 3): Acorralado
El musical me estaba encantando. En aquellos momentos,
rodeado de casi todas las personas que eran importantes en mi vida, experimenté
una sensación de pura felicidad. Agus me agarró la mano nada más empezar y no
me la soltó hasta que llegó el descanso. El primer acto se me pasó en un
suspiro, pero agradecí la pausa porque quería estirar las piernas.
-
El protagonista tiene una vez maravillosa – suspiró Agus.
-
Pues Ted tampoco can… - empezó Mike, que nos había oído, pero
le tapé la boca. Él era una de las pocas personas que me había oído cantar y no
hacía falta que lo fuera pregonando. Mi amigo forcejeó para liberarse. - ¡Ey!
¡Eso es censura! ¿Qué pasa, no quieres que tu novia sepa que sabes cantar? –
preguntó con malicia.
Le fulminé con la mirada.
-
¡Grr! ¡Mike! – protesté, dándole un golpe en el brazo con el
puño. Como estaba más cachas que un armario ni lo notó, claro.
-
¿Sabes cantar? – se interesó Agustina.
-
No sueno como un gato atropellado, pero tampoco diría que se
cantar – mascullé. – Vamos al baño, seguro que se llenan y el descanso no dura
tanto – sugerí, para cambiar de tema. Por suerte funcionó y ambos dejaron el
asunto.
Casi todos los demás querían ir al baño también, pero
nosotros nos adelantamos. Fred y Leah se nos unieron, aunque Leah caminaba como
una autómata sin despegar la vista de su móvil, ignorándonos. Tanto así que se
tropezó por las escaleras, pero Mike la sujetó con muy buenos reflejos.
-
Cuidado – susurró él.
-
¡Suéltame! – exigió Leah, furiosa.
-
Creo que lo que querías decir es “gracias” – replicó Mike.
-
Piérdete.
-
Vaya. Tenemos carácter, ¿no?
-
Cállate.
-
“Suéltame”. “Piérdete” “Cállate”. ¿Tu vocabulario incluye
algo más que imperativos? Por saber, solo… - dijo Mike. A veces creo que le
gustaba jugarse el cuello, porque los ojos de Leah echaban chispas y cualquiera
se lo habría pensado dos veces antes de cruzarse en su camino y contrariarla.
-
Vete a la mierda.
-
Ah, incluye palabrotas también.
-
Estamos formando un tapón – nos informó Fred.
Nos
apartamos de las escaleras y Leah le lanzó a Mike una mirada de desprecio, pero
al mismo tiempo me dio la impresión de que le estaba estudiando, como
analizando su anatomía o algo así.
-
¿Y? ¿Me vas a dar las gracias? – insistió Mike.
-
¿Siempre que rescatas a alguien esperas un trofeo a cambio? –
respondió Leah.
-
Bien, por fin reconoces que te rescaté.
-
¡Agh! ¡Déjame en paz!
-
En cuanto me des tu número de teléfono – replicó Mike.
Tras
un incómodo silencio, Leah estiró la mano, la metió en el bolsillo del pantalón
de mi amigo y sacó su móvil. Con un gesto silencioso, le indicó que
desbloqueara la pantalla y después grabó su número.
-
Ahora, piérdete – le espetó y se metió al baño de mujeres.
-
¿Qué acaba de pasar? – murmuré, confuso.
-
Pues, al parecer, Mike acaba de mover ficha con tu futura
hermana – me tradujo Fred.
-
¿Eso no va contra alguna clase de código de tíos? – se
interesó Agus.
Mike
me miró con preocupación.
-
Solo estaba haciendo el tonto, no me gusta ni nada – me
aseguró.
-
Ni soy su dueño, ni soy su hermano, todavía – respondí. – Por
mí haz lo que quieras, pero ten cuidado.
-
No voy a hacer el gilipollas con tu hermana, Ted, tranquilo.
-
No, si lo digo por ti. Creo que Leah es perfectamente capaz
de descuartizarte – le aclaré.
-
Y si no, tiene suficientes hermanos que podrían hacerlo por
ella. Piénsatelo bien antes de meterte con esta – le sugirió Fred, con una
sonrisa. Mike era el ligón del grupo. Nunca había tenido novia formal, en
parte, creo, porque sus padres se oponían a que cualquier relación le
distrajera de sus estudios y en parte porque tampoco buscaba nada serio. Se le
daba bien coquetear, sin embargo, y solía conseguir los contactos de las chicas
con tanta facilidad como había conseguido el de Leah. Pero creo que nunca había
llamado a ninguna.
Entramos
al baño y justo cuando salía me crucé con Alejandro, que me dijo que Kurt y
West se habían perdido. Apenas me dio tiempo de asustarme, porque enseguida vi
que papá les había encontrado. Aidan parecía entre molesto y aliviado y, aunque
me hubiera encantado interceder por mi hermanito, tuve que hacerme cargo de
Dylan, que vino a buscarme, alterado por la cantidad de gente que había en esos
pasillos. Decidí que lo mejor era volver al palco, donde teníamos cierta
privacidad y aislamiento.
-
AIDAN’S POV –
Hacía
mucho que había llegado a la conclusión de que era una persona impulsiva, pero
hasta a mí me sorprendió lo natural que me salió sujetar a West y darle dos
golpecitos sobre el pantalón. El niño empezó a llorar enseguida,
desconsoladamente, más sorprendido que otra cosa, según creo.
¿Pero
qué rayos pasaba conmigo? Primero regañaba a Mike quién sabe con qué derecho y
después me tomaba atribuciones con el hijo de mi novia… El pequeño estaba berrinchudo
y había pateado a su madre, pero no me correspondía a mí castigarle. ¿Es que
acaso no me enfurecía que Aaron hiciera eso mismo, pasar por encima de Holly
para reprender a sus sobrinos?
En
un segundo impulso, alcé a West en brazos y froté su espalda, tratando de
calmarle.
-
Shhh. Ya está, campeón, ya está. No se dan patadas a la mamá,
¿bueno?
Miré
a Holly con algo de temor. En una ocasión, me había autorizado a regañar a
Blaine, pero el permiso no tenía por qué extenderse al resto de sus hijos ni a
cualquier situación. Es más, lo más seguro es que no lo hiciera.
Holly
estaba seria, pero no se veía especialmente enfadada. Me aferré a eso y me
concentré en el niño, que se había agarrado a mí con fuerza, escondiendo la
cara en mi cuello sin dejar de llorar.
“Cosita.
Eres un monstruo” me reproché.
-
Ya pasó, cariño. ¿Quieres ir con mami?
El
pequeño asintió, así que le separé ligeramente. Sin decir nada, Holly estiró
las manos para que le diera a su hijo y yo se lo entregué con una mirada de
disculpa. Acaricié el pelo de West, admirando sus rizos. Iba a ser muy guapo
cuando fuera mayor y era un niñito adorable.
-
¿Te duele? – le escuché preguntar a Holly, en un susurro.
West negó con la cabeza, lo cual me alivió considerablemente. – Pues a mí
todavía me duele un poquito la pierna. ¿Me das un besito para que se me pase?
El
niño gimoteó y le dio un beso rápido en la mejilla, con algo de vergüenza. La
sala empezaba a llenarse con el resto de nuestros hijos y la mayoría observaron
con curiosidad la escena. Caminé hasta Kurt para sacarle de la esquina y mi
bebé también parecía avergonzado.
-
Sé que tenías buena intención, campeón, pero no puedes
desaparecer así, ¿vale? Papá se asustó mucho.
-
Perdón – puchereó.
-
No pasa nada. Ven, dame un abrazo.
Kurt
se colgó gustoso de mi cuello y parecía que quería quedarse ahí por un rato. Le
apoyé en mi cadera e hice un recuento mental de todos los que ya habían
llegado.
-
¿Y Dylan? – pregunté, intranquilo, porque la última vez que
le había visto estaba con Jandro pero ahora él estaba solo.
-
Con Ted. Ya entraron al palco. Nosotros tendríamos que ir
también, ya va a empezar el segundo acto.
-
Sí, vamos pasando. ¿Os está gustando la obra?
Recibí
varios asentimientos y varios gritos entusiastas y sonreí.
-
¿Qué le pasó al enano? – preguntó Blaine, refiriéndose a su
hermano.
-
Se metió en un pequeño lío – respondió Holly por mí. – Pero
ya está todo bien.
Deseé
con todas mis fuerzas que también estuviera todo bien entre nosotros.
-
… ¿Puedo tomar champán?
- preguntó Michael, repentinamente, mirando la botella que permanecía
intacta en un recipiente con hielo.
-
En tus sueños, tal vez – repliqué.
-
¡Papá! ¡Te lo estoy pidiendo, no es como si estuviera
bebiendo a escondidas! Es solo una copa.
-
La respuesta sigue siendo no, hijo – le dije, ganándome un
bufido de mi muchacho.
Sam
nos miró con curiosidad. Él tenía veintiún años, la edad legal para beber y
quizá estaba esperando un ofrecimiento.
-
Esto… supongo que tú… sí puedes… - añadí, poco convencido,
pero consciente de que no podía llevar mi desagrado por el alcohol tan lejos.
-
No me gusta el champán.
Un
aviso de megafonía avisó de que la obra se iba a reanudar, así que nos dimos
prisa en ocupar nuestros asientos. Holly sentó a West en su butaca y después
vino a ocupar su sitio al lado del mío.
-
Lo que pasó antes… con West… yo… - empecé.
-
Sé que no le hiciste daño – me interrumpió. Sus palabras
decían “está todo bien” pero su tono no me indicaba lo mismo. ¿Era eso a lo que
se refería la gente cuando aseguraban que las mujeres nunca dicen lo que
piensan de verdad cuando están enfadadas?
-
No, pero no debí… es decir… es tu hijo y…
-
No me gustó que lo hicieras tú, como no me hubiera gustado
tener que hacerlo yo, pero entiendo por qué lo hiciste. Además, él ha
reaccionado mejor de lo que esperaba, creo que por el shock de que hayas sido
tú quien le regañe.
-
¿No estás enfadada? – pregunté.
-
No.
-
Pareces enfadada – insistí, sonándome mucho más joven de
pronto, casi como si tuviera la edad de Ted. Holly sonrió un poquito.
-
Es solo que, desde que Blaine se quedó a dormir a tu casa,
los niños me hacen muchas preguntas.
-
¿Qué clase de preguntas?
-
Se pueden en resumir en que quieren saber si vas a ser su
nuevo padre.
Enmudecí por unos instantes. Era una cuestión importante y
entendí por qué Holly tenía esa expresión seria. Había muchas cosas a
considerar, empezando porque estábamos hablando de once niños y adolescentes,
más un Aaron para el que no tenía mejor descripción que su nombre propio, ya
que para Holly era un hijo-hermano.
¿Qué si quería ser su padre? Mi cerebro aún se estaba
poniendo al día con eso, pero mi corazón ya había decidido que sí. Sin embargo,
¿podía serlo? ¿Con todo lo que implicaba? ¿Podía darles a aquellos niños y a
los míos todo lo que necesitaban? ¿Podía hacerles felices?
-
Me gustaría – decidí ser sincero. – No tengo ni idea de cómo
podría hacerlo funcionar, pero me gustaría intentarlo. Si Andrew hubiera tenido
doce hijos más, hubiera hecho lo posible por traerles conmigo, por mantener
unida a la familia, porque siento que el lugar de los hermanos es junto a sus
hermanos. De la misma manera, siento que mi lugar está junto a ti y junto a tus
niños.
El rostro de Holly se iluminó y me tomó de la mano.
-
Y el mío está contigo y con tus hijos.
Sonreí y en ese momento las luces se apagaron. Nos
concentramos en la obra y fue admirable lo bien que se portaron los enanos.
Alice y los trillizos se quedaron dormiditos. Hannah vino a sentarse conmigo a
la media hora y Kurt se acercó tímidamente a Holly, que le recibió con los brazos
abiertos.
Me fijé también en que Agus se apoyaba sobre el hombro de
Ted, en que Barie estaba totalmente absorbida por el musical, al igual que
Alejandro y Scarlett, y en que Aaron no despegaba la vista de su móvil.
-
¿Le ocurre algo? – le susurré a Holly.
-
Está hablando con sus abuelos. Mis suegros – me aclaró. – …
Exsuegros. Están pensando en regresar a los Estados Unidos. Aún conservan la
casa que tenían aquí.
Qué
relaciones tan complicadas. Aaron era el hermano de Holly y sin embargo llamaba
“abuelos” a las mismas personas que Blaine.
“Mira
quién fue hablar, el hermano-primo de sus hijos” me recordé.
Desde
luego, nuestros árboles genealógicos darían dolor de cabeza a cualquiera.
-
¿Por qué se marcharon? – me interesé. Aquellas personas eran
importantes para Holly, así que quería saber más de ellas.
-
Son ya mayores y sin obligaciones laborales. Cuando mis
cuñados se marcharon a Europa, comenzaron a viajar mucho, para verles. Cuando…
Connor murió… se quedaron allí. Supongo que venir aquí les traía recuerdos
amargos.
-
¿Y por qué quieren volver?
-
No estoy segura. Tal vez para estar con sus nietos, pero
también dejarían nietos allí…
-
Les quieres mucho, ¿no? – percibí de pronto. Holly asintió.
-
En cierto modo, han sido como unos padres para mí. Siempre me
trataron muy bien.
Decidí que ya me caían bien, entonces. Aunque quizá ellos
fueran a verme como un enemigo, que quería usurpar el lugar de su hijo.
-
Shhh – nos chistó Alejandro.
Nos ruborizamos como un par de críos regañados y guardamos
silencio hasta el final de la obra.
-
BLAINE’S POV –
Las historias de grandes tragedias, como el Titanic,
siempre me ponían triste, pero no por la pareja protagonista, sino por todos
los que murieron en ese barco. De la misma manera, el musical que fuimos a ver
me hizo reflexionar sobre lo distinta y dura que era la vida en la Edad Media y
en las pocas posibilidades que yo habría tenido de sobrevivir en un mundo así.
Todo era demasiado cruel, demasiado marcado por la supervivencia.
A veces me daba por pensar que mi padre pretendía prepararme
para un mundo como ese. Las misiones militares le cambiaron, le hicieron ver la
vida de otra forma y, a partir de ahí, se propuso “hacer un hombre” de mí, sea
lo que sea que eso signifique.
Aidan era mucho más cariñoso. No solo con sus hijos, sino
conmigo también. Al parecer, a él no le importaba que tuviera dieciséis años.
Tampoco le había importado cuando me castigó… Me trató con la misma compasión
que mi madre y no se enfadó cuando me vio llorar.
“No llores. Todavía ni te he tocado. ¡No llores! Eres peor
que tu hermano pequeño”.
Esas palabras de mi padre se me clavaron como cuchillos. Tenía
trece años y no me apetecía sacar la basura, así que ignoré la orden demasiadas
veces, hasta que al final se hartó. Se quitó el cinturón y me regañó a los
gritos. La combinación de su tono agrio con la anticipación de lo que iba a
pasar hizo que me saltaran las lágrimas involuntariamente y aquello no le
gustó. Paradójicamente, cuanto más me regañaba por llorar, más ganas me daban
de hacerlo.
-
¡Basta! ¡Ya no eres un bebé, no te comportes como uno!
-
Ya saco la basura, de verdad.
-
Oh, claro que la vas a sacar. Después de que te enseñe a
obedecerme.
Mamá estaba acosando al bebé en el piso de arriba y mi mirada
se dirigió a las escaleras. Mi padre adivinó mis intenciones.
-
No pienses que tu madre te va a sacar de esta. ¡Cuando te
mande algo lo haces de inmediato!
ZAS
-
¡Ay! ¡Mamiiii! – la llamé.
-
¿Mami? ¿Qué tienes ahora, cinco años? ¡Sé un hombre!
Pero yo no quería ser un hombre y menos en ese momento, así
que salí corriendo, con tan buena suerte que logré escabullirme y llegar junto
a mi madre. No me dio tiempo a decirle nada, simplemente me escondí detrás de
ella justo cuando papá me alcanzó.
-
¡Connor, cálmate!
-
¡No me digas que me calme, ese crío se rio en mi cara!
-
¡No es verdad, no hice eso! – me defendí. Hacía bastante que
no me reía cerca de él, en realidad, así que era una acusación gratuita.
-
¡Aparta esa cosa! No pudo hacer nada tan grave… ¿Qué pasó?
-
No quería sacar la basura, pero ya lo hago, mamá, ya mismo voy…
- prometí.
-
¿¡Y por eso le ibas a pegar!?
-
¡Se lo repetí más de tres veces! – gruñó mi padre.
No recuerdo con detalle cómo acabó aquella discusión. Las
peleas se superponían en mi mente y a veces mezclaba fragmentos. Sé que en
aquella ocasión me libré de una zurra. No volví a remolonear a la hora de
cumplir mis tareas, pero tampoco volví a llorar delante de mi padre.
Sean siempre la tuvo más difícil con eso. Papá le machacó
mucho y le regañaba de forma despectiva, diciendo que se portaba como una niña.
La cuestión es que uno tiende a justificar esa clase de
comportamientos de sus padres con aquello de “así fue como le educaron”, pero,
a parte de que no me parece excusa, en realidad dudaba mucho que los abuelos le
hubieran criado así. Sabía que podían ser super estrictos, pero no me les
imaginaba regañando a nadie por llorar ni limitando las muestras de afecto. El
abuelo seguía abrazando a mis tíos, y arropándoles cuando se quedaban dormidos
en el sofá, a pesar de que tenían más de cuarenta años. Incluso le había visto
saludarles con un beso en la frente… Cosa que también le había visto hacer a
Aidan.
Probablemente mi padre no soportaba verme llorar porque mis
lágrimas le generaban algún tipo de culpabilidad por ser un tremendo capullo.
-
Eh, que estás empanado – me dijo Sam, devolviéndome al
presente.
Sacudí
la cabeza y le seguí fuera del palco, porque la obra ya había terminado.
-
¿Estás bien? – me preguntó.
-
Sí. Tengo que ir al baño.
-
Pues ve. Aidan ha dicho que quiere esperar un poco antes de salir,
por si acaso vuelve a haber periodistas. Planea salir por la puerta discreta de
la que nos hablaron.
Asentí.
Seguramente, sería lo mejor. Bajé al servicio no tanto con ganas de mear como
de despejarme. Tal vez mojarme la cara o lavarme algún que otro recuerdo. Sin
embargo, cuando entré a los baños, me olvidé del pasado, de mi padre y de
cualquier otra cosa, porque reconocí a una sanguijuela: Benjamin, el gilipollas
que había acosado a Leah en el instituto. Tenía una tira blanca en el puente de
la nariz, y todavía se notaba un cardenal púrpura bajo sus pómulos. Debía de
ser verdad que mi hermana le había roto la nariz, entonces.
-
¡Tú! – exclamé. ¿Cuáles eran las probabilidades? - ¿Qué coño
haces aquí?
Pareció
realmente sorprendido de verme.
-
Vine con mis padres.
-
¿Cómo pudiste hacerle eso a mi hermana? – le gruñí.
-
Mira, tío, ya me expulsaron. Estoy bien jodido, así que…
-
¡Y más que lo vas a estar! – le aseguré.
-
No quiero problemas…
-
¿Pasa algo? – preguntó Alejandro, entrando al baño en ese
momento. Junto a él estaban Sean, Michael y Mike, el amigo de Ted que se
llamaba como su hermano.
-
¡Este imbécil acosó a mi hermana! ¡La acorraló y le metió
mano! – les expliqué.
-
¿Qué hizo qué? – bufó Alejandro, pero Sean ya se había
abalanzado.
-
¡ERES UN DESGRACIADO! – le gritó.
-
¡Solo era una apuesta! – se defendió Benjamin. – Sé que fue
una tontería, no pensé que fuera para tanto…
-
Pues ahora vas a ver que sí era para tanto – siseó Sean. –
Blaine, bloquea la puerta.
Hice lo que me pedía, aprovechando que nos habíamos quedado
solos los seis. La puerta tenía un pestillo, destinado quizá a cuando había que
cerrar los baños por avería, y lo corrí.
-
No quiero problemas – repitió Benjamin. – Dejad que me vaya,
ya no voy al colegio, no me vais a volver a ver…
-
A ver si me he enterado bien de la historia. ¿Este capullo
molestó a Leah? – preguntó Mike. Le había visto hablando con mi hermana y había
notado cómo se miraban, creo que se habían gustado.
-
La encerró en un baño, la besó e intentó más cosas, pero ella
le rompió la nariz – le expliqué.
-
Oh, pero mira qué casualidad, si estamos en un baño cerrado –
susurró.
-
Dejadme en paz, joe, no le hice nada, ¿vale? No pensaba
hacerle nada, solo era una broma, una apuesta…
-
Te apuesto veinte dólares a que esta escoria no vuelve a
molestar a una chica – dijo Alejandro.
-
Hecho – respondió Mike.
Hicimos un semicírculo alrededor de él, de tal manera que la
espalda de Benjamin quedó empotrada contra la pared, sin escapatoria posible.
Estaba a punto de cagarse en los pantalones, lo veía en sus ojos. Desesperado,
intentó abrirse paso con los hombros entre media de Sean y yo y fue entonces
cuando mi hermano soltó el primer golpe, directo a su mandíbula.
-
AIDAN’S POV –
No pensaba volver a perder de vista a
los enanos. Decidimos mantenerlos en el salón anexo mientras los mayores iban
al baño, algunos por segunda vez, puesto que ya habían ido en el descanso.
Cuando parte del público se hubiera marchado y el teatro estuviera más
despejado, iríamos con los enanos si lo necesitaban y después buscaríamos algún
encargado que nos indicara por dónde era mejor que saliéramos.
Alice, West, Hannah y Kurt se
pusieron a jugar a una especie de pilla pilla y Sam se unió a ellos
atrapándoles y haciéndoles dar vueltas en el aire. Las risas no tardaron en
llegar.
Por su parte, Barie al fin había
conseguido entablar una especie de conversación con Scarlett y se la veía
eufórica.
-
Papá, los baños están cerrados – me informó Zach, que volvía
de allí.
-
¿De verdad? Pero si mucha gente quiere ir, tiene que haber
hasta cola. Tus hermanos están allí.
-
Sí que se oían voces… pero están cerrados – insistió. – Solo
los de hombres.
Intercambié una mirada con los más
mayores de la habitación y me apresuré a bajar para investigar. Aaron y Sam
vinieron conmigo. Ted se quedó con Holly, Agus y Fred cuidando de los pequeños.
Efectivamente, los baños estaban
bloqueados. El personal de seguridad ya había acudido, alertados o bien por la
gente o bien por los ruidos que se escuchaban desde los servicios. Nada de eso
me daba buena espina.
Con
el juego de llaves adecuado, abrieron la puerta en pocos segundos. Los sonidos
se hicieron más claros entonces: gritos de dolor y de rabia. Entonces enfoqué
la imagen y entendí lo que estaba pasando, aunque en verdad tan solo procesé
los datos visuales, porque entender, no entendía nada: mis hijos, los de Holly,
y Mike, estaban dándole una paliza a un muchacho que debía rondar la edad de
Sean.
El
chico estaba agazapado, en una inferioridad numérica brutal y de vez en cuando
le llegaban empujones, o puñetazos.
-
Ya no eres tan valiente, ¿no? – le escuché decir a Blaine.
Aquello
no podía estar pasando. Debía de ser la escena de alguna película. Ninguno de
aquellos cinco muchachos era un matón. No podía ser cierto lo que estaban
viendo mis ojos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario