domingo, 18 de agosto de 2019

CAPÍTULO 15





John estaba lijando una de las patas de la mesa del comedor porque había notado que se tambaleaba ligeramente cuando James entró en casa hecho una furia, cerró de un portazo y pisoteó con fuerza hasta llegar a su habitación. John apartó el mueble y fue tras él.

- Vas a volver a salir y después vas a entrar como una persona y no como un caballo en un establo – le dijo.

James suspiró.

- Sí, padre – susurró e hizo lo que le pedía. Deshizo el camino hasta la puerta y, cuando regresó, sus pasos ya no parecían destinados a aplastar todo lo que pillara en su camino. - Lo siento.

- No pasa nada. ¿Por qué estás enfadado?

- William dice que no vendrá a la escuela conmigo.

- ¿Por qué no? - preguntó John, aunque intuía la respuesta.

- ¡El maestro no le deja! - exclamó James, indignado. - Dice que alguien “de su clase” no puede estudiar con los blancos. Que debe estudiar con los negros. ¡Pero aquí no hay más niños negros, padre! ¿Sabes que Will apenas sabe leer? ¡Y quiere aprender! ¡Nunca ha podido estar más de unos meses en la escuela porque no le dejan! Incluso le han llegado a decir que los negros no son tan inteligentes como los blancos, pero eso es mentira, padre. Will es muy listo. Solo que claro, si nos comparas a mí, que sé leer y escribir y a él, que no sabe, dirías que es menos listo, ¿no? ¿Pero cómo va a saber si nadie le enseña? Sus padres le han enseñado el abecedario, pero no saben mucho más.

John esperó a que se desahogara, sintiendo la rabia de James en cada una de sus palabras.

- Lamentablemente, hijo, esa forma de pensar es la que predomina entre la gente. Tal vez algún día deje de ser así – le dijo. - Pero, por el momento, hay muchos padres que no quieren que sus hijos estudien con un negro y muchos maestros que no quieren enseñar a un niño con ese color de piel.

- ¡Pero es solo un color! - protestó James, irritado. - ¡Es como si no quisieran enseñarme a mí por tener el pelo negro y no rubio!

- No sabes lo orgulloso que estoy de que pienses así – le aseguró John, con una sonrisa. Se sentó y le indicó al niño con un gesto que hiciera lo mismo. - Cuando viste a la familia de Will por primera vez, estabas bastante sorprendido, ¿verdad? Y habías escuchado ciertas cosas, sobre que los negros no son como los blancos.

James asintió.

- Pero tú me dijiste que es lo mismo.

- Sí y tú me creíste porque soy tu padre. Pero, ¿y si yo te hubiese dicho que no te acercaras a Will? ¿Que no podías jugar con él? Nunca le habrías dado una oportunidad de ser tu amigo. Y no hubiera sido tu culpa, solo estarías repitiendo lo que has escuchado, ¿entiendes? La gente de esta aldea se ha criado con unas ideas y cambiárselas va a llevar tiempo. No quiere decir que sea imposible, pero ellos están convencidos de que su forma de pensar es la correcta. Piensa en algo que te hayan enseñado. Algo que sepas desde muy pequeño, como una de esas verdades grandes de la vida... - le indicó John.

James arrugó la frente mientras buscaba en su cabeza.

- Que en el cielo, además de estrellas, hay planetas.

- Muy bien. Y dime, ¿los has visto alguna vez?

- ¿Los planetas? - preguntó James. - El lucero del alba.

- Venus. ¿Y los demás?

James negó lentamente.

- ¿Y si yo te dijera que no existen?

- Pero sí existen – protestó James. - El maestro prometió que algún día nos enseñaría sus nombres.

- Pero yo te digo que no – insisitió John. - Haz como si apenas nos conociéramos y yo te digo que los planetas no existen.

- Diría que estás equivocado.

- ¿Por qué? Nunca has visto los otros planetas.

- ¡Pero sé que existen! - replicó James. - El maestro dice que hay personas que pueden verlos con una máquina especial.

- Y hay personas que dicen que los negros son iguales a los blancos – le dijo John. - Pero a otros muchos les han enseñado desde la cuna que no. ¿Lo ves? Algunas cosas de las que estamos seguros están condicionadas por lo que nos han enseñado. Tú nunca has visto un planeta de cerca. ¿Cómo crees que son?

- No lo sé – admitió James. - Nunca lo había pensado. ¿Bolas de luz? - aventuró.

- O de tierra. O de agua. Por lo que tú y yo sabemos, podrían ser cualquier cosa. Si todos los maestros del mundo empezaran a decir que los planteas son bolas de fuego que vienen hacia nosotros, ¿te lo creerías?

- Supongo que sí.

- ¿Y qué harías?

- ¿Rezar? - sugirió James y John esbozó una sonrisa. - Y esconderme donde pudiera.

- ¿Y si todo el mundo dijera que los negros son una raza inferior, menos inteligente y probablemente peligrosa, te lo creerías?

James entendió lo que John le quería decir y suspiró. Él mismo podría haber sido uno de los que se metían con Will. Antes de conocerle no tenía una opinión muy formada sobre los negros, pero sí que había escuchado que era mejor no juntarse con ellos. Si John nunca le hubiera dicho lo contrario, probablemente jamás habría querido jugar con Will.

- Creemos lo que nuestros padres y maestros nos enseñan, James – continuó John. - Por lo general, saben más que nosotros y por eso podemos aprender de ellos. Pero a veces nos enseñan ideas equivocadas. ¿Sabes que mucha gente desconoce la existencia de los planetas, por cierto? Si intentases explicárselo, su primera reacción sería reírse de ti. “¿Objetos en el cielo? Qué tontería. ¿Cómo se sostienen?” -  añadió, poniendo voces que hicieron sonreír a James. - Cuando mi madre era pequeña iba mucha menos gente a la escuela. Ella solo fue hasta los diez años. Y en algunas escuelas, incluso hoy en día, apenas enseñan a leer y a escribir. Tu maestro es un hombre culto, sea cual sea su opinión sobre los negros. Puedes aprender mucho de él y sentirte afortunado por saber más que otras personas.

James se quedó callado, pensando en todo lo que John le había dicho. Tenía una forma de explicar las cosas que hacía que fueran fáciles de entender.

- ¿Quién te enseñó a ti que los negros no son diferentes? - preguntó el niño, al cabo del rato.

John dejó escapar una risa silenciosa. Por supuesto que James tenía preguntas. El día que no hiciera ninguna, saldría corriendo a llamar al doctor.

- Cuando era joven y me refiero a poco mayor que tú, empecé a trabajar para ayudar a mi madre. Me contrató un hombre que se dedicaba a conseguir pieles para después venderlas y me llevó con él en muchos viajes para que fuera su aprendiz. Conocí muchos lugares y a muchas personas diferentes. Indios, negros, blancos.... Fui testigo de sus diversas formas de vida, de las cosas en las que no obstante se parecían. Vi grandes ciudades y pueblos pequeños. Casas tan altas que te asustarías y tiendas de tela que apenas protegían de la lluvia. Vi escuelas con tantos niños que les separaban por edades y por sexos. Aprendí mucho en esos viajes, a pesar de que duró poco tiempo. En seguida me casé y empecé mi propia familia, pero nunca olvidé que había mundo más alla de mi pequeña aldea.

James escuchó, fascinado.

- ¡Yo también quiero viajar! - expresó, ilusionado.

- Algún día te llevaré – le prometió John, dispuesto realmente a cumplirlo. Había cosas que solo se aprendían viviendo y tal vez eso era lo que él podía aportarle a James. No tenía mucho dinero, no tenía una mujer que hiciera de madre, no era especialmente culto aunque tampoco un analfabeto, pero sus ojos azules habían visto muchas cosas. Su mayor regalo para James sería que él pudiera ver lo mismo con los suyos.

2 comentarios:

  1. Me encanta como escribes y esta es particularmente de mis historias favoritas. Por favor continúa! :)

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