domingo, 25 de agosto de 2019

CAPÍTULO 81: ESCALOFRÍO




CAPÍTULO 81: ESCALOFRÍO

Dos hermanos más. En alguna parte del mundo, había otras dos personas con las que compartía ADN. Y tenían treinta años. Esos eran bastante más que mis diecisiete. Podrían haber sido los hermanos que Aidan siempre deseó. Rayos, podrían haber sido algo así como mis tíos. ¿Sabrían ellos de nuestra existencia? Posiblemente no.

Mi mente voló rápido, e imaginó un mundo paralelo en el que papá no hubiera sido el único hermano mayor dispuesto a ocuparse de los pequeños.

Por esas cosas odiaba a Andrew. No por el abandono, ya estaba acostumbrado, sino por esa forma de dejar su semilla dispersa por el mundo sin decírselo a nadie. ¿Los lazos biológicos no significaban nada para él? ¿Cómo podía una persona que había acogido a un bebé que no era suyo ser tan indiferente a su propia descendencia? Lo entendía: su posición no le permitía ser exactamente un buen padre. Era un espía, su trabajo era peligroso y desgastante y le había creado más de un trauma psicológico. Pero entonces, ¿por qué tenía la necesidad de seguir reproduciéndose? ¿Acaso quería asegurarse de que había alguien para recordarle cuando se fuera? ¿No le bastaban con tres o cuatro alguienes, que tenía que hacer todo un ejército?

Hubiera reflexionado más al respecto, pero había otro asunto más apremiante: Blaine estaba en mi casa. Blaine, y un chico alto, pálido y delgado, con rastas en el pelo. Por lo que sabía, era Sam, el hijo mayor de Holly. Aún no le conocía en persona. Cuando ayudé en la búsqueda de Jeremiah, él se quedó dentro con sus hermanos pequeños.

- ¿Blaine? ¿Sam? ¿Qué hacéis aquí? - preguntó papá. Yo le había seguido, aunque me mantuve a cierta distancia.

- Tienes que esconderme – repitió Blaine.

- ¿Tú quién eres? - preguntó Harry. - Tu cara me suena.

- Chicos, estos son dos de los hijos de Holly – explicó papá. En el salón solo estaban Dylan y los gemelos. El resto de mis hermanos seguían en sus habitaciones. - A Blaine le conoces del zoo, Harry. Fue el que encontró a Kurt.

- ¿Quieres decir que ya entonces salías con ella?

- No, fue una casualidad.

- No creo en las casualidades – replicó Harry.

- Yo tampoco – respondió Sam, con una sonrisa. Estiró una mano llena de anillos. Llevaba las uñas pintadas de negro. - ¿Qué tal? Yo soy Samuel, pero todo el mundo me llama Sam. El dramático es mi hermano Blaine. Sentimos la invasión.

Harry no le estrechó la mano, pero Sam no pareció ofendido por eso. La retiró y se la llevó al pelo, como si necesitase colocárselo. Tenía una mirada intensa de un color indescifrable.

- Estos son Harry, Zach y Dylan y el de ahí al fondo es Ted – nos presentó papá. - Los demás están arriba.

- ¿Ted? - preguntó Sam, mirándome con interés. - Gracias por ayudar a buscar a Jemy.

- No hay de qué – murmuré, algo cohibido. Ese chico desprendía un aura de seguridad que me tenía desconcertado. Era como estar en la misma habitación que una superestrella: algo en su aspecto, en su voz y en su sonrisa hacía que no pudieras dejar de mirarle.

- ¿Qué ha pasado? - volvió a preguntar papá, todavía sin entender aquella inesperada visita. - ¿Sabe vuestra madre que estáis aquí? ¿De quién te tengo que esconder, Blaine?

- De mi tío.
 
Papá resopló, más molesto que sorprendido. Vale, aquello se estaba poniendo interesante. ¿Hablaban de Aaron? Solo le había conocido por unos pocos segundos y no había podido sacar ninguna conclusión sobre él.


- BLAINE'S POV -

Siempre pensé que me gustaba estudiar hasta que empecé a ir al colegio. Durante toda mi vida, había estado escolarizado en casa. Mamá y ocasionalmente el tío Aaron eran mis únicos profesores. Leíamos muchos libros, pero ninguno era uno de esos absurdos libros de texto como los del colegio militar. Tampoco tenía que memorizar nada. Aprendía las cosas de verdad, como aquella vez que estuvimos una semana entera yendo al planetario cuando estudiábamos el sistema solar.

Lo echaba de menos. El colegio tenía sus cosas buenas, había conocido a un grupo de chicos con los que me llevaba muy bien y estudiar con gente de mi edad en lugar de con mis hermanos era una experiencia nueva. Pero a grandes rasgos lo odiaba. Odiaba tener que estar sentado tantas horas seguidas, mirando un pizarrón en el que generalmente solo escribían tonterías. Odiaba comentar Romeo y Julieta con gente que ni siquiera se lo había leído, incluído el profesor, cuando yo podía declamarlo en dos idiomas. Odiaba que todo lo que me enseñaban iba encaminado a responder unas preguntas en un examen. Todo lo reducían a definiciones, fórmulas, conceptos... No era la forma en la que yo estaba acostumbrado.

Mamá ya no podía darnos clase. Tras la muerte de mi padre, tuvo que volver a trabajar y no podía ocuparse de diez niños y adolescentes. Eso era lo que menos me gustaba: sentir que el colegio era un lugar donde aparcar a los hijos. Algunos profesores también lo sentían así y a veces su única misión parecía conseguir que pasarámos una hora sentados y sin molestar.

Siempre que sonaba el timbre de la última hora, yo era el primero en salir. Normalmente, mi tío Aaron venía a recogernos, pero algunos días en los que él no podía volvíamos solos. Leah y yo teníamos que cuidar de Sean, Jeremiah, Scarlett, Max y West. Los trillizos aún iban a la guardería. Ese día íbamos a volver sin Aaron y sin Max, sin embargo, porque mi hermanito tenía cita para revisar sus prótesis. Necesitaba un recambio de una de las piezas de sus piernas y todos sabíamos que no era precisamente barato.

- Ey, Sean – le saludé, cuando nos encontramos.

- Piérdete – me respondió y pasó de largo, sin esperar a que saliera el resto, como era habitual en él.

La siguiente fue Leah. Tendría que haber salido conmigo, íbamos a la misma clase, pero ella se había saltado la última hora. Era ya una costumbre. No sé dónde se metía, el vigilante de pasillo era un hueso duro de roer, pero mi hermana era una chica con recursos.

- Tendrías que haber venido. Rose ha dicho que le gustaría tener una historia de amor como la de Julieta – la informé.

- ¿Sabe que duró tres días y acabó con seis muertos?

- Lo dudo, pero incluso si lo supiera, a lo mejor le parece romántico – me reí.

Leah rodó los ojos.

- Al menos es realista – respondió. - Ninguna historia de amor dura más de tres días en la vida real - declaró, optimista como siempre. - ¿Sean ya se fue?

Asentí. En ese momento salió Jeremiah. Un gilipollas le hizo la zancadilla a mi hermano. Leah fue más rápida que yo, se acercó al chico y le dio un puñetazo. Bien. Ella pegaba más fuerte.

Cómo había gente tan horrible en el mundo como para ponerle el pie a un chico ciego era algo que nunca iba a entender.

Jeremiah hizo como que no pasaba nada, recogió su bastón, que se le había caído, y entonces golpeó con él la espinilla del gracioso que todabía se estaba recuperando del derechazo de Leah.

- Ay, perdona. No te vi – dijo Jeremiah, con grandes dosis de sarcasmo. Sonreí. - Qué torpe soy.

El gilipollas se alejó, frotándose la espinilla con una mano y la cara con la otra, mientras gritaba incoherencias sobre colegios especiales para los bichos raros. Él sí que tendría que ir a un colegio especial, a uno que admitiera organismos unineuronales.

- Bien hecho, Jemy – le saludé. Mi voz le indicó dónde estaba, así que giró la cabeza en mi dirección. Me sonrió.

- Vámonos de aquí antes de que alguien vaya con el cuento – sugirió Leah. Ningún profesor había visto la escena, pero toda precaución era poca.

- Faltan West y Scay – le recordé.

- Si se quedan aquí tampoco se pierde gran cosa – replicó. Decidí ignorarla.

West correteó hacia nosotros en cuanto abrieron la puerta de prescolar y Scarlett llegó poco después, de la mano de su profesora. No hubiera habido nada de extraño en eso si Scarlett hubiera tenido cuatro años en vez de trece. Leah se tapó la cara con vergüenza ajena y se alejó, como si quedara alguien en todo el maldito colegio que no supiera que eramos hermanos. Scarlett no soltó la mano de su profesora incluso aunque empezaron a escucharse risitas y murmullos.

- Necesito hablar con vuestra madre – pidió la mujer. - Veo que no está aquí... la llamaré esta tarde.

- ¿Ha pasado algo? ¿Scay, estás bien?

Mi hermana no me contestó, pero soltó la mano de su profesora y se puso detrás de mí.

- Scarlett está bien, pero hace tiempo le dijimos a vuestra madre que deberíamos ponerla un par de cursos por debajo y lo seguimos manteniendo.

- ¿Qué? ¡Pero si ha sacado todo diez! ¡Es la más lista de su clase! - protesté. Mi hermanita había estado seis años en un zulo de mierda, secuestrada por unos hijos de puta y aún así era una máquina en los estudios. Había pasado los exámenes necesarios para estar en el curso que le correspondía por edad. No estaba dispuesto a que nadie le quitara lo que se había ganado justamente y mi madre menos.

- Su nivel de madurez no se corresponde con el de una niña de trece años – dijo la profesora. - No es algo malo, estamos muy contentos con ella, es una buena niña. Pero estaría mejor en otro curso.

- ¿Con niños de once? Eso no solucionaría nada. Mi hermana no habla con personas, da igual si son personas grandes o pequeñas – gruñí. - Le diré a mi madre que quieren hablar con ella. Vendrá mañana, pero le dirá lo mismo que yo. Vamos, Scay.

Volvimos a casa y no había nadie todavía. Sam estaba en el conservatorio, mamá en en el médico con Max y Aarón debía de estar a punto de llegar del trabajo, aunque primero pasaría a recoger a los trillizos de la guardería. Sean nos había esperado en la esquina porque se suponía que teníamos que volver juntos.

- Quiero merendar – dijo West.

- Coge una galleta – le sugirió Leah. No fue excesivamente borde, pero sí le dio a entender que no pensaba prepararle la merienda.

- Te haré leche con colacao, ¿bueno? - le ofrecí y mi hermanito asintió, pero resultó que Aaron había dejado fruta cortada en un bol. Debía de haber estado en casa en algún momento del día.

West, Scarlett y Jeremiah picotearon un poco mientras yo iba a lavarme las manos y a dejar la mochila. Cuando entré en mi cuarto, sin embargo, algo llamó poderosamente mi atención. Concretamente, la ausencia de algo: no veía mis cómics por ningún sitio. Busqué bien debajo de la cama, pero no había nada. Le pregunté a Sean si los había cogido él, pero me dijo que no y le creía:  a Sean no le iban mucho los superhéroes, aunque sí le gustaba el manga japonés. West tampoco había sido. Ni ninguno de mis hermanos.

“Si no recojes esos cómics te los voy a tirar”. ¿No había sido eso lo que me había dicho Aaron? No habría sido capaz, ¿verdad? No mis cómics. Los cómics que me había comprado yo con el dinero de mi cumpleaños. ¡No sé dónde quería que los metiera si en ese cuarto no cabía un alfiler! ¡Dormíamos cinco personas en un espacio que apenas era apto para dos! ¡La estantería estaba a rebosar! Grrr.

La puerta de casa se abrió y se cerró en ese momento. Bajé las escaleras hecho una furia mientras Aaron dejaba su abrigo y le quitaba el suyo a los bebés, que venían algo alborotados de la guarde.

- ¿Me has tirado los cómics? - inquirí, con rabia.

- ¿Los has recogido? - contratacó él.

- ¡NO TENÍAS DERECHO A TIRARLOS! ¡SON MÍOS!

- Me bajas el tono cinco puntos – me advirtió.

- ¡ERAN MIS CÓMICS!

- Exacto, por eso tenías que recogerlos tú, no tu madre cada vez que pasa a limpiar tu cuarto.

- ¡Los tenía en mi mesilla de noche, ahí no molestaban a nadie! - protesté.

- Yo vi un par bajo la cama y en el suelo.

- ¡Se caerían o los cogería West! ¡NO TENÍAS QUE TIRARLOS POR ESO! ¡ME LO DICES Y LO RECOJO!

- Ya estoy harto de decirte siempre lo mismo y como me vuelvas a gritar seguiremos hablando en mi despacho – me espetó.

Apreté los puños. Intuía que hiciera lo que hiciera aquello no iba a acabar bien para mí. Era tan injusto. Sentí que la sangre me hervía de rabia y tuve claro que tenía que salir de allí.

- Me voy a casa de Nathan. Probablemente duerma allí – le dije.

- ¿Con el permiso de quién? - replicó. - Ni lo sueñes, ve a hacer los deberes.

Le ignoré y cogí mi abrigo.

- Blaine, ni se te ocurra salir por esa puerta – me advirtió.

- ¡Obsérvame! - le desafié. A veces el instinto de superviviencia se me apagaba cuando discutía con él. Me enfadaba demasiado como para ser razonable.

Pensé que iba a venir detrás de mí, pero cuando cerré la puerta de casa nadie me siguió. No supe si sentirme aliviado o decepcionado. El alivio ganó, por muy poco. Me di prisa en alejarme, por si las moscas.

La casa de Nathan quedaba bastante lejos para ir a pie, pero quizá andar me ayudara a calmarme un poco. Cuando llevaba unos diez minutos, el móvil me empezó a vibrar. Era Aaron, pero no se lo cogí. Siguió llamando insistentemente y me hice el sordo.

Llegué a casa de Nathan y llamé a la puerta, pero no me abrió nadie. Solo entonces recordé que tenía el cumpleaños de su primo o algo así. Mierda.

“¿Y ahora qué hago? No quiero volver a casa todavía”.

El móvil vibró de nuevo y lo saqué para apagarlo, pero vi que el que me llamaba entonces era Sam. A él sí se lo cogí.

- ¿Sam?

- Hola, pulga. A ver, ¿en qué lío te has metido ahora? - me preguntó.

- ¿Has hablado con Aaron?

- Me ha llamado. Me ha preguntado si sabía dónde vivía tu amigo Nathan.

- Nathan no está. No hay nadie en su casa – le dije y le escuché chasquear la lengua.

- No te tiró los cómics, Blaine. Solo los escondió – me informó.

- ¿Y por qué no me lo dijo? - me indigné.

- Supongo que es su versión de darte una lección. Escucha, él no estuvo bien, pero tienes que volver a casa.

- No pienso volver – repliqué. - No aún. Volveré esta noche o mañana, pero ahora no le quiero ver.

- ¿Y hasta entonces dónde te vas a quedar?

- No sé, ya veré.

Le escuché resoplar.

- Dime al menos dónde estás y voy a por ti.

- Tú tienes clase.

- Tenía – me corrigió. - Me salí en cuanto me llamó Aaron. Venga, dime dónde estás.

Se lo dije. Confiaba en él. Sabía que no me iba a traicionar diciéndoselo a mi tío. Me senté en un banco a esperar y veinte minutos después la moto de Sam se detuvo junto a la acera.

- ¡Genial! ¡Trajiste la moto en vez del coche! - exclamé. Me encantaba montar con él.

Abrió el pequeño maletero y sacó otro casco para que me lo pusiera. Estiré el brazo, tentado, pero lo aparté en el último momento.

- No tan rápido. Voy contigo, pero a casa no.

- ¿Y a dónde quieres que vayamos? - preguntó, frustrado. - Me encantaría invitarte a tomar algo, pero estoy sin blanca.

- Me da igual, ¡no quiero hablar con él!

La canción “In my blood” empezó a sonar en el móvil de Sam. Era su tono de llamada. Por la cara que puso, debía de ser Aaron. Le hice señas para que no lo cogiera, pero no me hizo caso.

- Hola. Sí, estoy con él. No creo que sea lo mejor ahora... Bueno, vale, vale, está bien – gruñó y me tendió el teléfono. Le miré mal, pero no me quedó más remedio que agarrarlo.

- ¿Sí?

- Blaine, ven a casa ahora mismo – me ordenó.

- Iré luego.

- ¿Pero quién te has creído que eres, mocoso? ¡Que vengas! Ya vamos a hablar tú y yo de salir así.

- ¡No, no vamos a hablar nada, porque yo no quiero hablar contigo! - respondí.

- Me da igual lo que quieras, me vas a escuchar, no puedes...

- ¡Déjame en paz, gilipollas! - le interrumpí y colgué el teléfono.

Sam me miró con los ojos muy abiertos. Cogió su móvil sin apenas parpadear y poco a poco fue calando en mí lo que acababa de hacer. Había insultado a mi tío y le había colgado el teléfono. Me había suicidado.

- Tengo que irme del estado – susurré. - Mierda, tengo que irme del país. Del planeta, si pudiera.

- ¿Pero qué has hecho?  - me dijo Sam, cuando por fin pudo reaccionar. - ¡Madre mía, Blaine!

- ¡Ahora sí que no puedo volver! ¡Me va a matar!

- Llámale y discúlpate – sugirió.

-  ¡Ni de coña!

- Es mejor que te grite ahora un poco a...

- ¿A qué? Venga, dilo – le reté. -  ¿A que me dé de cintazos? Otro día más, ¿no? Nada nuevo. Total, ya me iba a pegar por haberme ido.

- Pero ahora será peor, Blaine. A veces te hundes tu solo, pulga. Es como que tienes una canoa y tu mismo le haces el agujerito y vas viendo cómo poco a poco entra el agua sin hacer nada...

No le respondí, porque tenía razón. Sam suspiró y volvió a ofrecerme el casco.

- A casa no, Sam – le supliqué.

- Enano, no conozco esta zona... Lo único que hay por aquí cerca es la casa de Aidan y no...

- ¡Eso es! ¡Llévame a la casa de Aidan! - exclamé, ilusionado.

- ¿Qué? ¿Te has vuelto loco?

- No, Sam. Llévame. Aidan es un buen tipo.

Hacía sonreír a mi madre. Me había ayudado a encontrar a Jemy. Y, lo más importante en ese momento, no era fan de los métodos de mi tío.

- ¿Lo dices en serio? ¿Qué sugieres, que nos presentemos allí y le pidamos que te esconda?

- Precisamente eso – asentí, cada vez más convencido.

- Ni hablar. Por una vez en tu vida, piensa un poco, Blaine. Piensa en lo que estás diciendo. Apenas le conocemos.

- ¿Sabes cómo se conoce a la gente? - le pregunté, mientras le quitaba el casco y me lo ponía. - Conociéndola.

- No voy a llevarte a casa del novio de mamá, Blaine.

- ¿Por qué no?

- ¡Porque no podemos ir allí sin más!

- Tú fuiste – le recordé. Todos nos enteramos cuando Sam fue a hablar con Aidan porque mamá le estuvo gritando como media hora, y luego le dio las gracias y un abrazo.

- Es distinto.

- Anda, Sam, por favor – probé y le puse la mirada que mamá nunca podía resistir. Por lo visto, Sam tampoco.

- Me voy a arrepentir de esto – resopló.

Celebré mi victoria en silencio y me monté en la moto detrás de él, agarrándome fuerte de las asas laterales. Sam no arrancó, sin embargo, y giró la cabeza levantando la visera del casco.

- Ya conoces el trato. Si vas en mi moto, te agarras de la cintura.

- Aich, Sam – protesté, pero nunca funcionaba.

- Sam nada. Necesito saber que no te vas a caer.

- Las asas son perfectamente seguras, que lo sepas – repliqué, pero me agarré de su cintura porque sabía que si no no se pondría en marcha. Le había costado muchísimo que mamá le dejara tener una moto y le había costado todavía más que me dejara a mí montar en ella y solo porque todo el mundo sabía lo paranoico que se ponía cuando nos llevaba a alguno de nosotros de paquete.

Me hubiera gustado sentir el viento en la cara, pero si me quitaba el casco no tendría que preocuparme de Aaron: Sam mismo me mataría. Desde el accidente de Max, la seguridad en la carretera era un asunto muy serio. Tan serio que yo no dejaba de retrasar el examen de conducir, a pesar e que hacía meses que cumplí los dieciséis, porque no quería tener carnet.

- ¿Cómo supiste dónde vive Aidan la primera vez? - le pregunté.

Sam tardó en responderme y pensé que igual no me había oído por el ruido del motor o del viento, pero finalmente confesó:

- Miré en la agenda de Holly.

- Al final va a resultar que el angelito tiene sus secretos – le chinché.

- Fue por una buena causa – se defendió.

No tardamos mucho en llegar a la casa de Aidan. Era una casa grande, más grande que la de Aaron, pero aún así seguro que no les sobraba espacio siendo trece.

- Vale. ¿Has pensado ya en lo que le vas a decir? - me preguntó.

Yo asentí, me quité el casco, se lo di, bajé de la moto y llamé al timbre. Un chico rubio, más joven que yo, me abrió la puerta. Había visto a los hijos de Aidan en una ocasión, pero por muy poco tiempo, así que no tenía sus rostros muy presentes, salvo el del enano.

- ¿Querías algo? - me preguntó, al ver que yo me quedaba callado.

- ¿Está tu padre?

- Sí está, pero...

- ¡Aidan, tienes que esconderme!  - exclamé, entrando en la casa por el huequito que el chico había dejado.


- AIDAN'S POV -

La sorpresa de ver a Sam y a Blaine logró distraerme por completo de la conversación que estaba teniendo con Ted justo antes de que llegaran. Sam no parecía asustado ni preocupado en serio, así que descarté que se tratara de algo grave. Pero las palabras de Blaine daban a entender que había tenido alguna clase de conflicto con su tío.

- ¿Por qué no me contáis lo que ha pasado? - propuse, indicándoles que pasaran al salón y se sentaran.

Blaine se dirigió hacia uno de los sofás con seguridad y confianza, pero Sam se mostró algo más tímido.

- Perdón por venir así... Se empeñó.

- No pasa nada, sois bienvenidos siempre que queráis – le aseguré. - Pero ¿qué ocurre?

-La versión corta es que Blaine discutió con mi tío – respondió Sam. - Estábamos cerca de aquí, pero no sé por qué ha querido venir...

- ¡Para que me defienda! - exclamó Blaine. - Mi tío me dijo que tiró mis cómics porque no los recogí. Pero no es cierto, ninguna de las dos cosas: sí los recogí y no los tiró, solo los escondió, pero me hizo creer que sí. Me enfadé mucho. ¡No puede hacer eso! ¿Verdad que no?

Sabía que tenía que tener cuidado con mis palabras para no provocar ninguna disputa familiar.

- No me parece lo más acertado – respondí, con cautela. No quería mentir, así que tenía que buscar la manera de ser sincero pero sin añadir más leña al fuego. - Por lo que tengo entendido, tu tío es algo estricto, Blaine, así que igual ha reaccionado muy duramente.

- ¡Es injusto! - se quejó. Toda aquella situación se me hacía entre surrealista y maravillosa. Que Blaine me hubiera elegido como vía de escape era muy positivo. Tal vez no tenía a nadie más a quien acudir, pero en cualquier caso me consideraba digno para contarme sus problemas. - Apuesto a que tú nunca eres así de injusto – declaró, cruzando los brazos en un gesto que le quedó muy infantil, como si se estuviera enfurruñando. Hubiera admirado lo mono que esa postura le hacía parecer de no ser porque aquella frase me había provocado una punzadita de culpabilidad. Miré a Ted, que estaba en la puerta del salón, observándonos.

- En realidad, soy injusto más veces de las que crees. Y tal vez el otro día hiciera mal en juzgar a tu tío, cuando buscábamos a Jemy. No soy quién para hacerlo. Pero si al final no ha tirado tus cómics, vuestra pelea tiene fácil solución, ¿no?

- No tanto. Me fui de mala manera y... luego hablamos por teléfono y yo... no fui muy educado – admitió.

- Le insultó – aclaró Sam. - Por eso quiere que le escondas.

- Y si tienes un pasaporte falso, mejor – añadió Blaine.

Ted dejó escapar una risita y se acercó un poco. Me di cuenta de que le había caído bien. La verdad es que Blaine era una persona muy abierta y muy transparente.

- Eso no te serviría de mucho – intervino Ted. - Te acabarían encontrando.

- ¿Y qué sugieres? - preguntó Blaine.

- Me temo que tus opciones son bastante reducidas. Tienes que volver a casa, se van a preocupar.

- Piensan que estoy con un amigo.

- Con eso solo ganas tiempo. En algún momento tendrás que volver – le hizo notar Ted. Blaine gruñó, disconforme, pero una parte de él sabía que mi hijo tenía razón.

- Para ti es fácil decirlo. Si vuelvo a casa seré niño muerto.

Escuché pasos por las escaleras y Alejandro se asomó instantes después. Debía de saber ya que había visita, porque no bajó trotando como siempre.

- Hola – saludó, entre tímido y extrañado.

- Hijo, estos son Sam y Blaine.

- ¿Los de Holly? - preguntó.

- Esos mismos.

- Hemos venido a pedir asilo político – explicó Blaine. Claramente él no era vergonzoso.

- ¿Eh?

- No le hagas caso. Encantado de conocerte – dijo Sam.

- ¿Es vuestra la moto de la puerta? La he visto por la ventana – dijo Alejandro, con ojos de ilusión.

- Sí. Cuando quieras te llevo a dar una vuelta – ofreció. Le miré horrorizado.

- ¡Ni hablar! Alejandro, ya sabes lo que pienso de las motos.

- ¿Qué piensas? - preguntó Sam, alzando una ceja.

Carraspeé.

- Estoy seguro de que eres un conductor excelente. Pero me parecen muy peligrosas, ante cualquier caída estás totalmente expuesto.

- ¡Oh, vamos, papá! ¡Holly les deja! - protestó Alejandro.

Fue mi turno de alzar una ceja. ¿En serio pensaba que si mi novia hacía algo yo automáticamente lo iba a hacer también? ¿Acaso se pensaba que tenía quince años?

 - Me costó mucho que me dejara, ¿eh? - dijo Sam. - Compré la moto sin consultarle cuando cumplí dieciocho. Cuando vino a verme a la universidad y vio que la tenía casi me obliga a venderla y a volver a casa.

- Yo haré lo mismo, papá – me avisó Alejandro.

- Gracias por avisarme, así puedo ir preparando la habitación en la que pasaras confinado el resto de tu vida.

- ¡Papá!

- ¡Alejandro! - respondí, imitando su tono quejoso.

- Grrd.

- ¿Vives en el campus? - se interesó Ted. Se me encogió el pecho un poquito. Se acercaba el momento de que mi bebé se hiciera grande y fuera a la universidad, pero en nuestros planes siempre había estado que siguiera viviendo en casa y fuera a la universidad de Oakland, porque no había dinero para otra cosa. De pronto sí tenía ese dinero, pero la posibilidad de que se fuera de casa era algo para lo que aún no estaba preparado. Era un tema que lo dos estábamos esquivando, pero ya no podíamos hacerlo por mucho más tiempo.

- Vivía. Ahora vivo con Hol... con mi madre – explicó Sam. - Quien por ciento ya estará en casa, Blaine. Cuando Aaron le cuente lo que ha pasado se va a preocupar y te irá a buscar a casa de Nathan. Ella sí sabe dónde está. Tenemos que avisarla.

Blaine suspiró y asintió. Sam sacó su móvil y escribió algo, un mensaje para Holly, imagino, e instantes después su teléfono sonó.

- Hola, mamá. Sí, está aquí conmigo. Sí, se empeñó en venir. Ya lo sé, mamá, pero ya le conoces, es un cabezota. Sí, sí, te lo paso – dijo, haciendo pequeñas pausas para escuchar las respuestas de Holly al otro lado del aparato. - Quiere hablar contigo – añadió, mirándome a mí.

- Oh.

Me sequé las manos en el pantalón, porque repentinamente me sudaban y cogí el teléfono. Salí del salón para hablar tranquilo, porque me sentía muy incómodo hablando con Holly delante de mis hijos y de los suyos.

- ¿Aidan?

- Hola, Holls. Tus chicos están bien, no te preocupes.

- ¿Pero qué hacen ahí? - me preguntó.

- Creo que Blaine quería hacer tiempo por una parte... y, por otra, buscaba saber más sobre mí – aventuré. - Lo primero que ha hecho es tantearme para ver si pienso como Aaron.

Holly resopló.

- ¿Qué tal fue la cita con Kurt? - preguntó, cambiado radicalmente de tema.

Se me secó la boca de pronto.

- Mal. No nos han dicho nada, pero nos ha dado cita para la semana que viene. Nunca te atienden tan rápido si no es serio. Y yo... estoy tratando de convencerme de que aún faltan las pruebas, de que solo están siendo precavidos, pero hay una vocecita en mi cabeza que me habla aterrada todo el rato y que repite una y otra vez que a mi bebé no puede pasarle nada.

- Oh, Aidan. No adelantes las cosas – me aconsejó. - Aún faltan las pruebas, como tú dices, y si encuentran algo no quiere decir que vaya a pasarle nada. Solo van a curarle para que siga derritiéndote cada día un poquito más.

- Tienes razón. Tengo que intentar ser positivo...

- La positividad ayuda más de lo que crees. Pero es normal que estés preocupado. Siento mucho que todas te vengan juntas últimamente... Encima mis hijos fueron a molestarte.

- No molestan – aseguré. - Y ya que han acudido a mí, voy a hacer de abogado del diablo. Tal vez Blaine no reaccionó de la mejor manera, pero decirle a un adolescente que has tirado su hobbie favorito a la basura es como tener un cohete y encender la mecha.

- Lo sé.

- Y otra cosa, y por favor no te ofendas que no es esa mi intención, pero el chico parece convencido de que va a tener que responder ante su tío, pero Holls, su madre eres tú. Entiendo que te eche una mano, pero no puede tomar decisiones sobre tus hijos con las que tú no estés de acuerdo.

- También lo sé – suspiró. - Se lo he dicho muchas veces, Aidan, ya no sé qué más hacer. Cuando hablas con una persona generalmente esperas que te escuche, pero con Aaron es como hablar con una pared. Si le hubieras visto hace unos años... era una persona diferente.

- ¿Qué le pasó?

- Demasiadas cosas – volvió a suspirar. - No ha tenido una vida fácil ni feliz. Creo que está cerrándose cada vez más.

Entonces, como en una revelación, supe lo que tenía que decir. Holly no necesitaba que criticase a su hermano ni que le señalara problemas que ella ya había percibido. Necesitaba escuchar que todo iba a ir bien y a solucionarse.

- Pues habrá que ayudarle a abrirse. Si hace falta fabrico una llave.

Holly me regaló una risita.

- ¿Qué hago con los fugitivos? - pregunté. - ¿Te los envío?

- Sí, por favor... Y perdona otra vez.

- No hay nada que perdonar, Holly.

- Blaine es un descarado que no tiene ningún tipo de vergüenza ni sentido de lo que es apropiado.

- Ojalá no cambie nunca – repliqué. - El mundo sería un lugar mejor si todo el mundo se atreviera a visitar a quien le apetece visitar.

- Tengo que colgar; tengo que llevar Jemy y a Scay a piano. Pero antes pásame con Blaine, por favor.

- Claro.

Volví al salón y me encontré con que todos mis hijos habían bajado y estaban agobiando a nuestros dos invitados. Alice y Hannah intentaban tocar las rastas de Sam y Kurt tiraba del brazo de Blaine con tanto entusiasmo que parecía que se lo iba a arrancar. Le di el teléfono a este último y Kurt le dejó libre para que pudiera hablar.

- Hola, mamá. Está bien. Sí. Bueno.

No sé qué le estaba diciendo Holly, pero Blaine sonrió.

- Sí, me pongo el casco. Sam no me deja montar si no.  Hasta ahora.

En el segundo en el que colgó, Kurt volvió a apresarle.

- Enano, déjale respirar – me reí. - Y, chicas, el pelo de Sam no es de goma. Dejad sus rastas tranquilas. ¿Os habéis presentado?

- ¿”Dastas”? - preguntó Alice, mirando a Sam como si acabara de hacer un truco de magia.

- Sí, peque, así se llama lo que tiene en el pelo.

- ¡Ven que te enseñe mi cuarto! - exclamó Kurt, tirando de la mano de Blaine.

- Campeón, Sam y Blaine se tienen que ir. Su mamá les está esperando – le expliqué.

- ¡Pero si acaban de llegar! - protestó mi peque.

- Sí, deja que hablemos un rato con ellos – apoyó Zach. - Sam nos iba a enseñar sus tatuajes.

- Saben nuestros nombres, papá – dijo Madie. Esa era la primera vez que la veía entusiasmada por algo que tuviera que ver con Holly. Supongo que el hecho de que Blaine y Sam fueran considerablemente guapos ayudaba. Barie directamente parecía embobada, incapaz de apartar la mirada de los ojos claros y rasgados de Sam. Recordé que ella le había buscado por redes sociales y por fin le tenía delante. Estaba como hechizada.

- Claro que los saben, princesa. Holly se los ha dicho, al igual que yo os he dicho los suyos.

Observé a mis doce hijos asaltando a preguntas a los dos muchachos de Holly. Jamás había imaginado esa situación y me sorprendía lo bien que estaba yendo todo. Lo natural que se veía aquella escena. Se llevaban bien. Eso era genial. Claro que, en mi fuero interno, sabía que no todos los hijos de Holly eran tan abiertos como Sam y Blaine. Pero tiempo al tiempo.

Aquí estás, como un idiota, pensando en que se conozcan” me dije.

- Pa, deberíamos salir todos juntos alguna vez – me sugirió Ted. - Ya sabes: Holly, sus hijos y nosotros.

La sincronía de sus palabras con mis pensamientos me dio miedo. O tal vez fue la perspectiva de imaginarme rodeado de veintitrés niños. Miré a Sam. Veintidós, tal vez. Él era adulto ya y todo indicaba que era un chico bastante responsable.

Veintidós o vientitrés, daba igual: la idea me asustaba. Me asustaba pensar en Holly y yo en un restaurante con todos ellos: tendríamos que reservar una planta entera. Medio cine. Un furgón entero de helados. Sin embargo, la imagen también me hacía sonreír. Pero sabía que era demasiado pronto para pensar en planes combinados. Nuestros hijos ya estaban demasiado involucrados en aquella delicada relación nuestra...

- Eso suena bien – apoyó Sam, secundando la idea de Ted. - Podéis empezar por venir a ver mi concierto de la próxima semana. Es benéfico y cuanta más gente mejor. La entrada son solos dos dólares.

- ¿¡Das un concierto!? - exclamó Barie, con cara de ilusión máxima.- Papá, ¿podemos ir? ¿Podemos, podemos? - me susurró. Creo que intentó que solo yo la escuchara, pero  no controló el volumen de su voz. - Canta muy bien, he visto sus vídeos.

- ¿Has visto sus vídeos? ¿Y por qué no habías dicho nada? - se quejó Zach.

- Le busqué en Facebook, podrías haber hecho lo mismo. Anda, papá, dí que sí.

- Sí, supongo que no hay problema. ¿Benéfico has dicho? ¿Cuál es la causa?

- Es para los niños del orfanato – respondió, sin entrar en más detalles.

Por lo que sabía, Sam era un chico muy ocupado. Estaba cursando dos carreras, una de ellas la d emúsica, que requería muchas horas de ensayo, tenía un trabajo por las noches en un bar y varias actividades de fin de semana. Colaborar con el orfanato debía de ser una de ellas.

- ¿No será uno de esos conciertos de música clásica, no? - preguntó Harry, con desconfianza.

- No, este no. Guitarra, piano, bateria. Música pop.

- Bueno, entonces por mí bien.

Antes de que ninguno pudiera decir nada más, Kurt consiguió lo que Alice llevaba un rato intentando: agarrar una de las rastas de Sam. El problema fue que tiró con demasiada fuerza y fue evidente que le hizo daño.

- Auch.

- ¡Kurt! - regañé. Mi enano me miró y escondió la manita, como diciendo “yo no he hecho nada”. - Pídele perdón, cariño.

- No pasa nada, muchos niños lo hacen, les da curiosidad – dijo Sam.

- Pero debió pedirte permiso primero. Sé que no querías hacerle daño, peque, pero no puedes tirar así del pelo de la gente, ¿mm? Venga, discúlpate.

Kurt normalmente no tenía problemas con las disculpas, pero aquella vez le dio vergüenza. Aún no les conocía mucho, después de todo, y a nadie le gusta que le regañen delante de extraños.

- Kurt...

- No hace falta, de verdad, si no fue nada – intervino Blaine. Daba la impresión de estar nervioso y preocupado por Kurt y esa reacción no me gustó demasiado por las cosas que implicaba. No había sido nada serio, no pensaba enfadarme con mi bebé, pero Blaine parecía convencido de lo contrario. Sí que debía de estar acostumbrado a normas rígidas y gente estricta.

- Ya sé que no fue nada, pero le hizo daño. ¿Y qué decimos cuando le hacemos daño a alguien, peque?

- Perdón – murmuró, mirándose los zapatos con timidez.

- Eso es, tesoro – le revolví el pelo y él se abrazó a mis piernas, como si quisiera esconderse. Me agaché para cogerle en brazos y le di un beso. - Son chulas las rastas, ¿eh? - le pregunté y él asintió. - Tal vez si se lo pides te deje tocarlas.

Kurt enterró la cabeza en mi cuello, con vergüenza, pero luego se asomó un poquito.

- ¿Puedo? - le preguntó a Sam. Como si alguien pudiera resistirse a sus brillantes ojos azules.

Sam sonrió y se acercó a nosotros. Kurt estiró la mano y agarró suavemente una de las rastas.

- ¿Todo esto es tu pelo? - preguntó.

- Casi todo. Llevo extensiones, sino no quedaban tan largas.

- ¡Lo tienes más largo que Madie! - exclamó Kurt.

- Mis años me costó – respondió, con una sonrisa.

- ¿No te da calor?

- A veces – admitió Sam. - Pero ahora estamos en invierno. Tal vez en verano me las quite.

- ¡No! - exclamó Barie, como si alguien hubiera sugerido matar cachorritos. - Te quedan bien.

Harry empezó a mirar a Sam de otra manera. Su expresión fue muy elocuente: sintió celos. Celos de que casi todos sus hermanos de pronto estuvieran fascinados con él. Planeé una conversación para después, pero Harry no iba a darme la oportunidad...

- Bah. No es más que un estropajo sucio en la cabeza – gruñó, lo bastante alto para que Sam lo oyera.

- Harry – le advertí.

- Oye, ¿qué te pasa? No seas grosero – dijo Barie.

- Y tú no seas idiota. Si Holly se casa algún día con papá, Sam será tu hermano, así que deja de babebar, que además es demasiado mayor para ti.
 
Barie se quiso morir en ese mismo momento.

- No estoy babeando – susurró y, antes de que pudiera impedírselo, salió corriendo escaleras arriba. Escuché cerrarse la puerta de su cuarto.

- Bravo, hijo – repuse con sarcasmo. - Magnífico.

- Solo he dicho la verdad, sino sabe encajarla es su problema – me espetó.

- Ya hablaré contigo más tarde. Discúlpate con Sam – le instruí.

- ¿Por qué? ¡También dije otra verdad, las rastas son sucias! ¡Semanas enteras sin lavárselas!

- Semanas tampoco – aclaró Sam, sin dar señales de haberse ofendido. - Es cierto que tienes que tener cuidado al lavarte el pelo, sobre todo al principio, pero yo las tengo ya desde hace un año y además hay champús especiales.

- Pareces un espantapájaros – declaró. Harry solía cortarse más con la gente con la que no tenía confianza. Rara vez insultaba de esa forma a un extraño.

- Basta. Pídele perdón ahora mismo.

- ¡No!

Mantuvimos un breve duelo de miradas. No le quería avergonzar advirtiéndole que me hiciera caso si no quería unas palmadas y además me negaba a que esa fuera la única forma de conseguir que me hiciera caso.

- ¿Qué forma es esa de tratar a los invitados? - inquirí.

- ¡Se invitaron ellos solos!

- Nosotros igual ya tenemos que irnos, Aidan – musitó Sam, levantándose del sofá, como si quisiera poner tierra de por medio.

- Sí, mejor iros ya – bufó Harry de malas formas.

- Bueno, suficiente. Sube a tu habitación – le ordené.

- ¿Qué? ¡No!

- Tienes dos opciones: subir a tu habitación o disculparte primero y luego subir a tu habitación. Tu sabrás la que más te conviene.

A esas alturas de mi vida, ya debería saber que presionar a Harry cuando estaba enfadado no era una buena idea. Entrecerró los ojos y le enseñó a Sam el dedo corazón y luego fue moviendo el brazo para enseñármelo también a mí. Varios de mis hijos hicieron un ruidito de sorpresa, pero la reacción más llamativa fue la de Blaine, que dejó escapar un grito ahogado en su garganta, que se tradujo en un sonido peculiar, acabado en un gallo. Fue como el gañido de un ratón cuando se topa de golpe y sin previo aviso con un gato.

No mucho tiempo atrás ese gesto me habría sacado de mis casillas. Le habría gritado y de haber estado solo delante de sus hermanos le habría dado una palmada allí mismo. Pero, aunque fuera sutilmente, yo había cambiado. Los recientes acontecimientos me habían cambiado y estaba determinado a no ser tan impuslivo. Me habría propuesto lo de no gritar como un objetivo prioritario. Además, sabía que aquel enfado de Harry aparentemente sin sentido nacía de lo que sea que estuviera sintiendo en ese momento. Era mejor atacar a la raíz del problema.

- Sam no te ha hecho nada, Harry. No se merece que le trates así. No sé en qué estás pensando, pero seguramente sea una idea equivocada, que te está llevando a hacer y decir muchas tonterías. Sube a tu cuarto y reflexiona sobre eso.

- Reflexióname la polla – me replicó.

- ¡Harry, joder! - intervino Ted. - ¡Deja de hacer el idiota! ¿No te das cuenta de que te la estás cargando mucho así de la nada?

- ¡Cómeme la polla tú también! - le gritó y subió las escaleras corriendo hasta su habitación. Suspiré.

Blaine y Sam se miraban con caras de horror.

- Lamento que hayáis presenciado eso. Os pido disculpas en nombre de mi hijo.

- Papi, “polla” es la palabra fea para decir “pilila”, ¿verdad que sí? - preguntó Kurt. - Y es de esas palabras que no puedo decir, ¿no?

Antes de que pudiera responder, Sam soltó una carcajada, que se prolongó durante varios segundos. Blaine se rió un poco también.

- Ey, ¿de qué te ríes? - protestó Kurt.

- De nada, chiquitajo. Es que eres muy mono, ¿sabías?

- No Kurt, esa palabra no la puedes decir. Ni tú, ni Harry tampoco – le aclaré. Agradecí su interrupción porque había aligerado un poco la tensión. - Chicos, será mejor que volváis a casa – les dije a Blaine y a Sam. - No preocupéis a vuestra madre.

- Sí, creo que será lo mejor...

- Venid siempre que queráis – les dije. - Y cuidaros mucho. Blaine, fuiste tú el que me dijo que tu tío os quiere. Intenta recordar eso cuando peléis, ¿bueno? Y no olvides que tu madre te adora y por lo que sé ella no es tan estricta.

- No, mamá es una nube de algodón – me confirmó Sam y me sacó una sonrisa.
Le di un abrazo de despedia y otro a Blaine, que se demoró en soltarme unos segundos.

- Siempre que lo necesites, aquí tienes un amigo – le susurré.

- Gracias. Venid al concierto de Sam...

- Allí estaremos – le prometí. - Le pediré los datos a tu madre.

Les observé marchar y me angustié cuando se subieron en la moto. Se pusieron  los cascos y Blaine se agarró a Sam antes de que arrancara. ¿Qué necesidad había de desplazarse en algo tan peligroso, a ver? Grd.

Cuando les perdí de vista, suspiré. Me quedaba hablar con Harry, lo cual seguramente no iba a ser fácil, y con Barie, mi sensible princesita.


-       BLAINE'S POV -


- ¿En qué piensas? - me preguntó Sam. Ya casi habíamos llegado a casa y yo todavía no había dicho nada.

- En que me estoy comiendo tus rastas – me quejé.

- En qué piensas de verdad – insistió.

No le respondí inmediatamente. No estaba pensando en nada, en realidad. Más bien me estaba recreando en una sensación. Un escalofrío paradójicamete cálido que me había recorrido entero cuando Aidan me abrazó. Era un armario, así que mi cara apenas quedó a la altura de su pecho. Me sentí pequeño y recogido, como cuando te metes en un huequecito estrecho pero en vez de experimentar agobio te sientes a gusto y sientes ganas de hacer un nido ahí para siempre.

- Ese chico es suicida. Harry, ¿no? - le dije, porque no pensaba compartir mi escalofrío cálido con Sam.

- Sí, Harry – me confirmó. - Y sí, algo kamikaze sí parece. Pero Aidan ha reaccionado bien.

De nuevo, no le respondí. Sí, Aidan había reaccionado bien. No le había cruzado la cara. No le había llevado a rastras hasta su cuarto.

- ¿Crees que le vaya a pegar? - pregunté. - Cuando hablé con él sobre lo que pasó con Jemy pareció escandalizado por el cinturón y por lo injusto del asunto, pero no sobre la parte de pegar. Y mamá le dio una palmada a Jemy delante de él y no se inmutó. Tampoco cuando estuvo en casa dijo nada, aunque creo que Aaron le parece muy bruto.

- Eso es porque Aaron es muy bruto – replicó Sam. - No lo sé, Blaine. No es el castigo más habitual. Pero tiene muchos hijos, alguna palmada suelta les habrá dado alguna vez, supongo. ¿A qué la pregunta?

- A nada...

Inevitablemente, llegamos a casa. Todavía no sabía que le iba a decir a Aaron. Con suerte se habría encerrado en su despacho para trabajar y me ignoraría hasta que se le olvidara lo que había pasado. No sería la primera vez, pero en realidad dudaba tener tanta suerte. Aquel día yo le había insultado, eso era una especie de línea que no había cruzado antes y dudaba que tal cosa se le olvidara.

Sam abrió la puerta y lanzó el abrigo hacia el perchero con excelente puntería. Los trillizos estaban jugando tranquilamente en su alfombrita. Tyler construía algo con unos bloques. Avery apretaba sin parar el botón de la máquina de animalitos, haciendo que repitiera sin cesar “la vaca hace muu” y Dante rodaba un coche de bomberos. En cuanto nos vio, Dante dejó el coche y correteó hacia nosotros con sus pasitos algo torpes.

- “Beine, Beine” - me llamó. Mi nombre era una de sus nuevas palabras, pero era muy difícil de pronunciar para él.

- Hola, enano – saludé y le cogí en brazos. - Ugh, cómo pesas.

- Oye, ¿y a mí no me saludas? Que me pongo celoso – protestó Sam.

- ¡Sam!

Dante estiró hacia él sus manitas regordetas. Sam se dejó agarrar y así cambió de mis brazos a los suyos. 

- Hola, renacuajo. ¿Y vosotros qué, no decis hola? - les preguntó a los otros dos.

- Olla :3

- Iosh :3

Sam se rió ante la confusión de Tyler.

- No, adiós, no. Hola. No me voy, enano, acabo de llegar.

La tierna escena se interrumpió cuando Aaron abrió la puerta de su despacho. Debía de habernos oído. Me miró. Le miré.

- Tío Aaron... - empecé, sin saber muy bien cómo continuar.

- Entra – dijo solamente. Sonó como una de esas órdenes que no pudes incumplir.

Intercambié una mirada con Sam. Mamá debía de estar llevando a mis hermanos a piano. Cuando hablé con ella por teléfono, me dijo que no podía insultar a mi tío y que tenía que pedirle disculpas, pero no parecía muy enfadada. Aaron sí. Aaron mucho.

Entré a su despacho y me quedé de pie en el centro, observando un enorme plano en el que debía de estar trabajando en ese momento.

- Sam, echa un vistazo a los bebés – le escuché decir, en un tono autoritario. ¿Tanto le costaba poner dos gotitas de amabilidad en su voz? O decir un “por favor” de vez en cuando.

Dejé de pensar en eso en cuanto cerró la puerta y se apoyó en ella con los brazos cruzados.

- Tío Aaron, siento lo que te dije.

- No, todavía no lo sientes – me aseguró. Cerré los ojos, adivinando cuáles iban a ser sus siguientes palabras. - Al sillón – me ordenó. No me estaba pidiendo que me sentara.

Años atrás, cuando sabía que mi tío estaba por castigarme, lloriqueaba y le pedía que no lo hiciera. Con mi padre no me atrevía. No es que alguna vez me hubiera dado resultado con Aaron, pero él no solía enfadarse porque lo intentara. Por entonces tenía más paciencia. Ahora todos habíamos aprendido a no discutir  nuestra sentencia, aunque no por eso era más fácil de aceptar. A veces, involuntariamente, todavía tenía el reflejo de expresar mi miedo en voz alta.

- No, tío, por favor...

- Al sillón – repitió, mientras se llevaba las manos a la cintua. Se desabrochó el cinturón sin hacer un solo ruido, pero conforme lo sacaba de las trabillas se escuchó el roce. Cuando toda la tira estuvo fuera, agarró la hebilla, y entonces sí hubo un pequeño sonido metálico. Fue ese sonido lo que por fin me hizo reaccionar y caminé hacia el sillón, sintiendo que todo el peso de mi cuerpo se iba hacia mi vientre, haciendo un nudo. Al contrario que Sean, yo no solía resistirme. Prefería evitar llevarme alguno en las piernas si era posible. - Bájate el pantalón y el calzoncillo.

Estuve seguro de haber escuchado mal. Tenía que ser mi cerebro jugándome malas pasadas, trayéndome horribles recuerdos. Aarón nunca me había pegado sin ropa. Como mucho sin pantalón, si la cosa había sido grave, pero no sobre la piel. El cinturón sobre la piel desnuda es una tortura insoportable y yo lo sabía de primera mano porque mi padre sí lo había hecho en más de una ocasión. Entonces era Aaron el que le decía que era demasiado duro, que eso no era necesario, que se trataba de ponerme límites, no de hacerme daño.

- ¿El calzoncillo también? - logré preguntar.

- Te fuiste sin permiso y me insultaste, por supuesto que el calzoncillo también.

- Soy muy mayor para que me veas desnudo – protesté, débilmente. La vergüenza era la segunda de mis preocupaciones pero era también una preocupación considerable.

Aaron debió de considerar que ya eran suficientes objecciones, porque me agarró del brazo y me obligó a apoyarme sobre el sillón. Instantes después sentí un ardor considerable en la pierna derecha, cerca de la pantorrilla.

- Te bajas el pantalón y el calzoncillo – repitió. - Si te lo tengo que decir de nuevo estaremos aquí toda la noche.

Sabía que era una amenaza vacía pero no quería empeorar mi situación, así que hice lo que me pedía. Me desabroché el pantalón, cerré los ojos y empujé la ropa hacia abajo, sin poder reprimir un sollozo. Me tumbé sobre el brazo del sillón rápidamente, así que estoy bastante seguro de que no vio nada, pero no por ello me sentí menos expuesto. Además, todavía podía verme el culo, y eso ya era más de lo que nadie necesitaba ver.

Debió de doblar el cinturón sin que yo lo viera, porque para darme el primer golpe se colocó muy cerca.

ZAS

- Ssff – se me escapó un siseó, fue una sensación de ardor y de picor a la vez.

ZAS

Agarré el cojín con las dos manos, para asegurarme de que se quedaban ahí. Me era prácticamente imposible evitar llevarlas atrás, pero si lo hacía los siguientes caerían en las piernas.

ZAS

Sentí las lágrimas cayendo por mis mejillas. Apreté más el cojín y hundí en el la cabeza. No quería gritar.

ZAS

Mordí el cojín. Me moví, aunque apenas fui consciente. Lo supe porque Aaron puso una mano en mi espalda, pero la quitó enseguida.

No, no la quites” protesté en mi interior.

ZAS

Ese fue más fuerte, no sé si porque me había movido o porque consideraba que los cuatro anteriores no habían ido suficientemente en serio. Era difícil saber lo que estaba pensando, porque no podía verle y no decía nada.

ZAS ZAS ZAS ZAS ZAS

Contraje los músculos, me puse de puntillas, apreté el cojín hasta aplastarlo por completo. Cuando me daba varios seguidos era a la mez mejor y peor. Mejor porque pasaba rápido y me evitaba la agonía de esperar el siguiente golpe. Peor porque el ardor se multiplicaba y en ese momento sentía como si me hubieran quemado la piel.

ZAS ZAS ZAS ZAS ZAS

El cojín no ahogaba del todo mi llanto y mis quejidos. Ya no aguantaba más.

- Snif... Ya tío, por favor... snif... No vol... snif... volveré... snif... a salir sin permiso... snif... ni a insultarte... snif... ni a colgarte el teléfono... snif

ZAS ZAS ZAS ZAS ZAS

Para los cinco últimos ya no estaba inclinado, sino totalmente tumbado sobre el sillón. Era una posición ligeramente inestable, pero ya no hubo ninguno más, así que podía quedarme así. Sentí más que escuché cómo Aaron se marchaba y entonces sí empecé a llorar con todas mis fuerzas, abrazando el cojín y llenándolo de lágrimas.

Mi mente voló hacia el momento en el que Aidan me había abrazado. Intenté recordar cómo me había sentido entonces, pero mi memoria sensorial apenas le hizo justicia a aquel escalofrío. Mi cuerpo ya no podía recrear aquel contacto, en cambio repetía una y otra vez la forma dulce en la que había abrazado a Kurt después de regañarle. ¿Era porque tenía seis años? ¿Porque era mono? ¿O simplemente porque le quería?

Lloré hasta cansarme o, más concretamente, hasta que necesité un pañuelo. Me subí los calzoncillos con cuidado y tras pensármelo un poco me subí los pantalones también. Aaron siempre tenía un paquete de clínex en la mesa, se manchaba mucho las manos cuando hacía los planos, así que le cogí uno y me soné la nariz. Justo en ese momento entró Sam. No dijo nada, solo caminó hacia mí y me dio un abrazo. Lloré en silencio sobre su jersey, pero él no pareció preocupado por su ropa. Me acarició la espalda todavía sin hablar, consciente de que yo lo prefería así. No era la primera vez y probablemente tampoco la última.

-       AARON'S POV -

Dos mil dólares por cambiar una maldita pieza. En menos de año y medio, ocho mil más para unas prótesis nuevas y así periódicamente hasta que dejara de crecer. Eso sin contar los honorarios del médico, era solo el precio de las piernas. Era una burrada. Pero sacaría el dinero de alguna parte. Me negaba a que Max llevara un monigote de plástico, él necesitaba prótesis mecánicas, que le permitieran caminar. ¡Tenía nueve años, por el amor de Dios! Y yo tenía un pañal llenito de pis en las manos. Más me valía concentrarme, Dante estaba haciendo un gesto con la cara que indicaba que necesitaba hacer el númerdo dos.

- ¿Quieres hacer caca? - le pregunté, para cerciorarme y él asintió. Le llevé al baño y le senté en el orinal. Esa parte la llevábamos bien, era el tema del pis el que seguía costando, pero era pequeño todavía.

Dante terminó y le limpié con una toallita. Luego cogí el orinal para vaciarlo en el baño, pero él me miró con preocupación. Hacía solo un par de semanas que estaba usando el orinal y aún le parecía extraño el proceso. Gimoteó, como si estuviera tirando algo valioso o irremplazable.

- No pasa nada, se va por el váter, con otras cacas – le dije. A veces no era consciente de lo estúpidas que eran mis conversaciones con los trillizos. Con el paso de los años y de los sobrinos me había ido familiarizando con el lenguaje de los bebés. -  Mañana harás más.

Dante no estaba convencido del todo, pero al menos no lloró, como la primera vez. Lavé el orinal, me lavé las manos y le puse de pie en el banquito para que llegara al lavabo a lavarse las suyas.

Cuando salimos del baño me encontré cara a cara con Holly.

- Oh. Hola, no te he oído llegar.

- ¿Le pegaste?  - me increpó. No hizo falta que respondiera, porque ya debía de haber hablado con Blaine. - ¡Te dije expresamente que no lo hicieras Aaron! ¡Encima le pegaste sin ropa! ¡Eres un bestia! ¡Un animal!

- No es más de lo que hacía Connor – empecé, pero no me dejó continuar.

- ¡Odiaba a Connor, Aaron! Durante el último año le odié con todas mis fuerzas, aunque tú lo idolatres.

- No digas eso, era tu marido...

- ¿Sí? Pues que se hubiera comportado como tal – dijo, cortante. No respondí, sabía que las cosas entre ellos no habían acabado bien, incluso mucho antes de que muriera en acto de servicio. - Ya no puedo seguir así, Aarón. Te quiero con toda mi alma, te quiero como si fueras una parte de mí, porque eres una parte de mí. Pero no puedo ver cómo me ignoras y cómo les lastimas a ellos mientras te lastimas a ti mismo. No sé cómo, no se a dónde, pero mis hijos y yo nos vamos a ir. A un albergue, si hace falta, o a la calle. Me da igual. Estarán mejor allí que aquí, viviendo con un hombre que solo hablar a través de un cinturón.

- Holly, ¿pero qué estás diciendo? - me horroricé. - ¿Vivir en la calle? ¿En un albergue? ¿Pero por qué? ¿Porque le he castigado? ¡Se fue de casa, Holly! ¡Y me insultó!

- ¡YO soy su madre, YO decido cómo educarle, cómo regañarle y cómo castigarle, y ten por seguro que jamás aprobaré que le pegues con esa cosa!

- ¡No le hice daño! - grité, frustrado por una discusión que ya habíamos tenido cientos de veces. - ¡Mañana ya no le dolerá nada!

- ¡NO QUIERO QUE LE DUELA HASTA MAÑANA, AARON! ¿Por qué no quieres entender? No puedes haberlo olvidado ya, tienes que recordar cómo se sentía.

Le lancé una mirada furiosa.

- Sabes que jamás fui tan duro con ellos como papá con nosotros – gruñí.

- No, Aarón, y por eso nuestro padre tenía una orden de alejamiento.

- Porque tú le denunciaste – reproché, aún resentido por aquello, aunque había pasado muchos años atrás y nuestro padre ya había muerto, de un infarto.

- Si no le denunciaba, en lugar de una llamada de servicios sociales hubiera recibido una del tanatorio – replicó.

Una parte de mí sabía que tenía razón. La otra quería negarlo y seguir admirando al hombre que me había dado la vida y poco más.

Holly me acarició el brazo. Nunca podía enfadarse conmigo por mucho tiempo. Su alma bondadosa siempre ganaba la batalla. Suspiró.

- Si hace falta fabrico una llave – susurró. No entendí lo que quería decir, pero para ella sí debía tener algún significado.


1 comentario:

  1. Me encantoooooo me quedé en suspenso con Harry se merece un buen castigo.... y no aguanto porque el médico diagnostique a Kurt pobrecito que no sea nada graveeee

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