sábado, 5 de octubre de 2019

CAPÍTULO 83: LEALTAD




CAPÍTULO 83: LEALTAD

Pillé a papá terminando de leer algunas cartas de admiradores. Le daba mucha vergüenza recibir correspondencia de ese tipo y últimamente tenía cada vez más, gracias al tremendo éxito de su última novela. Le gustaba responderlas, pero creo que ya no le era posible. Tenía delante más de treinta y esas no eran todas. Si las contestaba una por una, todavía no habría acabado cuando volviéramos del colegio.

- Buenos días – saludé, con un bostezo. 

- Buenos días, campeón. Qué madrugador. 

- Es que quería hablar contigo.

Papá me miró con interés y retiró una silla para mí. 

- ¿Sobre qué?

- Sobre lo que me dijiste de... mm... - me detuve. Realmente, era difícil decirlo en voz alta. Respiré hondo. - Sobre mis dos nuevos hermanos. O antiguos hermanos, pero recién descubiertos.

Tras la visita de Blaine y Sam no encontré el momento para interrogar a papá. Primero estuvo ocupado con Harry, luego con Barie, y después los enanos empezaron a reclamarle que si con ayuda para los deberes o ayuda para la ducha y se hizo imposible. Además, había necesitado un tiempo para procesarlo. Para hacerme a la idea de que tenía más familia. Mi árbol genealógico no cabía ni en una hoja tamaño A3.


Papá suspiró y asintió, como si estuviera esperando que le sacara el tema. 

- En realidad, no sé mucho más de lo que te dije, Ted. Andrew no me dio muchas explicaciones, pero sí un fichero sobe ellos. Te confieso que no me he atrevido a leerlo todavía. 

¿Un fichero? ¿Andrew tenía un fichero sobre nosotros? ¿O solo sobre ellos dos?

- Me... me gustaría leerlo – susurré. 

- Te lo pasaré – se ofreció. 

- Al correo, pa. Mi móvil lo tiene el director – le recordé y agaché la cabeza, muerto de vergüenza. 

- Sí, hablé ayer con él. Voy a ir a recogerlo hoy a la salida, pero solo porque prefiero tener un móvil tan caro a buen recaudo. No te lo devolveré todavía, cariño – me asombraba la forma en la que podía sonar serio y cariñoso a la vez. ¿Era como un don? - Pero tampoco estarás sin teléfono una semana entera, eso no sería justo – añadió. - Dos días, campeón. Mañana por la noche te lo daré. 


Eso sonó increíblemente bien, por partida doble. Primero, porque eran menos días sin móvil y, segundo, porque papá consideraba que se había pasado con lo de una semana y había dejado su orgullo de lado para rectificar. Esa era una de las cosas que hacían a Aidan tan especial: era muy humilde y no quería tener siempre la razón. Por eso sabías que cuando peleaba por tenerla era porque de verdad la tenía.

- Vale, gracias.

No sabía qué más decir. 

- Voy a intentar no volver a pagar mi mal humor contigo, canijo – me prometió. - Ayer te traté muy mal. 

- No, qué va, no lo hiciste...

- Sí, sí lo hice, y no es la primera vez – replicó. - Pero haré lo posible porque sea la última. Ahora, ¿qué te apetece desayunar? Quedan cuatro bollos de esos de chocolate que os gustan. Como has bajado primero, puedes elegir.


- Déjaselos a los enanos. 

Papá se levantó para trajinar en la cocina y yo sentí un repentino impulso de abrazarle. Le rodeé por la espalda y le noté sonreír, a pesar de que no podía verle la cara. 

- ¿Vamos a contactar con ellos? - le pregunté. No especifiqué quiénes eran “ellos” pero papá me entendió. Dean y Sebastian. Aún no podía pronunciar sus nombres. 

- Eso pretendo, Ted. Pero primero tengo que hacerme a la idea. 

Asentí. Desde luego, había mucho que pensar. Esa gente no sabía de nuestra existencia y probablemente tuvieran sus propias familias. En cuanto volviera de clase, me iba a aprender sus ficheros de memoria. 



-       COLE'S POV -



Entré en la cocina frotándome los ojos. Papá y Ted estaban terminando de preparar el desayuno y el almuerzo.

- Buenos días, campeón. Podías dormir aún un poquito más, cariño – saludó papá.

- Me desperté – respondí, encogiéndome de hombros. Mi voz todavía sonaba pastosa. Mi mente estaba activa y nerviosa, pero mi cuerpo seguía dormido.

Papá soltó los vasos que llevaba en la mano y vino hasta mí para darme un abrazo. Sonreí y me acoplé en ese huequito perfecto que parecía diseñado para que cupiera alguien de mi tamaño.

- Estás adorable con ese pijama – me dijo. Me ruboricé. Llevaba un pijama con dinosaurios, ¡no era adorable! Bueno, tal vez un poco.

Ted se nos acercó y me revolvió el pelo. Aichs. ¡Que no era un bebé! Le miré mal a ver si se daba por aludido, pero Ted solo sonrió.

- Eres uno de los enanos de la casa y siempre lo serás, peque. Acostúmbrate – me dijo.

- No soy de los enanos, soy de los medianos – protesté. - Tengo cuatro hermanos pequeños.
 
- Hasta que no tengas por lo menos ocho, nada – me chinchó Ted.

- Aunque tuviera quince – replicó papá. - Siempre será mi bebé y tú también. No importa cuántos bebés haya detrás.

Ted y yo rodamos los ojos al mismo tiempo. No estaba claro si papá lo decía para chincharnos o porque lo pensaba de verdad. Que me viera a mí como un renacuajo tenía un pase, pero Ted ya era mayor. Sin embargo, a mi hermano no parecía molestarle en serio, porque sabía que en realidad papá le trataba según la edad que tenía. Solo le infantilizaba cuando se ponía cariñoso.... lo que en el caso de mi padre, eran 23 horas al día. Ese pensamiento me hizo sonreír.

- ¿Vas a querer los cereales de choco o los de galleta? - preguntó papá, estirando la mano para llegar   a por ellos.

- Mmm. No sé. No tengo mucha hambre.

- ¿Y eso? ¿Te encuentras bien?
 
- Sí – me mordí el labio. - Hay un concurso en el cole y me quiero apuntar – le dije. Estaba demasiado ansioso como para pensar en comer.

- ¿Un concurso? ¿De qué?

- De cuentos – admití y me miré las manos, pero aún así pude ver cómo papá se sorprendía y luego sonreía.

- ¿Un concurso de escribir? Cole, pero eso es genial. ¿Cuándo es el concurso?

- Hoy se presentan los cuentos... - susurré. - El profesor los va a leer delante de toda la clase y vamos a votar. Los más votados competirán con las demás clases.

Papá se quedó callado durante unos segundos y luego, sin que me lo pudiera esperar, me agarró por debajo de los brazos y me levantó para sentarme en la encimera. Me manejó como si no pesara más que unos pocos gramos.

- ¿Has escrito un cuento? - preguntó, como para cerciorarse. Asentí.

- ¿Lo quieres leer?

- Claro que lo quiero leer, Cole. ¿Por qué no me lo has dicho antes? Podría haberte ayudado – me dijo y yo me encongí de hombros, porque no sabía qué contestar. - Campeón, nunca me cuentas nada. Como lo de ese chico que se metia contigo. ¿Es que no te gusta hablar conmigo?

Me apreté las manos una contra la otra.

- Me daba vergüenza – murmuré.

- ¿Vergüenza?

- Tú eres escritor – le recordé. - ¿Y si no te gusta lo que hice?

Papá me sujetó la barbilla e hizo que le mirara a los ojos.

- Todo lo que hagas tú me gustará, Cole. Y no tiene que darte vergüenza. Si alguien sabe lo difícil que es enseñar algo que has escrito, soy yo. Todavía me pongo nervioso cada vez que termino un libro.

- Pero yo solo escribo tonterías...

- No digas eso, ¿eh? - me regañó. - No son tonterías. Vamos, ve por el cuento – ordenó. Sonó serio, casi como un militar, pero parecía que estaba medio de broma, no lo tenía claro.

- ¿Estás enfadado? - pregunté, para cerciorarme.

- Oh, sí, ya lo creo – me respondió. - Estás en un buen lío, muchachito – declaró y empezó a hacerme cosquillas sin ninguna piedad.

- Jajaja ¡No! ¡Ted, ayúdame! - grité, pero mi hermano se había mantenido al margen de aquella conversación, terminando de poner la mesa, y no participó tampoco en mi rescate, levantando las manos como para indicar que no podía hacer nada. El muy traidor tenía una sonrisa enorme en la cara. - Ya, papi, que me hago pis – protesté.

- Bueno – accedió papá, y me dejó tranquilo. - Ya en serio, enano. Puedes contarme todo lo que te pase, sin vergüenzas ni miedos estúpidos, ¿mm? Eres mi hijo, cariño. Nunca me voy a reír de ti y menos con algo que te haga ilusión. Si me hubieras hablado antes del concurso, podría haberte dado algún consejo.

- Jugar la carta del padre escritor es hacer trampa – respondí.

- No lo es, es usar los recursos a tu disposición. Aún así estoy convencido de que no necesitas mi ayuda para nada. Seguro que es muy bueno. ¿Me dejas verlo? Antes de que bajen tus hermanos y se desate el caos.

- ¡Sí, ya vengo! - exclamé y corrí a mi cuarto a por él.

- ¡Sin correr por las escaleras! - le escuché gritar. Reduje la velocidad un poco, pero solo un poco.

Entré a mi habitación, busqué en mi mochila y saqué la hoja que quería. Le di una leída rápida en busca de faltas de ortografía, pero estaba bastante seguro de que no había ninguna. Bajé otra vez a la cocina y le entregué la hoja a papá. Casi inconscientemente me acerqué a Ted, y a duras penas pude contener mis impulsos de esconderme detrás de él. Ted me rodeó con un brazo, pero luego se separó y se fue con papá.

- Yo también quiero leer – me dijo.

- TED'S POV -


Mi hermanito estaba muy nervioso. Era tan mono. Me daba mucha curiosidad ver lo que había escrito. Cole siempre había admirado a papá y yo no veía imposible que terminase siendo escritor él también. Aquel era el primer cuento suyo que leía y resultó ser bastante bueno:
 
Érase una vez un niño que vivía dentro de un libro. Saltaba sobre las letras y jugaba casi siempre en las páginas de inicio, pero a veces se atrevía y paseaba por las páginas del final. Conocía su libro de memoria: cuántos capítulos tenía, cuándo le empezaban a pasar cosas al protagonista, en qué página aparecía el dragón... Se sentía cómodo en su libro perfecto, hasta que un día alguien tomó el libro y lo sacudió, haciendo que el niño se cayera. Cayó y cayó hacia el suelo, pero fue a parar a otro libro, que estaba abierto.

El niño se asustó al ver que aquella no era la historia que conocía. Había otros personajes, y otro final, y las letras eran más grandes. Asustado, empezó a correr, pasando furiosamente las páginas en busca de la salida, hasta que por fin la encontró. El libro se cerró y el niño empezó a vivir en el mundo exterior, llevando los dos libros como parte de su equipaje.

- ¿Os gusta? - preguntó Cole, con sus ojos titilando con vida propia.

- ¿Que si me gusta? Campeón, esto es fantástico – dijo papá. - A todos los niveles. Está muy bien escrito, no tiene ni una sola falta de ortografía lo cual es todo un mérito para un chico de diez años, y tiene varias posibles interpretaciones, todas ellas muy profundas. Estoy muy orgulloso de ti.

Cole puso una cara de ilusión máxima y le dio un abrazo a papá justo antes de recuperar su cuento.

- Está realmente bien, hermanito – le felicité. Dudaba que fuera a ganar el concurso, sin embargo. Si los que votaban eran sus compañeros, seguramente prefirieran algún cuento sobre magia o de aventuras. El relato de Cole era casi filosófico y era realmente impresionante. Estaba adelantado a su edad, como en otros muchos aspectos.

- ¿Lo ves, Ted? Algunos de mis hijos sí me enseñan lo que escriben – me dijo papá. Me sorprendió que se acordara. Gracias a Michael y a la estúpida pelea que tuvimos apenas un par de semanas después de que viniera con nosotros, Aidan sabía que yo escribía cosas en secreto. Y por lo visto no se le olvidaba que no había querido que las leyera.
 
- Deberías enseñárselo – apoyó Cole.

- Tal vez algún día – respondí, evasivamente.

“Ni muerto” pensé.

Por suerte, ya era hora de que mis hermanos despertaran, así que me escapé al piso de arriba para levantarles mientras mi padre se quedaba hablando con Cole.

Hannah y Kurt estaban perezosos y mimosos aquella mañana y pretendían que les bajara en brazos a desayunar, pero no podía con los dos a la vez. Para que ninguno se sintiera desplazado y me acusara de favoritismo, les llevé de la mano. Cuando llegamos a la mesa, papá, que estaba riéndose por algo que había dicho Cole, se puso serio de pronto. Se acercó a Kurt y le levantó en el aire, para después darle un beso. El gesto no era extraño, pero la intensidad con la que lo hizo sí. Algo estaba pasando con mi hermanito, algo que papá me estaba ocultando, pero él no solía ocultarme cosas. Sí había tardado en decirme lo de Dean y Sebastian, porque no sabía cómo contarme algo tan fuerte, supongo. Me quería proteger. ¿Pasaba lo mismo con Kurt? ¿Ocurría algo malo de lo que mi padre me quería proteger?

Les miré atentamente. Mi hermanito era el mismo bebé mimoso y dulce de siempre, pero papá estaba preocupado. Su mirada había perdido parte de su intensidad habitual. Y todo había empezado con la visita al cardiólogo. Automáticamente, metí mi mano en el bolsillo en busca del móvil, solo para recordar que no lo tenía. Michael pasó a mi lado en ese momento y le agarré del brazo.

- ¿Puedes buscar algo en tu teléfono?

- ¿El qué? - me preguntó.

- Algo así como enfermedades del corazón en niños.

Michael puso cara de circunstancias.

- ¿Kurt? - dijo solamente y yo asentí. - No es buena idea buscar en internet, Ted. Te duele la tripa, lo buscas, y ya terminas pensando que tienes cáncer.

Sabía que tenía razón, pero no soportaba la sensación de estar perdiéndome algo. Me propuse observarles en los días siguientes, al enano y a papá, aunque realmente esperaba que todo fueran imaginaciones mías.

Seguimos con nuestra rutina caótica y cuando todo el mundo estuvo listo nos fuimos al colegio. Agustina me estaba esperando en la puerta. Saludó a mi padre y a mis hermanos con cierta timidez y luego me apresó del brazo, llevándome aparte, junto a Mike y Fred.

- ¿Cómo te fue? - exigió saber Mike.

- ¿Con qué? - pregunté, confundido.

- Por lo del móvil – explicó Fred.

- Oh. Bueno, a mi padre no le hizo gracia – respondí, avergonzado. - Pero está todo bien.

- Si a mí me quitaran un móvil de mil dólares no estaría “todo bien” - replicó Agus, y Mike asintió como para mostrar su acuerdo.

- Mi padre no se molestó porque me lo quitaran, sino porque lo estuviera usando en clase. No es como si lo hubiera perdido, lo tiene el director.

- A veces se me olvida que tienes el mejor padre de la historia – gruñó Mike.

No supe qué responder, estaba totalmente de acuerdo con Mike en eso, pero sentía que aquella era una de esas situaciones donde tienes que minimizar algo bueno que te pasa para no hacer sentir mal a alguien con menos suerte en ese aspecto.

- Aidan también se enfada. Pero vosotros le habéis visto enfadarse muy pocas veces.

“Y yo tampoco lo veo a menudo. Tiene mucho genio, pero siempre se contiene cuando está a punto de sacarlo” añadí para mí. 

Entramos a clase y las horas pasaron más lento de lo que era lógico hasta el recreo. Salimos al patio y unos chicos de mi clase estaban jugando a un calienta manos. A veces me preguntaba si los hombres nacíamos con serrín en el cerebro. ¿Qué había de divertido en un juego que consistía básicamente en ver quién le daba al otro más golpes en la mano?

- Son idio... - empecé, pero me callé al ver que Mike había ido con ellos. Rodé los ojos. - Vamos, Fred. Si quiere hacer el imbécil, allá él.

- ¿Y por qué estás tan seguro de que yo no quiero jugar? - me respondió, ofendido, y se fue detrás de Mike.

- ¿Y ahora qué dije? - me extrañé.

- Sácale de ahí, le van a destrozar – pidió Agustina. - Esos tipos son muy brutos.

- Si hago eso, sería como animarle más. Parece que quiere demostrar que es como el resto, cosa absurda, porque una de las mejores cosas de Fred es que es raro de narices. ¿Ahora va a cambiar los cómics por el fútbol?

- Si con eso consigue que te fijes en él, sí – susurró Agus

- Él sabe que yo no...

- Saber y desear son cosas distintas, Ted... Ahora estamos saliendo. Seguramente está celoso...

- No. Llevamos saliendo semanas ya y él no actuaba así. Y siempre ha sabido que a mí me gustan las mujeres. Tiene que ser algo más – respondí, convencido de lo que decía.

- No sé, pero eso tiene pinta de doler – dijo ella, justo cuando Fred se llevaba un manotazo por no haber quitado la mano lo bastante rápido.

Fui a rescatarle antes de que se hiciera daño de verdad.



-       HARRY'S POV -



Un día más de colegio y mis hermanos actuaban como si todo fuera normal. ¿Era el único que percibía que nuestras vidas se estaban mezclando progresivamente con la de Holly y su familia? ¿Era el único al que le importaba? Tal vez papá tuviera razón, tal vez no tuviera nada que temer, pero aún así toda aquella situación me provocaba vértigo en el estómago. Las cosas podían cambiar mucho. Y si no cambiaban, papá terminaría con el corazón roto y eso tampoco era bueno.

Desde la tarde anterior, no dejaba de darle vueltas a los posibles escenarios del futuro cercano. Por lo pronto, papá había dicho que iríamos al concierto de Sam. Y suponía que todos los demás hijos de Holly estarían allí...

En el colegio sucedió algo que me distrajo de mi bucle. A la hora del recreo Barie me vino a buscar y me dijo que algo pasaba con Cole. Prácticamente me arrastró hacia donde estaba él y pude comprobar que realmente mi hermano parecía muy triste.

- ¿Te están molestando otra vez? - pregunté, sin rodeos. Barie me dio un pisotón, supongo que como clara indirecta de que intentara ser más delicado.

- No...

Zach nos había seguido y yo sabía que él tendría más éxito que yo para hablar con Cole, así que le dejé llevar la iniciativa, aunque me puse cerca para escuchar.

- ¿Qué pasó, enano? - inquirió.

- Nada...

- ¿Seguro que nada? Estás muy depre.

- Hoy había un concurso...

- Ah, sí. Algo le escuché a papá – dijo Zach. - ¿Y qué, no te fue bien?

Mi hermanito negó con la cabeza.

- Pero eso no importa, no siempre se gana – dijo Cole. - Además, al profe le gustó mi cuento.

- Entonces, ¿cuál es el problema?

- Stevie me dijo que me iba a votar, se suponía que era mi amigo – susurró.

- ¿Y no te votó?

Cole volvió a negar.

- Otro chico de mi clase le dio diez dólares si le votaba a él – explicó.  - Eso vale nuestra amistad, diez dólares – suspiró. - Yo no tengo amigos.

Sonó tan miserable al decir eso. Nos quedó claro que esa era la raíz del asunto. Barie, Zach y yo intercambiamos una mirada.

- No digas eso, claro que tienes amigos – replicó Barie.

- ¿Sí? Dime uno. Papá no vale. Y Dylan tampoco, ni ninguno de vosotros.

Barie abrió y cerró la boca varias veces, pero no se le ocurría nadie. Me miró buscando ayuda, pero aparte de Stevie no sabía qué más decir. Por suerte, uno de nosotros todavía tenía neuronas:

- No deja de ser tu amigo porque no te haya votado – dijo Zach. - Solo ha sido un poco idiota. Los amigos lo son a veces. Incluso los hermanos.

- Pero no es solo por esto. Stevie es un compañero, me llevo bien con él, pero no es mi amigo. Él juega al fútbol con los que sí son sus amigos. Yo odio el fútbol y los deportes en general. Él odia leer y el coro y no le gusta nada de lo que me gusta a mí. Y todavía podríamos ser amigos a pesar de eso, pero no cuando le importan más diez pavos que ayudarme en algo que me hace ilusión.

- Cole, cuánto lo siento. Ya verás como.... - empezó Barie, continuando con todo un discurso reconfortante, pero no le presté atención, porque tenía mi propia línea de pensamiento.

Sentí mucha pena por mi hermano y ese otro chico pasó a encabezar mi lista negra. Aquello había sido traición en toda regla y no iba a quedar impune. Conocía de vista al tal Stevie, así que le busqué con la mirada. Estaba jugando al fútbol y se había quitado la chaqueta para poder correr mejor. Perfecto.

- Zach. ¿Me prestas tu caja de cromos? - le pregunté. Mi gemelo me miró extrañado, ese era uno de los pocos hobbies que no compartíamos y yo nunca había mostrado interés en su colección de cromos de Pokémon. Casi siempre se la traía al colegio, por si se daba la ocasión de intercambiar alguno repetido, así que la sacó de su bolsillo para enseñármela. - Solo la caja. Luego te la devuelvo...

- ¿Para qué la quieres? – preguntó, con suspicacia.

- ¿Recuerdas el hormiguero de la entrada? - le dije y le conté lo que me proponía. Zach abrió mucho los ojos, dejó escapar una risita y asintió.

- ¿Necesitas ayuda?

- No hace falta.

Sin perder más tiempo, porque quedaban solo cinco minutos para el final del recreo, caminé hasta el hormiguero y recogí todas las hormigas que pude para llenar la caja de Zach. Tuve cuidado de no tocarlas, pero aun así una me picó. Me escodió bastante y me chupé la mano. Luego fui hacia donde Stevie había dejado su chaqueta y vacié la caja encima.

Regresé con mis hermanos, feliz por el deber cumplido.

- Mira que no quede ninguna, ¿eh? - me dijo Zach. Abrí bien la caja, le mostré que estaba libre de insectos y se la devolví.

El espectáculo empezó cuando sonó el timbre. Los que habían estado jugando al fútbol fueron a por sus chaquetas. Stevie se la puso y a los pocos segundos se empezó a rascar frenéticamente.... Pero no fue el único. Resulta que las hormigas se habían expandido y habían colonizado otros abrigos. Mientras mis hermanos y yo nos hinchábamos a reír por los movimientos de Stevie, varios chicos más empezaron a rascarse y uno gritó cuando vio tres enormes hormigas en su mano.

- ¡Hormigas! ¡Hay hormigas en la ropa! - gritó Stevie.

- ¿Habéis sido vosotros? - preguntó Cole. El pobre no se había dado cuenta de nada, no había estado atento a mis movimientos.

- Qué va, enano, es el karma – respondí yo.

- Pero esos otros chicos no hicieron nada.

- Bueno, a veces el karma se equivoca un poquito.

Mi intención era causarle pequeñas molestias  a ese chico, pero no me di cuenta de que lo que había hecho podía llegar a ser más peligroso que divertido. De haber tenido polvos pica pica a mano, es lo que habría usado, pero en lugar de eso utilicé hormigas... hormigas que empezaron a picar a esos chicos, por todas las partes de su cuerpo, porque se metieron bajo su ropa. Hormigas rojas cuya picadura podía llegar a ser muy dolorosa.

- ¡Soy alérgico! - empecó a gritar un chico.

Alguien avisó un profesor. La mirada de Bárbara me indicó que aquello se había salido de control. Ella también había estado distraída, pero de alguna manera supe que sabía que había sido yo.

“¿Qué has hecho?” me preguntó, sin emitir sonido, moviendo tan solo los labios.
 
- Joderla, Barie, joderla – susurré, mientras escondía la mano con la picadura. En cuanto empezaran a buscar culpables aquel punto rojo me delataría. ¿Quién más iba a tener mordeduras de hormiga sino el que las había puesto?


-       AIDAN'S POV -


Desde que Michael no iba a la comisaría ya no se quedaba la casa vacía cuando los demás estaban en el colegio. Me hacía compañía y disfrutaba de esos momentos a solas con mi hijo mayor, aunque la mitad consistieran en pincharle para que se pusiera a estudiar. Cuando conseguía que abriera los libros, observaba que en realidad le interesaba aprender. Michael era muy inteligente y tenía algunas capacidades sorprendentes. Con el seguimiento y las circunstancias adecuadas, podría haber sido un  niño prodigio. Le habían robado una infancia feliz, pero me negaba a que nadie más le quitara un futuro brillante.

- La mitad de lo que dice este libro sobre Dickens es impreciso – se quejó, al cabo de un rato. - ¿Es que el que ha hecho esto nunca ha ido a ver los manuscritos?

- No tantas veces como tú, seguramente. Por cierto, ¿no están en Inglaterra?

- Sí, estuve allí tres meses, cuando... ehm... cuando Greyson me pidió que hiciera algo – respondió, evasivamente.

- Michael, puedes decirlo. No más secretos, ¿recuerdas campeón?

- Estuve tres meses para robar, falsificar y vender obras de grandes autores. Puedes considerarlo un trabajo de investigación en literatura.
 
Rodé los ojos.

- Pues ahora investigarás únicamente con este libro y lo investigarás a fondo – decreté, con firmeza. Una parte pequeñita de mí se moría de envidia: siempre había querido ir a la Biblioteca Británica para ver libros antiguos.

Michael bufó, pero justo en ese momento sonó el teléfono, así que me quedé sin escuchar la  respuesta ocurrente que con toda probabilidad tenía en la punta de la lengua. Descolgué con una sonrisa, que se me fue borrando a medida que avanzaba la llamada.

- ¿Dígame?

- ¿El señor Whitemore? Soy el director Johnson.... Le llamo por un problema con sus hijos.

Cientos de ideas pasaron por mi cabeza en un segundo. “Un problema”. Si era un problema causado, los principales sospechosos eran los gemelos y Alejandro. Pero podía ser otro tipo de problema. ¿Y si Kurt se encontraba mal? ¿Y si Ted había sufrido un ataque de epilepsia? No había tenido ninguno, pero nos habían advertido que podía pasar.

Aunque el director había dicho “hijos”, en plural...

- ¿Qué pasó?

- Pues verá... hubo una serie de incidentes en el recreo... Bárbara puso varias hormigas en la ropa de otros alumnos y han sufrido picaduras de diferente gravedad.... Uno de ellos ha tenido que ir al médico por sufrir una reacción alérgica – me comunicó el director. Tardé en procesarlo, porque aquellas palabras no tenían ningún sentido. ¿Bárbara? ¿Barie había hecho eso? ¿Por qué?  Mi princesa nunca daba problemas en el colegio, sus profesores la adoraban. Aún estaba intentando asimilar aquella información cuando el director continuó: - Eso no es todo. Theodore participó en una pelea... En realidad, por lo que sé, él no peleó, sino que recibió un puñetazo, pero quiero aclarar el asunto con todos los implicados.

Obvié todo lo demás y me centré en eso último. Mis alarmas internas sonaron a toda potencia.

- ¿QUÉ? ¿Un puñetazo? ¿Ted? ¿Pero él está bien? ¿Ha sido en la cara? ¿Se ha mareado? ¿Está consciente? - pregunté, aceleradamente. Cuando ves cómo le abren la cabeza a tu hijo, escuchar que se ha llevado un golpe es terrorífico. No sabía si algún día dejaría de ponerme histérico ante la posibilidad de que cualquier impacto en su cabeza, por pequeño que fuera, pudiera llevarle de nuevo a sufrir un hematoma subdural.

- Tranquilícese, señor Whitemore. Ted está bien, está perfectamente. De hecho, está aquí conmigo. Dile algo a tu padre.

- Hola, papá. Me encuentro bien, no te preocupes – escuchar su voz me quitó tres toneladas de peso metafórico, y entonces el enfado pudo subir por fin, al dejar de verse aplastado por la preocupación.

- ¿Qué no me preocupe? ¿¡Qué no me preocupe!? ¡Te han dado un puñetazo! Grrr. Estaré allí en veinte minutos. ¿Tienes idea de que es todo eso que han dicho de Barie?

- No estoy seguro... Ella no dice nada, tampoco.

Suspiré.

- Ya mismo estoy ahí.

Colgué el teléfono y me apreté el puente de la nariz.

- ¿Voy a perder algún hermano? - me preguntó Michael, intentando hacer un chiste, creo.

- O un padre, si ellos acaban conmigo primero – respondí y volví a suspirar. - Tengo que ir al colegio.

- ¿Puedo dejar los libros por hoy? Porfa...

Me mordí la mejilla para no sonreír. ¿Se daba cuenta de lo adorable que sonaba?

- Puedes dejarlos hasta esta tarde – le dije.

Michael refunfuñó pero no protestó en voz alta. Le di un beso, me puse el abrigo y salí a coger el coche. En el camino hasta la escuela, intenté buscarle alguna lógica a lo que me había dicho el director, pero no conseguí encontrar una explicación para lo de Barie. Ella odiaba los insectos, salvo las mariposas, las mariquitas y las mantis religiosas, que por alguna extraña razón la fascinaban.

Cuando llegué, seguía igual de perdido que al principio. Estaba también la cuestión de Ted. No era propio de él meterse en peleas, aunque las palabras del director me daban a entender que tal vez había sido solo una víctima. Dejé el coche y pasé por la secretaría del centro, en donde me esperaban Ted, Barie, Cole, varios compañeros de Cole, y varios chicos que por el tamaño clasifiqué como compañeros de Ted, aunque solo reconocí a su amigo Fred, que parecía sumamente mortificado. Mis hijos me dedicaron saludos de diversa intensidad, pero la nota discordante fue Barie, que permanecía clavada en su asiento con las manos firmemente cerradas en torno a su falda, de forma que sus nudillos estaban blancos.

- Cole, ¿qué haces aquí, campeón? - le pregunté, en cuanto se levantó para abrazarme. - ¿Tuviste algo que ver en todo esto?

- Todo ha sido por mi culpa, papá – susurró.

Eso me desconcertó todavía más y tenía muchas preguntas, pero me centré en Ted en primer lugar. Tenía un trozo de papel en la nariz, debía de haberle sangrado.

- ¿Estás bien? - le pregunté de nuevo, a pesar de que ya lo había respondido por teléfono.

- Sí, papá. Y solo para que conste, yo no me peleé.

- ¿Quién te hizo eso? - exigí saber, fulminando con la mirada a todos los muchachos de su edad que había en aquella habitación. Fred se encogió hasta tal punto que por un segundo parecía que iba a desaparecer alli mismo delante de mis ojos. - ¿Fred? ¿Tú le pegaste?  - me extrañé. Pero si eran buenos amigos. Si Fred era un chico muy tranquilo...

- No quise hacerle daño, señor Whitemore, de verdad. No sé qué me pasó.

- …. ¿Le diste un puñetazo en la cara después de que casi se queda paralítico? - medio gruñí, apenas conteniéndome para no zarandearle.

- ¡Papá! - protestó Ted.

- Lo siento mucho, señor. Lo siento – repitió, con un gimoteo.

La puerta del despacho del director se abrió en ese momento, y dentro había ya varios padres.

- Buenos días, señor Whitemore. Gracias por venir tan rápido. Vamos a comenzar sí le parece por los más pequeños. Por favor, pase y siéntese – me pidió, e hizo una señala a Barie y Cole y los demás chicos de su clase para que entraran también. Los padres que estaban en la habitación se acercaron a sus respectivos hijos en ademan protector. - Voy a ser breve. El colegio no puede permitir este tipo de situaciones. La vida de un niño ha estado en peligro y todos en general han sufrido múltiples picaduras que causarán grandes molestias en los próximos días. Tengo aquí un grupo de padres muy enfadados y con razón. Van a necesitar tratamiento médico y este acto de vandalismo no puede quedar impune, ¿lo comprende, señorita Whitemore?

El esfuerzo titánico que estaba haciendo Bárbara por no llorar se manifestaba en el temblor de su labio y en sus ojos brillantes con lágrimas que de momento había conseguido no derramar.

- Pero, ¿qué es lo que ha pasado? - pregunté.

- Su hija ha llenado la ropa de los niños de hormigas rojas – replicó una madre enfurecida.

- Pero, ¿por qué? - insistí, mirando directamente a mi niña. - Bárbara, ¿por qué hiciste eso?

El rostro de Barie se congestionó ligeramente, a punto de ceder ante el llanto, pero se contuvo. Sin embargo, no me respondió.

- Creemos que tiene algo que ver con Cole. No sé si estaba al tanto de que hoy había un concurso en su clase – dijo el director.

- Sí, sí lo sabía. ¿Cómo te fue, campeón?

- Perdí – admitió Cole.

- Sus compañeros no le votaron – continuó el director. - Así que suponemos que Bárbara actuó en una especie de venganza.

Miré a la aludida con incredulidad, pero Barie seguía sin decir nada. Aunque su angustia me daba algo de lástima, su silencio me enfurecía. Lo mínimo que podía hacer era dar una explicación.

- Bárbara, discúlpate con estos señores – le dije.

- Lo... lo siento – susurró.

- Cualquier otra persona habría sido expulsada del centro, señorita Whitemore, pero en atención a su buena conducta en todos estos años pasados, no tomaremos esa medida. Tendrá que quedarse una hora más en el colegio todos los días durante una semana, realizando tareas para la comunidad. Y no irá a la excursión del viernes. Se quedará en la biblioteca.

Bárbara abrió y cerró la boca con sorpresa y horror. Su clase iba a visitar un teatro y a ver una función y ella estaba muy ilusionada. No solo por perder horas lectivas, sino porque tenía muchas ganas de ver la obra, que era una adaptación moderna de Romeo y Julieta. Un par de solitarias lágrimas cayeron por sus mejillas.

Si eso te parece malo, espera a que lleguemos a casa” pensé en mi interior. No me reconocí a mí mismo en esos pensamientos. Normalmente mi instinto era proteger a mi princesa, pero poco a poco iba calando dentro de mí la gravedad de lo que había hecho. Había gente herida.

- Espero que esto no se vuelva a repetir, señorita Whitemore.

- No... no, señor....

El director no solía llamar de usted a los alumnos. Esa cercanía me gustaba, mis hijos pasaban muchas horas allí como para ser tratados con tanto formalismo, como si fueran desconocidos. Pero aquella vez ese hombre quería demostrarle a mi hija hasta qué punto la situación era seria.

- Deberá escribir también una carta de disculpa, ¿entendido?

- Sí, señor.

- De acuerdo, puede marcharse. Salid fuera todos, quiero hablar un momento con vuestros padres.

Los niños se marcharon y los adultos nos quedamos a solas con el director.

- Espero que después de esto remuevan todos los hormigueros de las cercanías del colegio – exigió un padre.

- Haremos lo posible, se lo aseguro.

- ¿Y eso va a ser todo? ¿Una semana de horas extra? - se quejó una madre.

- Señora, entiendo cómo se siente, pero esto ha sido una broma que se ha salido de control. Bárbara es una alumna excelente y es aún una niña. Sé que está molesta, pero trate de ser comprensiva.

- ¿Comprensiva? ¿Ha visto usted los brazos de mi hijo? ¡Se ha desnudado en medio del patio para sacarse esos bichos de encima! ¡Todo el mundo le ha visto desnudo! ¡Y esa chiquilla se va a ir tan tranquila con solo una llamada de atención!

- Le prometo que nunca más hará algo como esto – intervine yo. - Voy a asegurarme de que entienda que lo que hizo es peligroso y le pido disculpas por lo que ha pasado.

La mujer apenas se aplacó, pero no siguió protestando.

- El servicio de enfermería del colegio recomienda que lleven a los niños al médico. Las picaduras de hormiga roja no son graves salvo en caso de alergia, pero sí son muy dolorosas pasadas unas horas y les pueden recetar algo que les alivie – dijo el director.

Los padres gruñeron en señal de acuerdo y poco a poco fueron despidiéndose y abandonando la habitación. No me gustó la sensación de quedarme solo con aquel hombre, me hizo sentir como un adolescente en problemas.

- No me puedo creer que Bárbara haya hecho algo así – murmuré.

- Son cosas de niños, señor Whitemore. Las imprudencias de la juventud. Ahora, con respecto a Ted, el padre de Frederick no responde al teléfono.

- No es necesario que le llame si está ocupado – me apresuré a decir. El chico no estaba en esos momentos entre mis personas favoritas, pero aunque estuviera enfadado no quería causarle problemas, al menos no hasta estar seguro de cuál iba a ser la reacción de su violento progenitor. - ¿Qué fue lo que pasó exactamente? Fred dice que golpeó a Ted, pero ellos dos son amigos.

- No sé mucho más que usted – dijo el director. - Les voy a pedir que entren y que nos cuenten lo que sucedió. Fred estaba con otros chicos de su clase, aunque no sé si tomaron parte.


-       TED'S POV -

Fred me había pedido perdón veintiocho veces exactas y aún así pude ver que se seguía sintiendo culpable. La verdad es que me había dado un buen derechazo y seguía sin entender a qué había venido su ataque, pero ya le había perdonado. Él había reaccionado muy mal cuando había intentado sacarle del juego del calientamanos, casi como si le hubiera insultado. “No soy una nenaza debilucha, Ted” me había dicho, y entonces me había pegado. De alguna manera, había herido su orgullo sin pretenderlo.

Por mí todo estaba bien y mi única peocupación era que no tuviera problemas en casa. No habíamos vuelto a hablar de su padre y no había visto más señales inquietantes. Le venía a recoger todos los días y le trataba con cariño. Fred había estado castigado sin ordenador un par de días por pasarse toda la noche en internet. Ese era un castigo normal y nada abusivo, así que podíamos establecer que las cosas con su padre estaban bien en ese momento. Todos queríamos que siguiera siendo así.

Siendo sinceros, había otra cosa que me preocupaba: el hecho de que Barie se había metido en el mayor lío de su vida. Fue salir del despacho y que empezara a llorar. La abracé e intenté calmarla, pero mi hermanita parecía inconsolable.

- Shhh. Tranquila, enana, tranquila. Respira. No pasa nada, no pasa nada.

No estaba seguro de qué había hecho Barie exactamente, pero iba escuchando cosas y todo indicaba que aquella vez se la había cargado.

- Escucha, todos hemos estado así alguna vez, ¿bueno? Todo el mundo mete la pata hasta la rodilla alguna vez en su vida. En el momento parece terrible, pero siempre la puedes sacar. Esta noche, cuando estés a punto de dormirte, mirarás atrás a este instante y te darás cuenta de que ya pasó todo. Papá siempre consuela más que regaña, enana.

Bárbara no me respondió, pero apretó más el abrazo, avergonzada porque había gente delante y sabía que nos estaban mirando.

- Ve al baño, ¿vale? - sugerí. -  Bebe agua, lávate la cara. Papá te escuchará, siempre lo hace.

La observé marchar con un nudo en el estómago. No sé por qué era tan protector con ella. Porque era una de mis pocas hermanas mujeres, tal vez. O porque tenía una carita adorable. Porque era muy dulce y muy inocente y muy niña todavía.

En seguida fue mi turno para entrar en el despacho, junto con Fred y los demás.

- Ellos no tuvieron nada que ver – dijo Fred, nada más pasar. - Fui yo el que pegó a Ted, y él tampoco hizo nada para provocarme.

- Ya me ha pedido perdón – intervine yo. Decí arriesgarme por la lealtad que le debía. -
En realidad fue una tontería, él no sabía que estaba detrás, le hablé de repente y le dí un susto de muerte. Me golpeó por instinto, pero no fue nada.

El director me miró fijamente. No se creyó ni una sola palabra.

- ¿Es eso lo que pasó? - preguntó, mirando a los otros chicos, que habían sido testigos de todo. Les supliqué con los ojos que nos siguieran la corriente y afortunadamente lo hicieron, asintiendo como respuesta a la pregunta del director.

Seguía sin creerme, pero no podía hacer nada si yo, que era la víctima, lo negaba todo.

- Tienes que tener más cuidado, Frederick – dijo el director. - Pero si eso es lo que pasó, entonces podéis marcharos.

Nos dimos prisa en abandonar la habitación, y papá vino a los pocos segundos, tras despedirse, imagino.

- Gracias, tío, de verdad, yo... - empezó Fred, pero no tuvo ocasión de terminar porque Aidan se acercó a nosotros.

- Vosotros dos, si soñáis con volver a salir al cine, a comer, a cenar o a cualquier lugar juntos antes de cumplir los cuarenta, ya me estáis diciendo la verdad – ordenó. Abrí los labios, pero papá me interrumpió antes de que pudiera empezar. - Piensa muy bien lo que vas a decir, Ted, porque si me mientes a mí como has mentido ahí dentro estarás en muchos problemas. He sido claro, ¿no?

- Cristalino – susurré. Papá podía sonar realmente intimidante cuando se lo proponía, caray. - Unos chicos estaban jugando a un calientamanos. Consiste en juntar las manos e intentar darle un manotazo al otro antes de...

- Conozco el juego – me cortó Aidan. - Es una estupidez.

- Eso mismo pensé yo, pero Mike se puso a jugar con ellos y luego se sumó Fred. Quise sacarle del juego y él... pues... se enfadó un poco..

- Ni siquiera pensaste en sacar a Mike – protestó Fred. - Solo a mí. Seré maricón, pero no soy una flor delicada.

Me quedé a cuadros, porque él no solía hablar así y aquella había sido la primera vez que reconocía en voz alta su orientación sexual. Nunca hablaba abiertamente de eso.

- Ya sé que no eres una flor delicada, pero Mike es un maldito armario y tú pesas como diez kilos menos que yo. Nunca juegas a ese tipo de cosas y te estaban masacrando. Habría sacado a cualquiera de mis hermanos y que sepas que pensaba sacar a Mike después.

Fred me miró con sorpresa y de nuevo adoptó una postura culpable.

- Lo siento... Es que... mmm...

- ¿Qué ocurre, Fred? Hoy has estado raro – le dije.

Mi amigo se mordió el labio y se aseguró que nadie más salvo mi padre y yo le escuchábamos.

- Mi padre sospecha que yo... Cree que soy gay – admitió al final.

- Lo eres.... ¿no? - pregunté. Estaba bastante seguro de que sí, pero era el momento de confirmarlo.

- Creo que sí. Me gusta... alguien.

Sentí arder mis mejillas, porque sabía que ese alguien era yo. Decidí no hacer comentarios y hacerme el tonto.

- ¿Y dices que tu padre lo sabe?

- No lo sabe, solo lo sospecha. Pero ha hecho algún comentario que.... No quiero que lo sepa. Quiero empezar a actuar más como un “chico normal”.

Me quedé en silencio por unos segundos.

- Tú no eres normal, Fred – le dije.

- ¡Ted! - me regañó papá.

- Es la verdad. Habla varios idiomas, algunos de los cuales no existen, es un genio en matemáticas, puede manejar seis personajes de rol a la vez y se sabe las cinco primeras páginas de El señor de los anillos de memoria. No eres normal, eres mucho mejor que eso: eres especial. No tienes que demostrarle nada a nadie y, de todas formas, jugar a un calientamanos no es de “chico normal” y, en el caso de que lo sea, te informo entonces de que yo tampoco lo soy, porque no tengo ningún interés en que me hagan daño como forma de diversión.

Fred me dedicó una media sonrisa.

- Algo rarito sí eres – bromeó.

- Y tú eres idiota y aún así te aguanto – repliqué.

- Imbécil.

- Capullo.

Estábamos totalmente de broma, pero eso no quitó para que sintiera un repentino tirón en la oreja.

- Ay, pa – me quejé, aunque en verdad no me había dolido.

- Lenguaje – dijo, solamente. En condiciones normales me habría dado una colleja, pero creo que no quería ni acercarse a la zona de la cabeza después de todo lo que me había pasado. En realidad, en condiciones normales me habría dado una palmada, pero no con Fred delante. - Y tú no te rías, Frederick, que ganas no me faltan de hacerte lo mismo.

- Házselo – decidí chincharles a ambos un poco. - No es justo que solo me regañes a mí.

Fred se llevó ambas manos a las orejas, en un gesto tan infantil que papá y yo estallamos en carcajadas al mismo tiempo. Fred no solía tener esos comportamientos aniñados, era más como un joven adulto. Cuando se dio cuenta de que solo estábamos de broma, bajó las manos, pero se ruborizó visiblemente.

Papá miró el reloj todavía sonriendo. Quedaban diez minutos para que terminaran las clases, así que no tenía sentido que volviéramos a nuestra aula.

- Ven, Cole – llamó a mi hermano pequeño, que estaba sentado hablando con otro chico. - Vamos fuera a esperar a tus hermanos. ¿Dónde está Barie?

- En el baño – respondí yo. - Sé bueno con ella, anda. Es como un cachorrito asustado.

- Es un cachorrito en problemas – replicó papá. - Yo siempre soy bueno, sois vosotros los que os empeñáis en sacarme canas prematuras.

- Y aún así no te salen, se ve que no hacemos bien nuestro trabajo – me burlé.

- Mocoso sin vergüenza. Ya te voy a enseñar, ya.

Fred nos observó con fascinación y con una sonrisa tímida. Para mí era normal tomarle el pelo a papá, era solo una muestra más de la mucha confianza que le tenía. Sabía qué comentarios podía hacer sin que se enfadara.

Bárbara volvió entonces y se acercó a nosotros sin levantar la mirada del suelo. Papá estaba serio, creo que de verdad estaba enfadado con mi hermanita, pero aún así pasó un brazo a su alrededor, como si quisiera reconfortarla.

- ¿Me contarás lo que pasó? Todavía no lo he escuchado de tu boca – dijo papá, pero Barie se limitó a encogerse sin decir nada. - Hablaremos en casa, cariño. Ahora vamos fuera hasta que salgan los demás.

- Tengo que ir a por mi mochila – murmuró. Cole y yo ya teníamos las nuestras.

- Pues ve. Estamos donde siempre, tesoro.
 
Salimos del edificio y nos quedamos en la entrada.

- Papá, no te enfades con Barie – pidió Cole. - Ella solo quería hacerme sentir mejor. Fue mi culpa, no tendría que haber dicho nada.

- ¿A qué te refieres, campeón?

-  Stevie no me votó y me sentó un poco mal y se lo dije y...

- ¿Pusiste tú esas hormigas en la ropa? - le cortó papá.

- No...

- ¿Le pediste que lo hiciera?

- No...

- Entonces no es tu culpa en ningún aspecto de la palabra, enano – recalcó papá. - Respecto a lo del concurso, siento que no ganaras, peque. No estés triste, otra vez será.

- Ya lo sé...

Barie volvió con su mochila y a los pocos minutos el resto de mis hermanos comenzó a salir. Harry y Zach estaban bastante raros. Se vinieron en mi coche, junto con Barie y Madie, y no dejaron de cuchichear en todo el viaje.

- He dicho que no – murmuró Barie. Esa fue una de las pocas cosas que logré entender. Cualquier intento de ser incluído en la conversación se vio frustrado. ¿Qué se traían entre manos? Por lo menos Bárbara parecía distraída de su pozo de tristeza. Algo es algo.

Cuando llegamos a casa pensé que papá querría quedarse a solas con Barie, pero en lugar de eso me llamó a mí. Estaba bastante serio.

- Si es por lo que le dije a Fred, sé que no debería decir tacos, pero no eran insultos de verdad, solo bromeábamos...

- Ya lo sé, Ted. No te llamo porque estés en problemas. Hay que ver qué fama tengo – protestó papá. - Aunque si te vuelvo a escuchar hablar así, meterás en el tarro hasta el último céntimo de tu cartera – me advirtió. - Y más te vale que no te oigan tus hermanos.

- Casi nunca digo palabrotas delante de ellos – me defendí. - Si no es por eso, ¿qué querías?

Cogió unos papeles de encima de la encimera.

- Son los archivos de... los otros hijos de Andrew. Te los he imprimido.

Estiré el brazo con algo de miedo y cogí los documentos.

- Gra... gracias – musité.

- Que quede entre nosotros por el momento, ¿está bien? Tengo que pensar cómo se lo digo a tus hermanos. Y no dudes en buscarme si necesitas hablar.

Asentí y fui en busca de un rincón privado para poder leerlos con tranquilidad. Al final, salí al jardín, y me senté en uno de los banquitos que estaban pegados a la casa.

Abrí la carpetita con mucha ansiedad. Tenía lazos de sangre directos con los dos desconocidos cuyos datos tenía en la palma de la mano.

Dean tenía los ojos claros y el pelo negro o castaño oscuro. Tenía treinta años, vivía en Hollywood y había hecho pequeños trabajos como modelo, pero en la actualidad era artista. Escultor, según ponía en su informe. Tenía un hermano escultor. ¿Cómo de guay era eso?


El documento era bastante exhaustivo. Aparecían sus notas de la universidad. No estaban nada mal, pero lo que verdad destacaba de su breve biografía era que había ganado varios premios por sus obras.

 
Sebastian también tenía los ojos azules, pero su pelo era castaño claro con algunas vetas rubias. Llevaba una barba no demasiado larga. Tenía treinta y dos años y era médico en un hospital de Inglaterra. Wow, un doctor en la familia. Ponía que tenía un hijo de tres años, pero no decía nada de su mujer.





El informe contenía muchos más datos, pero yo me centré en las fotos porque era lo que me hacía sentirlos como personas reales.

Había dos números de teléfono, uno para cada uno. ¿Serían suyos de verdad? ¿Andrew había conseguido un número de contacto? ¿Les habría llamado alguna vez? … ¿Podía llamarles yo? Papá se enfadaría. No quería dar ese paso todavía. Pero estaban ahí, a mi alcance, y había tantas cosas que les quería preguntar. Me mordí el labio y me asomé por la puerta de casa. El teléfono inalámbrico me llamaba desde el salón. Me acerqué, descolgué...

¿Qué les iba a decir? “Hola, soy Ted, tengo diecisiete años y soy vuestro hermano”. Según sus fichas, Dean se había criado en el sistema, entrando y saliendo de casas de acogida, mientras que Sebastian había sido adoptado por una buena familia. Los dos debían de saber que tenían un padre biológico en algún sitio, no les pillaría tan de sorpresa...

Como una señal del destino, el teléfono sonó en ese momento. Aún no había marcado, y me tomé eso como una indirecta de que no debía marcar. Tenía que tener paciencia. Y tenía que atender el teléfono.

- ¿Sí, digame?

- ¿Quién eres? ¿Ted? - preguntó la voz de Andrew.

“Hablando de señales” pensé, nervioso.

- S-sí... Papá no está por aquí ahora – murmuré. Estaba con Barie, seguramente. No se le veía en el piso de abajo.

- Está bien, llamaré más tarde.

- ¡No, espera! - exclamé, para que no colgara. - Qui... quiero preguntarte algo.

- ¿El qué? - se extrañó.

Sí, ¿el qué? No tenía ninguna pregunta concreta, solo había sentido la necesidad de escuchar su voz un rato más.

“Estúpido, estúpido, estúpido”.

Nunca sabía bien cómo sentirme con Andrew. Quería odiarle, a veces creía conseguirlo, pero en el fondo siempre había deseado que él me quisiera.

- Muchas cosas – admití. - Muchas preguntas, demasiado largas. Me gustaría que algún día me hablaras de mi madre.

- Tu madre y yo tuvimos una historia, Ted. No te voy a decir que fue el amor de mi vida, porque te mentiría.... De esos solo tuve uno. Pero me preocupaba por ella. Sentí mucho su muerte.

Cerré los ojos. Esas palabras me dieron paz... y me hicieron daño.

- Estaba casada – le recordé. - Tenía un hijo.

- Su marido no la trataba bien. Se hubiera divorciado, pero no quería hacerlo precisamente por el bebé. Por Michael – me dijo. Le escuché suspirar. - Y... porque yo no le ofrecí ninguna garantía – admitió. - No espero que lo entiendas, Ted. Sí, tuve una relación con una mujer casada. He tenido varias, en realidad. Pero no te miento cuando te digo que tu madre fue especial. Tal vez, con el tiempo, hubiera podido enamorarme de ella. Sé que... sé que planeaba quedarse contigo.

Me escocieron los ojos y al segundo siguiente una lágrima solitaria se escurría por mi mejilla. Mi madre me había querido. Si no se hubiera muerto, mi madre se habría quedado conmigo.

- Yo lo pensé también – susurró. - Por un instante, cuando te vi en el hospital, lo pensé.

Se me encogió el pecho. No supe qué responder, no sabía cómo asimilarlo ni si el hecho de que Andrew hubiera tenido dudas era bueno o malo. ¿Por qué al final me rechazó? ¿Qué pude hacer tan malo de recién nacido? ¿Lloraba mucho, acaso? ¿Era muy feo? ¿Le recordaba demasiado poco a él?

- ¿Cómo pudiste confundirme con Michael? - pregunté de pronto. - Él tiene los ojos azules. ¿Cómo pudiste pensar que era yo cuando fue a tu casa? ¿Tienes un fichero de Dean y Sebastian pero no uno mío?

- Tengo un fichero tuyo, Ted, pero nunca lo abro. Solo lo abrí cuando me enteré de que te operaron la cabeza.

- ¡Aún así, no deberías necesitar un fichero para saber esas cosas! - le reproché.

- Había bebido bastante – se justificó. - Podías haber llevado lentillas. ¡Yo que sé! No le doy importancia a esas cosas. A mí me da igual si sois negros, blancos o asiáticos.

- Sí, ya lo sé, no eres nada exquisito. Te acuestas con todo lo que lleve falda – le espeté. Se sintió bien echárselo en cara. - ¿Tienes más hijos? ¿O ni siquiera lo sabes? Sé lo de Dean y Sebastian.

No pareció sorprenderse.

- No, Ted, no tengo más.

- ¿Cómo lo sabes? Alguno de tus líos de una noche pudo quedarse embarazada y luego ya no verte más, de forma que nunca te enteres.

- Tengo gente que se ocupa de esas cosas – respondió evasivo.

- Eres absolutamente despreciable – le dije. 

- Y por eso tomé la decisión correcta al no hacerme cargo de ti – me respondió.

“No llores. No llores. Síguele insultando, venga. Eso te hace sentir mejor”.

- Tengo que colgar. Vamos a comer – le mentí. No sabía por cuánto tiempo más iba a mantener la compostura. - Gracias por el Iphone.

Quería demostrarle que Aidan me había enseñado bien, que me había enseñado a ser educado.

- De nada, Ted.

- Gracias por dejar que papá nos adopte. Voy a intentar... voy a intentar que nos llevemos bien.

- No es tu trabajo intentar eso. El que tiene que poner de su parte soy yo.

Al menos lo reconocía.

- Me tengo que ir. Adiós...

- Cuídate.

“Cuídate. ¿Por qué, si sabe mostrar aunque solo sea un mínimo de preocupación, no lo ha hecho antes? Basta de pensar en el 'antes'. Si no nunca vamos a avanzar”.

- … Cuídate tú también.


-       BARIE'S POV -

Harry entró en pánico en cuanto entendió que su broma se había salido de control.

- Papá me va a matar, no hace ni un día que me castigó y encima me van a expulsar – le dijo a Zach. Parecía aterrado.

- No creo que te expulsen....

- Es igual, Zach. No quiero estar en líos a cada rato. ¿Por qué todo me sale mal? De esta papá me mata, en serio.

- Shh, que viene Cole – les dije. Había ido a ver qué pasaba con los chicos de su clase, pero fue bastante evidente: les habían llevado a la enfermería.
 
- ¿No habéis sido vosotros de verdad? - preguntó el enano, acercándose a nosotros en actitud suspicaz, y entonces supe lo que tenía que hacer. Harry tenía razón, a él podían expulsarle, ya le habían echado por tres días recientemente. En cambio yo nunca había estado en problemas en el colegio. Y tenía la mejor media de mi clase.

- He sido yo, Cole – le dije y a partir de ahí seguí con el engaño.

Harry no quería que me echara la culpa, pero fui más rápida que él en cuanto se acercaron los profesores a preguntar. Mis hermanos mayores siempre me habían protegido y por una vez era yo quien estaba en situación de proteger a alguno de ellos.

Hablar con el director fue muy complicado y fue peor cuando llegó papá. Estaba tan enfadado conmigo... ¿Así se sentían mis hermanos cuando montaban una gorda? ¿Como si el mundo se fuera a acabar en cualquier momento y el aire de pronto pesara cien kilos más? Lo único que quería hacer era llorar y esconderme en los brazos de papá, pero no podía hacerlo porque él estaba furioso. El director dijo que no podría ir a la excursión. No podía ir al teatro. Eso dolió, y aún así supe que estaba siendo bueno conmigo.

Sabía que no había hecho nada malo, pero aun así sentía que había decepcionado a todo el mundo. Si Ted no me hubiera abrazado cuando salí del despacho, creo que no habría tenido fuerzas para seguir con la mentira. Pero sabía por qué estaba haciendo aquello: precisamente para evitar que Harry se sintiera así. Era un idiota descerebrado, pero era mi idiota descerebrado. La clase de idiota que coje un montón de hormigas asesinas para vengarse de un niño que ha sido desconsiderado con su hermanito.

Durante todo el camino en el coche, Harry y Zach intentaron convencerme de que dijera la verdad.

- He dicho que no – respondí, tajante. Ted intentó averiguar de qué hablábamos, pero no se lo dijimos. Él no seguiría con la farsa.

- Bar, pero no es justo. Tú no hiciste nada – susurró Harry. - Y yo ayer fui un imbécil con lo que le dije a Sam sobre ti.

Me ruboricé al recordarlo.

- Eso ya está olvidado.

Harry me sorprendió al darme un abrazo, no era algo que soliera hacer.

- No quiero que papá se enfade contigo por mi culpa – me dijo.

- Ted dice que los enfados de papá duran dos minutos – repliqué.

- Sí, pero son dos minutos horribles.

No es como si nunca me hubiera metido en líos, pero creo que lo más grave que había hecho había sido subirme a un árbol para intentar ver de cerca el nido de un pájarito que había puesto huevos. Esa vez papá me regañó mucho, porque pensó que me iba a caer, y me castigó fuerte, pero nada comparado con los atolladeros en los que se metía Harry. Cole y yo casi nunca estábamos en grandes problemas.

Llegamos a casa y todo el mundo se fue a sus habitaciones. Harry intentó convencerme otra vez, pero al final se rindió. Madie ni siquiera me hablaba. Estaba enfadada conmigo, porque se había enterado y creía que yo estaba siendo tonta. Subió a nuestro cuarto sin ni siquiera desearme buena suerte. Papá vino a buscarme a los pocos segundos.

- Bárbara, sube a mi habitación.

- Barie – protesté, bajito.

- ¿Cómo dices?

- No soy Bárbara, soy Barie. Ya me has llamado Bárbara mucho hoy. No me gusta.

¿Por qué de pronto soné como Hannah cuando ponía pucherito?

Papá me miró fijamente y la esquina de su labio se estiró un poquito, pero él hizo todo lo posible para no sonreír. Él nunca reprimía sus sonrisas.

- Ni a mí me gusta lo que has hecho hoy. Sube, vamos.

Un agujero negro en mi estómago amenazó con absorberme. Quería que me abrazara, pero me daba miedo intentarlo y que me dijera que no. Pasé a su lado sintiendo que el suelo iba a abrirse en cualquier momento para tragarme, pero cuando puse el pie en el primer escalón, papá me hizo un gesto cariñoso en el pelo. Eso fue todo lo que necesité para lanzarme sobre él. Mi mundo se estabilizó cuando sentí que me rodeaba con sus brazos.

- Ay, princesita – le escuché suspirar.

- Tienes que estar muy enfadado para mandarme a tu cuarto y no al mío – susurré, con la cara escondida en su camiseta.

- Mandaste a un niño al hospital, Bárbara.

- No quería que llegara a tanto, papi... - respondí. No sabía qué más decir.

- Hablaremos arriba.

Reuní valor y subí las escaleras. Me senté en la cama de papá, sintiéndome muy pequeñita y no solo porque aquel colchón fuera enorme. Él no tardó en subir. Se quedó de pie en frente de mí y me observó durante unos segundos antes de hablar.

- La verdad es que no sé por dónde empezar, hija. ¿Por qué lo hiciste? ¿Porque no votaron a Cole?

- El enano estaba muy triste...

- Él supo entender que no siempre se gana. No puedes vengarte de una persona solo porque no te vote a ti o a tu hermano, me da igual. Sé que piensas que lo has hecho por defender a Cole y que eso está bien, pero esto no ha sido defenderle, ha sido enseñarle que si las cosas no salen como él quiere puede tomarse la justicia por su mano. Hay que saber aceptar las derrotas y la gente tiene derecho a votar lo que quiera – me sermoneó.

Yo ya sabía todo eso, pero le escuché sin interrumpirle.

- Lo que hiciste fue peligroso, Bárbara. Y cruel. No es que esté a favor de las bromas vengativas, pero si vas a hacer una, por lo menos que no cause dolor. Esos chicos van a pasar unos días horribles.

Me miré los pies. No sabía qué responder ni si debía responder algo. Papá se sentó a mi lado en la cama.

- No me esperaba algo así de ti. Normalmente tienes más sentido común.

Esas palabras se clavaron como un aguijón. No quería que papá estuviera decepcionado de mí. Sin poder esperarlo, las lágrimas se acumularon en mis ojos y no pude reprimir un sollozo. Noté que papá tiraba de mí para tumbarme sobre sus piernas y eso me hizo llorar más. Me dolía al respirar, como si tuviera un nudo en el pecho en un sentido más literal que metafórico.

- Cálmate – me dijo, frotando mi espalda. - No llores así, te va a hacer mal.

Intenté concentrarme en la sensación reconfortante de su mano acariciando mi espalda. Cuando paró, apreté los puños alrededor de las sábanas, porque supe que los fuegos artificiales iban a comenzar.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Mi garganta emitió un gimoteo con voluntad propia. Sabía que no me iba a hacer un daño permanente, sabía que era solo su mano y no con toda su fuerza y aún así tenía miedo.

Escuché algo a mi espalda y tardé en compender que era la puerta, que se había abierto.

- ¡No, papá, déjala! - gritó Harry.

- ¡Chicos! No podéis entrar sin llamar. Esperad fuera.

No quise girarme para mirar. En realidad en ese momento lo único que quería era encerrarme en alguna torre bien lejos de allí.

- ¡No lo entiendes! - dijo Zach.

- Ella no fue, papá – continuó Harry. - Yo puse las hormigas, pero no quería que se extendieran por todas las chaquetas, solo quise ponérselas a Stevie porque cambió el voto de Cole por diez dólares y el enano dijo que no tenía amigos y pensé que se lo merecía... No quería que nadie acabara en el hospital...

- ¿Barie? ¿Es eso cierto? - preguntó papá, tras unos instantes de silencio. No respondí.

- ¡Claro que lo es, te lo estoy diciendo! - insistió Harry. - Mira, aquí tengo una picadura, ¿lo ves? Ella no hizo nada, solo me está protegiendo.

- Barie ni siquiera sabía lo que íbamos a hacer – añadió Zach.

- ¿Ibais?

- Yo le presté mi caja de cromos para que guardara las hormigas.

- Pero él no participó, fue todo cosa mía – replicó Harry.

Papá tiró de mí para levantarme y a falta de un sitio mejor en el que esconderme, me metí en el hueco de su cuello.

- Mi amor... ¿por qué lo has hecho? - me dijo, y me dio un beso en la cabeza. - ¿Qué voy a hacer con vosotros, eh? ¿Cómo podéis ser tan buenos hermanos y tan atolondrados al mismo tiempo? Te he castigado por nada, cariño, y si no llega a venir tu hermano hubiera sido bastante duro contigo. ¿Sabes cómo me hace sentir pensar que he sido injusto con mi princesa?

- Perdón – lloriqueé. - Es que Harry no tenía mala intención, papi, de verdad, pero se la habría cargado en el colegio y luego tú te habrías enfadado con él y él solo quería molestar a Stevie por hacer que Cole se sienta mal.

- El enano dice que no tiene amigos, papá, y puede que sea verdad – dijo Zach.

- Tengo que hablar con él... Y vosotros: sé que solo estábais siendo los hermanos sobreprotectores que tanto me enorgullecen, pero Vengadores solo hay unos, y llevan mallas y tienen poderes. Las cosas no se arreglan atacando a la gente y menos con insectos.

- La cosa se desbordó, papá.... No quería que llegara a tanto – dijo Harry.

Noté que papá me acariciaba el pelo y apenas pude contener un ronroneo.

- Zach, dame la caja de cromos. Te la devolveré al final de la semana. Y Harry.... ve a tu cuarto....

- ¡No, papá! - protesté. - Ya no lo va a hacer más. Solo por esta vez... No le castigues, porfa.

- Ya supongo que no va a volver a utilizar hormigas como armas, pero quiero asegurarme de que piensa las cosas antes de hacerlas.

- Pero....

- Está bien, Bar. Ya sabía que estaba condenado...


-       AIDAN'S POV -

Tres pares de ojos, dos de ellos idénticos, se compincharon para hacerme sentir un monstruo, lo cual no era difícil, teniendo en cuenta que había estado a punto de ser muy duro con mi bebé. Las lágrimas de Barie casi me matan, y ahora me mataban el doble sabiendo que ella no había hecho nada.

- Por favor, papá – insisitió mi princesa, intercediendo por su hermano.

El cariño que se guardaban unos a otros me derretía el corazón. Harry se la había jugado por Cole, y Barie por Harry....

- A tu cuarto dije.

Cómo logré poner un toque de seriedad en mi voz aún no me lo explico. Harry se marchó con los hombros hundidos y Barie y Zach me lanzaron miradas asesinas.

- Le dejamos que se lo crea por cinco minutos y luego le llamamos para que baje a comer – les informé. Barie sonrió y se colgó de mi cuello. - Pero va a estar castigado y contra eso no quiero protestas. Soy más blando que una almohada y hacéis conmigo lo que queréis, mocositos aprovechados.

Barie estampó un sonoro beso en mi mejilla y me resigné a ser un muñeco de plastilina en las manitas adorables de mis hijos.

Al día siguiente, Harry se empeñó en ir a contarle la verdad al director. Sabía que yo tenía que estar a favor de la sinceridad, pero me preocupaba un poco que decidieran expulsarle. Harry estaba decidido, sin embargo, porque decía que Barie no merecía quedarse sin su excursión. Mi niño tenía un corazón noble y valiente y me alegré de haber sido suave con él. No quería castigarle continuamente. Había veces que sus peores ideas nacían de sus mejores intenciones, pequeño bichito impulsivo. Esperaba que poco a poco fuera volviéndose más sensato.

Barie, Harry y yo fuimos a primera hora a hablar con el director. El hombre escuchó a mis hijos con atención y luego frunció el ceño. Dictaminó que Harry tendría que quedarse una hora extra durante dos semanas y le avisó de que no iban a pasarle ni una más. Mi hijo prometió un buen comportamiento y yo me iba a asegurar de que cumpliera esa promesa.

- En cuanto a ti, Bárbara, podrás ir a la salida del viernes, pero no estuvo bien que me mintieras. No tendrás que venir una hora más toda la semana, sino solo un día, y harás líneas repitiendo la frase “No debo decir mentiras”, ¿entendido?

Barie asintió y cambió el peso de un pie a otro, entre nerviosa y avergonzada.

- ¿Puedo ir al teatro? - quiso confirmar, a pesar de que ya le habían dicho que sí. - ¡Gracias!

Mi pequeña se lanzó sobre el director y le dio un abrazo, antes de salir corriendo para su clase. El hombre fingió que colocaba unos papeles mientras emitía una tosecilla nerviosa y se ruborizaba. Nadie podía permanecer serio e impasible ante la ternura de mi princesa.
 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario