lunes, 6 de enero de 2020

CAPÍTULO 85: EL DÍA H





CAPÍTULO 85: EL DÍA H
Papá nos despertó temprano aquel sábado. Tampoco nos hizo madrugar como en un día de colegio, pero nos sacó de la cama a las ocho y media, lo que en fin de semana tendría que ser delito. Sin embargo, estaba justificado: el concierto de Sam era por la mañana, a las once, y dijo que quería llegar pronto para que nos diera tiempo a comprar las entradas y coger sitio.
- Y a hacer las presentaciones – añadí yo. – Por fin les voy a poner cara a todos.
- ¡Me muero de ganas de volver a ver a los trillizos! – exclamó Barie.
Decir que mi hermanita estaba eufórica era un eufemismo que apenas le hacía justicia a su estado de ánimo. Barie estaba hiperactiva, y eso que normalmente era muy tranquila. Demasiado, ya que podía pasarse horas enteras sentada leyendo o con la tablet sin sentir la necesidad de levantarse.
- ¿Cuándo nos vamos? – preguntó, por tercera vez en menos de cinco minutos.
- ¿Qué tal cuando te vistas y desayunemos? – sugirió Alejandro, de mal humor porque sin duda era el que peor llevaba lo de despertarse antes de las diez.
- ¿Cómo es Leah, Ted? – quiso saber Barie, ignorando a Jandro. - ¿Es más alta que yo? ¿Es guapa? Papá dijo que era rubia, ¿es rubia?
- Apenas la vi unos segundos, Bar, pero sí, es rubia. Tiene los ojos claros y es un poco más alta que tú, pero porque es mayor. Es algo gordita, creo. No estoy seguro, porque vestía ropa muy holgada, como si se la hubiera cogido prestada a su hermano. Yo diría que es guapa, pero no tanto como tú – respondí, arrancándole una sonrisa.
Al describirla, me vino su imagen a la cabeza. Me di cuenta de que aún era pronto para tener una opinión formada sobre los hijos de Holly, pero Leah no me había caído bien, quizá porque sentía que me había mirado con desprecio.
- Bien jugado, Ted – dijo Michael. – Esa es la respuesta correcta cuando una mujer te pregunta si otra es guapa.
- ¡Tonto! ¡No voy a estar celosa de mi hermana! – replicó Barie.
La miré fijamente, sin saber bien cómo reaccionar. Sabía que Bárbara estaba muy ilusionada con todo eso y que en su cabeza ya estaba planificando la boda de Holly y papá, pero era muy chocante escucharle decir “hermana” al hablar de una persona a la que aún no conocía. Barie era muy niña aún, muy infantil y tendría a simplificar las cosas. Y, al mismo tiempo, su forma de verlo no me parecía tan descabellada. Había muchas posibilidades de que sus deseos se cumplieran y, de ser así, entonces aquel era el día en el que iba a conocer a mis futuros hermanos. Sería un día que marcaría un antes y un después. El día H, con H de Holly.

-         AIDAN’S POV –
 Me pasé la noche entera replanteándome lo que estaba por hacer. ¿De verdad quería que mis hijos conocieran a los de Holly? Cuando Sam me había propuesto ir a su concierto, le había dicho que sí, sin pensar en todo lo que implicaba. Por más que quisiera autoengañarme, no era solo un concierto. La música era lo de menos. Nuestros veintitrés chicos -veinticuatro, si contábamos a Aaron, al que creo que Holly veía de forma similar a como yo veía a Ted- iban a estar en un mismo espacio. Claramente, Aaron no era un niño, así que eso debería de haber simplificado las cosas, pero en realidad era uno de los puntos que más me preocupaban. Su hermano era alguien muy importante para Holls y al mismo tiempo le hacía mucho daño.
Mientras daba vueltas en la cama, me pregunté una vez más si lo que nos proponíamos era correcto. Nuestros hijos podían salir lastimados, pero siempre que se abre el corazón se corre ese riesgo. ¿Acaso debía enseñarles a cerrarlo?
Me encontré a mí mismo rezando porque mi historia con Holly saliera bien. Todo lo que le había pedido a Dios últimamente se había cumplido: que Ted se pusiera bien, que Michael no fuera a la cárcel… Así que solo esperaba que me cumpliera otros dos deseos: una relación feliz con Holly y la salud de mi pequeño Kurt.
Sentí un repentino peso en el estómago y es que Leo, el gato, había decidido saltarme encima y utilizarme como su cama personal. Otras noches hacía un poco de teatro e intentaba bajarle de mi cama, solo para acabar rindiéndome minutos después, pero aquella vez le dejé estar y le acaricié, encontrando cierto consuelo en su pelaje suave.
Entonces vibró el móvil en mi mesilla, con un mensaje nuevo. Era de Holly.
Holly: ¿Tú también estás asustado?
Miré la pantalla unos segundos antes de responder.
Aidan: Muchísimo.
Holly: ¿Has cambiado de idea?
Aidan: No.
Holly: Sam lo entenderá si le digo que no podéis venir. Tal vez es demasiado pronto…
Aidan: Siempre será demasiado pronto.
Era difícil establecer cuál era el momento correcto de incluir a nuestros hijos. Si esperábamos a que las cosas “fueran más en serio”, podía ser demasiado tarde, podían sentir que les forzábamos a una situación que ya les venía hecha. Además, ¿qué era “ir más en serio”? Porque yo no estaba yendo de broma.
Aidan: Te necesito en mi vida. He criado once hijos sin conocerte, así que me hice la vana ilusión de que podía solo. Pero estos últimos meses me han enseñado que necesito alguien con quien compartir los buenos y los malos momentos. Alguien a quien hacer feliz y que me haga feliz. Y eres la única persona en la que puedo pensar para ese proyecto.
Durante unos instantes, Holly no me respondió. Después me hizo una videollamada. Tras dudar un poco, encendí la luz de la mesilla, para que no viera todo oscuro, y descolgué. Me llevé una sorpresa cuando al otro lado de la pantalla no vi a Holly, sino a su hijo Blaine.
- Eso ha sonado casi como si la estuvieras pidiendo matrimonio. Córtate un poco, que la vas a asustar – me reprochó. - ¿Siempre eres tan intenso?
Me quedé sin palabras y de la sorpresa poco a poco fui pasando a la vergüenza y a la indignación.
- ¿Y tú siempre eres tan entrometido?
- Sí, y caradura también, mi madre me lo dice siempre.
- No está bien que te hagas pasar por ella, Blaine. Ni que cojas su móvil sin permiso. Era una conversación privada – le regañé. Me salió como algo natural, no fui consciente del tono con el que le estaba hablando.  – Vamos, vete a dormir. Es muy tarde para que estés despierto.
- Oye, ¿ese es tu cuarto? – me preguntó, pasando por completo de lo que acababa de decirle. – Es grande. ¿Y qué es eso de ahí? ¿Un gato? Ah, sí. Mi madre dijo que tenías un gato. Nosotros también tenemos uno, ¿sabes? Y un hurón. Y un erizo. Y un pato. Y una cacatúa. Y dos conejos. La mayoría son de Scarlett.
Wow. Holly me había dicho que tenían varias mascotas, pero no sabía que tantas. Eso me hizo darme cuenta de que había muchas cosas que todavía no sabía sobre ellos. Demasiadas.
- Se llama Leo. Aún es muy pequeño y más mimoso de lo que pensé que sería un gato. Aunque se pasa la mitad del tiempo escondido en algún rincón – respondí.
- Ah, por eso no lo vi cuando fui a tu casa.
- Sí… Oye, a propósito de eso… ¿Solucionaste las cosas con tu tío?
Blaine se puso tenso.
- A su manera.
- ¿Eso qué quiere decir? – me preocupé, porque hasta el momento Blaine había estado sonriendo y de pronto su rostro adquirió un cariz sombrío.
- Nada. No quiero hablar de eso. ¿Por qué no hablamos de lo de mañana, mejor? ¿Tienes algún plan?
- ¿Plan? – respondí, desconcertado.
- Ya sabes, para impresionar a mi madre.
- No es una cita, Blaine.
- Sí, tienes razón, a ella le gusta lo sencillo. Pero ponte una camisa azul, le encanta ese color.
- Escucha, no… - empecé, pero me interrumpí cuando escuché algo a su lado del teléfono. Holly había entrado en el cuarto en el que estaba y le había visto con su móvil.
- Blaine, ¿pero qué haces? ¿Estás hablando con Aidan?
- ¡Mamá! Dejaste tu móvil en la cocina.
- ¿Y a ti te pareció buena idea cogérmelo, mocoso sinvergüenza?
El chico soltó una risita al verse descubierto. Holly no sonaba realmente enfadada, sino que su tono era muy parecido al que ponía yo muchas veces con Zach o con Ted, cuando exhibían su picardía.
Holly cogió el teléfono y le dio una palmada semicariñosa a Blaine.
PLAS
- ¡Ay! ¡Mamá, que nos está viendo Aidan! – protestó.
- Ya tendrías que estar durmiendo – le regañó. - ¡Madre mía, que vergüenza! Pero, ¿qué le has dicho?
- No me ha dicho nada, Holls – decidí intervenir. – Creo que necesitas una contraseña mejor para tu móvil – me reí.
- Pues sí, eso parece. Vamos, ve a dormir. Como se entere tu tío que estás en su cama se enfadará.
- Es que Sean y Jemy no se callaban. Además, Aaron me deja estar aquí, si me quito los zapatos.
- ¿Y te los has quitado? – interrogó Holly.
Blaine no respondió, pero a juzgar por su expresión la respuesta debía ser que no, aunque yo no alcanzaba a ver sus pies. Sonreí y le vi levantarse de la cama a regañadientes.
- Buenas noches, Aidan. Buenas noches, mamá.
- ¿Cómo que buenas noches? ¿Y mi beso? – exigió Holly.
- ¡Mamá!
- Mamá nada. Mi beso.
- Aichs – refunfuñó, pero se acercó a darle un beso antes de marcharse.
- Qué niño este – murmuró Holly, sin poder contener una sonrisa. – Perdona…
- No pasa nada. Pensé que eras tú, por eso cogí la llamada. Necesitamos alguna señal secreta para saber que somos nosotros y no uno de nuestros mocosos con nuestro teléfono – sugerí.
- Buena idea. ¿Qué tal “locura”? Como esto que estamos haciendo….
- Las mejores cosas en la vida lo son. Estar cuerdo está sobrevalorado.
Holly sonrió, pero se la notaba preocupada.
- Si mañana algo no va bien…   
- Tenemos veintitrés hijos, muchos de ellos adolescentes. Por supuesto que algo no irá bien. Pero lo resolveremos – respondí. Me fascinaba mi propia capacidad para sonar seguro cuando estaba tan nervioso como ella.
- Lo resolveremos – asintió. – Será mejor que me asegure de que mis hijos duerman algo. Buenas noches, Aidan. Te veo mañana.
- Buenas noches, Holls. Oh, y no hagas caso del último mensaje que te escribí. Bueno, a Blaine, pensando que eras tú. Tu hijo dice que soy demasiado intenso.
- Es una de las cosas que más me gustan de ti – replicó.
Sonreí plenamente. Después de aquella breve conversación me sentí mucho más tranquilo y conseguí dormir.
Al día siguiente me desperté lleno de energía, nervios y entusiasmo. No era el único, mi pequeña Barie rebosaba impaciencia. Se veía tan tierna corriendo de un lado para otro como si quisiera acelerar las agujas del reloj.
Mientras servía el desayuno, pensé que les debía a mis hijos una conversación. Cole me había hecho darme cuenta el día anterior. Me agaché al lado de Kurt, Hannah y Alice, pero hablé para que todos me escucharan:
- Sabéis lo que vamos a hacer hoy, ¿verdad? – les pregunté.
- ¡Shi! ¡Conocer a la familia de Holly! – exclamó Alice.
- Muy bien, pitufa. ¿Y tenéis ganas?
- ¡Shi! – dijeron Alice y Kurt a la vez. Hannah asintió con una sonrisa.
- Ya sabéis que Holly es una persona importante para papá. Por eso me hace mucha ilusión que vayamos a conocer a su familia. Pero hay algunas cosas que me gustaría deciros primero.
- ¿El que, papi?
Medité mis siguientes palabras con cuidado. No quería utilizar eufemismos estúpidos y al mismo tiempo quería asegurarme de que todos me entendían.
- Veréis, uno de los hijos de Holly, Jeremiah, es ciego.
- ¿No puede ver nada de nada? – preguntó Hannah.
- No, cariño.
- Pobrecito.
- Puede hacer casi todo lo que hacéis vosotros, pero de forma diferente. Lo mismo pasa con Max. Él no tiene piernas, así que utiliza unas prótesis de metal – les dije, y esperé a que la idea calara poco a poco en ellos. - Si tenéis alguna pregunta al respecto, lo mejor es que me la hagáis a mí, ¿vale?
Mis peques asintieron y lentamente miré a cada uno de mis hijos, para ver si lo habían entendido. Gracias a Dylan y a los compañeros de su colegio, mi familia estaba muy acostumbrada a tratar con niños con necesidades especiales, así que ya sabían que tenían que tener tacto y no hablar abiertamente de las discapacidades de los demás, al menos no hasta tener confianza. Los niños son curiosos por naturaleza y a veces hacen preguntas y comentarios sin mala intención, pero que llegan a hacer mucho daño.
- ¿No puede andar? – preguntó Kurt, bastante impactado.
- Sí puede, cariño, con las prótesis.
Kurt parpadeó, asimilando la noticia.
- Pobre Holly – susurró Barie, entre triste y sorprendida.
- Pobres sus hijos – matizó Madie.
- Bueno, sí, claro, pero ella ha tenido que pasarlo muy mal.
- Pues sí, princesa, porque a ningún padre le gusta ver sufrir a su hijo. Pero no os lo he contado para que os pongáis tristes, sino para que sepáis cómo reaccionar cuando les veáis – les expliqué.
Asintieron una vez más y después por fin desayunamos. Cuarenta minutos más tarde, tras vestir a tres pequeños hiperactivos, estábamos listos para salir de casa. Fuimos a los coches y respiré hondo antes de arrancar.
- Todo va a salir bien, papá – me dijo Zach. Le miré por el espejo retrovisor y le sonreí.  La verdad es que mis hijos me lo estaban poniendo todo muy fácil. Era un hombre afortunado.
- MICHAEL’S POV –
No podía evitar pensar en Holly como en una amenaza a mi nueva vida. Por fin tenía una familia, una realmente buena, y no quería que nadie lo pusiera en peligro. La parte racional de mi cerebro sabía que era un miedo totalmente infundado. ¿Qué podía hacerme Holly, realmente? ¿Pedirle a papá que se deshiciera del delincuente de su hijo adoptivo sin adoptar? Quería pensar que Aidan jamás cedería a una petición como esa.
Por el momento, Holly era alguien que le hacía feliz. Y me inspiraba compasión, por los muchos retos que había tenido. No hacía mucho yo la había culpado por no cuidar bien de sus hijos, pero en el fondo sabía que las desgracias ocurren y no son culpa de los padres. Ted era la prueba viviente de ello.
El viaje en coche hasta el lugar del concierto fue corto. Era un orfanato, donde por lo visto colaboraba el mayor de los hijos de Holly. Llegamos con más de media hora de antelación.
- ¡Mamá, ya están aquí! – gritó una voz infantil poco sutil, que se escuchó prácticamente en toda la manzana.  La voz provenía de una ventana, pero no fui lo bastante rápido para ver al dueño.
- Bueno, adiós al factor sorpresa – dijo Zach, con una media sonrisa algo forzada. Estaba nervioso. Él y todos los demás, como si en vez de conocer a los hijos de la novia de nuestro padre fuéramos a enfrentarnos a un ejército enemigo. Al menos nosotros éramos mayoría.
Aidan nos guió hacia el edificio y Holly salió a recibirnos.
- ¡Hola, chicos! Qué alegría veros otra vez.
- ¡Hola! – saludó Barie. El resto repetimos su saludo con mayor o menor entusiasmo.
- Olla :3 – dijo Kurt, algo tímido, escondido detrás de Ted.
- Hola, peque – sonrió Holly, agachándose para estar a su altura. – Me han dicho que ayer fuiste muy valiente en el médico.
- Ji :3
- Pero qué te pasa, bicho, si tú nunca eres tan tímido – me extrañé.
Kurt restregó la cara contra el pantalón de Ted y papá le cogió en brazos para darle un beso.
- Está vergonzosito. Hola, Holls. ¿Dónde está el artista? – preguntó Aidan.
- Dentro, ensayando. Está histérico. Del tipo “no te acerques a mí o te muerdo”. Está siendo toda una proeza mantener a sus hermanos alejados por un rato.
Papá se rio y poco a poco fuimos entrando. Aidan compró los tickets y pasamos a una sala con un escenario y un montón de sillas, algunas de ellas ya ocupadas. Fue fácil identificar a la familia de Holly, porque estaban de pie en el pasillo, todos agrupados como para servirse de escudo, mirando en nuestra dirección. A la cabeza había un hombre joven, moreno y no muy alto. Debía de ser Aaron, por lo que sabía.
Papá y Holly intercambiaron una mirada muy elocuente antes de avanzar hacia ellos. Se estaban dando ánimos. Conforme nos acercábamos, una niña rubia se escondió tras uno de sus hermanos.
- Chicos, estos son Aarón, Blaine, Leah, Sean, Jeremiah, Scarlett, Max, West y a los trillis ya les conocéis. No os preocupéis, ya os aprenderéis los nombres – dijo Holly.
- Ya nos sabemos sus nombres – replicó Alejandro, sonando algo antipático.
- Jandro… - susurró papá, a modo de advertencia.
- Oh. Claro, es verdad, qué tonta. Ellos también saben los vuestros, pero no os poníais cara, así que…. ¿Queréis presentaros?
Barie tomó la palabra, hablando muy de prisa y casi sin respirar.
- Este es Michael, Ted, Alejandro, Harry, Zach, esta es Madie, yo soy Barie, él es Cole, Dylan, Kurt, Hannah y Alice. ¡Hemos oído hablar mucho de vosotros! ¿Tú eres Scay? ¡Hola! ¡Oh, pero qué monada! ¿Tú eres West? ¡Tienes ricitos! ¡Mira, papá, tiene ricitos!
Papá a duras penas logró contener una risita. Bárbara solía ser muy callada con los desconocidos, pero aquel día se había tragado mil palabras y tenía que soltarlas todas.
- Sí, cariño, ya lo he visto y estoy seguro de que él ya lo sabe.
- ¡No son rizos, son ondas! – contestó el peque, muy enfadado.
- Perdona, tienes razón – dijo Barie, complaciente. – Te quedan muy bien.
El enano se apaciguó con aquel cumplido y sonrió.
- ¿Por qué no os vais sentando por aquí? – sugirió Holly. – Aun hay mucho sitio libre y podemos estar juntos.
Fuimos ocupando sillas y eso trajo el primer conflicto de la mañana: Barie arrastró a Madie de la mano para sentarse al lado de Scarlett y Jeremiah y eso no le pareció bien a la mayor de ellos, Leah:
- Oye, mocosa, ve a sentarte con tu familia.
- Leah – advirtió Aaron.
Barie se levantó rápidamente, con las mejillas muy rojas.
- No, quédate ahí – dijo Aarón. – Sentaros donde os apetezca.
- Ah, entonces yo me siento con Aidan – declaró Blaine.
Kurt, que se iba a sentar al lado de papá, quedó momentáneamente confundido, pero entonces vio un sitio libre al lado de Holly y caminó allí con cierta vacilación.
- Ven aquí, peque – le invitó ella, alzándole para ayudarle, ya que las sillas estaban un poco altas.

- ¡ALÉJATE DE MI MAMÁ! – gritó West.
- West, cariño, tú puedes sentarte aquí a mi izquierda, ven.
- ¡NO! ¡Que él se vaya!
- ¿Pero por qué, tesoro? – preguntó Holly, pero fue inútil: el enano comenzó una rabieta llena de llanto y yo comprobé que aquella mañana iba a ser muuuuuy larga.
- COLE’S POV –
Intenté no fijarme en las piernas de Max, pero mis ojos se desviaron ellos solos hacia allí. A simple vista, con los pantalones, no podía notar la diferencia, pero entonces, cuando se fue a sentar, me fijé en que sus movimientos eran rígidos. Sus piernas se doblaron, pero el gesto no fue tan fluido como el de cualquier otra persona.
Enseguida me distraje por el berrinche de West, que comenzó a llorar porque Kurt se había sentado al lado de su madre. Me fijé en Aaron, que estaba acomodando a los trillizos y en ese momento sostenía a uno de ellos en el aire, jugando. Al escuchar el llanto de West frunció el ceño y algo en su mirada me dio miedo.
- West, suficiente – ordenó.
Holly, por su parte, le cogió en brazos para sentarle encima.
- Ya, ya, pequeño. No estés celoso. No pasa nada, puedes sentarte aquí con mami, ¿mm?
- ¡No! ¡Eres tonta, y mala! – chilló el niño, y le dio un manotazo a Holly en la cara. Ella le bajó y le sujetó las manos.
- Eso no se hace, ¿eh? – le regañó.
- ¡Tonta, tonta, tonta!
- ¡No le llames eso! – gritó Kurt, lleno de rabia y entonces empujó a West con tanta fuerza que le tiró al suelo. El niño empezó a llorar entonces de forma menos demandante y estridente y estiró los brazos para que su madre le recogiera.
- ¡Kurt! – intervino papá. – Pídele perdón.
- ¡Pero está siendo malo!
- No le puedes empujar, hijo. Pídele perdón y ven aquí.
- ¡No, papi! Ya voy a ser bueno – respondió mi hermanito, pensando que papá le iba a castigar.
- Ya sé, campeón. Solo quiero que te sientes aquí conmigo, ¿mm?
- Bueno… Perdón… Aunque estás siendo malo – declaró Kurt y correteó hacia papá, que le sentó encima de sus piernas para que así no hubiera más peleas por las posiciones de cada uno. El enano quedó en su legítimo lugar en el regazo de mi padre, Alice en el de Ted y Hannah en el de Michael.
- Vaya forma de malcriarle – murmuró Aarón. Las filas eran de diez asientos, así que ocupábamos dos y parte de otra. Aarón se sentaba justo delante de mí, por eso le pude escuchar perfectamente… y no fui el único.
- ¿Disculpa? – replicó Michael. - ¿Mi padre malcría a mi hermano? Pues ese renacuajo vuestro no es ningún ejemplo de buenos modales.
- No, pero él se va a llevar un castigo, no un abrazo.
- Al menos mi hermano ha pedido perdón.
- Ya vale – cortó Holly. – Son niños pequeños. Nadie va a castigar a nadie, Aaron, porque West ya se va a portar bien, ¿verdad que sí?
El niño se frotó los ojos y la verdad es que me dio bastante pena. Se veía muy mono lloriqueando y no se diferenciaba mucho de Kurt cuando tenía una de sus rabietas. West sentía que debía pelear por su lugar junto a su madre y no por un estúpido asiento, sino en un sentido más metafórico. Los celos eran una emoción difícil para un niño tan pequeño.
- Eres mi mami – declaró, aparentando todavía menos edad de la que tenía.
- Owww. Por supuesto que sí, corazón. Claro que soy tu mami, y siempre lo voy a ser. Pero no está bien pegar e insultar a mamá, ¿eh?
- Snif… Peyón – musitó el niño, y se estiró para alcanzar su cuello y colgarse de él. Holly le frotó la espalda de forma muy parecida a como papá hacía con nosotros para calmarnos. Me pareció una buena madre, le había regañado pero con mucha dulzura, porque había entendido el cóctel de emociones que estaba sintiendo.
Aunque desde mi ángulo era difícil verlo, me pareció intuir que Aaron rodaba los ojos. Se concentró en los bebés, sentando a dos encima de sus piernas y a un tercero en un carrito.
- ¿Puedo? – preguntó Barie con timidez. Finalmente se había levantado del lugar que había elegido y ahora estaba delante de aquel hombre tan imponente pidiéndole a uno de los bebés.
- Claro – respondió él. Su voz sonó más amable que en las ocasiones anteriores. – Si te pesa dámelo. Dante no debería ocasionarte ningún problema, es muy tranquilo.
Barie se sentó con el bebé encima y le abrazó con mucho cariño. La escena era bonita, pero yo sabía que mi hermana estaba triste. Quizá era porque esa otra chica la había rechazado. Niñata estúpida.
De pronto había muchas conversaciones paralelas a mi alrededor y se me hizo difícil seguir alguna. Eché de menos mi libro. Papá no me había dejado llevármelo porque decía que era de mala educación leer cuando estabas con otras personas, pero nadie hablaba conmigo y me aburría.

- Tú eres Cole, ¿no? – preguntó un chico. Alcé la mirada para ver a Jeremiah, de pie detrás de mí.
- ¿Cómo lo sabes? – me extrañé. Los ojos del chico eran azules, pero tenían una nube blanca que delataba su ceguera.
- Me lo ha chivado Scarlett – confesó. – Ella apenas habla con extraños, así que yo soy su voz y ella mis ojos.
Observé a la chica, que no se había movido de su asiento y jugaba con lo que parecía un peluche viejo. Si no hubiese sido por su altura, le habría echado la edad de mi hermana Hannah, pero sabía que en realidad era mayor que Barie y Madie.
- Así que eres el que está en medio, ¿no? Tu padre está pendiente de los enanos y tus hermanos mayores te excluyen de sus conversaciones – aventuró.
- No me excluyen. Es que Ted se sentó muy lejos…
- ¿Quieres jugar al “Veo-Veo”? – sugirió.
- Yo… ehm…. – balbuceé, sin saber qué responder. ¿Cómo íbamos a jugar a eso si él no podía ver? De pronto, el chico soltó una carcajada.
- Relájate. Solo era un chiste, para romper el hielo. La gente tiende a sentirse más cómoda cuando soy yo el que saca a relucir el gran elefante en el armario. ¿Que, tú padre te ha advertido que no hieras mi frágil sensibilidad haciendo comentarios sobre que estoy ciego? Estoy acostumbrado, es todo lo que he sido durante toda mi vida.
Instantáneamente me cayó bien ese chico. Estuve hablando con él durante un rato hasta que hubo un cambio en las luces del salón.
- ¿Por qué se ha callado todo el mundo? – me preguntó Jeremiah.
- Ya va a empezar, creo. Han oscurecido el cuarto y han encendido el escenario.
- Oh.
- ¿Te llevo a tu sitio?
- No hace falta. Gracias.
Jeremiah caminó con bastante seguridad hasta su silla al lado de Scarlett y apenas un minuto después salió un hombre a presentar el concierto. Dio un breve discurso sobre las necesidades del orfanato y cómo con nuestra contribución íbamos a ayudar a mejorar las cosas. Después, anunció a Sam, y toda la familia de Holly aplaudió con entusiasmo. Nosotros aplaudimos también, aunque con menos efusividad.
La primera canción de Sam fue movida. Salió él con un micrófono y cantó arrastrando las palabras mientras se desplazaba por todo el escenario. Varias mujeres gritaron. Parecía una estrella de rock. Llevaba las rastras recogidas hacia atrás y se veía muy alto sobre aquel escenario. Estaba muy seguro de su cuerpo o fingía muy bien, porque cada uno de sus gestos decía “soy atractivo y lo sé”.
https://www.youtube.com/watch?v=fzpNBH2rj9U

Para la segunda canción cogió una guitarra. No la conocía, pero creo que hablaba de una mujer, porque decía todo el rato “Jolene”. Me gustó cómo cantaba, tenía una buena voz, y sabía tocar bien.
- Creo que me acaban de embarazar – le oí decir a Madie.
- ¡Madelaine! – exclamó papá, abriendo mucho los ojos.
- ¡No dije nada malo!
- No es necesario ser tan vulgar, caramba. ¡Eres muy joven para decir esas cosas!
- Papá, la verdad, creo que me acaban de embarazar a mí también y mira que eso es biológicamente imposible – intervino Alejandro.
- ¿No podéis decir piropos normales?
Miré de nuevo hacia el escenario, intentando ver qué era lo que hacía a Sam tan especial. ¿Su aspecto? ¿Su voz? ¿El conjunto?
- Mamá, tengo que ir al baño – dijo West, en voz más alta de lo necesario.
- Está bien, vamos, cariño – respondió Holly, poniéndose de pie para llevarle.
- Espera, yo también voy – dijo Max.
Se abrió paso entre los asientos con cierta torpeza, pero entonces, cuando llegó a mi altura, se tropezó con algo y se cayó. Por acto reflejo, estiré la mano para ayudarle, pero él me agarró y, con su brazo libre, me dio un puñetazo en la mejilla.
- ¡ME HAS PUESTO LA ZANCADILLA, IMBÉCIL! – gritó, muy fuerte. Todo el mundo se giró para mirarnos: mi familia y un montón de extraños. Sam, desde el escenario, no dejó de cantar, pero miró en nuestra dirección totalmente confundido.
- ¡No, qué va! – protesté, frotándome la cara. El golpe me había dolido. ¿Es que acaso también tenía los nudillos de metal?
- ¡ME HAS PUESTO LA ZANCADILLA, ME HAS PUESTO LA ZANCADILLA! - repitió. Noté decenas de ojos acusadores sobre mí. Sabía lo que estaban pensando: “qué mala persona, atacar a un lisiado”. Me llené de vergüenza. Por primera vez entendí la expresión “tierra, trágame”, porque todo lo que podía pensar era en que ojalá el suelo se abriese y me hiciera desaparecer.
- ¡No, no! – negué con la cabeza. - ¡CÁLLATE, CÁLLATE!
La música se detuvo y de pronto nosotros éramos el centro del espectáculo.
- Cole – escuché que papá me llamaba, pero no esperé a oír sus reproches y salí corriendo. Dejé atrás el salón y el orfanato y no dejé de correr hasta que me vi en medio de un cruce. Un coche me pitó y logré apartarme a tiempo y llegar a la otra acera.

-         AIDAN’S POV –
Mi pobre enano estaba muy avergonzado. Aunque no había visto lo que había pasado, dudaba mucho que Cole hubiera tirado a Max al suelo a propósito. Intenté tranquilizarle, pero él salió corriendo. Tardé en reaccionar más de lo debido. Levanté a Kurt y le dejé en el suelo con toda la delicadeza de la que fui capaz y me lancé detrás de Cole.
No pensé que fuera a salir del orfanato. Al principio creí que se iba a esconder en los baños o algo así y que me tocaría convencerle para volver con todo el mundo. Pero mi hijo tenía otros planes. Salió a la calle a toda velocidad, sin mirar por dónde iba ni lo que pasaba a su alrededor. Grité su nombre cuando le vi acercarse a la carretera, pero no me escuchó. Yo estaba demasiado lejos para hacer nada, pero gracias al cielo consiguió llegar a salvo al otro lado.
Le alcancé a los pocos segundos y en ese momento mi cuerpo me pedía que le abrazara, que le zarandeara y que le gritara, las tres cosas a la vez, pero me conformé con asfixiarle entre mis brazos.
- ¿Te das cuenta de lo que te podía haber pasado? – le dije, en medio de un montón de incoherencias que apenas recuerdo. - ¿¡Te das cuenta, Cole!?
- ¡Perdón! – lloriqueó, apretándome con fuerza, como si no quisiera soltarse nunca.
- ¡No puedes irte así! – regañé. Conforme el alivio iba calando dentro de mí, me iba subiendo el enfado y probablemente le hubiera dado varias palmadas en ese momento de no ser porque en seguida tuvimos compañía. Mis hijos, Holly y varios de los suyos nos habían seguido.
- ¿Está bien? – preguntó Holly, preocupada.
- Sí. De puro milagro – respondí. – Cruzó la carretera como un loco, por suerte pasaban pocos coches.
Cole se encogió y escondió la cara en mi camiseta.
- Menudo susto, pequeño – susurró Holly, y le acarició la cabeza.
- Snif… Yo … snif…  no… snif… no le puse la zancadilla.
- Ya lo sé, Cole – le tranquilicé. – No tenías que irte así, nadie te estaba culpando.
- ¡Max sí! – gimoteó.
Froté su espalda y me levanté con él en brazos.
- Que Max se cayera no fue culpa tuya, pero esto sí. Hiciste una tontería muy peligrosa.
- Lo… snif… lo siento… snif
Suspiré. Pasé la mano por su pelo e intenté borrar de mi mente la imagen de su cuerpecito tendido en el suelo, que era lo que me podía haber encontrado. Cole había cruzado con el semáforo en rojo, sin mirar, por una calzada de varios carriles.
- Holly, gracias por invitarnos, dile a tu hijo que lo ha hecho muy bien, pero nos tenemos que ir…
- ¿Qué? ¡No! – protestó Blaine. – Aún faltan muchas canciones y… ¡y después vamos a ir a comer para celebrarlo! ¡No os vayáis, si no ha pasado nada!
- Sí, papá, Cole está bien – se sumó Barie.
Respiré hondo. Una parte de mí también quería quedarse, apenas había podido hablar con Holly y además había visto a varios de nuestros chicos conversando amigablemente, pero no podía ignorar lo que acababa de pasar.
- Papi… Ya sé que estás muy enfadado conmigo… snif… pero no le quiero estropear el día a nadie… snif… más de lo que ya lo hice – susurró Cole, tan bajito que solo yo lo escuché.
- No le has estropeado el día a nadie, no digas eso. Si nos quedamos, no significa que la conversación se acabe aquí, ¿me escuchas?
Cole asintió, todavía sin separarse de mí. Regresé sobre mis pasos cargando con él.
- Holly, lamento muchísimo…
- Soy yo quien lo lamenta. Max tiende a contrarrestar sus complejos con enfados desmedidos.
- ¿Os vais a quedar? – preguntó Blaine.
- Supongo que sí.
Blaine hizo un gesto de triunfo.
- Oye, siempre que nos vemos es porque uno de tus hijos o de mis hermanos sale huyendo – me hizo notar. – Uno de los dos está gafado.
A mi pesar, me hizo sonreír.
- Eso cuando no eres tú mismo el que se escapa – repliqué. Eso le hizo ruborizar ligeramente.
- Mi tío va a matar a mi hermano – dijo, ya más en serio.
- ¿A Max?
No supe qué decir. El niño había reaccionado desproporcionadamente y había golpeado a Cole, así que un regaño si se merecía.
- Yo hablaré con Max, Blaine, no re preocupes por eso – intervino Holly. - Ahora vamos a disfrutar del concierto, ¿bueno?
Todo el salón estuvo pendiente de nuestra entrada y Cole trató de fusionarse conmigo para que nadie le viera. Holly elaboró unas disculpas mientras yo me fijaba en Aaron, que se había quedado con Max y los trillizos y le estaba echando una bronca al más mayor. Max lloriqueaba e intentaba irse, pero Aaron le sujetaba del brazo mientras le hablaba con una furia que no me parecía adecuada. No le estaba haciendo nada, solo eran palabras, pero la expresión de su rostro era demasiado agresiva. Si yo fuera un niño de nueve años, me daría miedo.
Me pregunté si yo alguna vez me veía así hablando con mis hijos. A veces no somos conscientes de la ira que expresan nuestras facciones, de la violencia en nuestro tono de voz. Ningún niño aprendería nunca nada de un regaño semejante, tan solo se lo pasa deseando que acabe pronto.
Holly también debió reparar en lo mismo que yo, porque fue hacia donde estaban su hermano y su hijo y se llevó al pequeño. Después fue a hablar con alguien de la organización y el concierto se reanudó.
Sam retomó las canciones como si nada, alternando entre el piano, la guitarra e incluso la batería para acompañarse. ¿Cuántos instrumentos sabía tocar ese chico?
Cole vio todo el concierto pegado a mí. Al principio, sentado en mis piernas. Después de pie a mi lado y, cuando se cansó, Blaine se ofreció a cambiarle el sitio, para que siguiera conmigo.
Cuando el concierto acabó hubo muchos aplausos. Sam era, realmente, una persona con talento. No solo cantaba y tocaba bien, sino que se sabía defender en el escenario. Se le notaba cómodo: era su elemento.
Los demás asistentes del concierto fueron abandonando el salón, pero nosotros nos quedamos. Sam salió varios minutos después y varios de sus hermanos le rodearon. Aarón, Blaine y Sean trataron de levantarle en el aire, pero les faltaba gente, así que me ofrecí a echarles una mano. Sam se rio y se dejó hacer y luego recibió varias felicitaciones, de sus hermanos y de mis hijos.
- ¿Os ha gustado? – preguntó, con una sonrisa, como para cerciorarse.
- Mucho – le aseguré.
- ¿Qué pasó antes? ¿Por qué salió corriendo el enano?
- Un malentendido. Siento mucho haber interrumpido tu concierto.
- No pasa nada. Mamá, ¿Max está bien? – preguntó.
- Sí, se cayó, pero no se hizo nada. Por cierto, ¿no tienes algo que decirle a Cole, Max?
El niño giró la cara, avergonzado y fingió que la cosa no iba con él, pero Holly insistió:
- ¿Qué hablamos antes, cariño?
- Hmpf.
- Max, le pegaste un puñetazo. Te tienes que disculpar.
- Mmmm.
- ¿Será que nos tenemos que ir a casa mientras los demás comen fuera?
- ¡No! – protestó el pequeño.
- ¿Entonces?
- No le di tan fuerte – se quejó.
- Ni fuerte ni flojo. No puedes pegar a la gente ni gritarles así por algo que no hicieron. Pídele perdón.
Max frunció el ceño. Por lo que sabía, era un niño muy testarudo. Holly y él tuvieron un duelo de miradas.
- ¡Vámonos a casa, me da igual, yo no quería venir de todas formas! – se emberrenchinó.
Sam se acercó a su hermano y le dio un toquecito en el hombro.
- Hey, Maxie. Yo sí quiero ir a comer contigo.
- ¡Yo no!
- ¿No? ¿Seguro? ¿Prefieres comer solo en casa con mamá?
El niño se mordió el labio. Evidentemente, prefería salir a comer con todos, pero era demasiado orgulloso para admitirlo.
- Solo tienes que pedir perdón, enano.
Max permaneció en silencio varios segundos más, pero finalmente hundió los hombros y suspiró.
- Perdón…
- Muy bien, tesoro – le felicitó Holly. - ¿Dónde queréis ir a comer?
- Que elija el artista – sugirió Aaron.
Sam miró a su madre con preocupación y el gesto no me pasó inadvertido: le estaba consultando con la mirada si tenían dinero suficiente.
- No hace falta que vayamos a ningún lado…
- Tonterías. Di un sitio – insistió Aaron.
- Mmm…
- ¡Pizza, pizza! ¡Sam, pizza! – pidieron sus hermanos.
- ¿Vamos a ir todos? – preguntó Jeremiah. - ¿Ellos también?
- Sí, cariño. Aidan y su familia también vienen – respondió Holly, sin darme opción a decir nada. No habíamos llegado a concretar ese punto, aunque ella lo había dejado caer de pasada.
- Parece que será pizza, por mayoría – sonrió Sam.
Quedamos en ir a una pizzería del centro. Iríamos con los coches y nos veríamos allí. Era un viaje de no más de diez minutos, pero cuando subimos en mi monovolumen, Cole empezó a emitir un llantito suave.
- Papá… - dijo Alejandro, como diciendo “arregla esto”. Creo que él tenía en mente algo así como que diera todo por zanjado y, aunque no podía hacer eso, sí entendí que no debía prolongar la inquietud de Cole.
- Chicos. Id a por Ted y decidle que no vamos a arrancar todavía. Entrar en esa tienda de ahí y elegid entre todos un regalo para Sam, ¿de acuerdo? Para que recuerde el día de su concierto y a modo de disculpa por haberle desconcentrado mientras cantaba.
Ninguno puso objeciones, porque sabían que era una excusa para quedarme a solas con Cole. Les di dinero, salieron de mi coche para ir al de Ted y después entraron todos juntos a la tienda. Ni siquiera me había fijado bien en qué tipo de comercio era. Por el aspecto, podía ser una tienda de antigüedades. Igual volvían con un reloj de cuco, o algo así.
Le escribí un mensaje rápido a Holly, diciéndole que nos íbamos a retrasar.
- Cole. No llores, enano. No estoy enfadado contigo. Vamos, peque, has estado bien durante el concierto. ¿A qué esas lágrimas ahora?
Cole no me respondió, pero así, encogidito sobre su asiento, parecía más pequeño que nunca. Los diez años de mi hijo podían moldearse de una forma asombrosa. La mayor parte del tiempo, demostraba una madurez propia de alguien mucho más mayor, pero todavía tenía arranques de ternura infantil de los que no sé si era consciente.
Agradeciendo la comodidad de un coche como el mío, bajé los asientos delanteros y me pasé atrás con él. Había tanto espacio que podía estirar las piernas y sentarle a él encima, en lo que esperaba que fuera un gesto reconfortante.
- Sé que no querías hacer nada malo. Sé que lo que pasó con Max te hizo sentir muy mal. Pero no puedes salir corriendo así, bicho. Te llamé, y no me escuchabas. Si te hubieras ido al baño no te habría regañado, ¿mm? Pero saliste a la calle. A la carretera. Eso es muy peligroso – le dije. Tenía un conflicto interior, porque una vocecita en mi cabeza me decía que aquella lección ya estaba aprendida y no era necesario que hiciera de poli malo. Pero no siempre que les castigaba era para que no repitieran algo que habían hecho mal. A veces era para enseñarles que todas las acciones tienen consecuencias. Su escapada podría haberle matado, o haberle dejado malherido. Podría haber perdido sus piernas, como el propio Max. Eso sin duda era mucho peor que unos azotes.
Su vida era la primera cosa que tenía que cuidar. Podía ser indulgente con todo lo demás, pero con eso no.
Cole se pasó la mano por la cara y se limpió las lágrimas. Me miró con sus ojitos oscuros muy brillantes y no dijo nada cuando, lentamente, le puse de pie.
- ¿Por qué llorabas? – repetí, esperando obtener respuesta ahora que estaba más calmado.
- No lo sé – susurró. – Solo estoy triste.
Le besé en la frente.
- No tienes que estar triste. Dejamos la tristeza aquí, ¿bueno? Cuando vayamos a la pizzería ni un gramito de tristeza.
Cole asintió, y volvió a frotarse los ojos.
- ¿Me vas a pegar? – preguntó, con una vocecita que no era juego limpio.
- ¿Crees que debo hacerlo? – respondí. Para mi sorpresa, mi niño asintió de nuevo y me dio un abrazo, más cariñoso de lo que era habitual en él. - ¿Por qué crees que debo hacerlo?
- Porque no se cruza sin mirar – murmuró.
Bueno, al menos había conseguido que eso quedara grabado dentro de mis niños. Si recordaban eso y un par de cosas más, no lo estaba haciendo tan mal.
- Eso es, campeón. No se cruza sin mirar – repetí y le separé todo lo delicadamente que pude.
Cole me miró con una expresión muy parecida a puchero y puso una mano sobre su pantalón, tapándose, mientras con la otra se lo sujetaba de la cintura. Le quité la que había llevado atrás, pero no conseguí que soltara el elástico de los pantalones.
- Cole…
- Tengo miedo, papi.
Me asombré y volví a estrecharle.
- ¿Miedo de mí? No voy a hacerte daño, peque. Ya sabes cómo es.
- Es que…
- ¿Es que, qué? Puedes decirme lo que sea, campeón. Cualquier cosa. ¿De qué tienes miedo?
- Papi… ¿ya soy mayor?
“¿A qué viene esto?” me extrañé.
- Siempre serás mi bebé, pero ya eres todo un hombrecito, ¿mm?
Mis palabras causaron el efecto contrario al esperado, porque sus ojos se volvieron a humedecer.
- Hey. No, shh, shh. Qué va. No eres mayor para nada, nada de nada – me corregí. No entendía esa repentina angustia por “ser grande”, pero tuve una idea. – ¿Crees que seré más duro contigo porque estás creciendo? – pregunté. – Enano, ¿alguna vez has visto las palmaditas que le doy a Alice? Una vez te reíste porque la pitufa estuvo llorando como diez minutos por un toquecito que ni una caricia era. Pero es pequeñita y para ella fue todo un mundo. Las palmadas que te doy a ti le parecen lo mismo a Michael, ¿entiendes? Al igual que cuando os dejo en el rincón. A Alice le pongo una sillita y al minuto ya está lloriqueando. Tú puedes estar de pie y te dejo más tiempo, y no sueles llorar. Los castigos, mi vida, siempre son proporcionales a vuestra edad.
Cole se mordió el labio y luego se lo soltó.
- ¿Y me vas a seguir dando un abrazo?
- Siempre, campeón. Pregúntaselo a tus hermanos si no me crees, todo el día pegado a ellos como una lapa.
Cole sonrió un poquito y se irguió frente a mí, como para demostrarme que estaba listo. Le agarré del brazo y le ayudé a tumbarse, porque aunque el coche era amplio el espacio no era ilimitado.
- Ningún disgusto ni ninguna vergüenza que puedas pasar merecen que te pongas en peligro, Cole – remarqué.
Levanté un poco la mano y la dejé caer sobre sus gruesos pantalones de lana. Tal vez debería habérselos bajado, pero no quería ser muy duro con él. Aún era mi cosita frágil.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
- Au…
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS … mm…  PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
- Snif… Perdón, papi.
- Ya está campeón. Shh, tranquilo – le levanté lo suficiente para sentarle encima de mí. – Qué tierno estás tú con el “papi”, ¿no?
Cole se aferró a mi cuello pero luego sacó un brazo para frotarse. Le di un beso y le observé por si acaso rompía a llorar otra vez. Tenía algunas lágrimas, pero no estaba sollozando.
- ¿Si Max se convierte en mi hermano le darás en el culo también?
- ¿Qué clase de pregunta es esa?
- Si vive con nosotros tendrías que tratarle igual. Pero no tiene piernas – me dijo. – Así que creo que estaría mal que le pegues.
Decidí no responder, porque en verdad no sabía cómo. ¿Qué contestas ante algo así? Le acaricié el pelo en silencio y luego coloqué los asientos y le dejé sentado en el suyo.
- ¿Estás bien? – pregunté y él asintió. – Te quiero mucho, peque. Vaya susto me llevé hoy.
- Perdón.
- Vamos a pasarlo bien lo que queda de día, ¿bueno? ¿Te gustó el concierto?
- Sí. Sam canta muy bien.
- Voy a llamar a tus hermanos para que vengan y vamos a comer pizza – anuncié.
Cogí el móvil y llamé a Ted y enseguida se acercaron al coche. No hicieron ningún comentario, a pesar de que todos o casi todos sabían lo que había pasado.
Resultó que la tienda sí era de antigüedades y tenían objetos de todo tipo. Le habían comprado una armónica muy bonita.
- ¿Crees que la sabrá tocar? – preguntó Ted.

- No me extrañaría.





1 comentario:

  1. Me encantó que actualizaras gracias por seguir escribiendo esta bella historia

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