CAPÍTULO 85: EL DÍA H
Papá nos despertó temprano aquel sábado. Tampoco nos
hizo madrugar como en un día de colegio, pero nos sacó de la cama a las ocho y
media, lo que en fin de semana tendría que ser delito. Sin embargo, estaba
justificado: el concierto de Sam era por la mañana, a las once, y dijo que quería
llegar pronto para que nos diera tiempo a comprar las entradas y coger sitio.
- Y a hacer las presentaciones – añadí yo. – Por fin
les voy a poner cara a todos.
- ¡Me muero de ganas de volver a ver a los trillizos!
– exclamó Barie.
Decir que mi hermanita estaba eufórica era un
eufemismo que apenas le hacía justicia a su estado de ánimo. Barie estaba
hiperactiva, y eso que normalmente era muy tranquila. Demasiado, ya que podía
pasarse horas enteras sentada leyendo o con la tablet sin sentir la necesidad
de levantarse.
- ¿Cuándo nos vamos? – preguntó, por tercera vez en
menos de cinco minutos.
- ¿Qué tal cuando te vistas y desayunemos? – sugirió
Alejandro, de mal humor porque sin duda era el que peor llevaba lo de
despertarse antes de las diez.
- ¿Cómo es Leah, Ted? – quiso saber Barie, ignorando a
Jandro. - ¿Es más alta que yo? ¿Es guapa? Papá dijo que era rubia, ¿es rubia?
- Apenas la vi unos segundos, Bar, pero sí, es rubia.
Tiene los ojos claros y es un poco más alta que tú, pero porque es mayor. Es
algo gordita, creo. No estoy seguro, porque vestía ropa muy holgada, como si se
la hubiera cogido prestada a su hermano. Yo diría que es guapa, pero no tanto
como tú – respondí, arrancándole una sonrisa.
Al describirla, me vino su imagen a la cabeza. Me di
cuenta de que aún era pronto para tener una opinión formada sobre los hijos de
Holly, pero Leah no me había caído bien, quizá porque sentía que me había
mirado con desprecio.
- Bien jugado, Ted – dijo Michael. – Esa es la
respuesta correcta cuando una mujer te pregunta si otra es guapa.
- ¡Tonto! ¡No voy a estar celosa de mi hermana! –
replicó Barie.
La miré fijamente, sin saber bien cómo reaccionar.
Sabía que Bárbara estaba muy ilusionada con todo eso y que en su cabeza ya
estaba planificando la boda de Holly y papá, pero era muy chocante escucharle
decir “hermana” al hablar de una persona a la que aún no conocía. Barie era muy
niña aún, muy infantil y tendría a simplificar las cosas. Y, al mismo tiempo,
su forma de verlo no me parecía tan descabellada. Había muchas posibilidades de
que sus deseos se cumplieran y, de ser así, entonces aquel era el día en el que
iba a conocer a mis futuros hermanos. Sería un día que marcaría un antes y un después.
El día H, con H de Holly.
-
AIDAN’S POV –
Me pasé la
noche entera replanteándome lo que estaba por hacer. ¿De verdad quería que mis
hijos conocieran a los de Holly? Cuando Sam me había propuesto ir a su
concierto, le había dicho que sí, sin pensar en todo lo que implicaba. Por más
que quisiera autoengañarme, no era solo un concierto. La música era lo de
menos. Nuestros veintitrés chicos -veinticuatro, si contábamos a Aaron, al que
creo que Holly veía de forma similar a como yo veía a Ted- iban a estar en un
mismo espacio. Claramente, Aaron no era un niño, así que eso debería de haber
simplificado las cosas, pero en realidad era uno de los puntos que más me
preocupaban. Su hermano era alguien muy importante para Holls y al mismo tiempo
le hacía mucho daño.
Mientras daba vueltas en la cama, me pregunté una vez
más si lo que nos proponíamos era correcto. Nuestros hijos podían salir
lastimados, pero siempre que se abre el corazón se corre ese riesgo. ¿Acaso
debía enseñarles a cerrarlo?
Me encontré a mí mismo rezando porque mi historia con
Holly saliera bien. Todo lo que le había pedido a Dios últimamente se había
cumplido: que Ted se pusiera bien, que Michael no fuera a la cárcel… Así que
solo esperaba que me cumpliera otros dos deseos: una relación feliz con Holly y
la salud de mi pequeño Kurt.
Sentí un repentino peso en el estómago y es que Leo,
el gato, había decidido saltarme encima y utilizarme como su cama personal. Otras
noches hacía un poco de teatro e intentaba bajarle de mi cama, solo para acabar
rindiéndome minutos después, pero aquella vez le dejé estar y le acaricié,
encontrando cierto consuelo en su pelaje suave.
Entonces vibró el móvil en mi mesilla, con un mensaje
nuevo. Era de Holly.
Holly: ¿Tú también estás asustado?
Miré la pantalla unos segundos antes de responder.
Aidan: Muchísimo.
Holly: ¿Has cambiado de idea?
Aidan: No.
Holly: Sam lo entenderá si le digo
que no podéis venir. Tal vez es demasiado pronto…
Aidan: Siempre será demasiado pronto.
Era difícil establecer cuál era el momento correcto de
incluir a nuestros hijos. Si esperábamos a que las cosas “fueran más en serio”,
podía ser demasiado tarde, podían sentir que les forzábamos a una situación que
ya les venía hecha. Además, ¿qué era “ir más en serio”? Porque yo no estaba
yendo de broma.
Aidan: Te necesito en mi vida. He
criado once hijos sin conocerte, así que me hice la vana ilusión de que podía
solo. Pero estos últimos meses me han enseñado que necesito alguien con quien
compartir los buenos y los malos momentos. Alguien a quien hacer feliz y que me
haga feliz. Y eres la única persona en la que puedo pensar para ese proyecto.
Durante unos instantes, Holly no me respondió. Después
me hizo una videollamada. Tras dudar un poco, encendí la luz de la mesilla,
para que no viera todo oscuro, y descolgué. Me llevé una sorpresa cuando al
otro lado de la pantalla no vi a Holly, sino a su hijo Blaine.
- Eso ha sonado casi como si la estuvieras pidiendo
matrimonio. Córtate un poco, que la vas a asustar – me reprochó. - ¿Siempre
eres tan intenso?
Me quedé sin palabras y de la sorpresa poco a poco fui
pasando a la vergüenza y a la indignación.
- ¿Y tú siempre eres tan entrometido?
- Sí, y caradura también, mi madre me lo dice siempre.
- No está bien que te hagas pasar por ella, Blaine. Ni
que cojas su móvil sin permiso. Era una conversación privada – le regañé. Me
salió como algo natural, no fui consciente del tono con el que le estaba
hablando. – Vamos, vete a dormir. Es muy
tarde para que estés despierto.
- Oye, ¿ese es tu cuarto? – me preguntó, pasando por
completo de lo que acababa de decirle. – Es grande. ¿Y qué es eso de ahí? ¿Un
gato? Ah, sí. Mi madre dijo que tenías un gato. Nosotros también tenemos uno,
¿sabes? Y un hurón. Y un erizo. Y un pato. Y una cacatúa. Y dos conejos. La
mayoría son de Scarlett.
Wow. Holly me había dicho que tenían varias mascotas,
pero no sabía que tantas. Eso me hizo darme cuenta de que había muchas cosas
que todavía no sabía sobre ellos. Demasiadas.
- Se llama Leo. Aún es muy pequeño y más mimoso de lo
que pensé que sería un gato. Aunque se pasa la mitad del tiempo escondido en
algún rincón – respondí.
- Ah, por eso no lo vi cuando fui a tu casa.
- Sí… Oye, a propósito de eso… ¿Solucionaste las cosas
con tu tío?
Blaine se puso tenso.
- A su manera.
- ¿Eso qué quiere decir? – me preocupé, porque hasta
el momento Blaine había estado sonriendo y de pronto su rostro adquirió un
cariz sombrío.
- Nada. No quiero hablar de eso. ¿Por qué no hablamos
de lo de mañana, mejor? ¿Tienes algún plan?
- ¿Plan? – respondí, desconcertado.
- Ya sabes, para impresionar a mi madre.
- No es una cita, Blaine.
- Sí, tienes razón, a ella le gusta lo sencillo. Pero
ponte una camisa azul, le encanta ese color.
- Escucha, no… - empecé, pero me interrumpí cuando
escuché algo a su lado del teléfono. Holly había entrado en el cuarto en el que
estaba y le había visto con su móvil.
- Blaine, ¿pero qué haces? ¿Estás hablando con Aidan?
- ¡Mamá! Dejaste tu móvil en la cocina.
- ¿Y a ti te pareció buena idea cogérmelo, mocoso
sinvergüenza?
El chico soltó una risita al verse descubierto. Holly
no sonaba realmente enfadada, sino que su tono era muy parecido al que ponía yo
muchas veces con Zach o con Ted, cuando exhibían su picardía.
Holly cogió el teléfono y le dio una palmada
semicariñosa a Blaine.
PLAS
- ¡Ay! ¡Mamá, que nos está viendo Aidan! – protestó.
- Ya tendrías que estar durmiendo – le regañó. -
¡Madre mía, que vergüenza! Pero, ¿qué le has dicho?
- No me ha dicho nada, Holls – decidí intervenir. –
Creo que necesitas una contraseña mejor para tu móvil – me reí.
- Pues sí, eso parece. Vamos, ve a dormir. Como se
entere tu tío que estás en su cama se enfadará.
- Es que Sean y Jemy no se callaban. Además, Aaron me
deja estar aquí, si me quito los zapatos.
- ¿Y te los has quitado? – interrogó Holly.
Blaine no respondió, pero a juzgar por su expresión la
respuesta debía ser que no, aunque yo no alcanzaba a ver sus pies. Sonreí y le
vi levantarse de la cama a regañadientes.
- Buenas noches, Aidan. Buenas noches, mamá.
- ¿Cómo que buenas noches? ¿Y mi beso? – exigió Holly.
- ¡Mamá!
- Mamá nada. Mi beso.
- Aichs – refunfuñó, pero se acercó a darle un beso
antes de marcharse.
- Qué niño este – murmuró Holly, sin poder contener
una sonrisa. – Perdona…
- No pasa nada. Pensé que eras tú, por eso cogí la
llamada. Necesitamos alguna señal secreta para saber que somos nosotros y no
uno de nuestros mocosos con nuestro teléfono – sugerí.
- Buena idea. ¿Qué tal “locura”? Como esto que estamos
haciendo….
- Las mejores cosas en la vida lo son. Estar cuerdo
está sobrevalorado.
Holly sonrió, pero se la notaba preocupada.
- Si mañana algo no va bien…
- Tenemos veintitrés hijos, muchos de
ellos adolescentes. Por supuesto que algo no irá bien. Pero lo resolveremos –
respondí. Me fascinaba mi propia capacidad para sonar seguro cuando estaba tan
nervioso como ella.
- Lo resolveremos – asintió. – Será
mejor que me asegure de que mis hijos duerman algo. Buenas noches, Aidan. Te
veo mañana.
- Buenas noches, Holls. Oh, y no
hagas caso del último mensaje que te escribí. Bueno, a Blaine, pensando que
eras tú. Tu hijo dice que soy demasiado intenso.
- Es una de las cosas que más me
gustan de ti – replicó.
Sonreí plenamente. Después de aquella breve
conversación me sentí mucho más tranquilo y conseguí dormir.
Al día siguiente me desperté lleno de energía, nervios
y entusiasmo. No era el único, mi pequeña Barie rebosaba impaciencia. Se veía
tan tierna corriendo de un lado para otro como si quisiera acelerar las agujas
del reloj.
Mientras servía el desayuno, pensé que les debía a mis
hijos una conversación. Cole me había hecho darme cuenta el día anterior. Me agaché
al lado de Kurt, Hannah y Alice, pero hablé para que todos me escucharan:
-
Sabéis lo que vamos a hacer hoy, ¿verdad? – les pregunté.
-
¡Shi! ¡Conocer a la familia de Holly! – exclamó Alice.
- Muy bien, pitufa. ¿Y tenéis ganas?
- ¡Shi! – dijeron Alice y Kurt a la vez. Hannah
asintió con una sonrisa.
- Ya sabéis que Holly es una persona importante para
papá. Por eso me hace mucha ilusión que vayamos a conocer a su familia. Pero
hay algunas cosas que me gustaría deciros primero.
- ¿El que, papi?
Medité mis siguientes palabras con cuidado. No quería
utilizar eufemismos estúpidos y al mismo tiempo quería asegurarme de que todos
me entendían.
- Veréis, uno de los hijos de Holly, Jeremiah, es
ciego.
- ¿No puede ver nada de nada? – preguntó Hannah.
- No, cariño.
- Pobrecito.
- Puede hacer casi todo lo que hacéis vosotros, pero
de forma diferente. Lo mismo pasa con Max. Él no tiene piernas, así que utiliza
unas prótesis de metal – les dije, y esperé a que la idea calara poco a poco en
ellos. - Si tenéis alguna pregunta al respecto, lo mejor es que me la hagáis a
mí, ¿vale?
Mis peques asintieron y lentamente miré a cada uno de
mis hijos, para ver si lo habían entendido. Gracias a Dylan y a los compañeros
de su colegio, mi familia estaba muy acostumbrada a tratar con niños con
necesidades especiales, así que ya sabían que tenían que tener tacto y no
hablar abiertamente de las discapacidades de los demás, al menos no hasta tener
confianza. Los niños son curiosos por naturaleza y a veces hacen preguntas y
comentarios sin mala intención, pero que llegan a hacer mucho daño.
- ¿No puede andar? – preguntó Kurt, bastante
impactado.
- Sí puede, cariño, con las prótesis.
Kurt parpadeó, asimilando la noticia.
- Pobre Holly – susurró Barie, entre triste y
sorprendida.
- Pobres sus hijos – matizó Madie.
- Bueno, sí, claro, pero ella ha tenido que pasarlo
muy mal.
- Pues sí, princesa, porque a ningún padre le gusta
ver sufrir a su hijo. Pero no os lo he contado para que os pongáis tristes,
sino para que sepáis cómo reaccionar cuando les veáis – les expliqué.
Asintieron una vez más y después por fin desayunamos.
Cuarenta minutos más tarde, tras vestir a tres pequeños hiperactivos, estábamos
listos para salir de casa. Fuimos a los coches y respiré hondo antes de arrancar.
- Todo va a salir bien, papá – me dijo Zach. Le miré
por el espejo retrovisor y le sonreí. La
verdad es que mis hijos me lo estaban poniendo todo muy fácil. Era un hombre
afortunado.
- MICHAEL’S POV –
No podía evitar pensar en Holly como en una amenaza a
mi nueva vida. Por fin tenía una familia, una realmente buena, y no quería que
nadie lo pusiera en peligro. La parte racional de mi cerebro sabía que era un
miedo totalmente infundado. ¿Qué podía hacerme Holly, realmente? ¿Pedirle a papá
que se deshiciera del delincuente de su hijo adoptivo sin adoptar? Quería
pensar que Aidan jamás cedería a una petición como esa.
Por el momento, Holly era alguien que le hacía feliz.
Y me inspiraba compasión, por los muchos retos que había tenido. No hacía mucho
yo la había culpado por no cuidar bien de sus hijos, pero en el fondo sabía que
las desgracias ocurren y no son culpa de los padres. Ted era la prueba viviente
de ello.
El viaje en coche hasta el lugar del concierto fue
corto. Era un orfanato, donde por lo visto colaboraba el mayor de los hijos de
Holly. Llegamos con más de media hora de antelación.
- ¡Mamá, ya están aquí! – gritó una voz infantil poco
sutil, que se escuchó prácticamente en toda la manzana. La voz provenía de una ventana, pero no fui lo
bastante rápido para ver al dueño.
- Bueno, adiós al factor sorpresa – dijo Zach, con una
media sonrisa algo forzada. Estaba nervioso. Él y todos los demás, como si en
vez de conocer a los hijos de la novia de nuestro padre fuéramos a enfrentarnos
a un ejército enemigo. Al menos nosotros éramos mayoría.
Aidan nos guió hacia el edificio y Holly salió a
recibirnos.
- ¡Hola, chicos! Qué alegría veros otra vez.
- ¡Hola! – saludó Barie. El resto repetimos su saludo
con mayor o menor entusiasmo.
- Olla :3 – dijo Kurt, algo tímido, escondido detrás
de Ted.
- Hola, peque – sonrió Holly, agachándose para estar a
su altura. – Me han dicho que ayer fuiste muy valiente en el médico.
- Ji :3
- Pero qué te pasa, bicho, si tú nunca eres tan tímido
– me extrañé.
Kurt restregó la cara contra el pantalón de Ted y papá
le cogió en brazos para darle un beso.
- Está vergonzosito. Hola, Holls. ¿Dónde está el
artista? – preguntó Aidan.
- Dentro, ensayando. Está histérico. Del tipo “no te
acerques a mí o te muerdo”. Está siendo toda una proeza mantener a sus hermanos
alejados por un rato.
Papá se rio y poco a poco fuimos entrando. Aidan
compró los tickets y pasamos a una sala con un escenario y un montón de sillas,
algunas de ellas ya ocupadas. Fue fácil identificar a la familia de Holly,
porque estaban de pie en el pasillo, todos agrupados como para servirse de
escudo, mirando en nuestra dirección. A la cabeza había un hombre joven, moreno
y no muy alto. Debía de ser Aaron, por lo que sabía.
Papá y Holly intercambiaron una mirada muy elocuente
antes de avanzar hacia ellos. Se estaban dando ánimos. Conforme nos
acercábamos, una niña rubia se escondió tras uno de sus hermanos.
- Chicos, estos son Aarón, Blaine, Leah, Sean,
Jeremiah, Scarlett, Max, West y a los trillis ya les conocéis. No os
preocupéis, ya os aprenderéis los nombres – dijo Holly.
- Ya nos sabemos sus nombres – replicó Alejandro,
sonando algo antipático.
- Jandro… - susurró papá, a modo de advertencia.
- Oh. Claro, es verdad, qué tonta. Ellos también saben
los vuestros, pero no os poníais cara, así que…. ¿Queréis presentaros?
Barie tomó la palabra, hablando muy de prisa y casi
sin respirar.
- Este es Michael, Ted, Alejandro, Harry, Zach, esta
es Madie, yo soy Barie, él es Cole, Dylan, Kurt, Hannah y Alice. ¡Hemos oído
hablar mucho de vosotros! ¿Tú eres Scay? ¡Hola! ¡Oh, pero qué monada! ¿Tú eres
West? ¡Tienes ricitos! ¡Mira, papá, tiene ricitos!
Papá a duras penas logró contener una risita. Bárbara
solía ser muy callada con los desconocidos, pero aquel día se había tragado mil
palabras y tenía que soltarlas todas.
- Sí, cariño, ya lo he visto y estoy seguro de que él
ya lo sabe.
-
¡No son rizos, son ondas! – contestó el peque, muy enfadado.
-
Perdona, tienes razón – dijo Barie, complaciente. – Te quedan muy bien.
El
enano se apaciguó con aquel cumplido y sonrió.
- ¿Por qué no os vais sentando por aquí? – sugirió
Holly. – Aun hay mucho sitio libre y podemos estar juntos.
Fuimos ocupando sillas y eso trajo el primer conflicto
de la mañana: Barie arrastró a Madie de la mano para sentarse al lado de
Scarlett y Jeremiah y eso no le pareció bien a la mayor de ellos, Leah:
- Oye, mocosa, ve a sentarte con tu familia.
- Leah – advirtió Aaron.
Barie se levantó rápidamente, con las mejillas muy
rojas.
- No, quédate ahí – dijo Aarón. – Sentaros donde os
apetezca.
- Ah, entonces yo me siento con Aidan – declaró
Blaine.
Kurt, que se iba a sentar al lado de papá, quedó
momentáneamente confundido, pero entonces vio un sitio libre al lado de Holly y
caminó allí con cierta vacilación.
- Ven aquí, peque – le invitó ella, alzándole para
ayudarle, ya que las sillas estaban un poco altas.
- ¡ALÉJATE DE MI MAMÁ! – gritó West.
- ¡ALÉJATE DE MI MAMÁ! – gritó West.
- West, cariño, tú puedes sentarte aquí a mi
izquierda, ven.
- ¡NO! ¡Que él se vaya!
- ¿Pero por qué, tesoro? – preguntó Holly, pero fue
inútil: el enano comenzó una rabieta llena de llanto y yo comprobé que aquella
mañana iba a ser muuuuuy larga.
- COLE’S POV –
Intenté no fijarme en las piernas de Max, pero mis
ojos se desviaron ellos solos hacia allí. A simple vista, con los pantalones,
no podía notar la diferencia, pero entonces, cuando se fue a sentar, me fijé en
que sus movimientos eran rígidos. Sus piernas se doblaron, pero el gesto no fue
tan fluido como el de cualquier otra persona.
Enseguida me distraje por el berrinche de West, que
comenzó a llorar porque Kurt se había sentado al lado de su madre. Me fijé en
Aaron, que estaba acomodando a los trillizos y en ese momento sostenía a uno de
ellos en el aire, jugando. Al escuchar el llanto de West frunció el ceño y algo
en su mirada me dio miedo.
- West, suficiente – ordenó.
Holly, por su parte, le cogió en brazos para sentarle
encima.
- Ya, ya, pequeño. No estés celoso. No pasa nada,
puedes sentarte aquí con mami, ¿mm?
- ¡No! ¡Eres tonta, y mala! – chilló el niño, y le dio
un manotazo a Holly en la cara. Ella le bajó y le sujetó las manos.
- Eso no se hace, ¿eh? – le regañó.
- ¡Tonta, tonta, tonta!
- ¡No le llames eso! – gritó Kurt, lleno de rabia y
entonces empujó a West con tanta fuerza que le tiró al suelo. El niño empezó a
llorar entonces de forma menos demandante y estridente y estiró los brazos para
que su madre le recogiera.
- ¡Kurt! – intervino papá. – Pídele perdón.
- ¡Pero está siendo malo!
- No le puedes empujar, hijo. Pídele perdón y ven
aquí.
- ¡No, papi! Ya voy a ser bueno – respondió mi hermanito,
pensando que papá le iba a castigar.
- Ya sé, campeón. Solo quiero que te sientes aquí
conmigo, ¿mm?
- Bueno… Perdón… Aunque estás siendo malo – declaró
Kurt y correteó hacia papá, que le sentó encima de sus piernas para que así no
hubiera más peleas por las posiciones de cada uno. El enano quedó en su
legítimo lugar en el regazo de mi padre, Alice en el de Ted y Hannah en el de
Michael.
- Vaya forma de malcriarle – murmuró Aarón. Las filas
eran de diez asientos, así que ocupábamos dos y parte de otra. Aarón se sentaba
justo delante de mí, por eso le pude escuchar perfectamente… y no fui el único.
- ¿Disculpa? – replicó Michael. - ¿Mi padre malcría a
mi hermano? Pues ese renacuajo vuestro no es ningún ejemplo de buenos modales.
- No, pero él se va a llevar un castigo, no un abrazo.
- Al menos mi hermano ha pedido perdón.
- Ya vale – cortó Holly. – Son niños pequeños. Nadie
va a castigar a nadie, Aaron, porque West ya se va a portar bien, ¿verdad que
sí?
El niño se frotó los ojos y la verdad es que me dio
bastante pena. Se veía muy mono lloriqueando y no se diferenciaba mucho de Kurt
cuando tenía una de sus rabietas. West sentía que debía pelear por su lugar
junto a su madre y no por un estúpido asiento, sino en un sentido más
metafórico. Los celos eran una emoción difícil para un niño tan pequeño.
- Eres mi mami – declaró, aparentando todavía menos
edad de la que tenía.
- Owww. Por supuesto que sí, corazón. Claro que soy tu
mami, y siempre lo voy a ser. Pero no está bien pegar e insultar a mamá, ¿eh?
- Snif… Peyón – musitó el niño, y se estiró para
alcanzar su cuello y colgarse de él. Holly le frotó la espalda de forma muy
parecida a como papá hacía con nosotros para calmarnos. Me pareció una buena
madre, le había regañado pero con mucha dulzura, porque había entendido el
cóctel de emociones que estaba sintiendo.
Aunque desde mi ángulo era difícil verlo, me pareció
intuir que Aaron rodaba los ojos. Se concentró en los bebés, sentando a dos
encima de sus piernas y a un tercero en un carrito.
- ¿Puedo? – preguntó Barie con timidez. Finalmente se
había levantado del lugar que había elegido y ahora estaba delante de aquel
hombre tan imponente pidiéndole a uno de los bebés.
- Claro – respondió él. Su voz sonó más amable que en
las ocasiones anteriores. – Si te pesa dámelo. Dante no debería ocasionarte
ningún problema, es muy tranquilo.
Barie se sentó con el bebé encima y le abrazó con
mucho cariño. La escena era bonita, pero yo sabía que mi hermana estaba triste.
Quizá era porque esa otra chica la había rechazado. Niñata estúpida.
De pronto había muchas conversaciones paralelas a mi
alrededor y se me hizo difícil seguir alguna. Eché de menos mi libro. Papá no
me había dejado llevármelo porque decía que era de mala educación leer cuando
estabas con otras personas, pero nadie hablaba conmigo y me aburría.
- Tú eres Cole, ¿no? – preguntó un chico. Alcé la mirada para ver a Jeremiah, de pie detrás de mí.
- Tú eres Cole, ¿no? – preguntó un chico. Alcé la mirada para ver a Jeremiah, de pie detrás de mí.
- ¿Cómo lo sabes? – me extrañé. Los ojos del chico
eran azules, pero tenían una nube blanca que delataba su ceguera.
- Me lo ha chivado Scarlett – confesó. – Ella apenas
habla con extraños, así que yo soy su voz y ella mis ojos.
Observé a la chica, que no se había movido de su
asiento y jugaba con lo que parecía un peluche viejo. Si no hubiese sido por su
altura, le habría echado la edad de mi hermana Hannah, pero sabía que en
realidad era mayor que Barie y Madie.
- Así que eres el que está en medio, ¿no? Tu padre
está pendiente de los enanos y tus hermanos mayores te excluyen de sus
conversaciones – aventuró.
- No me excluyen. Es que Ted se sentó muy lejos…
- ¿Quieres jugar al “Veo-Veo”? – sugirió.
- Yo… ehm…. – balbuceé, sin saber qué responder. ¿Cómo
íbamos a jugar a eso si él no podía ver? De pronto, el chico soltó una
carcajada.
- Relájate. Solo era un chiste, para romper el hielo.
La gente tiende a sentirse más cómoda cuando soy yo el que saca a relucir el
gran elefante en el armario. ¿Que, tú padre te ha advertido que no hieras mi
frágil sensibilidad haciendo comentarios sobre que estoy ciego? Estoy
acostumbrado, es todo lo que he sido durante toda mi vida.
Instantáneamente me cayó bien ese chico. Estuve
hablando con él durante un rato hasta que hubo un cambio en las luces del
salón.
- ¿Por qué se ha callado todo el mundo? – me preguntó
Jeremiah.
- Ya va a empezar, creo. Han oscurecido el cuarto y
han encendido el escenario.
- Oh.
- ¿Te llevo a tu sitio?
- No hace falta. Gracias.
Jeremiah caminó con bastante seguridad hasta su silla
al lado de Scarlett y apenas un minuto después salió un hombre a presentar el
concierto. Dio un breve discurso sobre las necesidades del orfanato y cómo con
nuestra contribución íbamos a ayudar a mejorar las cosas. Después, anunció a
Sam, y toda la familia de Holly aplaudió con entusiasmo. Nosotros aplaudimos
también, aunque con menos efusividad.
La primera canción de Sam fue movida. Salió él con un
micrófono y cantó arrastrando las palabras mientras se desplazaba por todo el
escenario. Varias mujeres gritaron. Parecía una estrella de rock. Llevaba las
rastras recogidas hacia atrás y se veía muy alto sobre aquel escenario. Estaba
muy seguro de su cuerpo o fingía muy bien, porque cada uno de sus gestos decía
“soy atractivo y lo sé”.
https://www.youtube.com/watch?v=fzpNBH2rj9U
Para la segunda canción cogió una guitarra. No la conocía, pero creo que hablaba de una mujer, porque decía todo el rato “Jolene”. Me gustó cómo cantaba, tenía una buena voz, y sabía tocar bien.
Para la segunda canción cogió una guitarra. No la conocía, pero creo que hablaba de una mujer, porque decía todo el rato “Jolene”. Me gustó cómo cantaba, tenía una buena voz, y sabía tocar bien.
- Creo que me acaban de embarazar – le oí decir a
Madie.
- ¡Madelaine! – exclamó papá, abriendo mucho los ojos.
- ¡No dije nada malo!
- No es necesario ser tan vulgar, caramba. ¡Eres muy
joven para decir esas cosas!
- Papá, la verdad, creo que me acaban de embarazar a
mí también y mira que eso es biológicamente imposible – intervino Alejandro.
- ¿No podéis decir piropos normales?
Miré de nuevo hacia el escenario, intentando ver qué
era lo que hacía a Sam tan especial. ¿Su aspecto? ¿Su voz? ¿El conjunto?
- Mamá, tengo que ir al baño – dijo West, en voz más
alta de lo necesario.
- Está bien, vamos, cariño – respondió Holly,
poniéndose de pie para llevarle.
- Espera, yo también voy – dijo Max.
Se abrió paso entre los asientos con cierta torpeza,
pero entonces, cuando llegó a mi altura, se tropezó con algo y se cayó. Por
acto reflejo, estiré la mano para ayudarle, pero él me agarró y, con su brazo
libre, me dio un puñetazo en la mejilla.
- ¡ME HAS PUESTO LA ZANCADILLA, IMBÉCIL! – gritó, muy
fuerte. Todo el mundo se giró para mirarnos: mi familia y un montón de
extraños. Sam, desde el escenario, no dejó de cantar, pero miró en nuestra
dirección totalmente confundido.
- ¡No, qué va! – protesté, frotándome la cara. El
golpe me había dolido. ¿Es que acaso también tenía los nudillos de metal?
- ¡ME HAS PUESTO LA ZANCADILLA, ME HAS PUESTO LA
ZANCADILLA! - repitió. Noté decenas de ojos acusadores sobre mí. Sabía lo que
estaban pensando: “qué mala persona, atacar a un lisiado”. Me llené de
vergüenza. Por primera vez entendí la expresión “tierra, trágame”, porque todo
lo que podía pensar era en que ojalá el suelo se abriese y me hiciera
desaparecer.
- ¡No, no! – negué con la cabeza. - ¡CÁLLATE, CÁLLATE!
La música se detuvo y de pronto nosotros éramos el
centro del espectáculo.
- Cole – escuché que papá me llamaba, pero no esperé a
oír sus reproches y salí corriendo. Dejé atrás el salón y el orfanato y no dejé
de correr hasta que me vi en medio de un cruce. Un coche me pitó y logré apartarme
a tiempo y llegar a la otra acera.
-
AIDAN’S POV –
Mi pobre enano estaba muy avergonzado. Aunque no había
visto lo que había pasado, dudaba mucho que Cole hubiera tirado a Max al suelo
a propósito. Intenté tranquilizarle, pero él salió corriendo. Tardé en
reaccionar más de lo debido. Levanté a Kurt y le dejé en el suelo con toda la
delicadeza de la que fui capaz y me lancé detrás de Cole.
No pensé que fuera a salir del orfanato. Al principio
creí que se iba a esconder en los baños o algo así y que me tocaría convencerle
para volver con todo el mundo. Pero mi hijo tenía otros planes. Salió a la
calle a toda velocidad, sin mirar por dónde iba ni lo que pasaba a su
alrededor. Grité su nombre cuando le vi acercarse a la carretera, pero no me
escuchó. Yo estaba demasiado lejos para hacer nada, pero gracias al cielo
consiguió llegar a salvo al otro lado.
Le alcancé a los pocos segundos y en ese momento mi
cuerpo me pedía que le abrazara, que le zarandeara y que le gritara, las tres
cosas a la vez, pero me conformé con asfixiarle entre mis brazos.
- ¿Te das cuenta de lo que te podía haber pasado? – le
dije, en medio de un montón de incoherencias que apenas recuerdo. - ¿¡Te das
cuenta, Cole!?
- ¡Perdón! – lloriqueó, apretándome con fuerza, como
si no quisiera soltarse nunca.
- ¡No puedes irte así! – regañé. Conforme el alivio
iba calando dentro de mí, me iba subiendo el enfado y probablemente le hubiera
dado varias palmadas en ese momento de no ser porque en seguida tuvimos
compañía. Mis hijos, Holly y varios de los suyos nos habían seguido.
- ¿Está bien? – preguntó Holly, preocupada.
- Sí. De puro milagro – respondí. – Cruzó la carretera
como un loco, por suerte pasaban pocos coches.
Cole se encogió y escondió la cara en mi camiseta.
- Menudo susto, pequeño – susurró Holly, y le acarició
la cabeza.
- Snif… Yo … snif…
no… snif… no le puse la zancadilla.
- Ya lo sé, Cole – le tranquilicé. – No tenías que
irte así, nadie te estaba culpando.
- ¡Max sí! – gimoteó.
Froté su espalda y me levanté con él en brazos.
- Que Max se cayera no fue culpa tuya, pero esto sí.
Hiciste una tontería muy peligrosa.
- Lo… snif… lo siento… snif
Suspiré. Pasé la mano por su pelo e intenté borrar de
mi mente la imagen de su cuerpecito tendido en el suelo, que era lo que me
podía haber encontrado. Cole había cruzado con el semáforo en rojo, sin mirar,
por una calzada de varios carriles.
- Holly, gracias por invitarnos, dile a tu hijo que lo
ha hecho muy bien, pero nos tenemos que ir…
- ¿Qué? ¡No! – protestó Blaine. – Aún faltan muchas
canciones y… ¡y después vamos a ir a comer para celebrarlo! ¡No os vayáis, si
no ha pasado nada!
- Sí, papá, Cole está bien – se sumó Barie.
Respiré hondo. Una parte de mí también quería
quedarse, apenas había podido hablar con Holly y además había visto a varios de
nuestros chicos conversando amigablemente, pero no podía ignorar lo que acababa
de pasar.
- Papi… Ya sé que estás muy enfadado conmigo… snif…
pero no le quiero estropear el día a nadie… snif… más de lo que ya lo hice –
susurró Cole, tan bajito que solo yo lo escuché.
- No le has estropeado el día a nadie, no digas eso. Si
nos quedamos, no significa que la conversación se acabe aquí, ¿me escuchas?
Cole asintió, todavía sin separarse de mí. Regresé
sobre mis pasos cargando con él.
- Holly, lamento muchísimo…
- Soy yo quien lo lamenta. Max tiende a contrarrestar
sus complejos con enfados desmedidos.
- ¿Os vais a quedar? – preguntó Blaine.
- Supongo que sí.
Blaine hizo un gesto de triunfo.
- Oye, siempre que nos vemos es porque uno de tus
hijos o de mis hermanos sale huyendo – me hizo notar. – Uno de los dos está
gafado.
A mi pesar, me hizo sonreír.
- Eso cuando no eres tú mismo el que se escapa –
repliqué. Eso le hizo ruborizar ligeramente.
- Mi tío va a matar a mi hermano – dijo, ya más en
serio.
- ¿A Max?
No supe qué decir. El niño había reaccionado
desproporcionadamente y había golpeado a Cole, así que un regaño si se merecía.
- Yo hablaré con Max, Blaine, no re preocupes por eso
– intervino Holly. - Ahora vamos a disfrutar del concierto, ¿bueno?
Todo el salón estuvo pendiente de nuestra entrada y
Cole trató de fusionarse conmigo para que nadie le viera. Holly elaboró unas
disculpas mientras yo me fijaba en Aaron, que se había quedado con Max y los
trillizos y le estaba echando una bronca al más mayor. Max lloriqueaba e
intentaba irse, pero Aaron le sujetaba del brazo mientras le hablaba con una
furia que no me parecía adecuada. No le estaba haciendo nada, solo eran
palabras, pero la expresión de su rostro era demasiado agresiva. Si yo fuera un
niño de nueve años, me daría miedo.
Me pregunté si yo alguna vez me veía así hablando con
mis hijos. A veces no somos conscientes de la ira que expresan nuestras
facciones, de la violencia en nuestro tono de voz. Ningún niño aprendería nunca
nada de un regaño semejante, tan solo se lo pasa deseando que acabe pronto.
Holly también debió reparar en lo mismo que yo, porque
fue hacia donde estaban su hermano y su hijo y se llevó al pequeño. Después fue
a hablar con alguien de la organización y el concierto se reanudó.
Sam retomó las canciones como si nada, alternando
entre el piano, la guitarra e incluso la batería para acompañarse. ¿Cuántos
instrumentos sabía tocar ese chico?
Cole vio todo el concierto pegado a mí. Al principio,
sentado en mis piernas. Después de pie a mi lado y, cuando se cansó, Blaine se
ofreció a cambiarle el sitio, para que siguiera conmigo.
Cuando el concierto acabó hubo muchos aplausos. Sam
era, realmente, una persona con talento. No solo cantaba y tocaba bien, sino
que se sabía defender en el escenario. Se le notaba cómodo: era su elemento.
Los demás asistentes del concierto fueron abandonando
el salón, pero nosotros nos quedamos. Sam salió varios minutos después y varios
de sus hermanos le rodearon. Aarón, Blaine y Sean trataron de levantarle en el
aire, pero les faltaba gente, así que me ofrecí a echarles una mano. Sam se rio
y se dejó hacer y luego recibió varias felicitaciones, de sus hermanos y de mis
hijos.
- ¿Os ha gustado? – preguntó, con una sonrisa, como
para cerciorarse.
- Mucho – le aseguré.
- ¿Qué pasó antes? ¿Por qué salió corriendo el enano?
- Un malentendido. Siento mucho haber interrumpido tu
concierto.
- No pasa nada. Mamá, ¿Max está bien? – preguntó.
- Sí, se cayó, pero no se hizo nada. Por cierto, ¿no
tienes algo que decirle a Cole, Max?
El niño giró la cara, avergonzado y fingió que la cosa
no iba con él, pero Holly insistió:
- ¿Qué hablamos antes, cariño?
- Hmpf.
- Max, le pegaste un puñetazo. Te tienes que
disculpar.
- Mmmm.
- ¿Será que nos tenemos que ir a casa mientras los
demás comen fuera?
- ¡No! – protestó el pequeño.
- ¿Entonces?
- No le di tan fuerte – se quejó.
- Ni fuerte ni flojo. No puedes pegar a la gente ni
gritarles así por algo que no hicieron. Pídele perdón.
Max frunció el ceño. Por lo que sabía, era un niño muy
testarudo. Holly y él tuvieron un duelo de miradas.
- ¡Vámonos a casa, me da igual, yo no quería venir de
todas formas! – se emberrenchinó.
Sam se acercó a su hermano y le dio un toquecito en el
hombro.
- Hey, Maxie. Yo sí quiero ir a comer contigo.
- ¡Yo no!
- ¿No? ¿Seguro? ¿Prefieres comer solo en casa con
mamá?
El niño se mordió el labio. Evidentemente, prefería
salir a comer con todos, pero era demasiado orgulloso para admitirlo.
- Solo tienes que pedir perdón, enano.
Max permaneció en silencio varios segundos más, pero
finalmente hundió los hombros y suspiró.
- Perdón…
- Muy bien, tesoro – le felicitó Holly. - ¿Dónde
queréis ir a comer?
- Que elija el artista – sugirió Aaron.
Sam miró a su madre con preocupación y el gesto no me
pasó inadvertido: le estaba consultando con la mirada si tenían dinero
suficiente.
- No hace falta que vayamos a ningún lado…
- Tonterías. Di un sitio – insistió Aaron.
- Mmm…
- ¡Pizza, pizza! ¡Sam, pizza! – pidieron sus hermanos.
- ¿Vamos a ir todos? – preguntó Jeremiah. - ¿Ellos
también?
- Sí, cariño. Aidan y su familia también vienen –
respondió Holly, sin darme opción a decir nada. No habíamos llegado a concretar
ese punto, aunque ella lo había dejado caer de pasada.
- Parece que será pizza, por mayoría – sonrió Sam.
Quedamos en ir a una pizzería del centro. Iríamos con
los coches y nos veríamos allí. Era un viaje de no más de diez minutos, pero
cuando subimos en mi monovolumen, Cole empezó a emitir un llantito suave.
- Papá… - dijo Alejandro, como diciendo “arregla
esto”. Creo que él tenía en mente algo así como que diera todo por zanjado y,
aunque no podía hacer eso, sí entendí que no debía prolongar la inquietud de
Cole.
- Chicos. Id a por Ted y decidle que no vamos a
arrancar todavía. Entrar en esa tienda de ahí y elegid entre todos un regalo
para Sam, ¿de acuerdo? Para que recuerde el día de su concierto y a modo de
disculpa por haberle desconcentrado mientras cantaba.
Ninguno puso objeciones, porque sabían que era una
excusa para quedarme a solas con Cole. Les di dinero, salieron de mi coche para
ir al de Ted y después entraron todos juntos a la tienda. Ni siquiera me había
fijado bien en qué tipo de comercio era. Por el aspecto, podía ser una tienda
de antigüedades. Igual volvían con un reloj de cuco, o algo así.
Le escribí un mensaje rápido a Holly, diciéndole que
nos íbamos a retrasar.
-
Cole. No llores, enano. No estoy enfadado contigo. Vamos, peque, has estado
bien durante el concierto. ¿A qué esas lágrimas ahora?
Cole no me respondió, pero así, encogidito sobre su
asiento, parecía más pequeño que nunca. Los diez años de mi hijo podían
moldearse de una forma asombrosa. La mayor parte del tiempo, demostraba una
madurez propia de alguien mucho más mayor, pero todavía tenía arranques de
ternura infantil de los que no sé si era consciente.
Agradeciendo la comodidad de un coche como el mío,
bajé los asientos delanteros y me pasé atrás con él. Había tanto espacio que
podía estirar las piernas y sentarle a él encima, en lo que esperaba que fuera
un gesto reconfortante.
- Sé que no querías hacer nada malo. Sé que lo que
pasó con Max te hizo sentir muy mal. Pero no puedes salir corriendo así, bicho.
Te llamé, y no me escuchabas. Si te hubieras ido al baño no te habría regañado,
¿mm? Pero saliste a la calle. A la carretera. Eso es muy peligroso – le dije.
Tenía un conflicto interior, porque una vocecita en mi cabeza me decía que
aquella lección ya estaba aprendida y no era necesario que hiciera de poli
malo. Pero no siempre que les castigaba era para que no repitieran algo que
habían hecho mal. A veces era para enseñarles que todas las acciones tienen
consecuencias. Su escapada podría haberle matado, o haberle dejado malherido.
Podría haber perdido sus piernas, como el propio Max. Eso sin duda era mucho
peor que unos azotes.
Su vida era la primera cosa que tenía que cuidar.
Podía ser indulgente con todo lo demás, pero con eso no.
Cole se pasó la mano por la cara y se limpió las
lágrimas. Me miró con sus ojitos oscuros muy brillantes y no dijo nada cuando,
lentamente, le puse de pie.
- ¿Por qué llorabas? – repetí, esperando obtener
respuesta ahora que estaba más calmado.
- No lo sé – susurró. – Solo estoy triste.
Le besé en la frente.
- No tienes que estar triste. Dejamos la tristeza
aquí, ¿bueno? Cuando vayamos a la pizzería ni un gramito de tristeza.
Cole asintió, y volvió a frotarse los ojos.
- ¿Me vas a pegar? – preguntó, con una vocecita que no
era juego limpio.
- ¿Crees que debo hacerlo? – respondí. Para mi
sorpresa, mi niño asintió de nuevo y me dio un abrazo, más cariñoso de lo que
era habitual en él. - ¿Por qué crees que debo hacerlo?
- Porque no se cruza sin mirar – murmuró.
Bueno, al menos había conseguido que eso quedara
grabado dentro de mis niños. Si recordaban eso y un par de cosas más, no lo
estaba haciendo tan mal.
- Eso es, campeón. No se cruza sin mirar – repetí y le
separé todo lo delicadamente que pude.
Cole me miró con una expresión muy parecida a puchero
y puso una mano sobre su pantalón, tapándose, mientras con la otra se lo
sujetaba de la cintura. Le quité la que había llevado atrás, pero no conseguí
que soltara el elástico de los pantalones.
- Cole…
- Tengo miedo, papi.
Me asombré y volví a estrecharle.
- ¿Miedo de mí? No voy a hacerte daño, peque. Ya sabes
cómo es.
- Es que…
- ¿Es que, qué? Puedes decirme lo que sea, campeón.
Cualquier cosa. ¿De qué tienes miedo?
- Papi… ¿ya soy mayor?
“¿A qué viene esto?” me extrañé.
- Siempre serás mi bebé, pero ya eres todo un
hombrecito, ¿mm?
Mis palabras causaron el efecto contrario al esperado,
porque sus ojos se volvieron a humedecer.
- Hey. No, shh, shh. Qué va. No eres mayor para nada,
nada de nada – me corregí. No entendía esa repentina angustia por “ser grande”,
pero tuve una idea. – ¿Crees que seré más duro contigo porque estás creciendo?
– pregunté. – Enano, ¿alguna vez has visto las palmaditas que le doy a Alice?
Una vez te reíste porque la pitufa estuvo llorando como diez minutos por un
toquecito que ni una caricia era. Pero es pequeñita y para ella fue todo un
mundo. Las palmadas que te doy a ti le parecen lo mismo a Michael, ¿entiendes?
Al igual que cuando os dejo en el rincón. A Alice le pongo una sillita y al
minuto ya está lloriqueando. Tú puedes estar de pie y te dejo más tiempo, y no
sueles llorar. Los castigos, mi vida, siempre son proporcionales a vuestra
edad.
Cole se mordió el labio y luego se lo soltó.
- ¿Y me vas a seguir dando un abrazo?
- Siempre, campeón. Pregúntaselo a tus hermanos si no
me crees, todo el día pegado a ellos como una lapa.
Cole sonrió un poquito y se irguió frente a mí, como
para demostrarme que estaba listo. Le agarré del brazo y le ayudé a tumbarse,
porque aunque el coche era amplio el espacio no era ilimitado.
- Ningún disgusto ni ninguna vergüenza que puedas
pasar merecen que te pongas en peligro, Cole – remarqué.
Levanté un poco la mano y la dejé caer sobre sus
gruesos pantalones de lana. Tal vez debería habérselos bajado, pero no quería
ser muy duro con él. Aún era mi cosita frágil.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
- Au…
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS … mm…
PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
- Snif… Perdón, papi.
- Ya está campeón. Shh, tranquilo – le levanté lo
suficiente para sentarle encima de mí. – Qué tierno estás tú con el “papi”,
¿no?
Cole se aferró a mi cuello pero luego sacó un brazo
para frotarse. Le di un beso y le observé por si acaso rompía a llorar otra
vez. Tenía algunas lágrimas, pero no estaba sollozando.
- ¿Si Max se convierte en mi hermano le darás en el
culo también?
- ¿Qué clase de pregunta es esa?
- Si vive con nosotros tendrías que tratarle igual.
Pero no tiene piernas – me dijo. – Así que creo que estaría mal que le pegues.
Decidí no responder, porque en verdad no sabía cómo.
¿Qué contestas ante algo así? Le acaricié el pelo en silencio y luego coloqué
los asientos y le dejé sentado en el suyo.
- ¿Estás bien? – pregunté y él asintió. – Te quiero
mucho, peque. Vaya susto me llevé hoy.
- Perdón.
- Vamos a pasarlo bien lo que queda de día, ¿bueno?
¿Te gustó el concierto?
- Sí. Sam canta muy bien.
- Voy a llamar a tus hermanos para que vengan y vamos
a comer pizza – anuncié.
Cogí el móvil y llamé a Ted y enseguida se acercaron
al coche. No hicieron ningún comentario, a pesar de que todos o casi todos
sabían lo que había pasado.
Resultó que la tienda sí era de antigüedades y tenían
objetos de todo tipo. Le habían comprado una armónica muy bonita.
- ¿Crees que la sabrá tocar? – preguntó Ted.
- No me extrañaría.
Me encantó que actualizaras gracias por seguir escribiendo esta bella historia
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