CAPÍTULO 88: LEONES QUE SE CONVIERTEN
EN GATITOS
Kurt entró a mi cuarto con su almohada y su nuevo
peluche inseparable, lo cual resultó más elocuente que si hubiera preguntado
“¿puedo dormir aquí un ratito?”. Eran las cuatro de la tarde. El enano ya no tomaba
siestas rutinarias, pero algunos días tenía sueñito y se dormía una media hora.
Solía ser en su propia cama o, en la mayoría de casos, en la de papá. Pero papá
acababa de castigar a mis hermanos mayores y estaba ocupado, así que Kurt había
decidido que aquel día yo era su mejor opción para recibir mimitos mientras
usurpaba mi cama.
- ¿Y yo dónde duermo, eh? – pregunté, de broma.
- Aquí conmigo – sugirió, mientras corría las mantas
para hacerse un huequecito bajo ellas. – Y con Cangu.
Le ayudé a arroparse muerto de ternura. Le quité las
gafas y las coloqué en la mesita y después me eché a su lado, pensando que una
siesta no sonaba tan mal.
- ¿West va a ser mi hermanito? – me interrogó, así de
pronto y sin anestesia.
- No lo sé, enano. ¿A ti te gustaría?
Kurt pareció pensarlo por unos segundos.
- Va a meterme en muchos problemas – se quejó y el
tono que empleó me hizo reír.
- Tú solito te las apañas muy bien para eso, enano
travieso – respondí y le hice cosquillas. – Esa es la función de los hermanos
pequeños: meterte en líos. Pero se les quiere igual.
- ¿Tu metes en problemas a Mike?
- Pues no en muchos, pero igual debería empezar, ¿no
crees?
Kurt soltó una risita y estrujó su peluche.
- ¿Me cuentas un cuento? – me pidió, con sus ojitos
manipuladores.
- Pero mira qué dos bebés – dijo papá, desde la
puerta. Se acercó a nosotros con una sonrisa. - ¿Quieres un cuento, peque?
- ¡Shi!
Papá me arropó como si se hubiera olvidado de que yo
no tenía la edad de Kurt y empezó a contarle una historia al enano, que se
durmió enseguida. Yo me entretuve con el móvil mientras se la contaba, pero
también la escuché: iba sobre un canguro que no sabía saltar y cómo aprendió
gracias a su hermano mayor.
- ¿Cómo se te ocurren tantas historias? – le pregunté
a papá.
- Este microbio, tus hermanas, y su gusto por los
cuentos me mantienen en forma – sonrió y se agachó para darle un beso. También
me dio otro a mí. – Antes dejé nuestra conversación a la mitad.
- No hay mucho más que decir, pá… Estoy bien. Di un
poco el espectáculo, nada más.
- No diste ningún espectáculo. ¿Puedes dejar de ser
tan duro contigo mismo? – me reprochó.
- Lo intentaré.
- ¿Te vas a dormir una siesta tú también?
- No… solo estaré aquí cuidando al enano.
- Ahá – repuso papá, indicando lo poco que me creía.
Sonreí y me acomodé mejor sobre la almohada. Igual no pasaba nada por cerrar
los ojos un poquito.
Papá se quedó conmigo mientras me iba venciendo el
sueño. Su presencia me hacía sentir seguro y era una sensación tan distinta a
la de aquella tarde que el contraste era abrumador.
- Ahuuum. Lo de hoy… ahuum… no fue nada, pá…. Ahuum.
Vete preparando… si vas a tener… veintitrés hijos… - susurré, justo antes de
dormirme.
-
AIDAN’S POV -
El rostro de Kurt transmitía tanta paz mientras
dormía… Y el de Ted también. Verles a los dos acurrucados era un “momento foto”
innegable, así que aproveché la ocasión y llené mi galería del móvil, sin dejar
de pensar en las palabras de Ted antes de dormirse. Tenía mucha razón: si Holly
y yo juntábamos nuestras familias, se me iba a poner el pelo blanco. O peor, lo
iba a perder, mechón a mechón.
“Bueno, existen las pelucas” dijo una voz en mi cabeza. “Merece
la pena”.
Ya me iba a levantar para dejarles dormir tranquilos,
cuando Hannah entró en el cuarto como un torbellino, con una varita mágica
casera que yo le había ayudado a fabricar.
- Oh. ¿Mi hada madrina?
- ¡No! ¡Una brujita, papá!
Sonreí y salí para jugar con mi enana, pero ella tenía
otros planes. Entró al cuarto de Ted y se puso a lanzar hechizos a sus
hermanos.
- No se despiertan, papá – protestó, como si su magia
estuviera fallando.
- Ah, eso es porque de seguro les hechizó otro brujo.
Mejor déjales dormir, princesita… esto… brujita.
Hannah empezó a dar vueltas a mi alrededor con mucha
energía, haciendo efectos de sonido que solo tenían sentido para ella. Era muy
tierno verla jugar así y durante un rato participé en su creación, pero sus
saltos empezaron a volverse más bruscos y descontrolados.
- Calma, calma, terremoto. Te harás daño. Te vas a
clavar la varita… ¡Auch! Mira, ¿ves? Le has dado a papá. ¿Qué te echaron, un
hechizo energético? – bromeé.
Hannah salió corriendo por el pasillo como un bólido.
Normalmente, Kurt era más movido que ella, pero mi princesa tampoco se quedaba
corta. La dejé hacer, hasta que vi que se acercaba demasiado a las escaleras.
- Lejos de las escaleras, Hannah – le dije.
Me hizo caso por aproximadamente treinta segundos. Me
daba miedo que se pudiera caer. No es que me estuviera desobedeciendo, es que
ni siquiera me escuchaba.
- Hannah, no me quiero enfadar contigo. Tienes que
calmarte un poco, cariño.
- Solo estoy jugando, papi – protestó.
- Ya lo sé, bebé. Pero con cuidado, ¿bueno? Fuera de
las escaleras. Ven, mejor vamos al piso de abajo.
Hannah me dio la mano y aceptó venir conmigo. Alice se
unió a su juego en el salón y estuvieron allí por lo menos media hora. Era irónico que algunos de mis hijos
estuviesen tan activos y otros tan cansados como para echarse una siesta.
El resto de la tarde la pasé haciendo tareas del
hogar. Había una pila enorme de ropa esperando que la lavara, y por lo menos
tres pantalones pendientes de coser.
Minutos antes de cenar, decidí que era buen momento
para hacer la videollamada con Holly. Ya lo había hablado antes con ella y
estaba de acuerdo. Fui a buscar a Michael y a Jandro y los dos intentaron
convencerme de que no lo hiciera.
- Papá, no fue tan importante…
- ¿De verdad nos vas a hacer disculparnos por webcam?
Solía ser sincero con mis hijos y aquel momento no iba
a ser una excepción:
- Alejandro, sabes que valoro mucho las disculpas.
Todo el mundo comete errores, pero el hecho de reconocerlos y pedir perdón
indica que le das importancia a lo que la otra persona siente, que no fue tu
intención hacerle daño. Soy consciente de que crees que es Sean el que debe
disculparse primero y no te falta razón, pero aquí no se trata de quién actuó
mejor y quién actuó peor. Se trata de construir algo juntos, ellos y nosotros.
Y para eso no puede haber rencores ni orgullo en el camino. Yo… estoy enamorado
de Holly, campeón. Y quiero dejar de hablar con miedo de esto. Espero poder
casarme con ella en un futuro. Pero para eso tengo que saber que podemos…
- Que podemos ser una familia – completó Michael por
mí, cuando me quedé callado. – Puaj, voy a potar arcoíris.
- Eso es – la intervención de mi hijo me dio valor
para continuar. - Y los miembros de una familia se piden perdón.
Alejandro me miró fijamente durante un rato.
- Le pediré perdón – claudicó. - Pero ellos no son mi
familia. Todavía.
Le sonreí, consciente de que teníamos que ir paso a
paso y yo ya me había saltado varios.
Nos sentamos en el sofá e hice la videollamada.
- Estoy nervioso – se escuchó la voz de Blaine, apenas
un segundo antes de que apareciera la imagen.
- Sh, creo que ya está – dijo Holly. - ¡Hola!
- Hola, Holls. Hola, chicos – saludé. La pantalla
estaba llena de gente: Ella, Blaine, Sean y tres bebés pelirrojos. – Hola,
peques.
- Decidle “hola” a Aidan – pidió Holly, haciéndole
cosquillitas a uno de ellos. Avery, creo.
- Olla :3
- Olla :3
Dos de los trillizos me saludaron y un tercero se
quedó mirando la pantalla embobado. Tal vez no comprendía qué hacíamos nosotros
dentro de aquel aparato. Hizo algunos balbuceos de bebé y se recostó sobre
Blaine, chupándose el dedo.
- Oww – exclamé. Eran adorables.
- Oye, no es justo. Traemos a Alice, Hannah y Kurt e
igualamos la monería – sugirió Michael. – No son bebés, pero casi.
Holly soltó una risita.
- Deberían estar ya durmiendo, pero se salieron de la
cuna – explicó.
Estuvimos un rato hablando y bromeando, hasta que la
conversación derivó hacia la salida de aquella mañana.
- Sam está como loco con la armónica – comentó. - Él y
un amigo tienen un proyecto y dice que les faltaba justo ese sonido.
- Me alegro de que le guste, mis hijos escogieron el
regalo.
- ¿Lo pasaron bien?
- Sí, muy bien. Creo que Zach y Jeremiah se hicieron
amigos. Tal vez podrían darse el número de teléfono – sugerí. Habíamos dicho de
ir despacio con los chicos, no forzar las cosas. Pero si eran ellos los que
querían hablar, mejor que mejor.
- Jeremiah no tiene móvil – me aclaró Holly. – Es
decir, tiene de esos antiguos que sirven para llamar y ya está, pero no un
smartphone. No tiene WhatsApp ni nada de eso.
- ¿Por qué no? – intervino Alejandro. Hasta entonces
había estado muy callado, y Michael también, aunque él había hecho algún
comentario puntual. – Hay móviles adaptados para ciegos.
- No es por eso. Mis hijos no tienen móvil hasta los
quince años.
- ¿Qué? ¿Pero por qué?
- Alejandro – llamé su atención, porque no estaba bien
que hiciera esas preguntas y menos en ese tono impertinente.
- Es una norma estúpida, ¿a que sí? – dijo Blaine. –
Pues eso no es nada, solo podemos ver la tele, y quien dice tele dice
ordenador, una hora al día. Así que si te gusta alguna serie, escoge un
episodio porque no te da tiempo a más. Y ver una peli es imposible.
- Eso no es así, no tengas morro – replicó Holly. -
Estás exagerando. Los fines de semana no hay límite de tiempo.
Yo ya sabía, por alguna conversación que habíamos
tenido, que Holly les ponía horarios para los aparatos tecnológicos, pero no
conocía los detalles. Una hora al día era razonable, pero no creo que algo así
funcionara para mí ni para mis hijos, excepto para Dylan. Pese a los horarios
para el baño y esas cosas, éramos bastante caóticos. Ted podía pasarse una
tarde entera devorando una serie y luego estarse dos días sin tocar el
ordenador porque estaba enfrascado en algún libro que le gustara. Poner
horarios para el ocio era convertirlo en una tarea más. Siempre y cuando
tuvieran los deberes hechos, mis hijos podían hacer lo que querían cuando
querían.
- Bufff. Vivís en un cuartel militar – dijo Alejandro.
- ¿Sí? ¡Pues por lo menos yo no vivo con un
expresidiario! – replicó Sean.
- ¿Qué dijiste? – saltó Michael, dándose por aludido.
- ¡Sean! Eso estuvo fuera de lugar, discúlpate ahora
mismo – regañó Holly.
- No dije ninguna mentira.
- Tío, esta videollamada era para disculparnos, no
para joderla más – le recordó Blaine.
- ¡Empezaron ellos! – se quejó Sean.
- Lo del cuartel no iba a malas. Me solidarizaba con
vosotros, nada más. Perdona si te molestó… – dijo Alejandro. Le acaricié la
espalda, orgulloso de él por ser la parte conciliadora.
- Sean… - dijo Holly, conminándole a responder, pero
el chico permaneció en silencio.
- Nosotros sentimos lo de la pizzería… La cosa se
salió de control – dijo Blaine.
- No pasa nada – aceptó Alejandro. – Yo también me
pasé. Aunque tienes un buen derechazo.
Blaine sonrió.
- Y tú también. ¿Repetimos otro día, pero con guantes
y eso? – preguntó, aparentemente ilusionado por la idea.
- ¡Blaine! – regañó Holly.
- ¿Qué? El boxeo es un deporte, mamá.
- Uno que tú no vas a practicar – gruñó ella.
- Coartas mi libertad – se quejó él, en el mismo tono
en el que ponía a veces Zach cuando le decía que no podía experimentar con
sustancias corrosivas en su kit de química.
- No fue tan difícil – me susurró Alejandro. Supuse
que se refería a lo de pedir disculpas. Le sonreí y pasé una mano por encima de
su hombro. Estuve tentado de darle un beso en la frente, pero creo que no se lo
hubiera tomado demasiado bien con la videollamada aún activa.
Holly dijo algo al oído de Sean, pero él se apartó con
un gesto infantil. Creo que le estaba diciendo que se disculpara.
-
Vamos, tesoro – insistió ella, esa vez en voz alta.
- No
– protestó el chico.
-
Sean, ya lo hablamos antes.
- Basta,
mamá. Cuelga… No quiero hacer esto, me voy a morir de vergüenza – se quejó Sean
y, para mi sorpresa, comenzó a lloriquear.
- Tu
hermano ya se disculpó.
– Snif…
se van a reír de mí por llorar.
- No,
no nos vamos a reír de ti – dijo Michael. - Aunque tú te reíste de mis
hermanos, de Kurt y de Ted. Y te acabas de reír de mí, llamándome
expresidiario. Los sentimientos de los demás también importan, no solo los
tuyos. Mi padre nos contó que no te
puedes controlar cuando te enfadas, y que necesitas que seamos pacientes
contigo… Pero creo que tú te aprovechas de eso y sacas ventaja. Que ni siquiera
intentas medir lo que dices. Mi hermano Kurt no te había hecho nada como para
que te enfadaras. Si te molestaba su llanto, te aguantas. Es un niño pequeño,
es lo que hay. No piensas en cómo haces sentir al resto, solo en cómo te
sientes tú, eso es egoísta.
Sean
parpadeó varias veces, mirando a la cámara entre sorprendido y confundido.
Después, escondió la cara en el cuerpo de su madre, como si en lugar de catorce
tuviera cuatro años.
- Snif…
Perdón…
- Yo
también lo siento. No debí haberte pegado – dijo Michael.
- Snif… Ya apaga, mami – pidió Sean.
- No pasa nada, cariño. Anda, ya puedes irte si
quieres, pero no llores – dijo Holly, y el chico no esperó ni dos segundos para
salir corriendo. Ella suspiró, mientras le observaba marchar. – Lo siento – nos
dijo.
- Tranquila – respondí. - ¿Estará bien?
- Sí, pero debería ir con él… ¿Hablamos mañana?
- Claro. Buenas noches, Holls. Buenas noches, Blaine.
Buenas noches, peques.
- Buenas noches.
- Nash noches :3 – dijo uno de los trillizos, el que
parecía más despierto de los tres.
- Adiós, Avery – le sonreí, contento además por ser
capaz de distinguirle.
- ¿Quieres colgar tú? – le preguntó Holly al bebé, con
la voz ligeramente agudizada. – Mira, aprieta aquí. Aquí. ¡Muy bien!
Cuando la llamada se cortó, Michael se recostó sobre
el sofá, como si le hubiese costado mucho permanecer en una postura recta.
- Esos bebés son comestibles – dijo Alejandro,
refiriéndose a los trillizos.
- Tú sí que eres comestible. Lo has hecho muy bien,
campeón. Los dos lo habéis hecho muy bien – les felicité.
- Aichs, papá. Que los que tienen dos años son ellos –
se quejó.
- ¿Qué pasa, ahora no os puedo felicitar?
- Mejor vamos a cenar, que me muero de hambre.
-
HOLLY’S POV. Unas horas antes –
Lancé las llaves sobre el cuenco de la entrada y me
froté la frente. Me iba a estallar la cabeza. Leah y Sean no dejaban de
discutir y yo necesitaba silencio, para procesar que realmente nos habían
echado de la pizzería.
Los trillizos empezaron a correr por el pasillo desde
el mismo segundo en el que pusimos un pie en la casa. Dante se cayó de culo,
pero el pañal impidió que se hiciera ningún daño y se volvió a levantar como si
nada.
- ¿Estás bien, chiquitín?
- Lala :3 - me respondió y siguió a sus hermanos.
Siempre iban los tres juntos y hacían las mismas cosas. Conforme pasaran los
años, se irían individualizando más, aunque ya tenían caracteres diferentes, si
uno se fijaba. Dante era el más tranquilito de los tres.
- ¡Siempre lo estropeas todo! – chilló Leah,
incansable.
- ¡Pero si tú no querías ir! Cito textualmente: no
querías conocer a esos imbéciles – replicó Sean.
- ¡Iba a comerme otro helado si no nos hubieran
echado!
- ¡Entonces te he hecho un favor, porque luego vas
diciendo que eres una ballena!
- ¡Sean! -
regañé.
- ¡No la insulté! ¡Solo he dicho lo que ella dice!
- No estás en posición de discutir con tu madre –
intervino Aaron, entrando en casa en ese momento. Su coche había ido detrás del
mío todo el camino. – Blaine y tú tenéis mucho por lo que responder.
- ¡Mamá dijo que se ocuparía ella! – contestó Sean.
- Y eso haré – aclaré, mientras me quitaba el abrigo.
– Primero quiero que me expliquéis bien lo que ha pasado. ¿Aaron, me prestas tu
despacho?
Era el único lugar de la casa donde podíamos hablar
con intimidad. Mi hermano asintió, así que me dirigí allí con Blaine y Sean. Me
senté en el sillón, con mis dos hijos a cada lado. Sean prácticamente se
recostó sobre mí, como el gatito mimoso que era. Le escribí un mensaje rápido a
Aidan, agradeciéndole por haber ido al concierto, y me respondió, así que
estuvimos hablando un rato. Mientras hablaba con él, acaricié el pelo de Sean,
pero me detuve cuando cerró los ojos.
- Nada de dormirse aún. Tienes que contarme que fue lo
que vi en la pizzería.
- ¿Es que vas perdiendo vista con la edad? – preguntó
Blaine. Aproveché que estaba de lado para darle una palmada flojita.
PLAS
- Aich.
- No es momento de hacerse el gracioso, señorito.
- Mala – protestó.
Le hice una caricia en la mejilla.
- No estoy perdiendo vista, pero quiero saber qué
hacían mis dos tesoros peleando con los hijos de Aidan.
- Nada, discutimos sobre el último partido de
baloncesto – me dijo Sean.
Le separé y les miré a los dos.
- Si me vais a mentir, se acaba la conversación y paso
al castigo, ¿eh?
Sean agachó la cabeza y volvió a acurrucarse sobre mí.
Últimamente sus gestos se habían vuelto más vulnerables, como si me necesitara
cerca a cada momento. Cuando no me estaba insultando, claro.
- Peleamos porque Ted dijo que fue culpa de Sean que
los enanos se metieran en problemas – respondió Blaine, y a partir de ahí me contaron
cómo fue todo.
Escuché con atención e hice un par de preguntas para
asegurarme de que no se dejaban ningún detalle. Cuando acabaron, suspiré. Se
podía resumir en que la pelea la había provocado Sean y Blaine tampoco había
sido de mucha ayuda.
- ¿Qué te hizo Kurt para que te metieras así con él?
Es un niño pequeño, pollito.
Sean se quedó callado durante tantos segundos que ya
creí que no me iba a responder, pero empezó a jugar con los botones de su
camisa y eso era algo que hacía siempre que estaba pensando en algo complicado.
- Estaba llorando por nada. Su padre debió regañarle –
se quejó.
- Extrañaba su peluche. No es una gran tragedia, pero
sí es importante a los ojos de un niño de seis años. Especialmente de uno tan
sensible como Kurt, ese peque es muy tierno.
- Su padre debió regañarle – insistió. – Papá le
habría castigado. Castigó a Max por algo parecido una vez, ¿no te acuerdas?
Estábamos en el supermercado y se cayó. No se hizo nada, pero no dejaba de
llorar. Y papá le dijo “ya te voy a dar motivos para armar escándalo”.
Cerré los ojos y le besé la frente. Hacía dos años de
aquello, pero Sean no lo había olvidado. Yo tampoco. Ese día Connor y yo
tuvimos una discusión muy fuerte. No quería recordarla, pero pequeños flashes
me vinieron a la cabeza. Max llorando cuando su padre se quitó el cinturón. Yo
enfrentándome a mi marido, con mi enorme tripa de casi seis meses de un
embarazo de trillizos. Amenazándole con todo lo que se me ocurrió si osaba
pegar a mi bebé de siete años con esa cosa del demonio. El repentino ardor en
mi mejilla cuando me abofeteó, por segunda vez en dos meses.
Tan solo una semana después, ocurrió el accidente y
Max perdió las piernas. Recuerdo bien que mi niño aguantó las lágrimas todo lo
que pudo con cada tratamiento, por doloroso o molesto que fuera, porque no
quería que su padre se volviera a enfadar con él.
- Llorar no es algo malo, ni merece ningún tipo de
regaño. No es lo mismo llorar por estar triste que hacer un berrinche – traté
de explicarle.
- Ese niño es un mimado, mamá. Es débil y… y crecerá
siendo maricón.
“Cállate, maricón”.
“¿Eres un hombre o una niña, Sean?”
“Les estás amariconando, Holly”.
Es increíble cuánto pueden calar en un niño las
palabras de su padre.
- No es un mimado, Sean. Así es como reaccionan los
buenos padres, no el monstruo que tú tuviste.
Al principio, había intentado no hablarles mal de
Connor. Por varios motivos: porque a los muertos hay que dejarlos en paz;
porque al fin y al cabo era su padre; porque de algún modo arcaico y frío él
les quería… pero, sobre todo, porque me había costado poner en palabras lo que
llevaba años fraguándose en mi mente. Me había costado reconocérmelo a mí
misma.
- Papá no era un monstruo – protestó Sean.
- Sí lo era – replicó Blaine. – Mamá tiene razón, Aidan
reaccionó como se supone que un padre debe reaccionar.
- ¡No era un monstruo, no hables así de él! – se indignó
mi pequeño gatito. No tenía buen recuerdo de su padre, pero al mismo tiempo
siempre se sentía inclinado a defenderle. - ¡Lo hizo lo mejor que sabía!
- Pues tendría que haber sabido mejor – respondió
Blaine.
Le acaricié la nuca, porque sabía que ese gesto
siempre le calmaba.
- Aunque te parezca que Kurt no tenía motivos para
disgustarse, tú no debiste reaccionar así, Sean – le dije. – Y nunca tendríais
que haberos ido a las manos. Las cosas no se arreglan con puñetazos.
Mis hijos captaron el ligero tono de regaño y se
encogieron un poquito.
- No te enfades – pidió Blaine, sobreactuando un
puchero.
- El tío me hizo daño en la orejita – añadió Sean,
para darme pena y distraerme, pero al pequeño manipulador le funcionó
momentáneamente, porque me detuve a examinarle la oreja. No tenía nada, aunque
no negaba que le hubiera dolido. Le tenía dicho a Aaron que no hiciera eso,
pero a veces parecía que no hablábamos el mismo idioma.
Le di un pequeño masaje, como cuando era más pequeño y
con un “sana, sana” se iban todos sus males.
- Te llevaste un buen regaño y aún así seguiste con la
pelea – le reprendí. - ¿Qué te tengo dicho que debes hacer cuándo te enfadas?
- Respirar hondo y dar un paseo – murmuró, en voz muy
baja.
- Eso es. Blaine, sal un momento, cariño – le pedí.
Sean se enfurruñó mientras su hermano se marchaba y yo
me pregunté si era consciente de lo mucho que ese gesto le hacía parecerse a
West.
- Ya hemos hablado mucho de las peleas, ¿eh? – le
recordé.
- ¡Con mis hermanos, no con ellos!
- No te hagas el listo conmigo, una pelea es una pelea
– repliqué, más seria. – Nos echaron de la pizzería, Sean, así de mal te
comportaste.
- Bueno… perdón…
- Te voy a quitar cinco puntos, cariño – le anuncié y
su reacción no se hizo esperar.
- ¿Qué? ¡No, mami! ¡Esos son muchos!
- Volverás a ganarlos, gatito.
- ¡ERES INJUSTA! ¡NO PUEDES HACER ESO! ¡NO, NO, NO! Te
odio, puta.
- Eh. ¿Qué fue eso? – le regañé.
Sean se mordió el labio para no seguir gritándome y
cerró los ojos. Sabía lo que estaba haciendo: contar hasta diez. Por lo visto,
le sirvió.
- Son muchos – repitió, más calmado.
- No son tantos, corazón. Tuviste varias oportunidades
de parar y no lo hiciste.
Le tembló el labio ligeramente, casi como si quisiera
poner un puchero.
- Aparte de eso, estás castigado sin salir una semana.
De casa al colegio y del colegio a casa.
Pensé que esa parte se la iba a tomar mejor que lo de
los puntos, pero me equivoqué. Su rostro triste se transformó en la máscara de
la más pura ira.
- ¡Y UNA MIERDA! – me gritó. - ¡SALDRÉ SI ME DA LA
GANA!
Estiró la mano para coger un pisapapeles que Aaron
tenía en una de las estanterías de la pared. Jadeé al comprender que pretendía
tirármelo. Sujeté su brazo y le ladeé.
PLAS PLAS PLAS PLAS
- ¡Puedes partirme la cabeza con eso! – le dije.
Poco a poco, Sean fue relajando la mano y soltó el
pisapapeles, que cayó sobre la alfombra con un seco “plof”. Segundos después,
Sean empezó a llorar. Yo sabía que no era por esas cuatro palmaditas, así que
le sostuve y dejé que se desahogara.
- Perdón – susurró.
Sean era uno de los pocos miembros de mi familia
acostumbrados a disculparse. Con los demás me costaba muchísimo, pero él en
cuanto se calmaba un poco pedía perdón por sus salidas de tono.
- Sé que no te gusta que te castigue, gatito, pero es
lo que pasa cuando nos saltamos las normas.
- Snif… ¿Desde cuándo “no pelear con los hijos de
Aidan” es una norma? – protestó.
- Desde ahora. Ni con insultos y mucho menos con
puños.
- Snif. Ya no soy un bebé para que me des palmadas –
protestó.
- Y más que te tendría que dar, bichejo afortunado –
repliqué. Me costaba especialmente ser dura con Sean, porque Aaron era
demasiado bruto con él. Sentía que mi niño estaba más necesitado de cariño que
de otra cosa. – Anda, recoge lo que tiraste y colócalo en su sitio.
Sean me obedeció y recogió el pisapapeles.
- Busca a Blaine y dile que pase – le pedí.
Observé cómo un hijo se marchaba y el otro entró a los
pocos segundos.
- Mami, ¿me vas a pegar? – me preguntó Blaine, con sus
ojitos luminosos más brillantes que nunca. – Sean dice que le pegaste.
Blaine era mi orgullo, mi alegría, mi pedacito de luz
a pesar de toda la oscuridad que yo sabía que llevaba dentro. Era muy buen
chico y muy amoroso, pero tenía cierta tendencia a ponerse en peligro, por lo
que estaba en líos conmigo bastante más a menudo que otros de sus hermanos. Era
el único que me hacía enfadar de verdad, cuando le daba por hacer parkour a
escondidas, por ejemplo, porque no soportaría que le pasara nada. No quería más
accidentes ni más hospitales y no me faltaban las tentaciones de envolver a
cada uno de mis hijos en una jaula de cristal. Con Blaine, una jaula de cristal
no sería suficiente, porque no bastaría para contenerle a él y a sus impulsos
imprudentes.
- No, corazón. Si lo hice con tu hermano fue por otra
cosa – le tranquilicé.
Blaine respiró aliviado y después sonrió y correteó
hasta mí, como si tuviera frío y yo fuera una estufa.
- Menos mal.
- Pero sigues estando en problemas, mocoso confianzudo
– le dije, mientras él cogía mi brazo y se lo ponía debajo para que le hiciera
de almohada. Solo se permitían ser así de mimosos cuando estábamos a solas,
como si el contacto físico fuera un tabú fuera de esas burbujas de momentos
robados. Su padre tenía la culpa de eso, por no darles abrazos, ni besos,
especialmente a los chicos. – Estás castigado sin salidas y sin cómics por una
semana.
- ¿Sin cómics? Jo – protestó. - Bueno, no me voy a quejar con el tío me
habría ido mucho peor. Estaría un mes castigado y sin poder sentarme
prácticamente durante todo ese mes – exageró.
Respiré hondo y le froté la nuca
- Haremos que el tío Aaron vuelva a ser el de antes,
cariño – le dije.
- No sé si eso sea posible, mamá. Algo dentro de él se
rompió.
- Bueno, pues habrá que arreglarlo, ¿no?
Blaine asintió y dejó que le siguiera mimando por un
rato.
- Por un segundo le vi – me susurró. – Al antiguo
“él”. Cuando Ted se tumbó en el suelo, le levantó con mucho cuidado. Después,
volvió el hombre de piedra otra vez.
Guardé silencio mientras pensaba en sus palabras. Mi
hermano no era de piedra. La piedra era dura y Aaron era frágil. Frágil como un
parabrisas agrietado que ha recibido demasiados golpes y el menor roce puede
hacer que los fragmentos fisurados se descompongan.
N.A.: Es super difícil escribir sobre esta “fase” en la que se están conociendo los chicos. Hacerlo mínimamente realista cuesta mucho u.u
amo esta historia, que bueno que ya pudiste actualizar! esperamos un monton!!!
ResponderBorrarMe alegra que escribas maaenudo ,está familia también tiene una mala faceta,y ya quiero saber qué es lo que le pasa a Aron ,por mucho que le aya pasado lo descarga con sus sobrinos le dice muchas palabras orientes .no tarde me encanta
ResponderBorrarSúper me encantaron todos
ResponderBorrarSoy de Santiago de chile me encanta tu block
ResponderBorrarMe encantaron los capítulos, con ansias esperando los siguientes ;)
ResponderBorrarHolly es tan patética. Primero permitió que sus propios hijos fueran maltratados por Connor y ahora, después de que finalmente se deshicieran de él y sus hijos deberían estar sanando, ella le permite a Aaron abusar de ellos también. ¿A quién le importa si Aaron tiene problemas? Sus hijos deberían ser lo primero. Ni siquiera eso, ella, quien en este ambiente terrible debería ser su único cielo seguro, también los golpea. ¿Cómo demonios puedes justificar golpear, oh perdón, "azotar" a los niños que fueron abusados?
ResponderBorrarHolly no debería permitir que Aarón les trate así, y no lo permite pero no sabe cómo lidiar con él. En cierta forma es como su hijo también, le ha criado ella en parte. La situación la supera.
ResponderBorrarHolly no golpea a sus hijos, le dio cuatro palmaditas a Sean cuandocasi le abre la cabeza. Si no te gusta esta temática no sé qué haces en este blog.