lunes, 28 de septiembre de 2020

CAPÍTULO 119: Soldadito de mantequilla

 

CAPÍTULO 119: Soldadito de mantequilla

Si alguien me hubiera dicho que un día casi perfecto pudiera terminar tan mal, no lo habría creído. Me encogí sobre mi colchón cuando escuché llorar a Blaine, mientras papá trataba de consolarle. Estaba llorando por mi culpa.

-         Hey. ¿Qué ocurre, campeón? Shh, tranquilo. No pasa nada. Ven, vamos a beber agua… o un vaso de leche con chocolate. ¿Te apetece? – le preguntó papá, intentando sacarle de la cama para poder hablar a solas, seguramente.

 

-         ¡No es justo, yo también quiero chocolate! – protestó Alejandro, desde algún lugar a mi izquierda. Acto seguido escuché un ruido sordo y un quejido suave, por lo que deduje que Michael le había dado un almohadonazo.

Blaine debía de sentirse muy avergonzado por aquel estallido. Se dejó guiar por papá hasta la cocina y cerraron la puerta corredera, de forma que no pudimos verles ni oírles.

Ninguno de los que nos quedamos en el salón dijimos nada. Cada uno tenía mucho en que pensar, supongo. Por mi parte, lo último que quería era precisamente eso, pensar, así que intenté acordarme de la letra de Unchained Melody (una de mis canciones favoritas) y después del último tema que había estudiado de Historia e incluso probé con la lista de dinosaurios de Dylan, pero nada funcionó, porque no conseguía concentrarme por mucho tiempo. Siempre me interrumpía el recuerdo de la burrada que le había soltado a Blaine: “si llego a saber que ibas a traer eso aquí, no le hubiera dicho a mi padre que te dejara venir. Pero tranquilo, que después de esto no creo que vengas más”.

Yo sabía lo importante que era para Blaine que aquello saliera bien. Lo mucho que quería ganarse el aprecio de papá, sin darse cuenta de que ya lo tenía. Y, en cambio, le di a entender que papá no iba a querer verle más. Me hubiera encantado poder decir que se trataba de celos, al menos así podría escudarme en un sentimiento infantil. Pero no sentía celos de Blaine, ni siquiera los había tenido cuando Alice había preferido ir con él. Lo que tenía era unas ganas enormes de poder ser tan abiertamente entusiasta como él y Barie y colarme en casa de Holly para hacer algo parecido a lo que él estaba haciendo.

Oh, porque por fin lo había entendido. Una vez tumbado y sin el estrés de querer impedir que mis hermanos hicieran una tontería, comprendí por qué Blaine había cogido alcohol del armario de su tío y lo había traído a la casa de uno de los hombres más susceptibles con la bebida. Era una prueba. Un experimento estúpido pero eficaz para descubrir cómo era Aidan enfadado. ¿No podía esperar a averiguarlo de una forma más natural? ¿No le valía con algo más… comedido? ¿Tenía que ir directo a por la artillería, a romper sus normas más sagradas? Tal vez sí. Si quieres comprobar cómo de fiero es un león, le pones una cebra delante y no una lechuga. Las cosas o se hacen bien o no se hacen. Blaine no tenía pinta de conocer el significado de la expresión “término medio”. Ni, ya que estamos, el de “instinto básico de supervivencia”.

Suspiré. ¿Y los demás? ¿Por qué tenían que probar a papá de esa manera? ¿Acaso Alejandro había olvidado lo que pasó cuando se emborrachó en aquel concierto? Qué lejano parecía todo… Habían pasado tantas cosas que aquello casi correspondía a otra vida. Una vida antes de Michael. Bufé, con algo de resentimiento. Él era el mayor, tendría que haberme apoyado un poco y en cambio se había puesto del lado de Alejandro.

 “Ya eres un hermano de mierda, Ted”.

¿Lo pensarían todos? Esa impresión daba. Todos estaban de acuerdo con Jandro y en algún punto yo me había convertido en un traidor, alguien que “vendía” a sus hermanos. En definitiva, en un hermano de mierda.

Tampoco era la primera vez que insinuaban algo así. Yo era la mosquita muerta, el santurrón, el del “palo en el culo”. Caray, que tenían muchas formas de describirme y ninguna bonita.

Me abracé a la almohada. ¿Qué se suponía que debía hacer en una situación como esa? ¿Dejar que bebieran? ¿Qué Michael sufriera un bajón de azúcar, que Alejandro se emborrachara de nuevo, que Madie entrara en coma etílico como tantos otros niños que empezaban a beber cuando todavía son eso justamente, niños? No es como si hubiese ido directamente a delatarles con Aidan. En un punto esa había sido mi intención, pero primero había intentado razonar con ellos. Más o menos. Ni estaban en situación de escuchar, ni yo en situación de razonar. Pero dijera lo que dijera, no iban a hacerme caso. Y ya no sabía si quería protegerles del posible enfado de papá o enviarles directamente hacia él, porque yo también estaba cabreado. Con un Andrew en mi vida era suficiente, muchas gracias. Mi padre biológico necesitaba un hígado nuevo y mis hermanos querían empezar desde los doce (¡doce!) años a destrozar el suyo. Alejandro había tenido razón, me había tragado muchas charlas de concienciación contra el alcohol, pero la lección más importante no me la había enseñado ningún conferenciante ni ningún profesor.

Y, ¡rayos! Si lo que quieres es probar, pues te pillas una cerveza, como había hecho yo en su día, pero no un whisky sustraído de un armario con llave. Ja. Le tendría que haber contado a Blaine que el del palo en el culo también sentía curiosidad de vez en cuando. Y me hubiera gustado ver la cara de Michael al saber que el santurrón de su hermano sí que había probado el alcohol. Claro que tendría que haber cortado la historia ahí, porque si le decía cómo había ido corriendo a confesárselo a Aidan, se reiría de mí para toda la eternidad. Todavía recordaba a grandes rasgos lo que papá me había dicho en aquella ocasión:

- El alcohol no es “una gran experiencia vital”, Ted. Es una bebida más y cuando no la glorifiques, ni le concedas un valor que no tiene, ni la utilices para impresionar a alguien, ni para escapar de nada… entonces, podrás beber. Entonces y cuando tengas la edad legal, porque si alguna vez vuelves a probarlo antes de ese momento te daré una paliza.

No había tenido ganas de ver si la advertencia iba en serio, pero gracias a Alejandro había comprobado que sí, que ese era un asunto con el que papá no bromeaba.

Mis dieciséis años habían sido mi época más tonta. Creo que no había hecho demasiadas estupideces, pero muchas veces lo que impedía que las hiciera era saber que me valdrían un castigo. No siempre escuchaba la voz de mi conciencia, sino la de la prudencia, que me recordaba que tenía un padre demasiado atento y sobreprotector y también con un punto estricto que solo salía a reducir en determinadas ocasiones.

Pero mis hermanos, esa noche, habían desconectado ambas voces, la de la prudencia y la de la conciencia. Después de mi fugaz contacto con el alcohol, papá se dio cuenta de que sus hijos estaban creciendo y nos dio extensas charlas sobre el tema, así que ya nadie podía alegar desconocimiento de la importancia de aquella norma. “Hasta los 21 no se bebe”, estaba grabado a fuego, al menos en los más mayores. La verdad, dudaba que les hubiera hablado a Madie y a Barie al respecto y tampoco estaba seguro de que lo hubiera hecho con los gemelos. Tal vez por ese camino tuviera un hilo del que tirar para defenderles…

“¿Defenderles? ¡Que se defiendan solos! ¿No que eras un hermano de mierda? Hum. ¿Cuántas veces les has salvado el pellejo? Son unos idiotas desagradecidos. Has tapado más crímenes que un político corrupto, así que no tienen ningún derecho a decir que les vendes. ¿Les vendes a cambio de qué?” cuestionó una parte de mí. La parte de mí que se sentía profundamente herida.

Al final no les había delatado. Mayoritariamente había ido de farol, lo que quería era que lo pensaran mejor y guardaran la botella, aunque fuera por miedo a que papá les descubriese. Pero había dado igual, porque nos había oído discutir y se había enterado de todo. Y, aunque estaba seguro de que mis hermanos estaban preocupados y nerviosos, en realidad prefería que se enfrentaran a un Aidan cabreado que a una adicción al alcohol, a la multa de un policía si un día bebían en otro sitio, o a las muchas otras consecuencias que podía tener el beber a escondidas. La voz de mi conciencia regresó en algún momento cuando cumplí los diecisiete y convertí en propios muchos de los razonamientos de Aidan.

Aunque debo confesar que yo también estaba algo intranquilo. No quería asistir a un funeral multitudinario. Solo me quedaba esperar que la noche tuviera un efecto relajante sobre todos nosotros.

Papá me había regañado un poco cuando intenté hacerle creer que el condón de Michael (en realidad, de Zach) era mío. Me habló de la necesidad de que cada uno asumiera sus propias responsabilidades y me hizo reflexionar sobre que no es lo mismo interceder por alguien que mentir y echarte sus culpas. Eso era algo que había hecho de pequeño -y de no tan pequeño- alguna vez: adjudicarme travesuras ajenas. Todos mis hermanos lo habían hecho en determinadas ocasiones. Pero ya no era un crío y no podía seguir a ciegas el “código de lealtad entre hermanos”. También tenía un “código de lealtad entre padre e hijo” que consistía básicamente en que Aidan tenía que estar seguro de que lo que yo le decía era verdad. No podía ir por ahí engañándole y haciéndole ser injusto al castigar a un inocente. Pero en todo aquel asunto había algo más, algo implícito: yo también tenía que confiar en papá (y lo hacía) y ser consciente de que jamás le haría daño a mis hermanos. Tenía pensado seguir abogando por ellos cuando la situación lo permitiera, pero si al final no conseguía cambiar la decisión de papá, podía estar tranquilo: sabía que él nunca nos lastimaría.

Eso no quería decir que me tuviera que convertir en un soplón, pero era complicado. Papá no solía pedirnos que delatáramos a nadie y aún así yo sabía que había ciertas cosas que no debía encubrir. Cosas demasiado graves como para ocultárselas. Si Michael y Alejandro hubieran bebido un par de copas con unos amigos y yo tuviera alguna manera efectiva de lograr que Aidan no se enterara, tal vez lo habría hecho. Pero no cuando la broma incluía a mis hermanos de doce y trece años, ni cuando eran tan suicidas de hacerlo dentro de casa, a solo unas escaleras de distancia de papá.

“¿A quién pretendes engañar? Alejandro también te parece demasiado pequeño para beber” me dije.

“¡Bueno, pero es que tiene quince años!” me respondí.

“Prácticamente dieciséis”.

“Quince”.

“Dieciséis”.

“Grrr”.

En ese momento se abrió la puerta de la cocina y Blaine salió, visiblemente más calmado. Sin decir nada, se echó de nuevo sobre el colchón. Papá no le siguió y, tras dudar unos segundos, me levanté y entré para hablar con él. Estaba lavando una taza, así que imaginé que finalmente Blaine había querido el chocolate.

-         ¿Qué ocurre, campeón? ¿No puedes dormir? – me preguntó papá.

 

-         No creo que ninguno pueda…

 

-         Seguro que sí, dentro de un rato.

 

-         No, qué va. Tú no vas a dormir porque te vas a torturar pensando que lo de esta noche fue culpa tuya de alguna manera y además intentarás mentalizarte para ser el malo de la película; ellos no van a dormir porque no pueden dejar de pensar en mañana y en su muerte prematura; y yo no voy a dormir porque mis hermanos me odian y le destrocé los sueños a Blaine.

 

-         Hey, hey. Más despacio, vaquero, no sé si te sigo… Luego volveremos a lo de que tus hermanos te odian porque desde ya te adelanto que NO es cierto, pero ¿cómo es eso de que le destrozaste los sueños a Blaine? ¿Qué sueños?

 

-         Pues… Así, en resumen, los de ser tu hijo – exageré, aunque algo en mi interior sabía que no era una exageración. Papá me observó con cara de no comprender a dónde quería llegar. – Blaine te admira, está obsesionado contigo, sé que lo has notado.

 

-         Bueno, no sé si obsesionado… Pero sí, creo que me ha cogido aprecio.

Guardé silencio y me mordí el labio. Papá dedujo que estaba teniendo dificultades para expresar algo, así que sacó otra taza y me sirvió el chocolate que había sobrado. Por alguna estúpida razón, la voz del entrenador diciendo que cuidáramos la alimentación resonó en mi cerebro, pero le silencié. Chocolate sonaba bien. Siempre sonaba bien, especialmente cuando no tenía el mejor de los ánimos.

Acepté la taza, di un sorbo, y automáticamente me sentí un poco mejor, como si tuviera algún reconstituyente.

-         Le dije que ya no ibas a querer que viniera más a casa ni yo tampoco – admití, al final.

Pensé que papá se enfadaría, pero solo me miró con sorpresa.

-         ¿Por qué le dijiste eso?

 

-         Porque… porque estaba frustrado – murmuré. “Y lastimado” añadí para mí. – Y me molestó que trajera… que trajera la botella… y… Lo siento.

 

-         Ay, Ted.

 

Papá me abrazó y eso era justo lo que necesitaba. Todo pareció más liviano de pronto. Me apoyé sobre él más literal que figuradamente y respiré hondo.

 

-         Ya sabes que eso no estuvo bien – me regañó, pero en un tono tan cariñoso que no abandoné aquella privilegiada posición entre sus brazos.

 

-         Mañana hablaré con él y le diré que no lo dije en serio, pero creo que también necesita escuchártelo a ti – le indiqué. – Creo que necesita saber que le perdonas.

 

-         Así que por eso lloraba – respondió, pensativo. – No he conseguido que me lo dijera. Pensé que estaba preocupado por la reacción de su tío si descubre lo que pasó.

 

-         ¿Se lo vas a decir?

 

-         No, a él no. Pero a Holly sí tengo que contárselo, y el whisky era de Aaron así que terminará por enterarse. Confío en que sea ella quien hable con Blaine.

 

-         Él quiere que seas tú – susurré. A regañadientes, me separé de él y le miré a los ojos. – Por eso hizo todo esto.

 

-         ¿Cómo?

 

-         He tardado en unir los puntos, pero en realidad es bastante evidente. El día de su campeonato, después de comer, me estuvo haciendo algunas preguntas sobre las cosas que más te molestaban y el alcohol fue una de las que le nombré. Después, durante toda la semana hasta hoy me escribía con cualquier excusa para seguir indagando sobre ti. No sé mucho sobre su historia familiar, pero he escuchado y deducido lo suficiente como para entender varias cosas. La primera, que no guarda buen recuerdo de su padre ni Holly de su marido; la segunda, que la relación con su tío es complicada; y la tercera, que Blaine no busca perjudicar nunca a nadie, aunque creo que tiene facilidad por meterse en problemas. Teniendo en cuenta las dos primeras, es normal que no sepa qué esperar contigo y quiera comprobar si… eres “seguro”. Y, sabiendo la tercera, es “lógico” que haga la prueba de la manera más bruta posible, porque parece de los que comprueban cómo es de hondo el río con los dos pies. Lo que no tenía ningún sentido es que trajera una botella de whisky, cuando además creo que no bebe, en una casa donde sabía que iba a haber niños pequeños. No me pegaba con el Blaine que, según mi propia clasificación, “no busca perjudicar a nadie”. Es muy protector con Scarlett y Jeremiah, así que, ¿cómo era capaz de hacerle eso a los gemelos y a Madie? Creo que por eso me enfadé tanto con él, a pesar de que en realidad le costó sacar la botella y fue A… fue otro el que la sacó de su mochila – me corté justo antes de señalar a Alejandro, porque no quería meterle en más problemas. – No entendía por qué había traído eso a casa. Pensaba que se quería hacer el guay con nosotros, pero es más que eso. En realidad, él esperaba que tú nos descubrieras. Quería que tú nos descubrieras, para ver cómo reaccionabas. Blaine sabe… sabe cómo nos castigas, papá. Y nosotros sabemos cómo les castigan – murmuré, muerto de vergüenza.

 

-         Es diferente – me aclaró papá, con voz impersonal, como si su mente estuviera muy lejos de allí en aquel momento. – Tus deducciones son ciertas, no tiene buen recuerdo de su padre, entre otras cosas porque él les castigaba con mucha dureza.

 

No me quiso dar más detalles, ni yo se los pregunté, porque papá estaba distraído, intentando asimilar mi teoría.

 

-         Creo que tienes razón – dijo, al cabo de un rato. – Blaine ha hecho esto para ver cómo manejo la situación – suspiró, y me frotó el hombro. – Eres muy observador, Ted. Me parece que le has calado por completo, su forma de ser y todo…

 

-         Es que Blaine es muy transparente – repliqué. – Como un libro abierto. A Leah todavía no la he descifrado…

 

-         Leah también está muy marcada por su relación con su padre. Y, como no me gusta hablar mal de los muertos, lo voy a dejar ahí – gruñó papá.

 

La rabia que percibí en él me sorprendió y me llenó de curiosidad. Había llegado el momento de devolverle el favor a Blaine y sonsacarle cosas sobre su familia.

-         Gracias por decirme esto – murmuró papá. – Siempre estás cuidando de los demás, campeón. Y Blaine tiene mucha suerte, porque eres un gran hermano mayor. No sé por qué crees que te odian…

 

-         ¿Acabas de insinuar que Blaine es mi hermano? – le pinché, entre otras cosas porque quería evitar la otra parte de la conversación. Papá captó lo que estaba haciendo, por supuesto y me lanzó una mirada exasperada por mi pésimo intento de cambiar de tema.

 

-         Nadie te odia, Ted – insistió.

 

-         Si tú lo dices…

 

Papá me sujetó la barbilla para que no pudiera esquivar su mirada. Cuando hacía eso, sentía que me podía leer el pensamiento a través de mis ojos.

 

-         Has crecido demasiado rápido y a veces eres un segundo padre para ellos. El papel de padre es ese: decir verdades incómodas, frenar algunas tonterías, y por supuesto recibir un montón de protestas a cambio. No es el papel que te corresponde y a veces te lo he dicho, pero tampoco he impedido que lo tomes, porque lo cierto es que te necesito. No es justo para ti, pero me consuelo al pensar que te gusta cuidar de tus hermanos, te gusta ayudarles y que acudan a ti cuando necesitan algo. Les quieres aún más de lo que todo padre desea que sus hijos se quieran. Y ellos a ti, y la prueba es que los peques te buscan en las mismas situaciones en las que me buscan a mí, con completa confianza en que tú vas a estar ahí. Los mayores te quieren lo mismo, pero a veces se niegan a aceptar que les lleves la contraria, como también lo hacen conmigo. Me enorgullece mucho que estés dispuesto a tomar la decisión correcta, aunque no sea la más popular.

 

Noté que el pecho se me hinchaba con cada palabra y, poco a poco, dejé que una sonrisa se adueñara de mi rostro. Papá se contagió de ella y pasó una mano por mi pelo, de forma que, si no lo hubiera tenido tan corto, me habría despeinado.

 

-         Pues, como les quiero mucho, ahora como que me toca interceder por ellos, ¿no? – le dije, transformando mi sonrisa en una mueca pícara que sabía que él no podía resistir. – Pobrecitos, pa. Están muy nerviosos.

 

-         No, nada de pobrecitos – replicó, y cualquier rastro de humor se esfumó de sus ojos. Al parecer, era perfectamente capaz de estar enfadado con ellos mientras era amable conmigo. – Más allá de lo que piense del alcohol, estamos hablando de una bebida de 62 grados.

 

-         No lo sabían, pa…

 

-         Así no les ayudas, porque además de todo fueron inconscientes. Del mismo modo que nunca debes beber algo que te ofrezca un desconocido, nunca debes tomar alcohol sin saber qué estás tomando primero. Ninguno se molestó en leer la etiqueta o, si la leyeron, ni siquiera sabían lo que significaba una graduación tan alta, lo cual es una prueba más de que aún no están preparados para beber con responsabilidad.

 

¿Y cómo respondía yo cuando me sacaba unos argumentos tan buenos?

 

-         Michael solo quería “volver a sentirse adulto”, Alejandro quería quedar bien delante de Blaine y Madie y los gemelos sentían curiosidad… A ellos tres no les has dado el sermón sobre el alcohol…

 

-         A Harry sí – replicó. Recordé que mi querido hermanito ya había tenido su primera incursión con la bebida. Seguían siendo niños, pero el mundo se empeñaba en que crecieran demasiado rápido.

 

-         Bueno, pero a Zach y a Madie no – persistí.

 

-         Saben que son bebidas de adultos, cosa que ninguno de vosotros es todavía, ni siquiera Michael, porque no tiene la edad legal para beber.

 

-         Pero no les has hablado en profundidad sobre el tema, pa…

 

-         ¿Y si no les digo que nunca hay que saltar de un avión en marcha debo esperar que lo hagan? – bufó. – Hay cosas que se saben, Ted. Sin necesidad de que nadie te las diga. Y si se encuentran con una situación en la que sepan que algo está mal pero no entiendan por qué, es cuando deben venir a preguntarme. O usar su inteligencia, de la que gracias a Dios todos mis hijos están muy bien dotados. “Se supone que no puedo beber todavía, pero mucha gente lo hace y Blaine trajo una botella. Si papá se entera no le gustará, así que eso significa que no lo puedo hacer”. Ese hubiera sido el razonamiento correcto y no “Si papá se entera no le gustará, así que esperemos que no se entere”.

 

De nuevo, su respuesta me dejó mudo por unos segundos, mientras intentaba recomponer mi estrategia. Acababa de liquidar el grueso de mi alegato de un plumazo.

 

-         Igual sabían que no debían hacerlo, pero no estaban advertidos, pa. Si eres muy duro con ellos no entenderán por qué, si han hecho cosas con peores intenciones que no te han enfadado tanto.

 

Esa vez, fue papá el que guardó silencio y sentí que había ganado una batalla pequeñita. No había mucho que pudiera hacer por Harry, Michael y Alejandro, pero quizás a Zach y a Madie les había echado un cable. Y aún me faltaba un alegato final:

 

-         Cuando yo tomé una cerveza me dejaste sin ordenador y sin salir, pero no me pegaste…

 

-         Y puede que esa sea la única ocasión de la que guarde el arrepentimiento de haber sido demasiado blando – me confesó. Eso era extraño: por lo general, papá siempre se preocupaba por la posibilidad de ser demasiado duro, pero no al contrario. Me sorprendí, pero intenté que no se me notara en la cara. No debí hacer un buen trabajo con eso, porque papá continuó: – No es que tú me dieras motivos para lamentarlo. Jamás volviste a hacerlo y fuiste muy maduro en aquella ocasión, como casi siempre, así que por esa parte bien, pero fue como sentar un precedente. Tal vez les haya servido a tus hermanos para pensar que ingerir alcohol no es para tanto.

 

Sabía que no era su intención, pero me sentí fatal, como que había sido un mal ejemplo.

 

-         Ellos no lo saben – le aclaré. – Solo Alejandro. Y si conmigo fuiste blando y no lo hice más ahí tienes la prueba de que no tienes por qué ser malo con ellos, pa.

 

Aidan me miró a los ojos y creí distinguir ternura en ellos.

 

-         Me lo estás poniendo más difícil de lo que ya es, canijo. Distintas situaciones, distintas personas, distintas consecuencias – me resumió. – Algunos de tus hermanos son reincidentes, además, así que se ve que no aprendieron. Pero puedes quedarte tranquilo, que ya hiciste tu trabajo de abogado y de hecho puede que hayas conseguido que me replantee algunas cosas.

Supuse que tenía que darme por satisfecho con eso y suspiré. En realidad, estaba de acuerdo con papá. Se le habían cargado, por impulsivos, cabezotas e imprudentes. Pero eso no quería decir que la idea me gustara.

Papá besó mi frente y supe que con eso me estaba dando las buenas noches por segunda vez.

-         Deja la taza en el fregadero cuando termines – me pidió y se marchó al piso de arriba.

Yo me quedé a terminar el chocolate. Lavé la taza y volví al salón con los demás. Se estaban haciendo los dormidos, estaba casi seguro de que seguían despiertos. Caminé hasta mi colchón y me tumbé.

-         ¿Ted? – le escuché preguntar a Alejandro. Le ignoré. Las palabras de papá habían ayudado, pero aún seguía dolido por lo que me había dicho.

 

-         ¿Lo ves? Te dije que se iba a hacer de rogar – refunfuñó Michael.

 

-         Chúpame un pie, Michael – le gruñí.

 

-         Solo queremos saber si papá está muy cabreado.

 

-         ¿Tú que crees? – resoplé, pero luego respiré hondo, consciente de que había más personas atentas a aquella conversación. – No tanto como antes – me limité a decir.

 

Hubo silencio durante un rato, y mientras duró intenté convencerme de que lo que me había dicho papá era cierto: mis hermanos me querían y no era un hermano de mierda. De pronto noté un peso considerable a mi derecha. Había estado tan ensimismado que no me había dado cuenta de que Zach se había levantado y se había acercado hacia donde estaba yo. El pobre tenía un aspecto miserable.

-         Hey, enano – le saludé.

 

Zach se encogió para caber mejor y yo me corrí para hacerle un hueco. Le brillaban los ojos y no precisamente de ilusión.

 

-         Yo solo le di un sorbo, Ted. Y ahora papá me va a matar – lloriqueó.

 

-         Claro que no, bicho. Siempre decimos eso, pero no va en serio. Papá jamás nos haría daño. Te va a regañar un poco, pero seguro que no te va tan mal como piensas.

 

-         Snif. Me irá peor.

Aichs. Le froté el brazo. Odiaba verle tan triste.

-         Ven – le dije.

 

-         ¿A dónde?

 

-         Papá dijo que fuerais a buscarle si os encontrabais mal.

 

-         No me encuentro mal – puchereó. Me levanté y tiré de él hasta conseguir que se sentara.

 

-         Engañarías a cualquiera – respondí, con sarcasmo.

 

-         Snif… pero no es por el alcohol.

 

-         Mejor entonces, porque él podría ayudarte poco con eso, pero esto lo puede arreglar en un segundo – le aseguré.

 

Exageraría muy poco si dijera que prácticamente le tuve que arrastras al piso de arriba y al cuarto de Aidan, pero finalmente lo conseguí. Papá ni siquiera se había tumbado, se había sentado en su silla y estaba observando a los enanos, que dormían plácidamente. Se sorprendió al vernos, pero sus ojos enseguida se fijaron en Zach, que tenía lágrimas silenciosas por toda la cara.

 

-         Cariño… - suspiró y se acercó a él. Le envolvió en un abrazo. – No llores.

 

-         Snif… Lo siento, papá.

 

-         Shhh. Hablaremos mañana, campeón. No pasa nada. Que me haya enfadado un poquito no cambia nada. Sigues siendo mi niño hermoso y travieso y te quiero mucho.

 

Juraría que vi a Zach ruborizarse, pero lo que sí que vi sin ninguna duda fue cómo sus labios se estiraban. Tal como pensé, papá lo arregló en un segundo.

 

 

-         AIDAN’S POV –

 

Cuando Blaine rompió a llorar sentí que mi corazón se partía en cachitos. Al parecer, no era más inmune a sus lágrimas de lo que era a las de mis hijos. Le llevé a la cocina y le serví un chocolate. Siempre había pensado que una taza de leche o chocolate caliente hace maravillas para reconfortar a una persona. Mientras se hacía, le abracé y, tentando mi suerte y la confianza que recién empezábamos a construir, le acaricié el pelo. No puso objeciones, más bien cerró los ojos como si disfrutara del contacto.

 

-         ¿Qué ocurre, Blaine? – pregunté, pero no obtuve respuesta.

 

Me mordí el labio. Estuve tentado de decirle que no le contaría a nadie lo que había pasado, que le guardaría el secreto, pero sabía que eso era un error. Quería que dejara de estar triste y -debo admitirlo- quería ganarme su afecto siendo el tipo guay que no delataba sus travesuras, pero no podía hacer eso, por muchas razones. La primera, iba a ser físicamente difícil de ocultar, porque en algún momento Aaron echaría de menos la botella. Uno tiende a darse cuenta de cuándo ha perdido una botella de unos cien dólares que no recordaba haberse bebido. Aaron era muchas cosas, pero no me parecía del tipo de los que bebían hasta perder el sentido y olvidar lo que hacían o lo que consumían.

 

Pero esa no era la única razón. No podía hacerme el tonto porque aquello había sido algo más que una travesura y, de estar en el lugar de Holly, yo habría querido enterarme. Y el último motivo, el más importante: quería que Blaine me quisiera, pero no como un amigo. No. Para el lugar que yo deseaba ocupar en su vida, necesitaba que me viera como un adulto responsable que iba a cuidar de él y no iba a dejar que hiciera tonterías.

 

-         Si estás preocupado por tu tío, no te angusties. Con quien voy a hablar yo es con tu madre y, si tiene que regañarte, será ella quien lo haga. Y los dos sabemos que no será tan terrible, ¿mm? Tu madre te quiere mucho, muchísimo, y estoy seguro de que se va a enfadar lo justo.

 

El llanto de Blaine se calmó un poco, pero aún parecía triste y angustiado. Con algo de temor por lo que había provocado la última vez que lo hice, le di un beso en la cabeza, preguntándome por qué estaba tan claramente falto de cariño si Holly era tanto o más afectuosa con sus hijos que yo.

 

“No está acostumbrado a muestras de cariño por parte de un hombre” comprendí.

 

“Pues que se vaya acostumbrando. Porque Aidan, sé sincero contigo mismo, a este muchacho no le vas a dejar escapar”.

 

No quería hacerlo. Había estado dispuesto a querer a los hijos de Holly por ser eso, sus hijos, pero me habían ganado por sí mismos. Y Blaine fue uno de los primeros en dejarme entrar.

 

Se serenó poco a poco y aceptó el chocolate. Mientras lo bebía, se fue tensando y comenzó a esquivar mi mirada.

 

-         Lo siento – susurró.

 

¿Se estaba disculpando por llorar? ¿O por lo de la bebida?

 

-         Tranquilo. ¿Te sientes mejor?

 

Asintió y, si no le hubiera conocido antes, hubiera pensado que Blaine era una persona fría y cuadriculada. La forma en la que se plantó allí de pie, casi parecía un…

 

“Un pequeño soldadito. Connor, como le hayas enseñado que llorar no es de hombres te saco de tu tumba y te vuelvo a meter en ella”.

 

Estiré la mano y le acaricié la mejilla, pero Blaine se apartó, emocionalmente bloqueado en ese momento. Forzando el contacto no conseguiría nada bueno, lo sabía por experiencia propia. Dejé que se bebiera el chocolate sin insistirle y eso sirvió para que se relajara.

 

-         Todo saldrá bien, campeón. En peores líos has estado, que lo sé yo. Aunque solo sea cuando saltaste por los tejados.

 

-         Sí… Gracias por el chocolate.

 

-         No hay de qué.

 

Le sonreí y me devolvió una mirada de total confusión, pero al final me sonrió también. Después murmuró un “buenas noches” y se marchó. Quise retenerle un poco más, pero creo que quería alejarse, avergonzado por haberse mostrado tan vulnerable. Tenía que pensar cómo hacerle comprender que no pasaba nada por básicamente ser humano y tener sentimientos.

 

Muy poco después de que Blaine se fuera, entró Ted y tuve con él una conversación muy interesante, que me sirvió para entender mejor lo que había pasado. Como siempre, él intentó persuadirme de que no regañara a sus hermanos, pero tenía que ser consciente de sus escasas probabilidades de éxito. Aún así, parte de lo que me dijo resultó efectivo. Ese chico me conocía demasiado bien y sabía cómo convencerme. Pero tenía razón en que con Madie y Zach no había tenido una charla profunda sobre el alcohol. A parte de que quizá fuera necesario tener una discusión similar con todos los adolescentes, en el caso de mi familia lo consideraba fundamental, ya que se trataba de un asunto que incluía a Andrew -y también a mí, aunque no sabía si algún día sería capaz de hablar con naturalidad de mis problemas con la bebida en el pasado-.

 

Aunque haya quien intente negarlo, nuestra historia nos marca para siempre. Se puede superar, por supuesto, pero te afecta, en especial en esos años de adolescencia en los que te estás buscando a ti mismo y descubriendo quién eres. Nunca es bonito pensar que eres el hijo de un alcohólico que no sabe usar los condones. Pero, al mismo tiempo, si tu padre biológico pasa tanto tiempo entre ese tipo de bebidas, llega un punto en el que te planteas por qué lo hace y así se abre la puerta de la curiosidad y de las ganas de probarlo por ti mismo… A mí me pasó. Tenía la edad de los gemelos y Andrew había caído inconsciente después de una noche de descontrol. Ahora sabía que quizá intentaba borrar con el alcohol algún mal recuerdo, pero lo único que borró fue su capacidad de llegar hasta la cama. Se derrumbó sobre el sofá y la última botella que había estado bebiendo se cayó al suelo, abierta. La recogí, porque sabía que al despertar se enfadaría si descubría que todo el licor había terminado en la alfombra. Cuando tuve la botella en mis manos, lo pensé: “¿Qué tendrá esto para que lo quiera más que a mí? ¿Tan bien le hace sentir?”. Antes de darme cuenta, me la llevé a los labios y la probé. Y, lo peor es que, al contrario de mucha gente en su primer trago, a mí sí me gustó el sabor.

 

Daría lo que fuera por evitar que mis hijos cometieran los mismos errores que yo. No dejaría que nadie de mi familia cayera en el alcoholismo, porque ese es un pozo del que resulta muy difícil salir. Quienes empiezan a beber a edades tempranas tienen muchas posibilidades de desarrollar una adicción, a parte de otra serie de problemas, en función de la cantidad de alcohol que ingirieran.

 

Después de hablar con Ted, subí a mi cuarto con la cabeza a punto de estallarme. Tenía mucho en lo que pensar, empezando por Blaine. Me daba la sensación de que me estaban sometiendo a un examen y lo estaba suspendiendo. Ahora sabía que lo que ese chico quería era saber si podía confiar en mí para manejar esa clase de situaciones. ¿Qué se suponía que debía hacer? Por un lado, sentía que debía tratarle como a cualquiera de mis hijos. Por otro, no quería sobrepasar ningún límite ni ser descuartizado lentamente por mi dulce pero protectora novia.

 

Mientras le daba vueltas a una decisión que no me atrevía a tomar, Ted y Zach subieron a mi habitación, el último lleno de lágrimas que amenazaban con destruirme. Hice mi mayor esfuerzo por confortarle y creo que conseguí que se sintiera algo mejor. Era un buen niño. Si tan solo pensase un poquito más antes de actuar…

 

- Si os mando a la cama de nuevo, ¿os quedaréis allí o tengo que usar un hechizo de pegamento? – pregunté, y Zach y Ted sonrieron ampliamente al recordar un juego infantil. Cuando eran pequeños y después de haber leído tres cuentos, cantado cinco nanas y contado cien ovejas, había días en los que aún no se dormían y querían levantarse a jugar. Entonces me inventé una serie de palabras extrañas y las hice sonar como un conjuro, que se sellaba con un beso y unas cosquillas y una vez sellado ya no te podías levantar de la cama, porque te quedabas pegado a ella con pegamento. Los niños tienen una imaginación increíble y además son muy susceptibles, así que casi siempre me seguían la corriente y se quedaban “hechizados” en la cama. Cuando se ponían en ese plan, solo querían jugar conmigo y con aquel invento ellos se sentían satisfechos y yo logré diseñar un pasatiempo que sirviera para mantenerlos bajo sus sábanas.

 

-         Quién sabe – respondió Zach, volviendo a ser mi mocosito pícaro de siempre.

 

-         ¿Cómo que quién sabe, bichejo descarado? Porque tus hermanos están durmiendo y no les quiero despertar, que sino ya ibas a ver.

 

Zach se rio ante una amenaza que sabía que no iba en serio y se escondió cómicamente detrás de Ted. Sonreí, aliviado porque todavía fuera tan sencillo cambiar su estado de ánimo.

 

-         A la cama los dos – dictaminé y les acompañé de vuelta a sus colchones en el piso de abajo. Arropé a Zach con su sábana y decidí continuar con la tontería: - “Okus pokus kala lir, este niño no se quiere dormir, rama llama abra kar, de la cama no se podrá levantar” – recité. Zach estalló en pequeñas carcajadas.

 

-          ¡Todavía me acuerdo! – se sorprendió.

 

-         No ha pasado tanto tiempo, campeón. Seis o siete años, como mucho.

 

-         Bueno, esa es la mitad de mi vida – me hizo notar. Si es que era un bebé todavía. ¿Por qué se empeñaban en crecer rápido y hacer cosas de adultos?

 

Le acaricié le pelo, pero él me agarró la mano.

 

-         Ah, ah. El hechizo no está sellado – me recordó. Sonreí, le apreté el costado hasta que se revolvió como una lagartija y después le di un beso. – A Ted, házselo a Ted – me pidió, al parecer divertido ante la idea de que infantilizara a su hermano mayor. A mí no tenía que pedírmelo dos veces.

Repetí el proceso con Ted y, a pesar de que su tono de piel me impedía apreciar cuándo se ruborizaba, su vergüenza era casi tangible. Pero también me sonrió, rodó los ojos y me deseó buenas noches.

-         ¿Ves? El papel de padre cariñoso te queda mejor que el de padre enfadado – me chinchó. – Te sale natural.

Eso no se lo iba a discutir.

Me fijé a ver en quiénes seguían despiertos. Me resultó fácil descubrir que se estaban haciendo los dormidos. Tal vez no querían hablar conmigo en ese momento. Decidí respetar su actuación y me limité a recolocar las sábanas de cada uno de ellos.

Agotado como si hubiese corrido varias maratones en un solo día, volví a mi cuarto y me hice un hueco junto a Cole, que dormía boca arriba y con las piernas estiradas. Kurt estaba prácticamente pegado a Barie y Hannah y Alice dormían de lado, con sus frentes casi rozándose. Dylan había puesto la cabeza donde los demás tenían los pies. Sonreí ante ese encantador desorden de cuerpos y traté de imaginar el tamaño que tendría que tener una cama en la que cupieran los hijos más pequeños de Holly junto a los míos.

Después, mis pensamientos tomaron caminos menos agradables. El día siguiente iba a ser complicado, pero al menos con mis hijos sabía lo que debía hacer. Con Blaine estaba totalmente perdido. No quería tomarme atribuciones que no me correspondían y al mismo tiempo él quería que me las tomara. Había planeado todo aquello para que yo me enfadara y así ver de lo que era capaz. En su mente, las posibilidades debían ser infinitas y horrorosas. ¿De verdad quería que le castigara? Imaginé que “querer” no era la palabra adecuada, pero de alguna manera lo había buscado, para ver si… en definitiva, para ver si debía tenerme miedo.

Quizá la mejor opción sería que le complaciera. Demostrarle que no era nada tan horrible, que no había nada que temer. Era una forma directa de acabar con sus preocupaciones, y de preparar el terreno de cara al futuro. Tal vez así pensara “Vale, ha quedado claro que me puede regañar y ya sé exactamente cómo”.

Pero había muchos factores que considerar. El primero, que no era mi hijo, sino el de mi novia. No importaba que cada vez tuviera más ganas de que ese chico fuera “mío”. No podía hacer las cosas como con Michael: había sido tan bruto de pegarle antes incluso de traerle a casa.

“Hey, al menos Blaine ya ha dormido aquí” dijo una voz socarrona en mi cabeza.

Otro factor era el hecho de que le habían hecho mucho daño. Al igual que Leah desconfiaba hasta de la existencia del amor, Blaine estaba acostumbrado a que los hombres de su vida fueran excesivamente duros con él. ¿Qué clase de castigo se esperaba? ¿Me creía capaz de utilizar un cinturón? Como su padre. Como su tío. ¿Por eso parecía tan asustado?

Saqué el móvil y pinché en el icono del Whatsapp.

“¿Estás despierta?” le pregunté a Holly. Ya era muy tarde, lo más probable es que estuviera dormida.

“Sí. A West le duele la tripa” me respondió.

“¿El peque está bien?”

“No es nada, solo comió demasiadas porquerías sin que me diera cuenta. ¿Por allí qué tal? ¿Va todo bien?”.

Pensé en una forma de responderla sin resultar alarmante.

“Todo va bien. ¿Puedo llamarte o te viene muy mal?”.

Eran cerca de las dos de la mañana. Debería de haber sabido que cualquier petición de llamarla a esas horas la recibiría como una emergencia del tipo “hay alguien en el hospital”. Holly me llamó apenas leyó el mensaje. Me levanté de la cama para no despertar a los peques y descolgué.

-         ¿Qué pasa? – me preguntó. La angustia era evidente en su voz.

 

-         Nada, nada, amor. Todo va bien, te lo prometo. Los chicos están durmiendo. Solo hay algo que necesito hablar contigo.

 

 

-         ¿El qué? – preguntó, más tranquila, pero aún desconfiando.

 

Le conté lo que había pasado y también los motivos que creía que Blaine había tenido para traer aquella botella. Me di cuenta de que, aunque no le gustaba que hubiera bebido, para ella el alcohol no era un asunto tan serio como para mí. Era lógico, no teníamos la misma relación con la bebida. Aun así, se disgustó bastante, y me pidió disculpas en nombre de su hijo.

 

-         No te he llamado para quejarme, Holls. Blaine es un buen chico. Pero ha hecho esto para probarme y eso me preocupa.

 

-         A mí también – admitió. – Madre mía… ¿Quieres que vaya a por él a primera hora?

 

-         No. Quiero… Quiero saber qué piensas. Sean ya me pidió en una ocasión que le castigara, pero esa vez no me correspondía a mí hacerlo, y además tú me dijiste que con Sean era… delicado. Pero ahora Blaine casi espera que sea yo quien lo haga…

 

-         ¿Me estás pidiendo permiso para pegar a mi hijo?

 

Me alegré de que no pudiera verme, porque me encogí ante aquella pregunta.

 

-         No… No lo sé… La otra vez no tuvimos una conversación en serio sobre esto. Dijimos que “si se diera la circunstancia” y la verdad es que me parece que hoy se dio. Pero es tu hijo, y es tu decisión, y entenderé si no quieres que me meta. No sé cómo reaccionaría yo si… Jamás he dejado que nadie…

 

-         Aidan – me cortó Holly, viendo que mi discurso se empezaba a volver incoherente. – Leah me ha dado hoy un abrazo, por primera vez en meses, yo diría que por primera vez desde que murió su padre. No sé qué la habrás dicho, pero sus ojos parecían un puntito menos tristes que de costumbre. Eres bueno para mis hijos. Tienes una paciencia infinita, eres cariñoso, tienes empatía y no te tomas sus ataques como algo personal, a pesar de que tendrías todo el derecho a hacerlo. Si me estás preguntando si confío en ti para regañar a Blaine, la respuesta es que sí, confío en ti.

 

Noté mi boca repentinamente seca.

 

-         E-entonces… ¿qué debo hacer?

 

-         ¿Qué harás con tus hijos?

 

-         Les voy a castigar… Ya sabes cómo – murmuré.

 

-         Debes saber que hay pocas cosas por las que yo les castigue de esa manera, pero esta sería una de ellas, porque Blaine sacó esa botella de un armario cerrado con llave al que sabe que no se debe acercar.

 

-         ¿Tú cómo lo harías?

 

Holly se quedó en silencio durante varios segundos.

-         No tiene sentido que te diga cómo lo haría yo, porque lo que Blaine necesita saber es cómo lo harías tú. Está bien, Aidan. Hazlo. Sé que serás más duro de lo que lo sería yo, pero… no le harás daño – murmuró. Creo que intentaba convencerse a sí misma con aquella última frase.

 

-         Jamás le haría daño – prometí, con el corazón en la mano. – Sé que… sé que su padre era bastante bruto con él y no quiero que tenga miedo…

 

-         En cuanto vea cómo lo haces, dejará de tenerlo – me aseguró. – Una vez me dijiste que jamás has pegado a tus hijos con un cinturón.

 

-         Es la verdad.

 

-         Quiero que me prometas que no lo harás. Nunca. Me gustaría poder obligarte a decir que no lo harás con tus niños, pero por lo menos con los míos.

 

Eso no era difícil de prometer.

 

-         Te lo garantizo, Holly. Lo considero innecesario y excesivo y además por varios motivos sería incapaz. Nunca les he dado más que palmadas y en el caso de Blaine será sobre el pantalón – declaré. Vaya conversación más extraña, pero debíamos tenerla y debíamos tenerla aquella misma noche. – Nunca utilizaría un objeto porque… Oh. Bueno, una vez lo hice. Con Michael. Pensé que había roto toda su insulina y… le… le pegué con un cepillo. Pero eso fue un error y yo… yo…

 

-         Aidan, te conté sobre mi abuelita – me recordó. – En alguna ocasión, les he castigado con una zapatilla. En concreto a Blaine. No pienso que seas un monstruo, no tienes que justificarte. Te he dicho que no suelo castigarles así, pero también lo hago, así que no voy a ser hipócrita. Normalmente son solo algunas palmadas para captar su atención, pero cuando mis hijos deciden saltar por edificios de quince metros, o colgarse de algún tejado, o montar en bici por en medio de las vías del tren, se llevan algo más que eso – me contó. Jesús, ¿eran todo sucesos reales? ¿Es que sus hijos se habían propuesto que le diera un infarto antes de los treinta y cinco?

 

Intenté no pensar en lo que me había dicho sobre que a veces utilizaba una zapatilla. No sabía cómo me sentía al respecto, pero empezaba a replantearme la idea que tenía de que era más permisiva que yo.

 

Se me hacía muy incómodo hablar sobre eso, nunca antes había debatido mis métodos de crianza con nadie y una parte de mí se sentía como un torturador de la Edad Media discutiendo sobre qué instrumentos emplear en su macabro trabajo.

 

-         Si Blaine hubiera hecho esto estando tú aquí, ¿cómo le habrías castigado? – insistí. Necesitaba saberlo. Necesitaba saber a qué extremos estaba acostumbrado Blaine. Al bestia de Aaron y de su padre por un lado y, ¿por el otro?

 

-         Le dejaría sin la videoconsola por una semana, probablemente, y le daría de diez a veinte palmadas. No ha puesto su vida en peligro.

 

Vaya. Ella había tenido razón al suponer que yo sería más duro. Por algo así, por beber siendo menor de edad después de coger la botella sin permiso, le daría bastante más que veinte palmadas. De pronto me sentí un animal. ¿Era demasiado severo con mis hijos? ¿Me vería Holly de la misma forma en la que yo veía a Aaron?

 

-         Eso es… interesante – fue todo lo que pude decir, cada vez más convencido de que llevaba toda mi vida haciéndolo todo mal.

 

-         Aidan, te diré algo que me dijo mi cuñado en una ocasión, y que me ha servido para entender muchas cosas. Existen padres que jamás castigan a sus hijos y, aun así, sus hijos crecen siendo buenas personas. Y existen padres con miles de normas y consecuencias lógicas, estudiadas y bien aplicadas, cuyos hijos se echan a perder. Si el único momento en el que educas a tu hijo es cuando le castigas, nunca será suficiente. Si los castigos son un elemento más de tu relación con ellos y nacen del amor y la comprensión, entonces probablemente estés criando una persona equilibrada y consciente de los límites y de la importancia de pensar en las consecuencias de cada acto. El castigo que elijas en realidad no será tan importante, sino la forma en la que lo aplicas. Además, cada niño es diferente y lo que para unos es el peor de los tormentos, para otros es un premio. Si dejo a Sean sin salir de casa por mucho tiempo, le puede dar algo, pero en cambio a Scarlett la tengo que obligar a salir. Por lo que he visto, tus hijos te adoran hasta el nivel más alto de la adoración, así que no te plantees si lo estás haciendo bien o no, porque ya te respondo yo que sí. No te estaría confiando a mi hijo si pensase lo contrario – me informó. – Mientras no sobrepases una línea en la que un castigo deja de serlo y se convierte en otra cosa, ser más duro o más firme no te hace peor padre. De hecho, la combinación más cercana a la perfección diría que es esa capacidad que pareces tener para pasar de osito enfadado a osito amoroso en menos de un segundo.

Me quedé sin habla durante un buen rato, absorbiendo la sabiduría que había detrás de aquel discurso.

-         El osito es mi hijo Ted – respondí, al final. – Si alguna vez le quieres chinchar, llámale Teddy.

Holly soltó una risita y así rebajamos un poco la intensidad del momento. Hablamos todavía algunos minutos más y ella me llegó a decir que, de sus hijos, Blaine era el que mejor se podía tomar un castigo de mi parte, porque por lo general no era rebelde. Pero me advirtió de que tenía cierta tendencia a mostrarse fuerte con todo el mundo menos con ella, algo que ya había podido atisbar aquella misma noche.

Cuando nos despedimos, ya tenía claro lo que debía hacer. Tan solo tenía que sacar la determinación para llevarlo a cabo.

Sabía que Holly no estaba tan tranquila como había querido aparentar. Su voz era demasiado transparente y le aterraba la posibilidad de estar cometiendo un error o de que yo lo cometiera. Pero había decidido confiar en mí y yo estaba decidido a no traicionar esa confianza.

Me acosté e intenté dormir algo. El cansancio me venció en algún momento, aunque no sé si llegué a tener un sueño profundo. Estaba demasiado nervioso.

Al día siguiente, fui el primero en despertar. En mi cabeza, tracé el plan de la mañana, que básicamente consistía en encontrar algo con lo que entretener a los enanos mientras hablaba con sus hermanos mayores. Le pediría a Ted que organizase algún juego en el jardín, eso sería lo mejor.

Fui a preparar el desayuno y después, poco a poco, fui despertando a cada uno. Costó espabilar a los que dormían en el salón, porque no debían de haber descansado mucho.

-         Mmmfg – se estiró Alejandro. Sonreí, como siempre que me regalaba esos movimientos de gatito.

Blaine me miraba con cautela, como esperando un estallido en cualquier momento, pero los demás sabían que primero me ocuparía de que desayunaran.

Con ayuda de Michael, Alejandro y Ted, subí los colchones a sus respectivos cuartos y después les envié a la mesa, donde ya estaba todo servido menos la leche. Intenté que no fuera un desayuno tenso y los peques ayudaron bastante en eso, ya que Alice se había levantado parlanchina aquella mañana.

-         Toma algo más que Cola-cao, Blaine. Una tostada o algo de fruta. O galletas… - le dije, al ver que no se había servido nada en su plato. Estiró la mano tímidamente y cogió una tostada. En fin, me tendría que conformar con eso. No tenía hambre y tampoco sería bueno forzarle a comer mucho sin apetito.

Cuando acabamos, se fueron a vestir y yo aproveché para hablar con Ted, que accedió a cuidar de sus hermanos, pero no perdió la oportunidad de decirme que no quería ir a ningún entierro ese día.

A los condenados los cité en el salón cuando estuvieran vestidos. Los peques se fueron con Ted y los demás fueron bajando, excepto Madie. Subí a verla, preguntándome si aquel día me iba a enfrentar a mi princesita o a mi fierecilla. Llamé a su puerta y, como no escuché un “me estoy vistiendo”, ni ninguna otra respuesta, entré. Barie todavía estaba allí y creo que Madie le había estado poniendo al corriente de lo que había pasado.

-         Cariño, ¿ya estás lista? – le pregunté a Barie. – Ted está preparando una gymkana en el jardín.

Barie asintió, le dedicó una última mirada de ánimo a su hermana y salió de la habitación. Madie todavía seguía en pijama, aunque ya había escogido su ropa. Quería abrazarla y decirle que mejor nos olvidábamos de la noche anterior, pero no era lo correcto. De hecho, con Madie tenía que ser tajante, para recordarle los años que tenía, ya que últimamente parecía haberse olvidado.

-         Si te pones vaqueros, te pediré que te los bajes – le dije, señalando los pantalones que había escogido. Madie me miró como en shock y me obligué a mí mismo a rebajar un poco mi tono. Ser tajante no era lo mismo que ser un capullo. – Tus hermanos no contarán con esa ventaja y tengo que ser justo, princesa. Ponte los leggins.

 

-         ¿Ahora también vas a elegir cómo me visto?

 

-         Sí. ¿Algún problema? – repliqué, incrédulo porque considerara que aquel era el momento oportuno para ser impertinente.

Madie abrió su cajón y sacó unos leggins, pero le temblaba el labio. Suspiré, y la rodeé con los brazos, esperando que el gesto cariñoso sirviera para suavizar mis palabras:

- Vas a aprender a hacer lo que te digo. Porque sí, eres una mujer fuerte e independiente, pero yo soy el padre de esa mujer fuerte e independiente. Sabes perfectamente por qué te he pedido que te pongas otros pantalones, así que no lo conviertas en una pelea, ¿bueno?

 

-         Lo siento.

 

Besé su frente y acaricié su espesa melena.

 

-         Te espero en el salón, cariño.

 

Aquella frase inocente provocó que mi niña emitiera un sollozo ahogado. Entendí que se había puesto a la defensiva conmigo porque estaba asustada, y mi firmeza no había ayudado.

 

-         Shh, princesa. No hay por qué llorar.

 

-         Sí hay… snif… porque me vas a pegar.

 

-         ¿Y por qué será eso, mm? – pregunté, pero Madie ya había pasado el punto en el que podía responderme.

Se tapó la cara con las manos y lloró con la misma vulnerabilidad que cuando tenía seis años. No era un aspecto de su personalidad que uno viera a menudo. En ocasiones, Barie y Madie eran como dos caras de una misma moneda: vulnerabilidad y fuerza. Las dos tenían ambos rasgos, pero el que una escondía, la otra lo mostraba abiertamente.

-         Cariño, no llores así.

 

-         Yo… snif… solo quería… snif… solo quería que dejen… snif… de tratarme como a una niña.

 

-         Pero es que eres una niña, Madie, y no hay nada de malo en ello. Sé que estás creciendo, soy perfectamente consciente, pero hay una edad para cada cosa, hija. Doce años es demasiado pronto para beber alcohol.

 

-         Snif… Pero ya no soy pequeña – insistió.

 

Suspiré y me senté en su cama. Automáticamente y con una naturalidad apabullante, se sentó en mis piernas, en un gesto que no acompañaba mucho a su intención de reivindicar su madurez. Me abstuve de decirlo en voz alta y la rodeé con los brazos.

 

-         No, princesa, ya no eres pequeña como Hannah, o como Alice. Pero tampoco eres adulta, ni estás cerca de serlo. Estás justo en medio y sé que a veces es difícil.

 

-         Snif… Alejandro y los demás nunca me incluyen en sus cosas – protestó.

 

-         Ay, cariño. Tú tampoco les incluyes en tus secretos con Barie, ¿mm? – le planteé, y ella abrió y cerró la boca como un pez, sin saber qué responderme. Al final puso un mohín, enfurruñada porque le hubiera estropeado su argumento. – Los mayores te ven como su hermanita pequeña y siempre te verán así, siempre querrán protegerte de todo. Pero eso no quiere decir que no podáis compartir momentos juntos. Juegas con ellos a la videoconsola, ¿no? Y cuando eras más pequeña no te dejaban. Poco a poco vas entrando en su burbuja y compartís gustos y aficiones. Pero, porque Ted sea mayor y conduzca, no significa que tú puedas conducir todavía. Pues con el alcohol lo mismo, solo que ni siquiera ellos pueden beber aún. Tus hermanos y tú habéis jugado a ser grandes y eso puede ser peligroso. ¿Sabes lo que es un coma etílico, Madie?

 

-         ¡Papá, pero tampoco bebí tanto!

 

-         No, gracias a Dios no. Pero esa botella tenía un porcentaje de alcohol muy alto, y tú no estás acostumbrada a beber y pesas muy poquito – repliqué, levantando mis piernas con ella encima para demostrar mi punto. – Hay niños de tu edad que han muerto por beber más de lo que su cuerpo puede asimilar, Madelaine. No son caprichos míos, ¿entiendes?

 

Aquello pareció impactarla. Bueno, ya tenía su atención y se habían acabado las excusas.

 

-         Incluso aunque no fuera una bebida tan fuerte, o tuvieras la edad de Jandro en lugar de la tuya, seguiría sin estar bien que tomaras alcohol. Dejando de lado que es ilegal, es dañino para tu cuerpo. Y sé lo que me vas a decir: la gente bebe y no pasa nada. Bueno, pues estoy aquí para decirte que mucha gente bebe y sí que pasan cosas y cosas desagradables. Es cierto que otras personas solo toman alcohol en ocasiones puntuales y eso es perfecto, porque son ellos los que tienen el control. Pero, si bebes cuando está prohibido hacerlo, ¿quién tiene el control, tú o tus ganas de rebelarte? El alcohol no es una necesidad imprescindible de la que te esté privando, hija. Ni tampoco un ritual para “pasar dejar de ser un niño”.

 

-         Pues el padre de un compañero de clase dice que cuando tenga quince le dejará beber siempre que no se emborrache y a su hermano, que tiene dieciséis, ya la deja – declaró, con cierta sorna, como indicando que yo podría ser tan “razonable” como aquel hombre. Qué obstinada era mi princesita.

 

-         Ah, pero es que da la casualidad de que tu padre soy yo, no el padre de tu compañero – respondí. – Conmigo no funciona eso de “a otros les dejan”, cariño. Ese es parte del problema, en realidad, que otros padres admiten que sus hijos hagan vidas de adulto demasiado pronto. No solo lo admiten, lo peor es que lo justifican, diciendo que son jóvenes y tienen que divertirse. Y yo no tengo nada en contra de la diversión, por supuesto que quiero que te diviertas, lo que no quiero es que tu concepto de “diversión” vaya asociado a determinadas cosas, como a beber alcohol. Hay padres que, en lugar de defender las virtudes, justifican los defectos. En lugar de ir contra lo que está mal, se rinden y aceptan que es algo normal, porque eso es lo que hacen todos los jóvenes. Para algunas personas el criterio de lo bueno y lo malo depende de si lo hace alguno o lo hacen muchos, concluyendo que, si lo que hacen muchos, es lo bueno. Pero las cosas o son buenas o son malas por sí mismas, Madie, no por el número de gente que las haga. Si de pronto se desata la locura y la gente empieza a aliñar las ensaladas con matarratas, ¿querrá eso decir que está bien? ¿Deberé echar matarratas en tu comida?

 

No me contestó, al ser la respuesta tan evidente, y la arruga en su ceño se acrecentó.

 

-         No se puede hablar contigo, papi. Tienes argumentos para todo – me acusó, como si estuviera haciendo trampas. Esa forma de decirlo me dio mucha ternura, pero me esforcé para contener la sonrisa que se me quería escapar.

 

-         No te he dicho nada que no supieras. Eras perfectamente consciente de que no tienes edad para beber y aún así lo hiciste – regañé y Madie se encogió en el huequecito que se había hecho en mi regazo. Tuve la certeza de que era mejor acabar con aquello de una vez por todas, aprovechando que estábamos solos y ya le había dicho todo lo que le tenía que decir. – Y por eso va a ser este castigo – anuncié e hice ademán de levantarla.

 

-         ¡No, papi, aún no estoy vestida!

 

-         Te vistes después – declaré y la puse de pie. Madie se agitó y se revolvió, intentando que la soltara.

 

-         ¡No, no, no!

 

No solía reaccionar así y fue más que evidente que estaba asustada. La sujeté por los brazos, luchando por que me mirara.

 

-         Tranquila, hija. No tengas miedo. Te voy a castigar y no se supone que te guste, pero ya sabes cómo va a ser y sabes que no es nada que no puedas resistir. Considera esto tu primera y última advertencia sobre no acercarse a las bebidas alcohólicas hasta los veintiuno. Y vas a tener suerte, porque voy a tener en cuenta que nunca te había dado una charla extensa sobre el tema.

 

Traté de volverme de piedra por unos segundos para ignorar sus lágrimas y la tumbé encima de mis piernas con una facilidad que me recordó lo pequeña que todavía era. Su pantalón del pijama lleno de ositos no me ayudaba para nada en mi intento de endurecerme.

 

PLAS

 

La primera palmada sirvió para calmarla un poco. Dejó de revolverse y aceptó que era inevitable. Estiró las manos para agarrar su almohada y yo se la acerqué.

 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… au… PLAS

PLAS PLAS PLAS… snif…  PLAS PLAS PLAS PLAS… papi… lo siento… PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS… snif…  PLAS PLAS PLAS PLAS… no voy a beber nunca más, te lo juro…  PLAS PLAS PLAS PLAS

 

PLAS PLAS… snif… ya, papi… BWAAA  

 

A partir de ese punto, se limitó a llorar desgarradoramente, partiéndome el alma en mil cachitos y sonando como si tuviera cuatro años menos como mínimo.

 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

 

Dejé la mano quieta sobre su espalda y después empecé a hacer circulitos sobre su camiseta, buscando que normalizara su respiración.

 

-         Ya está, cariño, ya… Shh…

 

-         Snif… snif…. ¿eso ha sido… snif… “tener suerte”? – gimoteó.

 

La ayudé a levantarse y la envolví en un abrazo.

 

-         Ahá. Podría haberte ido mucho peor, mocosita. Agradéceselo a Ted.

 

-         Snif… snif… No soy… snif… mocosita.

 

-         No. Eres mi princesa – respondí, dándole un beso. – Mi princesa fierecilla.

Madie apoyó la cabeza en mi hombro y todo su peso sobre mi cuerpo. Enredé los dedos en su pelo y esperé a que se calmara, notando que ya empezaba a respirar mejor.

                        

-         TED’S POV –

Organicé un juego tal como me pidió papá, pero en cuanto vi que Barie lo tenía controlado – ella prefería ayudar a los peques que participar activamente de la gymkana- abrí la puerta trasera, preocupado por mis hermanos y por Blaine. Me sorprendió ver que todos estaban en el salón, pero sin papá. Mmm. No, todo no. Faltaba Madie.

-         ¿Estáis bien? – pregunté. Admito que fue una pregunta estúpida.

 

-         De lujo – respondió Alejandro con sarcasmo. – Ya que tiraste el whisky, ¿no podrías haber tirado la botella también?

 

-         No sabía que papá iba a bajar. Oye, esto no es culpa mía.

 

-         No, pero me sentiría mejor si estuvieras de este lado del cristal con nosotros.

 

-         ¿Te sentirías mejor si yo estuviese en problemas también? – le pegunté. - ¿Y en qué te ayudaría eso?

 

-         Te ayudaría a ti – intervino Michael. – Te vendría bien empezar a divertirte un poco. Ted, tienes diecisiete años. Se supone que es ahora cuando tienes que meter la pata. ¿Dónde están tus ganas de comerte el mundo? Tendrías que estar deseoso de probar cosas nuevas. Algunas serán una mala idea, pero es parte del camino.

 

-         ¿Parte del camino? – inquirí.

 

-         Sí, eso sonó un poco a filosofía barata – comentó Alejandro.

 

-         Sonará a lo que sea, pero es cierto – replicó Michael. - Es parte de la vida. El problema es que lo ves todo blanco o negro. No estoy diciendo que te pongas a atracar bancos, ¿vale? Ni que termines en la cárcel como yo. Pero, ¿beber alcohol a escondidas? ¡Es casi un hito de la adolescencia! Algo que toda persona debe hacer, a cierta edad. Y, si te pillan, pues mala suerte, te llevas un castigo, pero ¿y qué? Es un riesgo que hay que correr y, sinceramente, merece la pena. Más con un padre como Aidan, que sabes que no te va a guardar rencor. Te echará una bronca, claro, pero a veces parece que crees que eso es el Apocalipsis. Como si los enfados de Aidan duraran más de cinco minutos.

 

“Merece la pena ahora. Veremos a ver si piensas lo mismo después de que papá hable contigo” pensé, pero también escuché el resto de su mensaje, sabiendo que había un fondo de razón en él.

-         Ya sé que no es el Apocalipsis – murmuré. – Pero quiero que esté orgulloso de mí. Necesito que esté orgulloso de mí. Él me ve como alguien mejor de lo que soy y no quiero que eso cambie. Estoy lejos de ser el hijo perfecto, pero él me hace sentir como si lo fuera – confesé, algo avergonzado. Aidan era mi lugar seguro. En cualquier situación podía contar con él para que estuviera a mi lado. Todo lo que daba miedo dejaba de tener importancia cuando él estaba cerca. Confiaba ciegamente en él, así que si me decía que saltara por la ventana, lo haría primero y preguntaría qué nos perseguía después. - No es como si nunca me hubiera metido en líos, Michael. A veces no le escucho, pero, además de que casi siempre descubro que él tenía razón en primer lugar, hay un límite en las cosas que puedes justificar con un “es que soy adolescente y tengo que probar cosas nuevas”. Existen momentos para experimentar y momentos para usar la cabeza. No necesito esnifar cocaína para saber que me hará daño, ni meter los dedos en un enchufe para comprobar si puedo electrocutarme. Beberé alcohol cuando sea legal hacerlo y solo si alguna bebida me gusta. No quiero depender de nada para divertirme, ni demostrarle nada a nadie. Si beber whisky delante de mis hermanos de doce y trece años me hace “normal”, entonces no quiero serlo.

 

-         Reconozco que incluir a los enanos no fue lo más inteligente – murmuró.

 

 

-         No, eso fue una estupidez – corroboró Blaine.

 

Le miré con lástima. Él y yo teníamos una conversación pendiente y me hubiera gustado que fuera sin testigos, pero en fin.

 

-         Siento lo que te dije ayer. No es verdad que no quiera que vengas más. Me encantaría que lo hicieras y a mi padre también. No fue justo echarte la culpa de todo. Tu trajiste la botella, pero no obligaste a nadie a beber – le dije.

 

-         Yo siento haberte pegado – respondió, pero, antes de que ninguno pudiera añadir nada más, papá bajó las escaleras. Madie no iba con él, así que me hice una idea de lo que había pasado. Me escabullí al piso de arriba para ver si quería compañía.

 

-         BLAINE’S POV -

 

El plan era pasar una noche agradable viendo películas y alimentando una amistad incipiente con los hijos de Aidan. ¿En qué momento se había ido todo a la mierda?

 

Ah, sí. Cuando descubrió la botella del tío Aaron.

 

Al menos, Aidan no me había echado de su casa. De hecho, cuando rompí a llorar como un imbécil, intentó consolarme. Eso me había confundido mucho y también me avergoncé por haber dejado que me viera así.

 

“¿Qué eres, un hombre o una niña?”

 

“Deja de lloriquear”.

 

“Ponte recto y sécate esa cara. Van a pensar que eres un llorica”.

 

“Los hombres no lloran, Blaine, salvo si se muere alguien”.

 

“Como no cortes el teatro te voy a dar motivos para llorar de verdad”.

 

Hubiera preferido escuchar esas frases familiares en lugar de… de tomar un chocolate caliente y un abrazo. Tal vez “preferir” no sea la expresión correcta. Pero al menos ante eso sabía cómo actuar. La reacción de Aidan me descolocó por completo. ¿No se suponía que estaba enfadadísimo?

 

Fue una noche extraña y tensa y la mañana siguiente solo elevó la tensión, aunque no todos parecían sentirse así. En el ambiente no reinaba una atmósfera lúgubre. Había caras preocupadas, pero nadie intentaba alejarse de Aidan, ni actuaban con cuidado delante de él. Fuimos a desayunar y no hubo comentarios anticipatorios… ¿se había olvidado de la noche anterior, o qué? ¿Lo iba a dejar pasar? Lo dudaba mucho, se había molestado de verdad y hasta yo, que no le conocía tanto, me había dado cuenta.

 

Finalmente, tras el desayuno, nos envió a vestirnos y dijo que quería hablar con nosotros en el salón. Eso hizo que me volviera a tensar… ¿iba a castigarnos a todos juntos?

 

… ¿Me iba a castigar a mí?

 

La noche anterior me había dado a entender que se lo diría a mamá. Era lo más lógico. Tal vez solo fuera a echarme la bronca.

 

La espera se me hizo eterna y apenas presté atención a los intentos de conversación de Michael y Alejandro. Ted se acercó a nosotros al cabo del rato y se disculpó conmigo. Sonó sincero y sentí una diminuta capa de alivio, al saber que no lo había jodido todo. Ted todavía quería hablar conmigo.

 

Aidan bajó sin Madie y me pregunté si la habría castigado. Se puso delante de nosotros y su expresión era más seria de lo que lo había sido en toda la mañana.

 

-         Voy a hablar con los cinco a la vez y luego cada uno se irá a su habitación, ¿entendido?

 

Asentimos al unísono, a pesar de que yo no tenía habitación porque no vivía allí, pero no me pareció un buen momento para contradecirle.

 

-         Lo que hicisteis ayer fue una tontería. Ninguno tiene edad para beber y varios de vosotros estabais sobradamente advertidos al respecto. Os dejé solos para que vierais una película y pasarais un buen rato trasnochando inocentemente. Incluso ignoré vuestros respectivos horarios de dormir. Confié en vosotros y traicionasteis esa confianza.

 

Auch. A mi lado, Zach se estremeció y contempló a su padre con unos ojos tan tristes que creo que tuvieron algún efecto sobre Aidan, porque suspiró.

 

-         Sé que es inevitable que de vez en cuando hagáis alguna tontería. Pero con algunas cosas soy más tolerante que con otras y la mayoría sabéis que con esto no lo soy – continuó y me dio la sensación de que esa última frase la había dicho en deferencia a mí, como para hacerme entender que aquello entraba en su lista de “grandes cagadas”. Ted había tenido razón cuando me dijo que el alcohol era una de sus reglas más importantes.

 

-         Perdón, papá – susurró Zach.

 

Aidan se acercó a él y por un instante tuve miedo. A mi padre tampoco le gustaba que le interrumpieran cuando nos estaba echando la bronca. Aaron solía ser menos quisquilloso con eso. Sin embargo, Aidan no regañó a Zach, ni le hizo ninguna advertencia, ni le mandó callar de formas más violentas. Estiró la mano y le acarició la cabeza, revolviéndole el pelo.

 

-         Estás perdonado, campeón, pero sigues estando en problemas.

 

Mmm. ¿Cómo era eso? ¿Ya no estaba enfadado? ¿Pero le iba a castigar igual? Mamá solía decir que no nos castigaba por estar enfadada, sino porque ya no lo estaba y seguía pensando que lo que habíamos hecho lo merecía. Tal vez Aidan pensara igual.

 

-         Subid a vuestros cuartos. Blaine, tu ve al mío – me pidió.

Las caras de los demás me aclararon lo que significaba esa orden, por si había cabido alguna duda. Y yo seguía sin saber qué iba a pasar conmigo. ¿Me obligaría a llamar a mamá o llamaría él?

Subí a su habitación y él no tardó en venir también. Eso me extrañó. ¿Iba a hablar conmigo primero y no con sus hijos? Me quedé de pie en medio del cuarto, sin saber qué hacer, ni qué decir.

-         Blaine, voy a hacerte una pregunta y quiero que me respondas con sinceridad, ¿de acuerdo?

Asentí, nervioso.

-         ¿Trajiste la botella porque querías ver qué hacía yo al descubrirlo?

Abrí los labios ligeramente y luego los cerré. Con sinceridad, había dicho. Pero, ¿cómo le respondía a eso con sinceridad sin sonar como un lunático?

-         S-sí…

 

-         Lo suponía – respondió, con un suspiro. - ¿Y cómo pensaste que iba a salir eso? ¿Preveías algún escenario en el que te gustase lo que ocurría?

 

-         N-no… Quiero decir… No sé…

 

-         Tranquilo, Blaine. Ven, siéntate.

 

Me guio hasta su cama y se sentó a mi lado. Se me hacía extraño estar ahí, tan cerca, pero todo en aquella situación era surrealista.

 

-         Anoche hablé con tu madre – me confesó.

 

-         Oh – fue todo lo que pude decir.

 

-         Llegamos a la conclusión de que, ya que todo ha ocurrido en mi casa, debía ser yo quien te regañara.

 

“Doble oh. Espera, ¿qué? Joder, joder, joder”

 

“¿No era esto lo que querías?”

 

“Bueno, sí, pero ahora está pasando. Está pasando de verdad. Y no tengo ni idea de en qué cueva me he metido”.

 

-         E-entiendo – musité. Fue un milagro que encontrara mi voz, porque parecía haber abandonado mi cuerpo, al igual que mis agallas.

 

-         Ahora formas parte de mi vida, Blaine. Me preocupo por ti y no quiero que te pase nada malo.

 

“¿Oh?”.

 

-         G-gracias.

 

-         No me las des, es la verdad. Pero eso significa que tampoco voy a dejar que hagas tonterías que te puedan perjudicar. Como coger algo de un armario cerrado con llave y beber sin tener la edad legal.

 

Agaché la cabeza y no le interrumpí, era más inteligente que eso.

 

-         No tenías por qué someterme a ninguna prueba – continuó. – Podías haberme preguntado. Creo que ya sabes cómo castigo a mis hijos. ¿Es eso lo que te inquieta? ¿Querías saber qué esperar?

 

Me ruboricé. Ni siquiera fui capaz de asentir, pero no hizo falta.

 

-         No quiero que me tengas miedo, Blaine. Y, paradójicamente, creo que la forma más eficaz de que no me lo tengas es hacer lo que tanto te preocupa. Quizás así veas que no es tan terrible. Jamás te haría daño, campeón.

 

Con esfuerzo, levanté la mirada. Sus ojos parecían sinceros. Estaba siendo amable y no estaba furioso. Me enderecé.

 

“De perdidos al río…”

 

-         Todavía puedes escoger que se encargue tu madre – me informó. – Pero, si decides que lo haga yo, tendrás que hacer caso a lo que te indique, ¿entendido?

Un nudo apretó mi garganta.

“Es ahora o nunca, Blaine”.

-         Quiero que seas tú – susurré.

De pronto, noté un apretón reconfortante en la nuca. Una mano enorme me acarició el cuello, al mismo tiempo que Aidan me sonreía. ¿Me sonreía?

-         Gracias por confiar en mí. Gracias por abrirte a mí casi desde el día que nos conocimos. Eres una persona muy especial y me siento afortunado de haberte conocido. Tu madre me hace feliz, pero tú y tus hermanos completáis esa felicidad.

¿Se alegraba de haberme conocido? Pero si había llevado alcohol en presencia de su hijita de doce años. Iba a decir algo, pero entonces noté cómo su semblante se ensombrecía.

-         Blaine, voy a castigarte igual que a mis hijos porque, si Dios quiere, algún día me casaré con tu madre y entonces te cuidaré como uno más de ellos, incluso si nunca llegas a verme como tu padre. A mis hijos les escucho cuando me lo piden, les abrazo cuando tengo la oportunidad de hacerlo y les castigo cuando se lo merecen. Muchas veces, ese castigo consiste en unos azotes sobre mis rodillas y es lo que haré contigo hoy.

A pesar de que era lo que esperaba, mi estómago se revolvió al escucharlo, y por un segundo pensé que iba a devolver. Las náuseas se pasaron antes de llegar, sin embargo, y entonces dejé que calaran el resto de sus palabras. ¿Su hijo? ¿Dónde tenía que firmar y cuándo podía hacerlo?

-         Solo será con mi mano – me aseguró. – Pero será más que suficiente. Nunca más beberás hasta tener la edad legal de hacerlo y no volverás a coger nada sin permiso, ¿entendido?

 

-         S-sí, señor.

 

“No vomites, no vomites, no vomites. Solo será su mano, puedes con esto”.

 

-         No me llames señor – me pidió, apretando mi cuello una vez más, cariñosamente. – Ponte de pie.

No sabía si las piernas iban a sostenerme, pero, sorprendentemente, lo hicieron. Aidan me agarró del brazo, pero no fue para controlarme y acercarme a él, sino que se sintió como una señal de apoyo.

-         Después de esto, haremos borrón y cuenta nueva. No estoy enfadado contigo y me alegro mucho de que estés aquí, aunque hubiera preferido saltarnos esta parte. Túmbate aquí, campeón.

Me guio hasta su regazo y, francamente, no sé si hubiese podido hacerlo sino. Mi cuerpo estaba agarrotado y torpe. Enseguida me encontré apoyado entre sus piernas y su cama.

“Dios, esto es tan humillante. El novio de mi madre me va a pegar como a un crío”.

Noté su brazo rodeando mi cintura y su mano acariciando mi espalda. Solo mamá era tan dulce conmigo en un momento así.

-         Te quiero mucho, Blaine. No es una palabra que diga a la ligera. Quiero a mis hijos, quiero a Holly y ahora, os quiero a vosotros también.

Me quedé sin respiración y antes de poder recuperarla sentí la primera palmada. Noté el golpe y lo escuché, pero no puedo decir que realmente me doliera. Aún así, las lágrimas inundaron mis ojos hasta desbordarlos.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

“No es posible que me quiera, si yo no soy nada para él. Un problema que no ha pedido, un accesorio de su novia”.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

“No tiene sentido que mienta, sin embargo. De hecho, mamá le ha dado permiso para esto, Aidan podría hacer lo que quisiera conmigo. Podría ser un capullo integral y luego negar todo lo que yo le dijera a mamá y alegar que estoy resentido porque me había castigado”.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Una cosa era innegable: Aidan pegaba más fuerte que mi madre. Cada palmada me traía de vuelta al presente, impidiéndome divagar tal como mi mente quería. Aún así, logré recordar algo que mi madre me había dicho el viernes por la mañana, antes de la fiesta de los trillis y antes de ir al colegio.

-         Creo que Aidan es el indicado, realmente lo creo, pero necesito que vosotros también estéis seguros. Yo le quiero, Blaine, pero vosotros tenéis que quererle también para que esto tenga sentido.

 

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Mm… PLAS PLAS

“Cállate, Blaine, cállate”-

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS… Ah… PLAS PLAS PLAS PLAS… Mmm… PLAS

“¡Que te calles, quejica de mierda! ¿Vas a poder con un cinturón y no con cuatro caricias de nada?”

“No son cuatro caricias de nada” protesté, débilmente.

PLAS PLAS PLAS PLAS… Mmm… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS… au… Snif… PLAS PLAS PLAS PLAS

“No llores” me ordené, pero llegaba varios segundos tarde.

Tardé en procesar que se había terminado. La misma mano de antes -la suave, no la que estaba hecha de hierro- me acarició la espalda. En seguida noté que algo tiraba de mis hombros para que me levantara y lo hice. Me aparté un par de pasos y miré al suelo. ¿Podía la tierra abrirse por la mitad y tragarme, por favor?

Me estiré lo más que pude y me forcé a levantar la mirada.

“Un soldado no mira nunca al suelo”.

-         ¿Estás bien? – susurró Aidan, cauteloso.

 

-         Sí, señor.

 

¿No se iba a ir? ¿Me tenía que ir yo? ¿Podía irme ya?

 

-         Te he dicho que no me llames señor, pequeño – me recordó, y se levantó rápidamente para deshacer la distancia que yo había marcado. Sin que pudiera hacer nada para evitarlo, me abrazó. Me quedé rígido, mi cuerpo y mi mente querían hacer cosas diferentes.

 

Aidan empezó a frotar mi espalda y yo noté que un sollozo quería escapar de mi interior. No le iba a dejar. No iba a llorar.

-         No tienes que ser fuerte conmigo, mi soldadito de mantequilla – me susurró. – Yo quiero que siempre me cuentes cómo te sientes.

 

El dique se rompió y mis brazos se enroscaron en torno a él a pesar de que mi mente les gritaba una y otra vez que no lo hicieran. Agarré su camiseta entre mis dedos y perdí la pelea contra las lágrimas.

 

-         Yo… snif… también quiero eso…. Snif… y también… snif… te quiero a ti.

 

N.A.: El capítulo anterior tuvo muchas reacciones y comentarios y os lo agradezco mucho. Me hace ilusión saber lo que piensa la gente que lee esta historia. Siempre digo que escribo para mí misma, pero en el fondo no es del todo así o no subiría las historias aquí.

Por si alguien se ha quedado a cuadros con lo de Ted bebiendo una cerveza, os remito al capítulo 2 “¿Quién va a un concierto a oír música?”, que es donde lo menciona por primera vez. Han pasado más de cien capítulos, así que creo que es posible que haya gente que no se acuerde.

 


4 comentarios:

  1. Me pone super triste acabar el capi! Gracias por escribir

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  2. Espero el próximo capítulo pronto, me encanta esta familia son geniales...

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  3. Me encanto me encanto gracias por tomarte el tiempo de actualizar

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  4. Me encantó. Este muchachito Blaine es muy tierno y muy sufrido. Continúa porfa y gracias x regalarnos tu familia
    Grace

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