sábado, 16 de enero de 2021

CAPÍTULO 126. La verdad siempre

 

CAPÍTULO 126. La verdad siempre

El secretario de Holly me trajo un chocolate caliente, mientras que a ella le sirvió un café. Era un hombre joven, no le echaba más de veinticinco años, y creo que estaba allí en calidad de becario o de chico en prácticas o yo qué sé. No me gustó cómo la sonreía, ni me gustaron sus rizos rubios ni sus ojos azules. Holly estaba con mi padre, que se buscara a otra a la que encandilar con su rostro de Adonis griego.

-         Muchas gracias, Richard.

Su voz me sacó de mis pensamientos e hizo que la mirara. Ella no parecía interesada en aquel hombre. De hecho, me miraba a mí, fijamente, con la intensidad de quien intenta descifrar un cuadro vanguardista cuyo significado desconoce.

Cuando el secretario se marchó, me concentré en mi taza para que aquello no fuera tan incómodo. Di un sorbo largo y disfruté del sabor dulce y relajante.

-         ¿Todo este despacho es para ti? – pregunté, con la necesidad de romper el silencio.

 

-         Ventajas de ser jefa de redacción – me respondió. – Una de las pocas.

 

-         ¿No te gusta tu trabajo? – me interesé.

 

-         Me gusta escribir, por eso soy periodista. Quería contar historias veraces e informar a la gente. Pero en este puesto mi misión consiste más bien en controlar y corregir lo que otros escriben.

 

-         Mmm. ¿Por qué lo escogiste, entonces? – planteé y me soné muy infantil al hacerlo, porque nada más decirlo supe la razón.

 

-         El sueldo es mejor. Fue una suerte que me cogieran, en realidad el dueño del periódico me debía un favor. Son muchas horas de trabajo, a veces fuera de horario, pero pagan bien.

“Y aún así creo que no le llega para todos los gastos de su familia” entendí. El romanticismo de trabajar de lo que amas se va al garete cuando tienes que mantener a once hijos. Por eso papá siempre decía que era afortunado, por poder hacer de su pasión un trabajo.

-         ¿Siempre quisiste ser periodista? – indagué, buscando conocerla un poquito más.

 

-         No siempre. En realidad, lo único que tuve claro desde pequeña era que quería ser madre.

Sonreí. Me identificaba con ese sentimiento. No tenía ni idea de qué iba a hacer con mi vida, si finalmente sería profesor o monitor de natación o quién sabe qué, pero de lo que estaba seguro era de que quería ser padre.

-         Creo que esa parte la cumpliste con creces – murmuré y ella me regaló una risita, dándome la razón.

 

-         Sí, eso parece.

Nos quedamos en silencio después de eso. Ninguno de los dos sabía qué decir. Después de un rato, hablamos al mismo tiempo:

-         ¿Y tú que…?

 

-         ¿Cuánto tiem…? Perdona, tú primero – me interrumpí.

 

-         No, no. Tú primero.

 

-         No, en serio, tú primero – insistí.

Holly soltó una pequeña carcajada.

-         Esto es raro, ¿no? Los dos solos, hablando tranquilamente, sin niños pequeños interrumpiendo, corriendo o chocándose – me dijo.

 

-         O niños mayores peleándose – apunté. – No he… no he podido hablar contigo desde que… desde que estuve en el hospital.

 

Su rostro se ensombreció y me miró de una forma que no supe identificar, entre el cariño y la compasión.

-         En realidad, sí he podido, pero lo he estado evitando – admití.

 

-         ¿Hablar conmigo? ¿Por qué?

No tenía una explicación lógica y estructurada, solo ideas sueltas. Respiré hondo. Papá me había enseñado a abrirle el corazón a las personas importantes. A querer sin reservas cuando alguien estaba destinado a formar parte de mi familia.

-         Me daba miedo. Es todo tan… complicado. Papá y tú lo tenéis bastante difícil y… y si algo salía mal yo… no quería encariñarme contigo.

 

-         ¿Y ahora cambiaste de opinión? – preguntó, con voz dulce.

 

-         Todo apunta a que está saliendo bien… - musité. “Además ya es tarde para tomar precauciones, ya me encariñé” añadí para mí.

 

-         Tu padre y yo también teníamos miedo – me confió. – De hecho, creo que aún lo tenemos. No queremos haceros sufrir. Cuando te vi en la recepción, una parte de mí pensó que venías a decirme que me mantuviera alejada…

 

-         ¡No! – exclamé. - ¡Qué va, yo no quiero eso!

 

-         Me alegro – me sonrió. – Tienes un poco de chocolate – dijo, y estiró la mano para limpiarme la mejilla. Me ruboricé. Me hizo sentir pequeño, pero en honor a la verdad no puedo decir que fuera desagradable. Su mano era suave y delicada. Me limpió, y después me hizo una caricia. – Tu padre y tú habláis con el corazón. Hace falta más gente así en el mundo.

 

Bajé la mirada, abochornado por aquellas palabras que sonaron a todas luces como un halago.

 

-         Si no se habla con el corazón, se malgastan las palabras – susurré.

 

-         Cuánta sabiduría para alguien tan joven. Y qué intensos nos hemos puesto en un segundo – sonrió Holly. – Hablemos de algo más trivial. Un pajarito me ha dicho que tienes novia.

 

-         Un pajarito bocazas cuyo nombre empieza por “A” y termina por “idan” – bufé. – Apuesto a que os reís mucho a nuestra costa hablando por las noches.

 

-         Hablamos mucho de vosotros, pero nunca para reírnos – me aseguró.

 

-         ¿Y qué decís? – pregunté, con curiosidad.

 

-         Anécdotas y batallitas que se resumen en que tu padre os adora.

 

Sonreí.

 

-         ¿Te cuenta las trastadas de los enanos?

 

-         Y las de los mayores. Según creo alguien escondió su carnet de conducir para que no pudiera ir a una entrevista importante – me chinchó.

 

-         ¡Eh, pero eso fue hace mucho! – protesté. – Tenía ocho años. Y mucha papitis, como ahora Kurt.

 

-         El primer día que empecé a trabajar aquí, Scarlett escondió mis zapatos. Poco faltó para que tuviera que venir descalza.

 

Me reí al imaginármelo, aunque me extrañó, porque Scarlett ya era grande para hacer esas cosas. Holly reparó en mi confusión, porque suspiró y esbozó una sonrisa triste.

 

-         Tiene mucho miedo a quedarse sola, concretamente a que yo salga de casa. No la culpo, pues cada vez que me separo de ella recuerdo los días en los que no la tenía.

 

En un impulso, estiré el brazo y toqué su mano, en un gesto que pretendía ser reconfortante.

 

-         Pero ahora está contigo – le recordé. – Y me parece adorable que intentase esconderte los zapatos.

 

-         Toda ella es adorable – sonrió. – Demasiado buena para este mundo. Tu padre suele decir lo mismo de ti, aunque yo no debería contarte esto.

 

Me ruboricé. Papá me veía mejor de lo que era.

 

-         Él sí que lo es. Yo solo intento estar a la altura.

 

-         Ya lo estás. No tienes que esforzarte en ser perfecto, Ted, para Aidan ya lo eres – me aseguró.

 

“Te ha calado por completo”.

 

-         ¿Y para ti? ¿Soportarías tener que vivir con todos nosotros? – pregunté.

“¿Y eso a qué corchos viene? ¿Conoces algo llamado sutileza?”

“No es mi culpa, sus ojos tienen algo que me empujan a decir lo que estoy pensando”.

“Claro, ahora tiene magia”.

-         Sería toda una experiencia, eso seguro, pero no algo que soportar. Sería una bendición – me respondió. “Owww. Y yo que pensé que papá me había acostumbrado a las cursiladas”. - Se soportan los dolores de cabeza, no los regalos inesperados de la vida – agregó.

 

-         Si nos juntas a todos, puede que seamos las dos cosas – apunté.

 

Holly se rio.

– Podríamos ser la secuela de esa película con una familia numerosa… ¿cómo se llama?

-         Hay varias, pero les ganaríamos a todas – afirmé. – Nosotros seríamos más como “Tuyos, míos y nuestros”.

 

-         Esa era. Aunque no me gusta mucho – me confesó.

 

-         ¿Por qué no?

 

-         Se reencuentran una noche y se casan ese mismo día, impulsivamente, sin contar con sus hijos. Eso es egoísta e irresponsable. Sé que es una película de humor, pero hombre, un poco de preparación…

 

-         Es verdad. Hay una versión antigua y esa me gusta más, aunque sea en blanco y negro.

Así, casi sin darnos cuenta, empezamos a rememorar varias escenas de esas películas y a reírnos, a reírnos como si cada risa se pagara en oro. Holly era una persona con la que era muy fácil hablar, no sentí ni por un segundo esa sensación extraña que me asaltaba a veces cuando hablaba con adultos y no sabía qué decir.

Estábamos concentrados en la conversación cuando alguien llamó a su puerta. Era Richard, el Adonis-secretario.

-         Perdona, Holly…. Adelantaron la reunión, es en diez minutos.

 

-         Oh. Gracias, Richard. Mejor, así podré volver a casa antes. Lo siento, Ted. No creo que dure mucho… ¿Quieres esperar o prefieres irte? – me preguntó. Añadió eso último cuando me miró a los ojos, como si hubiera captado cómo me disgustaba la idea de tener que irme tan pronto.

Quedarme solo en su despacho sería muy extraño, pero no quería marcharme.

-         Puedes ponerte en mi ordenador – sugirió. – Volveré antes de que te des cuenta.

 

-         Va-vale – acepté, tímidamente.

Me senté en el lugar que me cedía y ella se marchó a prepararse. Durante los primeros tres minutos, intenté asimilar lo surrealista de aquella situación. Después me dediqué a observar su despacho con atención y ahí me fijé por primera vez en las fotos: sus hijos y su hermano estaban por todos lados, pero no había ninguna de su difunto marido. Finalmente, me centré en la pantalla del ordenador y buceé por Youtube sin prestar en realidad mucha atención, hasta que saltó una ventana emergente avisando de un nuevo correo. En el asunto ponía “cumpleaños de tus sobrinos”.

“Ni se te ocurra. Eso es privado. Holly no te ha dejado su ordenador para que cotillees entre sus cosas”.

“Ya lo sé… Pero… ¿qué sobrinos? Aaron no tiene hijos”.

“Pero su marido tenía hermanos”.

“Es verdad”

“Eso da igual: ni se te ocurra abrir ese correo”.

Me mordí el labio. Eso estaría mal. Sumamente mal. Pero, por otro lado, mi objetivo con aquella visita era conocer más sobre Holly y aquello era una oportunidad de oro.

“No lo abras. No lo abras. No lo abras. No lo abras”.

Silencié mi conciencia y pulsé sobre el icono. Se abrió un correo de un tal “Jamie Pickman”. El mismo apellido de Holly o, más exactamente, el de su marido.

 

Querida cuñada:

Grace y Kevin ya tienen cinco años, ¿puedes creerlo? Te paso algunas fotos del cumpleaños; las hizo Kate porque mi móvil ha muerto. Estoy viendo cuál me compro ahora... Uno que no sea muy caro, ya sabes.

Me hubiera gustado que los chicos y tú vinierais, al igual que habría querido estar en el de tus trillis…  Hace demasiado que no nos vemos. Teníais que haber venido a Escocia por Navidad, la invitación iba en serio.

¿Cómo están mis sobrinos? ¿Cómo estás tú?

Kate te manda besos.

Cuídate mucho,

Jamie.

El email venía acompañado de varias fotos de dos niños pequeños. De vez en cuando salían otros niños, pero yo no sabía quiénes eran.

-         Ya terminé. Te dije que sería rápido – anunció Holly, entrando de improviso. Me puse tan nervioso que no atinaba a cerrar el correo y ella ya casi estaba junto a la mesa… - ¿Qué ocurre?

 

-         N-nada.

 

-         ¿Qué veías? – preguntó, con suspicacia.

“Genial, ahora se va a pensar que estaba mirando porno en su ordenador”.

Cerré el email al mismo tiempo que mis mejillas comenzaban a arder como un brasero.

-         Nada, solo jugaba…

 

-         Mientes francamente mal, Ted – me reprochó.

“Guarro y mentiroso. Menuda impresión estás causando, ¿eh?”.

-         Yo… mm… Solo… Te enviaron un correo y pues… yo… lo abrí – admití. – E-era de tu cuñado…

 

-         ¿Mi cuñado? – preguntó, confundida.

 

-         Lo siento – susurré. – Me dio curiosidad y… lo siento – repetí.

 

“Mierda, mierda, mierda”.

 

-         Está bien - dijo al final, tras unos segundos de incómodo silencio. La miré con escepticismo. – No pasa nada.

“¿No está molesta?”.

-         Sé que no debí hacerlo… Perdón…

 

-         Está bien, Ted.

Por alguna razón, que no se enfadara me hizo sentir peor.

-         En… en el correo ponía algo del cumpleaños de tus sobrinos y… y yo… pues…. No sabía que tenías sobrinos – murmuré.

 

-         Tengo doce – me aclaró.

 

-         ¿¡Doce!? ¿Pero quién puso de moda las familias grandes? – exclamé y ella soltó una pequeña carcajada.

 

-         Connor tenía cinco hermanos. Tengo doce sobrinos, pero de cinco cuñados diferentes.

 

-         Ah.

 

-         Bueno, ¿y qué decía el correo? – me preguntó.

 

Me estaba muriendo de la vergüenza y lo peor es que a ella parecía divertirle mi bochorno. Se compadeció de mí y me acarició la nuca. Me levanté de su silla y miré a ver si el suelo se había abierto ya para tragarme, pero no hubo suerte.

 

-         No te preocupes – empezó, pero antes de que pudiera continuar, volvieron a llamar a su despacho.

 

-         Holly, hay un problema urgente con la edición de mañana.

 

Ella suspiró.

 

-         Siempre hay un problema urgente en mi hora de salida – protestó. – Ya vengo.

Holly se fue deprisa y yo me quedé ahí en medio de su despacho. Tenía claro que no iba a volver a acercarme a su ordenador, para evitar tentaciones. De hecho, no iba a tocar nada. Caminé hasta la silla más alejada del teclado: iba a quedarme ahí sentado esperando tranquilamente. Apoyé los brazos sobre la mesa y la cabeza sobre los brazos.

No sé cuánto tiempo pasó, pero sé que se me hizo largo. Incluso me entró algo de sueño y di un par de cabezaditas. Finalmente, me dormí, y desperté sintiendo una caricia suave en el rostro. Mantuve mis ojos cerrados y así pude escuchar lo que Holly me decía cuando creía que no la estaba escuchando:

-         Ojalá pueda ser la madre que te mereces. No sé si llegaremos a ser una familia, pero cada día estoy más segura de que me gustaría.

Se me encogió el estómago y me dio un vuelco.

“Pues díselo a papá y casaros de una vez” quise gritar, pero en lugar de eso fingí un bostezo e hice como que me despertaba.

-         Hola, Teddy – me saludó.

 

-         Grrr. Papá te dijo que me llamaras así – pregunté, pero en realidad sonó como una afirmación.

 

-         Sí ^^ - sonrió, orgullosa de sumarse al club “chinchemos a Ted”. - Oye, tu pantalón está vibrando.

Saqué el móvil de mi bolsillo, pero no llegué a tiempo de coger la llamada. Era papá. Me había llamado cuatro veces. Tenía veinte mensajes de whatsapp. Oh, oh.

Abrí los mensajes con preocupación, porque eran de papá también.

-         ¡Joder!

 

-         ¡Theodore! – exclamó Holly.

 

“¿Acaba de regañarme?”.

 

“Sonó como si lo hiciera, desde luego”.

 

“¿Debería disculparme?”

 

-         Lo siento… es que… es mi padre. Lleva un rato queriendo contactar conmigo, pero tenía el móvil en silencio y no lo escuché. Se supone que estoy en casa de un amigo, le ha llamado y ya sabe que no estoy allí…

 

“Joder. Joder, joder, joder”.

 

-         Tiene que estar muy asustado. Llámale, corre. Dile que estás bien.

 

“Estoy bien hasta que me vea, entonces estaré muerto” pensé, pues toda su angustia se transformara en furia en cuando supiera dónde estaba y que le había mentido. Marqué su número, notando que empezaban a sudarme las manos.

 

- AIDAN’S POV –

 

Ted me había pedido permiso para ir a casa de Mike a hacer los deberes después de comer. Prefería que él viniera a la nuestra, no solo por un sentimiento egoísta de tener a todos mis hijos en casa, sino para ver a Mike, pues a lo largo de los años le había tomado cariño. Pero en fin.

Pasé el principio de la tarde ayudando a los peques con sus tareas. Kurt normalmente terminaba pronto, pero aquel día me costó un poco que se centrara. Se tumbaba sobre la mesa y suspiraba cada pocos segundos. Cuando Hannah terminó, él todavía seguía quejándose.

-         Papi, tengo calor…

 

-         Papi… estoy aburrido…

 

-         Papi, ya no quiero hacerlo…

Y así cada poco rato. Mi peque estaba desganado y pucheroso y necesitado de una buena siesta.

-         Ya falta poco, campeón. Mira, solo te queda un ejercicio.

 

-         Buh.

 

Mi pequeño torbellino de energía estaba apagado últimamente. No quería ver en todo alguna señal de que había un problema con su corazón, pero no podía evitarlo. Si le dices a un padre sobreprotector que su hijito está enfermo, su sobreprotección aumenta al trecientos por cien.

Con paciencia, conseguí que Kurt terminara su tarea y le dejé en el sofá para que durmiera un rato. Me comía la preocupación por mi pequeño. Le acaricié mientras le vencía el sueño y traté de convencerme de que todo iba a salir bien.

Si tan solo hubiese alguien a quien pudiese consultarle sobre el cansancio de Kurt… Pero de hecho lo había: el padre de Mike. No quería aprovecharme, pero tenía la suerte de conocer a un cardiocirujano y tenía que aprovecharla. Saqué el móvil y escribí a Ted:

“¿El padre de Mike está en casa? Si está ¿puedes decirle que me llame? Tengo una pregunta sobre Kurt. Tranquilo, está todo bien.”

Esperé un par de minutos, pero no me respondió. Normal, no tenía por qué mirar el teléfono todo el rato. Probé a llamarle, sabiendo que estando con su amigo no le importaría, pero no me lo cogió.

Lo dejé estar y subí a los cuartos de los mayores pues, aunque ellos no me pedían ayuda abiertamente con los deberes, a veces la necesitaban. Pero me encontré a Jandro tumbado en su cama mirando al techo.

- ¿Te encuentras mal, campeón? -  pregunté. Ya había vuelto a clases después de su pequeña infección estomacal, al igual que Harry, pero quizás había tenido una recaída.

- Alguien cogió mis cascos. Pero todos dicen que no – gruñó.

- ¿Y no los habrás perdido? – sugerí, porque Alejandro era un poco despistado y a menudo olvidaba dónde había puesto sus cosas.

- A lo mejor – aceptó.

- No te preocupes, ya aparecerán. ¿Hiciste los deberes?

- No tengo – respondió.

- ¿Seguro? – repliqué. – Mira que me cuesta creer que no tengas nada de nada, y aunque así fuera, has faltado dos días a clase, campeón, tendrás que ponerte al día con lo que vieron tus compañeros.

- No hicieron nada.

- Aham. No cuela, hijo, pero buen intento.

- Sin música no puedo hacer deberes y sin cascos no puedo escuchar música – rebatió.

- Tendrás que hacer un sacrificio. Así te concentrarás mejor, ya sabes que esas técnicas tuyas no me parecen muy efectivas.

- Me importa un pepino lo que te parezca.

Me apreté el puente de la nariz.

“Está molesto porque perdió los cascos, respira y no se lo tengas en cuenta”.

-         No hace falta contestar así, ¿eh? Solo te he dicho que hagas los deberes. Algo que ya sabes que tienes que hacer.

 

-         Pues si ya lo sé no sé por qué me lo repites.

 La adolescencia es una fase más. Hay que disfrutarla, que luego pasa rápido y la echas de menos”.

“No echaré de menos que mi hijo me hable de esa manera”.

-         Deja la chulería y ponte a estudiar, Alejandro – le dije, bastante serio, y salí de la habitación para que aquello no siguiera escalando, en vista de que no estaba dispuesto a tener una conversación civilizada.

Respiré hondo y continué mi ronda, encontrándome mejores actitudes en los cuartos de los demás. Zach me pidió ayuda para una tarea de Plástica, porque al parecer había olvidado lo horriblemente mal que yo dibujaba, pero creo que pudimos salvarla. Después saqué el móvil y le escribí a Ted de nuevo, pero seguía sin responderme. Probé a llamarle otra vez y no me lo cogió.

“El móvil de adorno, claro”.

“Lo tendrá en silencio”.

Suspiré y probé entonces a llamar a Mike. Busqué su número en mi agenda y me prometí a mí mismo que me iba a ocupar de hacer un listado con el teléfono de todos los amigos de mis hijos, porque sin duda era muy útil. Lo había hecho años atrás, pero era una lista que debía actualizarse conforme crecían y sus amistades cambiaban.

Mike sí me lo cogió y pareció muy sorprendido de mi llamada. Le pedí que me pasara con Ted y ahí empezaron los problemas.

-         Eh… ¿con Ted? – balbuceó. – Claro, llamas porque quieres hablar con él…

 

-         En verdad quería hablar con tu padre para un tema médico, pero ya de paso le quiero recordar a mi hijo cómo se usa el móvil por si se le ha olvidado.

 

-         Eh… Es que… no va a ser posible ahora.

 

-         Tranquilo, Mike. No le voy a regañar. ¿Estáis estudiando mucho?

 

-         S-sí. Pero… Ted no se puede poner porque… porque está en el baño.

 

Fruncí el ceño y empecé a prestar más atención a su tono asustado y a sus frases inconexas.

-         Mike, ¿qué ocurre? – pregunté.

 

-         N-nada, tío Aidan, de verdad…

 

-         Me estás mintiendo – afirmé. – ¿Dónde está Ted? – pregunté, por inercia, pero su silencio me hizo ser más consciente de mi propia pregunta. Me empezó a faltar el aire al entender las implicaciones de las respuestas que Mike me estaba dando. - ¿No está allí contigo?

 

-         ¡Sí, sí! Nos vinimos directamente del instituto.

 

-         Michael, Ted comió aquí – gruñí. - ¿Dónde está? Dime la verdad – le exigí.

 

-         No lo sé…

 

-         Mike. Estoy más preocupado que enfadado, ¿vale? Solo quiero saber que está bien – le dije, notando como la ansiedad empezaba a crecer en mi interior. 

 

-         De verdad que no lo sé, Aidan… Estará con Agus.

 

-         Me lo habría dicho, no tiene por qué mentirme para eso. Yo le hubiera dejado ir sin problemas.

Aquello no tenía sentido. ¿Por qué me había mentido? ¿Dónde estaba? Intenté pensar en lugares a los que mi hijo quisiera ir a escondidas, pero no se me ocurría ninguno. Ted podía ir a donde quisiera, siempre que me pidiera permiso, volviese a su hora, y no fuera peligroso. Lo cual me dejó las posibilidades más aterradoras.

Me despedí de Mike diciéndole que si se enteraba de algo me lo dijera y empecé a bombardear el móvil de Ted con la vana esperanza de que me respondiera.

“Tranquilízate, Aidan. No le ha pasado nada. No le puede haber pasado nada”.

Le llamé dos veces más sin resultado y, cuando ya iba a perder la cordura, me entró una llamada desde su número. Lo cogí apenas dos milisegundos después de que empezara a sonar.

-         ¿Ted?

 

-         Hola, papá.

Su voz tuvo un efecto relajante sobre mi cuerpo. No sonaba en peligro, nada amenazaba a mi pequeño…

-         ¡Hijo! ¿Estás bien? ¿Dónde estás? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no estás con Mike?

 

Encadené una pregunta con la siguiente sin dejarle responder.

 

-         Estoy bien, papá, lo siento, es que tenía el móvil en silencio…

 

-         ¿Dónde estás? – insistí.

 

-         No te enfades, ¿vale? – me pidió.

 

Respiré hondo, conté hasta tres, pero no sirvió de nada. Si acaso, para no gritarle.

-         Es muy tarde para eso, Theodore. ¿Dónde carajos estás? Quiero una respuesta ahora mismo.

 

-         En… en el trabajo de Holly. La vine a ver…

 

-         ¿Qué?

 

Aquello fue tan inesperado que el enfado se esfumó momentáneamente.

 

-         Quería… quería hablar con ella… y… ya vuelvo, pa, de verdad...

 

-         ¿Pero por qué…? ¿Qué haces allí? – me extrañé. – Me dijiste que estabas con Mike…

 

-         Siento haberte mentido, pa…

 

Suspiré.

 

-         Hablaremos en casa, Ted. Pásame con Holly.

Escuché un débil “quiere hablar contigo” y luego el ruido del aparato al cambiar de manos.

-         ¿Sí?

 

-         Hola, Holls. Yo… No sé ni qué decir. Estás trabajando y… siento que te haya molestado.

 

-         No ha sido ninguna molestia – me aseguró. – No te enfades con él, no pretendía asustarte.

 

-         Me mintió… no me cogía el teléfono…

 

-         Eso último no fue a propósito. Solo quería hablar conmigo. Siento no haberte dicho que estaba aquí, me dijo que había venido a escondidas y tendría que haberte avisado… Pero a mí también me apetecía charlar con él. Es un gran chico, Aidan. Tiene un corazón inmenso…

 

-         No le eches flores para salvarle que se metió en problemas él solito – refunfuñé, pero me gustó escucharla hablar de esa manera sobre mi hijo.

 

-         No hizo nada tan malo… solo quería saber un poco más sobre mí. Es natural. Y fue muy educado. 

“Grrr”.

 

“Ja. Abogada defensora del abogado defensor”.

 

“Como si fuese fácil enfadarse con Ted ya de por sí”.

 

-         No me puedo creer que se haya presentado en tu trabajo... – murmuré.

 

-         Me alegró el día – me aseguró. – Anda, no seas cascarrabias. Ya va para allá. Te llamo luego.

 

Aquello sonó a “te llamo luego y más vale que no hayas sido malo con él”. Glup.

Me despedí y esperé a que Ted volviera mientras le daba vueltas al asunto. No me molestaba que hubiera ido a ver a Holly, aunque me resultara extraño, pero sí que me hubiera mentido. No era la primera vez que Ted me colaba alguna mentirijilla o que me decía que iba a estar en un sitio para luego estar en otro. No quería que cogiera esa costumbre.

Llegó unos quince minutos después de colgar. Escuché que se abría la puerta y salí a recibirle.

-         Hola, pa – me saludó. Cuando le tuve delante me costó más mantener una expresión seria. Quería demasiado a ese muchachito, ya casi adulto, pero todavía con una mirada de niño.

 

-         Hola – respondí, y abrí los brazos en una clara invitación que él correspondió. – Aun no sé qué voy a hacer contigo – le informé, hablándole al oído, aprovechando que le tenía abrazado.

 

Y era verdad. No tenía ni la más remota idea. Normalmente, le daría un pequeño castigo, pero Ted arrastraba una serie de traumas desde su encuentro con aquellos desgraciados que lo golpearon y lo último que quería era provocarle un ataque de pánico.

 

-         Mmm. ¿Mientras lo decides puedo ir al baño?

 

-         Claro. Después sube a mi cuarto, canijo.

 

-         Uy. Tu cuarto. Estoy frito – dijo, medio en broma, medio en serio.

 

-         Como una sardina – repliqué, en el mismo tono.

 

-         Ah, pero no soy sardina, ¿recuerdas? Soy un osito y los ositos no se fríen.

 

Prefería que hiciera bromas a que estuviera asustado. Hice una plegaria silenciosa, deseando ser capaz de manejar aquello de la forma correcta. Sentía que era una prueba de fuego: mi hijo tenía que saber que podía confiar en mí para llamarle la atención cuando se lo mereciera y que era capaz de hacerlo sin asustarle. 

 

-         TED’S POV –

Miré mi reflejo en el espejo del baño. Me encontré con unos ojos preocupados y un rostro sudoroso. Abrí el grifo y me mojé la cara.

“Céntrate en el ahora, no en el pasado” me dije, repitiendo un consejo que me había dado la psicóloga. “Diferencia las situaciones. Piensa solo en el presente. ¿Dónde estás? ¿Con quién estás?”.

“Estoy en casa, a punto de llevarme una bronca monumental, no es que el presente sea muy tranquilizador tampoco” replicó una voz sardónica en mi cabeza, pero no la hice caso. De alguna manera, sí era tranquilizador. Además, papá no estaba muy enfadado. Estaba molesto, pero aquel no era ni de lejos el peor lío en el que me había metido, así que estaba seguro de que la bronca tampoco iba a ser “monumental”.

“Vale, pues recuerda eso dentro de dos minutos, ¿estamos? Nada de escenitas. No seas cobarde”.

Me sequé la cara y salí del baño. Caminé hasta el cuarto de papá y él ya estaba allí. Me indicó con un gesto que me sentara en su silla, mientras que él estaba de pie, apoyado sobre su mesa con los brazos cruzados.

-         ¿Te importaría decirme por qué fuiste a ver a Holly? – me preguntó.

 

-         No tengo un motivo especial… solo… me pareció buena idea. Blaine y tú habéis tenido ocasiones de hablar y conoceros y pues… quería hacer lo mismo con Holly… No tenía una conversación larga con ella desde el hospital.

 

Me expliqué lo mejor que supe y sentí que no lo había hecho bien, pero creo que papá me comprendió.

 

-         Está bien, campeón. No me molesta que fueras a verla, pero sí que no me lo dijeras, ¿lo entiendes? Si me hubieras dicho que querías ver a Holly, lo habríamos hablado, la habría llamado para que no la pillara desprevenida, habríamos buscado el momento adecuado, pero no te lo habría impedido, caramba. Me mentiste, Ted. Me dijiste que estarías en un lugar y fuiste a otro y no es la primera vez – me regañó. Me miré los zapatos, mis cordones parecían muy interesantes de pronto. –. Me mentiste cuando apareció ese preservativo, me mentiste cuando fuiste a los entrenamientos de natación, me mentiste cuando fuiste tras los que te hicieron daño y si vuelvo la vista más hacia atrás aparecen decenas de pequeñas mentiras, que vas soltando cuando crees que no voy a dejarte hacer algo o que puedes manejar una situación mejor que yo. Me enorgullezco de decir que eres una persona honesta, así que no entiendo por qué a veces te comportas como si no lo fueras.

 

Se me formó un nudo en el estómago. Me esforcé por levantar la mirada, esperando encontrar decepción en los ojos de papá, pero solo le noté serio y decidido.

 

-         Lo siento – susurré. – No sé por qué te mentí… Me daba vergüenza, creo… Y solo por si acaso no te parecía una buena idea…

 

-         No se trata de que me obedezcas solo cuando estás de acuerdo conmigo, Ted. Si crees que no te voy a dejar hacer algo, tienes que correr el riesgo y preguntármelo. Si te dejo, buena suerte, y si no, tienes que aceptarlo. Pero no puedes ocultarme cosas ni mentirme. La mentira nunca es una salida, solo es la entrada a un laberinto del que muchas veces resulta muy complicado salir.

 

Me quedé en silencio. El nudo de mi estómago cada vez se hacía más grande.

 

-         Sé que ya sabes todo esto. Eres un buen chico, y la mayor parte de las veces me haces caso, que es más de lo que se puede pedir en cualquier muchachito de diecisiete años. Pero no quiero que adquieras el hábito de mentir para salirte con la tuya.

 

Se acercó a mí y me sujetó la barbilla en un gesto suave, para que no pudiera esquivar su mirada.

 

-         Nunca más, papá, te lo prometo.

 

Me acarició la mejilla.

 

-         ¿Me vas a castigar? – murmuré. Tenía que saberlo. La ansiedad iba a comerme vivo.

Papá asintió sin decir nada y suspiré. Lo suponía.

-         Cuando me mentiste sobre estar en la biblioteca y en realidad fuiste a la piscina, te castigué por un par de días. Fue una mentira pequeña, planeaste una tontería, pero te arrepentiste. Cuando quisiste proteger a tus hermanos con lo del condón, entendí que solo estabas siendo el hermano sobreprotector del que estoy tan orgulloso. Pero ya sabes lo que dicen, campeón: a la tercera va la vencida. Una mentira, por pequeña que sea, sigue siendo una mentira. Y no te lo voy a pasar más veces.

Me tembló un poco el labio y me prometí a mí mismo que no iba a llorar. Papá tenía razón en todo lo que había dicho y ya había sido bueno conmigo en muchas ocasiones con ese tema.

-         Tampoco quiero que me ocultes cosas. Te pedí que me contaras si te molestaban en el colegio y no me lo dijiste, hasta que pasó lo que pasó – me recordó. – Sé que necesitas tu privacidad. Entiendo, aunque a mi lado celoso no le guste, que haya cosas que prefieras contarle a tus amigos o a tu novia y no a tu padre. Pero los asuntos importantes, cuando te pase algo malo, me lo tienes que decir. Porque es mi trabajo protegerte y no puedo hacerlo si no sé lo que ocurre.

 

¿Por qué papá tenía que escoger tan bien sus palabras y en el momento justo? ¿Cómo conseguía tocar justo donde debía? Ah, sí, porque era escritor.

 

“Quizá por eso sepa expresarse mejor, pero si da en la diana es porque te quiere y se preocupa sinceramente por ti”.

 

-         Lo siento – repetí.

 

-         Ven aquí – me pidió, abriendo los brazos para que me metiera en ellos. Me levanté y dejé que me abrazara, agradeciendo más que nunca el tener un padre pegajoso. Me besó en la frente y me di cuenta de que él estaba tan nervioso como yo. Ninguno de los dos sabía cómo hacer aquello. A pesar de que no era una situación nueva, hasta cierto punto se sentía así, porque en las últimas semanas yo me sobresaltaba y me alteraba con cualquier cosa. Pero papá me estaba hablando sin pizca de enfado y eso ayudaba. – Sabes que te quiero mucho, ¿no?

 

-         Sí – susurré, lleno de vergüenza. Antes de poder añadir “y yo a ti”, papá continuó:

 

-         Nunca será mi intención hacerte daño. Estás seguro conmigo.

 

-         Lo sé – respondí, y contuve el impulso de restregarme contra su camiseta.

Papá me separó lentamente y me observó durante unos segundos. Después se acercó a su cama y me llevó con él. Se sentó y quedé frente a él, más alto, pero sintiéndome más pequeño. Me tomó de la mano, con calma, sin ninguna prisa, como si tuviese todo el tiempo del mundo.

-         ¿Crees que te lo mereces o que estoy siendo injusto? – me preguntó.

Desvié la mirada, incómodo y avergonzado.

-         Te mentí. Y también fui un cotilla con Holly y husmeé en su correo.

 

-         ¿Eh?

 

-         Le escribió su cuñado y yo… moría de curiosidad.

 

Pensé que aquello le molestaría, pero, por el rabillo del ojo, creí verle sonreír un poquito.

 

-         ¿Ves? Al decir la verdad no solo haces lo correcto, sino que además resultas adorable. Holly no me dijo nada.

 

-         No se molestó. Es super dulce, papá.

 

Su sonrisa se hizo más grande y después volvió a ponerse serio.

 

-         No estuvo bien invadir su privacidad, pero no estás en líos por eso. Ahora escúchame, campeón. Has pasado por cosas por las que me gustaría que jamás hubieras pasado, la vida ha sido dura contigo últimamente y es totalmente normal que te angustie cualquier situación que te recuerde a aquella horrible noche. Pero esto no se le parece. Estás en casa, estás conmigo. Puedes confiar en mí.

 

-         Lo sé, pa… Ojalá no fuera tan patético.

 

-         Eh. Tienes prohibido insultar a cualquiera de mis hijos, y eso te incluye. No eres patético – declaró.

 

-         Soy un cobarde que se asusta por tonterías, hasta el punto de que tú me tendrías que estar regañando y en lugar de eso estás siendo super bueno conmigo porque te doy pena – musité, rabioso contra mí mismo porque, pese a que Aidan estaba siendo más amable de lo que era humanamente posible, las manos me habían comenzado a sudar e incluso a temblar un poco.

 

-         Eso no es verdad y como sigas por ese camino al final sí me voy a enfadar, ¿eh? No te tengo y nunca te tendré lástima. Te estoy regañando, pero estoy siendo “bueno” como tú lo llamas, porque estás escuchándome con atención y madurez. Estás siendo muy valiente, Teddy – me alabó.

 

-         Sí, tanto como un guerrero vikingo, vamos – repliqué, con sarcasmo.

 

-         Bueno, si solo vas a decir tonterías es porque ya no queda nada más de lo que hablar. Es hora de pasar a la parte fea.

 

Me tensé involuntariamente, pero papá no me soltó la mano.

 

-         Respira hondo – susurró. Le hice caso e intenté recordar las decenas de ocasiones en las que había estado en una situación similar. No había nada que temer y todo mi ser lo sabía.

 El último castigo con mayúsculas que me había llevado había sido cuando me culpó de haber sacado el coche sin permiso. Había sido injusto y rápido, porque papá se había asustado mucho. Pero normalmente no era así. Normalmente hablábamos y se sentía como un momento íntimo y especial, donde, a pesar de recibir un castigo, en realidad recibía mucho más.

-         E-estoy listo – susurré, aunque no me sentía listo en absoluto. Pero eso no era extraño: nunca lo estaba, en realidad. Una cosa era que aquellos momentos no fueran horribles y traumáticos y otra que fueran agradables.

Papá tiró suavemente de mí, pero dejó que fuera dueño de mis movimientos. Me incliné para tumbarme encima de él, notando cierta sensación de vértigo a pesar de que no estaba nada alto. Era un tipo de vértigo diferente, que se concentraba en las células de mi piel y me erizaba el vello de los brazos.

El brazo de papá me envolvió la cintura. Colocó la mano sobre mi espalda y la recorrió siguiendo el camino trazado por mi columna vertebral. No me había dado cuenta de lo rígido que estaba hasta que ese contacto me hizo relajarme.

-         Voy a empezar, hijo. Recuerda: la verdad siempre.

Cogí aire y sentí la primera palmada. Fue fuerte, pero llevaba vaqueros, así que apenas me picó. Papá no estaba haciendo aquello para que me doliera en serio. Lo estaba haciendo para que le escuchara de una vez y dejara de ocultarle cosas y de paso para que dejara de saltar como un cervatillo asustado cada vez que me llamara la atención por algo.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Aguanté sin emitir ni un solo ruido, a pesar de que las últimas me hicieron dar un pequeño botecito. Papá me agarró del hombro para indicar que ya había terminado y levantarme. Había sido rápido. Sin darme cuenta de lo que hacía, me froté, y para cuando quité las manos ya no me dolía, aunque aún quedaba una sensación resonante, como un eco.

Abrí la boca para decir algo, pero no me salieron las palabras y en lugar de eso me acerqué tímidamente para abrazarle. Papá me facilitó las cosas poniéndose de pie y envolviéndome como un abrigo hecho a medida.

 

-         AIDAN’S POV -

No tomé la determinación de castigarle hasta que me lo peguntó. Parecía preparado. Pensaba detenerme al menor signo de temor que viera en sus ojos: no quería ser el causante de que sus pesadillas cobraran vida de nuevo. De todas formas, no pensaba ser muy duro y creo que él lo sabía. Ted me conocía bastante bien, quizá mejor que yo mismo.

Se puso algo nervioso, pero no se encogió ni intentó huirme. Lo consideré un gran progreso.

No lloró ni antes ni después del castigo. No me sorprendió, él podía soportar bastante más.

Le abracé y disfruté de su cercanía. La manera en la que mi pecho se hinchaba cuando le tenía junto a mí no podía describirla con palabras. Me llenaba de paz, de alegría por poder llamarme su padre, a pesar de que ese era un honor que biológicamente no me correspondía.

Nos quedamos así durante un buen rato, hasta que le noté revolverse un poco, quizás incómodo por no cambiar de postura.

-         Ya que no estuviste con Mike, deduzco que aún tienes que estudiar o hacer deberes, ¿no? – le pregunté.

 

-         Sí…

 

-         Pues venga, campeón. Ve a hacerlo y ahora te llevo algo rico para merendar.

 

-         ¿Qué es algo rico? – preguntó, con suspicacia. Mi pequeño goloso.

 

-         Fresas con nata, que en tu caso será más bien nata con fresas.

Sonrió ampliamente. Una forma muy fácil de ganarse a Ted era a través de su estómago, que no parecía tener fin.

Se fue a su habitación y yo suspiré, feliz por haber superado aquella prueba.

Bajé a la cocina para preparar la merienda. Es increíble la cantidad de fresas que es necesario lavar y cortar para alimentar a doce personas. Trece si me contaba a mí, porque la verdad, lo goloso a Ted no sé si le venía por sangre o por imitación de un servidor.

Estaba echándole nata a los cuencos cuando escuché el sonido de una discusión. Como siempre, esperé a ver si era algo que pudieran resolver por ellos mismos, pero los gritos de Harry comenzaron a ganar volumen, así que me lavé las manos y fui a investigar.

-         ¡QUE NO SABÍA QUE ERAN TUS PUTOS CASCOS! ¡TÓMALOS Y MÉTETELOS POR EL CULO! – gritaba mi mocoso de trece años, y le tiró los auriculares a Alejandro de mala manera.

 

-         ¡SI ESTÁN EN MI CAMA ENTONCES ES QUE SON MÍOS, IDIOTA!

 

-         ¡NO ESTABAN EN TU CAMA, ESTABAN EN EL SOFÁ!

 

-         Pero bueno, ¿qué son esos gritos? – les regañé.

 

-         ¡TÚ CALLA QUE NADIE TE LLAMÓ! – bufó Alejandro.

 

-         Bajamos el tonito y la actitud tres puntos, ¿entendido? A ver, ¿qué ocurre?

 

-         ¡Sus cascos estaban en el sofá y pensé que eran los míos porque son iguales! – me respondió Harry.

 

-         Llevo buscándolos toda la tarde y el muy gilipollas me dijo que no los tenía – bufó Alejandro.

 

-         No insultes a tu hermano. Ya está, ya los encontrase, deberías estar contento. Ahora venga, a terminar los deberes y…

 

-         ¡A LA MIERDA LOS DEBERES, JODER! ¡HASTA LA POLLA ESTOY DEL COLEGIO, DE LOS PROFESORES Y DE TI!

 

Respiré hondo. Al salir de clase Alejandro no me había parecido especialmente molesto, pero se hizo evidente que algo había pasado, algo que le tenía de mal humor. Debía averiguar de qué se trataba, pero no era excusa.

 

-         No puedes hablarme así. Ve a tu cuarto, te calmas y después ha…

 

-         ¿Y SI NO ME DA LA GANA CALMARME? ¿QUÉ VAS A HACER? – exigió, y se acercó agresivamente, como para medirse conmigo, como dos gorilas a punto de competir por el liderazgo de la manada.

 

Eran reacciones como esa las que me hacían pensar que Alejandro se podía beneficiar de un terapeuta que le ayudara a controlar la rabia. Teníamos cita para el día siguiente. Todos mis hijos tenían hora, los mayores con la psicóloga a la que ya había ido Ted y los pequeños con un especialista infantil que pasaba consulta en el mismo edificio.

 

-         Calmarte yo, pero eso no te gustaría – respondí.

 

Alejandro se rio -pero fue una risa venenosa, sin rastro de humor- y rodó los ojos.

 

-         Me tocas un pelo y llamo a los servicios sociales.

 

El tiempo se detuvo y el aire se enroscó hasta enredarse en una cuenta invisible alrededor de mi cuello. Una voz razonable en mi cabeza me decía que era un farol, que no lo pensaba en serio. Otra voz, mucho más alta, se puso histérica ante la posibilidad de que cumpliera esa amenaza cuando, además, planeaba adoptarles. Si Alejandro hacía lo que había dicho, podía poner en riesgo todo el proceso.

 

Y, la voz más sonora y angustiante de todas, era la que me decía que mucho había tenido que joderla para que mi hijo me dijera aquello. ¿Y si de verdad se sentía amenazado por mí? ¿Y si el protector del menor le daba la razón y me declaraba un padre abusador?

 

“¿Qué esperabas? ¿Acaso vas a usar eso de que les pegas porque les quieres? Lo raro es que no te haya denunciado antes” me increpé.

 

Inhalé por la nariz, pero no me entraba el aire. Me ardieron los ojos.

 

-         Papá… No lo decía en serio… No lo dije en serio, papá – escuché la voz de Alejandro, pero sonaba muy lejos.

 

-         ¿Pero qué rayos pasa contigo? – gruñó Ted.

 

-         Lo siento... yo…

 

-         ¡Eres imbécil!

 

-         Sin insultar… No peleéis – murmuré, en automático.

Algo pesado y a la vez ligero me golpeó el pecho cuando Alejandro me apresó en un abrazo de oso.

-         Lo siento, papá. Lo siento… Me dieron una nota en clase, pero yo no hice nada. Estaba enfadado porque me ibas a regañar y no fue mi culpa…

Le escuché, pero no procesé del todo lo que me decía. Me limité a apretarle junto a mí, sintiéndome reconfortado al tenerle así.

Sentía unas ganas enormes de llorar, pero no quería hacerlo delante de mis hijos. No quería preocuparles ni hacerles sentir mal.

 

~~~

 

N.A.: ¡FELIZ AÑO NUEVO!

Que el 2021 sea un buen año para todos. La verdad es que el 2020 tampoco dejó las expectativas muy altas, a nada que no haya zombies ya irá mejor la cosa.

Ojalá controlemos pronto este maldito virus. Cuidaros mucho. La cosa está algo negra por aquí….

Últimamente tengo muy poco tiempo para escribir y me da pena, porque tengo muchas ideas. Gracias por seguir leyendo y comentando. Un abrazo enorme. Pasadlo bien esta noche.

 

 

 

 

 

1 comentario: